Sigamos viendo que hay en esta tienda tan extraña y lúgubre. De paso a ver si nos encontramos con aquella espeluznante niña que siempre tiene algo que mostrarnos.

¡Espera!... Regresemos dos estantes más atrás y demos vuelta a la izquierda... Si... ¡Ahí está!

Está allí, al final de este pasillo que componen estos cinco estantes cargados con ornamentos para acuarios, conchas marinas, equipos de pesca, barcos en botella, estrellas y caballitos de mar disecados, en fin, los mismos cachivaches que encontraríamos en una tienda de regalos en el puerto. Fíjate sólo en el pez espada que cuelga por arriba de la repisa más alta. De esa de la que parece la niña acaba de bajar algo. Si, de ese mismo espacio junto al casco de buzo... Aunque no veo una escalera que haya usado para alcanzarlo, con lo pequeña que se ve al lado de esta ancla medio oxidada y aquel cofre con una D y una J grabadas en su cerradura.

Como sea, lo que sostiene entre sus manos parece ser un estuche de joyas, pequeño, pero que se ve es muy fino... Concuerdo contigo cuando dices que debería guardarlo en un lugar más seguro. Lo que tiene ahí debe ser muy valioso para ponerlo en... Que bha, si sólo ha sido un colgante con una caracola, y encima está rota. Yo podría hacer uno igual cualquier rato que vaya a la playa. Tan sólo necesitaría una tachuela y un trozo de seda dental.

Esperemos, pues, tenga algo muy interesante que decir de esa baratija, así que escuchémosla para saber que tiene de especial.

–¡Sirenas! –clamó Haiku dirigiéndose al lector–. Según los mitos, criaturas que con su melodioso canto han atraído a miles de navegantes a su perdición. No obstante, incluso para los Loud, que ya habían tenido ocasión de tratar con fantasmas y dragones, resultaba descabellada la existencia de estos híbridos de humanos con aves y peces. Siendo de hecho una de estas ultimas variantes la que andaba asechando a su hijo que pasaba por un mal momento, pero me estoy adelantando... A veces las cosas pasan por una razón, pero hay quienes se niegan a aceptarlo o a dejarlo pasar, y si insisten en cambiar lo que no deberían, podrían hasta meterse en muchísimos problemas... Tal fue el caso del hermano de mi amiga Lucy, a partir del día que se reencontró con la que juraba era el amor de su vida...O como a mí y al señor Fantasma nos gusta referirnos...


La princesa del mar negro

El viernes después de clases, Clyde visitó la casa Loud. Pero como no encontró a su amigo en su recamara al final del pasillo de arriba, lo tuvo que buscar en otros lados entre cascaras de melón, huesos de pollo, bolas de pelusa, potes vacíos de yogurt, envolturas de papas y demás suciedad.

Buscó en la sala, en el baño, la cocina, las habitaciones de las chicas, el sótano, el ático e incluso bajo la chimenea y en la casa del perro. Hasta que finalmente dio con él en el patio de atrás. Yacía tendido dentro de una fosa recién cavada por Lucy, todavía en pijama, con una cobija hasta el pecho y su conejo de peluche abrazado contra el mismo.

–Hey, amigo... –lo saludó Clyde al asomarse, sonriente, pero sintiendo un gran pesar por su estado tan lamentable–. Hoy tampoco fuiste a la escuela.

En esto, las otras hermanas Loud llegaron a rodear la fosa. Primero Lynn, las gemelas, Lisa y Lily quienes empezaron a soltar puros reclamos.

–¡Aquí estás, apestoso! –bramó la castaña deportista–. Sal ya de ahí. Dijste que hoy ibas a hacer de aguatero en mi partido de basket.

–A mi me prometiste ayudarme con el carrito para la carrera de este año –le siguió Lana–. Arriba, hombre, que necesito de mi copiloto estrella.

–Dijishte que ibash a léeme e cuento –balbuceó Lily–. A silenita.

–También prometizte ayudarme a probar la nueva mochila cohete que inventé –reclamó Lisa a continuación–. Creí que eztabaz emocionado por hacerlo.

–... Váyanse –pidió Lincoln con voz lastimera–. Quiero estar solo.

–¡Qué estar solo ni que nada! –protestó Lola a gritos–. ¡¿Por qué no has sacado la basura como te corresponde?!

Después llegaron las mayores restantes: Luna, Luan, Leni, y también Lori que se hizo presente por vía virtual. Estas, por el contrario, se mostraron más comprensivas al tener bien en cuenta la mala situación por la que pasaba su hermano.

¡Niñas, basta! –ordenó la más mayor a través de la pantalla del móvil que era sostenido por Leni–. ¿No ven que Lincoln está dolido?

–Pobre –dijo Luna moviendo la cabeza de lado a lado–. Siempre es horrible cuando sufres tu primer corazón roto.

–¿Cómo que primer? –reaccionó Lincoln–. ¿Es qué habrá más?

A lo que las cuatro adolescentes se miraron inquietas entre si, sumándose Clyde a ellas antes de contestarle.

–No... No... –mintieron entre los cinco–. Eso será todo.

Con lo que el afligido peliblanco suspiró resignado y permaneció tendido en la fosa.

–¡Pues a mi me importa un comino si tiene el corazón roto, la vejiga hinchada o el bazo extraviado! –reclamó Lola enfurecida–. ¡Quiero la basura fuera de la casa, pero ya! ¡Así que párate de una vez, vago, perezoso!

