-Esta historia es una narración de la vida de la reina María de Aragón, que hasta el día de hoy no ha sido debidamente representada en la literatura ni en la ficción. La trama contiene ficción, pero para desarrollar los acontecimientos históricos que sucedieron realmente. Muchos de los personajes pertenecen por completo a Masashi Kishimoto, más otros personajes, los hechos y la trama corren por mi cuenta y entera responsabilidad para darle sentido a la historia. Les sugiero oír "All The Things She Said" de t.A.T.u. para Sakura, "Tears Of An Angel" de RyanDan para Sasuke, "Kill Em With Kindness" de Selena Gomez para Hinata, "Message In A Bottle" de Taylor Swift para Izumi, "Quién" de Pablo Alborán para Itachi y "On My Love" de Zara Larsson & David Guetta para el contexto del capitulo.
Diciembre de 1516/Lisboa, Portugal
La reina Sakura estaba teniendo un momento absolutamente precioso a solas en los aposentos de su pequeño hijo, el infante Inabi, de solo tres meses de edad y que se sentía tan pequeño en sus brazos mientras lo mecía, con el sol despuntando desde el horizonte y bañándolo todo con una luz dorada; sus doncellas no se encontraban presentes, no había protocolo ni nada que le impidiera disfrutar dulcemente del mundano placer de tener a su hijo en sus brazos, gozando de una intimidad que normalmente les estaba vedada a las reinas y que la instó a desanudar el escote de su camisón para amamantar personalmente a su hijo, no sabiendo cuanto tiempo tendrían antes de que las obligaciones de reina volvieran a convocarla y la alejaran de su pequeño hijo que le era tan preciado…Recuperarse de ese último y tan difícil parto había sido enormemente complicado para la reina Sakura, a tal punto que a ya tres meses del alumbramiento seguía sin poder abandonar la cama más que en contados momentos del día y siempre en compañía de sus doncellas, teniendo prohibido hacer esfuerzos, por lo que en nada resultaba extraño que continuase en cama y durmiendo profundamente ese día, mas si hizo difícil a su leal camarera Temari Sabaku tener la misión de despertarla, acercándose a la cama y ante la que llamó a su reina, sin éxito, no teniendo otro remedio que alargar una de sus manos y comenzar a zarandearle el hombro una vez, luego una segunda y la tercera vez ya Temari lo hizo más intensamente, pues la situación que convocaba a su reina era extremadamente importante y no podía esperar un instante más.
—Mi reina— volvió a llamar Temari, consiguiendo por fin que su reina abriera lentamente los ojos. —Alteza— suspiró agradecida al verla despierta.
—¿Qué sucede?— inquirió Sakura aletargada, apoyando ambos brazos sobre el colchón para erguirse, pero sin recibir respuesta por parte de su leal camarera. —Inabi…— comprendió, sintiendo que se le aceleraba el corazón.
Lady Temari Sabaku apenas tuvo tiempo de reaccionar, tomando la bata de terciopelo naranja rojizo que colgaba junto a la cama y con la que envolvió a su reina que se levantó lo más rápido posible de la cama, pasando junto a ella descalza y corriendo tanto como le permitían sus temblorosas piernas; vestía un holgado camisón beige pálido de escote alto y redondo que no se entallaba precisamente a ninguna parte de su anatomía, de mangas que se ceñían en las muñecas y falda de velo, con sus largos rizos rosados cayendo desordenadamente sobre sus hombros y tras su espalda. En su mente continuaba muy vivido aquel sueño con su pequeño hijo de tres meses, lo que solo hizo a Sakura abrir bruscamente las puertas de sus aposentos para abandonar estos bajo la tenta mirada de sus guardias—que se mantuvieron cabizbajos por respeto a ella—y dirigirse hacia los apartamentos contiguos y que correspondían a la guardería, donde dormían y residían sus hijos menores, principalmente el pequeño Inabi al ser el menor de toda la familia. Nada más cruzar el umbral de aquellos aposentos, Sakura sintió que la sangre se congelaba en sus venas al ver a la institutriz de su hijo, las doncellas a su cargo y al propio Fray Jugo Otogakure de pie en la entrada, con expresiones acongojadas y que solo la hicieron caminar más rápido hacia la habitación de su hijo menor, congelándose ante el escenario que vieron sus ojos; su esposo el rey Sasuke de pie junto a la cuna de su hijo, y a su lado su leal físico lord Dan Kato y que sostenía al pequeño bebé entre sus manos.
—¿No podéis hacer nada?— preguntó Sasuke no queriendo rendirse, mas solo viendo negar al físico y que lo hizo abandonar toda esperanza por muy doloroso que fuera.
Su hijo había despertado con una fiebre muy intensa esa mañana, habían informado de ello a Sasuke mientras comenzaba su habitual despacho con los leales miembros de su Consejo, y sabiendo a su esposa de una salud tan delicada como para no poder levantarse de la cama salvo en contados momentos del día, el rey había decidido tomar el asunto en sus manos, para cuando él había llegado a la habitación de su hijo, el físico Dan Kato acababa de desahuciar al pequeño infante que estaba agonizando y que acababa de fallecer hacia solo unos instantes para impotencia de Sasuke que apartó la mirada mientras el físico depositaba suavemente el cuerpo del pequeño Infante de regreso a su cuna, cubriéndolo completamente con la sabana. Reverenciando respetuosamente a su rey, lord Dan Kato procedió a reunir su instrumental y retirarse en silencio, reverenciando a su reina a su paso y a quien tuvo deseos de examinar para volver a evaluar su condición, pero eligió postergar aquello ante el indudable dolor que ella comenzaba a experimentar, comprendiendo la noticia mientras pasaba junto a él, acercándose a la cuna de la que no apartó sus ojos en ningún momento, hasta detenerse junto a su esposo que solo entonces reparó en su presencia, y justo para evitar que Sakura se desmayara, envolviéndola en sus brazos y atrayéndola hacia si mientras ella rompía en desconsolados sollozos, luchando por avanzar hacia la cuna y a la cual aferró sus manos, intentando convencerse de que aquello era solo una cruel pesadilla…pero no lo era, y desde lo más profundo de su corazón sintió que todo era su culpa.
—Lo siento, lo siento…— sollozó Sakura con la voz desgarrada por el llanto y que era incapaz de controlar.
No era la primera vez que perdía a un hijo, el dolor había sido inmenso al perder a su pequeña Sakura—nombrada así en su honor por su amado Sasuke para quien había resultado una perdida excepcional pero a la que ambos se habían resignado—hacía varios años atrás aún afligía profundamente su corazón, pero el dolor que la reina Sakura experimentaba en ese momento no tenía comparación, envolviendo lo mejor posible sus brazos alrededor de la cuna y sollozando a gritos desgarrados, inconsolable mientras sentía los brazos de Sasuke a su alrededor e intentando calmarla…pero no podía hacerlo, el dolor era demasiado grande, ineludible para ella que sentía la culpa desde lo más profundo de su corazón. El error había sido suyo, la tentación de perder a su esposo había sido suya y como consecuencia Dios la estaba castigando por haber ido en contra de todas las señales que él le había dado, incontables habían sido las advertencias a lo largo de los años, pero ella había elegido no escucharlas ni prestarles mayor atención, hasta ahora Dios había decidido no cobrar la ofensa a través de ella—quizás hacerla vivir sin su hijo fuera a su propio modo el castigo por haber concebido contra sus deseos en primer lugar—, pero Sakura sentía que era solo cuestión de tiempo para que la titilante luz de su vida—tan frágil desde el alumbramiento y ella misma lo sentía, pues su cuerpo se sentía fatigado y constantemente diferente—comenzase a ser cada vez más y más inestable hasta finalmente extinguirse como todos a su alrededor tanto llevaban temiendo.
Y quizás, reflexionó en su fuero interno, eso sea lo mejor.
