Resumen: Bella es una trotamundos ferozmente independiente, que dedica su vida a buscar la próxima gran aventura. Pero una noche con un guapo desconocido amenaza con cambiarlo todo en su mundo. Enfrentada al último compromiso, Bella está atrapada entre su vida libre y una vida con un hombre del que podría estar enamorándose. Historia escrita por fanficsR4nerds. BxE AU. M para temas maduros.


Disclaimer: Sthephenie Meyer is the owner of Twilight and its characters, and this wonderful story was written by the talented fanficsR4nerds. Thank you so much, Ariel, for allowing me to translate this story into Spanish XOXO!

Descargo de responsabilidad: Sthephenie Meyer es la dueña de Crepúsculo y sus personajes, y esta maravillosa historia fue escrita por la talentosa fanficsR4nerds. Muchas gracias, Ariel, por permitirme traducir al español esta historia XOXO!


La hermosa portada que acompaña esta traducción es una edición de Daniela Masen, ¡gracias!

Estoy muy agradecida con mi querida Larosadelasrosas por sacar tiempo de donde no tiene para ayudarme a que esta traducción sea coherente y con Sullyfunes01 por ser mi prelectora. Todos los errores son míos.


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Por: fanficsR4nerds

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Nota de la traductora: Por favor tener presente que, a lo largo de toda la historia, cuando se mencione la palabra "casa" será en sinónimo de "hogar".

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Capítulo 1: Bella

Lunes, 2 de julio

Phuket, Tailandia

El aire estaba cargado de calor y me abaniqué el cuello inútilmente. Llevaba tres meses en Tailandia y aún no me había acostumbrado a la humedad. Jess me miró y dejó escapar un suspiro.

—Este calor es una mierda—, se quejó. Asentí. Su pelo rizado se encrespaba a medida que el día se volvía más y más caluroso.

—Querías venir a Tailandia.

—¿Por qué sería eso?— Se preguntó, haciéndome soltar una carcajada.

—Lo que me lleva a preguntarme por qué decidí venir contigo. Debería haberme ido al norte a pasar el verano— sacudí la cabeza y me levanté. —Da igual, ya estamos aquí—. Miré alrededor de la pequeña habitación que habíamos estado alquilando por absolutamente nada de dinero durante todo el verano y suspiré. Las paredes estaban mugrientas, con trozos de vigas a la vista donde el pobre sustituto de la tabiquería seca se había aplicado a toda prisa. El suelo crujía bajo nuestros pies y siempre había bichos zumbando por la habitación, por mucho cuidado que tuviéramos de no dejarlos entrar. Me volví hacia Jess e hice un gesto con la cabeza hacia la puerta que apenas existía. —Salgamos de aquí y vayamos a comer algo.

~Home~

Cuando llegamos, el mercado bullía de actividad. Estaban los clientes habituales: agricultores locales y familias en busca de ingredientes frescos. Incluso había algunos clientes extranjeros bastante obvios: turistas que señalaban todas las cosas extrañas y asombrosas que ofrecía el mercado. Por un momento tuve la esperanza de no parecer nunca un turista, con sus expresiones de ojos abiertos y sus exclamaciones sobre las cosas más insignificantes. No me sentía como una turista, sino como una viajera.

—Estoy harta de esta comida—, refunfuñó Jess cuando pasamos por delante de un puesto cubierto de frutas exóticas. Le lancé una mirada divertida.

—¿Preferirías hamburguesas y papas fritas?—. Bromeé. Jess puso los ojos en blanco y se rio.

—No, no mucho. Estaba pensando en ir al oeste, a la India, o quizá al sur, a Australia—. Se encogió de hombros. —Supongo que donde me apetezca.

Asentí, comprensiva. Ya había estado en India y Australia un par de veces, y no me interesaba demasiado volver a hacer lo mismo. Parecía que nuestro viaje de dos meses por Tailandia sería todo para Jess y para mí, al menos por ahora. —¿Y tú?— Me preguntó. Me volví para mirarla y estaba a punto de decir que no estaba segura, cuando me topé de frente con un cuerpo muy duro. Solté un «umph» y me apoyé en los brazos del hombre. Era alto, muy alto, con el pelo largo y rubio recogido en una coleta. Era bastante atractivo, con una mandíbula ancha y fuerte, unos ojos azules centelleantes y una cicatriz en un lado de la cara que contaba historias de peligro y emoción.

—Hola—, dije, sorprendida por nuestro brusco encuentro. Me tenía en sus brazos, y tuve que admitir que no era un mal lugar para estar.