–Está bien –accedió con un gemido–. En seguida voy.

Mas no se movió de donde estaba.

–¡Pero rápido, como nos tienes acostumbradas! –rugió la gemela del vestido rosa–. ¡Apúrate, que la casa entera apesta peor que el sobaco de Lana y las princesas no podemos vivir entre toda esta mugre!

–Lo sé –se disculpó su hermano llevándose la cobija al mentón, sonando a punto de echarse a llorar–. Perdón. Soy un fracaso.

Lo que valió los demás le dedicaran puras miradas de reproche a Lola, a quien de súbito se le pasó el enfado al sentir que se había sobrepasado. Y es que Lincoln había demostrado ser alguien más resistente otras veces que le había hablado igual de feo, incluso más. Ahora, sin embargo, estaba tan frágil, que ni siquiera le importó que Lucy le echara una palada de tierra encima. Acción por la que Lynn le soltó un codazo.

–Oye, no hagas eso.

–Déjenla –repuso Lincoln suspirante–. No lloren por mi, yo ya estoy muerto.

Con sólo oír esto la gótica se dejó de juegos, bajó la pala y lo observó igual de preocupada que todos. Su aspecto de veras no difería mucho al de un muerto que podría haber ocupado esa fosa, salvo el hecho que apenas si se notaba que seguía respirando. Tenía el pelo alborotado, un par de círculos negros formándose alrededor de sus ojos y estaba más delgado de lo usual y casi tan pálido como la propia Lucy. En cuanto a lo emocional, ni siquiera se sacudió la tierra de la cara, como si en verdad deseara que lo enterraran y ahí mismo acabara todo.

Lynn suspiró y descendió a la fosa sujetándose de una raíz.

–Vamos, apestoso... Digo, Linc. Anímate –insistió tendiéndole una mano. Lo que si no esperó a que él la tomara. Simple y sencillamente lo agarró del cuello de su pijama, se lo echó al hombro y lo sacó de la fosa–. No puedes seguir así, tienes que vivir.

–¿Para qué? –rumió el chico mientras era llevado a su casa–. Nada tiene sentido si la chica a la que amo me dejó.

–Nha, vaya que eres un bebé –le increpó una fastidiada Lola, quien junto al resto siguió de cerca a su hermana que cargó con él–. Un bonito bebé llorón, eso es lo que eres.

–Lola, no –la amonestó en cambio su gemela, pese a que opinaba igual.

En la sala, Lynn depositó a Lincoln en el sofá delante de sus padres quienes acababan de salir de su recamara. Al verlo, Rita se adelantó al señor Lynn, rodeó el mueble y se hincó en una rodilla frente a su hijo, lo tomó de la mano con delicadeza y le habló en tono maternal.

–Mi vida, ¿cómo te sientes? –le preguntó.

–Mal, muy mal –se aquejó mirando al techo–. No tienen idea de lo que se siente. Uno oye las canciones de corazones rotos y piensa que no es así, pero si lo es. Me duele el pecho, me duele como si el pecho y el corazón se me hundieran. Están rotos.

–Pues no lo entiendo –le cuestionó Luan–. Creí que las cosas entre tú y Charlie terminaron bien. Al final pudiste despedirte de ella y regalarle la esmeralda de caramelo que te dio Flip. No veo razón para que estés así.

–Ese es el problema –explicó el desdichado peliblanco–, todo terminó, Charlie se fue, se ha ido y no ha vuelto a llamarme ni a contestar mis mensajes. Seguro es porque se olvidó de mi como tanto temía. Al final todo mi esfuerzo no valió nada. Supongo que se acabó.

–Vamos, arriba ese animo, campeón –lo consoló su padre, quien se acercó forzando una sonrisa fingida–. No estés triste.

–Si, seguro habrá una buena razón para que Charlie no se haya comunicado contigo hasta ahora –sugirió su madre. Aunque para sus adentros había ya empezado a repudiar a aquella muchacha que tanto había hecho sufrir a su hijo–. Y si no... Es porque no es la chica para ti.

–Eso es lo que temo –se siguió lamentando.

–¿Y en ese caso qué vas a hacer? –le cuestionó esta vez Lynn Jr.–. ¿Sufrir toda la vida?

–¿Y qué más me queda? –respondió resignado–. Charlie era mi vida.

–¡Oh, vamos! –volvió a increparle Lola alzando los brazos–. Llevas semanas lamentándote. Si vas a seguir así, ¿por qué mejor no te unes a Lucy y su grupo de amigos góticos que se visten de negro y sólo hablan del dolor?

Para su desconcierto, Lincoln pareció considerárselo.

–... Quizá debería... Ellos me entenderían... Si, tal vez debería unirme a los góticos.

–Por mi está bien –secundó Lucy, en cuya blanca cara asomó una minúscula sonrisa triunfal.

–¡Eso si que no! –sentenció Clyde–. Mejor no ayudes, Lucy.

–¡Lo mismo digo yo! –lo apoyó Lynn, quien acto seguido hizo sonar un silbato y sacó una tarjeta roja que mostró a su hermana de pelo negro–. Te pasaste. Estás fuera.

–Pero yo sólo... –pretendió replicar la gótica.