Por segunda vez y en menos de media década, Portugal se vestía de luto con motivo de la pérdida de un Infante, pero los nobles que asistían al funeral estaba tranquilos a pesar del dolor que reinaba en los corazones de todos; otros reinos lamentaban no tener herederos que aseguraran su sucesión, temían por la inestabilidad, mientras que Portugal gozaba de una larga línea de herederos varones y perfectamente capaces de los mayores logros, junto a dos princesas que eran la envidia de todos con su belleza, ¿Cómo permitir que el dolor los afligiese de sobremanera entonces? El dolor era grande, pero tenían mucho que agradecer de cara al futuro al mismo tiempo. La salud de la reina Sakura no mejoraba y la pérdida de su último hijo solo había contribuido a debilitarla aún más aparentemente y lo que excusaba su ausencia del funeral de su pequeño hijo, haciendo que el rey Sasuke se convirtiera en el centro de toda atención, mas estoico e indiferente como siempre; el monarca luso vestía un jubón de seda negra con opacos bordados dorados que representaban el emblema de la familia Uchiha bajo un abrigo de piel negra que permanecía abierto; pantalones y botas negras, con un toisón dorado alrededor de su cuello. Perder a otro hijo llenaba su corazón de un profundo dolor, pero ninguno tan grande como la preocupación que implicaba no saber si tendría a su esposa a su lado al día siguiente, Sakura se sentía tan frágil entre sus brazos…está perdida solo parecía haberla afectado aún más, y ante lo que Sasuke solo pudo rezar en silencio, rogando piedad al altísimo.
Entrelazando su mano con la de su padre, no queriendo que atravesara por su dolor solo, la infanta Sarada se encontraba sentada a su lado en representación de su madre a quien estaba sustituyendo como primera dama del reino; asombrosamente madura para solo tener trece años, la bella infanta portaba un austero pero elegante vestido de seda negra con opacos bordados florales en un tono ligeramente más claro, de escote cuadrado y decorado en encaje negro en el contorno, con mangas ceñidas hasta las muñecas donde finalizaban en cortos holanes blancos, y de falda amplia, con sus largos rizos azabaches cayendo tras su espalda, peinado por una diadema de plata, diamantes y cristales ónix que sostenía un largo velo negro con bordados de hilo de plata en el contorno, y resaltando el dije en forma de lagrima que pendía del collar alrededor de su cuello. La asombrosa dignidad y carácter de la joven infanta no pasaba desapercibido para ninguno de los nobles y que no solo notaban el enorme parecido que guardaba para con su madre, sino también la joya que representaría cuando decidieran concertarle un matrimonio con un prestigioso príncipe de alguno de los reinos vecinos. Sentado junto a su hermana estaba el heredero, el príncipe Itachi de catorce años, vistiendo un jubón negro de cuello redondo y mangas holgadas que se ceñían en las muñecas, y ceñido a su cuerpo por un cinturón negro, de largo faldón hasta las rodillas, pantalones negros y botas de cuero, con un toisón de oro alrededor de su cuello, joven pero tan estoico como su padre.
Por último estaba la Infanta Mikoto de doce años y que se mantenía cabizbaja, así como teniendo una expresión entre serena y angustiada en su joven rostro, menos acostumbrada a contener sus emociones que su hermana mayor y al mismo tiempo muy preocupada por su madre a quien suplía al vigilar a sus hermanos en compañía de su institutriz; Baru de diez años, Kagami de nueve, Rai de siete, Daisuke de cuatro y el menor, Naka, con solo un año y que se encontraba en brazos de su tía Emi Uchiha. La infanta portaba un vestido de seda negra—debajo una enagua negra de escote en V—que se entallaba a su juvenil figura, de escote cuadrado con un grueso margen de bordados dorados a imagen del dobladillo de la falda superior de su vestido y que se abría en A bajo el vientre, separando la falda inferior de la superior, de mangas abullonadas hasta los codos desde donde se ceñían a las muñecas, y sus largos rizos rosados caían tras su espalda, peinados por un tocado portugués de tipo rejilla a juego con el crucifijo de oro y ónix alrededor de su cuello. Cuando el servicio religioso llegó a su fin, el primero en levantarse indudablemente fue el rey Sasuke, quien acercó sus pasos al féretro de su hijo y sobre el que situó una de sus manos a modo de despedida antes de retroceder y permitir que los nobles designados lo sacasen de la capilla y trasladaran al aún en construcción Monasterio de los Jerónimos de Belém, que ya obraba como cripta real. Otra joven vida llegaba a su fin, mas, ¿Otra se le uniría pronto? No había como saberlo…
Enero de 1517
Perder a un hijo era un dolor como no había otro en el mundo, y perder a un segundo era tan devastador que ninguna mujer debería de continuar viviendo para experimentarlo, nadie merecía experimentar algo así, y por muy grande que fueran sus pecados u ofensas contra Dios, Sakura no creía ser merecedora de tan funesto destino, abriendo los ojos en medio de la bruma del sueño y observando las penumbras de la habitación, que eran parcialmente iluminadas por las velas. La reina portuguesa vestía su camisón favorito, de lino blanco y escote corazón que se anudaba en el frente formando un inocente escote corazón con un margen dorado en el contorno, ceñido bajo el busto, de mangas abullonadas que se ceñian a lo largo de los brazos y con sus largos rizos rosados cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, moviendo la cabeza de un lado hacia el otro de forma frenética, buscando algo que sus ojos no conseguían encontrar, buscando la cuna en que debía encontrarse su pequeño hijo Inabi y que no estaba a la vista. Solo había transcurrido un mes desde la muerte de su hijo, su pequeño al que ni siquiera había podido cargar o mecer en sus brazos en sus últimos momentos de vida, ni siquiera había tenido fuerza para asistir a su funeral o estar presente en el oficio religioso, lo que hacía tremendamente fácil para Sakura olvidar que su pequeño hijo ya no se encontraba en el mundo de los vivos, buscándolo con su mirada de forma insistente y sintiendo su respiración estancarse dolorosamente en el centro de su pecho por la preocupación.
—¿Inabi?— llamó Sakura por inercia y en la oscuridad, solo entonces recordando que su hijo ya no estaba cerca de ella en modo alguno. —Inabi…— suspiró bajando la mirada, sintiendo las manos de su esposo sobre sus hombros.
—Sakura— llamó Sasuke, despertando con solo escuchar su voz. —¿Una pesadilla?— inquirió escuchándola sollozar en voz baja.
—Escuche su llanto, en mi sueño, pero el silencio al despertar es peor— contestó la Haruno tanto porque era cierto como para tranquilizarlo. —Dios…no sé cómo podré soportar vivir sin él— sollozó con la voz quebrada, desconsolada en su dolor.
—Podremos, porque estamos juntos y somos fuertes— protestó el Uchiha acunando suavemente el rostro de su esposa entre sus manos. —No os derrumbéis, Sakura, os lo imploró— rogó, absolutamente aterrado por la idea de perderla a ella que era su todo.
Las palabras de su esposo sonaban tan consoladoras, era todo lo que Sakura podría desear escuchar con el fin de darse ánimos e intentar vivir…pero era tan difícil de hacer teniendo en cuenta lo cansado que estaba su cuerpo, se sentía tan inútil e incapaz de levantarse de esa cama salvo en contados momentos, y ahora—tras otra perdida tan dolorosa—Sakura no podía evitar sentir que las ganas de vivir se le escapaban, ¿Quién la necesitaba realmente? Portugal era ahora un reino estable bajo el poder de su adorado Sasuke, sus hijos crecían con seguridad y apoyados por sus doncellas o institutrices, solo su pequeño Inabi la había necesitado y ya no estaba a su lado, ¿Cómo querer seguir viviendo si tenía el corazón roto? Eso era todo lo que Sasuke podía pedirle a su esposa, que intentase no derrumbarse a causa del enorme dolor que afligía su corazón y que intentaba mantenerla presa en aquella cama, su propio cuerpo ya la ataba a esta, tremendamente extenuado como se encontraba, pero siempre hermosa y deseable de todas formas; Sasuke reprimió cualquiera de estos sentimientos carnales por ella, atrayéndola hacia si en un cálido abrazo, apoyando su cabeza contra el costado de su cuello—apoyando su frente a propósito, siempre preocupado y buscando cualquier señal de fiebre o calentura a través del roce de su piel con la de ella— , meciéndola en sus brazos e intentando calmarla lo mejor posible, orando desesperadamente porque ambos pudieran dejar atrás tan desgarrador dolor y pudieran seguir viviendo para ver crecer a sus hijos.
Solo el tiempo diría lo que sucedería.