—Hola. — Se rio, y el sonido retumbó dentro de mí. —¿Estás bien?

Asentí, apreciando su acento australiano. —Muy bien, en realidad. Gracias.

Sonrió y su hoyuelo derecho me guiñó un ojo. Tenía la sensación de que el izquierdo, de no ser por la cicatriz, también lo habría hecho.

—¿Se dirigen a alguna dirección en particular?— Preguntó, aún sin soltarme. Jess negó con la cabeza.

—Vamos a desayunar—, explicó. El hombre asintió.

—¿Puedo unirme?

—Claro—, aceptamos los dos. —Soy Jess, ella es Bella.

Entonces me sonrió y sentí un tirón en lo más profundo de mi estómago.

—Bella. — Me gustaba la forma en que sonaba mi nombre en sus labios. ¿Qué otras cosas podría hacer con ellos? Las posibilidades me excitaban. —Soy James—, se presentó. Jess y yo le sonreímos y finalmente me soltó, para mi decepción. —Bueno señoritas, dirijan ustedes.

~Home~

James era increíble. Era un surfista de clase mundial y mañana se iría a Fiyi. Sólo necesitó pedirme una vez que lo acompañara para que yo aceptara. Nunca había estado en Fiyi y no tenía ni idea de surf, algo que James prometió enseñarme. Era una opción fantástica. ¿Un mes entero con un surfista australiano guapísimo? Por supuesto.

Después de desayunar, James y yo nos pusimos de acuerdo para volar juntos por la mañana a Fiyi, y Jess decidió ir a Australia a buscarse su australiano. —Siempre he querido un amante más allá del ecuador—, me guiñó un ojo y me reí.

—Son bastante geniales—. Miré a James, que seguía sentado frente al computador en el pequeño cibercafé que habíamos encontrado. Jess siguió mi mirada.

—¡Perra suertuda!—, dijo sin malicia. —Ya está decidido. Me voy a buscar al mío.

Me volteé y le sonreí. —Te daré el número de ese tipo que conocí la última vez que estuve en Melbourne—, dije, sacando mi teléfono. —Tyler. Es muy divertido y seguro pasarán un buen rato.

Jess sonrió mientras le dejaba el contacto. Le envié un mensaje rápido a Tyler para avisarle de que podría tener noticias de una amiga mía antes de volver a guardar el teléfono en el bolsillo.

—En serio, eres la mejor—, dijo Jess, sacando su propio teléfono. Guardó el contacto y volvió a mirarme. —Me alegro tanto de habernos conocido en aquel tren.

Sonreí al recordarlo. Jess y yo nos conocíamos desde hacía sólo dos meses, pero habíamos congeniado enseguida. Nos conocimos en un tren en Bangladesh y, al reconocernos como las dos únicas angloparlantes de nacimiento, nos sentamos juntas a hablar. Cuando bajamos del tren en Dhaka, decidimos empezar a viajar juntas durante un tiempo. Jess era fotógrafa y su horario flexible se adaptaba bien a mi agenda de escritora de viajes. Habíamos llegado a Tailandia una semana después y llevábamos en el país desde entonces.

—Muy bien, ya estamos listos—, dijo James, interrumpiendo mis pensamientos. Le devolví la mirada y sonreí. Estaba muy sexy.

—Genial. — Sonreí. —Tengo que recoger mis cosas y despedirme de algunas personas hoy, pero puedo encontrarme contigo en el aeropuerto mañana por la mañana—, le ofrecí. James asintió.

—Perfecto, yo también tengo que encargarme de algunas cosas—. Todos nos levantamos de los computadores y salimos a la calle. —Fue un placer conocerte Jess—, dijo mirándola. Ella asintió. —¿Seguro que no quieres venir con nosotros?

Jess negó con la cabeza antes de que él terminara de hablar. —Creo que me voy a Melbourne—, me miró y yo sonreí con satisfacción. James asintió.

—Tengo mucha familia en Melbourne. Avísame si necesitas algo allí.

Le sonrió. —Lo haré.

Me volví hacia James. —¿Nos vemos en el aeropuerto mañana por la mañana?— le pregunté. Asintió con la cabeza.

—Nos vemos allí, preciosa.

Sonreí mientras él se inclinaba para besarme. Sabía a picante por la comida que habíamos consumido y salado como el mar. Me moría de ganas de pasar tiempo a solas con él.

