En el que tanto Hylla como Ezra consiguen exactamente lo que quieren.


Aviso: Contenido NSFW en la primera parte del capítulo.


Ezra no había perdido el tiempo en lo absoluto, había abierto las piernas de su esposa en el preciso momento en el que ella le había otorgado aquella respuesta tan clara. Sabía a la perfección que esto era un intercambio, que era una especie de chantaje, un contrato no escrito en el que él acepta invitar a esos desagradables vikingos a cambio de que ella se entregara a él, sabía que no era verdadero deseo, pero, Dios bendito, no podía contener en lo absoluto la emoción de que su esposa permitiera que sus manos la desvistieran y abrieran por completo sus piernas. Tiembla por la emoción, tiembla al verla nuevamente completamente desnuda. Cada cicatriz, cada quemadura, cada marca, cada peca... todo es demasiado hermoso.

Su mano derecha comienza acariciando el interior de su muslo, pasa su fría palma hacia arriba, tan solo permitiéndose que su pulgar acaricie la intimidad de su esposa, sacándole gemidos, provocando que ella intentara cerrar de golpe las piernas pero siendo detenida de inmediato por la mano libre del rey.

–Compórtate –ordena, continuando finalmente con el viaje que él mismo había interrumpido, aplicando algo de frío para lograr que ella se retorciera y su respiración se acelerara. Su mano pasa por el espacio entre sus pechos, sus dedos son los suficientemente largos como para que, al estirarlos por completo, puedan rozar sus puntos más sensibles.

Hylla araña la mesa mientras voltea la cara y cierra los ojos con fuerza, no es capaz de seguir mirándolo, está absolutamente segura de que se volverá loca de lujuria como siga mirándolo fijamente. El cabello blanco le cae desordenadamente sobre el rostro, su sonrisa ladina es mucho más maquiavélica que nunca, sus ojos brillan con emoción y picardía. Se le va por completo el aire cada vez que lo observa, incluso si es solo de reojo, incluso si es solo por unos cortísimos segundos, su imagen, no le sorprende en lo absoluto descubrirlo, es tan adictiva y mortífera como sus besos.

Ezra tantea por apenas unos cortos segundos, la emoción y la lujuria le ha consumido la cabeza hasta tal punto que ni siquiera tiene ni la más remota idea de cómo debería de continuar. Cada parte es perfecta, cada parte es una maravilla nueva, cada zona lo vuelve loco y lo embelesa como el canto de una sirena, no sabe qué quiere tocar o besar primero, no sabe qué es lo que debería de acariciar como primera prueba. Como un niño pequeño en una enorme dulcería que ni siquiera es capaz de elegir que comerá primero.

Con el corazón completamente enloquecido, decide que lo primero que quiere es dejarle en claro qué tanto la venera. Como la mesa es demasiado alta, crea un simple taburete de hielo para poder ponerse de rodillas ante ella y hundir su rostro entre las piernas de su esposa. Hylla deja escapar un estridente gemido en cuanto la lengua de su marido se pasea de arriba abajo sobre su intimidad, centrándose en la zona más sensible de su sexo. Hylla rápidamente tira de los mechones de su marido, se retuerce y aprieta de tal forma sus piernas que Ezra tiene que sujetar con fuerza las pecosas piernas de su mujer para evitar que presione demasiado. La oficina del rey se llena de los agudos y estridentes gemidos de la reina de Arendelle.

Ezra hace un leve movimiento de mano que congela el candado de la puerta de su oficina al recordar qué era lo que lo había privado de toda esta gloria la última vez que pudo estar bien posicionado entre las piernas de su amada. Mientras su lengua sigue jugueteando con la intimidad de Hylla, el rey decide mover una de sus manos para adentrar dos dedos dentro de ella. Es en ese preciso momento que Hylla curva con tanta brusquedad su espalda que termina volcando el frasco de tinta, ensuciando por el proceso levemente algunas de las hojas de las candidatas que todavía no había sido revisadas.

Hylla se levanta bruscamente, empujando por el camino a Ezra.