El tiempo era engañoso o así se había tornado a ojos del rey Sasuke quien en ese momento daba un breve pero reparador paseo por los jardines del Castelo de Sao Jorge en compañía de su esposa, quien se sujetaba de su brazo para caminar; Sakura se había despertado con mayor energía ese día, una considerable mejoría de su condición pasada y a la que Sasuke quería aferrarse desesperadamente, mas tampoco podía dejar de notar como los antes apetecibles labios de su esposa ahora se veían pálidos y frágiles; su piel seductora como la mejor seda continuaba lívida, y sus largos rizos rosados opacos ante la luz. Aun enlutada por la pérdida de su pequeño hijo, la reina Sakura portaba un holgado vestido negro de escote en V—debajo una enagua negra de idéntico escote, ligeramente más alto—que se intercalaba con un escote recto, cerrado por tres botones de perla en el escote, con mangas holgadas que se ceñían en las muñecas y falda holgada que se arremolinaba a su andar, con sus largos rizos rosados cayendo tras su espalda, peinados por un cintillo de dos vueltas de perlas de distintos tamaños, pendientes de perla en forma de lagrima y alrededor de su cuello reposaba un elegante collar de perlas de dos vueltas, y de cada lateral de sus hileras pendía una letra S hecha de oro como pequeños dije sobre su escote, la inicial de su nombre y la de su esposo. Poder volver a sentir la luz del sol contra su piel la hacía sonreír y cerrar los ojos con satisfacción, apreciando enormemente poder disfrutar de las cosas más sencillas de la vida como contemplar el azul del cielo, sentir el calor del sol o el aroma de la hierba húmeda.
—Agradezco que me hayáis sacado de Castillo, necesitaba tomar el aire— sonrió Sakura con voz cargada de una alegría que no expresaba hace meses.
—Solo será por poco tiempo, el físico dice que aún estáis delicada— recordó Sasuke moderando su andar, no queriendo que se agotara innecesariamente.
—El físico no sabe que todo lo que puedo necesitar es vuestra presencia y vuestro amor— discutió la Haruno, apoyándose más en el brazo de él para estar lo más cerca posible.
Que sinceras y abrumadoras resultaron las palabras de su esposa para el rey Sasuke y que no pudo evitar detener sus pasos, queriendo observarla detenidamente pero no queriendo hacerlo al mismo tiempo; ella siempre le resultaría la criatura más hermosa y perfecta sobre la Tierra, pero que en ese momento se veía más frágil que nunca y todo por su causa. El rey Sasuke vestía un sencillo jubón negro—debajo una holgada camisa blanca de cuello alto y cerrado con mangas ceñidas en las muñecas—con mangas dobles; unas cortas hasta los codos y debajo unas mangas ceñidas hasta las muñecas color gris oscuro, de cuello redondo y doble capa ceñido a su cuerpo por un cinturón, con largo faldón hasta las rodillas, pantalones negros, botas de cuero con un toisón dorado alrededor del cuello, con su rebelde cabello azabache azulado ligeramente despeinado como siempre. En su mente, Sasuke no pudo evitar revivir todas aquellas ocasiones en que la había hecho suya hasta el cansancio, presa del incansable deseo que sentía por ella desde su boda y que continuaba latente en ese momento, con la diferencia de que entonces él no había mediado en las consecuencias que tendría amar destemplada y apasionadamente a su esposa, siendo tan egoísta y lo que no podía atribuir a su juventud porque él siempre había sido el adulto de los dos, quien había sido consciente de todo, y había sido quien menos se había controlado, ¿Cómo sentirse de otra forma que no fuese miserable? Debería ser él quien estuviera en peligro de morir y no su esposa.
—¿Qué os pasa, Sasuke?— inquirió la Haruno, no queriendo verlo disgustado o preocupado.
—Me siento culpable, me siento como un maldito miserable— suspiró el Uchiha aun apartando la mirada debido a su propia culpa.
—¿Por qué?, ¿Qué habéis hecho?— cuestionó Sakura extrañada, no entendiendo que lo tenía en aquel estado.
—¿Qué no he hecho? Esa es la cuestión— corrigió Sasuke volteando a verla. —He sido inconsciente y negligente durante todo este tiempo, debí imaginar que entregaros a garantizar la sucesión os condenaría— reflexionó en voz alta, desconcertando más a su esposa quien no sabía cómo se había enterado de ello. —Fray Jugo me lo ha dicho, os advirtió que si volvíais a concebir moriríais pariendo y aun así vos habéis callado, por mí— espetó elevando la voz, molesto consigo mismo.
—Quise contároslo, pero me falto valor, fui cobarde, porque os amo con todo mi corazón— confesó ella bajando la mirada con vergüenza. —Sasuke, os he entregado mi corazón y mi alma, os he amado más de lo que cualquier mujer pudiere amar a su esposo. Os he entregado mi persona, mi lealtad, mi cuerpo y mi devoción; fui vuestra desde el primer momento en que supe de vos— aseguró sosteniendo las manos de él entre las suyas. —No me arrepiento de nada— declaró encontrando su mirada con la de él. —Si Dios me volviera a dar la vida de nuevo, viviría tal y como lo he hecho la primera vez, y no cambiaría mi camino. He conocido el amor, la alegría y la amistad, hemos construido algo con lo que otros solo sueñan, un reino de oro y un paraíso, para nosotros— eso valía más que la muerte que estuviera destinada a experimentar, por dolorosa que pudiera ser.
—Si un día volviésemos a nacer, os volvería a encontrar una y mil veces, os lo juro— prometió Sasuke envolviendo sus brazos alrededor de ella y atrayéndola hacia sí. —No sé cómo pude vivir sin vos— suspiró besándola amorosamente en la frente.
—No lo habéis hecho— discutió Sakura alzando la mirada hacia su esposo, —ni yo viví sin vos, porque somos uno— habían vivido por ello al menos y habían sido felices.
Aun recordaba las palabras que le había dicho a su fallecida madre, la reina Seina, cuando esta le había informado que se casaría con Sasuke tras el fallecimiento de su hermana Takarv; No ansió el amor, madre, pues si lo hiciera no podría soportar mis deberes, sea donde fuere, una sonrisa se adueñó de su rostro mientras correspondía al abrazo de Sasuke, refugiándose en el calor y amor que solo él le podía brindar; cumpliré mi cometido, con la ayuda de Dios, nada espero salvo ser una buena hija y una buena esposa, eso indudablemente lo había hecho bien, había mantenido la alianza de Castilla con Portugal y concebido un linaje que esperaba pudiera perpetuar la misma hasta que quizás un día las Españas y Portugal fueran un solo reino. La felicidad...vos bien lo sabéis, madre, es demasiado pedir; si, había sido demasiado pedir y Sakura en ningún momento había pensado en hacerlo, pero Dios en su inmensa bondad se la había dado, y aunque ella había abusado de este favor en pro de sus deseos de mujer, hoy se sentía feliz, sentía que había vivido por un propósito a diferencia de tantas otras reinas que se veían impedidas como era el caso de su hermana Mirai, o que eran alejadas de su deber como era el caso de su hermana Hinata; ella había logrado mucho aunque solo fuera a nivel personal, había sido madre, de sus hijos y del reino, y por encima de todo había sido la amante y leal esposa de su rey que confiaba viviera largos años para dejar a Portugal más fuerte que nunca, porque ella sentía que no viviría mucho más…
Febrero de 1517
El temor de la reina Sakura había probado ser cierto, porque ese mismo día y luego de regresar a sus aposentos de su paseo con su esposo, había comenzado a sentirse más débil que antes de ser posible, y cuando su físico acudió a examinarla ella ya tenía calentura y todo lo que este pudo hacer fue intentar remitirla lo mejor posible, pero no extinguirla y así se mantuvo por varios días, haciendo que todos en el reino comenzasen a aguantar la respiración por el desenlace que no querían sucediese. Una figura corrió velozmente por los pasillos del Castelo de Sao Jorge ese día, sujetándose la falda para no tropezar; portaba un elegante vestido de seda dorada, con el centro del corpiño repleto de bordados cobre como las mangas ceñidas a las muñecas bajo unas acampanadas mangas superiores de seda dorada con dobladillo de seda carmesí, falda de dos capas de seda dorada abierta en A bajo el vientre, y con su largo cabello rojo cayendo tras su espalda, peinado por un broche de oro en forma de mariposa decorada por cristales jade como el dije del collar de perlas que se perdía en su escote. Luego de años lejos criando a sus hijos en su propiedad, Karin Uzumaki volvía a la corte portuguesa lo más velozmente que le hubieron permitido los medios a su alcance y sus propias piernas, corriendo hasta los aposentos de su querida amiga y reina a los que ingresó tan pronto como los guardias le abrieron las puertas, pasando directamente hacia la habitación privada y donde sabia se hallaba su soberana, a quien deseaba asistir ahora para compensar su ausencia.