–¡Fuera! –la interrumpió la castaña, señalando a la puerta por la que acababan de entrar.

–¡Fuera! –la imitó el chico de color.

–¡Veinte vueltas a la cancha!

–¡Ya oíste, veinte vueltas a la cancha!

Suspiro...

Habiendo despachado a Lucy, que sin mas regresó al jardín de atrás a seguir trabajando en su tumba, Clyde llamó al resto de las hermanas y también a los padres de su amigo para hablarles en confidencia.

–Oigan, esto es peor de lo que pensaba. Este si que es un caso grave de MPR.

–¿Qué es eso? –le preguntó Lana–. ¿Mocos Por Repartir?

–No, es lo que ven ahí –aclaró Clyde, señalando con la vista al chico que yacía tendido en el sofá, sumergido en su propia tristeza–: Melancolía Por Rompimiento. El pobre extraña tanto a Charlie que se la pasa suspirando por ella.

–¿Y que hacemos ahora? –preguntó Luna.

–¿Intento contarle un buen chiste? –sugirió Luan.

–No, lo que tenemos que hacer es distraerlo de seguir pensando en Charlie –explicó Clyde–, y creo saber cómo. Justo hoy en la mañana Jordan me vino a avisar que daría una fiesta en su piscina esta noche y que todos en la escuela estábamos invitados.

Que buena idea –dijo Lori desde la pantalla. Además de su entusiasmo, en su mirada asomó un destello del que sólo Leni llegó a percatarse, con que intuyó su hermana se traía algo entre manos–. Eh... Bueno, recordé que tengo que hacer algo. Hablamos luego.

–Pues no le veo nada de malo –concedió Rita, luego que su hija se desconectara–. Si, llévenlo. Cualquier cosa con tal que se divierta y se distraiga.

Y tras insistirle entre todos, incluso chantajeándolo emocionalmente como sus hermanas sabían hacer, muy a regañadientes Lincoln accedió a arreglarse para salir con sus amigos esa noche.

Aunque muy a regañadientes.


La casa de Jordan Rosato era grande y muy bonita, su patio espacioso y su piscina todo un lujo. A su familia le iba bien. Hubo gente, música, risas, comida deliciosa y un montón de divertidas actividades de las que uno siempre podía gozar en sus fiestas.

–Gracias por venir –los saludó a su llegada–. Diviértanse y no dejen de usar el nuevo tobogán.

Entraron en grupo: Zach, Rusty, Stella y Lincoln, a quien Liam y Clyde guiaron sujetándolo de un brazo cada uno.

¡Guau! –exclamó Stella al alzar la vista y quedar maravillada–. ¡Miren el tamaño de ese tobogán!

El cual medía hasta seis metros de alto y descendía en espiral. En ese lugar todo era pura diversión. Había una estación de tatuajes temporales, en la que los chicos también podían pintarse el pelo de psicodélicos colores con tintura en aerosol. En la mesa de bocadillos uno se podía preparar su propio sandwich submarino con toda clase de ingredientes a escoger. También habían instalado una maquina de batalla de baile y un equipo de karaoke sobre una pequeña tarima con micrófono, amplificadores y toda la cosa. En esta, Paige y Cristina cantaban a dueto:

Oh, nena... Si yo pudiera... Oh, nena... Darte el... Oh, nena... ¡El mundo!...

–¿Qué opinas, amigo? –se dirigió Clyde al peliblanco–. Genial, ¿no?

–Si, es genial... –asintió este con desgano, añadiendo para su desgracia y la de sus amigos–: Seguro a Charlie le hubiera gustado venir y disfrutar de todo esto... Pero se mudó.

–¡Oh, vamos! –le replicó Rusty–. Amigo, estamos en una fiesta y nos estás deprimiendo a todos... ¡Auch!

A costo de que Stella le soltara un zape en la nuca y lo mirara con reproche. Lo mismo que Liam y Zach.

–Lo siento –se disculpó Lincoln por su parte–. No quise molestarlos.

Sin decir más se alejó a una zona apartada, cabizbajo y con las manos en los bolsillos de su bañador.

–Vaya que está muy mal –comentó Liam apenado.

–Si –convino Zach–. El pobre extraña mucho a esa chica.

Tanto así que ni tomó en cuenta a Mollie cuando esta lo llamó desde el trampolín.

–Hey, miren quien decidió venir para el concurso de balas de cañón. Esta vez si voy a romper tu récord, Lincoln Loud.

–Está bien –asintió este con mayor desgano–. Me rindo, tú ganas.

De más está decir que esa no era la reacción que esperaba Mollie, a la que pasó de largo.

Seguido a ella pasó cerca de la tarima con la maquina de karaoke, en el instante preciso que Paige y Cristina terminaron su canción y saludaron al poco publico que tenían con una reverencia. En parte esto le divirtió y alegró un poco, tomando en cuenta lo espantoso que cantaban esas dos, sobre todo Paige que tenía la voz horrible. Sin embargo para eso es que se habían inventado esas máquinas, para que todo aquel que se sintiese lo bastante aguerrido para cantar en publico sin importar que tan feo sonase o que tanto desafinara.

Llegó hasta un árbol, a cuya sombra se arrimó de brazos cruzados, sintiéndose mal también por sus amigos que sólo habían tenido buenas intenciones con él, siendo lo ultimo que quizo echarles a perder la diversión con su amargura.

