El día por fin llegó. Regina fue despertada tan pronto como el amanecer se anunció. La hicieron tomar un baño largo donde algunas doncellas, en compañía de Ruby, dedicaron gran parte de la primera hora del día a enjuagar con cuidado su cuerpo y cabello.
Después la envolvieron en una bata, secaron su cabello y la sentaron en la pequeña mesa para que tomara el desayuno, momento en el que por fin la dejaron sola con Ruby quien la abrazó efusivamente.
—Feliz cumpleaños —dijo a su amiga a quien estrechó con cariño.
—Gracias, Ruby —correspondió Regina con voz apagada porque, a su parecer, no tenía nada que festejar. Sí, estaba cumpliendo un año más, pero lo volvía a pasar atrapada en ese castillo, en ese maldito matrimonio obligado, siendo la reina del reino Blanco—. Desearía que este día fuera diferente.
Se soltaron del abrazo y Ruby tomó asiento en la pequeña mesa.
—Estoy segura que David no debe tardar en venir —comentó para levantarle el ánimo.
—Me hubiera encantado que lo hiciera antes de este día. Quería pasarlo con él —terminó con un hilo de voz porque se le formó un nudo en la garganta. No quería decirlo en voz alta, pero temía tanto que algo malo hubiera ocurrido y que jamás volviera. Pero luego se convencía de que si fuera así ya lo habrían sabido. David era el príncipe heredero del reino del Sol, era algo que no podían callar.
Ese pensamiento renovaba su fe y esperanza en el apuesto rubio, en el padre de su bebé, en el hombre al que amaba y la amaba por igual con quien estaba segura tendría una bella historia de amor.
—Pronto vendrá. Ya lo verás —reafirmó porque con todo lo que Regina le había contado no veía cómo David pudiera arrepentirse de volver por ella y el bebé.
Regina asintió, esbozando una tenue sonrisa porque deseaba con el alma poder escapar de lo que estaba por venir.
George salió en la carroza real hacia el reino Blanco en compañía de Ruth y Eugenia. La noche anterior David y la guardia del Sol habían partido hacia ese castillo para infiltrarse por el sitio que la antigua doncella les indicó y aguardar para atacar en el momento indicado.
Llegó poco antes de que los Reyes del reino Blanco salieran al balcón real para saludar al pueblo. En el salón del trono se encontró con muchos miembros de la realeza y la nobleza. Estaba la princesa Snow con su familia, los Reyes del reino de la Luz que felices anunciaban estar en búsqueda de un heredero al trono. Saludó con cordialidad a los presentes, tomando asiento donde le correspondía y donde habría de aguardar por el momento indicado.
El vestido de Regina era de ensueño. Una pieza diseñada con las mejores y más finas telas que pudieron encontrar. Era largo, ceñido al cuerpo hasta la parte baja de las caderas donde se extendía la tela simulando una falda con telas de color blanco aperlado con bordados color plata. Era escotado, alcanzaba a cubrir los senos y las mangas era de una tela blanca transparente que comenzaban abajo de los hombros y se extendían hasta el suelo como si fuesen una capa. Le hicieron un recogido bajo que adornaron con plateadas tiras que le daban un toque exquisito al peinado y, lo más especial para ella, era el collar que colgaba de su cuello, que era el que su padre le regaló: el árbol de la vida.
Regina se miró al espejo, sintiéndose muy similar al día de su boda. Sabía que sería una ocasión donde no solo tendría qué ver a Leopold, sino que tenía que fingir lo que ya no estaba dispuesta a seguir fingiendo. Respiró profundamente sintiendo el sol bañando su cuerpo. Cerró los ojos, imaginando que la calidez que sentía provenía de David, brindándote calma y arropandole el alma, dándole la fuerza y valentía para soportar ese día.
—Majestad. —Rumpelstiltskin entró tan pronto como fue avisado que la Reina se encontraba lista. Quedó deslumbrado con la belleza de la joven mujer que cumplía veinte primaveras—. Mis felicitaciones —ofreció con respeto. Ella respondió con un gesto respetuoso de la cabeza—. Vamos. El Rey la espera para saludar al pueblo desde el balcón real.
Se giró despacio y comenzó a caminar hacia la salida de la habitación mientras pensaba en una forma de escapar para no tener que pasar por esa humillación. La impotencia se apoderó de ella al cruzar el umbral de la puerta. Siguió andando unos pasos más y fue cuando dio media vuelta, agarró a Ruby de la mano y corrió de vuelta a su habitación a pesar de los llamados y gritos de sorpresa. Tan pronto como entraron pusieron el cerrojo para encerrarse.
—¿Qué te pasa? —preguntó la doncella, asustada por el impulso arrebatado de su amiga.
—Ya no puedo más, Ruby. Me niego a seguir fingiendo que estoy conforme con este matrimonio cuando no es así —explicó al borde de la desesperación.