—¿Llego demasiado tarde? Decidme que no, por favor— rogó vehementemente Karin al aire al cruzar el umbral de la habitación privada.
Haber servido a la reina Sakura desde su juventud como Infanta de Castilla y Aragón, habiendo crecido juntas, había permitido a Karin prepararse para verla en sus peores momentos, sabiendo que nadie más la vería en la misma situación—ni siquiera el rey—, pero el estado en que la encontró la dejó simplemente helada de pie en el umbral de la habitación, haciéndola tragar saliva sonoramente y llamando a su propia calma interior para ingresar lentamente en la estancia, avanzando hacia la cama. Recostada sobre la cama y de la que ya no era capaz de levantarse, la reina Sakura portaba un angelical camisón de seda y encaje blanco, de inocente escote en V, anudado en el escote, ceñido bajo el busto para distorsionar su figura y de mangas abullonadas hasta los codos donde se volvían holgadas y se ceñían en las muñecas, con un corte en el interior que exponía sus brazos, falda de velo y con sus largos rizos rosados cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, pero la belleza que tanto la caracterizaba se encontraba en un segundo plano en ese momento, mortalmente pálida y fatigada a niveles extremos, tanto que solo abrir lentamente los ojos requirió de todo el esfuerzo de la reina Haruno y quien no pudo evitar esbozar una sonrisa al reconocer a su leal amiga y doncella que correspondió mientras tomaba asiento sobre el borde de la cama, a su lado. Se estaba convirtiendo en una triste sombra de la gloriosa mujer, admirada por todos, que había sido, Sakura lo sabía, nadie tenía que decírselo y no tenía las fuerzas para intentar aferrarse a la vida.
—Querida Karin…— reconoció la Haruno con tono frágil, casi con un hilo de voz.
—Mi reina— correspondió la Uzumaki, esforzándose para no quebrarse frente a su reina.
—Gracias por venir— apreció Sakura, imaginando que el viaje de regreso a la corte había sido largo.
—¿Cómo no iba a venir?— protestó Karin, no pudiendo desentenderse de su reina a quien servía. —Debéis padecer gran dolor— consideró, intentando ponerse en su lugar.
—Es poco, para mi desobediencia a Dios— difirió la pelirroja con humildad y una sonrisa de resignación. —Mi querida Karin, amiga fiel, he de pediros un favor— solicitó alargando su mano para entrelazarla con la de su amiga.
—Lo que queráis— asintió la pelirroja, estrechando su mano contra la suya.
—Deseo reescribir mi testamento, pero…me faltan las fuerzas— la Haruno sentía vergüenza de admitirlo, pero no era sino la verdad.
—No os preocupéis, yo escribiré por vos— sosegó la Uzumaki, estando por y para servirla.
Poco antes de dar a luz a su hijo Inabi, y temiendo que su vida se extinguiera antes del alumbramiento, la reina Sakura ya había mandado redactar secretamente su testamento en caso de que sucediera lo peor, pero mucho había cambiado en su resolución desde que su pequeño Inabi había muerto y su condición había empeorado, concerniente a su preocupación para con el destino de sus hijos y que sabía habrían de crecer solos; confiaba en la decisión firme de Itachi, Sarada y Mikoto quienes solo casarían con miembros de la realeza como ella les había inculcado...pero sus otros hijos eran mucho más jóvenes y sus decisiones propensas a ser frágiles, por lo que para salvaguardar el bien del reino de Portugal—por cuya alianza se había entregado y vivido—, se debían hacer ciertos sacrificios, incluso si ello implicaba cortar las alas a sus hijos de ser preciso. Volviendo la mirada por sobre su hombro sin decir nada, Karin encontró su mirada con Temari Sabaku—quien la sustituía como camarera de la reina—, quien dirigió sus pasos hacia el escritorio de la reina, de donde tomó papel, pluma y tinta, mientras otra doncella ingresaba con un respaldo para que la Uzumaki pudiera escribir, y quien agradeció la asistencia de sus antiguas compañeras doncellas mientras se acomodaba e indicaba a su soberana que estaba lista para transcribir sus palabras al papel, aguardando mientras la reina inspiraba aire y tragaba saliva un momento, teniendo muy claras sus palabras.
—Quiero que todos sepan, que yo, Sakura Haruno, aproximándose la hora de mi muerte, quiero hacer del conocimiento de todos mi última voluntad. Es mi último deseo, que mis sirvientes más leales reciban el doble de su salario, y que mis damas más jóvenes encuentren buenos esposos, dignos de ellas— nombró la Haruno, escuchando los quedos sollozos de sus doncellas en respuesta. —Quiero también que mis bienes se destinen a los huérfanos de la ciudad de Lisboa y al monasterio de San Jerónimo, y que los presos por sus deudas sean indultados y liberados— no necesitaría bienes en el otro mundo, pero si quienes continuaran viviendo. —Pero lo más importante y que espero se respete, es que deseo que mis hijos, los infantes e infantas, se casen con sus iguales, reyes y reinas, y de no hacerlo…han de tomar los votos y entrar a la vida religiosa, incluso en contra de su voluntad. Son hijos y nietos de reyes, y han de vivir como tal— determinó para sorpresa de Karin, a quien indicó seguir escribiendo. —Ese es mi último deseo, y ruego que se respete. Yo, la reina— espetó, no consintiendo oposición.
Era una resolución extrema por su parte, más habiendo disfrutado de un matrimonio por amor, pero que Sakura no olvidaba nunca había sido orquestado por razones políticas y no del corazón, su propia madre la reina Seina había tomado esa decisión en su día con respecto a su fallecida hermana Takara, no lo olvidaba. Viuda del príncipe Izuna, Takara había deseado retirarse a un convento y tomar los votos, lo que sus padres no habían permitido, casándola finalmente con Sasuke y a quien había dejado viudo al morir tras el parto, un final funesto para una mujer, pero no dejaba de ser ese el deber de una reina y era lo que había llevado a Sakura a donde ella estaba, ¿Qué falta de fortaleza demostraría a sus hijas e hijos si se rindiera y eligiera ser flexible con ellos? Itachi seria rey de Portugal e incluso puede que alguno de sus otros hijos también, de vivir lo suficiente y ser necesario, Sarada reinaría en uno de los países vecinos algún día y Mikoto quizás también se convertiría en reina o duquesa, pero no aspiraba a menos según dejaba en claro su responsable personalidad, y sus otros hijos debían tener claro donde estaban sus responsabilidades, ese era el legado que ella tenía que dejarles. No pudiendo ni queriendo contrariar a su reina, no en ese momento, Karin suspiró por lo bajo únicamente al terminar de escribir, y una vez lo hizo, le tendió el respaldo con el documento a su reina y luego la pluma, dejando que ella firmase el documento, tras lo que Karin finalmente dispuso lacre al pie de página y en que la Haruno estampo su sello de reina.
Gracias a ella, el futuro estaba escrito.
Lisboa, Portugal/7 de Marzo de 1517
Los días continuaron transcurriendo y, naturalmente, todo siguieron queriendo creer que las cosas mejorarían y que la reina Sakura volvería a la vida habitual en la corte, mas el tiempo les hizo entender paulatinamente que nada de eso sucedería, su condición solo empeoraba con el paso de los días y que se negara a comer debido a su debilidad solo confirmaba los temores de todos de que la reina no llegaría al mes de Marzo; que lo hiciera no fue un consuelo, la fiebre no la abandonaba, su palidez aumentaba, perdía cada vez más peso por negarse a comer y decía sentir dificultad al respirar, poco era lo que los físicos podían hacer y que terminaron determinando que la supervivencia de la reina estaba solo en manos de Dios, por obvias razones. El rey Sasuke se encontraba forzosamente separado de su reina por los asuntos de estado y que no podían esperar, presionado por sus consejeros pues de otro modo se pasaba horas enteras a su lado y velando que la fiebre no aumentara, pero en ese momento quien se encontraba sustituyéndolo junto a la reina era Karin quien sostenía un pequeño espejo de mano delante del rostro de su reina, sintiendo que su corazón se aceleraba de angustia al ver que las señales de la respiración de su reina se tornaban cada vez más débiles, solo su respiración indicaba que continuaba con vida pues llevaba básicamente todo el día en silencio, con los ojos cerrados y respirando trabajosamente; la hora final comenzaba a acercarse cada vez más, pero nadie en la corte ni el reino quería aceptarlo.