–Mierda –masculla, levantando el tarro, ignorando la indignación de su marido por haber sido detenido de forma tan brusca, pero al comprender que pasaba, Ezra se levanta relamiéndose los labios y mirando fijamente a su esposa.

Sus manos la toman de la cintura y la apegan bruscamente contra su cuerpo.

–Este no es el sitio adecuado para que nos divirtamos, ¿no lo crees así? –pregunta, sujetando ahora sus piernas con tanta fuerza que estaba arañándola levemente. Antes de que Hylla pudiera contestarle nada, Ezra alza con bastante facilidad el cuerpo de su mujer, quien rápidamente se aferra a su cuello para no caerse–. Espero que el suelo no te moleste, querida –empieza a decir mientras da unos pasos para el vacío centro de la oficina, aquella parte que todo lo que tenía era una suave alfombra cubriendo la negra madera–, pero te mentiría si te dijera que puedo aguantarme hasta llegar a nuestra recamara –con delicadeza, va bajando hasta dejarla sobre la mullida decoración–, y creo que estamos de acuerdo con que ninguno de los dos quiere que te folle en los pasillos del palacio.

Hylla hace una mueca e intenta darle un manotazo en la cabeza, pero él sujeta rápidamente su muñeca para apretarla contra el suelo. Con su mano libre vuelve a abrir sus piernas y se coloca entre ellas.

–Te he dicho –empieza, inclinándose sobre ella, removiendo sus caderas contra su intimidad aún sensible por toda la atención que le había brindado–, que te comportes.

Ella aprieta los labios con fuerza. –Entonces compórtate tú también, ¿es lo justo no crees?

Ezra se permite una sonrisilla juguetona. –Puede que tengas razón querida –dice, finalmente soltándola, llevando ahora sus manos a su propia ropa, desabotonando lentamente su chaleco, mostrando la camisa negra que había debajo–, seré bueno pues, ¿así me dejaras quitarme la ropa en esta ocasión?

Aún con la respiración algo alterada, la reina de Arendelle se limita a apretar con fuerza los labios y asentir lentamente ante la pregunta de su marido. Le responde con una enorme sonrisa, sus manos se mueven con tanta rapidez que antes de que se pueda dar cuenta todas sus prendas que cubrían su torso están mal tiradas en el suelo, arrugándose de esa manera en la que el rey jamás permitía que su ropa se arrugase. Sus largos y pálidos dedos ahora mismo desatan las delgadas y anchas telas que mantienen sus pantalones en su sitio.

Baja la prenda, no por completo, sino lo suficiente para liberar su miembro. A Hylla le hubiera encantado tener la posibilidad de burlarse de ello, de poder bajar su moral porque realmente necesitaba algo para no terminar quedando honestamente a su completa merced, pero no, por supuesto que no. El perfectamente atractivo tirano de las nieves, con voz hipnotizante, rostro divino y amplio conocimiento con respecto al placer, coronaba todas esas malditas virtudes con un largo falo que él ya estaba presionando contra su entrada. No tenía ni la remota idea de si aquel era un tamaño considerable, no tenía ni la remota idea de sí tenía que preocuparse de que le doliera demasiado, solo sabía su corazón se aceleraba de tal manera que el pecho empezaba a dolerle un poco.

Así no era como se había imaginado su primera vez, ni siquiera cuando había aceptado que tarde o temprano tendría que oficiar su matrimonio con Ezra, así no había sido como se había imaginado su primera vez. Se había imaginado algo un poco más romántico, algo más tierno, algo más digno que estar tendida en el suelo completamente desnuda solo para conseguir que sus amigos y, sobre todo, Gobber pudieran venir al dichoso baile para saber que era aquello por lo que su antiguo mentor tenía que venir.

Tal vez es porque nota que está terriblemente nerviosa, pero por un momento toda la pasión y lujuria de Ezra se hace a un lado, sus manos acarician su cuerpo, ahora con una ternura que hace que su corazón se retuerza por algo que no quiere llamar alegría o cariño, pero que lamentablemente para su orgullo lo es. Procurando no presionar más su intimidad, Ezra se inclina sobre ella, apoyándose en su mano libre, acercándose a su rostro.

