Advertencia: Escenas sangrientas explicitas.
-Hiashi siendo un mal padre (como siempre).
-Capítulo muy largo.
-Posibles spoilers del manga.

Los ojos que todo lo ven: Hyuuga Hinata

La princesa Hyuuga nació un 27 de diciembre de 1992, justo en una de las peores tormentas de nieve que había azotado la aldea de Konoha en los últimos 50 años. La luna llena que se ubicaba en el cielo esa noche se encontraba tapada por las gruesas nubes, privando de su hermoso brillo al tan orgulloso clan Hyuuga, el clan de "Los ojos de Luna". Hikari dio a luz a una sana y preciosa niña, Hinata fue como amorosamente la llamaron sus padres, porque a pesar del tormentoso momento en el que nació, ella era su lugar soleado, tal como el significado de su nombre indicaba.

Todo parecía indicar que la niña tendría un futuro prolífico en su vida ninja, la familia y el momento en el que había nacido daban señales de eso, por lo que, en cuanto caminó se le comenzaron a enseñar las costumbres y tradiciones del clan, preparándola para su nombramiento oficial como heredera a los 3 años no solo frente a la aldea, sino a todo aquellos que tuviesen una minina relación con el mundo shinobi, incluyendo a la gente conocida como "hechiceros". Al hablar, las clases de vocabulario fueron inmediatas, logrando que la niña pudiese comunicarse tan bien incluso con su reducido léxico.

Cuando la reunión de clanes llegó, Hikari lo acompañó para mantener a su hija lo suficientemente entretenida durante la junta. Al llegar, no esperaba encontrarse con el heredero de los Gojou, incluso sin su Byakugan activo podía ver lo fuerte que era, tal vez por la costumbre de estar a veces rodeado de hechiceros le era posible percibir más fácilmente lo que ellos llaman "energía maldita", y aun si no fuese así, el niño a leguas tenía el suficiente poder de borrar del mapa a todos en esa sala, quizás haciéndolos una masa de carne y reducirlos a magnitudes inimaginables. Se tensó al pensar que, por un breve momento, el peliblanco miró en su dirección.

La risa de su pequeña hija lo sacó de sus oscuros pensamientos, había sido suave, apenas perceptible, pero lo suficientemente conocida y aliviadora para que la mirara jugar con la muñeca de trapo que alguien del Boke hizo para ella por su tercer cumpleaños. Desde que llegaron, Hinata se mostró nerviosa y cohibida detrás de Hikari, algo normal en la pequeña, aún tenía esperanzas de hacerla cambiar esa actitud en un futuro, por el momento, dejaría que actuase así por consejo de su esposa.

Cuando su hija notó su penetrante mirada en ella, bajó la cabeza y se hundió más contra las piernas de su madre. Definitivamente tendrá que mostrarle el correcto comportamiento de un Hyuuga cuando regresen a Konoha.

Unos minutos después, la junta dio comienzo por fin, siendo él, su mujer y la niña de pie. Todos, casi todos, los observaron con atención.

—Hyuuga-sama, nos alegra tenerlo a usted y su mujer con nosotros este año —habló un anciano de alrededor de 60 años, calvo, casi en los huesos y con una barba blanca que llegaba hasta el suelo al estar de rodillas, pareciendo ser el líder de la reunión.

—Es un placer, como representante de la aldea de Konoha, asistir a esta reunión. Esta vez tengo un comunicado que hacerles —bajó la mirada, extendiendo la mano hacia la niña, quien se escondió más detrás de su madre. La mujer sonrió cálidamente, susurrándole algunas cosas hasta que pudo hacer que avanzara hasta su padre y tomara su mano, ocultando la mitad de su rostro con la manga de su kimono, dejando solo los ojos a la vista—. Esta es mi heredera, Hyuuga Hinata, a partir de este momento me acompañará a las reuniones que se celebren.

Los demás, exceptuando al niño del clan Gojou, hicieron una reverencia en señal de respeto hacia la pequeña. Bajó la mirada avergonzada, ocultando sus aperlados ojos de todos.

Hiashi dejó que su hija volviese con Hikari y se arrodillo al igual que los otros, dando como iniciada la reunión.

A lo largo de media hora se estuvo hablando de temas relacionados con los shinobi y los hechiceros, en los cuales, el Hyuuga se mostraba bastante participativo, dando discursos que el Hokage había puesto a su cargo, dando noticias y algunos tratos que se pretendían realizar a lo largo del próximo año con los hechiceros.

Sin que nadie se diese cuenta, Hinata se sintió incomoda, estaba acostumbrada a estar rodeada de gente, sí, pero eran al menos su familia, en cambio, estas personas eran desconocidas. Intentó distraerse con su muñeca, a la cual llamó Umiko por su precioso kimono azul pastel tan parecido a las olas del mar pintadas en las paredes del dojo en casa, y por mucho que quisiera mantenerse ocupada en eso, la inquietud siguió en aumento.

Hikari la sintió tensarse y acarició su cabello para calmarla, lo cual pareció funcionar de maravilla al verla derretirse con su tacto. Dejó que continuara jugando con Umiko más tranquila.

Nadie pareció percatarse de un hecho, algo que los habría espantado si tan solo fueran tan perceptivos, no como cierto niño de 6 años perteneciente al clan Gojou, solo él captó la oscuridad que, por un pequeño momento, rodeó a la pequeña Hyuuga justo antes de que su madre la calmara, pero como los otros ignoraron tal cosa, incluida Hinata, Satoru simplemente pensó que fue su imaginación e ignoró todo lo demás para concentrarse en el techo, al menos era mucho más interesante que su alrededor.

0o0o0

Medio año después, sus padres le anunciaron que tendría un pequeño hermanito o hermanita, lo que la puso muy contenta, no sabía lo que significaba ser una hermana mayor, pero intentaría ser la mejor, así como su primo Neji lo era para ella, quien normalmente la terminaba consolando después de un difícil día de practica con su padre, puesto que, al ser un año mayor que ella, él habría pasado por un entrenamiento similar desde hace tiempo.

La presión de ser una heredera apenas comenzaba, casi no podía ver a su madre durante los próximos meses posteriores al anuncio de su embarazo, tanto por sus nuevas tareas como el hecho de que el embarazo resultó ser de riesgo, por lo que Hikari se la pasaba en cama casi todo el día siendo cuidada por algunas personas de la segunda rama.

Cuando lograba pasar la hora de la cena con ella, Hinata le contaba sobre su día, le mostraba sus moretones y rasguños en su pequeño cuerpo, además de exhibir sus nuevos modales a la hora de comer. Después, su madre la abrazaba y tarareaba una canción, su favorita, había dicho, nunca cantaba la letra, sin embargo, la melodía hechizaba a la niña hasta dejarla descansar en los brazos de Morfeo. Al despertar, siempre era en su propia cama, en su propia habitación, lejos de su madre y su hermanito.

Al llegar su cuarto cumpleaños, Hikari hizo un esfuerzo de estar presente a pesar de las indicaciones del médico, ella estaría ahí para su niña, quisieran o no. Aun así, tuvo que regresar a su habitación luego de que Hinata soplara las velas de su pastel, por lo que no pudo ver cuando desenvolvió sus regalos, aunque esa misma noche la recibió en brazos con Umiko y un peluche de un kitsune naranja del que tanto le habló semanas antes en una salida que tuvo a la aldea junto a Ko, su cuidador.

—¿Cómo lo llamarás? —le preguntó al verla acomodarlos junto a ella en la cama y cubrirlos con una pequeña manta color lavanda que su primo y tío le habían regalado.

—N-no lo sé —sonrió ante el pequeño tartamudeo, se oía tan linda con su timidez. Miró fijamente el nuevo juguete, notando la cara que este tenia, los ojos cerrados y mostrando levemente los dientes en una sonrisa astuta.

—"Curioso… se parece a…" —ladeó la cabeza—. ¿Qué tal Naru?

—¿Naru? —la miró curiosa.

Asintió con una sonrisa.

—Le queda, ¿no lo crees?

Hinata regresó la mirada al peluche, pareciendo evaluar lo que su madre dijo hasta sonreír y asentir contenta.

—Naru-chan.

—Bien, dejemos que Umiko-chan y Naru-chan duerman, mientras, ¿qué te parece si te tarareo una canción?

Asintió efusivamente para evitar hacer ruido y "despertar" a sus muñecos. Se acomodó en el abrazo que su madre le ofrecía y la escuchó entonar la melodía que se conocía tan bien.

—Okaa-san —la llamó adormilada, deteniendo su canto.

—¿Si, mi sol? —cepilló su cabello corto con los dedos.

—¿Por qué te gusta esa canción? —siempre le sorprendía como Hinata era capaz de hablar más fluido estando casi en la inconsciencia que despierta.

—Bueno, es algo especial para mi —hizo una mueca al sentir una patada en su vientre. Respiró hondo antes de volver a hablar—, con ella conocí a tu padre.

Levantó los ojos cansados, brillando la curiosidad a pesar del sueño.

—¿Cómo?

—Pues —se sonrojó levemente al recordarlo—… en ese tiempo tenía dieciséis años y estaba por hacer mi examen de jounin, tuve un novio…

—¿Otou-sama?

—No —negó avergonzada—. Otro, pero no importa mucho —agitó la mano restándole importancia—. La radio de la aldea tuvo la maravillosa idea de tener una semana con canciones de los sesenta, otra de los setenta, etcétera. Normalmente ponía la música para entrenar, así que, cuando escuché la canción, me enamoré de ella, sentía que me identificaba un poco —suspiró al recordar un poco a su ex, puesto que por él fue su gusto hacia la canción—. Tu padre me escuchó cantarla en una sesión de entrenamiento y dijo que lo hacía muy bien —se sonrojó ante otro recuerdo.

—¿Puedo… escucharla? —cuestionó con un bostezo.

—¿Quieres escucharla entera? —la menor asintió—. Bien… aquí vamos…

Hinata no pudo aguantar más allá de la primera estrofa, cayendo rendida en un sueño de melodías y preciosa voz de su madre.

0o0o0

El nacimiento de su hermana fue un acontecimiento feliz, pero sin duda, un momento que quedaría marcado por siempre en el clan. Ese 27 de marzo de 1997 nació Hyuuga Hanabi y Hyuuga Hikari falleció en el parto al no poder soportar el shock, fue demasiado para su cuerpo previamente debilitado por el embarazo.

Hinata no sabía que sentir, la felicidad de recibir por fin a Hanabi no podía eclipsar el dolor de perder a su madre y viceversa, llevándola a un limbo emocional del que no pudo salir en semanas. Los miembros de la segunda rama, a pesar de su tristeza, seguían haciendo sus trabajos lo mejor que podían, creando un ambiente pesado y lúgubre en la mansión. Neji incluso estuvo junto a su prima en todo momento, siendo su único sostén en esos momentos tan difíciles, ni siquiera Ko podía ayudarla por órdenes de su padre.

A Hiashi le pasó algo similar que su hija, sin embargo, al ser un adulto y, obviamente, el líder del clan tuvo que mostrarse fuerte ante su gente, cerrándose en sí mismo para evitar mostrar cualquier emoción de tristeza o cualquier otra que no fuese frialdad hacia todos. Su hermano gemelo, Hizashi, fue el más sensato de entre los dos y, al ser el segundo al mando, trató de que las cosas no se fuesen a pique, pero no siempre podrían hacerse las cosas como uno quería.

Al creer que el momento justo de que Hinata volviese a entrenar había llegado, este se volvió mucho más estricto, si antes tuvo alguno que otro golpe para presumirle a su madre, ahora llegó a tener moretones que cubrían gran parte de su pequeño cuerpo y Neji ayudaba a cubrir con las pomadas medicinales que su tía les había enseñado a hacer tiempo atrás y solo servían para darle ligeros alivios a la niña.