—Mi señora, luchad os lo suplico, aferraos a la vida— rogó Karin acercando su rostro al de su soberana, —sois muy joven aún— solo tenía treinta y cinco años.
—Karin...mi gran amiga— nombró Sakura con las escasas fuerzas de que aun disponía. —Ya no tengo fuerzas— pronunció casi sin aliento, y ante lo que su querida amiga se levantó de la cama, dirigiendo sus pasos hacia el umbral de la habitación.
—Avisad al rey, es la hora— comunicó la Uzumaki a las doncellas fuera de la habitación, resignándose como todos habrían de hacer.
Ese solo llamado hizo que todos en el Castelo de Sao Jorge comenzasen a moverse y en cuestión de minutos los miembros más cercanos de la corte a sus majestades estaban presentes en la habitación privada de la reina para despedirla, acompañando al rey Sasuke y a sus hijos, desde luego; al frente de sus hermanos y hermanas se encontraba su primogénito, el príncipe Itachi, quien intentaba mantenerse lo más estoico posible dentro de la sensibilidad que le brindaba su juventud, vistiendo un jubón de cuero marrón purpureo de cuello alto y redondo—debajo una camisa blanca de cuello alto—, cerrado por diez botones de oro hasta la altura del vientre, con cortas hombreras, mangas ceñidas y faldón corto abierto en A bajo el vientre, pantalones negros y botas de cuero negro, con un toisón de oro alrededor del cuello. De pie junto a su hermano mayor, la Infanta Sarada portaba un regio vestido de seda rosa pálido, escote cuadrado—debajo una enagua blanca de cuello redondo con cortos holanes a la altura de las muñecas—con bordados dorados en todo el contorno, el centro del corpiño, bajo el busto donde se ceñía la tela, en todo el dobladillo de la falda que se abría en A revelando una falda inferior ligeramente más opaca, y en el contorno de las mangas que se anudaban a lo largo de los brazos, con sus largos rizos azabache cayendo tras su espalda y resaltando unos pequeños pendientes de perla en forma de lagrima, perfecta en apariencia aunque notablemente melancólica por la inevitable perdida que tendría lugar en cualquier momento.
Junto a la Infanta Sarada estaba su tan cercana en edad hermana, la Infanta Mikoto, que se veía notablemente más triste y acongojada por lo que ocurría, portando un vestido malva pálido—debajo una enagua blanca de cuello redondo—de profundo escote en V hasta la altura del vientre con un dobladillo de bordados florales, debajo un falso escote redondo con bordados plateados, ceñido a su cuerpo por un falso fajín alrededor de su estrecha cintura, mangas acampanadas sobre otras ceñidas que finalizaban en cortos holanes y falda abierta en A bajo el vientre rebelando una falda inferior de bordados plateados, y su largo cabello rosado caía tras su espalda, dándole ese aire tan inocente que la caracterizaba. Acompañando a los demás hijos de la reina estaba la hermana de rey, lady Emi Uchiha, quien era incapaz de apartar la mirada del semblante de quien consideraba una hermana del alma y a quien ahora debía de ver partir, como a su madre, su esposo y hermanos antes que ella; la Uchiha portaba un bello vestido gris metálico—debajo una enagua blanca de escote en V con largos holanes que le cubrían las manos—de escote redondo anudado hasta la altura del vientre con cordones azules, como los que anudaban las mangas abullonadas que se abrían a lo largo de los brazos hasta llegar a las muñecas, con falda dividida en dos al abrirse bajo el vientre y su largo cabello azabache estaba peinado en una trenza-coleta que caía tras su espalda, exponiendo unos pequeños pendientes de plata y zafiro en forma de lágrima con una perla al final.
—Acercaos, hijos míos— pidió Sakura haciendo acopio de las ultimas fuerzas que le quedaban mientras sus hijos mayores se acercaban a la cama. —Sois hijos de reyes, y mi última voluntad es que caséis como tal, como yo lo hice— determinó, confiando en que los tres mayores sabrían acatar sus deseos y hacer que los demás los respetasen.
—Así lo haremos, madre— asintió Sarada en representación de todos sus hermanos. —O César o nada—citó su lema y esforzándose para que no se le quebrara la voz.
—O César o nada— confirmó la Haruno, alargando una de sus manos al aire y que fue sostenida por su hijo Itachi. —Sed fuertes y velad por vuestro padre, el amor que le deis también me lo estaréis dando a mí— aseguró antes de enfocar su mirada en su esposo.
—Salid, todos— ordenó Sasuke en voz baja, queriendo estar a solas con su esposa.
Sin protestar y aunque los pequeños Infantes deseasen permanecer junto a su madre por más tiempo, todos hicieron abandonó lentamente de la habitación con las puertas cerrándose a su espalda y hasta que solo quedó atrás el rey, quien se acercó lentamente a la cama y sobre la que tomó asiento, sin apartar en ningún momento la mirada del rostro de su esposa y cuya presencia era absoluta para él. Solo una pregunta martilleaba su alma tras haberse hecho lentamente a la idea de que perdería a la mujer que tanto amaba: ¿Qué iba a ser de él cuando Sakura muriera? Ella había sido su más leal compañera, su amante, la madre de sus hijos, no había tomado decisión alguna sin consultarla con ella, y solo por ella había querido cruzar mares y conquistar tierras, mostrándose como el más justo de los monarcas y el más honesto de los hombres...¿Y para qué? No pudo evitar preguntarse, ya que su única gloria era ocupar un rincón en el corazón de Sakura, un corazón que sabia lentamente dejaría de latir. El rey Sasuke vestía un elegante jubón de seda negra, de cuello alto y cerrado—debajo una holgada camisa blanca de cuello redondo—, mangas holgadas y acampanadas que llegaban a cubrirle las manos, y ceñido a su cuerpo por un cinturón de cuero marrón cobrizo, finalizando en un largo faldón más allá de las rodillas, encima un abrigo de terciopelo dorado con bordados cobrizo sin mangas y forrado interiormente en piel negra, con un toisón de oro alrededor del cuello y su rebelde cabello azabache azulado ligeramente despeinado como siempre.
—Mi amor— susurró Sasuke acunando delicadamente el rostro de su esposa entre sus manos.
—Es imposible huir del destino— inició Sakura, resignada a la idea de morir desde hace tiempo. —Esto iba a ocurrir, desatendí los avisos del señor demasiadas veces, no os sintáis culpable— sosegó alzando una de sus manos para entrelazarla con la suya. —He de deciros algo; si deseáis volver a casaros…— sabía que él no contemplaría aquel tema.
—No lo digáis— discutió el Uchiha de inmediato, cerrando los ojos con dolor ante la idea.
—Sois rey, así os amé— insistió la Haruno de todas formas. —Tenéis mi permiso, tomad a otra reina. Pero pensad en mi al menos una vez al día, solo eso os pediré— pidió únicamente, prometiendo velar por su bien allá donde fuera a dirigirse.
—Si es vuestro deseo; sea, pero jamás amaré a otra, os lo juró— prometió él, inclinándose lentamente sobre ella y besando sus labios con dulzura, pegando su frente contra la suya al momento de separarse. —Juró ante Dios que mi única y verdadera esposa habéis sido vos, y esperaré lo que haga falta para que estemos juntos de nuevo— prometió observándola a los ojos, queriendo atesorar ese momento por toda la eternidad. —Una vida sin vos; esa será mi penitencia por haberos rechazado hace tantos años— se lamentaría por ello hasta el último día de los años que le restaran de vida.
