Este One Shot tiene como objetivo para hacer conciencia en este tema. Lo que la escuela no enseña, pero al menos de ahí consigo buen contenido para escribir un Fanfic o One Shot.

También lo pueden considerar un espera para la tercera película de Paw Patrol. ( Seguramente el protagonista será Marshall).

Ningún cachorro fue lastimado en la elaboración de este fanfic.

Utilice como inspiración el libro playground de Aron Beauregard. El libro pueden comprarlo o conseguirlo en PDF.

Advertencia: Escenas de violencia gráfica y explícita.


Para aquellos que alguna vez tuvieron mentes jóvenes, ahora son adultos o viejos y agrietados pero aún recuerdan esos días sin preocupaciones cuando íbamos al parque en un caluroso día de verano con la mente tranquila. Cuando la familia jugaba inocentemente con nosotros con sonrisas tan brillantes como el sol y muchos problemas de la vida seguían sin resolverse.

Por los días que parecen durar una eternidad.

En una tranquila ciudad, un cachorro dálmata llamado Marshall vivía junto a su amorosa familia. Una madre y un padre y hermanos. Tal vez será muy pequeño y no podía hablar pero nunca olvidaría los momentos más felices de su niñez.

Llenos de alegría y cariño. Marshall era un cachorro amigable y juguetón, siempre listo para explorar sus energías para jugar.

Marshall era el más pequeño de su camada, pero eso no le impedía estar en medio de todas las travesuras y juegos que sus hermanos mayores organizaban. Sus padres, lo observaban con ojos cariñosos mientras corría en círculos, tratando de atrapar sus propias manchas como si fueran mariposas.

Uno de los momentos más memorables de su infancia fue cuando su madre, le enseñó a buscar tesoros en el jardín trasero. Marshall no entendía muy bien la idea al principio, pero la emoción de su madre lo contagió.

Juntos cavaron en la tierra y, para su sorpresa, encontraron un hueso antiguo y enterrado. Marshall nunca olvidaría la sensación de triunfo al sostener ese hueso en la boca, con la tierra aún pegada a su hocico.

Las noches eran especiales también. Después de un largo día de juegos, su padre, solía contarles historias a Marshall y sus hermanos. Sus oídos puntiagudos se mantenían alerta mientras escuchaban sobre aventuras épicas de perros valientes. Marshall soñaba con ser como esos héroes caninos y proteger a su familia de cualquier peligro.

La vida de cachorro de Marshall fue una época de alegría y cariño incondicional que llevó consigo durante toda su vida. Aunque los años pasaron y se convirtió en un perro adulto, siempre miraría hacia atrás con gratitud a esos tiempos llenos de risas y amor en su tranquila ciudad natal.

Todo es cambió un día, sin previo aviso.

- ¡Rápido, atrapen al perro! - exclamó uno de los hombres mientras señalaba a Marshall.

La familia de Marshall miró con incredulidad mientras los hombres se acercaban rápidamente. El padre de Marshall, decidido a proteger a su amado perro, se puso frente a él. Sin embargo, fue rápidamente Derrotado y capturado.

"¡Deténganse! ¿Quiénes son ustedes y qué están haciendo? !" Peguntó el padre, tratando de mantener la calma.

"Somos del Departamento de Control de Criaturas No Identificadas - respondió uno de los hombres, mientras sacaba una placa de identificación".

La madre de Marshall se acercó al grupo, con los ojos llenos de preocupación. No pudo hacer nada para proteger a sus cachorros.

Justo cuando parecía que la situación estaba a punto de escalar, Marshall comenzó a ladrar con fuerza. Los hombres de trajes blancos se quedaron atónitos mientras una luz brillante comenzaba a rodear a los perros.

Sin embargo un dardo tranquilizante fue lanzado hacia el al matar el cual lo recibió en el cuello. No duras unos segundos consciente antes de vivir un disparo. Eso lo sabía Marshall.

Lentamente comenzó a caer dormido.

La camioneta negra partió a toda velocidad, llevándose a Marshall y a otros animales inocentes en su interior. El viaje pareció interminable mientras eran conducidos a través de carreteras oscuras y desconocidas. No tenían idea de a dónde los llevaban ni por qué los habían separado de sus seres queridos.

Finalmente, la camioneta se detuvo en un edificio lúgubre y sombrío. Los hombres en trajes oscuros sacaron a los cautivos cachorros uno por uno, llevándolos a través de una puerta metálica que se cerró con un estruendo detrás de ellos.

El corazón de Marshall se aceleró al contemplar el desolado entorno. La visión de los símbolos nazis pintados en las paredes le provocó escalofríos. Y las numerosas marcas de garras incrustadas en cada superficie sólo aumentaron su sensación de inquietud.

Las jaulas se alineaban en la habitación, cada una ocupada por un animal asustado y desconcertado. La desesperación consumió a Marshall mientras contemplaba la escena. ¿Qué les estaban haciendo aquí? ¿Por qué los habían arrancado de sus hogares que alguna vez fueron felices?

Su mente se llenó de preguntas, pero no hubo respuestas. Sólo persistía el inquietante silencio de la habitación, roto únicamente por algún que otro gemido o gruñido grave de los animales capturados. Su miedo era palpable y reflejaba el suyo.