–¿Estás segura de que quieres continuar, Hylla? –le pregunta con calma, sin ningún tono juguetón ni coqueto, solamente con preocupación y verdadero interés en su bienestar–. Ya he escrito sus nombres en la lista de invitados, si me rechazas ahora no los pienso borrar.

Está siendo honesto, lo puede notar en su mirada y en su tono de voz, está siendo honesto, completamente. Pero Hylla quiere creer que es una prueba, Hylla necesita creer que no es cierto, que si ahora mismo le dice que se detenga todo su plan se irá al demonio y que habrá permitido todo lo anterior por absolutamente nada. Necesita creer todo eso porque si no lo hace, no tendría forma de explicar por qué acepta.

Rodea su cuello con sus brazos, tira de él para que la bese, Ezra decide tomar eso como un sí a su pregunta. Con un brazo alza un poco el cuerpo de Hylla, su otra mano clava los dedos en su cintura y son sus caderas las que dirigen su miembro a la intimidad de su mujer.

Hylla corta abruptamente el beso para maldecir, intenta cerrar las piernas pero Ezra las mantiene abiertas. El rey se detiene por completo, se acomoda para apoyarse en el suelo con los antebrazos y juntar su frente con la de ella. Le vuelve a preguntar lo mismo, le deja elegir a ella si continúan o si se visten y fingen que esto no ha ocurrido. Hylla se remueve debajo de él, no solo por el dolor, sino porque su corazón se está alterando demasiado por lo cariñoso que está siendo con ella, por todo el cuidado que está teniendo al desvirgarla.

Se abraza con fuerza a su espalda y le insiste en que continúe. Su falo se va enterrando cada vez más y todo lo que puede hacer es gemir, arañarle la espalda y apretar los dientes con toda su fuerza.

–Shh, tranquila, tranquila –le susurra dulcemente contra el oído, sin detener en ningún momento su avance–, queda poco, querida, ya está casi todo dentro, amor.

Quiere maldecirlo, pero cada vez que separa los labios todo lo que salen son gemidos. Quiere alejarlo de ella, aunque sea un poco, aunque no tenga claro si quiere quitarlo de encima de ella o tan solo necesita algo de espacio para sí misma, la cuestión es que lo empuja, a lo que Ezra responde besando su rostro con delicadeza.

–Cariño, si quieres que me detenga...

–¿Cuántas veces tengo que decirte que continúes?

–Me estás empujando, amor –le dice con obviedad, pero su tacto sigue siendo cariñoso y cuidadoso. No la está juzgando, no la está presionando en lo absoluto, está intentando por todos los medios posible de que se sienta cómoda y segura y Hylla no está del todo segura cómo es que se siente con respecto a eso–. Ya te lo he dicho, si me dices que me detenga, no pienso borrar...

Lo interrumpe ya estresada. –Y ya te he dicho yo que no quiero que te detengas.

Pero Ezra se levanta de momento a otro, se aleja del cuerpo de su esposa, tan solo manteniendo la unión de sus intimidades, quedando de rodillas en el suelo, con las piernas de su esposa rodeándole el torso, con sus manos reposando perezosamente sobre sus muslos, mirándola seriamente. Hylla se siente incómoda bajo su fija mirada, llega a creer que su esposo es capaz de leerle la mente, que es capaz de descubrir todo lo que le estaba ocultando: el plan para acabar el matrimonio, el aviso de Gobber, las cartas de Aster, absolutamente todo lo que ha estado ocultando.

–No quieres que me detenga –repite, ladeando un poco la cabeza a la izquierda, Hylla aprieta con algo de rabia los labios antes de asentir con toda la firmeza posible–. Entonces, querida, si ya has conseguido lo que quieres, si sabes que esos molestos amigos tuyos podrán venir incluso si nos detenemos en este preciso momento... la única razón por la que insistes en que continúe... es porque así lo deseas.

No.

–Sí –suspira.

