Nuevo comienzo
El cielo mañanero en París seguía siendo una auténtica obra de arte.
Desde muy temprano, sus pobladores iniciaban sus actividades, levantándose con la luz del sol y mostrando su plena disposición para aprovechar cada día al máximo. El contraste de sus calles entre lo clásico y moderno daba razón del nuevo dinamismo que se vivía desde hace algunos años, siendo este el distintivo que atraía cada vez a más personas para que lo admiraran y fueran testigos de su constante evolución.
Sí, habían cambiado muchas cosas, pero una de ellas seguía intacta, y esa era la estupenda vista a la Torre Eiffel, la misma que cierto azabache estaba admirando en ese instante bajo la suave brisa primaveral.
Había pasado ya dos meses desde que llegó a Francia. Era un tiempo considerable y relativamente largo para cualquiera, pero para él no pasaba de ser un instante efímero, algo que pasó en un abrir y cerrar de ojos sin siquiera darse cuenta y que lo tenía una vez más allí, contemplando pensativo la arquitectura de su tierra, la tierra de sus antepasados.
Todavía recordaba aquel día lleno de emociones, unas más agradables que otras, así como la bienvenida una vez aterrizó en suelo parisino…
Luego de dejar atrás esa nación que tantas alegrías le brindó en los últimos tiempos, fue inevitable pensar en cómo hubiesen sido las cosas bajo circunstancias completamente diferentes, y aun cuando se prometió mantener todo bajo control por un bien que él se forzó a creer era correcto, la imagen de la posible reacción de Mikasa a su partida atacó su mente, haciendo que una extraña, pero para nada agradable sensación, se instalara en lo más profundo de su ser.
Había pasado un buen tiempo desde la última vez que experimentó algo parecido, pero trató de ser optimista y se convenció de que todo estaría bien, dejando toda clase de malos pensamientos a un lado durante el largo viaje hasta verse finalmente sobre el cielo francés.
Una vez el avión aterrizó, soltó un largo e involuntario suspiro, salió, tomó su equipaje y caminó por un corto tramo de la terminal aérea hasta encontrarse con una figura particular que no había visto en mucho tiempo.
—Espero que no te moleste que no haya traído ningún cartel con globos —escuchó la grave y divertida voz de Kenny.
—En lo absoluto. Además, no creo que sea algo de tu estilo.
—Me conoces muy bien —soltó una risita y se acercó—. Bienvenido de vuelta, querido sobrino —lo estrechó en un fuerte y cálido abrazo.
-Gracias -correspondió de la misma forma, sintiendo la nostalgia en ese sencillo gesto que al mismo tiempo le transmitió sosiego, algo que necesitaba con urgencia.
—¿Listo para irnos? Quiero festejar tu llegada con algo fino.
—No es necesario.
—Muy tarde. Ya lo preparé todo y no aceptaré un NO como respuesta.
—Nunca cambias —entornó sus ojos con fingida molestia, haciéndole soltar una risotada.
—Agradezco el halago —hizo un gesto solemne—. Ahora, salgamos de aquí antes de que se nos pegue el sentimentalismo de los demás viajeros.
Levi sonrió apenas ante su ocurrencia y lo siguió hacia la salida, perdiéndose entre la multitud que aún circulaba a escasas horas del amanecer.
Lo que sucedió después se resume de la siguiente forma: Kenny lo llevó a su casa para que descansara del viaje, en la tarde lo llevó a un restaurante lujoso y lo que restó del día pasearon en auto por las concurridas calles, realizando una breve visita a la ciudad de Versalles donde el azabache identificó algunos cambios, pero en esencia el ambiente era el mismo, transportándolo a aquellos tiempos vividos durante su infancia.
Por supuesto, su tío no desaprovechó la oportunidad para bombardearlo de preguntas acerca de los acontecimientos sucedidos desde la última vez que hablaron, siendo el tema principal la razón de su regreso a Francia luego de 20 años.
—¿Tan raro te parece?
—Diría que sí ya que, de lo que me contabas, parecías muy contento con tu vida en Japón, y si a eso le sumo el hecho de tu reciente gran logro junto a esa chica pues… razones para quedarte no faltaban.