James se levantó y nos saludó con la mano mientras se daba la vuelta y caminaba calle abajo. A mi lado, Jess soltó un largo suspiro.

—Mierda—. Murmuró.

Asentí. Nos miramos y soltamos una carcajada. —Vamos—, dije sacudiendo la cabeza. —Terminemos con esta mierda.

~Home~

Viernes, 3 de agosto

Forks, Washington

—¿Adónde vas, cariño?

Aparté la mirada de la ventanilla de mi derecha y me volví para mirar al enorme conductor. Tenía barriga cervecera y llevaba una camiseta blanca sucia con una gorra de los Mariners sobre su cabeza. Parecía cansado, pero la sonrisa que me ofreció era genuina, así que se la devolví.

—Déjeme en el centro de la ciudad. Desde allí iré andando.

Dave, el conductor, me miró con escepticismo, luego miró hacia fuera, a la lluvia torrencial.

—¿Seguro? —me preguntó. Asentí.

—Sí, soy de Washington. Estoy acostumbrada a la lluvia—. Me encogí de hombros. —También es una ciudad pequeña. Estaré en casa en unos cinco minutos.

Dave asintió y condujo su enorme camión maderero por los límites de Forks. Condujo un minuto más y se detuvo en la gasolinera.

—¿Aquí está bien?— Me preguntó. Asentí y recogí mi desgastado bolso del suelo de la cabina.

—Sí, perfecto. Gracias por traerme, Dave.

Me ofreció otra sonrisa. —Ten cuidado, cariño. Hay gente muy desagradable por ahí. Hacer autostop es muy peligroso—. Se pasó una mano por la barba mientras hablaba y pude ver la sincera preocupación en sus ojos. Le sonreí.

—El peligro lo hace aún más emocionante—, bromeé. Se rio y le dediqué una última sonrisa antes de bajarme. Vi cómo Dave salía de la gasolinera y continuaba su viaje fuera de la ciudad. Me colgué el bolso al hombro, me subí la capucha y empecé a caminar hacia casa.

No había mentido cuando le describí Forks a Dave. La ciudad era increíblemente pequeña y se podía llegar a cualquier sitio en diez minutos andando.

Hacía unos nueve meses que no volvía, pero nada había cambiado en mi ausencia.

Incluso la casa de Charlie parecía tan diminuta y desolada como siempre que me acercaba a ella. La luz del salón estaba encendida y en la entrada había una camioneta negra que reconocí como de Sue, la novia de mi padre. Respirando hondo, subí los escalones y caminé hasta el porche, sacando la llave y abriendo la puerta.

Dentro olía a chili y cerveza, y el ambiente estaba lleno de risas y deportes. Sonreí al entrar, dejé el bolso junto a la puerta y me quité la chaqueta y los zapatos mojados.

—¿Papá? — llamé, caminando hacia el salón.

—¿Bells?— Papá estaba delante de mí en una fracción de segundo, con cara de sorpresa.

—Hola—, le ofrecí, dedicándole una pequeña sonrisa. Papá me envolvió en un abrazo que olía a chili, cerveza y bosque.

—No sabía que vendrías a casa hoy—, dijo apartándose para mirarme. Me encogí de hombros.

—Yo tampoco—, le dije. —Estuve reunida con mi editora en Seattle y pensé que estaría bien verte mientras estoy en la zona.

Papá asintió y me hizo pasar a la cocina. —Me alegro de que hayas venido. Hace tiempo que no sé nada de ti.

Asentí con culpabilidad. Había sido imprecisa la última vez que hablamos. No es que me avergonzara de mis decisiones vitales, pero mi padre es jefe de policía y se preocupa por naturaleza. Normalmente, es más fácil contarle mis aventuras a posteriori, cuando estaba a salvo y delante de él.

—¿Tienes hambre? Sue acaba de hacer chili.

Asentí y entré en la cocina. —Huele increíble.

Sue y mi padre llevaban saliendo unos cuantos años, y finalmente se habían ido a vivir juntos el año pasado. Me sentí aliviada cuando me enteré de que vivían juntos. Conocía a Sue de casi toda la vida y siempre me había gustado su energía tranquila y amable. Aunque era muy independiente, me preocupaba constantemente que mi padre estuviera solo. Cuando me dijo que él y Sue se habían ido a vivir juntos, sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima.

—Mira lo que ha traído el clima—, papá bromeó cuando entramos en la cocina. Sue se volvió para mirarme y sonrió.

