LXXVI
Contra todo pronóstico, las palabras de Maxine le dan mucho en lo que pensar.
Posiblemente se deba a que, en el fondo, sabe que la niña tiene razón: que ha sido injusto con Eleven y que ha elegido ocultarle la rabia que hubo sentido solo para luego ser incapaz de controlarse y manifestarla durante su entrenamiento. Poniéndolo así, suena hasta ridículo en su infantilidad.
Se lleva una mano a las sienes y, valiéndose de los dedos pulgar e índice, las frota buscando aliviar un incipiente dolor de cabeza.
—¿Porque le importo? —repite entonces.
Frente a él, Max asiente. Aunque puede ver que le teme, discierne, también, que está decidida a defender a Eleven.
Es una buena amiga, piensa. Y una pequeña parte de él es feliz por Eleven.
—No sé qué es lo que pasa. No puedo opinar sobre lo que no sé, solo… solo te digo lo que sí vi. Y lo que vi es que mi amiga está triste.
«Por tu culpa». No necesita leerle la mente para saber que eso es lo que piensa.
—Entonces…, voy a ir ahora a hablar con ella —continúa—. Voy a contarle sobre lo que pasó con mi mamá. Y después… Después me marcharé a casa. Y… tal vez, si yo no estoy, puedan hablar las cosas… tranquilamente.
Tras pronunciar un débil «okayesonadamásqueríadecirtechau» y sin esperar respuesta alguna, la muchacha desaparece escaleras arriba.
Cuando la madre de Max pasa a recogerla, los tres la reciben en el vestíbulo. Sus ojos delatan que ha estado llorando, pero, aun así, encuentra las fuerzas para sonreírle a su hija. Henry decide no inmiscuirse en sus pensamientos: suficiente tiene con los propios ahora mismo.
Max abraza a Eleven y luego les agradece a ambos por haberle ofrecido su hogar. Henry le asegura que es bienvenida cuando quiera; Eleven tan solo la abraza.
Una vez que madre e hija se han marchado, el silencio es tenso. Eleven, no obstante, le da la espalda y se dispone a retornar a su cuarto.
—Eleven.
—No.
—Considero que te debo una disculpa.
Eso, efectivamente, la detiene. Se gira hacia él con lentitud; sus brazos permanecen cruzados en un claro gesto de rechazo y su expresión sigue siendo gélida.
Y qué mal, qué incongruente se ve en su rostro.
—Lo que hice estuvo mal. Lo siento.
Puede leerla como un libro: sus músculos se relajan al instante. Sin embargo, nota, también, que está haciendo un esfuerzo deliberado para permanecer enojada.
No la puede culpar por esto. No solo por su edad, sino, asimismo, por lo que ha hecho. Como ella no dice nada, comprende que le corresponde a él continuar:
—Actué… de manera incoherente. Y te lastimé. No fue mi intención…
—Sí lo fue —le espeta Eleven—. Lastimarme.
Henry inspira aire silenciosamente y asiente.
—Es cierto. Lo admito. Pero fue una decisión tomada impulsivamente.
Eleven sopesa sus palabras. Luego, descruza los brazos. Henry no se permite entusiasmarse demasiado con esa pequeña concesión.
—Cuando te enojas… haces este tipo de cosas. Eres… Eres malo.
Suena infantil e inocente, mas Henry es consciente de que Eleven conoce las palabras adecuadas para describirlo fielmente.
El que no lo haga es un acto de cortesía.
Henry decide que lo menos que puede hacer es considerar el reproche con seriedad.
—Tienes razón —reconoce y, aunque el admitir algo tan personal lo hace sentir sumamente vulnerable, resuelve que es un justo precio a pagar si lo ayuda a recuperar la confianza de Eleven. Desliza una mano a través de su cabello rubio antes de añadir—: Supongo… que es un mecanismo de defensa.
Los ojos de Eleven se suavizan al instante.
—Henry…, nadie va a lastimarte.
Su primer impulso es reír y responder que no, por supuesto que no, nadie osaría lastimarlo, pues cualquiera que lo intentase estaría muerto antes de siquiera tocarle un pelo.
Empero, las manos de Eleven tomando las suyas lo traen de vuelta a tierra.
—Yo voy a protegerte —le jura ella—. Siempre. Así que… ya no actúes así.
Henry apenas intenta pensar en alguna objeción cuando Eleven esboza una tímida sonrisa. Y eso, además de la forma en que sus manitos sujetan las suyas como queriendo resguardarlo de todo daño pese a la diferencia de tamaño, lo desarma.
—Está bien. Haré mi mayor esfuerzo por no volver a someterte a mis malas actitudes.
—¿Lo prometes?
Siento que todas nuestras conversaciones terminan así, se dice, mas no puede reprimir la sonrisa que se le dibuja en los labios.
—Lo prometo.