Él había sido el primero en faltar a su compromiso, incluso cuando no la había conocido y ella solo había sido una inocente infanta de las Españas, había estado tan confundido y enamorado con la idea del amor que había creído sentir por la fallecida princesa Takara que se había empeñado en casarse con ella al ascender al trono, ni siquiera había visto o conocido a Sakura y la había rechazado automáticamente, sin contemplar o sin importarle sus sentimientos, y ahora más que nunca le pesaba haber actuado así, mas era justo en su opinión que el altísimo le privara de quien tanto amaba precisamente para hacerle entender el peso de sus acciones pasadas; tener que vivir sin ella era el precio justo. Y aunque por alguna descabellada razón las palabras de su esposa fueran proféticas y él acabara volviendo a contraer matrimonio tras perderla a ella—lo que no tenía cabida en su mente en ese momento—, solo lo haría si la mujer en cuestión se asemejaba a ella y por una unión política que engrandecería aún más a Portugal, que asegurara su seguridad...pero no por sentimientos reales, los sentimientos dulces como el amor y tan apasionados como el deseo perecerían en cuanto ella dejase el mundo de los vivos, sería una cascara vacía para cualquier otra persona, estaría muerto en vida hasta que se le permitiera volver a reunirse con ella, pero no contemplaría ni tan siquiera un instante en su mente la posibilidad de otra unión de no ser porque ella—siempre previsora—ya lo hacía en su lugar, siempre velando por su bienestar, incluso en esas circunstancias.
—Abrazadme, dejadme sentir vuestro calor— pidió Sakura, con la voz quebrada de la emoción y a quien Sasuke no pudo negarle nada, atrayéndola hacia si en un cálido abrazo. —Mi vida, mi amor…— susurró, atesorando aquel abrazo.
—Os amo con todo mi corazón, no lo olvidéis nunca— pidió Sasuke con su rostro enterrado contra el costado del cuello de su esposa, aguardando una respuesta…que no llegó. —Sakura— llamó antes de romper lentamente con el abrazo, viendo que su esposa se encontraba con los ojos cerrados e inerte en sus brazos. —¿Sakura?— volvió a llamar ligeramente más fuerte, pero sin obtener respuesta.
El abrazó le había impedido notar como el pecho de Sakura dejaba de ascender y descender ante el ritmo de su respiración y que ahora se había paralizado totalmente, helándole la sangre mientras acunaba una última vez el rostro de ella en sus manos, negando en silenció para antes de volver a envolver sus brazos alrededor de ella, intentando convencerse de que aquello era una mentira, tenía que serlo…Del otro lado de las puertas de la habitación privada de la reina, todos los nobles y leales miembros de la familia real presentes bajaron la cabeza sumiéndose en una profunda reverencia en señal de respeto cuando escucharon los desgarradores gritos de dolor del rey del otro lado, comprendiendo en ese momento que su reina ya no se encontraba más con ellos. La Infanta Mikoto se volvió de inmediato hacia sus hermanos a quienes consoló lo mejor posible junto a su tía Emi, mientras que sus hermanos Itachi y Sarada ingresaron en la habitación cuando antes para consolar a su soberano. El rey Sasuke se encontraba absolutamente desconsolado, gritando de dolor cuando Fray Jugo Otogakure y lord Idate Morino ingresaron en la habitación, viendo a su soberano abrazar a su esposa con todas sus fuerzas, no pudiendo soportar aquel dolor que era el peor que había experimentado en su vida, mas Jugo y lord Idate lo separaron forzosamente del cuerpo de su esposa que se desplomó sobre la cama; su hijo Itachi le cerró los ojos y los labios, inclinándose para besarle la frente por última vez. La reina había muerto…
Convento de Penha Longa/Sintra, Lisboa
Perder a su esposa, a la mujer que amaba, a la razón de su vida, era un dolor tan grande que lo primero que el rey Sasuke sintió ese primer día, y durante los preparativos del funeral, fue el deseó de terminar con su vida de la forma más abrupta y cobarde posible si de esa forma podía volver a verla, una vida en que ella no estuviera no tenía sentido ni mucho menos la decisión que el todopoderoso había tomado, ¿Por qué había muerto Sakura que aún era joven, hermosa y tenía tanta alegría que brindar al mundo? Él ya podía considerarse demasiado mayor para los estándares de su época, tenía cuarenta y ocho años, sus hijos ya eran lo suficientemente mayores para vivir sin él, ¿Por qué seguía vivo? Tener que sobrellevar una existencia sin la mujer que amaba era un tormento que Sasuke no deseaba experimentar y por lo que desistió totalmente de asistir al funeral de su esposa tan pronto como su hermana Emi se lo hubo comentado, dándole órdenes a sus sirvientes de reunir sus pertenencias más escasas e indispensables, emprendiendo viaje al Convento de Penha Longa en el municipio de Lisboa, no iría más lejos porque en el fondo sabía que más pronto que tarde los nobles volverían a convocarlo, pero sí de él hubiera dependido perfectamente habría abdicado al torno en favor de su hijo Itachi y se habría retirado al exilio por el resto de vida que le quedaba, esperando que el altísimo tuviera a bien disponer de su vida para permitirle reunirse con su amada Sakura. Había amado tanto a su esposa, que no le quedaba nada de amor ahora, ni siquiera para sus hijos:
Era quizás la decisión más egoísta que había tomado en su vida, simplemente había dado la espalda a su hijos y los había dejado al cuidado de su hermana Emi y sus respectivas institutrices o las doncellas de su esposa, y se había marchado sin despedirse de nadie, solo informando de sus planes a su secretario Kimimaro y abandonado el Castelo de Sao Jorge, subiendo a la montura de su caballo y dirigiendo este hacia el Convento de Penha Longa a todo galope, apenas y prestando atención a la escolta de guardias y escasos sirvientes que lo seguían, solo queriendo estar solo, solo con el inmenso dolor que sentía y que nada podía calmar. Pero la decisión del rey de retirarse del trono y encerrarse en una congregación religiosa para aislarse de todo no había sido tan espontanea como podía parecer, pues había enviado de antemano un emisario al convento para avisar a los religiosos de su plan y tener su consentimiento, no como haría un rey sino un hombre normal, por lo que al bajar de su caballo y del que se ocuparon sus sirvientes, el monarca luso inclinó respetuosamente la cabeza ante el padre a cargo del convento y que lo guio en su camino hacia el interior, ambos seguidos por la escolta de guardias y sirvientes que supieron moverse con la debida discreción para no incomodar a su rey. Como correspondía a su rango, todos los religiosos reverenciaron en su paso al rey, que no dejaba de ser el hombre más poderoso de Portugal, mas ello no pudo haber importado menos a Sasuke, que siguió al religioso hasta la que sería su habitación privada.
Sus sirvientes y guardias ya se encargarían de desempacar y ordenar todo en la estancia contigua, pero todo lo que el rey Sasuke deseaba en ese momento era estar a solas, inclinando muy ligeramente la cabeza en señal de agradecimiento al religioso que le abrió la puerta de su habitación privada para permitirle ingresar, y cerró suavemente está tras su ingreso para darle toda la privacidad que el rey necesitara y anhelara en su corazón; la habitación era enormemente minimalista en comparación con su antigua habitación en el Castelo de Sao Jorge, había una ventana con enrejado que restringía la vista del exterior, una cama, una mesa de noche, una silla y mesa de estudio junto a la chimenea y por último un altar sobre el que se hallaba un crucifijo de plata. El ambiente era perfecto para lo que el rey Sasuke necesitaba, no quería tener compasión de sí mismo, solo quería estar aislado y alejado del resto del mundo, a solas con su dolor, y recibir el castigo de Dios como un penitente; pensando en ello, los pasos del rey se dirigieron inmediatamente hacia el altar y ante el que se desplomó de rodillas, cabizbajo y rezando incansablemente, no por el perdón de su alma como seguramente harían tantos otros reyes de estar en su posición, sino que rogando porque la muerte fuera amable y viniera a él lo más rápido posible, porque solo Dios sabia lo mortificado que se sentía, sabía que la muerte de su esposa había sido en parte por su causa, y aunque no se sentía digno, todo lo que deseaba era volver a verla en la eternidad y no tener que volver a separarse otra vez.
Mas, su castigo era tener que vivir y esperar.