Ambos apenas y podían ver a la nueva integrante del clan por siempre estar en clases y entrenando, lo que solo aumentaban los sentimientos depresivos de Hinata, volviéndola más retraída, para disgusto de su padre, además de la nueva presión que le estaba causando este mismo. Todo en un lapso de cuatro meses.

Una noche, la peliazul entró a su habitación completamente exhausta y se dejó caer en la cama, enterrando el rostro en su almohada. Ese día había sido particularmente duro, Hiashi ordenó que Neji entrenase completamente con su padre, por lo que no lo vería sino hasta los fines de semana en los que todos cenaban incómodamente juntos. No pudo ver a Hanabi por mucho que se apresurara en las tareas que se le imponían. En algún momento se quemó las manos al tratar de servir té en su clase de modales y la tetera resbaló de su agarre por lo débil que estaba, su institutriz la había mirado con los mismos ojos de decepción que su padre en el entrenamiento más temprano ese día.

Le dolían su cuerpo, las manos, su pecho y la garganta por el gran nudo que se estaba formando en esta. Quería llorar, quería gritar, quería… a su mamá. Un quejido fue lo único que salió antes de que las lágrimas mojaran la almohada en la que tenía su rostro enterrado. Solo el recuerdo de los mimos de su madre en su cabeza y la suavidad de su voz al entonar la que alguna vez fue su canción favorita evitaban que rompiese en un llanto histérico "nada propio de un Hyuuga", como diría Hiashi.

Y el recuerdo se volvió en algo más real, ya no solo se imaginaba sentir las manos de Hikari sobre su cabello, sino que ahora las sentía tal como si ella estuviese ahí, y su canto no era lejano, estaba casi en su oído. Se concentró un poco y pudo sentir otra cosa, el colchón justo a su lado se había hundido, como si alguien estuviese con ella en la cama.

Levantó la mirada lentamente, distinguiendo una sombra familiar que no había visto en un tiempo. Tuvo que limpiarse las lágrimas con el dobladillo de su camisa y volvió a mirar hacia la sombra, esta vez fijándose en la sonrisa amorosa tan conocida, luego en esos ojos tan parecido a los suyos que la miraban como si fuese lo más preciado en el mundo. El tarareo nunca se detuvo, en todo caso, subió de volumen.

—¿Okaa-san?

0o0o0

Bajaron del auto que los había llevado hasta la mansión donde seria la reunión de ese año. El frio de mediados de enero en Tokio no se comparaba mucho al de Konoha, mas no podía negar que el ligero viento que hacía logró estremecerlo. Miró de soslayo a su hija, quien no hace mucho había cumplido los cinco años y jugaba con las largas mangas de su furisode negro, teniendo dibujados copos de nieve con hilo de plata, su obi azul cielo solo complementaba la temática invernal de su elegante ropa.

Respiró hondo y soltó el aire en una nube blanca que se perdió poco después, luego habló con voz firme, ocasionando un pequeño brinco a la niña.

—Deja de hacer eso con tus mangas, Hinata. Ya hemos hablado de que estas reuniones son importantes para las aldeas ocultas, trata de no avergonzarnos.

La menor bajó la cabeza y apretó sus manos en un agarre inquieto.

—Si, otou-sama —murmuró, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no tartamudear.

—No hables a menos de que sea necesario —caminó hasta tocar la campana que había a un lado de la puerta doble de madera.

—Si, otou-sama.

Suspiró, mirándola por última vez antes de mirar al frente.

—Si todo sale bien, pediré una habitación para que descanses del viaje —después de todo, habían llegado esa mañana de un viaje de dos horas en avión, al cual primero tuvieron que viajar a otra ciudad debido a que Konoha no contaba con aeropuertos y así podrían despistar a posibles enemigos.

Se perdió la mirada de sorpresa y agradecimiento de su hija, pero no cuando se paró a su lado con calma.

Un sirviente les abrió la puerta pidiéndoles que lo siguieran luego de haber hecho una reverencia, guiándolos hasta la sala principal donde se encontraban los demás asistentes.

En cuanto llegaron, Hiashi fue abordado por palabras de condolencias, mientras a Hinata, desde su lugar detrás de las piernas de su padre, recibía miradas de lastima tanto por hombres como por mujeres, sin siquiera recibir alguna oración.

La niña Hyuuga evitó levantar la vista en todo momento; durante la junta mantuvo sus ojos fijados en los preciosos detalles de su kimono, uno que su madre había escogido para su quinto cumpleaños y solo hasta la fecha esta era la primera vez que lo usaba. Aunque en un momento la inundó la tristeza, no dejó que la llevara a ese espacio oscuro de su mente, puesto que su madre miraría con sus propios ojos como de bello le quedaban las prendas, aunque eso tendría que esperar.

Acabando Hiashi pidió una habitación para que la niña pudiese descansar. Una sirvienta la llevó hasta un cuarto justo en el jardín tradicional, haciendo una reverencia al cerrar la puerta y dejarla sola.

Miró alrededor ansiosa, las luces estaban encendidas, por lo que pudo observar los muebles de madera antiguos, teniendo relieves de flores a los lados. Las paredes también eran decoradas por pinturas de bosques, dándole un aspecto acogedor para Hinata, le recordaban a su casa en la aldea, no obstante, había algo más que le hizo tener un sentimiento mucho más cercano a su hogar y era el sutil tarareo que venía de una esquina oscura donde no parecía llegar la iluminación.

Sonrió contenta, apagando las luces con el interruptor cerca de la puerta y se acercó al centro del cuarto junto a la sombra que no había dejado de tararear en ningún momento.

—Okaa-san —se echó a sus brazos, siendo recibida en el abrazo amoroso que le quitó el frio del exterior.

—Mi sol —susurró con la misma calidez con la que la abrazaba—. Mi lugar soleado.

Dejó que la acostara sobre el tatami y cerró los ojos, disfrutando de la dulce voz de su madre tarareando su canción favorita.

Se quedó dormida sin saber en qué momento ocurrió, sintiendo una profunda tristeza. En algún momento de su sueño se estremeció al sentir frio, pero no se movió, usualmente no lo hacía mucho al dormir, por lo que se quedó quieta inconscientemente.

Soñó que su madre miraba atenta desde la misma esquina de esa habitación en la que se la encontró, escondida pero alerta al mismo tiempo, y tal como si fuese un gato, se erizaba para atacar. Quiso detenerla, decirle que no ocurría nada y todo estaba bien, que el frio no podía dañarla, bueno, tal vez resfriarla si, pero no la lastimaría más allá de eso, porque Hikari nunca lo permitiría.

Muy en el fondo de su mente escuchó la voz de su padre, no podía entender bien que decía, pero su madre pareció tranquilizarse desde su lugar. Luego, el frio desapareció al sentir la suave y cálida caricia en su frente, haciendo que se acurrucara contra el toque.

Fue despertada media hora más tarde cuando les trajeron la cena, comiendo en silencio, o eso fue hasta que su padre habló con dureza.

—Si te llegas a encontrar con un chico de cabello blanco, no te acerques a él, ¿entendido?

Lo miró sin entender, no conocía a nadie con esa descripción, aunque si se ponía a pensarlo, sí que hubo alguien con esas características en la reunión, un niño que parecía ser mayor que ella. Al tardarse, Hiashi la observó esperando su respuesta.

—S-sí, otou-sama —respondió nerviosa, recibiendo una mirada de reprimenda por su tartamudeo.

—Bien —no dijo nada más.

Al día siguiente, regresaron a Konoha, volviendo a la rutina de siempre; entrenar, estudiar, entrenar más, regresar a su habitación con los músculos adoloridos y entumecidos para dormir en los amorosos brazos de su madre, escuchando su melodiosa voz al tararearle.

0o0o0

Poco antes de cumplir los diez años se efectuó la reunión de jujutsu en Kioto, sin embargo, en esta ocasión no tuvo que asistir o, mejor dicho, no fue requerida.

Observó a su padre y hermana irse para llegar al pueblo cercano mientras ella se ponía los zapatos, alcanzó a despedirse de Hanabi y darle un almuerzo para el viaje, luego se retiró con rumbo a la academia, siendo acompañada por Ko.

Pensó en su día, llegaría a la escuela, se despediría de su cuidador, entraría al aula y se sentaría en su lugar junto a la ventana en la parte más alta del salón, sintiéndose completamente apartada de todos. No es que fuese su culpa, ella quería hacer amigos, pero su timidez no dejaba que siquiera diese dos palabras completas antes de quedarse completamente en silencio.

Su suspiro llamó la atención del castaño, quien la observó con curiosidad.

—Hinata-sama, no se sienta mal por no ir.

—¿Uh? —levantó la cabeza sin comprender.

—Sabemos que Hanabi-sama ahora es la heredera del clan, pero usted sigue siendo importante para nosotros. Ser heredera es solo un título.

—¿Ko-san? N-no estoy pensando en eso —negó varias veces.

—¿No? —arqueó una ceja y luego suspiró—. Lo lamento si la hice sentir mal.

—E-está bien —le sonrió gentilmente—. Solo pensaba que… espero le vaya bi-bien a Hanabi-chan —no era del todo mentira, eso fue lo que pensó al darle su comida antes de irse.

El mayor soltó una risilla, la niña siempre era tan considerada.

—De acuerdo. Pero hay algo más que la está molestando, ¿no es así? —cuestionó, aunque parecía más una afirmación que una pregunta.

—Yo… —dudó en decirle, pero fue salvada por un rubio revoltoso que pasó corriendo a su lado, haciendo que perdiera el equilibrio por la estela que dejó detrás, siendo salvada por el Hyuuga.

—¡Lo siento! —gritó el chico desde lejos.

—¿Se encuentra bien, Hinata-sama? —la miró preocupado.

—S-si —se estabilizó con su ayuda, mirando por donde se fue el rubio.

—Ese chico —Ko negó con la cabeza, aunque tenía una pequeña sonrisa en los labios—. Vamos, Hinata-sama, o se le hará tarde.

Asintió, volviendo a tomar el rumbo, que justamente era el mismo a donde se dirigía el pequeño Uzumaki.

La nieve crujía bajo sus pies, por un momento se preguntó si estaría nevando en Kioto, si se vería diferente a como lo hace en Konoha, si para Hanabi sería una experiencia nueva o simplemente algo que formaría parte de su vida a partir de ahora, mientras ella se quedaba en la aldea cumpliendo su papel de shinobi y no como heredera.

Pensándolo bien, no le molestaba haber sido sustituida por su pequeña hermana, solo le duele el razonamiento detrás; débil era una pequeña palabra, pero que tenía un fuerte significado. Si algo era débil, no servía y tenía que ser reemplazado por algo mucho más resistente, mucho más fuerte, algo que ella no era y Hanabi si, a pesar de su corta edad.

Su hermana, aunque reacia a mostrarse cándida frente a otros y con ella ser mucho más que un terrón de azúcar, lograba superarla con creces en los aspectos sociales, políticos de su clan (sus maestros hacían un buen trabajo enseñándole al menos lo básico y que fuese entendible para una niña de cuatro años), además de eso, su entrenamiento, Hanabi era mucho más fuerte de lo que ella fue a su edad, algo de lo que su padre parecía estar extremadamente orgulloso.

No la malinterpreten, a ella también le orgullecía la niña, podría nombrarse una hermana orgullosa de su hermanita, sin embargo… seguía doliendo.

Hanabi nunca la hacía de menos y si lo llegaba a hacer de manera inconsciente al estar junto su padre, siempre se disculpaba estando a solas con lágrimas corriendo por su redondo rostro mientras la abrazaba como si nunca quisiese dejarla ir (a veces pasaba eso y se quedaban dormidas juntas). Por otra parte, Hiashi…

—Llegamos, Hinata-sama —se detuvieron frente al portón de la academia, viendo como los demás estudiantes se despedían de sus padres o hermanos mayores—. Aquí está su almuerzo —le dio la caja de bento envuelta en un pañuelo morado con flores como diseño.