—Sí, fueron muy buenos tiempos —"Los mejores de tu vida", recalcó su subconsciente—, pero la AFP me brindó una excelente oportunidad que no podía dejar pasar. Aceptar nuevos retos también es importante, ¿no lo crees?
—Bueno, no puedo decir que no, y si estás satisfecho con la decisión, es más que suficiente para mí.
"Satisfecho". Quizá era demasiado pronto para pensar en eso, pero convencido de que el tiempo lo ayudaría, no reparó más en ello y se concentró en proseguir con su nueva vida en la tierra que lo vio nacer.
Durante esos dos meses, vivió en la casa de Kenny hasta arreglar algunas cuestiones legales como su cédula de identificación y la adquisición de una vivienda en Montpellier, cuna de famosos patinadores y donde ejercería su trabajo la semana entrante.
Faltaba muy poco para la mudanza, por lo que aprovechaba el tiempo que le quedaba en la ciudad capital para admirar las icónicas maravillas de la ingeniería.
—Al parecer se volvió tu actividad favorita estar en el balcón todas las mañanas —de la nada apareció Kenny, apoyándose en el marco de la puerta.
—Solo mientras dure. Recuerda que mañana viajo a Montpellier.
—Ah, sí. Había olvidado que ya resolviste el asunto de la casa —miró unos segundos el cielo y suspiró—. ¿Estás seguro de que quieres irte? No tengo ningún problema en que te quedes. Después de todo, mi casa es tu casa.
—¿Y tener que viajar cientos de kilómetros a diario? Agradezco la oferta, pero paso.
—Está bien. Conste que fui bondadoso —su tono provocó que Levi soltara una risita—. Solo no olvides venir a visitarme de vez en cuando.
—No prometo nada —respondió indiferente, ganándose una despeinada juguetona.
—¿Así es como tratas a tu viejo tío? —intentó mostrarse ofendido—. Ay, Dios mío, ¿qué hice para tener un sobrino así de insufrible?
—Párale al drama. No se te da para nada bien.
Esa era su manera arcaica para demostrar el afecto que sentían por el otro, y aunque Kenny sabía perfectamente que su presencia en su casa sería temporal, al día siguiente no pudo evitar sentir un poco de tristeza, ya que se había acostumbrado a las charlas con expresiones irónicas y a la forma única de molestarlo.
—Suerte con tu nuevo trabajo. Ahorra y no malgastes el dinero en cualquier cosa.
—Mira quién lo dice —negó y le dio un abrazo—. Nos vemos pronto.
—Espero que así sea.
Se separaron con una última estrechada de manos y Levi llevó su equipaje al taxi que lo esperaba. Lo dejó en la cajuela, se subió e inició su recorrido hacia la estación de tren, donde esperó quince minutos para luego embarcarse en un largo viaje hacia el extremo sur del país.
Luego de más de siete horas, divisó el letrero que daba la bienvenida a la ciudad. El tren se detuvo poco después, y una vez salió de la estación, miró brevemente a su alrededor y sacó su celular para llamar al encargado de la inmobiliaria que le daría las llaves de su casa. Intercambiaron un par de palabras rápidamente y, luego de colgar, tomó otro taxi para dirigirse al punto acordado.
Llegó veinte minutos después y saludó al hombre que lo esperaba en la entrada de la residencia. Ingresaron a la misma, realizaron un recorrido por las dos plantas y, tras verificar que cumplía con los requerimientos pedidos en cuanto a los muebles y demás, recibió las llaves y el hombre se despidió, dejándolo solo en el que, a partir de ese día, sería su nuevo hogar.
—Aquí estamos, ¿no? —mencionó, echándole otro vistazo a los diseños y al pequeño jardín a un costado—. Muy bien. Es hora de limpiar un poco este lugar.
Aun cuando le entregaron la casa impecable, no se conformó, por lo que procedió a realizar una limpieza profunda luego de comprar algunos productos hasta quedar completamente satisfecho. Guardó las cosas que había traído de Japón en su habitación, y una vez que todo estuvo en orden, volvió a salir para conocer mejor la zona.