—Bella. Me alegro de verte—. Se acercó para darme un cálido abrazo. Ella también olía a chili y cerveza, pero de algún modo más suave.

—Igualmente, Sue—. Le devolví el abrazo.

—¿Tenemos más chili para Bells?— papá preguntó, hurgando en la cocina. Sue me soltó y asintió.

—Por supuesto. Ahora mismo te traigo un poco.

—Bells ¿qué quieres tomar?—. Papá abrió la nevera para mostrarme la selección. No había mucha variedad.

—Una cerveza—, le dije, sentándome a la mesa de la cocina. Papá asintió, sacó una y me la dio. Cogió la suya y se sentó en la mesa frente a mí.

—Bueno, niña, ¿dónde has estado?— preguntó abriendo su cerveza. Yo también abrí la mía y bebí un sorbo. Sue me puso delante un plato de chili picante con una rebanada de pan de maíz. Le sonreí y comí.

—Por todos lados—, murmuré con la cuchara. —Acabo de llegar de Fiyi.

Papá y Sue se sorprendieron.

—Creía que estabas en China. —Sue comentó, sentada junto a papá. Negué.

—Estuve ahí, unos tres meses. Luego estuve en el Tíbet, y después en Nepal durante unas semanas antes de aterrizar en el norte de la India. Cuando viajaba por Bangladesh conocí a una chica, Jess. Creo que te hablé de ella por teléfono —dije señalando a papá. Él asintió. —En fin, decidimos ir a Tailandia unos meses. Es fotógrafa y fue muy fácil trabajar y viajar con ella. Mientras estaba en Tailandia conocí a un chico, James, que iba a Fiyi a surfear. Se ofreció a enseñarme y, como nunca había estado en Fiyi, me pareció una gran oportunidad, así que estuve allí el último mes, más o menos.

Papá, estoico como siempre, dio un sorbo a su cerveza en lugar de hablar. Sue se aclaró la garganta, parecía un poco agotada. —¿Estuviste haciendo todo eso?—, preguntó. Asentí, tomando un buen bocado al chili.

—Entonces, ¿ahora eres una surfista de clase mundial?

Sonreí al oír al hijo menor de Sue, Seth. Levanté la vista de mi plato y lo saludé con la cabeza cuando entró en la cocina.

—No de clase mundial—, negué y sonreí, —pero bastante buena.

Seth se rio y se acomodó en la última silla libre de la mesa.

—Me alegro de verte, B—, me dijo.

—Igualmente, Seth.

—Entonces, Bells, ¿cuánto tiempo vas a estar en la ciudad?— preguntó papá. Lo miré. Papá era todo lo comprensivo que un padre puede ser con mi estilo de vida. Me daba cuenta de que le preocupaba tener a su única hija dando vueltas por el mundo, normalmente viviendo con extraños, pero confiaba en mí y yo hacía todo lo que podía para asegurarme de estar en contacto con él lo suficiente como para no violar esa confianza.

—No estoy segura. Mi editora estaba encantada con el trabajo que acabo de entregarle. Cree que hay suficiente para un libro—. Hice una pausa y le di un sorbo a mi cerveza. —Quería saber si estaría dispuesta a intentar algo así.

Sue sonrió. —¡Qué oportunidad tan maravillosa!—, exclamó. Le sonreí. —En cuanto publiques tu libro, me aseguraré de que mi club de lectura lo lea. A las chicas les encantará.

Siempre solidaria, Sue me demostró una vez más lo buena persona que era. Sus palabras me llegaron al corazón. Aunque papá nunca se opuso verbalmente a mi viaje, yo sabía que le estresaba. Saber que Sue me apoyaba me ayudó. Tal vez ella convencía a mi padre cuando yo no estaba.

—¿A dónde te diriges ahora?— preguntó Seth. Le miré y sonreí.

—No tengo ni idea. ¿Tienes un dardo? Podemos lanzarlo a un mapa—, bromeé. Seth se rio. —No, no sé adónde me dirijo ahora. Supongo que tendré que cazar por ahí y ver adónde me lleva el próximo viento.

Papá asintió. —Bueno, sea donde sea, me alegro de que hayas venido a saludarme. Ha pasado demasiado tiempo, Bells. Te hemos echado de menos, pequeña.

Sonreí a papá, apartando mi plato vacío de mí.

—Sí, yo también los he extrañado.

Nos sentamos y charlamos unos minutos más antes de que un bostezo me obligara a admitir que estaba agotada. Limpié los platos y me terminé la cerveza. Intenté ayudar a Sue a lavar, pero me hizo un gesto para que no lo hiciera y, en su lugar, le pidió a Seth que la ayudara.