Ambas se sobresaltaron cuando comenzaron a tocar la puerta con fuerza, llamándola a gritos, exigiendo que abriera. La doncella se acercó a ella, la tomó de las manos y se las apretó como muestra de apoyo.
—Esto que estás haciendo no va a terminar bien. Lo sabes. Regina, estoy de acuerdo contigo. No es justo, pero te estás arriesgando demasiado. Piensa en el bebé y en David que pronto vendrá —dijo, intentando convencerla de hacer lo que correspondía, pero la Reina negó con la cabeza.
—¡Majestad, abra la puerta o nos veremos obligados a usar la fuerza!
—Regina, por favor —suplicó Ruby y le dolió ver la desesperación reflejada en la mirada de la Reina.
Pasaron unos minutos antes de que las dos soltaran una exclamación de sorpresa cuando comenzaron a golpear la puerta con un hacha. Ruby cubrió a Regina con su cuerpo, obligándola a retroceder para que no le fueran a hacer daño. Y, cuando lograron ingresar, fue el momento en el que Regina se arrepintió de haber arrastrado a Ruby con ella. Rumpelstiltskin entró, mirándola con desaprobación y algo de lástima.
—¡No! Deténganse —ordenó Regina a los guardias cuando estos apresaron a Ruby. La desesperación fue clara en su voz.
—Acompáñeme, Majestad. El Rey la espera y ha ordenado que, si vuelve a resistirse, su doncella pagará las consecuencias —informó mientras sacaban a Ruby de la habitación—. Lo lamento —dijo sincero cuando vio los ojos de Regina cargados de lágrimas.
Volvió a salir de la habitación y, esta vez, lo hizo con resignación, arrepintiéndose profundamente de haber llevado a Ruby consigo en su intento por huir de la ceremonia. Tan pronto como comenzó a alejarse de su habitación un número exagerado de caballeros la escoltaron, haciendo evidente que no habría forma de escapar de nuevo.
Así que siguió andando hasta estar frente a la salida al balcón donde Leopold aguardaba por ella, con la multitud haciéndose escuchar desde afuera.
—Mi Reina —dijo en cuanto la vio. Fue él quien se acercó, deteniéndose a escasos dos pasos de ella—. Estás espectacular —la elogió con satisfacción porque era lo que esperaba, que se viera hermosa e irreal—. Feliz cumpleaños —sonrió, tomándola de los hombros para plantarle un beso en la mejilla. Después alargó la mano para que Rumpelstiltskin le entregara una caja roja que posicionó frente a Regina y abrió—. Para ti, mi Reina.
Era un collar con el símbolo de la Nueva Alianza. Sintió que le era retirado su collar que notó fue entregado al consejero que lo guardó entre sus ropas mientras le era colocado el collar que el Rey acababa de regalarle.
—Ahora sí estás perfecta —decretó Leopold e indicó con un gesto de la cabeza que era el momento de salir.
Las trompetas comenzaron a sonar, anunciando que los Reyes del reino Blanco saldrían al balcón y Regina se tensó. La multitud se emocionó, aclamando por ellos, haciendo evidente que ansiaban verlos.
Leopold fue el primero en aparecer, la gente lo vitoreó y él saludó amablemente, pero cuando minutos después Regina se unió, la multitud enloqueció. No tuvo más opción que saludar porque no quería perjudicar más a Ruby. Se sentía lo suficientemente culpable como para negarse a comportarse como se esperaba que lo hiciera.
El problema vino cuando Leopold exigió de ella algo que no estaba dispuesta a dar.
—Tenemos que besarnos —dijo, agarrándola de las manos y obligándola a colocarse de frente a él.
—No te atrevas —masculló Regina, con la furia reflejada en los ojos.
—La vida de Ruby está en juego, Regina. Así que te sugiero que cooperes y les muestres lo buena esposa que eres —sonrió cuando vio los bellos ojos llenarse de lágrimas y el rostro de desesperación e impotencia porque Regina sabía que no tenía opción.
Posicionó sus labios contra los de su joven esposa, la forzó a abrir la boca para introducir su lengua y, cuando sintió que ella haría el intento por separarse, la envolvió entre sus brazos para intensificar el beso. Regina le puso las manos en el pecho empujando, algo que sirvió para que terminara el beso. Leopold la pegó más a su cuerpo, dejando su boca cerca de su oído izquierdo.
—Estás tan bella y deseable que esta noche te quiero en mi lecho. —Y, sin esperar reacción de ella, volvió a saludar a la gente para luego entrar al castillo, llevando a Regina de la mano con él quien se soltó casi de inmediato—. Déjenos solos —ordenó a los caballeros y al consejero que aguardaban por ellos ahí dentro. Lo último que Leopold quería era testigos.