No tardó en acostumbrarse a su nuevo estilo de vida en aquel barrio tranquilo del norte de la ciudad.
Pasaron tres días hasta que el calendario marcó el lunes, fecha en la que empezaría su trabajo en la Escuela de Patinaje Profesional de Montpellier. Se levantó temprano, se duchó, desayunó algo ligero y se alistó para dirigirse al lugar, ubicado en el suroeste de la metrópoli. Una vez llegó, presentó sus credenciales, verificaron su registro en el sistema y se adentró por los pasillos, encontrándose con Antoine Kluivert, jefe administrativo y uno de los principales representantes de la AFP.
—Bienvenido, Levi Ackerman —estrechó fuertemente su mano.
—Gracias. Me siento muy honrado de poder estar aquí.
—Oh, no. Nosotros deberíamos decir eso, ya que es todo un honor que pase a formar parte de nuestro equipo, aunque, por un momento, llegamos a creer que no aceptaría la invitación.
—Solo fue cuestión de pensarlo bien.
—Me alegra escuchar eso. ¿Está listo para empezar?
—Por supuesto.
—Entonces sígame por acá.
Continuaron su camino hasta llegar a una enorme pista, una de las cinco con las que contaba la escuela. En ella se encontraban algunos patinadores realizando piruetas, pero cuando Antoine los llamó se detuvieron y se acercaron, saliendo del hielo y formando una media luna alrededor de él y el azabache.
—Muy bien. Como les había comentado, hoy tendremos un nuevo integrante en nuestra prestigiosa escuela. Seguro ya lo conocen, así que denle la bienvenida al nuevo entrenador: Levi Ackerman.
Todos saludaron, unos más sorprendidos que otros, pero en general el recibimiento fue muy bueno, cosa que él agradeció de antemano.
De inmediato, Antoine pasó a presentarle el grupo que estaría a su cargo. Este estaba conformado por dos chicas y dos chicos, cuyas edades oscilaban entre los 16 y 18 años. Eran los más jóvenes de la escuela, por lo que existía una alta expectativa puesta sobre ellos de cara a los próximos Juegos Nacionales de la Juventud.
—Suelen ser un poco impulsivos, pero cada uno tiene habilidades únicas, así que serán un desafío interesante para empezar.
—De acuerdo. Déjelo todo en mis manos.
El jefe asintió y se despidió, dejándolos solos y pidiendo a los muchachos que se portaran bien. Estos asintieron firmemente, pero en cuanto desapareció por los corredores y los demás patinadores se retiraron, rápidamente se acercaron a Levi y lo observaron con detenimiento, haciendo que él mostrara una cara de desconcierto.
—¿Sucede algo?
—No hay duda —dijo uno de los chicos: Demir—. Es el Emperador.
—Wow. ¡Todavía no puedo creer que una leyenda viviente vaya a entrenarnos! —exclamó emocionada, pero discreta, una de las chicas: Dafne.
—Yo tampoco, pero ya ves que no es un producto de nuestra imaginación —mencionó el más joven: Zack.
—Creo que Antoine se lució esta vez trayendo a una estrella. Los de la AFP siempre piensan en grande.
Estos y otros comentarios más se extendieron en aquel pequeño grupo, pero lo hicieron de manera cautelosa para no interrumpir a los demás patinadores en sus actividades y para no ganarse una llamada de atención de Antoine.
Aunque fue inevitable que realizaran algunas preguntas, las mismas que el azabache contestó con paciencia, siendo consciente de la curiosidad que en ellos había despertado, algo típico de los jóvenes.
—Usted fue el entrenador de la actual campeona mundial, ¿no? —preguntó la última de las chicas que había hablado muy poco: Aysel.
—Efectivamente.
—¿Y cómo fue la experiencia? Imagino que muy buena.
—Sí. Increíble, de hecho —mencionó sincero, aunque no pudo evitar que los recuerdos inundaran su mente, generando una mezcla de emociones difícil de explicar—, pero todo inicio tiene su final, así que ya me ven aquí.
