En un bosque inhóspito, en la ladera de una montaña en Irlanda, había una cabaña. Era una edificación pequeña y ruinosa, algo que en otro tiempo los pastores habrían usado para refugiarse de las inclemencias del clima.
Por suerte, era un lugar poco transitado, la gente de la zona era muy supersticiosa y se decía en los corrillos del mercado que pasaban… cosas. Sonidos, luces, aullidos que no sonaban a animal conocido, fenómenos que hacían que la gente diera un rodeo y evitara pasar por allí.
Aquella semana de noviembre había sido especialmente extraña, no solo allí, en todo Reino Unido, así que no había ni un alma cerca de la cabaña cuando una figura cubierta por una capa oscura con capucha se apareció ante la puerta. En un rápido gesto, murmuró unas palabras y pegó la muñeca sangrante a la madera, lo que hizo que la puerta se abriera ante él.
La casa que desde fuera parecía estar a punto de derrumbarse era en realidad una estancia cuadrada con una puerta que daba al dormitorio y otra a un pequeño aseo. En la chimenea brillaba un fuego y junto a la cocina había otra persona inclinada sobre las ollas.
— Reggie —le saludó al sentir la puerta abrirse, adelantándose hacia él con los brazos abiertos.
El hombre de la capa se quitó la máscara que ocultaba su rostro, se bajó la capucha y dio el paso definitivo hasta acurrucarse contra su pecho.
— Se ha acabado, Rem.
— Lo sé —respondió, abrazándole fuerte, con la barbilla entre sus rizos oscuros.
— Lo siento mucho, siento lo de Lily y James. Y mi hermano…
— Lo sé —repitió.
Se abrazaron un rato más, el único sonido el chasquido de la leña y el burbujear de la olla.
— Escapé de una redada de los aurores —confesó por fin Regulus, con los ojos fuertemente cerrados—. Dumbledore me dijo que me dejara coger.
— ¿Qué?—preguntó Remus, escandalizado, separándose.
Regulus se liberó de la capa y la dejó junto con la máscara sobre mesa antes de sentarse y fijar en él sus grandes ojos grises bordeados de oscuras ojeras.
— Dijo que Moody estaba al tanto y me liberarían al llegar al ministerio. Pero los aurores ahora mismo disparan primero y preguntan después, la mitad de los detenidos estos días no han llegado a una celda.
— Puedes quedarte conmigo unos días, mientras se calma todo —aseguró Remus, sentándose frente a él y cogiendo una de sus manos.
— ¿Unos días? —cuestionó, levantando las cejas perplejo.
— Hasta que se limpie tu nombre y puedas volver a tu vida —contestó como si fuera una obviedad..
— ¿Mi vida? —Recuperó su mano y apoyó los codos en las rodillas para sujetarse la cabeza, cansado— Remus, no tengo de eso, se supone que estoy muerto, mis padres ya no están y mi hermano está en prisión. Lo único que tengo son años siendo un espía y un traidor, lo que equivale a muchos enemigos con ganas de matarme cuando se sepa. Y a ti.
— Tú… ¿querrías quedarte conmigo? ¿Aquí?
La sorpresa de Remus resultaba incluso cómica y Regulus no pudo evitar reír un poco.
— ¿Me lo estás ofreciendo? ¿o simplemente estás alucinando?
— Yo… no sé qué decir.
El joven Black se levantó de la silla y se sentó en sus rodillas. Acarició con dedos ligeros las cicatrices de su rostro y su cuello.
— Dime que todo esto tendrá sentido algún día. Que todos los sacrificios había que hacerlos para acabar con ese engendro del mal. Dime que has pensado igual que yo en el tiempo que hemos trabajado juntos en si habría sido más llevadero si nos hubiéramos besado cada vez que lo hemos deseado en estos años.
Mientras hablaba, Regulus se había ido inclinando hacia él, hasta hablar de besos rozando sus labios.
— Reggie… —susurró Remus, un sonido estrangulado que denotaba contención.
— Remus… creo que necesitas apagar el fuego porque la cena huele muy bien y voy a besarte en cinco segundos y te garantizo que si no se va a quemar y sería…
No llegó a decir "una lástima" porque en un solo gesto fluido, Remus sacó la varita para murmurar un hechizo de Éxtasis a la par que le sujetaba la nuca con la otra mano para besarle de una manera que casi hacía que mereciera la pena la espera.
