Capítulo 1. Pensión En: Hospedaje para señoritas.

Tomar la decisión de irte a vivir a otra ciudad es algo más difícil de lo que puede parecer, pones en consideración cosas como tu hogar, tu familia, las amistades que se quedan lejos, en tu ciudad natal. Pero para mí la decisión de dejar todo esto para ir a estudiar en Tokio fue algo sencillo. Es algo con lo que he soñado desde que empecé mis años de estudiante, y con ese objetivo en mente he trabajado incansablemente. He sido la estudiante estrella y la hija perfecta. Nunca rompo las reglas y soy perfectamente educada. Todo para lograr estudiar en la universidad de mi elección, en Tokio, la ciudad que desde niña me ha deslumbrado como si se tratase de una tierra encantada. Hoy por fin, estoy aquí, a un fin de semana de comenzar mis estudios en una prestigiosa universidad para realizar una licenciatura en negocios.

La pensión En, frente a la que me encuentro luce un poco solitaria. Su construcción es antigua, aunque mi madre me juró que había sido remodelada recientemente (y la página de internet lo confirmaba). Fue la única condición que mi madre puso para poderme mudar: Que viviera todo el primer año en la pensión que fungía como alojamiento para universitarias. Ella insistió en este punto vehementemente, por tres razones: Seguridad, Comodidad y Amistad. La primera por tratarse de una residencia que solamente ofrecía hospedaje a chicas, la segunda porque ofrecía la posibilidad de que yo fuera "cuidada" durante mi estadía en la ciudad de mis sueños argumentando que "tener 18 años solamente es muy pronto para la vida independiente"; y la tercera, era porque de este modo podría favorecer a una vieja amistad de sus propios años de estudiante, ya que su mejor amiga era quien dirigía la pensión.

La residencia tiene un letrero junto a la puerta principal "Pensión En. Residencia para Señoritas" y entre las comodidades que promociona están, aguas termales, habitaciones individuales, instalaciones aseadas, comidas calientes y seguridad las 24 horas.

Arrastré mi equipaje para que quedara dentro de los terrenos de la pensión y me dirigí hacia la puerta principal. Toque el timbre de la entrada, pero nadie atendió. Me atreví a tirar de la puerta, que era estilo shoji, para poder entrar. Al hacerlo, la puerta movió una ligera campana de viento que me tomó desprevenida.

- Buenas tardes – Grite desde el genkan. Pude observar en la zapatera solamente tres pares de zapatillas.

- ¡Un momento! – gritó alguien a lo lejos, aunque no lo podía observar desde donde estaba.

Mire a mi alrededor, parecía ser una pensión en un estilo japonés tradicional, con pisos de madera y tatami. Podía escuchar una fuente a lo lejos y algunos pajarillos cantando. Era un lugar excepcionalmente tranquilo, donde probablemente podría vivir cómodamente durante todos mis estudios, pero, (claramente) no es mi intención. Solamente estaba ahí para complacer a mi madre, solamente permanecería allí un año.

- Disculpa la tardanza, solo un segundo más – dijo una voz que en esta ocasión pude reconocer como masculina.

No me di cuenta de cuando llego aquel muchacho, de cabello y ojos castaños que estaba parado en la puerta principal, descalzo y sin camiseta, usando solamente unos jeans que le quedan un tanto ajustados en los lugares correctos. Por suerte, el muchacho estaba mirando hacia atrás y no reparo en la mirada que debí haberle lanzado, pues incluso yo sentí como me había ruborizado al verlo así. Guardé la compostura como pude, colocando la expresión más gélida de la que era capaz en esa situación.

Me miró brevemente, y luego procedió a tomar una playera blanca de manga corta que sacó de algún rincón que no pude ver, se la puso dándome la espalda. En un movimiento que me dejó ver que los músculos de su espalda y brazos estaban bien trabajados. Tenía una espalda ancha, musculosa sin caer en la exageración, los hombros y brazos tonificados. Y la tela de la camiseta cubrió su torso y se volvió para mirarme. Llevaba unos audífonos naranjas inalámbricos colocados detrás de las orejas, un collar de 3 garras colgado al cuello, y una sonrisa encantadoramente irresistible en los labios.

- Buenas tardes. ¿En qué puedo servirle? – Dijo, manteniendo la sonrisa.