El cuarto estaba repleto de instrumentos quirúrgicos que se utilizan en procedimientos médicos y cirugías invasivas, tales como bisturíes afilados, fórceps precisos, tijeras quirúrgicas y retractores especializados. Lo sorprendente era que algunos de estos instrumentos todavía estaban manchados de sangre fresca.

Además de los instrumentos quirúrgicos, la sala estaba equipada con una amplia gama de equipos médicos, incluyendo dispositivos de anestesia y monitoreo, dispositivos de sujeción, agujas, jeringas y catéteres.

La sala parecía estar meticulosamente diseñada con sistemas de control de temperatura, ventilación e iluminación para garantizar un entorno óptimo para los procedimientos médicos.

También se podían encontrar microscopios de alta precisión y dispositivos de imágenes para el estudio de diferentes estructuras corporales, tanto humanas como de diversos animales. La cantidad y calidad de los equipos presentes en la sala indicaban un alto nivel de preparación y cuidado en el ámbito médico.

Mientras la mirada de Marshall recorría la habitación, en ese instante entró un hombre con un traje blanco y una máscara anti olores.

"Bienvenidos a su nuevo hogar". Fue lo único qué dijo mientras agarro un conejo y se lo llevó.

Marshall observó con horror cómo el hombre del traje blanco rápidamente agarraba al conejo y desaparecía por una puerta. Su corazón latía con fuerza en su pecho y una sensación de temor lo invadió.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Marshall cuando se dio cuenta de la siniestra verdad. Estaban atrapados en un lugar donde sus vidas estaban a merced de extraños vestidos con trajes blancos.

Marshall, un dálmata, se volvió hacia sus compañeros cautivos, un grupo variado de animales que compartían su terrible destino. Los pensamientos de Marshall se aceleraron mientras intentaba darle sentido a la situación. "¿Cuál fue el propósito de mantenernos aquí? ¿Fue algún experimento retorcido?" pensó en voz alta.

Otro canino, un pastor alemán, respondió con un tono lleno de tristeza, "Estamos en un laboratorio de experimentación animal. Los científicos, liderados por el Dr. Karol, quieren estudiar cosas como productos para maquillaje, shampoos y juguetes sexuales."

Marshall no podía creer lo que escuchaba. Apenas entendía lo que significaban esas palabras, pero instintivamente sabía que era algo horrible. "¿Y no podremos escapar?" preguntó con desesperación.

Un gato siamés que estaba cerca respondió, su voz temblorosa, "Todo aquel que ha intentado escapar de aquí termina muerto. Incluso si no escapas, vas a terminar muriendo. Todo por cumplir los caprichos de los humanos."

El miedo y la impotencia llenaron la sala mientras los animales compartían sus terribles historias. Marshall se dio cuenta de que estaban atrapados en un oscuro rincón de la humanidad, donde sus vidas no valían nada más que como sujetos de experimentación. La esperanza era un bien escaso en ese lugar aterrador.

Días y noches pasaron, y los compañeros de cautiverio de Marshall comenzaron a hacer llevaros uno por uno una serie de pruebas y experimentos.

Los científicos del laboratorio parecían estar buscando algo, pero nadie sabía qué. Las jaulas eran pequeñas y frías, y la comida era escasa. El miedo y la tristeza se apoderaron de ellos mientras anhelaban la libertad que habían perdido.

A pesar de las difíciles circunstancias, los lazos entre los animales se fortalecieron.

Aunque tenía miedo gracias a su gran carisma y sentido del humor Marshall hizo amigos leales que compartían su deseo de escapar de este lugar aterrador. Los quienes vieron en su tropeza algo de qué reírse. Incluso en estos momentos difíciles.

La escasez de alimentos hizo que los perros adelgazaran rápidamente. Los conejos rápidamente cambiaron de un color blanco a un color café y rosado. Los gatos tenían los ojos 100% verdes. Uno de ellos se quejaba de que le lastimaba la luz del sol.

...

Los experimentos que habían sufrido eran horribles. Las criaturas indefensas que compartían ese desolado lugar habían sido sometidas a torturas inimaginables, pero por alguna razón, Marshall había logrado evitar ser el protagonista de aquellos horrores... hasta ahora.

La tensión en el aire se palpaba cuando el hombre de traje blanco y máscara ominosa hizo su regreso. Siempre que aparecía, era señal de que alguien sería llevado hacia el abismo de sufrimiento. Los otros animales, con miradas llenas de temor, observaron cómo el hombre avanzaba por la fila de jaulas, estudiando a cada uno de ellos con un escalofriante interés.

Esta vez, no fue una excepción. Los conejos que compartían el espacio con Marshall fueron los desafortunados elegidos. A través de sus ojos aterrados, Marshall pudo sentir el terror que invadió a sus compañeros de cautiverio cuando fueron sacados de sus jaulas y llevados a la oscuridad desconocida.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para Marshall esa noche. Los científicos querían algo diferente esta vez. Querían a un perro, y no cualquier perro, sino el más pequeño disponible. Las miradas de los investigadores se posaron en el dálmata con manchas negras y blancas, que yacía en su jaula en silenciosa angustia.

Marshall comprendió que su hora había llegado. Sus ojos tristes se encontraron con los del hombre de traje blanco, y sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Sabía que lo peor estaba por venir, que sería arrancado de su refugio y llevado a un destino incierto. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de él mientras esperaba su inevitable destino en manos de aquellos que solo veían su sufrimiento como un medio para alcanzar sus oscuros fines.