Por tanto estaba por ir a despedirse de Jordan y agradecerle la invitación, sólo para regresar a su casa y volver a meterse bajo las cobijas... Cuando dos golpes consecutivos en el brazo lo sacaron de su sopor.

–¡Ay!

–Hola, perdedor.

Cuán fue su sorpresa al volverse y topar con Ronnie Anne Santiago, su vieja amiga de Great Lake City. El peliblanco no cabía en si de asombro.

–¡Ronnie! –contestó a su saludo con una exclamación–. ¿Qué haces aquí?

–Vine a la fiesta de Jordan, ¿qué otra cosa? –rió ella–. Aproveché que Bobby iba a apoyar a Lori en un torneo que tenía hoy y aquí me tienes.

Como la ocasión ameritaba, Lincoln dejó sus penas de lado, y se permitió volver a sonreír.

–Me da gusto verte.

–A mí también.

Pasó un rato sin que se dijeran nada, tiempo durante el cual los amigos de Lincoln estaban por llegar con él, pero Clyde los detuvo en el acto indicándoles que sólo se limitaran a observar. Entonces Ronnie Anne rompió el silenció.

–Oye, ¿qué tanto me estas viendo, rarito?

–¡Nada! –negó Lincoln apresurándose a apartar la mirada, al tiempo que sus mejillas se coloreaban de rubor–. Es sólo que...

–Es este tonto traje de baño, ¿cierto? –inquirió su amiga que bajó la vista avergonzada, para ocultar su propio rubor–. La culpa es de Carlota, ella lo escogió para mi y no me dejó usar el mio propio.

Resulta que, bajo su sudadera de siempre, Ronnie Anne llevaba puesto un encantador traje de baño de dos piezas color lila claro en lugar de la camisilla violeta y los pantaloncillos morados que solía usar cuando iba a la piscina publica o al parque acuático. Contraste a su usual estilo Tomboy, con aquel conjunto lucía más femenina (y coqueta) y por supuesto Lincoln no dejó de notarlo; tampoco los chicos de la pandilla que los espiaban de lejos. Sin embargo, de entre todos ellos, Stella fue la única en notar que Ronnie Anne también se había alaciado el pelo y aplicado brillo labial.

–Igual, te queda bien –soltó el peliblanco entre murmullos.

–¡¿Qué cosa?! –volvió a inquirir la hispana, cuyas mejillas se encendieron más.

–No, que si te vas a meter al agua.

–Ah... Supongo que si podría... Aunque...

–... O podemos hacer otra cosa, si quieres –acertó a decir Lincoln, ni bien se percató lo incomoda que Ronnie Anne se sentía usando ese bañador que no iba con su estilo. Mal había hecho su prima en obligarla a vestirse así, con que hubiese llegado era más que suficiente–. Digo, ya que estás aquí.

En fin, lo que fuere estuviese pasando, Clyde se alegró mucho con la inesperada aparición de esta otra chica. Pasa, que así como hay gente sangre pesada capaz de arruinarle la tarde a uno con sólo verlos llegar, también están aquellos cuya sola presencia reconforta al que más lo necesita en tiempos difíciles.

Por tanto, a sabiendas que Lincoln quedaba en buenas manos, el buen Clyde indicó a los otros chicos que se dispersaran y fueran a disfrutar de la fiesta. De resto quedaba desearle suerte a su amigo y agradecer para sus adentros a Ronnie Anne por haberse presentado.

Dejaron, pues, que siguieran con su conversa. Misma durante la cual la hispana reparó en el estado decadente de su amigo.

–Oye, ¿te sientes bien? Te ves algo pálido y famélico.

–Más o menos –simuló él. La estimaba mucho y tampoco deseaba preocuparla a ella–. Sólo un poco decaído estos días... Pero no te preocupes, estoy bien.

–Si la abuela te viera diría que estás muy flaco y te atiborraría de tamales hasta hacerte reventar –señaló Ronnie Anne.

–Si, ya me lo imagino –consintió Lincoln, y ambos se echaron a reír.

–Pero, hey, al menos si tienes fuerzas para que te aplaste en una ronda de batalla de baile –propuso en tono desafiante la hispana–. ¿O acaso te da miedo?

–¡Para nada! –respondió el peliblanco a su desafío–. Vamos ahora mismo a ver quien aplasta a quien.


Así, el siguiente par de horas, Lincoln gozó de la fiesta en compañía de su preciada amiga de la gran ciudad; y si, sus ánimos iban al alza para agrado de los chicos de la pandilla con quienes topaban y se saludaban de tanto en tanto. No obstante estos se mantenían al margen para no hacer mal tercio.

La mayor parte del tiempo los vieron enfrentándose en la maquina de baile. En otra ocasión fueron a la estación de tatuajes a retarse entre si a ponerse uno en un lugar vergonzoso o a pintarse el cabello de algún color ridículo aunque sin llegar a nada. Sólo faltaba que se deslizaran por el tobogán unas veinte veces hasta quedar mareados, salvo que a Ronnie Anne seguía sin gustarle la idea de quitarse la sudadera para ello. Lo bueno es que Lincoln supo adivinarlo y dejó el asunto por la paz. En vez de eso la invitó a que pasaran a servirse algo de comer en la barra de sandwiches.

