Capítulo XXII
El reencuentro del chico coqueto y la pelirroja ansiosa que voló a Berlín.
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En un mundo marcado por la distancia y el tiempo, Taichi y Sora se vieron forzados a vivir separados durante casi un año. A pesar de la física barrera que los separaba, su conexión se mantenía a través de las conversaciones telefónicas nocturnas.
Era su ritual, pero ya no más.
Sora frotaba una mano sobre la otra mientras esperaba que su maleta apareciera en su campo de visión. No solo eran los nervios propios a estar en un país donde no sabía muy bien el idioma, sino que había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio, entre el tiempo que pareció haberse congelado y pasar muy deprisa a la par; hasta el hecho de que, en medio de aquella despedida en Tokio y el reencuentro que se llevaría a cabo dentro de poco, habían pasado muchas cosas. Recapitulando los últimos meses, los acontecimientos que más los marcaron, habían sido los siguientes: Las matonas de Sora desatadas, Taichi y Menoa, el tiempo muerto en dónde ninguno de los dos le habló al otro, la confesión de Taichi y ella aceptando que también le gustaba, los mensajes coquetos por parte de su amigo y el acuerdo tácito de una relación que pareció comenzar incluso desde la distancia.
—Estúpido Tai —musitó.
Miró su teléfono, aunque no tenía señal, los mensajes de Taichi de hacia diez horas, seguían allí, robándole la sonrisa cada que los recordaba, pero también la llenaban de ansiedad, saber que, en palabras textuales del chico: "este tenía ganas de ella" la llenaba de expectativas que no sabía si podía cumplir si quiera. Su pie taconeó impaciente sobre el piso reluciente del aeropuerto, mordió su labio y sentía caer gotas de sudor por su cuello. ¡Maldita sea! Tenía los nervios a flor de piel. El corazón brincaba desbocado y su estómago no dejaba de contraerse, las mal llamadas mariposas del amor le estaban dando ganas de vomitar. Tan solo imaginarlo afuera, esperándola con esa sonrisa afable y tan natural le hacía temblar las piernas.
"¿Qué demonios le pasaba?" se preguntó.
"Todo le pasaba", se contestó así misma desde su fuero interior.
¿Y si Taichi, al verla, se decepcionaba? Es decir, era evidente que seguía viéndola en fotos y que la recordaba, los meses pasaban, pero no lo suficiente como para que el cambio fuera radical, pero… ¿Y si era más excitante coquetear con ella por teléfono y una vez teniéndola en frente se daba cuenta de que no la veía más allá de un "solo amiga"?
Suspiró buscando tranquilizarse. Lo primero que debía hacer era buscar sus maletas y salir de allí, después de todo, no solo iría a recibirla Tai, sino que sus padres y Hikari, quienes tomaron un vuelo antes que ella, también la recibirían y, por lo menos en ese escenario, ella sentía que la presión de un encuentro luego de meses, no sería tan comprometedor.
¿Y si Taichi la besaba frente a sus padres? ¡Él era tan intrépido que posiblemente no sopesaría la idea que aquello sería muy vergonzoso para ella!
La cara se le llenó de sonrojos, negó efusivamente, no tanto para que quienes la vieran la llamarán "loca" en sus mentes. Volvió a coger aire desde su boca, llamando a la calma.
Al fin dio con su equipaje, lo tomó dispuesta a salir del terminal uno y encontrarse con él. Rodó la maleta el corazón tan acelerado y lleno de expectativas.
El aeropuerto era un torbellino de actividad constante. La pelirroja, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, se encontraba en medio de una multitud que iba y venía en todas direcciones. El zumbido constante de conversaciones en diferentes idiomas llenaba el aire, un murmullo que se mezclaba con el sonido de ruedas de maletas rodando sobre el suelo.
Las pantallas electrónicas mostraban los destinos y horarios de vuelo, un recordatorio constante de que el mundo entero estaba a solo un avión de distancia. Anuncios por megafonía llamaban a pasajeros a abordar, a recoger su equipaje o a dirigirse a las puertas de embarque.
La pelirroja se movía con determinación, sus ojos ámbares explorando la multitud en busca de los rostros familiares de los Yagami. Cada vez que veía a alguien que se parecía a su Taichi, su corazón latía aún más rápido, solo para desinflarse cuando se daba cuenta de que no era él. El reloj avanzaba implacablemente, y la ansiedad crecía con cada minuto que pasaba sin encontrarlo.
—¿En dónde estará? —dijo mientras se ponía en puntas de pie, estirando lo más que podía su cuerpo, a ver si encontraba su revoltosa cabellera en medio de los transeúntes.