El agarre firme de los científicos envolvió a Marshall, sacándolo de su jaula con una brutalidad que lo hizo gemir de dolor. Sus patas se tambalearon en el aire, y sus ojos ansiosos buscaron desesperadamente una salida, pero no había escapatoria. Lo llevaron por un pasillo estrecho y frío, lleno de luces fluorescentes que parpadeaban ominosamente, hasta llegar a una puerta de acero que se abrió con un estruendo metálico.

Dentro del laboratorio, la visión que se presentó ante los ojos de Marshall era aterradora. Mesas de acero brillante estaban cubiertas de instrumentos quirúrgicos y dispositivos desconocidos. Botellas y frascos de líquidos extraños llenaban las estanterías, y en el centro de la sala, había una camilla metálica ominosa, rodeada de luces brillantes que lanzaban sombras inquietantes.

Los científicos lo colocaron en la camilla con brusquedad, atándolo con correas de cuero que lo dejaron inmovilizado y vulnerable. El corazón de Marshall latía con fuerza, y el miedo lo envolvía mientras observaba a los científicos prepararse para lo que venía a continuación. Un hombre con una bata blanca y guantes de látex se acercó, sosteniendo una jeringa llena de un líquido desconocido.

La voz de Marshall, llena de angustia, resonó en la sala. "Por favor, deténganse. ¿Qué quieren de mí?"

Los científicos no respondieron, y el hombre de la jeringa continuó avanzando hacia él. Marshall cerró los ojos, sintiendo el pinchazo punzante de la aguja y el ardor del líquido que le inyectaban.

...

El dolor que inundó a Marshall era indescriptible. Sentía como si su cuerpo se estuviera desmoronando desde adentro. Cada músculo, cada nervio, parecía estar en llamas. El líquido que le habían inyectado provocaba una agonía que lo hacía retorcerse en la camilla, pero las correas de cuero lo mantenían inmovilizado. Los científicos, imperturbables, continuaban tomando notas y ajustando extraños dispositivos a su alrededor.

A medida que el dolor se intensificaba, la conciencia de Marshall comenzó a desvanecerse. Los pensamientos se volvieron nebulosos, y las imágenes se mezclaron en una maraña de confusión. Los minutos se convirtieron en horas interminables de sufrimiento insoportable.

Finalmente, cuando creía que no podía soportar un segundo más, el experimento llegó a su fin. Marshall fue liberado de la camilla, su cuerpo tembloroso y debilitado. Se tambaleó mientras intentaba recuperar la compostura, pero se sentía como un cascarón vacío de lo que una vez había sido.

La puerta del laboratorio se abrió de nuevo, y los científicos lo llevaron de regreso a su jaula. Allí, rodeado por la familiaridad de su prisión, se dejó caer al suelo, exhausto y destrozado. Las cicatrices físicas y emocionales del cruel experimento lo atormentarían durante mucho tiempo.

Marshall estaba sentado en su jaula, mirando a través de los barrotes. Estaba cansado y dolorido, y su corazón estaba lleno de miedo. No sabía para que eran lo experimentos, pero sabía que estaba en peligro. Sabía que próximamente podría morir

Debía encontrar la manera de escapar de ese lugar y poner fin a los horrores que los científicos infligían a él y a sus compañeros cautivos. La determinación brilló en sus ojos a pesar del dolor y la debilidad. Su lucha por la libertad estaba lejos de terminar.

...

Mientras Marshall estaba en su jaula, todavía temblando por el dolor que había experimentado en el laboratorio, un compañero, un anciano perro llamado Max, se acercó a él. Max había estado en ese lugar mucho más tiempo que Marshall y había visto a muchos compañeros intentar escapar solo para enfrentar un destino aún más terrible.

"Marshall," dijo Max con una voz cansada pero sabia, "Entiendo tu deseo de escapar de este lugar, pero debes escucharme. He visto a muchos intentarlo y ninguno ha tenido éxito. Estos científicos son implacables, y sus medidas de seguridad son impenetrables."

Marshall miró a Max con determinación en sus ojos, pero también con una mezcla de temor y angustia. "No puedo quedarme aquí y permitir que sigan haciéndonos esto, Max. Tenemos que intentarlo, debemos luchar por nuestra libertad."

Max suspiró profundamente. "Lo entiendo, amigo, pero también he visto a muchos amigos perder la vida en vano. Cada intento de fuga solo provoca más sufrimiento. No podemos ganar esta batalla."

Marshall sintió un nudo en la garganta mientras luchaba con la decisión. Sabía que Max hablaba desde la experiencia, pero la idea de rendirse por completo le resultaba insoportable. "No puedo quedarme de brazos cruzados, Max. No puedo soportar ver a otros sufrir como lo hemos hecho."

Max asintió con tristeza. "Te entiendo, Marshall. Si decides intentarlo, ten cuidado y elige tu momento sabiamente. Pero recuerda, incluso si logramos escapar, el mundo afuera puede ser igual de cruel para nosotros. Nuestra lucha no terminará fácilmente."

Marshall miró a Max, agradecido por sus palabras de advertencia y apoyo. La decisión estaba tomada en su mente: lucharía por la libertad, incluso si eso significaba enfrentar lo desconocido y lo aterrador que aguardaba más allá de los confines del laboratorio.