Regina tuvo que aguantarse ya que no iba a suplicarle que desistiera porque no estaba dispuesta a humillarse delante de él. Tampoco iba a decirle que no quería porque sabía que sería ignorada y que la amenazaría con matar a Ruby. Contuvo el aliento cuando el Rey se pegó a su espalda, colocó una mano sobre su apenas notable vientre y la agarró con fuerza de un brazo para evitar que se moviera. El reflejo de la Reina fue poner sus manos sobre el brazo de la mano que le tocaba el vientre, por lo que Leopold la rodeó un poco más.
—A Eva nunca quise tocarla desde que supe que estaba embarazada. No la deseaba. Pensé que me sucedería lo mismo contigo, pero me equivoque, Regina. En esto resultaste mejor que ella.
—Me das asco —dijo entre dientes tratando de contener las lágrimas y la desesperación de estar entre los brazos de ese indeseable hombre.
—Es lo que menos me importa, mi Reina. Importa que yo sí gozo —le habló al oído y rio gustoso cuando Regina se separó de él como si su toque la quemara—. Cuidado con lo que haces porque no creo que quieras terminar tu cumpleaños viendo como a Ruby se le va la vida mientras cuelga de la horca.
—Eres un monstruo —lo acusó mirándolo con odio y repudio.
—Para ti eso es lo que soy, pero para ellos —Hizo una pausa para que se escuchara la multitud que seguía ahí, festejando—, para ellos soy quien vela por su bienestar y felicidad. Me adoran. —Enfatizó en esas últimas palabras—. Si haces el más mínimo intento por resistirse a ser mía, no solo vas a terminar tu cumpleaños viendo a Ruby morir, sino que lo harás sujetada a la cama por guardias mientras cumples con tu deber —sentenció, caminando hacia el salón donde los invitados de la realeza y nobleza esperaban por ellos, sabiendo bien que Regina lo seguiría como era su deber.
David se encontraba recargado contra una de las paredes del pasadizo subterráneo donde se encontraban ocultos. Tenía los ojos cerrados y contra su boca sostenía una de las bellas cartas que tenía de Regina. Eran su más grande tesoro. Tan grande que hasta ese momento no las había compartido con nadie, ni siquiera se las había mostrado su madre a quien jamás le ocultaba nada. Eran algo muy íntimo que no deseaba compartir con nadie porque esas palabras dedicadas con tanto amor lo hacían sentirla muy cerca de él. Suspiró largamente, recordando lo mucho que la imaginó a su lado, entrando por el balcón de su habitación, quedándose a su lado para siempre y sabía muy bien que ese también era el deseo de Regina.
—Un sueño que estamos a punto de hacer realidad —murmuró con fervor.
—¿Disculpe, Alteza? —preguntó uno de los caballeros del Sol. Su nombre era Killian y había formado parte de la cuadrilla que encontró a David inconsciente a las afueras de Camelot. Desde que encontraron a Ruth cerca del reino del Sol y esta les dijo dónde estuvo escondida durante todo ese tiempo, la guardia comenzó a rondar las inmediaciones de ese lugar pues la ex doncella aseguraba que David volvería. Fue extremadamente gratificante y angustiante cuando lo encontraron tan malherido.
—¿Mmhhh? —preguntó de vuelta, confundido.
—Pensé que había dicho algo —explicó el otro y el príncipe asintió al entender.
—Hablaba para mí. —Esbozó una pequeña sonrisa mientras se escuchaban las pequeñas gotas que caían ahí dentro al filtrarse desde el lago que tenían encima. Se encontraban justo en la entrada a las mazmorras del castillo Blanco. Aguardando por la indicación que de alguna forma Granny les haría llegar.
—Pronto estará con ella —aseguró Killian, buscando darle ánimos al recién encontrado príncipe.
Todo aquel que ingresó a la guardia del Sol antes de encontrarlos sabía que su función principal no era la seguridad del Rey, el castillo o el reino del Sol. Era buscar a la doncella Ruth y al príncipe o princesa heredero. Los esfuerzos de la guardia llevaban años concentrados en ello. El Rey no falqueó ni uno solo de esos interminables días, para él nunca fue opción abandonar la búsqueda y era algo que todos ellos admiraban.
Y no solo los habían encontrado, sino que ahora estaban a punto de atacar al reino Blanco para que el príncipe pudiera estar con la mujer que amaba. Desde luego que les causó impacto saber que se trataba de la Reina Regina, la mujer más bella que jamás había existido. Killian la había visto un par de veces nada más y recordaba que la experiencia fue como tener una hermosa visión. Ella era increíblemente bella, capaz de robarte el aliento, de arrancarte un suspiro, de acaparar tu atención como ninguna otra podía hacerlo y a todos les emocionaba pensar que una mujer así de bella y que era una reina se hubiera fijado en un humilde pastor pues eso significaba que Regina, no solo era una mujer bellísima físicamente, sino que también lo era de sentimientos.