Allí, Lincoln se preparó uno bien surtido de quesos y embutidos variados, mientras que Ronnie Anne aderezó el suyo con jalapeños, salsa tabasco y cuanta cosa picante pudo encontrar.

–¿Cómo puedes comer eso? –le cuestionó su amigo entre divertido y asustado –. Dios, no quiero imaginar lo que ha de arderte tu pobre estomago.

–¿Qué? –repuso ella encogiéndose de hombros–. Así comemos en casa de la abuela todos los días. Te acostumbras porque te acostumbras.

–Claro... Ya hace tiempo que no pruebo la deliciosa comida de tu abuela –mencionó él.

–Oh... Pues... Ya sabes que ella siempre tendrá un lugar para ti en la mesa –le señaló ella tras pasar un bocado–. Pero tendrías que ir a visitarme más seguido.

–Si, tal vez debería.

Mientras tomaban buena cuenta de sus sándwiches siguieron charlando y poniéndose al día. Lo que si, en ningún momento Lincoln hizo mención de Charlie. La estaba pasando tan bien con su mejor amiga para acordarse de los desplantes de aquella muchacha de pelos necios. Al final la idea de Clyde de llevarlo hasta allí para que se distrajera y se animara había resultado, quizá mejor a lo que esperaba.

Pero la noche seguía siendo muy joven todavía, y todo cambió poco después que terminaron de comer y se dedicaron a contemplar el bochornoso espectáculo dado por Paige y Cristina en la tarima del karaoke.

... Que hay mejor que lo mejor. ¡Ya! ¡Si! ¡Ya! ¡Que locura! Oh oh oh, o-o-o-oh, oh oh...

–¿Hasta cuando se callarán esas dos? –le susurró Ronnie Anne a Lincoln.

–Supongo que hasta que alguien más se anime a subir a cantar –sugirió él.

–¿Por qué no lo haces tú? –lo desafió ella. Pero su risa, aparte de divertida, mostraba un dejo de ensueño, aunque no lo notó del todo–. Canta una canción de SMOOCH, o qué se yo. Francamente yo no me atrevería, tengo miedo escénico, pero tú... Por ahí un pajarito me dijo que tienes una bonita voz para el canto, y eso me gustaría verlo por mi misma.

Aquel pajarito, intuyó, tendría un nombre que empezaba con L y rimaba con Toni.

–¿Qué me das a cambio?

–Un puñetazo, tal vez –se burló Ronnie Anne en respuesta.

–No, gracias –rió Lincoln–. De esos ya tengo muchos en casa y Lynn me los da todos gratis.

–Entonces... –sin darse cuenta, la hispana empezó a jugar con su cabello–. Si quieres te hago unos wafles como los de la otra vez... He estado ensayando la receta con la abuela y... Tal vez podrías darme tu opinión... Pero, eso si, tendrías que ir a visitarme, claro.

–Eh... Está bien –accedió el peliblanco. De lejos, sus amigos veían divertidos lo mucho que ambos se esforzaban en simular su rubor, dando por hecho que el tema de Charlie Uggo podía darse por zanjado–. Tenemos un trato.

–De acuerdo... Ouch... Pero aguarda un segundo. Primero tengo que ir a...

–¿A polveárte la nariz? –se mofó Lincoln, por el modo que Ronnie Anne se había agarrado el vientre y empezado a apretar las piernas.

–¡Tengo que ir al baño!, ¿si?

–¡Ja!, te lo dije, no debiste ponerle tanto picante a tu comida.

–Ja ja... Muy gracioso, tonto. Espérame aquí y no vayas a empezar hasta que regrese. No me tardo.

Con lo que Ronnie Anne se encaminó a la casa de Jordan bailoteando de una manera muy graciosa con sus rodillas chocando entre si. Al cabo, Lincoln también fue hasta allí, recibiendo en el camino la enhorabuena de pulgar por parte de Rusty, al que mosqueó con un ademán.

Al llegar ingresó a la cocina y pidió un vaso de agua a la señora Rosato, la madre de Jordan. En efecto, en la escuela el señor Budden era de los muchos que le decían repetidas veces que tenía una estupenda voz de canto y que debería explotar más ese talento, aunque no estaba muy interesado en ello en realidad. No obstante, ya que iba a cantar en publico y delante de Ronnie Anne, haría su mejor esfuerzo. Así que pasó el agua a tragos cortos para aclarar la garganta, a la par que repasaba los ejercicios vocales que había aprendido en el club de canto.

La la la la la la la... Mi mi mi mi mi mi mi... Nha, que tonto.

Supondría, entonces, que alguien más subió a la tarima y cogió el micrófono.

Al cielo pido un favor...
Que tú me quieras a mi, deseo a morir...
Que algún día tú estés por siempre conmigo...

Poco faltó para que Lincoln se atragantara con el agua y dejara caer el vaso. Sorpresa, sorpresa, la voz de esta chica no desafinaba como las otras. No era chillona y extra aguda como la de Cristina, mucho menos nasal gangosa como la de Paige (Razón por la que esta ultima había dejado de gustarle de tajo).

Tengo la fe...
(Mmm...)

–Esa voz... –exclamó para si–. Esa voz... Es tan...

–Yo no sé porque te niegas a creer que soy quien más te ama y yo te haré muy feliz.
Tarde o temprano serás tú mi hombre...