—Duerme, seguro que estás agotada—. Sue me dio un suave abrazo que yo le devolví agradecida.

Les di las buenas noches a los dos y me detuve al pasar junto a mi padre, que se estaba acomodando en el salón. Señaló con la cabeza una estantería cerca de la puerta. —El correo está ahí—, dijo cogiendo el mando a distancia. Asentí y me volví hacia la estantería, cogiendo la pila de sobres que me había dejado.

—Gracias, papá.

Gruñó y lo miré. —Te estás cuidando, ¿verdad, Bells?

Hice una pausa hojeando el correo y fruncí el ceño. —Sabes que sí, papá.

Papá soltó un pequeño suspiro. —Sabes que me preocupo por ti, cariño. Has estado saltando por todo el mundo desde que te graduaste. ¿Nunca te cansas de ello?

Negué con la cabeza antes de que terminara de hablar. —Me gusta mi vida. He conocido a gente increíble y he hecho cosas extraordinarias. He visto cosas que nunca habría imaginado. Es una bendición.

Papá suspiró. —Lo sé. Sé que viajar está en tu corazón, Bells. Llevas demasiada Renée dentro.

Le miré con el ceño fruncido. —No sé si deba considerar eso como un insulto.

Papá negó inmediatamente con la cabeza. —Tu madre era muchas cosas, Bella, pero no todas eran malas.

Me removí sobre mis pies. Mi madre nos había dejado cuando yo tenía siete años. Se marchó sin más y no había vuelto a saber de ella. Nunca la había perdonado por su abandono.

—¿Estás bien de dinero?— preguntó papá, percibiendo el oscuro lugar en que me había dejado su comentario. Negué con la cabeza.

—Estoy bien—, dije centrándome en él. —Mis escritos van bien, y normalmente puedo tomar trabajos esporádicos mientras viajo—, le aseguré.

Papá asintió, rascándose la barbilla. —Bien, bien. Sabes que, si alguna vez te encuentras en un aprieto, Sue y yo estamos aquí para lo que necesites. Estés donde estés.

Sonreí y me incliné para besarle la mejilla. Sonreí al ver el rubor que subió por su cuello ante la muestra de afecto.

—Lo sé, gracias papá.

Carraspeó incómodo. Sonreí y le di una palmada en el hombro. —Voy a ducharme y a dormir un poco—. Le dije.

Papá asintió. —Buenas noches, Bells. Me alegro de que estés en casa.

Le sonreí mientras me deslizaba escaleras arriba.

~Home~

Sábado, 4 de agosto

Forks, Washington

Me desperté con el teléfono sonando. Frunciendo el ceño, busqué a tientas en mi cama el teléfono que había perdido entre las sábanas cuando me había desmayado la noche anterior. —¿Hola? gemí.

—Bella, nena, soy Tanya.

Parpadeé y me senté, frotándome los ojos. —Hola—, bostecé. Ella se rio.

—Perdona por llamarte un sábado por la mañana. No estoy acostumbrada a que estés en la misma zona horaria que yo.

Sonreí y me pasé una mano por el pelo. Me había dormido con el pelo mojado y estaba hecho un lío.

—No pasa nada. ¿Cómo estás?

En el fondo de la llamada, podía oír a Tanya tecleando mientras hablaba. —Hablé con los peces gordos de arriba y llamé a mi amiga editora, ¿te acuerdas de que te hablé de ella?, ¿Angela? Le presenté una propuesta para un libro y está dentro, nena. Todos estamos dentro.

Parpadeé. Tanya y yo habíamos hablado ayer sobre la posibilidad de escribir un libro. Estaba acostumbrada a que mi vida se moviera rápido, pero esto era completamente inesperado.

Guau, bien, entonces, ¿qué significa eso?— pregunté. Tanya hizo clic en su computador.

—Tenemos algunos papeles del contrato que voy a enviarte. Quiero que trabajes en un esbozo y un primer capítulo para asegurarnos de que tenemos algo que merece la pena.

Asentí y cogí un bolígrafo de la mesilla de noche. Encontré un viejo billete de avión en mi bolso y garabateé mis notas en el reverso. —¿Cuánto tengo de plazo?

—Sé que estás acostumbrada a escribir a tu ritmo, pero les dije a todos que tendríamos algo para el 1 de septiembre. ¿Crees que podrás hacer un esquema para entonces? El capítulo no tiene que ser perfecto, sólo una muestra de lo que vendrá.