A la guardia entera le hacía ilusión que su príncipe y futuro Rey pudiera alcanzar la felicidad al lado de la mujer que amaba ya que para el Rey George eso no fue posible por muchos años. Hasta antes de encontrarlos tuvo un reinado tormentoso y sombrío. Se podía decir que en el reino del Sol el sol dejó de brillar cuando Ruth desapareció y había vuelto a hacerlo cuando David apareció.
El príncipe asintió agradecido por el apoyo que la guardia le brindaba a cada paso. Lo habían cobijado como si lo conocieran de toda la vida y eso era algo invaluable para él. Cuando se enteraron que planeaban un ataque al reino Blanco se mostraron entusiasmados y dispuestos, ninguno cuestionó, ni dudó, mucho menos cuando supieron la razón que provocó que lo tomarán personal ya que, como era de esperarse por su juramento de lealtad, a ninguno le vino en gracia saber que el Rey Leopold fue el causante de la desgracia de su Rey.
Regina no siguió a Leopold de inmediato. Se quedó parada en medio de ese lugar, escuchando a la multitud aclamar por ella desde afuera. Le causaba sorpresa, no lo podía negar, era la primera vez que sentía de alguna forma el respaldo del pueblo. Sin embargo, lo único en lo que podía pensar era en cómo iba a escapar de su suerte esa noche.
Se sentía impotente, atada de manos porque en su inútil intento de no ir con el Rey justamente a ese balcón, había condenado a Ruby, y ya sabía por experiencia que Leopold era capaz de lo peor.
—¿Majestad?
Rumpelstiltskin la trajo a la realidad y fue cuando Regina se dio cuenta que una lágrima corría por su mejilla izquierda. La limpió mientras recuperaba la compostura, esa que perdió cuando supo que estaba atrapada y que no podría liberarse de compartir el lecho con su maldito y desgraciado esposo. Pensó en caminar simplemente e ir a donde tenía que hacerlo, pero la impotencia que sentía era tan grande que no lo pudo evitar. Se sintió tan acorralada que se vio orilla a hacer algo que jamás pensó que llegaría a hacer.
—Dijiste que me ayudarías. Quiere que esta noche esté con él. —Le lanzó una mirada aguda, pero en sus ojos se relajaba la súplica por esa ayuda que pedía.
—Lo haré —aseguró el consejero con voz suave. Las finas facciones de la Reina se relajaron un poco y ahí fue consciente de que en realidad ella confiaba con él a pesar de que lo negaba.
La entendía bien, él siempre le había sido fiel al Rey Leopold. Desde que llegó al castillo muchos años atrás juró su lealtad en una ceremonia real que lo comprometía a velar por el bienestar del reino Blanco. Y, por esa misma razón, era que iba a hacer algo que no debía, pero que consideraba era lo mejor para el futuro del reino Blanco. Tal cual era su deber.
—Salga al balcón de nuevo —soltó sin explicación alguna.
—¿Qué? —preguntó Regina. Ella solo era la Reina consorte, ese reino y ese pueblo no eran suyos. En ese sentido no tenía el derecho a salir sin el Rey. Sin mencionar que a Leopold no le gustaba que la vieran sin él presente porque lo único que le gustaba era presumirla, como acababa de hacerlo. Y no era que le importara, sino que la vida de Ruby podía ser el precio a pagar por un acto de rebeldía como ese.
—Ellos desean verla a usted. Lo están pidiendo a gritos —explicó para animarla a hacerlo.
—La vida de Ruby está de por medio —le recordó, negando con la cabeza, negándose explícitamente a salir.
—Yo asumiré las consecuencias —aseguró Rumpelstiltskin—. Soy el consejero, mi deber es aconsejar y en este momento le aconsejo que salga —reafirmó su postura, ansioso porque Regina lo hiciera de una vez antes de que Leopold mandara por ella.
—Tu deber es aconsejar al Rey, no a mí.
—Si el bebé que espera es un varón será el futuro heredero al trono. Si el Rey muere antes de que cumpla la mayoría de edad no podrá hacerse cargo del reino por obvias razones, y quien tendrá que hacerlo será usted —explicó—. Considero que lo más pertinente es que el pueblo empiece a verla como una figura de autoridad y no solo como la más hermosa y valiosa de las posesiones. —Ese argumento era un golpe bajo, lo sabía bien, pero necesitaba provocarla para que aceptara.
Regina estrechó los ojos, intentando ver qué había detrás de las intenciones de Rumpelstiltskin. Más que inteligente, ese hombre le parecía demasiado listo. Tenía razón en todo lo que había dicho y lo cierto era que no le importaba pues sabía bien que Leopold no haría nada contra ella por el embarazo. El problema era que tenía a Ruby en su poder y no la iba a arriesgar por el futuro de ese reino del cual muy pronto se iría para no volver jamás.