Preciosa, sería quedarse corto. Hasta se atrevería perjurar que superaba a la de Luna, que ya era mucho decir.

Yo sé que el cielo me va a escuchar,
lo presiente mi corazón.
Y al escuchar mi canción, yo estoy muy segura, vendrás aquí.

Tan cautivante y tanto sonó en él que acabó por ser lo unico que llegó a escuchar. La música de la fiesta, las conversas, los griteríos, todos los demás sonidos de su entorno se atenuaron. De pronto lo unico que podía y quería oír era esa hermosa y melodiosa voz femenina.

No temas no te haré mal...
Debes dejarte llevar por un mar azul.
Mucho te puedo ofrecer...
No te vas a arrepentir...

Porque en ella también había algo familiar, además de bonita y embriagante... Y de repente lo supo, tan de repente como supo que la letra de esa canción estaba dedicada él; y aunque era lo bastante bueno para ser cierto, no podía ser de otra manera.

–... Es...

No temas no te haré mal...
Debes dejarte llevar por un mar azul.
Y algún día tú y yo felices seremos...

Sin mayor demora, Lincoln salió al patio y se abrió paso entre la multitud a toda prisa.

–¡A un lado! ¡Háganse a un lado, todos! ¡Déjenme pasar!

Mas al llegar a la tarima, se encontró sólo con Paige y Cristina operando la maquina de karaoke. Nadie más.

–Oigan, ¿quién estaba cantando aquí hace un momento, además de ustedes? –exigió saber de inmediato.

–Nadie –le respondió Paige–, sólo nosotras dos.

–Ahora justo estábamos seleccionando otra canción –esclareció Cristina, señalando al menú en la pantalla–. Nadie más ha querido usar la maquina desde que empezó la fiesta. ¿Por qué?

–Es que... Creí oír a...Olvídenlo.

El peliblanco se dio media vuelta y regresó por donde vino. Tremenda decepción la que se había llevado. Por un momento creyó escuchar la voz de...

–Tengo la fe...
(Mmm...)

Entonces, al volverse siguiendo el melodioso canto, Lincoln se quedó en una pieza.

–¡¿Qué rayos?!

¡Si era ella! No había escuchado mal. Su amada Charlie era quien lo saludaba desde el otro extremo de la piscina, luciendo un encantador traje de baño de una pieza color rosa con motas negras. Y como él estaba feliz de verle. Mismo por lo que no se hizo esperar para correr a su encuentro.

–¡Eh, tú! –le reclamó Jordán desde la estación de tatuajes–. ¡Mis padres dijeron que no corran junto a la piscina!

–Lo siento –se disculpó Lincoln desacelerando su carrera y limitándose sólo a caminar a paso acelerado.

Para cuando llegó al tobogán, Charlie acababa de subir a la cima.

–Hey, Lincoln... –lo llamó desde allá arriba–. Atrápame.

Esperó a que subiera hasta allí con ella para deslizarse por el tobogán. Seguidamente, el peliblanco la imitó en su afán por alcanzarla y... Que extraño... Juraría, poco antes de zambullirse en el agua, esta empezó a brillar tornándose de un verde marino claro.

¡Splash!

Al zambullirse en la piscina, Lincoln tuvo la impresión de que se hundía más de lo que debería, pero pronto tocó fondo. Mas cuando estaba a punto de tomar impulso para salir a la superficie, unas manos, pequeñas y delicadas, lo retuvieron halándolo del tobillo. Era Charlie, quien no parecía esforzarse mucho para contener la respiración bajo el agua. No como Lincoln que pronto se vio necesitado de oxígeno, por lo que le hizo gestos pidiéndole que lo soltara y lo dejara salir un momento a tomar aire.

En lugar de soltarle, Charlie lo trajo hacia ella y lo agarró de la cara con ambas manos. Cuando sus miradas se cruzaron fue que pudo apreciar que sus ojos resplandecían como un par de finas perlas negras y relucientes. Hasta aquel momento, reparó también que llevaba un colgante al cuello con una caracola dorada pendiendo de él.

¿Y qué llegó a escuchar, aun estando bajo el agua, tan fantástico? ¿Estaría soñando, acaso? Tal vez, por que le hacía sentir... Era... Tan mágico.

Yo no sé porque te niegas a creer que soy quien más te ama y yo te haré muy feliz.
Tarde o temprano serás tú mi hombre...

Otra vez ese canto, tan hermoso y reconfortante como para olvidar todas sus penas y pesares, emergiendo de los labios de la chica que tenía frente a si, acompañado con la música que emergía de la caracola de su colgante.

–Yo sé que el cielo me va a escuchar,
lo presiente mi corazón.
Y al escuchar mi canción, yo estoy muy segura, vendrás aquí.

Cuanto más escuchaba, el muchacho pudo resistir menos.

No temas no te haré mal...
Debes dejarte llevar por un mar azul.
Mucho te puedo ofrecer...
No te vas a arrepentir...

Permaneció absorto, escuchando el hermoso canto de la chica, al grado que todo lo demás dejó de importarle.

No temas no te haré mal...
Debes dejarte llevar por un mar azul.
Y algún día tú y yo felices seremos...
Tengo la fe...
(Mmm...)

Ni siquiera la urgencia por salir a tomar aire.

–(Te amo).