—Gracias, Ko-san —le sonrío dulcemente, provocando que el pecho del mayor se sintiera cálido, la niña siempre tenía una manera de hacerle sentirse así.

—Que tenga buen día. Pasaré por usted más tarde —le acomodó la bufanda alrededor de su cuello, viendo que asentía.

—Nos ve-veremos, Ko-san —hizo una pequeña reverencia y entró con calma al edificio.

Caminó hasta su salón de clases y observó a todos los que ya estaban dentro, chicas en sus grupos de amigas riendo y chismeando de cierto compañero pelinegro; fijó su mirada en los diferentes grupos de chicos, algunos jugando entre ellos, otros platicando del partido del día anterior, comiendo o durmiendo.

Buscó una cabellera rubia brillante, solo localizando a Yamanaka Ino. Ladeó levemente la cabeza, pensó que el niño ya había llegado, pero al parecer ni siquiera estaba en el aula. Subió las escaleras con resignación hasta su lugar, sentándose al lado de Shino, el "niño insecto" como sus compañeros les gustaba llamarle; a ella le parecía un joven bastante interesante, demasiado serio para alguien de su edad, pero alguien con quien podía hablar fácilmente de cómo evitar las plagas en su jardín o de cuales insectos benefician a las plantas. Si lo pensaba bien, no podría considerarlo un amigo, más si como un compañero con el que comunicarse fácilmente.

Saludó brevemente con un movimiento de su mano, siendo correspondida con un asentimiento. Bajó la mirada a la mesa, dejando la mochila junto a sus piernas. Volvió a centrarse en sus pensamientos sin saber cuánto tiempo había pasado, no hasta que sintió como le lamian la piel expuesta de su pantalón. Se inclinó para poder observar a un cachorro blanco con orejas cafés.

—U-um…

—¡Akamaru! —el chico Inuzuka subió los peldaños que restaban de su lugar hasta donde se encontraba la peliazul, luciendo un ceño fruncido, pero manteniendo una sonrisa traviesa—. Te dije que no te movieras, no queremos que te saquen como la última vez —intentó alcanzarlo, pero el pequeño se ocultó más entre las piernas de la niña—. ¡Akamaru! Lo siento, Hinata —esta vez la miró con disculpa.

—E-está bien… puede… puede quedarse conmigo. Se-sensei no pensaría que esté tan a-arriba conmigo —jugó nerviosamente con sus dedos. Conocía al castaño, era bastante amable con ella y de los pocos que se acercaban a hablarle, aunque la causa principal era porque parecía gustarle al cachorro. Kiba le había comentado una vez que a Akamaru "le transmitía calma" y le gustaba estar cerca de ella.

—No quiero darte problemas, ni tu Akamaru, ¿verdad?

El perro hizo un quejido, como si estuviese de acuerdo con el chico, mas no se movió de su cómodo lugar, en vez de eso, acomodó mejor su hocico sobre los pies de Hinata, provocando una pequeña risilla por parte de esta.

—Dé-déjalo, Kiba-kun.

—¿Segura? —ante su afirmación, suspiró y señaló con advertencia al pequeño ninken—. Orínate sobre ella y estarás castigado de por vida, no más premios nunca, ¿de acuerdo? —dio un ladrido y se recostó nuevamente. Kiba le dio una pequeña sonrisa y Hinata hizo todo lo posible por no moverse y molestarlo cuando la clase comenzó al llegar el profesor Umino Iruka.

0o0o0

A la hora del receso, mientras comía su almuerzo, le daba un poco de carne y huevo al perrito que ahora se encontraba sobre el mueble junto a ella. Kiba había salido corriendo junto a Chouji, Shikamaru y Naruto (el cual llegó tarde a la clase y se supone que estaba castigado), pidiéndole de favor que cuidase a Akamaru, a lo que aceptó gustosa.

Sora-san, la cocinera principal del clan y miembro del Boke de sesenta años, quien además fue la que le enseñó a cocinar hace algunos años, había preparado su bento, siempre lo hacía por mucho que Hinata le pidiera no hacerlo, que ella podía, pero "Hinata-sama debe dejarse mimar de vez en cuando", era lo que le contestaba. Su comida era deliciosa, le recordaba a su madre cuando estaba viva y de vez en cuando era la que se encargaba de preparar la comida, claro que con ayuda de los demás, nunca despreciaba a nadie.

El cachorro se estremeció y soltó un quejido asustado, sacándola de sus pensamientos.

—¿Akamaru-kun? —lo miró preocupada, notando que se alejó un poco de ella y la miraba temblando levemente—. ¿Qué pa-pasa? —acercó su mano a él lo más tranquila que pudo, dejando que la olisqueara y pusiera la cabeza contra su palma, dejando de mostrarse tenso—. ¿Hi-hice algo m-malo?

—No creo —volteó hacia Shino, quien también comía de su propio almuerzo—. Quizá se alteró por el grito de Kiba, parece ser que Iruka-sensei los atrapó en su travesura —señaló hacia la ventana con los palillos, donde pudo verse como el adulto mantenía en alto por sus chamarras tanto al Inuzuka como al Uzumaki, quienes lucían derrotados—. Aunque mis insectos también se alteraron —puso una mano en su barbilla en gesto pensante—. Eso es raro. Ni siquiera me dicen que les puso tan inquietos, debe ser el frio —se encogió de hombros, liberando un poco más de chakra para poder mantenerlos calientes, logrando sentir que se calmaban.

Sus ojos volvieron al perro, al verlo que se encontraba más tranquilo, le ofreció otro poco de huevo, siendo aceptado con gusto.

—"Tal vez Shino-kun tenga razón".

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Llegó a casa acompañada de Ko, como siempre. Se despidieron en el pasillo para que ella pudiese irse a lavar y realizar sus tareas del día. Su padre y hermana no regresarían sino hasta el día siguiente, por lo que podía entrenar tranquilamente en el dojo si así lo quería, tal vez le preguntaría a Neji más tarde si gustaba acompañarla.

Cuando entró a su cuarto, sonrió, hoy había sido un buen día, muy contrario a sus pensamientos pesimistas de la mañana. Tuvo a Akamaru casi todo el día entre sus pies, afortunadamente, Iruka-sensei no se dio cuenta del perro incluso cuando pasó a su lado en su habitual lectura, pudo conversar un poco con Shino sin necesidad de meter insectos a la plática (no era algo que le molestaba, en realidad) e incluso Kiba platicó con ella cuando su profesor no se daba cuenta, puesto que estaba castigado en la esquina unos pocos metros detrás de ella.

Obviamente le hubiese gustado haber hablado con más de sus demás compañeros, pero esto fue un gran avance, a decir verdad.

Teniendo una sonrisa más alegre de lo usual, se sentó en su escritorio para poder hacer la tarea de investigación que Iruka les había dejado para el día siguiente. Sin darse cuenta, se encontraba tarareando, solo hasta que otra voz se superpuso a la suya pudo notarlo.

—Okaa-san —su alegría aumento al sentir los cálidos brazos de su madre rodearla.

—Mi sol —saludó como siempre—. ¿Cómo te fue? —aunque eso era nuevo.

La miró sorprendida, encontrándose con los amorosos ojos de Hikari y la sonrisa que siempre le dirigía. Nunca había dicho algo más allá que sus habituales apodos desde que había vuelto, por lo que no era de extrañar que tal hecho la tomara por sorpresa.

—¿Y bien, cariño? —la pregunta hizo que se estremeciera y sus aperlados orbes se cubriesen de agua salada. Hace años no solo había extrañado el canto de su madre, también su voz preguntando por su día, por cómo se sentía y que la consolara con solo unas cuantas palabras, sus lágrimas que ahora corrían por sus mejillas demostraban tal cosa, al igual que el arrebatador abrazo con la que la envolvió.

—Bien, me… me fue bien… —ocultó su rostro en el hueco entre el cuello y el hombro, mojándola sin querer, pero sin poder detenerse.

—Ya, ya, mi vida. Me alegro tanto —con un brazo la envolvió y con la mano libre acariciaba su cabello—. Estás con mami, puedes contarme cómo te fue y siempre te escucharé.

—Si, okaa-san —se separó un poco para sonreírle.

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Escuchar lo que sabia no quería decir que no doliera menos, en realidad, parecían dagas clavándose en su pecho con cada palabra pronunciada por el hombre que se supone debería amarla a pesar de todo, o eso decían los libros de cuentos (aunque esta era la negra realidad), o también lo que vio con sus demás compañeros cada que salía de la academia y eran recibidos por unos orgullosos padres, algo que el suyo obviamente no lo era.

Cuando Yuuhi Kurenai, su nueva sensei y líder del equipo 8 al que recién fue integrada, salió del dojo principal donde su hermana y padre estaban entrenando, está la miró con sorpresa y, si no se equivocaba, con una profunda lastima, no haciendo falta verla a la cara para darse cuenta, podía sentirlo, así es como la observaban la mayoría de los de la segunda rama.

—Hinata…

Alzó la cabeza con una sonrisa serena, teniendo que cerrar los ojos, porque sabía que en estos se mostraría lo contrario. Años de exteriorizar un aspecto similar cuando por dentro estaba destrozada ya lo hacia una tarea fácil.

—E-está bien, Kure-renai-sensei —volvió a bajar la cabeza, jugando con sus manos para evitar que se notase el temblor en estas—. ¿Cuándo… nos veremos d-de nuevo?

La mayor se tragó el nudo de angustia de su garganta y tomó una profunda bocanada de aire que exhaló lentamente. Necesitaba mostrarse al menos algo tranquila.

—Es miércoles, pensaba que mañana sería una buena idea iniciar con las primeras lecciones, sin embargo… creo que necesitas descansar un poco —la vio asentir—. El sábado será un buen día. Eres la primera del equipo con la que vine a hablar, todavía faltan los Inuzuka y Aburame.

No era raro que, al involucrarse con clanes bastante distintivos de la aldea, algunos maestros encargados de equipos decidieran dar sus respetos y prometieran cuidar de sus nuevos estudiantes, aunque ya casi no se hacía en estos días, era casi una obligación hacerlo si en tu equipo estaría alguien tan importante como lo era Hinata, solo que no esperaba la desagradable experiencia de hablar con Hiashi y sus duras palabras hacia su hija mayor, alguna vez heredera del clan.

Volvió a afirmar con la cabeza y sintió sus hombros tensarse, por un momento deseó sacarla de ahí y llevarla a algún lugar donde fuese más sencillo abrazarla y consolarla, pero las claras señales de incomodidad de la niña se lo impedían, apenas iba a conocerla, no quería que la confianza que apenas crearían se hiciese añicos por acciones tan fuera de lugar en un momento que no le correspondía.

—Pasaré por ti a primera hora…

—Gra-gracias, sensei…

La vio alejarse y doblar la esquina antes de que un sirviente la acompañase hasta la salida. Solo esperaba que los días pasaran rápido y que la chica los sintiera de esa forma, al menos el nuevo entrenamiento sería una buena distracción de… esa casa.

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Hinata pidió a los sirvientes que no la molestasen ya que quería descansar, por lo que les dijo que no comería el almuerzo, a lo que aceptaron al percatarse del aura depresiva que la envolvía, al parecer, era uno de esos días.

Entró a su habitación y cerró detrás de ella, soltando un jadeo tembloroso. Casi al instante su madre apareció sobre su cama, extendiéndole los brazos y Hinata, sin dudarlo ni un segundo, saltó a estos y comenzó a llorar en el pecho de la mujer.

Tardó unos minutos hasta que se calmó con sus mimos y cuando por fin comenzó a tararear su canción favorita para arrullarla y dejarla caer en un profundo sueño, Hinata no peleó, lo necesitaba, lo quería más que nada y ojalá no volviera a despertar.