—No voy a poner en peligro a Ruby —insistió.
—Haremos algo. Usted sale al balcón y a cambio yo me aseguraré de que liberen a su doncella hoy mismo y de que el Rey desista de llevarla a su lecho —ofreció—. Es… como un trato —dijo soltando una pequeña risa al final ya que tenía debilidad por ese tipo de acuerdos—. Me parece una oferta tentadora, ¿no lo cree? —preguntó con aire mordaz.
La Reina contuvo el aliento por un momento. Desde que Rumpelstiltskin comenzó a mostrar su buena voluntad con ella no le había fallado. Lo sabía, aunque su lógica le decía que no podía confiar, no podía negar que el consejero fue quien se dio cuenta que amaba a David y no se lo dijo a Leopold. Estaba segura de ello, porque el Rey no volvió a reclamarle su amor por el rubio hasta el día que lo apuñaló y le exigió que se lo dijera en la cara.
El caballero Peter ingresó al cuarto, haciendo una reverencia para ella mientras veía la escena con ojos inquisidores. Cuando Regina le alzó una ceja con altivez, cuestionando en silencio qué quería, fue que habló:
—Su Majestad pregunta por usted, Majestad —informó respetuoso, aunque se encontraba molesto con ella porque gracias al intento de rehusarse a hacer lo que debía era que ahora Ruby se encontraba en manos de la guarida.
—Caballero Peter, demoramos un momento más. Le he dicho a la Reina que por el bien del reino debe salir al balcón y así lo hará porque estoy seguro que a su Majestad le agradará la idea.
Miró fijamente a Regina quien había arrugado la nariz por su extraño comportamiento. Movió ojos y cejas para indicarle que lo hiciera ya, esperando que viera que con ese testigo la culpa recaería en él y no en ella. Sonrió cuando la vio torcer los ojos y luego dar la media vuelta encarando el balcón. La vio tomar aire profundamente mientras apretaba las manos en puños como dándose valor a sí misma y avanzó.
Regina no entendía el afán de Rumpelstiltskin porque saliera al balcón al grado de asumir la culpa por ese acto, pero con tal de poner a salvo a Ruby y librarse de ir al lecho con Leopold, es que lo haría con gusto. Además, no le venía mal al Rey llevarse un disgusto de esa magnitud.
Leopold terminaba de hablar con Hans que entusiasmado le contaba que se encontraba en búsqueda de un heredero al trono del reino de la Luz y fue cuando se encontró de frente con su hija que le lanzó una mirada acusadora.
—¿Qué ocurre, hija? —preguntó, soltando un suspiro cansino porque con seguridad Snow estaba molesta por algo referente a Regina.
—¿Escuchas a la multitud? —preguntó, sin poder ocultar la furia que sentía—. La gente la ama, padre. La ama mucho más que a ti, que a mi madre y que a mí. Lo hacen desde que está embarazada —se quejó.
George, que se encontraba relativamente cerca puso atención a lo que decían y por supuesto que le enojó mucho saber de la mala voluntad de la princesa con Regina.
Leopold torció la boca para no decirle que le alegraba que la gente estuviera feliz con el nuevo heredero en camino, aunque Snow tenía razón, la gente no fue tan intensa cuando Eva esperaba a Snow, ni cuando ésta nació, ni en alguno de sus cumpleaños, tampoco cuando ella se casó, e incluso cuando se supo que estaba embarazada. Snow siempre lo acompañaba al balcón y Regina había salido un par de veces nada más. Cerró los ojos, tomó aire y decidió suavizar la situación.
—No la quieren en realidad. Es solo el embarazo. Cuando dé a luz el pueblo la olvidará y Regina volverá a la sombra —aseguró. La princesa le tomó de una mano que llevó hasta su rostro para apoyarla en su mejilla
—Júrame que no tendrás otro hijo con ella —Lo miró fijamente, presionando, segura que su padre no se negaría.
Sin embargo, la respuesta nunca llegó ya que la multitud estalló en gritos llamando la atención de los presentes pues el Rey se encontraba ahí.
No fue hasta que Regina estuvo en el balcón, parada frente a esa gran cantidad de personas que fue consciente del futuro que la aguardaba junto a David quien resultaba ser un príncipe heredero al trono. Volvería a estar así algún día, pero al lado del hombre que amaba, en un lugar donde sí perteneciera. Saludó con elegancia provocando que los gritos se volvieran ensordecedores, sorprendiéndose por la respuesta de los fieles súbditos de Leopold, los mismos que antes del embarazo no se alegraban mucho de verla.