La noticia de la muerte de la reina Sakura tomó desprevenidos a todos, sumergidos en sus propias vidas y por ende a solo algunos los afecto como debería y como fue el caso de la reina Mirai en Inglaterra y que comenzó a vestir un luto aún más adusto y solemne del que ya vestía—y que la hacía tan admirada por el pueblo inglés—en señal de respeto para con su querida hermana y a quien siempre había sido tan cercana en su infancia. Reunida en sus aposentos junto a sus damas, la reina Mirai bordaba en silencio, volviendo de vez en vez la mirada hacia la cuna en que reposaba su adorada hija Ayaka—nombrada en honor a su querida hermana—, la única de sus hijos que había sobrevivido y que tenía una salud lo suficientemente buena para dar a entender que crecería fuerte y robusta, lo que la llenaba de esperanza e ilusión, mas no a su esposo el rey Kiba para quien era insuficiente por no ser varón. La reina inglesa portaba un vestido negro de escote cuadrado con un margen dorado en el contorno del mismo y adornado por un broche oval de perlas, de amplia falda superior que se abría en A revelando una falda inferior color gris oscuro con bordados ligeramente más claros, como las ceñidas mangas inferiores y que finalizaban en holanes bajo unas superiores y acampanadas mangas forradas en seda negra, a juego con el tocado ingles de margen dorado y con velo que caía sobre sus hombros, cubriendo su cabello y resaltando el crucifijo de oro alrededor de su cuello.
Mi querida Ayaka, todavía sois muy pequeña para entender que ocurre, y porque lloró hoy, reflexionó la reina Mirai, pasando una mano bajo sus ojos cuando sus doncellas no la notaban, limpiando lágrimas de pesar por su hermana Sakura y por lo incierta que era su propia posición al parecer incapaz de dar a luz el heredero que tanto anhelaba su esposo; vuestro padre se mete en muchos problemas, teme haber ofendido a Dios, y se rompe la cabeza en una búsqueda inútil, de un premio que nunca ganara, en su mente solo un niño podía heredar el trono, mas Mirai veía aún más esperanza en su pequeña princesa de la que había visto en su Asuma, su fallecido príncipe hacía ya tantos años. Mirai no podía evitar ver un símil para con su ahora fallecida hermana, porque ella misma y de ser más joven quizás insistiría en quedarse embarazada y dar a luz el heredero al trono que su esposo tanto quería y necesitaba, ya de por si se esforzaba con la diferencia que Kiba no visitaba su cama lo suficiente como para permitirle quedar embarazada, ocupado en sus amantes y en quien ella no perdía el tiempo en sentir celos, ¿Para qué?, ¿Qué caso tendría? A la luz de la muerte de su hermana Sakura, Mirai era muy consenciente de que perfectamente podría haber muerto en su lugar, mas Dios había decidido otra cosa y su deber como reina y cristiana era respetar su voluntad como siempre. Pero en su búsqueda, es incapaz de ver el mayor premio que Dios nos ha entregado a ambos, y sois vos, para ella su dulce princesita era más que suficiente de cara al futuro.
Perdonadle, rezad para que vuelva a encontrar su camino, y para que se le conceda la paz, eso era todo lo que ella elegía hacer desde su posición pacifista, bordando en silencio y siempre teniendo la mente repleta de ideas y preocupaciones, mas en las que elegía no profundizar para no herirse emocionalmente más de lo que ya hacía, como si tremiera que su herido corazón finalmente se rompiera irremediablemente como para continuar viva y no poder cumplir con su misión. Creed en vuestro propósito, y tened fe, aconsejó a su hija, alargando una de sus manos hacia el borde de la cuna y desde donde rozó uno de sus dedos contra los diminutos dígitos de su hija y que articulo lo que a ella le pareció una sonrisa, permitiéndole esbozar una incluso en ese triste momento, diciéndose a sí misma que no podía darse por vencida, que aún tenía mucho por hacer o no estaría ahí. Querida hermana, allá en donde ahora estéis, proteged a mi hija, guiadla en su camino, y dadme fuerzas a mí para aguantar lo que vendrá, pues no sé si yo tendré la fuerza por mí misma, oró mentalmente, teniendo a su adorada hermana muy presente en sus oraciones, confiando en que su alma descansaba en paz mientras que ellos habrían de continuar viviendo en lo que verdaderamente podía considerarse el infierno y que era el hogar de los mortales, solo ello explicaba todos los desmanes, errores y pecados que se cometían día con día y con los que tenían que vivir. Sakura había muerto teniendo fe, y era su deber mantener ese ideal mientras viviera, porque no podía dejar de creer...
Paralelamente, las noticias apenas y llegaban a oídos de la reina Hinata quien continuaba aislada y recluida en Tordesillas, aunque fingía ser tonta, demente o tonta cuando escuchaba susurrar a sus sirvientes y en quienes no confiaba; había muerto la reina de Portugal, eso comentaban sus doncellas y si bien el tiempo pasaba diferente ahí encerrada, Hinata sabía que solo había una reina en Portugal, su hermana Sakura, por lo que aceptar que ella hubiera muerto fue algo que ella eligió no hacer, ¿Para qué? Hinata o había podido volver a escribirle, no había tenido noticias de nadie ahí encerrada, era como si todos en su familia estuvieran muertos y era algo a lo que se había resignado que ocurriría; su hijo Boruto había llegado desde Flandes y había pedido verla en un breve reencuentro que la había llenado de emoción...pero luego había vuelto a la corte, dejándola a ella presa en aquel Palacio y sin cambiar nada de su cautiverio. Aun solemnemente enlutada, la reina Hinata portaba un austero vestido negro—debajo una enagua blanca de cuello alto y cerrado con cortos holanes en las mangas que se ceñían en las muñecas—de escote cuadrado que se ceñía bajo el busto, distorsionando su figura, con larga falda hasta el suelo, de mangas holgadas que se ceñían en las muñecas y encima una capa o abrigo de seda que se abría por encima de los codos y que permanecía abierta, con una cofia blanca enmarcando su rostro y cubriendo su cabello bajo un velo de terciopelo negro con margen dorado que caía sobre su cabeza y hombros, y alrededor de su cuello reposaba un medallón de oro con un pequeño retrato de su amado Naruto.
—Madre— llamó su hija Izumi, haciéndola volver la mirada de las ventanas hacia ella. —¿Está muerto?— preguntó observando la jaula en que se encontraba un ave y que la pequeña niña observaba fascinada y triste al mismo tiempo.
—No, Izumi, solo está en silencio— sosegó Hinata, acercando sus pasos hacia su pequeña a quien abrazó por la espalda, arrodillándose a su altura. —Dios prueba nuestra fe, y no siempre sabemos que es lo que prueba— comentó intentando entender lo que pasaba a su alrededor y que desconocía tanto. —¿Sacamos fuerzas para seguir o debemos aceptar lo que no podemos cambiar, y hallar la paz en la aceptación y en nuestras plegarías al señor?— inquirió, haciendo reflexionar a su hija y que manifestó una expresión pensativa como siempre. —Oigo a Dios hablándome, me pide que halle la paz, que llene mi corazón amándoos a vos, y a él— comentó, confiando en el plan de Dios.
Su hija Izumi había crecido mucho en todos los años transcurridos enclaustradas en aquel modesto Palacio, había pasado toda su vida en cautiverio y sin embargo era una niña humilde, segura, respetuosa y que siempre tenía una deslumbrante sonrisa estando junto a ella, muy inocente y al mismo tiempo habida de conocimiento y que había gozado de la piedad de su abuelo el rey Pein—padre de Hinata—quien había enviado tutores básicos pero apropiados para una infanta, todo para que ella creciera y tuviera la mejor educación, aunque gran parte de la misma era impartida por su madre la reina Hinata, quien deseaba de todo corazón que su adorada princesita tuviera mucho más. La Infanta Izumi de Austria era una inocente niña de diez años, alta y de largos rizos castaños que caían tras su espalda por una sencilla cofia o tocado que obraba de cintillo, de brillantes ojos aguamarina y piel blanca como el alabastro, portando un austero y muy desgastado vestido rojo pálido de escote alto y cuadrado con un margen ligeramente más oscuro, de hombreras abullonadas que continuaban en mangas ceñidas hasta los codos, falda larga hasta el suelo y debajo cómodos zapatos que le permitían correr allá a donde iba, aunque su espacio de juego estaba muy limitado por orden de su guardián, Mizuki Nana y que temía que ella o su hija se hicieran cualquier tipo de daño, mas en ese momento y viendo la concentración de su hija en la pequeña ave encerrada, Hinata decidió que por una vez estaba bien imponer su voluntad, aunque fuera por un momento.