Parpadeé. ¿Menos de un mes?

—Sí. Vale, veré lo que puedo hacer.

Tanya tarareó.

—Eres la mejor, Bella. Por supuesto, no te preocupes por tus tareas habituales en este momento. Esta es tu única prioridad. Ahora mismo te envío la documentación del contrato. Échale un vistazo. Han accedido a pagarte este mes y, una vez revisada tu entrega de septiembre, podremos firmar el contrato del libro.

Parpadeé y tragué saliva. —¿Así de fácil?

Tanya se rio. —Así de fácil. Te dije, cuando nos conocimos, que seríamos una fuerza imparable.

Sonreí satisfecha. Había conocido a Tanya hacía cuatro años, cuando me quedé atrapada en Madagascar. Estaba arruinada y a punto de llamar a mi padre para que me sacara del apuro, cuando Tanya y yo nos cruzamos. Congeniamos al instante y, tres días después, me ofreció un trabajo como escritora. Ella había sido mi salvavidas desde entonces.

—De acuerdo, nena. El contrato está en tu bandeja de entrada. Míralo y dime qué te parece. ¿Te quedarás en este lado del mundo durante un tiempo?

Me encogí de hombros, aunque ella no podía verme. —No estoy segura. Ya te contaré.

—Me parece bien. Hablamos pronto, ¿de acuerdo?

Acepté y colgamos. Inmediatamente, abrí mi bandeja de entrada y, efectivamente, había un correo electrónico de Tanya. Lo abrí y lo leí rápidamente, pero estaba demasiado distraída para concentrarme en él, así que dejé el teléfono. Me levanté de la cama y me estiré, tratando de eliminar parte de la fatiga que se mezclaba con mi repentino subidón de adrenalina.

La habitación de mi infancia estaba exactamente igual que cuando me fui de Forks hacía tantos años. Incluso la pequeña cama individual estaba cubierta con la misma colcha morada. La vida en esta casa era demasiado tranquila para mí y, aunque amaba a mi padre, no podía imaginarme estar tan quieta como él.

Frotándome la cara con la palma de la mano, me recogí el pelo en un moño descuidado y decidí que, antes de tomar ninguna decisión esta mañana, lo mejor era tomar un café.

En la planta baja, la puerta de la cocina estaba abierta y vi a Sue en el jardín, arrancando las malas hierbas de los parterres. Me acerqué a la cafetera, aliviada al ver que el café ya estaba hecho. Me serví una taza y me acerqué a la puerta de la cocina. —Buenos días—, le dije a Sue. Se sentó sobre las rodillas y me sonrió.

—Buenos días. Hay galletas en el horno, por si tienes hambre.

Asentí. —Gracias. ¿Dónde está papá?

Hizo un gesto hacia los árboles. —Salió a pescar con Seth. No volverán hasta dentro de un rato—. Se apartó el pelo de los ojos con el dorso de la mano y le dejó una pequeña mancha de barro en la cara. —¿Lo necesitabas?

Negué con la cabeza, tomando un sorbo de mi café. —No. Voy a comer una galleta y a preparar mi portátil para trabajar un poco.

Sue asintió. —Me parece bien, avísame si necesitas algo.

Le sonreí mientras volvía a su jardín. Regresé a la cocina y abrí el horno. Cogí una galleta aún caliente y la envolví en una toalla de papel. Llené mi taza de café y subí a buscar mi portátil.

~Home~

Cuando papá y Seth llegaron a casa, ya había leído el contrato de Tanya y se lo había enviado con mis comentarios. Era un buen trato, y sería una tonta si lo rechazara. No sólo el dinero era bueno, sino que era una oportunidad increíble. Siempre había querido escribir algo más grande, pero nunca pensé que tendría tiempo. Iba por la mitad de un borrador cuando oí llegar la camioneta de mi padre. Me estiré y miré la hora. Eran casi las cinco. Guardé el documento y me levanté de la pequeña mesa de trabajo de mi habitación. Seguía vestida con los pantalones de yoga y la camiseta del Departamento de Policía de Forks con los que había dormido. Agarré mi taza vacía del escritorio y me dirigí escaleras abajo. Oí a papá y a Seth afuera limpiando pescado. Sue estaba en la cocina sacando los ingredientes para la cena.

—¿Puedo ayudar?— ofrecí.

—Sería estupendo. ¿Cómo va tu trabajo?