Dio la vuelta para entrar al palacio, lo hizo despacio, con su característica elegancia, siendo recibida por un satisfecho Rumpelstiltskin que la miraba orgulloso, como si ella fuese algo así como su aprendiz. Desde luego que se extrañó por ello, pero no le dio importancia.
—Vamos. El Rey y los invitados esperan por usted —dijo el consejero que se inclinó, quedándose así hasta que la joven Reina pasó frente a él.
En su vida Leopold se había tenido que tragar su orgullo como ahora. La situación era difícil de digerir porque veía cómo todos hablaban entre ellos de lo que Regina acababa de hacer. Tuvo que fingirse despreocupado, incluso mintió, diciendo que era parte del protocolo que se acordó para ese día cuando no era así.
Una de las puertas se abrió, poniendo a todos a la expectativa de ver a Regina, misma que se desvaneció cuando la figura de Rumpelstiltskin hizo su aparición, caminando con discreción hasta su Rey.
Snow hablaba con Johanna quien fue de las primeras en llegar con la noticia de lo que Regina había osado a hacer. Ambas se encontraban indignadas y furiosas.
—Cómo quisiera que nunca se hubiera embarazado —dijo Snow con tanto fervor que parecía como si estuviera alzando una plegaria al cielo.
Fue tanto el sentimiento que se lo transmitió a Johanna quien, en su afán por calmar la angustia de la princesa y castigar a la joven Reina por todo lo que había hecho, hizo lo impensable.
—Niña —la llamó en voz baja. Snow se acercó lo suficiente para poderla escuchar con claridad—. Podemos hacer que Regina pierda al bebé —susurró.
Los verdes ojos brillaron con interés ante la descabellada idea.
—Explícame ahora mismo —exigió Leopold a Rumpelstiltskin quien se había colocado a su lado, detrás de él.
—Majestad, la Reina solo hizo lo que le aconsejé —expuso por delante, ya que lo primordial era desviar la culpa de Regina.
—Tanto tú como ella saben que no debe —dijo entre dientes, intentando guardar la compostura que ansiaba como nada mandar al diablo para estallar contra su joven esposa.
—Así es, pero yo insistí. Le dije que era por el bien del reino y que usted aprobaría el acto.
—¿Por el bien del reino? —preguntó incrédulo—. Pasaste por encima de mí —reclamó enojado, con la mirada vigilando a los presentes que no dejaban las discretas habladurías, dejando en claro que creían lo que él pensaba.
—Majestad, escuche. No olvide que Hans está detrás de la Nueva Alianza. Si algo le llega a pasar a usted el reino quedará a merced de él —hizo una pausa cuando Leopold volteó a verlo.
—No tiene por qué pasarme algo.
—Si el bebé es un varón, se convertirá en el heredero quien no podrá tomar el trono hasta que cumpla la mayoría de edad. Y sin usted, la única que puede impedir que Hans se apodere por completo del reino, es la Reina.
—Para eso estará Snow —tanteó la posibilidad a pesar de que el argumento que Rumpelstiltskin le daba era más que suficiente porque su hija, tal como Hans lo había dicho, no tendría ni la más jodida idea de qué hacer a cargo del reino.
—Aconsejaría que no, Majestad. Hans la destruiría sin dudar.
—Regina tampoco sabe reinar —habló con tono burlesco por la absurda propuesta del consejero. Regina no era más que una valiosa posesión y su única función era estar ahí para lo que él necesitara.
—Puede aprender. —El Rey bufó—. Majestad, lo hice a fin de aprovechar la oportunidad de que comiencen a ver a la Reina como una figura de autoridad en caso de que suceda lo peor —explicó, esperando que el argumento fuera conveniente para el Rey.
No estaba presentando una idea descabellada, Leopold tenía bastante edad o Regina podía llegar a intentar algo contra él y dejarlo imposibilitado de reinar. Después de que lo apuñaló entendió que la joven Reina tenía mucho más alcance del que llegaron a imaginar que tendría. No pensaba que fuera una bruja como Johanna lo aseguraba, pero ahora podía ver con claridad el coraje, la valentía y la resiliencia que habitaban en ella y estaba seguro que haría lo que fuera por sobrevivir.
—Hablaremos después. Tráiganla ya —demandó, esperando que la presencia de Regina terminara con las habladurías.
—Por supuesto. —Rumpelstiltskin hizo la debida reverencia y se fue a hacer lo indicado mientras que el Rey se puso de pie haciendo que todos hicieran lo mismo. Se movió hacia el centro del salón para aguardar por su reina.
George observó atento la escena. Veía el rostro de Leopold, notaba lo molesto que se encontraba y se convenció que el más mínimo maltrato hacia Regina pondría en marcha el plan. Era algo que no toleraría.
Las puertas se abrieron dando paso a la hermosa figura de Regina quien caminó a paso decidido mientras los presentes quedan deslumbrados por el atuendo que portaba y lo bellísima que se veía.