Mientras Marshall y Max compartían este emotivo momento, el destino tenía planes oscuros en movimiento. El sonido de pasos resonó en el pasillo, y las voces de los científicos se hicieron cada vez más cercanas. Los perros se miraron, sus corazones latiendo con temor.

En ese instante, la puerta de la jaula de Max se abrió de golpe, y dos científicos se abalanzaron sobre él. Max retrocedió, sus ojos llenos de pánico, y comenzó a sollozar desesperadamente. "¡Por favor, no! ¡No me lleven! ¡Déjenme en paz!"

Los científicos, sin embargo, eran implacables. Lo agarraron con fuerza, ignorando sus súplicas angustiadas. Max luchó con todas sus fuerzas, pero era inútil contra la determinación fría de aquellos que veían a los animales como meros objetos de experimentación.

Marshall, desde su jaula, gritó el nombre de Max en un último acto desesperado de valentía. "¡Max, no te rindas! ¡Vamos, tú puedes!" Pero sus palabras se perdieron en la desolación del laboratorio.

Max fue arrastrado hacia la oscuridad, y su voz se desvaneció en un eco de súplicas y lamentos.

Marshall sintió un nudo en el estómago mientras observaba impotente cómo se llevaban a su compañero. Sabía que la lucha por la libertad se volvía aún más urgente y que su sacrificio no sería en vano.

Los días que siguieron a la desaparición de Max fueron los más difíciles para Marshall desde que había llegado al laboratorio. Psicológicamente, se sumergió en un abismo de desesperación y dolor. La ausencia de su viejo amigo y consejero lo dejó con una sensación de soledad abrumadora.

Cada día que pasaba en su jaula, Marshall sentía cómo la angustia lo envolvía como una manta fría y opresiva. Se culpaba a sí mismo por no haber podido hacer más para ayudar a Max, por no haber evitado su destino cruel. Las noches eran especialmente difíciles, ya que los recuerdos de las súplicas de Max y el sonido de sus sollozos resonaban en su mente.

La incertidumbre sobre lo que le había sucedido a Max también atormentaba a Marshall. No sabía si su amigo aún estaba vivo o si había sido víctima de más experimentos crueles. Cada sombra en la oscuridad se convertía en una amenaza potencial, y cada vez que veía a los científicos acercarse, el temor lo invadía.

La soledad se volvió su compañera constante. Antes, Max había sido su fuente de consejo y apoyo emocional, pero ahora se sentía perdido y vulnerable. La tristeza y la impotencia minaron su espíritu, y la esperanza se volvió un bien escaso en su vida.

Otro día gris se cernía sobre el laboratorio, y la tensión en las jaulas de los animales era palpable.

Los científicos aparecieron, como siempre, con sus batas blancas y máscaras estériles. Las miradas frías y calculadoras que lanzaron hacia las jaulas enviaron escalofríos por la columna vertebral de Marshall. El momento había llegado para el otra vez.

La puerta de la jaula de Marshall se abrió, y dos científicos se acercaron a él. El dálmata, con los ojos llenos de ansiedad, se resistió al ser agarrado, pero su lucha fue en vano. Fue arrancado de su jaula y llevado hacia el pasillo oscuro que lo conduciría al tormento.

A medida que avanzaban, los latidos del corazón de Marshall se aceleraban. Sabía que lo que le esperaba era insondablemente doloroso, pero también sabía que debía enfrentarlo con valentía. Recordó las palabras de Max, y se llenó de determinación. Haría lo que fuera necesario para poner fin a este ciclo de sufrimiento.

El laboratorio se extendió ante él, un mundo de pesadillas y experimentos retorcidos. Los científicos lo colocaron en la camilla de metal, y comenzaron a preparar los instrumentos que causarían su agonía. Marshall cerró los ojos, mentalmente se preparó para lo que vendría. Aunque el miedo lo envolvía, también sentía una chispa de resistencia ardiendo en su interior.

Conejos, gatos, insectos y otros animales estaban presentes. Aunque esta vez estaban atados únicamente en la pata. "Ahora veremos su resistencia". Dijo uno de los científicos mientras agarró un bote de ácido.

El primer objetivo fue un indefenso conejo. Los científicos lo sujetaron con firmeza." Veremos si realmente la pata de conejo son de la suerte". Se burló el científico mientras vertió el bote de ácido en la pata de conejo.

Marshall pudo ver el terror en los ojos del pequeño animal mientras el ácido se derramaba sobre su pata. El grito agónico del conejo llenó la sala, resonando en los corazones de todos los animales presentes.

La pata comenzó a quemarse, y luego pasó a desintegrarse. Los gritos del conejo se intensificaron y las súplicas por su vida. Sin embargo, fue inútil. Llegó el momento donde dejó de gritar.

Ya había muerto.

Los demás animales, testigos impotentes de la atrocidad, temblaban de miedo y asco. Las lágrimas llenaron los ojos de Marshall mientras observaba la vida del pequeño conejo extinguirse de manera cruel y despiadada.

Los científicos no mostraron el menor atisbo de remordimiento. En cambio, continuaron como si nada hubiera ocurrido. El mismo científico que había vertido el ácido en la pata del conejo miró alrededor de la sala, como si estuviera evaluando cuál sería su siguiente objetivo.