Gimotea patéticamente cuando Ezra sale de su interior. –Ponte de rodillas –le ordena firmemente mientras se levanta, Hylla tan solo logra sentarse, con el ceño fruncido por la confusión y las mejillas ardiéndole por completo porque ni tan siquiera puede decirse claramente a sí misma cuál de las dos respuestas había sido la auténtica.

Lo duda inmensamente, pero al final se coloca tal y cómo él le indicó. Hace una mueca nerviosa cuando Ezra se acerca sin molestarse en cubrir su miembro, solo coloca una de sus manos sobre su cabeza, acariciando lentamente su cabello, provocando que miles de escalofríos recorran todo su cuerpo. La mano se deslizando hacia abajo, colocándose debajo de su mentón, alzando su rostro. Ezra usa su pulgar para separar los labios de Hylla.

Las mejillas de la vikinga se incendian cuando ve a su esposo tomando con su otra mano la base de su miembro y acercándolo a su boca abierta.

Ezra arrastra su pulgar de lado a lado sobre el labio de Hylla. –No tenía planeado que hiciéramos esto, querida –le dice con calma, ignorando lo confundida y levemente espantada que se ve cuando finalmente decide dejar la punta de su miembro sobre el labio inferior de su esposa–, pero, honestamente, no se me ocurre mejor manera de lubricarte correctamente para que no te duela tanto.

El gemido de Hylla se queda enmudecido por el miembro de su marido. Araña con fuerza la alfombra porque es demasiado, porque ni siquiera tenía la más remota idea de que durante el sexo se hiciera algo como esto, porque no se esperaba en lo absoluto disfrutar algo como esto. Las caderas de Ezra se mueven lentamente de atrás hacia adelante, los suspiros y gruñidos del rey son los que ahora se escuchan por toda la oficina, Hylla ha subido sus manos hacia las piernas de su marido para mantenerse en equilibrio con su ayuda, tira de sus pantalones negros y hace su mayor esfuerzo para no ahogarse ni con su propia saliva ni con el falo de su esposo.

Una de las manos de Ezra acaricia su cabello nuevamente mientras él gruñe. –Eso es, buena chica, lo haces muy bien.

Es solo cuando le dice eso que se da cuenta que, dejándose llevar por completo por toda la lujuria que le nublaba la mente, había empezado a moverse levemente siguiendo el ritmo de Ezra.

El rey toma la quijada de su esposa para finalmente salir de su boca, un hilillo de saliva se queda pegado al rostro de la reina, iniciando en sus labios y concluyendo en su mentón.

–Recuéstate otra vez, amor –le ordena mientras él vuelve a arrodillarse sobre la alfombra, Hylla sigue sus órdenes, tumbándose nuevamente bocarriba sobre la alfombra. Ezra es un tanto más rápido e impaciente ahora, agarra con fuerza sus caderas y tira de ellas hasta su miembro.

Se adentra nuevamente, arrancándole estridentes gemidos a Hylla, esta vez de puro placer. Antes había dolido más, antes su entrada le irritaba, pero ahora podría avanzar con mucha más facilidad. Suelta un gemido particularmente largo y agudo cuando Ezra finalmente puede entrar por completo.

Se había dicho a sí misma que no debería de hacerlo, pero terminó mirándolo fijamente.

El cuerpo entero lo tenía cubierto de una leve capa de sudor, los mechones blancos, ahora hechos un completo e irremediable desastre, se le pegan levemente al rostro, se le marcaban las venas de los brazos y el cuello, sus mejillas estaban completamente rojas y sus dientes estaban fuertemente apretados.

–Dios... –lo escucha mascullar con una voz grave–, eres tan hermosa –gruñe, empezando a moverse, volviendo a mirarla fijamente–, eres tan asombrosa –suelta sus caderas para recostarse levemente sobre ella sin aplastarla, rodeando su cintura con ambos brazos–, eres perfecta, Hylla –masculla contra su oído, con la voz entrecortada mientras sus estocadas aceleran y aceleran sin control alguno.