Buscó con la mirada a George y, cuando lo encontró, se llenó de ansiedad pensando en si ese era el día que habían elegido para ir por ella. También el verlo con porte sereno significaba que David estaba bien y eso trajo una inexplicable calma a su corazón. Se preguntó si el encantador príncipe habría enviado otra carta para ella.
Snow veía con profunda rabia a Regina. Se veía deslumbrante, con un vestido precioso que hacía alusión al reino Blanco que solo provocaba que la odiara más si es que eso era posible. Verla con vestimenta de su reino le parecía indigno. Volteó a ver a Florian quien tenía la boca abierta mientras seguía con la mirada a Regina. Le dio un codazo en el costado, sacándole el aire.
Regina llegó hasta Leopold a quien le sostuvo la mirada. El Rey, quien no estaba nada contento con ella, tuvo que tragarse su orgullo una vez más y tomarla de una delicada mano que llevó hasta sus labios para besar.
Después de ello, tomaron asiento y se dispusieron a degustar de los platillos que se prepararon para esa ocasión. Al terminar se trasladaron al salón del trono donde los presentes tuvieron oportunidad de acercarse a Regina para darle personalmente las felicitaciones por su cumpleaños.
—Mis más sinceras felicitaciones, Regina —saludó George, tomándole una mano para depositar un beso como muestra de respeto.
—Gracias —respondió neutralizando la voz por temor a que fuera perceptible que moría de ganas de preguntarle por David, quería que tuviera una carta para darle, algo que le hiciera saber de él.
—Amigo. —Leopold lo estrechó entre sus brazos y no pasó desapercibido para Regina que a George le incomodó el contacto.
—Que gusto estar aquí —dijo el Rey del Sol rompiendo el contacto lo más pronto que le fue posible.
—Mi Reina —Leopold se dirigió a ella y Regina tuvo que hacer su mejor esfuerzo por aparentar que le interesaba lo que diría—, el día del anuncio de nuestro heredero le dije a George que si das a luz a un varón se llamará James, en honor al hijo que nunca encontró.
Regina hizo contacto visual con el padre de David quien fingió apreciar el gesto de su supuesto amigo, pero no le pasó desapercibida la furia que se le reflejó en los ojos.
Fue ese momento en el que George decidió que todo debía empezar pues no iba a seguir tolerando la burla de Leopold. Inclinó la cabeza con respeto y se retiró, sin darse cuenta que dejaba a Regina en un estado de completa desesperación que tuvo que disimular puesto que más invitados se acercaron a felicitarla.
George salió del salón por unas de las puertas principales. Se dirigió a la salida del castillo donde uno de sus guardias aguardaba por él. Un simple asentimiento fue suficiente para que el caballero del Sol fuera hasta el carruaje real para indicarle a esa pequeña guardia del Sol que era hora.
Ese caballero regresó, otro salió corriendo en dirección al bosque mientras que otro de ellos abría la puerta del carruaje para que Granny bajara.
La mujer mayor caminó hacia el castillo, saludando a uno de los caballeros blancos que la conocían bien. Dijo lo de siempre cuando llegaba a ir, que iba a ver a Ruby y que aprovecharía para saludar a sus antiguas compañeras. No era difícil convencerlos, la conocían bien, su fidelidad hacia el reino y sus monarcas era conocida por al menos dos generaciones. Se colocó en las cocinas, saludó muy efusivamente y se ofreció a llevar agua para los guardias que custodiaban.
David se encontraba desesperado. Con unas ganas inmensas de subir esas escaleras, atravesar los calabozos, ingresar al castillo y reunirse con Regina. Estaba tan cerca de ella y a la vez tan lejos que la espera se estaba volviendo insoportable. Fue cuando escuchó que se daba la señal y sintió el corazón latiendo con fuerza en el pecho.
Subieron las escaleras, recorrieron un tramo de pasadizo estrecho hasta llegar a salir de detrás de una roca a un sitio más amplio iluminado por antorchas. Avanzaron con algo de precaución pero muy decididos a enfrentar lo que fuera. Llegaron a la sección de las celdas, urgiendo a los prisioneros a guardar silencio.
Hubo un momento de forcejeo donde uno de los prisioneros intentó quitarle la espada a uno de los guardias que se acercó demasiado a una celda.
—Alteza —llamó Killian a David, agarrándole de un brazo para alejarlo de la escena que podía ponerse peligrosa.
—Sí. Tenemos que sacar a Regina de aquí cuanto antes —comentó el príncipe.
—¿David?
Escuchó su nombre, identificando de inmediato la celda de donde provenía la voz. Una joven de cabellos largos y castaños apareció, agarrándose a la reja con las manos y que, al verlo, sonrió.
—Soy Ruby —dijo emocionada al ver al joven del que Regina se había enamorado. No la culpaba, era alto, guapo, fuerte y varonil.