Los otros animales atados aterrados se retorcían en sus ataduras, anticipando su terrible destino. Marshall, por otro lado, estaba paralizado por el horror de lo que acababa de presenciar. Su corazón latía con fuerza, y las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas.

Luego, el científico se detuvo frente de Marshall. El dálmata tembló de miedo.. Sus patas estaban atadas, y no podía escapar de lo que parecía ser un destino similar al del conejo. Sus pensamientos eran una mezcla de terror y resignación.

El científico abrió el bote de ácido y se preparó para verterlo sobre la pata de Marshall. La tensión en la sala era insoportable, y el sonido del líquido corrosivo goteando en la jarra parecía ensordecedor.

Sin embargo, en un giro sorprendente de los acontecimientos, cuando el ácido entró en contacto con la pata de Marshall, no ocurrió lo esperado. No hubo quemaduras, ni desintegración, ni agonía insoportable. Marshall sintió una sensación extraña, pero no era dolor. Parecía que su pata estaba protegida de alguna manera.

La sorpresa se apoderó de los rostros de los científicos. El que había sostenido el bote de ácido retrocedió, con los ojos abiertos de par en par tras su máscara estéril. Los otros científicos murmuraban entre ellos, incapaces de entender lo que acababan de presenciar.

"¿Qué está pasando aquí?" murmuró uno de los científicos, con una mezcla de asombro y temor en su voz. Otro intentó tocar la pata de Marshall con una pinza, pero se detuvo justo antes de hacerlo, como si temiera alguna reacción imprevista.

El dálmata no entendía por qué su pata no había resultado afectada, pero sabía que debía aprovechar esta extraña oportunidad. Al menos podría seguir viviendo.

"¿Cómo diablos hiciste eso?", preguntó uno de los científicos, su voz temblorosa de asombro y ansiedad.

Marshall se sentía abrumado. Cada respiración parecía un susurro en medio de una habitación que, paradójicamente, estaba acolchada por todos lados. Se preguntaba si debería absorber el sonido, y si lo hiciera, cuáles sonidos debería silenciar. Al menos, prefería que no fuera el estruendo de los gritos de sus compañeros cautivos.

"Quiero ir con mi familia", dijo finalmente, en lugar de responder directamente a la pregunta.

Los científicos no mostraron ninguna empatía. "Eso no es posible. Responde la pregunta", insistió uno de ellos con frialdad.

Marshall sollozo ante estas palabras y saltó cuando la luz del bordado se acercó.

"Si te mueves aunque sea un centímetro", dijo el científico, casi en tono conversacional."Tal vez reviente una vena". ¿Sabes lo que eso significa?"

Marshall negó con la cabeza.

"Significa que puedes sangrar hasta morir"

"No, necesito... mi sangre", respiró débilmente."Me necesitas... para hacer esto".

Los científicos se detuvieron, encontraron su mirada solo para inclinar la cabeza. "¿Estás dispuesto a correr el riesgo, cachorro?"

La incredulidad se reflejaba en su rostro mientras balbuceaba: "¿Q-qué?" No podía comprender por qué estaban haciendo todo esto.

Uno de los científicos, esbozó una sonrisa siniestra. "Porque no será agradable", respondió de manera amenazante, haciendo que Marshall tragara saliva nerviosamente. La perspectiva de lo que les esperaba le llenó los ojos de lágrimas.

"P-pero..." Marshall intentó protestar, pero fue interrumpido bruscamente por otro de los científicos.

"Basta de preguntas", gruñó el científico con severidad, empujando a Marshall hacia abajo para que quedara acostado boca abajo en el suelo, con la mirada fija en el techo. "Quédate ahí. No quiero que te muevas". Las palabras resonaron en la habitación, cargadas de una amenaza latente, mientras el destino incierto de Marshall se cernía sobre él como una sombra ominosa.

Se recuesta, aguja en mano, y mira a Marshall con mucha atención. "Tal vez eres un cachorro inteligente", comenta mientras observa a Marshall detenidamente. "Y eso, Marshall, te diré dónde está tu familia. A cambio, cooperarás."

Marshall se estremeció. "Tienes que responder a todas mis preguntas", susurra dócilmente mientras se aparta de la aguja que lo atraviesa. "Todas."

"Está bien", el científico acepta, pareciendo divertido. "Te lo juro. Esto es solo un cable IV", y tira de él, mostrando que, de hecho, está conectado a un soporte médico con dos bolsas de líquido en la parte superior. "Y luego te pondré el monitor cardíaco. Después de eso, tomaré tu sangre para realizar algunas pruebas".

"¿Q-qué están probando?" Preguntó el dálmata.

"Cosas normales", admiten los científicos, colocándole una vía intravenosa en el brazo y haciéndolo jadear. Pero él no se inmuta, prometió que no lo haría. "La cantidad de glóbulos blancos y rojos. Queremos conocer su respuesta inmune general. Si su sistema inmunológico está debilitado en algún nivel, su cuerpo puede estar atacando algo único.

Marshall traga saliva; Pensó en las garras clavadas en las paredes. "Es… ¿probablemente?

La boca del científico se aprieta y se gira para alcanzar la aguja. "No lo digas. Marshall piensa que es mentira, pero la aguja es más grande que antes y parece mucho más aterradora, por lo que no dice una palabra y cierra los ojos.