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—Hinata-sama, le he traído la cena —anunció una joven de cabello negro frente a la puerta de la habitación de la susodicha, teniendo la frente cubierta con una pañoleta azul—. ¿Hinata-sama? —estuvo a punto de tocar la madera cuando un escalofrío la recorrió desde la cabeza hasta los pies, poniéndole la piel chinita. Hubo un canto, no, un tarareo que la paralizó, el cual no había escuchado desde hace siete años, no al menos con la misma voz que oía.

De vez en cuando escuchaba a Hinata tararearla cuando hacia sus tareas hogareñas, a veces era con tristeza y otras la entonaba con alegría. A ella y a las demás les gustaba oírla, no obstante, esta vez no parecía ser la niña y eso le dio miedo, porque esa nueva voz, era una que conocía muy bien.

—¿Hi-Hinata-sama? —su mano tembló aún a centímetros de la madera, ahogándose con un chillido cuando la voz subió de tono, apenas abrió un poco la puerta, cerrándola de inmediato con temor—. Hi-Hiashi-sama… ir… por Hia-Hiashi-sama —se levantó temblorosa, ignorando que golpeó el plato hondo que contenía sopa de miso y se desparramaba por el piso—. Hiashi-sama… —se dio vuelta lo más rápido que pudo, siendo en realidad muy lentamente debido al terror que la estaba recorriendo entera—. ¡Hiashi-sama! —de algún lado tomó valor para salir corriendo, llámenlo adrenalina; instinto de supervivencia; simple y llano pavor.

Tal como dice el dicho: llegó como alma que lleva al diablo hasta el estudio del patriarca, recibiendo una mirada reprobatoria al entrar a trompicones sin haber llamado antes, pero su expresión cambió al ver el horror en su pálido rostro, casi parecía papel de arroz de lo blanca que estaba.

—Kana, ¿qué ocurre? —dejó los papeles que estaba leyendo a un lado, enfocándose completamente a ella.

—Hi-Hinata-sama… ella… ella —su lengua se enredaba dentro de la boca, no sabía si su mente corría a mil por hora o simplemente se había quedado en blanco.

—Respira y dímelo, ¿qué hizo mi hija? —creyendo que solo era algo simple (obviando su casi estado catatónico), retomó la lectura de los documentos.

—E-escuché a… Hikari-sama en su… su… —se cubrió la cara con las manos.

—¿Qué? —volvió a mirarla.

—Hikari-sama… ella… ella está… no debería… —un espantoso grito desgarró su garganta, provocando que varios guardias entrasen a ver qué ocurría.

—¡Kana! —se levantó y se apresuró hasta ella, tomándola de los brazos para sacudirla un poco—. ¡Suelta ya qué demonios está pasando!

—¡Hikari-sama está en el cuarto de Hinata-sama! —soltó por fin en una oración, rompiendo en llanto y alejándose de él, haciéndose un ovillo en el suelo.

Hiashi no sabía si era una maldita broma o lo que dijo la chica era verdad, sin embargo, sus acciones no dejaban muchas dudas de que no estaba mintiendo.

—Tetsu, llévatela a la enfermería —miró a su hombre, quien asintió y tomó como pudo, ya que se removía, a la chica en brazos, saliendo del estudio—. Kenzo, Mori, Ren, Akiko, síganme, vamos a ver de qué trata todo esto.

—¡Si, señor!

Atravesaron los pasillos hasta el ala donde se encontraba la habitación de la ex heredera, deteniéndose a unos cuantos pasos al no solo oír la familiar canción, sino también la voz que la entonaba.

—¿Qué diablos? —preguntó Mori, un hombre ya en sus treinta de cabello castaño con algunas canas en las sienes.

—Es… idéntica a la voz de Hikari-sama —susurró Kenzo, sintiendo un escalofrío por la espalda, su cabello corto oculto bajo la bandana de la aldea que cubría toda su cabeza, sus rasgos apenas se definían debido a su joven edad.

—No puede ser Hinata-sama, la he oído cantar antes y así no suena ella —espetó Akiko, el hombre ya tenía su cabello bañado en canas, sin embargo, siempre estaba dispuesto a pelear por el líder al que le llevaba al menos quince años.

—¿Hiashi-sama? —Ren, el que tenía su misma edad, miró a Hiashi. Su pelo verde oscuro se lo heredó a su hija Natsu.

Este no dijo ni una sola palabra y se acercó a la puerta corrediza, abriéndola de golpe, pero nada lo preparó para lo que encontraría al otro lado; arrodillada sobre la cama de su hija mayor con está durmiendo plácidamente en brazos, se hallaba su difunta esposa tal como la recordaba antes del embarazo de Hanabi.

Sin detener su tarareo, levantó sus aperlados ojos de Hinata y los miró con una suave sonrisa, poniendo el dedo índice frente a sus labios en señal de silencio, permitió que su largo cabello oscuro se deslizara detrás de ella como una cascada.

La respiración de los presentes dejó de existir, no podían creer lo que sus maravillosos ojos veían, tampoco es como si quisieran hacerlo en realidad, ya que, la mujer que tenían delante desafiaba toda lógica posible, a menos que…

Hiashi entrecerró la mirada, era obvio que esa cosa no era su mujer, además de ser algo imposible, estaba el hecho de que podía percibir el tipo de energía que solo las maldiciones tienen emanando de ellas.

Mori fue el primero en moverse por inercia, entrando al cuarto, dándole a los demás un espectáculo que nunca olvidarían y los atormentaría por el resto de su vida; la mujer que mantenía a Hinata en brazos dejó de tener la conocida apariencia para terminar desfigurada a algo más parecido a un monstruo.

Su rostro, antes con una expresión angelical, se ensanchó cuando su boca, ahora llena de dientes puntiagudos, se estiró hacia los lados, mostrando una feroz sonrisa invertida. La nariz desapareció, dejando que la boca ocupase la mayor parte del lugar. Los ojos, antes parecidos a grandes perlas, también se deformaron siguiendo las mismas líneas que la boca, pareciendo dos grandes lagrimas que expulsaban liquido rojo muy parecido a la sangre, cayendo por los laterales de la cara hasta parecer brea de lo espesa y negra que se puso, llegándoles a su nariz un hedor nauseabundo a cadáver en descomposición.

El cabello mantuvo su color al volverse seco y quebradizo, flotando a su alrededor como si de colas hablásemos, incluso a Hiashi le recordó un poco a su vieja amiga Kushina de una manera retorcida, un cabello serpenteante cuando se enojaba, aunque el rojo de la ira no se comparaba al negro del horror. La piel de esa cosa pasó por dos etapas, primero pasando a ser tan blanca como la nieve, para luego ser tan oscura como la noche misma, resaltando aún más los ojos y los dientes que hasta al hombre más valiente lo haría hacerse encima.

Solo hubo un silbido y una voz rasposa, una pobre imitación de la voz de Hikari, pero no menos aterradora, advirtiéndoles del peligro.

—Aléjate de ella —el agarre que tenía sobre la niña se afianzó, apretándola con fuerza contra su pecho, y ahí es cuando se dieron cuenta de una última cosa antes del desastre: el espíritu maligno ya no cantaba, pero el tarareo continuaba, ahora con la voz de Hinata entonando la canción, dándole un aspecto más espeluznante al ya horrible momento.

—¡Mori, sal de allí! —alcanzó a gritar el patriarca, sin embargo, no hubo tiempo para nada más.

El crujido de la madera debajo del tatami al plantar su pie firmemente sobre el piso fue lo último que pudo hacer el hombre antes de escuchar un chillido y algo envolverlo, de pronto, nada más sintió, ni dolor, ni paz, solo… vacío.

En cambio, para los demás presentes, la sangre los cubrió de golpe después de presenciar como esa cosa arrancaba cada extremidad, incluida la cabeza, del torso de Mori, llenando la habitación y a ellos mismos del carmesí y espeso líquido, ni siquiera Hinata se salvó, solo su rostro salvándose al tenerlo oculto.

Todavía en shock, vieron como "Hikari" sostenía los miembros desmembrados mientras el tronco caía en un ruido sordo, luego los desechaba junto a este como si fuesen simple basura.

—Aléjense de ella —volvió a advertir, manteniendo su espantosa apariencia.

Ocurre algo curioso, siempre se ha dicho que los Hyuuga son un clan de caras de piedra, siempre serios, siempre estoicos, nunca se mostraban alterados ante nada, incluso eso se cumplía con los más jóvenes, Neji y Hanabi eran una muestra clara de ello, aunque había excepciones, Hinata era obviamente una de ellas; sin embargo, nadie podía negar la naturaleza humana, somos personas emocionales por mucho que ocultemos y mantengamos escondidos nuestros sentimientos, a la vez que nunca podremos decir con exactitud cuál será nuestra reacción ante situaciones que nos superen, así que, cuando Kenzo entró furioso a la habitación para vengar al hombre, Akiko (el más cercano a él), alcanzó a tomarlo del brazo y sacarlo de ahí, no obstante, la maldición fue más rápida y lo atrapo de su brazo izquierdo y pierna del mismo lado, queriendo halarlo de vuelta al cuarto.

Ren también hizo lo suyo, saliendo rápidamente de su estupor, y se puso a jalar al chico junto a su compañero. El espectro, harto de ellos, afirmó su agarre hasta el punto de cortar las extremidades, dejando, satisfecha, al joven gritando de dolor cuando los tres cayeron de golpe al suelo, manchando todavía más el pasillo con sangre.

Hiashi pudo reaccionar por fin ante los gritos, cerrando la puerta de la habitación y mirando a sus hombres. El mayor de todos se recuperó rápido y comenzó a aplicar torniquetes en las heridas, después de todo, el tipo había estado involucrado en las anteriores guerras, sabía muy bien que hacer en situaciones desesperadas.

—Rápido, Ren, llévalo a la enfermería —este asintió ante la orden—. Usa los pasillos internos y evita que te vean, explícale al médico, solo él debe saber que está ocurriendo.

—Si, Hiashi-sama —cuando pudieron detener lo mejor posible el sangrado, lo cargó en brazos, yéndose con rapidez.

—¿Qué planea hacer, Hiashi-sama? —el de pelo blanco lo miró, intentando mantener la calma. Ya habían perdido a alguien y es posible que otro se le uniese.

—Necesito que vayas a mi estudio —se sorprendió—, vayas al armario y busques arriba hasta el fondo un pedazo de pared falsa. Saca de ahí una caja de madera.

—No me dirá que…

—Ahí es donde guardé los sellos que Yaga-san me dio hace años.

—¿¡Enfrentarás a esa cosa!? —rugió sin poder creerlo, dejando por completo de lado las formalidades.

—Es una maldición, no sé cómo es que tiene el rostro de Hikari ni por qué está ahí con Hinata, pero es mejor tomar acciones y preguntar después, antes de que las cosas empeoren aún más.

El hombre lo observó indeciso, luego suspiró y asintió.

—Volveré en un momento… —se alejó por el pasillo.

Se quedó solo en el pasillo volviendo a escuchar el familiar tarareo. ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta de que esa cosa estaba en su casa? ¿Estaba usando a Hinata como fuente de alimento? Por como la tenía sujeta y su reacio a dejar que siquiera entrasen a la habitación daba a entender que ese era el caso, un hecho que en cierto punto no le sorprendía.

Akiko regresó poco después con una pequeña caja de madera en sus manos y se la dio. Procedió a abrirla, exponiendo los papeles pequeños y alargados parecidos a los sellos explosivos que usualmente usaban los shinobi, con caracteres antiguos escritos en estos.

—Hiashi —sus ojos se desviaron de los pergaminos hacia el hombre, que lucía mucho más viejo que antes de venir a este pasillo, no lo reprendió por la falta de respeto, tenía suficiente en la mente como para hacerlo—. ¿Estás seguro?

—Tengo que. Ya viste lo que hizo, debemos detenerla.