—¿Qué haces aquí? ¿Regina está bien? —preguntó asustado, acercándose a la celda.
—No. Ella… —trató de explicar, pero sintió que no había lugar para ello—. Ve por ella. Por favor no la dejes aquí —pidió porque muy en el fondo sabía que Regina ya no podía seguir en ese lugar sin correr peligro.
—Tú vienes con nosotros —aseguró David.
—Abran esta celda —indicó Killian a un par de guardias—. Pónganla a salvo. Los demás seguiremos con el príncipe y después nos uniremos.
David y Killian siguieron su camino seguidos de la cuadrilla del Sol mientras que dos de ellos se quedaban a abrir la celda de Ruby. Tan pronto como se adentraron en el castillo, recorrieron sigilosos los pasillos que Granny indicó. Encontraron a su paso caballeros blancos profundamente dormidos y el príncipe supo que era obra de la abuela de Ruby. Cesaron su apresurado andar cuando llegaron al área común donde Granny y Ruth los esperaban.
—Madre —sonrió David al verla. Llevaba un vestido rosado muy elegante, el cabello arreglado y una tiara dorada adornándole la cabeza.
—No hay tiempo —indicó Eugenia que urgió a Ruth a acercarse a David a quien llevaron a un espacio privado donde lo hicieron cambiarse por una vestimenta que lo caracterizaba como el príncipe que era.
Para mala suerte de Regina, Hans se acercó para abrazarla, elogiando lo bella que estaba, haciendo una broma de pésimo gusto sobre la suerte que Leopold tenía de poder llevarla a la cama. Sintió que se le revolvió el estómago y fue terriblemente humillante escucharlo responder que esa noche sería una especial. Lo peor fue verlos reír a carcajadas.
Pasó saliva, sintiendo el nudo en la garganta que se lo formó por la angustia y buscó con la mirada a Rumpelstiltskin porque el consejero aseguró que haría desistir a Leopold de llevarla a la cama y esas risas indicaban lo contrario.
—Debes bailar con ella —dijo Hans al otro Rey.
—Me siento indispuesta para ello. —Regina reaccionó de inmediato, mirando de un hombre a otro con la esperanza de que ese argumento matara la horrenda idea de verse en los brazos de Leopold una vez más.
—Será solo un momento, prima. Luego podrás descansar —murmuró Hans tomándola de las manos con las suyas, dejándole un beso en la frente para luego ofrecer las delicadas manos a Leopold que las tomó.
El Rey sabía que Snow se sentiría muy herida y traicionada. En cada celebración era con ella con quien siempre bailaba, nunca lo hacía con Regina a pesar de que era su esposa, pero si Hans quería que bailara con ella, lo iba a hacer.
Soltó una mano de Regina que se limitó a mirarlo con profundo odio, caminó hacia el centro del salón llevándola con él y se extrañó al ver a George acercándose a ellos.
A Regina le brillaron los ojos, en el rostro se le reflejó el alivio y el corazón se le llenó de emoción.
—Leopold, necesito hacer un anuncio importante —dijo con una tenue sonrisa en los labios.
El Rey del reino Blanco se encontraba un poco confundido por la premura de su amigo. Al parecer era algo que no podía esperar a que bailara con su esposa, así que no quiso hacerlo sentir mal.
—Adelante —accedió, sintiéndose el más benevolente de los amigos. George asintió agradecido.
—Quiero aprovechar que todos los reinos estamos aquí reunidos para esta ocasión tan especial como lo es el aniversario de cumpleaños de la Reina Regina —hizo una pequeña pausa, aguardando a que los presentes le dieran su total atención—. Me complace anunciar que después de muchos años he encontrado a mi amada Ruth y a nuestro hijo.
Las exclamaciones de sorpresa no se hicieron esperar y el salón se llenó de murmullos en cuestión de segundos. Las puertas se abrieron, Regina contuvo el aliento y Leopold pensó que seguramente se trataba de un par de aprovechados que le estaban tomando el pelo a George por lo que no se inmutó.
La guardia del Sol entró, una cantidad algo alarmante de caballeros que portaban con orgullo la insignia de su reino, algo que extrañó a los presentes. Uno de ellos avanzó un par de pasos más, acercándose a ellos, hizo una reverencia y anunció:
—La dama Ruth y su Alteza Real, el Príncipe David, heredero al trono del reino del Sol.
La guardia se abrió para formar un pasillo por donde entró David con su madre de la mano. Los ojos de Regina se llenaron de lágrimas y el corazón le latió con fuerza y rapidez dentro del pecho mientras que el cuerpo se le llenaba de emoción.
Leopold se horrorizó al reconocer al pastor y todo empeoró cuando confirmó que la mujer que lo acompañaba en efecto era Ruth.