Le quema mucho al penetrar la piel, por lo que grita pero intenta no moverse. El hombre permanece allí durante mucho, mucho tiempo, perdiendo tanta sangre que Marshall se siente mareado incluso con los ojos cerrados. Pasa una eternidad hasta que finalmente se detiene.

"¿Cuál es tu tipo de sangre, cachorro?"

"E-es DEA 1.1 positivo", susurra en voz baja Marshall.

"Muy bien, muy bien", murmuran los científicos.

Marshall anhela ser reconfortado por eso.

No lo está.

"Voy a conectar el monitor cardíaco ahora, perro".

"Está bien", dice Marshall, con lágrimas derramándose de sus ojos aún cerrados. "¿Puedo... puedo ver a mi familia?"

Hubo una pausa.

Dura tanto tiempo que Marshall abre los ojos para ver al médico, pero este le da la espalda a Marshall.

"No, no ahora", finalmente le dice el científico. "Impactaría en los resultados del experimento".

"Pero..."

"Dije que no", responde bruscamente, elevando el tono de voz. "Si preguntas de nuevo, cachorro, retiraré mi palabra anterior".

Marshall aprieta la mandíbula y mira al cielo. Hay un tenue pitido de fondo que va aumentando, y él lo reconoce vagamente como el latido de su propio corazón.

"Tomará unas horas obtener los resultados del análisis de sangre. Te quedarás aquí. No intentes salir de esta habitación, perro, ¿entendiste?"

"Mi nombre es Marshall", responde Marshall, la única, pequeña señal de desafío que tiene dentro de él.

La puerta se cierra, y Marshall queda frío, temblando, mareado y asustado.

Ya había perdido la noción del tiempo.

Marshall observó con ojos llenos de tristeza mientras el científico le explicaba el procedimiento. La sensación de impotencia lo abrumaba mientras pensaba en las pruebas que le esperaban. ¿Qué estaban buscando en su sangre? ¿Qué querían de él? Estaba atrapado en este lugar aterrador, rodeado de desconocidos, y su familia parecía estar cada vez más lejos.

El científico procedió con la colocación del monitor cardíaco, y Marshall sintió cómo se aferraba a cualquier fragmento de esperanza que le quedaba. Quizás, solo tal vez, esto podría ser el primer paso hacia la liberación, la respuesta a todas sus preguntas. Pero la duda y el miedo persistían en su mente.

A medida que las pruebas avanzaban, la tristeza y la desesperación de Marshall se profundizaban. Se sentía como un ratón en un laberinto sin salida, sin saber qué esperar a continuación. Las lágrimas volvieron a llenar sus ojos, pero esta vez no las reprimió. Lloró en silencio mientras el científico continuaba su trabajo.

Cuando finalmente terminaron las pruebas, el científico le dio a Marshall una mirada indescifrable. "Tendremos los resultados en unas horas", dijo, y luego se marchó, dejando a Marshall solo en su desolación.

El dálmata se quedó allí, en silencio, sintiéndose más solo que nunca. La tristeza y la desesperación lo envolvieron como una manta fría, este era su oscuro mundo, uno del que quizás nunca podría escapar.

Pasaron las horas. No sabía si su cuerpo estaba quemando al propio Marshall.

No supo cuánto tiempo estuvo gritando. No sabía cuándo se desmayaría. Sólo sabía que en un momento sentía dolor y al siguiente tenía sed con una sed que nunca antes había soñado.

Había una mano acariciando su pelaje; Cerrando los ojos, se permitió imaginar que era su madre, y todo era sólo una terrible, terrible pesadilla, y ella estaba allí para llevarlo a casa después de recibir una terrible, terrible inyección.

Abrió los ojos. No obstante no había sido voluntariamente. Eran cintas especiales para impedir que alguien abriera los ojos.

Todo lo que podía escuchar era. Beep. Beep. Beep. Beep.

Y no se di cuenta cuando la jeringa entró a su ojo.

¡MIERDA!

La sustancia entró lentamente mientras la sangre salía. No era buena señales de que lo ojos estuvieran sangrando. Sin embargo los científicos lo celebraron con un descubrimiento importante.

"Bien", la voz del científico entró en su conciencia. "Está bien, cachorro, está bien. ¿Puedes decirme cómo te sientes?

Marshall se limitó a mirarlo.

"Mal", refunfuñó. Las sonrisas de los científicos se volvieron un poco tensas.

"Las desventajas de que un perro sea tan pequeño", le comentó a una figura detrás de él. Marshall ni siquiera se dio cuenta de que no estaban solos.

"Mal", dijo Marshall de nuevo, esta vez más fuerte. "¡Quiero ir a casa!"

Marshall quería verlo. Sin embargo su ojo derecho comenzó a perder la vista. Esa inyección ya le había arruinado la vida.

El científico sólo prosiguió a largarse.

Y Marshall estaba solo de nuevo. Y solo se podía repetir la misma pregunta.

¿Porqué?

¿Porqué?

¿Porqué?

Marshall permaneció en la penumbra, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba lentamente. A medida que su visión se oscurecía en su ojo derecho, la desesperación lo invadió. Sabía que su vida había cambiado para siempre, y que su búsqueda de respuestas probablemente sería en vano.