—Pero Hinata-sama…

—La recuperaré sana y salva —su expresión se endureció, evidenciando las arrugas que la edad y su puesto como líder le hicieron tener.

—Hiashi… —puso una mano sobre su hombro, dando un ligero apretón como muestra de apoyo, sin decir nada más.

El castaño asintió y tomó los papeles, guardándolos en los bolsillos internos de las mangas de su yukata. No podía identificar con exactitud qué tipo de maldición era, si su grado era bajo o muy alto, su forma humanoide podía indicar que era algo más cercano a una de grado especial, pero su renuencia a alejarse de su objeto de atadura (Hinata en este caso), decía que no llegaba a superar del grado 2 o 3, incluso. Tampoco podía estar muy seguro de sus conjeturas, no había luchado tanto contra maldiciones como le gustaría como para saber datos de ellas con facilidad, ojalá lo hubiese hecho, aunque…

—Akiko, una última cosa antes de que entre —llamó la atención del otro, quien no dejaba de ver el piso con algo parecido al desespero.

—Dime.

—Manda un ave mensajera a Yaga Masamichi, maestro del instituto jujutsu, explicándole nuestra situación. Si no salgo vivo en lo que envías la carta, incluye la noticia también —Akiko tragó saliva con pesadez—. Que solo él la reciba, nadie más.

—Si, Hiashi-sama —se levantó apresuradamente, alejándose con rapidez por el pasillo.

Si él llegaba a morir sin poder exorcizar a esa maldición, al menos así podría asegurarse de que alguien más lo hiciera. Con paso decidido abrió la puerta corrediza, volviendo a encontrarse con la forma de su esposa, a la única mujer que amó, siendo usada como disfraz de esa cosa para acercarse a su hija.

"Hikari" lo miró, volviendo a ser la misma monstruosidad que mató a Mori y dejó herido a Ren. Cerró la puerta, decidido a dar su vida con tal de que no volviese a causar daños a su clan.

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Tenía la mirada perdida en un punto de la habitación, justo sobre los muñecos favoritos de Hinata que, incluso al crecer, siempre los mantuvo lo más cerca de su cama puestos sobre su mesita de noche. El zorro había perdido su cuerpo del cuello para abajo, quedando en algún punto del lugar, mientras que la muñeca Umiko quedó cortada por la mitad, ambos juguetes desparramando sus contenidos cerca de los charcos de sangre de Mori y absorbiendo esta misma, haciéndolos ver como entrañas reales.

Su respiración se había calmado hace poco y los músculos de todo el cuerpo comenzaron a dolerle, el esfuerzo físico hizo mella en él después de la pelea, las heridas picaban, pero era algo lejano, ajeno a él en ese momento.

Un quejido y el movimiento del pequeño cuerpo entre sus brazos lo sacaron de su entumecimiento, regresándolo al presente; bajó los ojos, encontrándose con otros similares y, aun así, diferentes al mismo. Siempre pensó que Hinata heredó la belleza de Hikari, incluyendo el tono lila del iris de sus ojos, diferenciándola de otros miembros del clan, algo que le dolía al verla después de que su esposa falleciera.

—¿Otou-sama? —murmuró desorientada—. Tienes… algo en la cara… —acercó la mano a su rostro, deteniéndose a pocos centímetros de tocarlo, regresándola a su pecho—. ¿Okaa-san? —sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a respirar agitada—. O-otou-sama… ¿Por qué ya no… siento a… o-okaa-san? —gotas saladas resbalaron por sus mejillas, creando surcos húmedos por estas. Se aferró a su yukata con una fuerza que, si no fuese porque ya estaba pasmado, sin duda alguna se habría sorprendido—. ¿Dónde… dónde está okaa-san?

Su mano cayó otra vez, ahora flácida. Hiashi alejó los dedos de su cuello sopesando la nueva información; Hinata tenía pleno conocimiento de esa maldición y no solo eso, además la confundía con su madre.

La puerta llamó su atención al abrirse, mirando a Akiko asomarse precavido. El hombre lo localizó en la esquina más lejana de la habitación sentado contra la pared sosteniendo a una Hinata inconsciente entre brazos. El lugar era un desastre: marcas de garras en las paredes, los muebles partidos y destrozados daba a pensar que ahí se dio una gran batalla, lo cual, era bastante cierto, todo estaba inservible.

—Hiashi… —lo observó asombrado.

—Estoy entero… —dijo apenas en un hilo de voz. Siguió sus ojos hacia su hija—. Ella está bien, no le pasó nada.

El hombre asintió.

—Yo… estoy por mandar el ave mensajera, solo vine a ver como estaba la situación. No escuché ningún ruido y me preocupé, me alegra ver que ambos estén bien.

—Bien… cuando lo hagas, quiero que mandes a alistar una habitación en el ala este para Hinata. Llama a Hitsuna y Kairi, que ellas le den un baño y la dejen descansar en la nueva habitación, que no le digan nada a nadie del estado de Hinata.

—Si, señor —los miró por última vez para después irse.

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—Hiashi-sama —la puerta se abrió levemente, asomándose Akiko, sacándolo de su inútil intento de leer el documento en sus manos, no sabía cuántas veces había estado leyendo la misma línea sin que nada entrase realmente a su cerebro.

—¿Qué pasa?

—Yaga-dono ha llegado. Lo está esperando a la entrada de la aldea —mantuvo la cabeza baja en señal de respeto.

—Gracias. Iré de una vez —se levantó, caminando hasta él—. ¿Alguna noticia de Hinata?

—Sigue sin despertar, señor.

Asintió lentamente. Había pasado dos días desde el… encuentro con el extraño ser, dos días desde que un miembro del clan ya no estaba más con ellos, dos días desde que Kenzo perdió dos extremidades, y dos días en el que Hinata no había despertado.

En un principio pensó que fue por su forma de ponerla inconsciente, que inyectó demasiado chakra con sus dedos, sin embargo, ningún daño existía a sus ojos, ni de los médicos del clan, simplemente dormía profundamente.

Frunció el ceño mientras salía del recinto Hyuuga acompañado de Akiko y Ko, que muy a pesar del joven, lo mantuvo alejado de Hinata para evitar preguntas, aunque sus insistentes ojos no dejaban de hacerle saber que estaba preocupado por ella.

Salieron de la barrera invisible que protegía a la aldea de gente externa, haciendo que pareciera que había solo bosque y no una gran ciudad al otro lado. Kotetsu e Izumo estaban ahí custodiando al visitante, teniendo listos sus kunai en caso de necesitarlos. Al ver a Hiashi aparecer, bajaron la guardia, haciendo una reverencia.

—Hiashi-sama.

—Pueden regresar a su puesto, yo me encargo desde aquí.

Dieron una última mirada al moreno y regresaron al interior de la barrera, dejando a los Hyuuga con él.

—Yaga-san —inclinó la cabeza en señal de saludo.

—Hiashi-san —hizo lo mismo. Vestía su usual uniforme, trayendo consigo un maletín muy similar a los que se les suele ver a los médicos de cabecera.

—Espero que el mapa que se le envió no fuese confuso —le hizo una señal al de cabello blanco, quien se acercó al foráneo y le extendió unos anteojos de sol.

—Fue bastante práctico. Se quemó en cuanto llegué aquí —los tomó, poniéndoselos. Se maravilló por un momento cuando los árboles fueron reemplazados por edificios y gente paseando de un lado a otro.

—Es normal, nadie fuera de la aldea debe tener conocimiento de donde está ubicada, usted mismo lo sabe.

Masamichi asintió, solo había visitado Konoha una vez antes y fue por medio de otra vía, aunque quisiera grabarse el camino, sabía que se perdería entre miles de árboles sin algo que lo guiase por el camino adecuado.

—Sígame, le explicaré la actual situación.

Obedeció, colocándose a su lado al caminar. Los otros dos hombres se quedaron unos pasos atrás.

—Pude exorcizar a la maldición con los sellos que me regaló hace tiempo, aunque fue duro, tal como lo pensé —el chamán asintió—. Desde entonces, mi hija se ha mantenido en alguna especie de coma.

—Leí que la tenía entre sus brazos.

—Así es. Parecía estarse alimentando de ella.

—¿Pudo identificar de que grado era la maldición? —sacó su teléfono celular del bolsillo, escribiendo algunas cosas en este. Afortunadamente, la aldea tenía una buena señal.

—Lamentablemente, no. Tenía aspecto humano hasta el momento en que comenzó a atacarnos, cuando cambió a algo más monstruoso. Incluso daba la idea de que se podía comunicar fluidamente.

—Aspecto humano y comunicación… Podría ser un grado especial, pero dado a que fue capaz de derrotarlo sin perder alguna extremidad, a lo mejor un primer grado o un semiprimer grado. Necesitaría más información de alguien que tenga más conocimiento.

—Es comprensible —si se molestó, no lo demostró—. Yo apenas pude salir con vida, ni siquiera sé cómo.

—La niña, ¿fue herida?

—No.

—Entonces podríamos pensar que si estaba alimentándose de ella. ¿Notó algo diferente en ella de un tiempo para acá?

—Nada. Ella actuaba tal cual lo hacia todos los días.

Ko frunció los labios detrás de ellos, Akiko lo miró con advertencia.

—¿Se quejó alguna vez de dolor o que estaba muy cansada? Tal vez su aspecto, ¿pálida, demacrada?

—No.

—Hinata-sama no suele quejarse —miraron al joven, quien veía directamente a Yaga—. He sido su cuidador durante años, pero ella nunca mostró ningún síntoma de los que usted habla. Solo…

—Ko —la dura voz de Hiashi lo detuvo—. No debes interrumpir nuestra platica.

—Lo siento, Hiashi-sama, pero…

—Ningún pero. Vuelve a hacerlo y serás castigado —su ceño se frunció mas.

—Yo… Si, Hiashi-sama —bajó la cabeza, llevando los puños a la espalda, donde no pudiese notarse lo apretados que estaban.

—Hinata siempre ha sido una niña callada, tímida, muy diferente a lo que un Hyuuga debe ser, es obvio que, para todos los demás, ella podría estar actuando extraño, pero así ha sido, es y será Hinata —explicó.

—Entonces, si no ha sido diferente a lo usual, no puedo saber con exactitud de qué manera le ha afectado la maldición y por cuánto tiempo lo hizo. Solo ella podría decírmelo, no obstante, está dormida.

—Eso me temo. Puede quedarse, esperar a que despierte y preguntarle por usted mismo.

—Lo haré, pero necesito hacerle otras preguntas, Hiashi-san, y es mejor hacerlo en un lugar no tan… —señaló alrededor— lleno de personas que no saben nada de mi "mundo", prefiero no asustar a los que gustan oír conversaciones ajenas.

—Hablaremos en mi estudio cuando lleguemos.

Asintió de acuerdo, caminando con tranquilidad hasta la mansión Hyuuga.

Entraron al estudio al llegar, quedando solo ellos dos. Hiashi se sentó detrás de su escritorio, mientras que Masamichi lo hizo frente a este. El patriarca pidió un poco de té a una de las sirvientas en cuanto entraron a la residencia, solo esperaban a que llegara para poder conversar con tranquilidad, al menos sosteniendo algo entre sus manos que los hiciera evitar algo de incomodidad.

Se conocían desde hace años, en realidad, Yaga fue quien le ayudó a aprender cosas un poco más avanzadas a Hiashi cuando él apenas estaba en el instituto, de ahí que le diera aquella caja con sellos especiales. Eso no evitaba que el momento, el lugar y la situación no fuesen incomodas para una reunión de amigos.

Miraron a la joven servirles e irse, volviendo a estar solos.

—¿Qué quiere saber?

—Su hija, ¿tiene energía maldita? —alcanzó a tragar antes de ahogarse, mirando al hombre frente a él con sorpresa bien disimulada.