La vikinga solo puede volver abrazarse a él, arañando exageradamente su espalda, siendo incapaz de contener en lo más mínimo sus gemidos, moviendo torpemente sus caderas al ritmo de las de su marido. Gime su nombre tan fuerte como puede, lo repite una y mil veces, dándole la mejor serenata de la historia a su esposo, logrando que ignore por completo el ardor de su espalda rasguñada. En algún punto Ezra atrapa los labios de Hylla para besarla desesperadamente mientras sus penetraciones se vuelven más duras y rápidas, la reina tiembla de pieza a cabeza cada vez que lo siente nuevamente por completo dentro de ella, tiene que apartarse de sus besos varias veces porque es incapaz de respirar correctamente.

Se había preparado para fingir que todo aquello lo estaba haciendo con Aster, para sobrellevar todo lo que llegase a ocurrir. Pero no había hecho falta, no había hecho falta cerrar con fuerza los ojos e imaginarse a otro hombre, Ezra no le permitía pensar en nadie más, no le permitía ni recordar ningún otro nombre que no fuera aquel que estaba gimiendo estridentemente. Ezra era territorial, era egoísta, era incapaz de permitir que si quiera recordara su propio nombre mientras la desvirgaba. Se había dicho a sí misma que no sería capaz de disfrutar en lo absoluto cuando terminara acostándose con ese hombre, pero ya había perdido la cuenta de todas las veces que había llegado al clímax.

Se había dicho que sería lo suficientemente consciente y responsable como para tener en todo el momento el control, pero terminó dejando que él hiciera lo que quisiera con ella. Dejó que la moviera de una posición a otra, que tocará todo lo que quisiera, que mordiera, besara, acariciara y lamiera todo lo que llegara a querer.

La lujuria y el placer nublaron de tal manera su mente que no pudo hacer otra cosa que gozarlo cuando sintió como él se corría aún dentro de ella.

Ya no sabía ni que había dejado que Ezra hiciera con ella, ni siquiera se molestó en preguntar cómo diantres había quedado tumbada bocabajo sobre la alfombra, mordiendo un cojín frío pero tremendamente cómodo que, en algún momento, Ezra había hecho para que ella dejara de rasguñar la alfombra y morderse su propio labio.

Vuelve a soltar ese penoso gimoteo cuando él sale por última vez de ella, se permite a sí misma retorcerse gustosa cuando siente los besos de Ezra subiendo desde la mitad de su espalda hasta su cuello.

–Eres maravillosa, Hylla, eres la mujer más magnifica de toda la historia –le susurra contra el oído dulcemente, obligándola a apretujar el rostro contra la almohada para que no notara la estúpida sonrisa que se le forma por inercia. Se quedan un momento en completo silencio, hasta que Ezra finalmente lo suelta–. Te amo tanto, querida.


Había sido tan horriblemente idiota, ¿cómo se le había ocurrido haber sido tan estúpido? No solía permitir que cosas así le ocurrieran, pero desde que Hylla está en su vida no ha dejado de cometer idiotez tras idiotez, ¿por qué no podía controlarse en lo más mínimo cuando se trataba de ella? ¿por qué no podía actuar con normalidad? Todo lo que hacía era dejarse en el mayor de los ridículos solo por escuchar a su tonto corazón rogando por muestras de cariño. Se había repetido en todo momento que aquello no era realmente lo que Hylla quería, ella no quería estar con él de esa manera, ella no quería que la abrazara, que la besara, que la tocara, mucho menos que la desvirgara, todo lo que quería conseguir Hylla era convencerlo para que sus amigos asistieran al baile que organizaba para conocer a sus potenciales damas de la cohorte, todo lo que quería es que ese maldito vikingo rubio tuviera un motivo para estar nuevamente en su palacio. Porque lo quería a él, a ese maldito pagano barbárico, y Ezra podría tener el anillo de casado, podría dormir a su lado cada noche, podría incluso tocarla... pero jamás tendría realmente su corazón.

Es patético, terriblemente patético, una burla para cualquiera que lo viera... no puede evitar pensar que si ese maldito inútil con más cabello que cerebro lo viera estaría riéndose de él. Quiere convencerse de que al menos puede disfrutar el hecho de haber sido el primero en meterse entre las piernas de Hylla, pero la verdad era que, a pesar de todas las veces en las que sí había sido capaz de hacerlo así, no podía disfrutar en lo absoluto haber tenido solo cuerpo pero no su corazón.