Asentí, lavando mi taza. —Bien. Creo que este libro va a acabar saliendo a la luz.

Sue me sonrió. —Bella, ¡qué bien por ti!

Su evidente afecto me reconfortó. A veces aún me resultaba difícil concebir a una mujer que se quedara en tu vida y te apoyara en todo. Sue y papá no habían empezado a salir hasta después de que yo me mudara y, aunque llevaban juntos unos cuantos años, Sue había llegado a mi vida demasiado tarde para ser la madre que yo había necesitado mientras crecía.

Pero eso no significaba que ahora no me importara. Sue era lo mejor que le podía haber pasado a mi familia.

Trabajamos en silencio, preparando los ingredientes para el pescado frito. Cuando papá y Seth terminaron, trajeron el pescado limpio y Sue y yo nos pusimos a freírlo.

Hacía mucho tiempo que no comía en casa y, aunque estaba deseando volver a irme de viaje, una parte de mí disfrutaba del tiempo que pasaba comiendo y riendo con mi familia.

Después de cenar, Sue y Seth fueron a visitar a Leah, la hija mayor de Sue. Leah y yo no estábamos muy unidas, no como lo estaba con Seth. A menudo se mostraba fría conmigo y, cuando nuestros caminos se cruzaban, siempre intenta avergonzarme por estar tanto tiempo fuera. Procuro evitarla a toda costa.

—Volveremos dentro de un rato—, dijo Sue, llevándole a Leah un recipiente con pescado que había sobrado. Estaba embarazada de siete meses y vivía con su marido Sam en la reservación. Papá y yo les saludamos con la mano cuando se marcharon.

—Ya está de siete meses—, dijo papá cuando Sue se hubo ido. Lo miré. Estábamos sentados en el salón, con un partido de fútbol de pretemporada en la tele.

—No puedo creer que vaya a tener otro hijo—, dije negando con la cabeza. Leah era un año mayor que yo, pero ya tenía un hijo de tres años llamado Embry. No podía imaginarme estar embarazada ahora, y mucho menos tener dos hijos.

—¿Te interesa tener hijos?—, preguntó papá. Le miré alarmada y se rio entre dientes. —No sé si alguna vez te he visto tan pálida, pequeña.

Teniendo en cuenta que acababa de vivir en una playa de Fiyi y estaba extremadamente bronceada, eso era realmente decir algo. —Sólo estoy jugando contigo, Bells. Sé que te gusta tu independencia.

Dejé escapar un suspiro tembloroso. Incluso la idea de estar atada al compromiso definitivo sonaba como mi peor pesadilla. Papá sonrió satisfecho. —Pero ¿sabes Bells?, me gustaría tener nietos, algún día.

Lo miré fijamente.

—Cásate con Sue. Así tendrás a Leah y quizá a Seth para que te den algunos.

La cara de papá se puso seria, a pesar de mi broma. —Quería hablarte sobre eso—. Se inclinó hacia delante. —¿Qué pensarías si le pidiera a Sue que se case conmigo?

Sonreí. La única vez que habíamos tenido noticias de mi madre después de que saliera de casa y no regresara, fue una carta en el correo entregando los papeles del divorcio. Ella no quería nada, ni siquiera a mí. Lo único que quería era librarse de nosotros. Ni siquiera había remitente en el sobre, sólo una dirección en Seattle a la oficina de su abogado donde papá envió los papeles firmados.

—Papá, creo que es una gran idea—, le dije sinceramente. Su cuello se puso un poco rojo. —Sue es increíble y sé que se hacen felices mutuamente. De todos modos, yo ya los considero a ellos como de mi familia—, le dije. Papá se sonrojó más, y pude notar que esto le agradaba.

—¿Volverías, para una boda?—, preguntó, aclarándose la garganta. Sonreí.

—Nada en el mundo podría detenerme—, le prometí.

~Home~

Papá y yo vimos la tele un rato antes de que yo decidiera acostarme. Le deseé buenas noches antes de subir a mi pequeña habitación. A pesar de lo agradable que era estar de vuelta, empezaba a aburrirme e, inquieta, doblé toda la ropa recién lavada en mi bolsa. Cuando terminé, me senté en la cama y conecté el teléfono. Abrí mis contactos y hojeé en busca de inspiración. En algún lugar había una aventura esperándome. Sólo tenía que encontrarla.