—¿Por qué la pregunta?

—Es normal que las maldiciones se aferren a un huésped y absorban su vitalidad…

—Eso lo sé.

—… además de que, a veces, lo hacen con gente que tiene un mínimo atisbo de energía maldita.

—¿Y?

—¿Es posible que su hija tenga algo?

—No, no tiene nada.

—¿Está seguro?

—Yo mismo he visto a mi hija crecer, nunca ha presentado o demostrado tener algo como energía maldita, muy apenas tiene chakra, dudo que tenga algo más.

—Bien, si no tiene energía maldita, debe haberse alimentado de otra manera, pero al no mostrar ningún signo de desgaste como lo dijo ese chico Ko, no tengo ni idea de cómo lo hizo —puso una mano en su mentón—. En todo caso, leí también que la maldición era similar a su esposa.

Hiashi miró su taza con pesar, asintiendo lentamente.

—Lo era. Idéntica; su cara, sus gestos, cabello… su voz al cantar…

—¿Cantar? —se quitó los lentes, guardándolos en su bolsillo. No había caso que los usara ya atravesando la barrera, pero le gustaba el estilo.

—Si. Hikari usualmente cantaba una canción que le gustaba mucho, su favorita, podríamos decirlo.

—¿Lo hacía frente a mucha gente? —asintió.

—Era normal escucharla cantar en casi cada esquina de la mansión.

—¿Su esposa era muy querida por las personas del clan?

—¿Quién no lo hacía? Todo el mundo la amaba —sonrió levemente, pareciendo más una mueca que una sonrisa—. Desde que Hinata nació, comenzó a usar esa canción para dormirla como una canción de cuna —frunció el ceño, luego negó con la cabeza.

—¿Sucede algo?

—No… bueno… Supongo que Akiko no lo mencionó en la carta, pero… —lo miró inquieto— la maldición cantaba —Yaga asintió, ya lo había mencionado, después de todo—, luego no.

—¿Ajá?... —arqueó una ceja.

—Al callarse, Hinata siguió por ella.

—¿Qué?

—Cuando volví a entrar, la maldición había vuelto a tararear… pero mientras peleaba contra ella, Hinata era quien lo hacía.

Lo miró sin entender.

—¿Eso es algo importante?

—No lo sé, honestamente.

—Si, supongo que es así. Tal vez lo estoy pensando demasiado —dio el ultimo trago a su té.

—Hiashi-san, ¿le importaría si fuésemos a ver a su hija? Es para revisar que tanto daño le hizo la maldición.

—Nadie aquí notó algo diferente en ella, pero quizás usted si lo haga, Yaga-san —se levantó—. Acompáñeme.

—¿Primero podemos ir a la escena de la pelea? —se puso de pie, dejando la tasa a un lado.

—Por supuesto. Aún no comenzamos a limpiar, pensé que era mejor que la viese tal cual quedó.

—Me parece bien.

Al llegar a la habitación, el olor cobrizo de la sangre les dio de lleno en la nariz, pudiendo percibirse sin duda alguna el olor a muerte, por suerte, el cuerpo de Mori ya no se encontraba regado por ahí, fue retirado para un apropiado sepelio rodeado de su familia más allegada. Los rasguños apenas quedaban ocultos bajo las manchas donde había sangre, los demás se veían completamente.

—Bien —puso su maletín en el suelo, evitando tocar las manchas, y sacó un pequeño muñeco blanco en forma de conejo mal hecho que le cabía en la palma de la mano. Le dio unas cuantas palmaditas en la cabeza y lo colocó en el suelo junto al maletín.

El Jugai comenzó a moverse, poniéndose de pie y dando un paseo por el cuarto despreocupadamente.

—¿Qué es lo que hace este? —preguntó Hiashi.

—Registra si hay algún rastro de energía maldita, si queda algún residuo de esa maldición, debería quedarse dormido, si no, seguirá despierto y caminando.

Lo observaron ir y venir por el espacio de cuatro paredes, deteniéndose un momento junto a los muñecos destrozados, pareciendo observarlos con curiosidad y luego alejarse. Poco después, volvió junto a ellos, negando con la cabeza y encogiéndose de hombros.

—¿Qué significa eso?

—Que no hay nada aquí de que preocuparse —lo recogió—. No quedan rastros de alguna maldición, pero debemos estar seguros. Su hija era el centro de atención de esa cosa, es probable que siga siendo vulnerable.

El de cabello largo asintió, guiándolo hasta la otra ala de la mansión donde se encontraba Hinata. Yaga la miró en cuanto entraron, durmiendo en un futon sobre el suelo justo en el centro. Una tranquilidad se mostraba en su rostro, como si estuviese en un pacifico sueño.

Observó alrededor, notándose la simpleza del cuarto y el hecho de que ni siquiera tenía muebles, obviamente por el hecho de que era temporal en lo que arreglaban el original.

—¿Hubo algún cambio con ella? Que mejorase su estado físico o algo por el estilo —miró al padre de la niña, quien negó con la cabeza.

—Tal como la ve, es como es ella normalmente.

—Ya veo. No parece haber algún rastro de la maldición, pero no podemos estar seguros —se arrodilló a su lado, dejando al peluche sentado contra el brazo de ella y volvió a darle las palmaditas en la cabeza, esperando a que, como hace rato, se levantase y caminara por la habitación, pero la sorpresa vino cuando, en vez de que siquiera se moviera, inmediatamente pareció dormirse, incluso teniendo una burbuja saliendo de su nariz.

—¿Aquí está? —Hiashi se tensó en su lugar, preparado para pelear en caso de ser necesario.

—No. —entrecerró los ojos— Es… diferente —examinó con más atención su alrededor, luego se concentró en la Hyuuga—. Hiashi-san, ¿tiene algún arma con usted? —el nombrado lo miró confundido—. Quiero intentar algo.

—Eh… si —sacó un shuriken del bolsillo interno de la manga, dándoselo.

—Bien. Si esa maldición estuviese aquí, reaccionaria en cuanto quisiera hacerle daño a su hija —acercó una de las puntas al cuello de la joven, sin dejar de vigilar la habitación, sin embargo, no ocurrió nada.

Presionó levemente, no cortando, y, aun así, nada. Todo se mantuvo en relativa paz.

—¿Yaga-san?

—¿Está seguro de que su hija no presenta ningún atisbo de energía maldita? —le devolvió el arma, mirándolo inquisitivo.

—Ya he dicho que no, incluso usted mismo podría sentirlo.

Asintió, el shinobi tenía razón, él mismo debería percibir algún cambio, sin embargo, no había nada ahí que le indicase lo contrario, Hinata no parecía tener lo esencial como un jujutsu lo haría, incluso como un humano que tiene ese tipo de energía.

No obstante… miró de reojo al Jugai, durmiendo igual o más profundo que la niña, eso era un gran indicativo de que algo más estaba ocurriendo en ese lugar y debía buscar que era.

—¿Le parece si hacemos un ritual? —alcanzó su maletín, comenzando a sacar algunas velas y sellos con caracteres extraños dibujados en estos.

—¿De qué se trata?

—Solo es alterar un poco la percepción —lo miró—. Es posible que Hinata-san tenga energía maldita y solo pasa que nosotros no podamos verla. Es raro que pase eso, pero no imposible.

—Yaga-san, le he dicho…

—Lo sé. Pero mi Jugai actúa como si hubiese algo aquí y no es una maldición.

—¿Acaso es porque usted está demasiado cerca de eso?

—Está precisamente hecho para que ignore mi presencia y lo tengo controlado para que lo ignore a usted también. Y dudo mucho que haya gente alrededor nuestro —acomodó las candelas en cuatro puntos diferentes, una por encima de la cabeza de la chica, uno a cada lado de sus manos y la ultima la colocó a sus pies. Los sellos fueron colocados de uno en uno por cada esquina.

Hiashi suspiró resignado.

—¿Qué requiere que haga?

—Siéntese y espere mis instrucciones —obedeció, mirando atento el proceso que hacía, terminando por encender las velas.

Mantuvo al peluche junto a la peliazul, ahora colocándolo a un lado de su cabeza, mientras que él se arrodillaba de nuevo en su lugar. Puso las manos en pose de meditación, haciendo un círculo con ambas. Tomó aire y comenzó:

En la más profunda oscuridad nos encontramos, la luz que nos guía es la que hemos de seguir, muéstranos el camino y ayúdanos a salir —el fuego que salía de las candelas se volvía negro mientras recitaba el ritual, subiendo cada vez la intensidad de la flama hasta convertirse en una llamarada oscura de al menos un metro de altura. Se quedó en silencio al menos un minuto, estudiando su entorno sin dejar de mirar de vez en cuando al muñeco.

Hiashi observaba con curiosidad las llamas, después de todo, no sentía el calor de estas, en realidad, todo lo contrario, eran frías.

—Hiashi-san, active su Byakugan.

—¿Qué caso tiene? —Masamichi lo miró harto, sorprendiéndolo. Dejó de lado su asombro e hizo lo que le dijo, echándose para atrás cuando vio lo que lo rodeaba.

—¿Hiashi-san?

Levantó la mano con la intención de tomar algo invisible, pareciendo no lograrlo por su mueca de decepción.

—¿Qué es lo que ve?

—Energía maldita. Es como si… me estuviese rodeando, sin tocarme —lo miró—, corrección, sin tocarnos. Está en toda la habitación, menos en nosotros.

Lo que miraba el Hyuuga era algo que ni siquiera él podría explicar; fue como si estuviesen dentro de un lago, una piscina o incluso dentro del agua en una bañera y esta nunca te tocase, en cambio, lo hacía con cada objeto dentro de ese cuarto, el maletín, el futon, las paredes y, por si fuera poco, la misma Hinata.

—No puede ser… —un sudor frio lo recorrió mientras más miraba entre su mano y su hija; el aura lo evitaba, hacia surcos alrededor de él, de ellos, como si Hiashi y Yaga estuviesen cubiertos por burbujas bien amoldadas a sus cuerpos y no permitiera que los tocara, sin embargo, en Hinata era todo lo contrario, la energía salía de ella como un torrente de agua, inundando su alrededor—. Sale de Hinata.

Masamichi suspiró, sus suposiciones parecían ser correctas, pero necesitaba más información y solo podía obtenerla de la misma niña, necesitaba que despertase.

—Hiashi-san —lo sacó de su estado estupefacto—, si aún está la oferta de pasar la noche, la aceptaré con gusto.

El patriarca carraspeó, desactivando su kekkei genkai.

—Pediré que le preparen una habitación.

—De preferencia que sea cercana a esta —deshizo el ritual, apagándose las velas que casi estaban consumidas por completo. Hiashi se mostró algo renuente, pero asintió con una mueca.

0o0o0

Tardó otro día más para que Hinata despertase, siendo al tercer día cuando por fin abrió los ojos desorientada, encontrándose rodeada de varios peluches que, por extrañó que pareciera (o su mente le estaba jugando en contra), dormían tranquilamente.

Intentó identificar donde se encontraba, siendo una habitación que no le sonaba para nada, visualizando por el rabillo del ojo un palo de metal que cargaba una bolsa de suero, la cual, estaba conectada vía intravenosa a su brazo.

¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era que durmió en el abrazo de su madre después de que Kurenai-sensei hablase con su padre, de ahí en más, nada. Cerró los ojos con cansancio, se sentía débil, quería volver a su habitación y estar con su mamá… a la cual ya no podía sentir. Abrió sus aperlados orbes con miedo, no podía sentir a Hikari, ni con ella, ni en su propia habitación, tampoco en ninguna parte de la mansión, ¿¡por qué!?

Un chillido salió de su garganta cuando los peluches se estremecieron con algo de fuerza y cayeron de cara al piso, sin "despertar" en ningún momento. Unos rápidos pasos se escucharon y luego la puerta se abrió de golpe, encontrándose con un hombre al que no conocía mirándola con sorpresa, recorriendo con sus pequeños ojos los peluches y regresando a ella con premura.