Me di cuenta de que por un momento me había quedado con la boca abierta. Horrorizada por mi propia imprudencia, endurecí el gesto, apretando mis labios juntos y volviendo a mi cara de dama de hielo que he practicado durante muchos años.

- Estoy buscando a Asakura Keiko, la dueña de la pensión.

- Por el momento no se encuentra, gusta que le deje algún recado – El joven tomó un cuadernito y un lápiz que estaban sobre la zapatera, al alcance de la mano.

- Bueno… - Comencé, dudando ligeramente. Se suponía que la Señora Asakura estaría esperándome, pero yo había tomado un tren más temprano. Eran apenas las 4:30 de esa tarde de primavera, y mi madre había confirmado con su amiga que yo llegaría a las 6:00 en punto. Podía entender que el joven que me estaba atendiendo no supiera quien era yo ni el motivo de mi intromisión en la pensión – Se supone que me estaría esperando.

- ¡Ah! Eres una huésped – Dijo el muchacho con cara un poco inocentona – En ese caso – Realizó una pequeña reverencia con ambas manos hacia el frente - ¡Bienvenida a la Pensión En! ¡Esperamos que tu estadía sea agradable, confortable y divertida! ¡Por favor siéntete como en casa! – Levanto la mirada, y sus ojos castaños brillaron, robándome el aliento por un instante - Asakura Keiko no se encuentra en este momento. Yo soy su hijo, Asakura Yoh. Encantado de conocerte.

- Igualmente – contesté y correspondí a la reverencia de forma atenta – Mi nombre es Kyoyama Anna.

- Kyoyama-san – Murmuró el muchacho mirándome con fijeza – Supongo que ya tenía hecha la reservación, ¿No es así?

- Sí, es correcto.

El muchacho tomó una agenda que estaba forrada en imitación piel color vino. Paso las páginas de la agenda, tratando de encontrar el dato de mi reservación. Esperé pacientemente, hasta que noté que me miraba nuevamente.

- ¿Sucede algo?

- Disculpa, ¿sabes qué día es hoy? – Me dijo tímidamente, mientras se llevaba una mano a la nuca. En ese momento decidí que era un poco idiota.

- ¿De verdad tengo que decirte que fecha es? – lo miré enarcando una ceja y endureciendo el gesto lo más que podía.

Su mirada y postura seguían siendo calmadas. No se notaba ni un poco apenado por haberme hecho esa pregunta, cuando él estaba como encargado por el momento y más aún, siendo el hijo de la dueña debería de conocer el negocio y los planes para el día. Volvió a hojear la agenda y en esta ocasión pudo encontrar mi nombre fácilmente.

- Siento la confusión, pero en muchas ocasiones hay huéspedes que llegan unos días antes o algunos días después, y por eso es mejor preguntar. En tu caso, es el día correcto, aunque, aquí esta apuntado que llegarías a las 6:00… No te preocupes, ahora esté será tu hogar por algunos meses, así que es un mero detalle.

Se calzó unas sandalias que estaban en la zapatera, parándose junto a mí me preguntó por mi equipaje, el cual señalé con el dedo. Este tipo había conseguido irritarme con su comentario sobre la puntualidad. Lo observé como salía al jardín y tomaba las dos grandes valijas que había dejado en la entrada cargándolas sin ningún problema. Deduje que los músculos que yacían debajo de la camiseta no estaban ahí solo por vanidad, en verdad me pareció que era fuerte. Yo misma había tenido que pasar por cierto trabajo para poder arrastrar las maletas hasta la puerta una vez que el taxista las había dejado al lado del camino.

Volvió a entrar al genkan, teniendo cuidado con las maletas en el proceso. Se descalzó ágilmente y entrando al recibidor me dijo cálidamente:

- Por favor, sígame Kyoyama-san. Le mostraré cuál es su habitación.

Acto seguido, el muchacho caminó ágilmente y entró en la pensión. Como no pude encontrar algunas zapatillas para interior que pudiera tomar prestadas, también me descalcé y le seguí a prisa para poder alcanzarlo. Por dentro la pensión lucía un estilo tradicional con grandes espacios era limpia, aunque ya tendría más tiempo para explorarla después. Seguí al muchacho que por alguna razón hablaba alegremente sobre Keiko-san, quien había salido para acompañar a algunas chicas a realizar compras, y que las habitaciones habían sido renovadas hacia 5 meses, y algunas otras cosas que no podía entender pues el muy idiota creía que iba justo a sus espaldas.