Estaba hojeando mis contactos guardados en la «B» cuando me detuve en el nombre de Alice Brandon. Me detuve a pensar. Había conocido a Alice el año pasado en París. Nuestros caminos se habían cruzado por casualidad y habíamos congeniado enseguida. Alice era tan espontánea y extrovertida como yo, y al final de la semana habíamos acabado en un yate en la Riviera francesa que pertenecía a algún oscuro miembro de la realeza europea. Sonreí al recordarlo y pulsé su contacto.

Contestó al segundo timbrazo. —¡Bell-ah!—, cantó al saludar. Sonreí.

—Hola, Alice, ¿cómo estás?

—Siempre estoy increíble—, resopló. Resoplé y ella soltó una risita. —Ahora mismo estoy en Los Ángeles. ¿Hay alguna posibilidad de que pronto vengas por estos lados? Sería genial volver a verte.

—En realidad estoy en Forks—, le dije.

—¿Qué? ¿Estás en el estado vecino?—, preguntó. Tarareé. —Bella, ¿por qué no lo me dijiste antes? ¿Hay alguna posibilidad de que vengas a California? Tengo un sitio estupendo para que te quedes y, además, sabes que conozco a la mejor gente. Lo pasaríamos muy bien.

Sonreí. Alice siempre estaba dispuesta a vivir aventuras. Era lo que nos había unido tan rápido cuando nos conocimos.

—La verdad es que suena increíble—, respondí.

—¡Sí! ¿Qué tan rápido puedes venir? —, preguntó. Me acerqué al portátil y lo abrí.

—Hay un vuelo que sale de Port Ángeles esta noche. Pasa por Seattle. Probablemente llegaría tarde a Los Ángeles.

Alice resopló. —Aquí no existe eso de tarde. Nunca dormimos.

Me reí entre dientes. —Lo reservaré. ¿Nos vemos en unas horas?

Alice chilló. —¡Increíble! Sí, iré a recogerte. Ponte algo sexy. Iremos a la ciudad en cuanto aterrices.

Me reí y colgué, reservando el vuelo. Inmediatamente abrí mi bolso y busqué uno de mis únicos vestidos. Era un vestido negro muy ceñido y escotado que me sentaba de maravilla. Rebusqué en el armario de mi habitación hasta que encontré los tacones con los que casi nunca viajaba y me los puse. Metí el portátil en el bolso y tomé un abrigo negro para tapar el vestido. Agarré mi bolso, arrojé el cargador adentro y me dirigí escaleras abajo. Seth y Sue estaban entrando por la puerta cuando nos encontramos.

—Seth, ¿puedes llevarme a Port Ángeles?—, les pregunté. Me miraron sorprendidos.

—¿Vas a alguna parte?— preguntó Sue. Papá silenció el televisor, con la atención puesta en nosotros.

—Voy a Los Ángeles por una temporada—, dije apartándome el pelo del abrigo. Sue pareció sorprendida, pero asintió. Me volví hacia papá y lo abracé por encima del respaldo del sofá, besando su desaliñada mejilla. —Adiós papá, gracias por todo—. Se levantó para abrazarme torpemente.

—Siempre, niña. Avísanos si sales del país, ¿entendido? —, me preguntó. Asentí y me levanté. Me acerqué a Sue y la abracé. Ella me abrazó con fuerza.

—¿Crees que volverás para las fiestas? — Miré a papá. De alguna manera, sentí que él querría tenerme cerca para las festividades de fin de año, y no sólo porque teníamos tradiciones de cenas familiares. Me volví hacia Sue.

—Me aseguraré de tenerlo abierto—. Le prometí. Ella sonrió.

—Bien. Cuídate y avísanos cuando aterrices—, me pidió. Asentí y salí por la puerta, subiendo a la camioneta que mi padre le había dado a Seth cuando me mudé y dejé atrás. Seth se puso al volante y me miró.

—Entonces, ¿Los Ángeles?—, preguntó cuando se alejó de la casa. Asentí con la cabeza.

—¿Quieres venir conmigo?

Por un momento vi nostalgia en su rostro antes de negar con la cabeza. —Mi primer día del último año es dentro de un par de días—, dijo con pesar. Asentí.

—Una vez que te hayas graduado, tú y yo, amigo. Dime dónde quieres ir e iremos—. le prometí. Me sonrió.

—Te tomo la palabra, Bells.


¡Gracias por acompañarme en esta nueva traducción! La historia tiene 35 capítulos, incluyendo epílogo y un outtake. Aún no tengo claro la frecuencia de actualización, puede que sean dos o tres capítulos a la semana, pero depende de la aceptación que ustedes le den.
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