Estaba horriblemente deprimido de momento a otro, se había dicho a sí mismo el día de su boda que cuando finalmente rompiera lo suficiente a Hylla como para conseguir que dejara su orgullo y la dejara tenerla sería el hombre más afortunado del mundo. Se había dicho que el logro de haber destrozado a una vikinga le parecería extremadamente divertido y satisfactorio, se había dicho que haberla reducido a eso sería una experiencia única. Pero al final había sido Hylla quien lo había destrozado por completo, había sido ella quien había alterado cada pieza de él hasta que finalmente no quedaba nada de lo que era antiguamente.

Ella lo había cambiado por completo, ella había alterado cada parte que pensaba incorregible de sí mismo. Ezra era una persona completamente diferente a la que era antes de conocerla, lo habían destrozado por completo mientras que él no había sido capaz ni de moverla de su sitio. Ezra se había enamorado y eso lo empujaba a cambiar y volverse digno de ella, Hylla seguía justo como cuando llegó, tan terca, tan firme, tan centrada y tan segura de que era lo que quería. Ninguno de los besos que habían tenido había sido realmente auténtico, ninguna de las caricias había sido hecha con verdadero cariño, lo que habían hecho hace tan solo unas pocas horas no había sido genuino en lo absoluto.

Hylla no lo amaba, y mientras más tiempo pasaba más se convencía Ezra de que Hylla jamás sería capaz de amarlo.

Y eso lo estaba matando por dentro, lo estaba destrozando por completo, reduciendo a escombros y a una versión terriblemente más patética de sí mismo solo porque no podía conseguir que su propia esposa pudiera dedicarle una sola sonrisa honesta y cariñosa.

Derrotado, se recarga sobre las cálidas escamas de Vesta, consiguiendo algo de apoyo pues la dragona suelta un leve bufido preocupado que, como tantas veces, hace que el rey de Arendelle se quede maravillado por la manera en la que aquella magnifica criatura parecía comprender con tanta facilidad la manera en la que sentía. Aquella hermosa y gigantesca bestia le había mostrado muchísima más comprensión y empatía que cualquier otro ser humano jamás en toda su vida.

Acaricia con pereza las escamas de Vesta, antes de que ella decidiera que estaba harta de verle la cara de deprimido y lo empujara levemente hasta afuera del enorme establo que había mandado a construir exclusivamente para su espléndida compañera de vuelo. Por la manera en la que lo lleva hacia afuera, el rey de Arendelle es capaz de saber de inmediato las intenciones de su criatura alada, quiere que monte a sus lomos y de desahogue con un buen vuelo sobre las nubes, sobre los techos y las montañas, sobre todos los problemas que pudieran estar arruinando su humor.

No creía que un vuelo fuera suficiente para mejorar su decaído humor, pero por lo menos le daría unos cuantos minutos de alegría. Le sonríe a su dragona, acaricia su hocico por unos largos minutos hasta que se encamina para subir apropiadamente a sus lomos, dispuesto a dejar que ella lo guíe a través de las nubes, del aire, del cielo que sabe que jamás podrá tocar de verdad.

Alzarse sobre los cielos siempre le pone de los nervios, como si corazón se le escapara desde un agujero inexistente del pecho, necesita aferrarse con todo y correas firmes de hielo para sentirse seguro, luego de que un par de veces las formara involuntariamente, sencillamente las dejó como añadido de su silla de montar, aquella que su esposa y su dama de la cohorte vikinga le ayudaron a diseñar.

Lagrimea levemente por todo el viento que le golpea el rostro, la soledad y la rapidez del palpitar de su corazón es todo lo que necesita para permitirse a sí mismo que lágrimas verdaderamente emocionales también viajaran por su rostro, rápidamente volando lejos de sus mejillas gracias a la presión del viento contra su cara. Intenta pegar una gran bocanada de aire, pero termina tosiendo por todo lo que llega abruptamente a sus pulmones. Es entonces que Vesta reduce un poco la velocidad, permitiéndole respirar correctamente y soltar una risilla. Observa gustoso el cielo, acaricia con todo el cariño del mundo las cálidas escamas de su dragona, mira para abajo unos segundos y se cuestiona varias cosas.