Hasta mientras, los chicos de la pandilla acudieron a reunirse con Clyde que se había parado al borde de la piscina y puesto la vista en sus aguas como en busca de algo, o de alguien.

–Oigan... –avisó ansioso a los demás–. Lincoln lleva un buen rato allí abajo.

–Si... –convino Rusty, que también se dedicó a buscarlo–. ¿Estará probando que tanto puede aguantar la respiración?

Idea con la que ni él mismo quedó convencido. Más apoyaron la que Stella arrojó a continuación.

–¿Y si le dio un calambre?

Los chicos se empezaron a preocupar. En ese momento Ronnie Anne regresaba del baño y escuchó que entre todos lo llamaban exasperadamente a que saliese de una vez.

–Lincoln...

–¡Lincoln!... ¿Estás bien?

–¡LINCOLN!...

Pasó otro rato sin que se oyera respuesta, al cabo del cual Clyde se desesperó y se puso a gritar por ayuda.

–¡SALVENLO! ¡SALVENLO QUE SE AHOGA!

Lo que generó una gran conmoción. Los demás niños en la fiesta dejaron lo que sea estuvieran haciendo y se aglomeraron en torno a la piscina a murmurar asustados, entre ellos Ronnie Anne que se abrió paso hasta el frente. También acudieron los Rosato a tratar de averiguar porqué se estaba generando tanto alboroto.

Por fin, Ronnie Anne se animó a quitarse la sudadera, decidida a actuar en lugar de quedarse viendo como los otros. Habiendo quedado en traje de baño tomó impulso... Pero Mollie, quien todo ese tiempo había estado sentada en el trampolín, fue más rápida que ella al erguirse a prisa, maniobrando con cuidado para no resbalar y caer antes, y lanzarse de bomba al agua.

–¡BALA DE CAÑÓN...!


Lincoln cerró los ojos y paró los labios. Lo mismo que Charlie que se acercaba cada vez más. La caracola en su colgante resplandecía como un doblón de oro hallado en el fondo del mar. ¡Por fin estaba pasando! Lo que tanto había ansiado sucediera entre él y su chica, y no se pudo dar culpa de que esta se tuvo que regresar de abrupto a Tennessee.

No obstante, a escasos centímetros de que sus labios se juntaran, alguien más se abrazó a su torso y lo sacó a fuerza del agua.

De vuelta en la superficie, Mollie lo empujó hacia el bordillo de la piscina en donde Stella se inclinó a agarrarlo de las muñecas y sacarlo para fuera de un tirón.

–¡¿Estás bien?! –le preguntó Jordan que se acercó a pasarle una toalla.

–¡A un lado, todos! –ordenó Clyde a los niños que los rodeaban–. ¡Déjenlo respirar!

–Cielos, Lincoln, ¿qué pasó? –inquirió Ronnie Anne preocupada.

Este se volvió hacia Mollie, que acababa de salir de la piscina, y la miró con enojo.

–¡¿Por qué lo hiciste?! –le reclamó, jadeante y ansioso, y con un raro gusto a agua salada en la boca.

Antes que Mollie le replicara que le acababa de salvar la vida, Lincoln la rodeó y corrió hasta el bordillo de la piscina y se puso a buscar en ella y sus alrededores.

–... ¡Charlie! –inquirió volviéndose a los niños que lo rodeaban, al no hallarla por ningún lado–. ¡¿Dónde está Charlie?!

–Charlie, ¿dices? –repitió Clyde extrañado.

–¿Cuál Charlie? –le preguntó el señor Rosato, el padre de Jordan.

–¡Charlie Uggo! –respondió impaciente, señalando a la piscina vacía–. ¡La que estaba aquí hace un momento!

–¿De quién habla? –preguntó discretamente Ronnie Anne a su vez a los chicos de la pandilla.

–De mi ex con la que empezó a salir y luego se tuvo que mudar lejos –le contestó Rusty en susurros–. Por eso lo trajimos aquí en primer lugar, para ver si se animaba un poco y dejaba de lamentarse tanto por eso.

–Oh, esa Charlie –tal respuesta no pareció gustar a la hispana.

–Lincoln, Charlie no está aquí –acabó de señalarle Jordan.

–¿Que no la invitaste? –siguió insistiendo el peliblanco.

–No –negó la anfitriona de la fiesta–. ¿Cómo la iba a invitar, si muy apenas la conocí? Ni siquiera tengo su teléfono o su correo electrónico.

–Además, recuerda que ella ahora vive en otro estado –añadió Clyde–. Dudo que hubiese podido venir por mucho que hubiese querido estar en la fiesta.

–¿Te sientes bien, amigo? –le preguntó entonces Liam–. Estás como agitado.

–Si... –jadeó–. Eso creo...

Pero no se sentía del todo bien. Su cabeza le daba vueltas, el cuerpo le pesaba una enormidad y respirar le costaba un gran esfuerzo... Además que sólo podía pensar en Charlie, lo real que la sintió al tocarlo y lo cerca que estuvieron de besarse, sólo para que al final tal cosa resultase ser un espejismo, una alucinación.

Abatido, tras aquella experiencia tan insólita, se tambaleó hasta una de las sillas plegables. Esperaba sentarse un momento a recobrar el aliento que sentía le estaba faltando, pero no pudo llegar a tiempo y se desmayó a medio camino.

–¡Lincoln! –gritaron Clyde y Ronnie Anne a la vez.