Finalmente, en medio de la agitación del aeropuerto, sus ojos se encontraron con los de su estúpido Tai. Fue como cosa del destino, justo cuando ella había dado con él, la mirada de su mejor amigo también se hubo encontrado con la de ella. Tai sonrió casi de inmediato, un placer movido por las emociones que se agitaban en su interior, lo pudo ver, por la forma en que sus marrones ojos se iluminaron y en cómo la sonrisa fue haciéndose cada vez más y más grande.
En ese momento, todo lo demás desapareció. El bullicio de la terminal se desvaneció, y solo existían ellos dos, conectados por una mirada llena de emoción.
Por un instante sintieron esa conexión que tenían a la hora de jugar fútbol años, muchos años atrás —"como si tuvieran un vínculo telepático y pudieran leerse las mentes" diría Kenji, el autoproclamado "Akita de Odaiba", que jugaba como defensor en el equipo de fútbol de Sora y Taichi en aquella época (1)—, y como imanes irresistibles, fueron arrastrados juntos por una fuerza que parecía más allá de su control, salieron corriendo el uno hacia el otro, a través de la multitud, una ola de ansiedad y deseo los consumió por completo. Cada paso que daban hacia el otro, mientras esquivaban a las personas en medio de su camino, era una agonía lenta y palpable, emocionante.
Taichi extendió sus brazos invitándola a unirse a él en un abrazo, Sora no lo dudo y, cuando la distancia se acortó, saltó envolviéndolo con sus brazos y piernas.
Y se abrazaron con fuerza, como si el mundo entero se hubiera detenido para permitirles ese momento.
—Taicho… —susurró conmovida.
Sora hundió su rostro en el cuello de Taichi, con mucho cuidado para que él no se diera cuenta, aspiró de su aroma, no estaba usando algún perfume y, aunque no reconoció el aroma del jabón que usaba, era él, era Taichi, su tonto y estúpido Taicho, podía distinguir su olor característico adonde fuera que fuese y aquello le evocaba recuerdos de los días de sol, a pasto, tierra mojada, a arena y agua salada, a días de inviernos y esquíes… sus recuerdos favoritos iban ligado a ese aroma, a Taichi Yagami quien la apretaba a su propio cuerpo como si no hubiera un mañana.
—Hola, mi Pelirroja —susurró en medio de la emoción, su voz acompañada de los espasmos de una risa llena de emoción.
La sintió estremecerse en medio del abrazo, tan cerca, tan cálida y suave, tan suya. Pensó de nuevo en lo cálida que era, no por su temperatura corporal, sino por todo lo que un simple y apretado abrazo lo hacía sentir. No podía creer que estuvieran así después de tanto tiempo. Su menudo cuerpo salvaje y elegante lo envolvía con una fuerza que lo dejaba sin aliento, como si fuera el abrazo que había estado esperando toda su vida, como si estuviera, por primera vez después de mucho tiempo, en casa. Al fin podía tocarla, tenerla cerca sin los kilómetros de distancia en medio de su voz, olía a vainilla y a flores silvestre; ¡cómo había extrañado la combinación de olores de su champú y perfume con el propio de la pelirroja!
Giró sobre sus talones y ella se echó a reír divertida, pero poco a poco aquella risa fue diluyéndose en el anhelo que iba creciendo muy veloz entre ellos.
—Sora —dijo como si fuera una ensoñación.
Sus cuerpos demasiado cerca para ignorar la tensión que los envolvía en medio de aquel bullicioso aeropuerto. Sus narices chocaban delicadamente en un juego de proximidad y deseo palpable. Las respiraciones eran lentas y entrecortadas, el aliento de uno se mezclaba con el del otro en una danza apasionada.
El anhelo de aquél beso que aún no nacía se sentía como una corriente eléctrica entre ellos, intensificándose con cada centímetro que separaba sus labios. Como si estuvieran poseídos, se atrevieron a acercarse aún más, jugando al límite de la tentación, lo sintió exhalar antes de que este echara su rostro a un lado, Sora lo imitó, acomodándose mejor y por un instante sus mundos colisionaron.
Sus labios dulces, tímidos y suaves estaban fríos, sabían delicioso, aunque el contacto de sus pieles duró menos que un suspiro.
—Ehhh, ahí están.
Las voces de los padres y hermana de Taichi rompieron la burbuja en la que los dos chicos se habían encerrado, de pronto, los ruidos propios de un aeropuerto se destaparon como si acabasen de soltar el corcho de una botella de champagne, tan audibles y resonantes que por momento los llevó a un estado de confusión y aturdimiento, como si acabasen de despertar de un sueño del que no se desea abrir los ojos.
Las manos de Taichi, quien sostenía hasta ahora los muslos de Sora, sintieron como el cuerpo de esta poco a poco se deslizaba hasta que sus pies alcanzaron el suelo. El abrazo no se rompía del todo, disfrutaron de las cercanías de sus cuerpo un poco más, sabían que los miraban, sabían que la familia de Taichi estaba cerca, pero se les hacía irreal que todo aquél deseo acumulado siguiera creciendo cuando pudo ser desbocado en un beso pasional; de nuevo, como si fueran imanes, sus labios danzaban muy cerca en búsqueda de los otros, pero y, por ahora, no era posible continuar.