¿Qué pensará su gente cuando mira al cielo? Cuando lo ven en los cielos, a él, al tirano de las nieves, a los lomos de una majestuosa dragona, ¿qué pensará su gente de él? ¿Temblarán, se ocultarán en sus casos, los niños llorarán de temor? ¿o tal vez sonrían aliviados al saber que ahora tiene una nueva forma de defenderlos, saludarán a los vientos esperando ser vistos por él, los niños brincarán emocionados, imaginándose que sería volar con un dragón por su cuenta?

¿Qué piensa Hylla cada vez que lo ve montado en Vesta? ¿qué piensa al saber que él ha aceptado de tan buena gana aquella parte fundamental de su cultura?

Se permite volver a llorar, porque realmente le duele saber lo mucho que la ama y lo mucho que ella lo odia.


Ezra no puede evitar sonreír como idiota cuando la ve entrando ya en la cama, no puede evitar que su corazón bombee emocionado cuando ella se sonroja al verlo y desvía la mirada rápidamente. No se ve enojada, no se ve ofendida por su presencia, se ve tan avergonzada como cualquier muchacha de cuna dorada que lo vuelve a ver luego de abrirle sus piernas; como si realmente le avergonzara haber gozado con él los mayores deseos de la carne. No, se dice de inmediato, se estaba imaginando cosas, definitivamente no era el mismo tipo de mirada, no era el mismo sentimiento, Hylla no sentiría algo así por él. Se aguanta la poca tristeza que le ha quedado luego del largo paseo con su dragona, se limita a quitarse poco a poco la ropa, apagando por el camino las velas innecesarias, mirando de soslayo a Hylla de vez en cuando, disfrutando infantilmente cada vez que puede confirmar que sigue sonrojada, no le dura mucho aquello, pues su esposa termina dándole la espalda.

Se aguanta la tristeza nuevamente, porque eso se lo esperaba.

Termina de cambiarse, apaga la última vela, la luz de la luna es todo lo que le alumbra, no le muestra el camino, solo el rostro de su esposa y es todo lo que necesita en verdad, por los ojos verdes de Hylla son toda guía que necesita.

No puede evitarlo, cuando está casi por completo metido en la cama, cuando está tan cerca de ella, no puede evitar tomar su cintura firmemente para atraerla a su cuerpo. Goza en silencio cuando la siente temblar bajo su tacto, siente el corazón brincando de felicidad cuando se inclina para atrapar sus labios y ella lo acepta con gusto. Otra vez sencillamente permitía que ocurriera, permitía que Ezra la besara, pero en esta ocasión era diferente, ahora Hylla subía una de sus manos para apretujar la nuca de su marido más cerca de ella, profundizando el beso, dándole su propio ritmo, haciendo que todo en él temblara por completo.

Aquella noche ambos se acarician levemente, no llega a nada similar a lo ocurrido en esa misma tarde, pero se permiten acariciarse entre besos. Ezra se permite aferrarse al cuerpo de su esposa y repetirle lo que siente, y duele no recibir una respuesta mínimamente similar, pero en cierto punto es capaz de conformarse con cada caricia que ella le da y con cada beso que ella misma comienza.


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Bueno... ¿qué tal? *wink wink*

Creo que todos aquí somos lo suficientemente maduros como para entender que este capítulo ha sido básicamente para escribir esa escena y ya está... no, no me avergüenzo de nada... bueno tal vez un poco sí, no sabría que deciros.

Nuevamente agradezco a LeticiaChucreLeite (nuevamente, la encontráis en Wattpad) por haber sido mi beta-read, sobre todo para la escena NSFW, realmente necesitaba una segunda opinión para ello xd

No tengo mucho más que comentar de este capítulo además de que ya es completamente canónico que el pobre de Ezra está perdidamente enamorado y vaya que va a sufrir por eso.