Por suerte, Rusty y Zach corrieron a atraparlo en brazos antes que se fuera contra el suelo.


Un alivio para todos, que Lincoln recobrara el conocimiento a los pocos minutos. Tras lo cual la señora Rosato le dio una pastilla para el mareo, pero de las que causaban sueño. Por tanto no pudo seguir disfrutando lo que quedaba de la fiesta, ni tampoco contaba con ánimos para hacerlo.

Total, que mientras esperaba tendido en el sillón de los Rosato, a que estos llamaran a sus padres para que fueran a recogerle, Ronnie Anne entró a la sala tras haberse vuelto a calzar su sudadera. Allí, aprovechando que estaba solo (y en un estado semiinconsciente, para qué negarlo), miró en derredor asegurándose que nadie más anduviese cerca y pasó a sentarse a su lado en la mesa de centro.

–Linc... –le habló, susurrando pero alzando la voz lo suficiente para que sólo él la pudiese escuchar–. Tengo algo que confesarte... Tal vez este no sea el mejor momento para esto, pero al paso que van las cosas no creo que ninguno lo sea y me es algo difícil...

La hispana respiró hondo y se armó de valor para continuar. Se concentró tanto en lo que iba a decir, que en ese mismo instante no vio a Stella Zhau asomarse por la misma puerta corrediza por la que había entrado.

–Mira, el que yo viniera hoy aquí de sorpresa, en realidad todo esto fue idea de Lori –confesó para empezar–. Ella y Carlota organizaron todo para que nos viéramos hoy, ya las conoces como son; pero olvídate de ellas. La verdad... Es que yo accedí a venir porque... Pues porque me dijeron que ibas a estar sin esa tal Charlie y... Esperaba que tú y yo pudiéramos divertirnos como en los viejos tiempos... Pero luego empezaste sólo a hablar de ella y... Se acabó... Y es porque... Te he echado mucho de menos... Más desde que supe que tenías novia... Es decir... Creo que es genial que seamos amigos, pero... Tal vez... Podríamos ser... Algo más... Me...

Stella escuchó atenta, procurando permanecer oculta al otro lado de la pared. En parte se sentía culpable por espiar lo que debía ser un momento intimo entre esos dos, en mayor medida no podía con la emoción de escuchar a Ronnie Anne sincerarse. Apenas la conocía, pero sabía que ella y Lincoln tenían su historia.

Al asomarse nuevamente, por el rabillo del ojo la vio inclinarse hacia él... Lo bastante cerca para besarlo en la mejilla, si así lo deseaba.

–Me g... Me gu... –intentó articular, pero su garganta y estómago estaban hechos un nudo, fuera por el exceso de picante de su sandwich, los nervios que le generaba hablar con la verdad o ambas cosas–. Me gus...

≪Vamos, tú puedes –la apoyó Stella en mente–. ¡Dilo!≫.

–¡Me gus...T...! ¡No puedo! –suspiró resignada–. No me atrevo, lo siento, Linc.

De pronto este empezó a balbucear en sueños.

–... Charlie... Charlie... Oh, Charlie...

Ante esto, su amiga la hispana se puso en pie de un salto, chasqueó la lengua y soltó una patada al suelo.

–¡Nha, olvídalo! –gruñó–. Eres un tonto.

Y salió otra vez a la alberca, refunfuñando por lo bajo y con la sola intención de llamar a su hermano para pedirle que pasara a recogerla de una vez. A su salida siguió sin advertir la presencia de Stella, quien volvió a asomarse a la sala para observar al peliblanco, quien durante otro rato breve siguió hablando dormido.

–... Charlie... Charlie... –era lo unico que decía.

–Ay, amigo –la filipina negó con la cabeza desilusionada–. Date cuenta.

Para cuando esta otra se hubo retirado, Lincoln volvió a despertar... Al sentir un destello en la cara, seguido al roce de una mano posándose en su mejilla.

Quiero que sepas que bien estarás.
Quisiera poder quedarme a tu lado.
Me gustaría tanto verte feliz...

Nuevamente abrió los ojos, con lo que poco a poco la cara de Charlie se esclareció ante si.

Y disfrutar, bajo el sol,
tu compañía sin condición...

Ahí estaba, otra vez, con la resplandeciente caracola dorada pendiendo de su cuello. Misma de la que emergía la música con la que acompañaba su canto.

Yo volveré, ya lo verás.
Por ti vendré...

–Lincoln, ya llegaron por ti.

En el escaso lapso que le quitó la vista de encima, sólo un instante al oír el llamado de los padres de Jordan, la chica desapareció.

Pero al erguirse y mirar para afuera, notó que el agua de la piscina había vuelto a emitir aquel brillo verde marino, y en esta vio que terminaba de sumergirse un afro de rizos marrón oscuro.

Mucho antes que los adultos llegaran a reunirse con él en la sala, el muchacho de blancos cabellos salió presuroso a la alberca, sólo para decepcionarse una vez más. En la mesa de bocadillos, Ronnie Anne picaba de los embutidos y quesos a grandes bocados, murmurando y refunfuñando entre dientes; junto a la tarima del karaoke, Clyde y los chicos de la pandilla secreteaban preocupados entre si; y el agua de la piscina había vuelto a tornarse transparente, de modo que comprobó no había nadie sumergido en ella.

Continuará...