—Hinata-san, por favor, cálmese —le hizo un gesto con las manos frente a él.

¿Calmarse? ¿Por qué calmarse? Y es cuando se dio cuenta, estaba hiperventilando, sudando frio y sintiéndose más pesada de lo que se sentía al despertar, ¿dónde quedó su entrenamiento ninja? ¿Quién era ese hombre y por qué sabia su nombre?

—Necesito que se calme, ahora —la expresión de miedo se volvió de terror al verlo dar un paso en su dirección—. "¡Maldita sea! Si no hago que se tranquilice en este momento, quien sabe qué demonios ocurra" —miró sus cuerpos malditos estremecerse sin parar en el suelo, pareciendo estar convulsionando—. "Están recibiendo tanta energía maldita que sus núcleos no lo soportan" —se le ocurrió una idea, no podía ir por Hiashi y dejarla en ese estado, podría empeorar si lo hacía; se arrodilló en el suelo, colocando las manos también sobre este y bajando la cabeza, quedando en una reverencia—. Hinata-san, por favor, cálmate —dejó de lado las formalidades—. Si quieres, puedo llamar a tu padre, pero, por favor, necesito que te calmes.

¿Su padre? ¿Ese hombre conocía a su padre?

—Está en su oficina, puedo ir rápido con él.

¿Su oficina? Miró alrededor con rapidez, ¿entonces estaba en casa?

Los muñecos se calmaron un poco.

—¿Q-quién eres? —preguntó en un hilo de voz, bien, eso era un avance.

—Yaga Masamichi. Soy maestro en Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio. Debe haber oído de él en alguna reunión en la que acompañó a su padre.

Colegio Técnico… oh, el de los hechiceros jujutsu.

—Soy conocido de Hiashi-san, él me pidió venir para…

—Yaga-san, levante la cabeza. Hinata, cálmate ya —la fría voz de Hiashi estremeció a la niña, ahogando cualquier miedo que hubiese mostrado antes, más bien, ocultándolo lo mejor que pudo, o eso fue lo que le pareció al moreno. El hombre entró a la habitación con su usual postura altiva y se cruzó de brazos.

—O-Otou-sama —agachó la cabeza.

—Yaga-san está aquí para investigar unas cosas y tú le ayudarás a hacerlo. Responde honestamente a cada pregunta que te haga, no quiero enterarme después de que interfieres en su investigación por ocultar cosas —la menor asintió—. Bien. Lo veré en mi oficina cuando acabe aquí, Yaga-san —el nombrado asintió, viendo cómo se alejaba por el pasillo.

—Hinata-san… —la vio estremecerse, sin mirarlo. Los Jugai habían dejado de temblar, ahora dormitaban tranquilos en sus lugares—. Sé que esto es difícil, pero… ¿sabes de la existencia de un espíritu parecido a tu madre?

Cuando la miró tensarse, supo que lo siguiente sería difícil no solo para él, sino también para la niña. Entró por completo a la habitación ante la temerosa mirada de Hinata y cerró la puerta.

—Me gustaría que me hables de ella, por favor.

0o0o0

El patriarca dio un trago a su taza de sake, sirviéndose más sin preocuparse de terminar ebrio, lo prefería a dejar que su mente se fuese por rumbos que no quería, pero solo ayudaba a que pasara.

Comenzó a replantearse sus ideales, sus actos. Creyó que había hecho lo correcto durante estos años, que a Hinata le faltaba mano dura para que su carácter se formara como lo debía de hacer en un Hyuuga, sin embargo, su hija heredó completamente la personalidad de su madre.

Amaba a Hikari, era su vida incluso después de haberla perdido y dudaba que nadie pudiese sustituirla nunca, pero debía admitir que su personalidad no quedaba con el clan, algo que siempre se discutió desde que se casó con ella por el consejo y cuando Hinata demostró que iba por el mismo camino, decidió que debía cambiarla antes de que fuese demasiado tarde, algo que terminó por influir en su percepción de ella, viéndola débil, alguien incapaz de ser una buena líder.

Cuando Hanabi demostró ser mucho más apta para suplirlo años posteriores, no le cupo duda de que ella era mejor opción que su hermana mayor, pero tal vez, todo fue un gran error. Y todo se lo comprobó Yaga al contarle lo que le dijo Hinata.

—Es innegable que la maldición fue creada por ella en un momento de crisis, es algo común en personas "normales", aunque algo muy difícil que ocurra en hechiceros —bebió un poco de su taza.

—¿Fue inconsciente?

—Si. Solo quería estar con su madre. Cuando me lo dijo, creí que la había maldecido, pero los tiempos no coincidieron; Hikari-san murió en marzo, en cambio, la maldición apareció alrededor de julio o agosto. Para que un espíritu haya sido maldecido, debe ser casi inmediatamente después de su muerte, y como Hinata-san tiene tanto poder es obvio que pudo ser capaz de hacerlo, pero no fue el caso.

Hinata creó a esa cosa por el simple hecho de querer a su madre con ella, algo tangible e idéntica a la mujer, ¿cómo es que nunca se dio cuenta o alguien del clan lo hiciera? Y todo por su actitud hacia ella.

—¿Cuánto hubiese faltado para que fuese algo completamente irreversible? —miró la botella de sake, pensando si servirse otro poco o simplemente dejarla de lado.

—Por cómo estaba mentalmente… es posible que una semana como mínimo.

Definitivamente era mejor beber directamente, por lo que lo hizo sin miramientos.

—¿Qué tanto? —preguntó con voz rasposa.

—Probablemente, habría mucho más víctimas, sin duda —respondió de la misma manera.

Hiashi suspiró. ¿Si no le hubiese dicho eso a Yuuhi Kurenai cuando vino, aun sabiendo que Hinata estaba escuchando, no habría ocurrido lo que pasó? ¿Iba a pasar tarde o temprano?

—¿Qué ocurrirá con ella? —el hechicero lo miró.

—El consejo se enterará y es posible que la quieran tener lo más vigilada posible —se masajeó la frente—. Incluso querrán ponerle el sello del Pájaro Enjaulado solo para controlarla.

—¿Y no lo quieres?

—Por mucho que Hinata fuese una inútil a mis ojos para tomar el rol de líder, sigue siendo mi hija, por supuesto que no quiero hacerlo. Solo le… traería más dolor —soltó en un quejido, tal vez el alcohol por fin estaba haciendo su trabajo y lo anestesiaba.

Masamichi asintió, conocía los métodos de los Hyuuga, algo crueles y medievales para su gusto, pero no podía quejarse, el consejo de hechicería pondría en sentencia de muerte a cualquiera que les representase algo mínimamente riesgoso.

—Yaga-san… tienes que ayudarla.

Lo miró sorprendido, no se esperaba ese pedido.

—¿Cómo?

—Llévala contigo, enséñale a cómo controlar sus poderes.

—Hiashi-san, si la llevo conmigo, es posible que se repita lo mismo. El consejo la matará en cuanto se enteren de ella.

—Mantenla oculta. Haz todo lo posible para evitarle la muerte.

Abrió la boca para objetar, pero la cerró unos segundos después. Soltó un largo suspiro, esto sería difícil.

0o0o0

El director lo miraba ceñudo, molesto, casi parecía querer arrancarle la cabeza con los dientes que mordían furiosamente el puro en su boca.

—¿Estás diciéndome que trajiste un arma de doble filo sin que los ancianos supieran?

—Solo Tengen-sama lo sabe.

—Solo Tengen-sama…

—Debía hacer que supiera de su existencia para evitar que la barrera sonase.

—Ajá…

—Director…

—Di una palabra más y te quemo —el puro echó fuego por la punta.

El hombre de la tercera edad se levantó de su silla y miró por la ventana de su oficina que daba al pasillo, donde podía observarse a una chica de once años sentada en una de las bancas, sus ojos eran cubiertos por una tela oscura.

—¿Por qué se cubre los ojos?

—Hiashi-san se lo ordenó. Prefiere que nadie sepa que una Hyuuga está andando tranquilamente fuera de Konoha, y menos sin la protección de su guardián.

—Lo suponía —pasó los dedos por su larga barba blanca, inspeccionándola—. Es verdad que no puedo distinguir nada de energía maldita de ella. ¿Dices que nos evita?

—Algo así. Es parecido al espacio infinito de Gojou Satoru, pero es como si fuese a la inversa. Al no tocarnos, es como si no lo percibiéramos.

—Será interesante estudiarla de cerca.

—¿Director?

—Cumpliré con lo que me pides —lo miró con los ojos estrechos—, con varias condiciones. Hyuuga Hinata será incorporada a tu grupo como una alumna más. Mi reporte será detallado como un intercambio de escuelas, pero al no tener demasiados alumnos que mandar por nuestra parte, Konoha estuvo de acuerdo en que no fuese alguien enviado a allá —miró el pergamino en su escritorio que el Hokage había mandado específicamente para él—. Será catalogada como cuarto grado, sin embargo, tú y yo sabemos muy bien que podría ser de cuasi primer grado o, incluso, de primero —el moreno asintió—. Aun así, debes seguir investigando que tanto debemos catalogarla como tal.

Se sentó de nuevo en su escritorio, dejando el puro a un lado.

—Debes mantener una extrema vigilancia sobre ella, si un berrinche causó una muerte y una mutilación, no quiero imaginar que ocurriría si le da por hacer una rabieta —Masamichi frunció el ceño, pero no dijo nada—. Si llegase a pasar lo peor —lo señaló con el dedo—, tú serás quien le dará muerte antes de que los ancianos se enteren.

Apretó los puños, pero estuvo de acuerdo.

—Usará el uniforme blanco.

—¿Eso no hará levantar sospechas?

—Le doy permiso de ocultarlo como pueda, pero debe portarlo. Son las reglas.

—Está bien.

—¿Qué más? —volvió a pasar la mano por su barba—. Ah, sí. De preferencia que tus otros alumnos no se enteren de lo que es capaz.

—¿Y si lo hacen?

—Bueno, sus manos también se mancharán de sangre.

0o0o0

—Esta será tu habitación —le abrió la puerta del cuarto, mostrando un simple espacio que ya tenía una cama, una mesita de noche con una lampara, un armario y un escritorio. La luz entraba por las puertas de cristal que daban a un pequeño balcón—. Espero que te sientas cómoda. Puedes ordenarlo como tu prefieras.

—Gra-gracias —entró, bajando la tela que cubría sus ojos, notándose rojos.

—Hinata-san —se sobresaltó, mirándolo—. Si me necesitas, puedes llamarme —le entregó un teléfono celular.

—Y-yo no pue-edo aceptarlo —lo tomó.

—Está bien. Necesitamos estar comunicados, es por precaución, más que nada.

—Gracias —se lo guardó en el bolsillo de su chamarra.

—Comenzarás clases el lunes, tienes este fin de semana para aclimatarte. Mañana empezaremos con el entrenamiento del que te hablé.

Asintió.

—Bien. Descansa —cerró la puerta tras de sí.

Hinata suspiró, acercándose a la cama donde estaba su maleta. Sacó su ropa para poder comenzar a acomodarla en el armario, tomando el peluche en forma de conejo que su ahora nuevo sensei le dio, lo dejó apoyado en su almohada y siguió con los artículos personales que trajo con ella. Recordó el ultimo abrazo que compartió con su hermana, con su querido primo y su tío, con Ko; de su padre solo recibió la venda que desde ahora cubriría sus ojos y una advertencia de que no lo decepcionase más. No tuvo siquiera tiempo de despedirse de sus compañeros de equipo y sensei.