Los minutos se alargaban en agonía mientras luchaba por entender lo que le habían hecho. ¿Por qué le habían sometido a ese tormento? ¿Qué buscaban los científicos en su sufrimiento? Las preguntas giraban en su mente como un torbellino, sin respuestas a la vista.

La sensación de soledad se intensificaba a medida que pasaba el tiempo. Marshall estaba solo, sin nadie en quien apoyarse, sin familia a la que volver. La imagen de su madre y hermanos se desvanecía en su memoria, como un recuerdo cada vez más distante.

El sonido del monitor cardíaco seguía marcando el ritmo de su existencia, un recordatorio constante de que seguía con vida, aunque su vida ahora estuviera llena de oscuridad y dolor.

Finalmente, con un suspiro resignado, Marshall cerró su ojo izquierdo, el único que le quedaba, y se sumió en la tristeza y el silencio de su mundo de pesadilla. El porqué seguía sin respuesta, pero su determinación de sobrevivir, aunque fuera en la oscuridad, seguía ardiendo en su interior.

Sin embargo, en medio de la oscuridad y la desesperación, algo inusual comenzó a ocurrir. Marshall, quien había asumido que su ojo derecho estaba irremediablemente dañado, de repente sintió una extraña sensación. Era como si hubiera una especie de hormigueo en su ojo herido.

Con incredulidad, abrió lentamente el ojo derecho que había perdido, y lo que vio lo dejó sin aliento. Una tenue luz comenzó a brillar en la oscuridad, una luz que nacía de su propio ojo. Las células dañadas se regeneraban ante sus asombrados ojos, y la visión volvía poco a poco.

Marshall no podía creer lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que su ojo se estuviera curando por sí solo? La esperanza renació en su interior mientras observaba maravillado la restauración de su visión.

Los científicos no tenían idea de lo que estaba ocurriendo en la jaula de Marshall. Seguían ocupados con sus experimentos y sus planes retorcidos. Pero en ese momento, en la oscuridad de su celda, Marshall experimentaba un milagro inesperado que le brindaba una nueva perspectiva de lucha y resistencia.

Mientras Marshall se aferraba a la esperanza y su ojo derecho continuaba su lenta pero asombrosa regeneración, algo increíble comenzó a suceder. Su pata delantera derecha, la misma que había estado herida por la inyección de los científicos, comenzó a cambiar de manera inusual.

Las garras de Marshall, que antes eran de un blanco puro, comenzaron a oscurecerse gradualmente, volviéndose de un negro profundo. Era como si el proceso de regeneración no solo hubiera restaurado su ojo, sino que también le hubiera otorgado una habilidad única.

Marshall miró con asombro su pata, sin poder creer lo que veía. Sus garras ahora eran completamente negras, un marcador tangible de su resistencia y valentía en medio de la adversidad. Se dio cuenta de que esta transformación era un reflejo de su lucha interior, un símbolo de la fuerza que había encontrado dentro de sí mismo.

Aunque aún estaba atrapado en el laboratorio, Marshall sabía que esta nueva habilidad podía ser su llave hacia la libertad.

El científico, con el celular en mano, hizo la llamada al jefe de manera urgente. La voz del patrón resonó del otro lado de la línea, llena de anticipación.

"¿Qué tienes que decirme?", preguntó el jefe, su voz ávida de noticias.

El científico miró a Marshall y luego a las garras negras que brillaban en las patas del dálmata. "Patrón, parece que por fin encontramos las Garra Negra", dijo con un tono que mezclaba asombro y emoción.

La llamada con el jefe continuó, y Marshall se preparó para enfrentar lo que vendría a continuación. Sabía que debía proteger sus garras y su valiosa habilidad a toda costa, no solo por su propio bien, sino por el bien de todos los animales que habían sufrido en ese lugar.

El laboratorio estaba envuelto en una opresiva atmósfera de anticipación. Los científicos, obsesionados con las garras negras de Marshall, habían decidido que era hora de tomar medidas drásticas. Habían planeado meticulosamente una operación para eliminar a Marshall y apoderarse de sus valiosas garras. La sala estaba llena de un ominoso silencio, solo roto por el zumbido de las luces fluorescentes.

Marshall, quien había recuperado su ojo derecho y había desarrollado sus garras negras, tenía una vaga sospecha de lo que se avecinaba. Había estado observando a los científicos, notando su creciente obsesión por él. Pero no tenía idea de la extensión de su malicia y crueldad.

Esa mañana, cuando los científicos entraron en su jaula, Marshall sintió una ola de temor recorrer su cuerpo. Eran dos hombres, vestidos en batas blancas como fantasmas del tormento. Uno de ellos sostenía una jeringa, y la otra, una extraña herramienta que centelleaba bajo las luces frías del laboratorio.

El científico con la jeringa se acercó a Marshall con una sonrisa malévola. "Es hora de poner fin a esta farsa, cachorro", susurró mientras sostenía la aguja. "Hemos estado muy interesados en tus garras. Es hora de que las compartas con nosotros".

Marshall, sintiéndose atrapado y desesperado, retrocedió en su jaula. "¡No, no me toques!", gruñó, sus garras negras brillando con una extraña intensidad. Sabía que no podía permitir que le quitaran sus garras, no sabía qué harían con ellas, pero sabía que no podía permitirlo.