Llegamos al segundo piso y dobló hacia la izquierda, en mi mente, tracé un mapa para poder ubicar mi habitación rápidamente. Detesto sentirme perdida o requerir de demasiada ayuda. Era la tercer puerta, la abrió y depositó en el centro de la alcoba las dos maletas.

- Voy por la maleta que me falto – Me dijo perezosamente mientras se estiraba, y salió rápidamente de mi nuevo cuarto.

Era una habitación amplia y rectangular, cuyas paredes blancas aún se veían como nuevas. Había una cama en el fondo, junto a una ventana y una puerta que se deslizaba y daba paso a un balcón comunitario (una especie de pasillo que conectaba por fuera todas las habitaciones. También contaba con un armario, una cajonera, una pequeña mesita de noche, un escritorio y varias repisas que servirían fácilmente como un librero. El piso de madera de bambú era suave y combinaba. En realidad, la habitación y la pensión eran muy lindos.

- La cama es lo estándar para todas las habitaciones, pero, si prefieres un futón, lo podemos cambiar en un santiamén – La voz de Yoh (¿así me dijo que se llamaba?) sonó detrás de mí.

Para mi sorpresa, no era Yoh quien estaba en el umbral de la puerta, a menos que le creciera el cabello muy rápidamente. Enarque una ceja y observé detenidamente al individuo. Era delgado y alto, tenía exactamente la misma cara y ojos que Yoh, con la excepción de que el cabello le llegaba a la cadera y lo llevaba suelto. Por ropa, utilizaba exactamente el mismo atuendo que Yoh. Me sentí un poco desorientada, era extraño encontrarse con gemelos idénticos en general, pero mi madre jamás mencionó siquiera que su mejor amiga, Keiko, tuviera un par en casa. Cuando por fin salí de mi estupor recordé que no me había presentado con aquel muchacho.

- Buenas tardes, mi nombre es Kyoyama Anna. Gusto en conocerle – le dije en el tono más formal que pude.

- Buenas tardes – correspondió el saludo sin hacer ningún tipo de reverencia. En ese momento me di cuenta de que él era diferente a Yoh – Espero te guste la pensión – Entro en la habitación y se paró junto a mí. Definitivamente era más alto que yo.

- Hao, no la molestes, acaba de llegar – Dijo Yoh cargando mi maleta deportiva en un brazo y en el otro un juego de toallas limpias.

- No he hecho nada para molestarla – Declaró el hermano.

- Pues a mí me parece que se ve molesta.

- En realidad no sé ni quién eres, ni siquiera me dijiste tu nombre y entraste en mi habitación – Le dije molesta.

El gemelo de cabello largo (¿Acaso había escuchado que se llamaba Hao?) puso los ojos en blanco y se inclinó en una reverencia que había ensayado.

- ¡Bienvenida! ¡Esperamos que tú estadía en la Pensión En sea agradable, confortable y divertida! Mi nombres es Asakura Hao, soy el hijo de la dueña de la pensión Asakura Keiko, y el hermano mayor de Yoh – Dirigió una ojeada veloz y descarada a su hermano que mantenía los brazos cruzados. – Por 10 minutos – Agregó sonriendo espléndidamente, aunque, su sonrisa no era nada comparada con la que Yoh me había dirigido unos momentos antes.

- Ponte cómoda y te puedes instalar, Okasa no tardará mucho en volver, y te recibirá apropiadamente – dijo Yoh.

- Me gustaría conocer la pensión – respondí.

- Claro, la podrás conocer en unos momentos. Me temo que Keiko expresó su claro deseo de mostrarse las instalaciones ella misma – intervino Hao.

- Espero que no te moleste – puntualizó Yoh.

Asentí con la cabeza sin mencionar nada más, no podía molestarme por algo como eso, cuando yo había llegado temprano. Ambos gemelos salieron de la habitación, aunque pude notar como Yoh se quedó tonteando fuera de la puerta de la alcoba, como buscando un pretexto para poder volver a entrar.

Cuando por fin me sentí sola, comencé a desempacar. Iba a pasar 12 meses en esa pensión, lo mejor sería tomarles la palabra a esos dos cabezas huecas y ponerme cómoda. Había logrado acomodar toda mi ropa interior en una gaveta de la cajonera cuando sentí una presencia en la puerta…