El tintineo contra el piso le llamó la atención, encontrándose con una pulsera de plata a sus pies. La recogió, sintiendo como el pecho se le estrujaba y las lágrimas nuevamente llenaban sus ojos; el dije en forma de fuego artificial que colgaba de esta le recordó que Hanabi tenía uno en forma de copo de nieve, fue su regalo de despedida con una promesa de volver a verse, algo que podría bien no suceder si ella hacia algo mal.

Si se equivocaba en su entrenamiento o en alguna misión que demostrase ser un peligro para los hechiceros, ella moriría. Yaga-sensei le dijo que ahora tendría una soga atada al cuello todo el tiempo, la cual halaría hasta matarla en el momento que se equivocase.

Se dejó caer en el suelo, apretando la pulsera contra su pecho. ¿Qué había hecho para merecer todo eso? No podría volver hasta mejorar, porque hasta en su propia casa era un peligro para todos y era probable que los ancianos del clan no la dejarían siquiera salir de un rincón oscuro, según lo que le explicó Masamichi.

0o0o0

Esperaba nerviosa fuera de su nueva aula a que su profesor saliera por ella para presentarla. Habían llegado por el lado contrario a los ventanales, por lo que ninguno de sus ahora compañeros la vieron llegar junto al mayor, el cual entró por unos instantes.

Cuando salió, dejó de mostrar su rostro serio, mirándola con calma y con algo parecido a la compasión.

—¿Lista para entrar?

—E-eso creo —le sonrió tímidamente, a lo que fue correspondida por el castaño.

—Bien. No te dejes intimidar por tus compañeros, son buena gente… bueno, al menos dos de ellos.

No sabía si eso era un chiste o si lo decía en serio, pero solo atinó a seguir sonriendo.

—Te llamaré —asintió y vio como entraba de vuelta, dejando la puerta abierta—. Bien, ya que todos estamos despiertos y atentos, les quiero presentar a su nueva compañera —alcanzó a oír desde su lugar.

—¿Nueva compañera? —preguntaron al unísono tres voces, dos chicos y una chica. El par de hombres debían ser Getou-san y Gojou-san, por lo que la joven tendría que ser Ieiri-san.

—¿Es chica? Si es así, al menos no estaré sola con estos… estos —se escuchó un jadeo indignado ante lo que dijo Ieiri.

—Oye, "estos" tienen sus nombres, Cosa 1 y Cosa 2. Yo soy Cosa 1 —replicó uno de los chicos, sacándole una pequeña sonrisa ante la tontería que dijo.

—Basta. Al menos compórtense un poco —suspiró con fastidio—. Adelante, pasa —se sobresaltó, esa era su momento de entrar.

Tomó una respiración profunda para envalentonarse y asintió decidida a sí misma, aunque su valor fue disminuyendo ante cada pequeño paso que daba, terminando por entrar tímidamente al aula bajo la mirada de los presentes.

Con su Byakugan pudo divisar a sus nuevos compañeros, uno de flequillo que la miraba con tranquilidad, la chica de cabello corto que la observaba curiosa y un chico de anteojos para el sol quien la miraba con aburrimiento.

—Preséntate, por favor —pidió el mayor, mirándola con calma, atípico a su usual expresión grave, incluso su voz se escuchaba suave a comparación de su tono de siempre.

—M-me llamo Hyuuga Hi-Hinata. E-espero poder llevarme b-bien con todos —hizo una reverencia. Trató de hablar fuerte, en serio que lo intentó, pero sus nervios terminaron por traicionarla haciendo que hablase bastante bajo, solo esperaba que la alcanzaran a oír, no creía poder volver a hablar de lo tan nerviosa que estaba.

—¿Qué dijiste? —aunque al chico de joven blanco pareció molestarle.

—Dijo que se llama Hyuuga Hinata, Satoru, la escuchaste bien —le reprendió el sensei, así que ese era Gojou-san, entonces el otro era Getou-san—. Hinata-san viene de una aldea ninja. Está aquí como un trato de movilidad escolar entre su villa y el instituto.

—¿Aldea ninja? —tanto el del flequillo como Ieiri ladearon la cabeza, el peliblanco se dedicó a meterse un dedo por la nariz, aburrido de la situación.

—Luego les daré una clase sobre eso, ahora no es tan importante —una vena resaltó en su frente al ver la insolencia de su alumno—. Satoru, sal por el escritorio de Hinata-san, lo dejé afuera del aula.

—¿Eh? ¿Por qué yo? —se quejó—. Si ya lo trajo, métalo usted mismo.

Un golpe, un chichón en la cabeza y una reprimenda por "irrespetuoso" fueron más que suficientes para que el chico obedeciera, poniendo el mueble al lado del suyo por instrucciones del maestro.

—Toma asiento, Hinata-san. Comenzaremos la lección cuando te acomodes, bienvenida al primer año.

—Gra-gracias —se sentó en su nuevo lugar.

Satoru la miró por el rabillo del ojo, poniéndola mucho más nerviosa de lo que de por sí ya estaba, ¿había hecho algo mal? Recordó que su sensei le dijo que Satoru solía ser bastante… irrespetuoso con las personas, por lo que supuso que estaba siendo curioso con ella y su manera de demostrarlo era mirarla de soslayo, así que intentó ignorarlo lo mejor posible. Esto sería demasiado difícil, solo esperaba poder dominar rápido sus poderes y regresar a casa.

Aunque… tenía la extraña sensación de conocerlo de algún lado. ¿De dónde habrá sido?

0o0o0

Terminó de hablar Yaga, apoyado contra la pared, mientras que Satoru procesaba toda la información dada, encontrándose sentado en la silla junto a la puerta, ambos observando a la peliazul en un tenso silencio.

—Entonces… descubriste que… ella canta para controlar las maldiciones, ¿cierto?

—Con lo que me contó de la maldición que imitaba a su madre, lo que dijo Hiashi-san y lo que pude ver a través de los entrenamientos que hemos tenido, si, así es. Todavía seguimos tratando de descubrir cómo funciona realmente, pero esa es la teoría. Además, también sabemos que se manejan por emociones negativas, como es común en las maldiciones. Su canción le trae tristeza, un sentimiento bastante potente viniendo de ella.

—Increíble. Nunca había oído de algo así. Bueno, está el vejestorio que Kioto tiene como director, su ritual se basa en las ondas de energía al tocar la guitarra, o Utahime que baila y maximiza el poder, pero cantar para "hipnotizar"… es extraño, por decir lo menos.

—Nuestro mundo es extraño, Satoru.

—Ella… ¿sabe lo que ocurrió con esos dos hombres?

—No. Decidimos que era mejor mantenerlo oculto, al menos de momento. Es factible que no lo soporte y… estalle en una emoción fuerte, desencadenando algo muchísimo peor que una maldición molesta.

Volvieron a quedarse en silencio. Después de unos minutos, el mayor se acercó a la niña y sacó un peluche parecido a un perro, dejándolo al lado de su cabeza, casi de inmediato se puso a dormir.

—¿Mm? ¿Y eso?

—Me avisará cuando despierte.

—¿Ya se va?

—Ya nos vamos —lo miró serio—. Aún tenemos cosas de que hablar y prefiero que no la molestes si te quedas.

—¿Eh? ¿Cómo de qué o qué? —hizo una mueca.

—Como el hecho de dejar a Hinata-san a su suerte —una vena saltó en su frente, pero casi de inmediato su expresión cambió a una más seria—. Y el nuevo plan —salió de la enfermería, seguido del menor.

—¿Plan, cuál plan? ¿Sensei? —llegaron a la oficina de Yaga—. ¿Cuál plan?

—Satoru, ahora que sabes de Hinata, debes ejecutarla en cuanto se piense que ella es un peligro para la sociedad.

—¿¡Eh!? No hablará en serio, ¿verdad? —movió los brazos incrédulo—. Es uno de sus juegos mentales raros, ¿no?

—Estoy hablando muy en serio. Te conozco, tal vez tu juicio no sea el mejor, pero sé que sabrás diferenciar entre lo que es correcto y no lo es, sé que… podrás hacer un trabajo así —se cruzó de brazos—. Y no te importará matarla en caso de ser necesario. De entre ustedes tres, eres el más indicado para hacer esto.

El peliblanco lo pensó un momento, no podía ir en contra de esa lógica. No la conocía, realmente no le importaba, tenía que admitir que su poder seria desperdiciado si moría, pero si ella se convertía en una usuaria maldita podría ser mucho peor, el simple hecho de que Getou pudiera controlar maldiciones al absorberlas causaba miedo, no quería imaginarse lo que causaría alguien que lo hiciera tan fácilmente con el simple hecho de cantar. Era su deber como futuro hechicero hacer algo en el momento que fuese necesario, y aun así…

—Pero… —suspiró, volviendo a hacer una mueca, se le ocurrió una idea de relajar un poco el ambiente, hacerse el chistosito—. Claro, ahora déjales tus tareas a otros solo porque no quieres mancharte las manos—alcanzó a esquivar un golpe furioso que iba a su rostro al hacerse a un lado, el cual fue con toda la intención de lastimarlo. Lo miró sin poder creerlo.

—Si hubieras hecho bien tu parte de protegerla, no estarías en esta situación. Ahora atente a las consecuencias de tus actos, es hora de que vayas aprendiendo esa lección, niño.

Se contemplaron fijamente, sintiéndose la tensión en el aire. Por un momento, a Satoru le pareció que su profesor se veía cansado, harto, como si lo que le estaba ordenando/pidiendo le pesase más que tener que encargarse de la sentencia por sí mismo.

—¿Cuándo empiezo? —preguntó, mirando a otro lado. El sensei tenía razón.

—Cuando despierte, dos días más de descanso y después volveremos a entrenar, tu estarás presente.

—De acuerdo.

No dijeron una sola palabra más, Satoru se retiró a su habitación y Yaga se quedó en su oficina, suspirando con resignación.

—No quería llegar a esto —se masajeó la frente, sentándose para seguir con lo que sería otro de sus "hijos"—. En verdad que no quería.


N/A: ¡Hola a todo el mundo!
Ey, ¿cómo están? Espero que bien, porque hoy les traigo un nuevo capítulo, el cual tardó alrededor de dos semanas en terminarse, pero pues... por la longitud de este, creo que valió la pena XD. Son alrededor de 15,000 palabras, un número bastante parecido al capítulo 1, el cual lo hice en dos partes esa vez porque, para ser el inicio de la historia, se me hizo algo tedioso el leer tanto de un momento a otro, pero aquí nos encontramos con uno igual de largo, para a quienes les gustan leer capítulos así, es su día de suerte, y a los que no, al menos tendrán algo que leer en sus ratos libres de poquito en poquito.

Pero díganme, ¿qué les pareció? Es verdad que este cap es mucho más largo que la perspectiva de Satoru, como les dije antes, Hinata tenía mucha historia por detrás que explicarse y la mayoría se encuentra en esta parte, todavía faltan cositas que se hablarán en otros capítulos, pero al menos ya hay un trasfondo. Con Gojou fue algo más simple, puesto que a Satoru nos lo muestran como que era un niño algo (por no decir muy) indiferente, lo cual traté de recrear en su perspectiva, por lo que si hay un contraste muy grande entre ambos.

Poco a poco nos estamos acercamos al final de la historia, aún hay cositas que tratar y romance del cual hablar, no estoy segura de cuantos capítulos queden por hacerse, pero estén seguros de que al menos tienen historia de aquí a navidad XD. Y hablando de fechas, ¿quisieran ver un especial de Halloween? Tengo ganas de hacer uno, pero las ideas se me escapan y mi mente no quiere trabajar del todo, así que les pregunto ¿gustan algo en específico que quieran leer para estas fechas? (si siguen alguna de mis otras historias que están en emisión, es posible que también haya especiales para Halloween, dado que es de mis fechas festivas favoritas). Si quieren algo, los leo, tal vez hagan que mi media musa regrese de entre los muertos.

Y es todo por mi parte, que tengan buen día, tarde o noche. Se despide con mucho cariño, TsukiShiro22 n.n