—¿Queréis liberarlo?— preguntó la reina al erguirse, señalando la jaula en que estaba el ave.
—Si, madre— asintió la pequeña Infanta, entusiasmada con la idea y queriendo animar a la pequeña ave.
Siendo ley para ella la voluntad de su pequeña hija, la reina una tomó con cuidado la jaula en que se encontraba el ave y tendió su mano libre a su hija quien la entrelazó con la suya, y de esa manera pretendieron abandonar la habitación hacia el pasillo exterior y ante lo que de inmediato los guardias que la custodiaban les bloquearon el paso, pero Hinata les sostuvo firmemente la mirada, señalando la jaula primero y luego a su pequeña hija, pidiéndoles en silencio que les dieran cuando menos una libertad, y lo que estos no pudieron negarle tras observarse entre sí y hacerse a un lado, permitiéndoles abandonar la estancia. En cualquier caso y por seguridad, los guardias las siguieron dos pasos tras ellas mientras cruzaban las puertas hacia el jardín y de allí hacia el centro de este, donde Hinata volvió la mirada hacia su hija, tendiéndole la jaula y que la pequeña Infanta abrió temblorosa de emoción, internando cuidadosamente sus manos y con las que sostuvo a la pequeña ave y que movió la cabeza con ansiedad, observando el exterior. Soy reina de Castilla, soy una obediente sierva de Dios, pero vos…¡vos sois el futuro!, comprendió Hinata observando como su hija Izumi abría sus manos y el ave salía volando de estas hacia el cielo, siendo observada por los brillantes ojos azules de la infanta y que sonrió mientras sentía los brazos de su madre a su alrededor y haciéndole sentir que todo estaba bien. Izumi deseaba poder volar lejos un día y ser libre como esa ave, y una voz en su interior le decía que lo seria, le decía que había un gran destino esperándola…
La reina Sakura Haruno murió el 7 de Marzo de 1517 a la temprana edad de treinta y cinco años, como resultado de su último embarazo. En su testamento le había pedido a su esposo el rey Sasuke que arreglara los matrimonios reales de sus hijos, para casarlos sólo con reyes legítimos o hijos de reyes; y si no era posible, que los metiera a un convento u orden religiosa, incluso en contra de su voluntad.
El rey Sasuke Uchiha quedó desconsolado por la muerte de su amada esposa y se encerró en el Convento de Penha Longa durante dos semanas, antes de pasar una semana junto a la tumba de su esposa en Xabregas.
En los años posteriores, el cuerpo de la reina Sakura fue trasladado al Monasterio de los Jerónimos de Belem, donde más tarde reposaría su esposo Sasuke, quien murió pacíficamente en 1521, cuatro años después. Ambos reposan juntos desde entonces y en espera de la eternidad.
El rey Sasuke volvió a casarse una tercera vez, por política, con su sobrina Fuso Uzumaki—hija mayor de la reina Hinata, y tuvieron una hija que fue nombrada Sakura, posiblemente en honor de su fallecida y amada esposa, y quien fue una de las mujeres más admiradas y adineradas de su tiempo.
Dos de los hijos de la reina Sakura; Itachi y Daisuke fueron reyes de Portugal. Su hija mayor Sarada se convirtió en Emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y reina de España como esposa de Boruto—hijo de Hinata—, y su hija Mikoto se convirtió en Duquesa de Saboya.
Como consecuencia del matrimonio entre Sakura Haruno y Sasuke Uchiha, su nieto el rey de España—hijo de Sarada—se convirtió en rey de Portugal en 1580, ante la falta de herederos por parte de los reyes Itachi y Daisuke.
PD: Saludos mis amores, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Esta historia a finalizado, queridos míos, pero no se entristezcan que ya actualizare otras de mis historias: "Kóraka: El Desafío de Eros", luego "Dragon Ball: Guerreros Saiyayin" y por último "El Origen del Clan Uchiha" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (agradeciendo su asesoría y aprobación, dedicándole particularmente esta historia como buena española), a mi querida amiga y lectora DULCECITO311 (a quien dedico y dedicare todas mis historias por seguirme tan devotamente y apoyarme en todo), a ktdestiny (agradeciendo que me brinde su opinión en esta nueva historia, y dedicándole los capítulos por lo mismo), a Gab (prometiendo que todo mejorara a partir de ahora, y que le dedicare todos los capítulos como agradecimiento por tomarse el tiempo de leer esta historia), a NagatoYuki-chan (animándole a publicar su historia "Tsunade Camino a la Corona", y agradeciendo sus palabras), a dl7107637 (agradeciendo que valore tanto el trabajo de este pobre intento de escritora, es todo un honor para mi), a dickory5 (agradeciendo su consideración para con mi trabajo y dedicándole la historia en señal de afecto), a kazuyaryo (agradeciendo infinitamente el poder contar con su apoyo y dedicándole esta historia por lo mismo) a belen26 (agradeciendo infinitamente haber contado con su aprobación)y a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besos, abrazos y hasta la próxima.
Personajes:
-Sakura Haruno como María de Aragón (35 años) -Sasuke Uchiha como Manuel de Portugal (48 años)
-Seina Uchiha como Isabel I de Castilla -Pein Haruno como Fernando II de Aragón
-Idate Morino como Diego de Silveira -Hinata Hyuga como Juana I de Castilla (38 años)
-Takara Uchiha como Isabel de Aragón -Izuna Uchiha como Alfonso de Viseu
-Mirai Sarutobi como Catalina de Aragón (32 años) -Kiba Inuzuka como Enrique VIII de Inglaterra (26 años)
-Emi Uchiha como Isabel de Viseu -Dan Kato como Alonso Torres (físico de la reina)
-Jugo Otogakure como Fernando de Barcelos -Kimimaro Otogakure como Diego da Silva (secretario del rey)
-Karin Uzumaki como Amalia Ulloa -Temari Sabaku como Beatriz de Melo
-Itachi Uchiha como Juan III de Portugal (15 años) -Sarada Uchiha como Isabel de Portugal (14 años) -Mikoto Uchiha como Beatriz de Saboya (13 años)
-Baru Uchiha como Luis de Portugal -Kagami Uchiha como Fernando duque de Guarda y Trancoso
-Rai Uchiha como Afonso de Portugal -Daisuke Uchiha como Enrique I de Portugal (5 años) -Hanan Uchiha como Infanta María
-Naka Uchiha como Eduardo de Portugal -Inabi Uchiha como Infante Antonio -Fuso Uzumaki como Leonor de Austria (18 años)
-Boruto Uzumaki como Carlos V de España (17 años) -Izumi Uzumaki como Catalina de Austria (10 años)
Muerte, Dolor & Nueva Historia: La muerte del pequeño Infante Inabi está tomada del histórico infante Antonio, pero que como en el caso de su hermana María—Hanan en mi historia—no se sabe si nació muerto o murió ese mismo día o meses después, las fuentes históricas se contradicen, por lo que igualmente elegí representar que ambos niños nacieron siendo débiles de salud pero que vivieron lo suficiente para que sus padres pudieran tomarles afecto, haciendo más dolorosas sus respectivas muertes. Para muchos de los pensamientos de Sasuke en lo referente a perder a Sakura me inspire en los pensamientos que tiene el rey Manuel al momento de perder a su esposa y que aparece plasmado en el libro "Las Damas del Rey" de María Pilar Queralt, pero no solo en ello sino también en la interpretación de Álvaro Cervantes en la serie "Carlos, Rey Emperador" como Carlos V y quien de hecho experimento un duelo asombrosamente similar con el que vivió su suegro Manuel I de Portugal. La historia cierra con la muerte de Sakura, pero nos sugiere como una nueva figura femenina se hará caro del futuro de Portugal, la cual es nada menos que Izumi, la hija menor de la Reina Hinata quien continúa encerrada en Tordesillas, de la mano del hijo primogénito de Sakura; el príncipe Itachi, pero eso se verá en la secuela que tengo prevista y que se titulará "Cenicienta de Tordesillas" y que pretendo iniciar en un mes aproximadamente, por lo que comiencen a prepararse.
También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul") :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3