—¿Nos va a convertir en campeones como ella? —preguntó Zack.
—Eso depende. ¿Están listos para trabajar duro y esforzarse al máximo? El camino no va a ser para nada fácil.
—Si eso nos lleva a ser las próximas estrellas del patinaje, entonces sí —dijo Dafne y los demás estuvieron de acuerdo.
—Excelente. Me agrada ese espíritu —sonrió—. Ahora, demuéstrenme sus mejores movimientos. Quiero medir su nivel.
—¡Sí, señor!
Así como lo hizo en Japón, evaluó a cada uno de los chicos para determinar sus fortalezas y, en base a ello, planificar sus próximos programas. Fue interesante ver la gama de habilidades que mostraron y la fuerte mentalidad para recuperarse luego de cometer algún desliz, siendo algo que, de alguna forma, le recordó a sí mismo en sus inicios en ese bello arte sobre hielo.
Una vez terminó de recopilar datos, le explicó a cada uno qué aspecto debían explotar y cuáles otros podían mejorar potencialmente. Ellos escucharon con atención todas las recomendaciones, y luego de recibir un par de indicaciones más, Levi los dejó libre, advirtiéndoles que al día siguiente empezaría con el régimen de fortalecimiento físico.
Asintiendo, y la expectativa de ese nuevo reto, se despidieron de él y dejaron atrás la pista entre saltitos y expresiones alegres. El azabache suspiró, satisfecho por el entusiasmo mostrado siendo apenas el primer día, tomó su maleta y, tras echar un último vistazo a los otros patinadores que seguían en lo suyo, empezó su camino por el mismo pasillo por donde llegó. Mientras escuchaba el eco de las órdenes dadas por otros instructores y el impacto de las cuchillas de los patines sobre el hielo, su mente comenzó a generar una serie de ideas para las actividades que realizaría con sus nuevos estudiantes a partir de la siguiente jornada. Sonrió al recordar sus rostros emocionados y la predisposición de ellos a aprender cosas nuevas, pero el gesto rápidamente desapareció cuando, al alzar a ver, se encontró con dos figuras que no había visto en mucho tiempo y que hubiese preferido no hacerlo nunca más.
Se detuvo en seco al igual que ellos, quienes abrieron los ojos como platos al reconocerlo y sintieron cómo los colores se esfumaban de sus rostros.
Ninguno atinaba a decir nada ni a mover ni un solo músculo. Solo se debatían en miradas llenas de desconcierto y escepticismo, colmando el ambiente de una especie de tensión que se acentuó a medida que los segundos avanzaban en silencio.
—Qué sorpresa, Levi…
—Me temo que estoy de acuerdo, Nifa, Varis.
Fue particularmente extraño para el ojiazul volver a mencionar aquellos nombres que, en su momento, le causaron tanta repulsión y furia, y aunque el sentimiento de traición volvió a surgir, se mantuvo extremadamente calmado, sorprendiéndose a sí mismo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la mujer con cautela, aunque sin dejar de sentirse nerviosa por aquel encuentro que la tomó con la guardia baja al igual que al joven a su lado.
—Hoy me integré al equipo de trabajo como entrenador —dijo estoico y se cruzó de brazos—. ¿Y ustedes?
—Entrenamos en esta escuela desde hace seis meses —respondió Varis, evitando su mirada seria—, pero en pareja.
—Ah —desvió la vista hacia sus manos entrelazadas—. Entonces siguen juntos.
—Sí…
"Ahora entiendo por qué no los vi en las categorías individuales del Campeonato Mundial".
—Al parecer la vida los ha tratado bien.
—Y a ti también. Hemos escuchado mucho sobre tus últimos logros como instructor. Felicidades.
—Gracias… supongo —volvieron a quedarse callados por unos segundos hasta que Levi miró su reloj—. Bien. Es mejor que me vaya. Suerte con sus entrenamientos —retomó su andar, pasando a un costado de ellos.
—Espera —la voz de Nifa lo detuvo, pero no volteó a ver—. Respecto a lo que sucedió hace tres años… lo siento. Debí haber sido honesta con lo que pasaba y no dejar que las cosas terminaran de esa forma. Yo… nunca quise hacerte daño.