Ambos jóvenes maldijeron internamente cuando tuvieron que romper el abrazo.
La pelirroja había pasado las más de siete horas de viaje pensando en cómo reaccionar, en qué decirle a Tai, cómo romper el hielo luego de haber estado tan distantes (físicamente) por tanto tiempo, pero la respuesta natural de sus cuerpos le dejó muy en claro que no había tal incomodidad de por medio, que el coqueteo y sus sentimientos que cambiaron, luego de años de amistad, no había dañado la relación ni la había vuelto "rara" como estuvo pensando.
Taichi carraspeó, aclarando su garganta:
—Iré por tus maletas —avisó, ocultando el sonrojo de sus mejillas.
Sora amagó una rápida sonrisa, todavía intentando regular la respiración de su cuerpo, cuando los señores Yagami le saludaron. Sabía que estaba sonrojada, el ardor en su rostro le avisaba, solo esperaba que los adultos no se dieran cuenta de los colores en su cara.
—Sora, ¿cómo estuvo tu viaje? —preguntó Susumo con amabilidad.
—Un poco largo, aproveché de dormir un poco, ya sabe, por el jet lag
—Oh, sí, para adaptarte a este huso horario, tendremos que mantenerte despierta hasta la noche —avisó Yuuko—. ¿Qué hora es en Japón, querido?
Susumo miró su reloj y sacó cuentas mentalmente. El hombre era un as con los números y cuentas, tanto Sora como Taichi siempre halagaban aquella cualidad que el mayor de sus hijos no dudó en no heredar.
—Las tres de la madrugada —mencionó.
—Esperemos que Taichi regrese e iremos a comer algo.
—Un brunch le dicen ahora los jóvenes.
Yuuko rodó los ojos por el chiste sin gracia de su marido, divertida, como debía de ser.
Hikari permaneció en silencio tras el saludo. Desde la última vez que le había hablado de mala manera, y luego de lo sucedido con Yamato, su relación se limitó a saludos incómodos y nada más.
Taichi no demoró en regresar. Susumo tomó una maleta y Taichi rodaba la otra. En dirección a la salida, el moreno tomó la mano de Sora y la entrelazó a la suya, la joven lo miró entre sonrojada y sorprendida.
—¿Te incómoda? —preguntó en un susurro Taichi, para que sus padres no los escucharan.
Sora negó.
—¿Así será desde ahora? —inquirió.
Taichi hizo un mohín con su nariz y boca que Sora no supo descifrar:
—Así ha sido siempre —dijo con sinceridad.
—Pero se siente diferente.
El otro soltó una ligera risilla, Sora tuvo la sensación de que se reía de algo de lo que ella no se acababa de enterar.
—Mejor, ¿no?
Acabó imitando los gestos de su acompañante, divertida, volvió a asentir, pegando su rostro al brazo de Taichi. El joven futbolista le devolvió el cálido acercamiento, besando su frente.
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Japón, 20:30 hrs. Hace diez horas.
Taicho tonto: ¿Emocionada, pelirroja?
Pelirroja: Un poco. Más nerviosa de lo que debería estar.
Taicho tonto: No temas, los accidentes en aviones son solo del uno porciento. Estarás bien.
Pelirroja: Gracias, ahora tengo una razón más para estar nerviosa T.T
Pelirroja: No, me refiero a que, ¿no estás nervioso por volvernos a ver?
Taicho tonto: Ya te lo dije, pelirroja, tengo tantas ganas de ti, que los nervios no son un problema ahora.
Taicho tonto : Me muero por besarte, esa es la verdad.
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Notas de autor:
El Word para Android me hizo perder el borrador de este capitulo T.T pero con suerte salió uno mejor que el que se perdió, espero lo disfruten como yo al escribirlo.
Debo decir que cuando pensé en está historia, había planeado que el primer capítulo y el último fueran así, en paralelo, pero con Taichi regresando a Japón. Sopesé la idea por un tiempo, queriendo decidirme por el panorama más real, pero lo cierto es que es una historia y que tenga momentos como este me alegran el corazón; por eso el capítulo donde Sora cree perder la billetera, en otro universo eso pasó y nunca pudo viajar a Alemania. Qué suerte que aquí sí.
Aclaraciones:
(1) Así definen al compañero de Taichi y Sora en las novelas oficiales, ese es el nombre del personaje e incluso en la escena en la que aparece dice que todos creen que Taichi y Sora se leen las mentes y por eso se entienden tan bien en la cancha. Mi amor, intentan que se vean más como amigos y acaban haciendo momentos más canon y hermosos.
Esta historia está cada vez más pronta a terminar.
