El viento aullaba con fuerza alrededor de la vieja casa, tanto que si no fuera luna nueva estaría preocupado por la presencia de esa criatura que aún poblaba sus pesadillas. Se apretó más contra el cuerpo cálido que roncaba a su lado, excusándose en su fuero interno con el frío. ¿Necesidad de contacto él? Jamás. Nop. Para nada.
Junto a él, Sirius se giró y se puso de frente, pasándole el brazo por la cintura y una pierna sobre las suyas. Sonrió un poco y aprovechó la escasa luz del lumos que había lanzado un rato antes para observar sus rasgos. Dormido parecía otro, relajado, tranquilo, nada de esa persona hiperactiva con la que convivía en la escuela, de lengua afilada y pronto siempre para meterse en problemas.
Quería levantar la mano para tocarle la cara, para saber si la barba que se estaba dejando era tan suave como parecía. Pero si le pillaba… si le sorprendía poniéndose cariñoso, ¿cómo iba a explicarlo? era sexo, solo sexo, él había insistido en ello. Y era Sirius el que le estaba abrazando realmente, ¿no?
— Puedo oírte pensar —murmuró Sirius con voz rasposa.
Se limitó a gruñir de vuelta y trató de alejarse un poco.
— ¿Qué pasa, Severus? ¿los mimos son demasiado para ti?
Y ahí estaba, Sirius Black y su gran capacidad para captar sentimientos ajenos. ¿Quién iba a decirlo de alguien tan egocéntrico.
— ¿Ahora usamos nuestros nombres? seguimos sin ser amigos, Black —masculló, usando los brazos para hacer palanca contra su pecho y apartarse más, lamentándose internamente por el calor perdido.
— Vaya, creía que ahora que hemos estado uno dentro del otro, literalmente, podríamos pasar de esta mierda de la rivalidad de casas —respondió, juguetón, atrayéndolo de nuevo hasta él.
— ¿Rivalidad de casas? ¿A eso se reduce todo para ti? ¿Te recuerdo que tu amigo hombre lobo casi me mata en esta misma habitación? —cuestionó Severus, con la voz más aguda de lo que le gustaría reconocer.
La sonrisa juguetona desapareció de la cara de Sirius.
— Y me disculpé. Muchas veces. No niego que soy un gilipollas, pero soy el gilipollas con el que llevas semanas teniendo sexo. Y espero que eso quiera decir que te gusto un poco al menos.
— Ya tardaba tu ego en pasarse por aquí.
— Pérdoname por creer que cuando dos personas se enrollan es porque se gustan.
— Físicamente. Sigo sin soportarte.
— ¿En serio? —preguntó Sirius, apartándose con el ceño fruncido.
— ¿Qué esperabas? ¿que entráramos de la mano en el Gran Comedor?
Sirius se sentó en la cama y comenzó a vestirse, dándole la espalda.
— Black…
Se sentó en la cama y lo miró mientras se ponía la camisa, los hombros tensos.
— Sirius…
— Da igual, Snape. Nos vemos la semana que viene. Y tranquilo, me aseguraré de no saludarte por los pasillos no vaya a ser que nadie piense que me gustas.
El frío que sintió después de quedarse solo no era solamente por el viento que soplaba en el exterior. Se vistió también, despacio. Y solo al ir a salir de la habitación se dio cuenta de que Sirius había olvidado la bufanda en el suelo, seguramente se le había caído al ponerse la capa. Se la llevó a la nariz y aspiró profundamente hasta llenarse del olor característico a cuero y tabaco.
Dio muchas vueltas en la cama esa noche, tantas que cuando se levantó tenía la sensación de haber visto todas las horas en el reloj. Se vistió despacio y al ir a recoger sus libros del escritorio, la vio, cuidadosamente doblada, de un rojo y dorado furioso. Y no pudo evitar olerla antes de ponérsela al cuello y salir de su habitación. ¿Necesidad de contacto él? Quizá sí, al menos del contacto de ese león de ego gigantesco.
Entró en el Gran comedor con el corazón latiendo más fuerte de lo que querría reconocer. ¿Qué reacción le preocupaba? ¿La de sus compañeros de casa, que igualmente le ignoraban la mayor parte del tiempo, cuando no estaban mirándolo por encima del hombro? ¿La de los Merodeadores o los otros Gryffindor? ¿O solamente la del dueño de la bufanda, cuyos ojos sentía clavados en él aunque no lo estuviera mirando?
Se sentó, con los ojos fijos en la mesa, y sacó el libro que siempre llevaba en el bolsillo, un poco apartado de sus compañeros de casa. Estaba decidido a desayunar sin mirar a otra cosa que al plato y la taza, pero al cabo de unos minutos escuchó sobre las conversaciones de los otros alumnos unas voces más fuertes. Eran risas, silbidos y lo que parecían palmadas en la espalda, así que finalmente levantó la vista.
Frente a él, los Gryffindor estaban claramente tomando el pelo a Black, que sorprendentemente sonreía de oreja a oreja, incluso sonrojado. Abrió mucho los ojos al darse cuenta de que todo venía de la bufanda verde que llevaba.
— Cabronazo —murmuró, hilando en su cabeza lo que se había perdido el día anterior, distraído por el enfado de Sirius: el cambiazo de bufandas.
Entonces sus miradas se cruzaron. Black mantuvo su sonrisa y le saludó con una inclinación de cabeza. No pudo evitar devolverle el gesto, aunque su sonrisa era muchísimo más pequeña. A continuación, el otro hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. Se lo pensó unos segundos, pero finalmente recogió el libro y se puso de pie para encontrarse con él en el pasillo.