—Comparto el mismo sentimiento —agregó Varis—. También cometí un error. Soy culpable por haber traicionado tu confianza. Lo lamento de verdad.
El silencio volvió a reinar en aquel corredor. La pareja aguardó paciente una respuesta por parte del azabache, pero la falta prolongada de palabras los puso aún más nerviosos.
—Hm —musitó Levi luego de algunos instantes—. Por lo menos tuvieron el coraje para admitir su falta, aunque es un poco tarde para ello, ¿no creen?
—Levi…
—Está bien. No necesito que me den más explicaciones —dijo sereno—. Ese tema forma parte del pasado, así que no deben preocuparse.
—¿Estás seguro?
—Sí —asintió y volteó a verlos por encima del hombro—. No hay más resentimientos. Los perdono, así que sean felices, ¿ok?
Dicho esto, prosiguió su caminar hasta desaparecer de la vista de Nifa y Varis. Estos se quedaron un rato observando la dirección en la que se fue y luego se miraron, sin atinar a descifrar qué era lo que había pasado.
Cuando se decidieron a pedir disculpas, estaban más que convencidos que Levi reaccionaría mal, gritándoles como la última vez donde todo terminó en trizas. Era comprensible y estaban listos para recibir todo aquello que sabían se lo merecían, pero no esperaron que él actuara tan tranquilo e incluso les deseara la felicidad de la forma más sincera posible.
Conmovidos por aquel encuentro que resultó mejor de lo que imaginaron, se sintieron finalmente libres de la culpa que los carcomió por mucho tiempo, y desearon de todo corazón que él también fuera feliz.
Se lo merecía.
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—¡Hasta que al fin podemos comunicarnos contigo!
Había pasado ya un mes desde que inició su trabajo en la Escuela de Patinaje Profesional de Montpellier y las cosas marchaban muy bien. Los entrenamientos con sus alumnos no presentaron ninguna novedad y se desarrollaron mejor de lo esperado, y aunque en un inicio parecía que no lograban acoplarse a sus metodologías, gracias a su propia motivación lo consiguieron y ahora se desenvolvían con mayor soltura, asombrando incluso a los patinadores de mayor experiencia quienes destacaban la notable mejora de sus destrezas en tan poco tiempo.
Este excelente desempeño fue reconocido por el jefe del lugar y, en general, por todos los demás instructores, lo que lo llevó a colaborar con estos últimos en repetidas ocasiones para elevar el nivel de los deportistas a su cargo.
Era realmente satisfactorio ver que sus consejos funcionaban para cada uno de los casos, y si bien ahora se mantenía más ocupado, siempre lograba sacarse un tiempo para descansar.
Y eso era justamente lo que estaba haciendo en ese momento, pero con la compañía telemática de sus amigos a través de una videollamada.
—Sí que te has perdido. Te tomaste muy en serio la cuestión de desaparecer —le dijo Erwin.
—No fue a propósito. Solo estaba adaptándome a la dinámica que se maneja aquí.
—Pero sí que te tomó bastante tiempo, ¿eh? —intervino Hange—. ¿Qué tal es la vida en Montpellier? ¿Cómo te va en la escuela? Quiero todos los detalles.
—Ya somos dos —agregó el rubio.
Levi negó levemente, pero de inmediato procedió a contarles todo, desde su llegada a la ciudad hasta su situación actual como entrenador y lo mucho que había aprendido de sus colegas y de los patinadores, destacando los estilos observados que le recordaban a algunos vistos en Montreal. Incluso les comentó acerca de aquel encuentro con Nifa y Varis, y si bien se mostraron un poco preocupados, les alegró saber que, finalmente, ese asunto había sido cerrado.
—¿Y cómo te sientes al respecto?
—Bien. No les voy a mentir, fue impactante volver a verlos, pero ahora que los perdoné me siento más ligero, como si me hubiese librado de un gran peso que ni siquiera sabía que cargaba.
—Es bueno escucharlo. Ahora ya no tienes que preocuparte más por eso.
—Sí. Realmente es un alivio —hizo una pausa, pensando en sus próximas palabras—. ¿Y qué tal van las cosas en Japón? ¿Alguna novedad sobre Mikasa?
Intentó sonar desinteresado, pero no funcionó, y de eso se dieron cuenta Hange y Erwin, quienes intercambiaron miradas antes de volver a verlo.
—Con que todavía piensas en ella a pesar de todo.
—No respondieron mi pregunta —ignoró lo dicho por el rubio.
La castaña suspiró, tomándose algunos minutos antes de iniciar.
—Las cosas se complicaron un poco luego de que te fuiste, pero afortunadamente ella logró recuperarse, aunque haya tardado en hacerlo.
—Oh —fue lo único que dijo, y si bien se sintió tentado a preguntar más al respecto, prefirió quedarse callado.
—Ok. Si eso es todo lo que querías saber, tengo una última pregunta para ti.
—Adelante.
—¿Estás contento con tu nueva vida allá?
—¿Contento?
—Sí. Mencionaste que la ciudad es tranquila y las personas en la escuela son agradables, pero eso no dice nada sobre si estás feliz —dijo Erwin.
—No comprendo a qué punto quieren llegar.
—Creo que es bastante obvio, pero está bien —dijo Hange—. Solo espero que para la próxima que nos veamos tengas una respuesta y no evadas la pregunta como ahora.
—Tch. Como quieras.
—Bueno. No te vamos a quitar más tiempo. Aquí nos despedimos.
—Hablamos luego —finalizó la videollamada, cerró su laptop y se recargó en la silla de su oficina mientras reflexionaba.
Honestamente, le agradó hablar con sus viejos amigos luego de tanto tiempo. Sentía que le hacía falta, pero cuando mencionaron lo que pasó con Mikasa, fue inevitable que le invadiera la misma extraña sensación que cuando abandonó Japón, aunque le reconfortó un poco saber que ya se encontraba mejor.
"Ahora entiendo por qué no se supo nada de ella luego del campeonato".
Despejó ese tema de su mente, pero casi de inmediato recordó la pregunta de Hange. No sabía qué quería ganar ese par con eso, y si bien no era más que una interrogante inofensiva, por alguna extraña razón no pudo responderla. No supo cómo hacerlo, y eso de cierta forma le generó intriga.
—Lo estás pensando demasiado —susurró luego de un rato y chasqueó la lengua para luego levantarse y salir.
Los entrenamientos con sus alumnos ya habían terminado, pero tras revisar su reloj, comprobó que aún le quedaba algo de tiempo, por lo que, para despejar la mente, se dirigió a una de las pistas principales y se quedó observando lo que hacían los patinadores a cargo de su colega Anna Van Kerkhove.
—Ahora ejecutan mejor los saltos combinados —comentó para sí—. Aunque podrían elevar un poco más su nivel si…
—Vaya, vaya. Así que los rumores eran ciertos.
Levi reconoció de inmediato aquella voz que no había escuchado en más de diez años, por lo que, lentamente y con algo de incredulidad, volteó a ver, abriéndose sus ojos de par en par al confirmar sus sospechas.
—¿Entrenador Shadis?
—Qué gusto volver a verte, muchacho.
—Lo mismo digo —le costó un poco salir de la sorpresa—. ¿Qué hace aquí?
—Mi buen amigo Antoine me contó que viniste a esta escuela. Él suele alardear mucho, así que quise comprobarlo por mí mismo —sonrió—. Cuánto has cambiado. Ya nada queda de ese intrépido niño que entrenaba bajo mi tutela.
—Pues ya me ve, ¿no? Aunque debo decir que usted sigue siendo el mismo.
—Bueno, a personajes ilustres como nosotros no nos afecta el tiempo.
—No creo que sus rodillas estén de acuerdo —mencionó divertido, haciendo que Shadis soltara una risotada.
—Ok. Veo que tu sentido del humor sigue intacto —se calmó y suspiró—. Pero ¿qué te parece si vamos a otro lugar a conversar? Bueno, eso si estás disponible.
—Es una buena idea. Vamos.
Abandonaron la escuela y, por sugerencia del azabache, se dirigieron a una cafetería ubicada a unas tres cuadras al este. Una vez en el establecimiento, ordenaron bebidas calientes y un par de postres y se acomodaron en una mesa con vista a la ventana. Algo de jazz sonaba a través de la radio.
—No he escuchado de usted en mucho tiempo —mencionó el ojiazul—. ¿A qué se dedica ahora?
—Formo parte de la directiva de la ISU. El presidente me envió una carta hace unos cuatro meses, y como justo por esa época me había retirado como entrenador, resultó ser una muy buena oportunidad para trabaja en algo más tranquilo.
—Ya veo.
—¿Y tú, saltamontes? —mencionó el apodo con el que lo trataba cuando era niño—. Mi vida no es tan interesante como la tuya. Has conseguido tantas victorias desde que fuiste a Montreal que no puedo más que sentirme orgulloso, aunque… la más grande interrogante que tengo es respecto a tu pronto retiro aun con un futuro brillante por delante.
—Bueno, sucedieron muchas cosas y quise experimentar algo un poco diferente, es todo.
—Pero resultó mejor de lo esperado, ¿no?
—Así es.
—Debo decir que me sorprendió mucho cuando me enteré que te volviste entrenador. Fue increíble y hasta un poco insólito, pero luego de ver los resultados que estabas obteniendo con las jóvenes a tu cargo entendí una cosa: tienes un don indiscutible para enseñar.
—No es para tanto.
—Lo digo en serio. Cada vez que veía las coreografías de tus alumnas percibía claramente tu huella, y sé que otros también.
—Es parte de lo que significa ser entrenador, pero como he dicho en incontables ocasiones, el mérito es propiamente de los patinadores. Uno solo está para guiarlos y sacar lo mejor de ellos mismos.
—Qué palabras tan conmovedoras —bebió de su mocaccino—. Por cierto, ¿cuánto tiempo estuviste en Japón?
—Un año.
—¿Y cómo se sintió volver al lugar donde inició todo?
—Podría decirse que un poco nostálgico, pero pronto me sentí como en casa.
—Lo imagino. Seguramente no te faltaron motivos para ser feliz.
El azabache detuvo la taza de té a medio camino al escuchar la última frase, devolviéndola lentamente al plato sobre la mesa. Sí, hubo momentos que encajaban muy bien en ese concepto, pero los que tuvieron mayor peso fueron aquellos asociados a una sola persona, un solo nombre que seguía haciendo eco en sus pensamientos y en lo más profundo de su ser.
—Tiene razón —sonrió inconscientemente—. Tiene razón…
Continuaron conversando sobre su llegada a Montpellier y muchos otros temas más hasta que el reloj marcó las ocho de la noche. Al percatarse de lo tarde que era, pagaron la cuenta, salieron del lugar, caminaron un largo tramo por las calles iluminadas, y llegados a un punto se despidieron, no sin antes prometer que se mantendrían en contacto.
En medio de la tranquilidad habitual de aquel momento del día, Levi continuó su andar sumergido en sus cavilaciones hasta llegar a su casa. Dejó las llaves colgadas al lado de la puerta, se dirigió a la cocina para beber un poco de agua, y luego caminó escaleras arriba hacia su habitación. Como era costumbre, se sentó al frente del escritorio para seguir trabajando en nuevos programas para sus alumnos, pero de un momento a otro se distrajo, pensando en todo lo que sucedió ese día mientras miraba las estrellas brillar más de lo usual en llamativos y efímeros destellos.
—Creo que hoy tengo demasiadas cosas en la cabeza.
Decidiendo que sería mejor descansar, se alejó del escritorio, apagó las luces y se dirigió a la cama. Se metió entre las cobijas, miró por última vez el resplandor de la luna a un costado y cerró sus ojos, y si bien la pregunta de Hange resonó de forma abrupta en su mente, no le prestó atención
Sin embargo, se convirtió en una cuestión que lo acompañó por más tiempo del que imaginó.