El laboratorio estaba sumido en el caos absoluto. El científico que sostenía la jeringa se tambaleó y cayó al suelo, soltando su arma letal. Su compañero luchaba por mantenerse en pie mientras la estructura del edificio se sacudía violentamente. La tormenta fuera del laboratorio rugía con una intensidad que desafiaba la cordura, y cada trueno parecía ser el latido de un corazón enfurecido.

Marshall, con sus garras negras brillando como estrellas en medio del caos, miró a los científicos con ojos llenos de ira y desprecio. "¡No me toquen!", rugió, y los científicos retrocedieron, paralizados por el miedo y la confusión.

La tormenta seguía su furioso curso, como si la misma naturaleza hubiera decidido intervenir en esa terrible pesadilla. Relámpagos iluminaban el cielo oscuro, y la lluvia caía en torrentes incesantes, filtrándose por las ventanas rotas y empapando todo a su paso. El laboratorio crujía y gemía bajo la furia de la tormenta, como si la Tierra misma estuviera indignada por lo que había sucedido en su interior.

En medio de ese caos, un sonido atronador resonó en todo el laboratorio. Fue un estruendo ensordecedor, como un trueno desgarrador, que sacudió las paredes y las estructuras del edificio. Los tubos de ensayo se rompían en mil pedazos, las luces parpadeaban amenazadoramente y las jaulas de otros animales se abrían con un chasquido ominoso.

Todos los presentes quedaron paralizados por el pánico mientras el laboratorio temblaba como si estuviera a punto de desmoronarse por completo. Los científicos, los animales liberados y Marshall mismo estaban igualmente sobrecogidos por la magnitud del caos que los rodeaba.

En ese instante, cuando el destino parecía más incierto que nunca, se produjo un milagro. Elementos policiales irrumpieron en el lugar, sus uniformes empapados por la lluvia y sus rostros decididos. Habían llegado en respuesta a una denuncia, pero lo que encontraron superaba cualquier expectativa.

El líder del equipo policial avanzó con firmeza hacia los científicos, quienes ahora estaban tan aturdidos como sus experimentos. "¡Deténganse! Están todos bajo arresto", gritó con voz autoritaria.

Marshall, aún con las garras negras listas para la batalla, miró a los policías con un destello de esperanza en sus ojos. Finalmente, después de tanto sufrimiento, la justicia parecía haber llegado.

El laboratorio seguía siendo azotado por la tormenta, pero ahora los animales tenían una oportunidad de escapar de ese lugar de pesadilla.

La escena dentro del laboratorio era un caos total. La tormenta rugía con una furia incontenible, y las luces parpadeaban intermitentemente mientras el edificio crujía y se estremecía bajo el implacable castigo de la naturaleza. Tubos de ensayo rotos, jaulas destrozadas y equipos científicos esparcidos por el suelo eran testigos del desorden que reinaba en ese lugar.

Marshall, con sus garras negras resplandeciendo en medio de la oscuridad y el tumulto, lideraba a los animales liberados hacia la salida. Sus ojos reflejaban determinación y esperanza mientras corría hacia la puerta principal del laboratorio, seguido por una procesión variopinta de animales: conejos de pelaje blanco como la nieve, gatos con miradas de alivio, roedores que chirriaban con alegría y aves que volaban en círculos sobre ellos.

Los científicos, que antes habían sido los amos de ese lugar, ahora estaban atrapados en su propia trampa. El líder de los elementos policiales avanzó con autoridad hacia ellos, ordenando su arresto con voz firme y justicia en mente. Los científicos, aturdidos y con el terror reflejado en sus rostros, no ofrecieron resistencia mientras eran esposados y sacados del laboratorio.

Marshall y los animales finalmente llegaron a la entrada del laboratorio, donde la tormenta aún rugía con ferocidad. La lluvia caía en cascadas incesantes, empapando sus pelajes y plumajes, pero no importaba. Estaban escapando, juntos, hacia un mundo desconocido pero lleno de posibilidades.

El líder policial se volvió hacia Marshall y le ofreció una sonrisa de reconocimiento. "Has sido valiente, amigo", le dijo antes de volverse para dirigir a sus colegas. "Asegúrense de liberar a todos los animales y de llevar a estos individuos ante la justicia."

Marshall asintió con gratitud y luego se volvió hacia sus compañeros liberados. Por fin serían libres.

Aunque habían escapado del laboratorio y se encontraban bajo la lluvia torrencial, la incertidumbre persistía. Marshall miró a su alrededor, viendo a los otros animales empapados pero liberados de sus celdas. La tormenta aún rugía en el cielo, como si la naturaleza misma celebrara su fuga.

El líder policial tomó medidas para asegurarse de que todos los animales fueran liberados adecuadamente. Los oficiales comenzaron a abrir las jaulas y celdas, liberando a los animales que habían sido sometidos a experimentos crueles. Los conejos, gatos, roedores y aves salieron cautelosamente de sus confines, algunos temerosos pero todos conscientes de que estaban experimentando un nuevo comienzo. Y que los hombres de azul y negro estaban para ayudarlos.

Marshall observó cómo los elementos policiales esposaban a los científicos y los llevaban lejos del laboratorio, hacia la justicia que tanto se merecían. El líder policial se acercó a Marshall nuevamente y le sonrió. "Estos individuos pagarán por lo que han hecho", aseguró. "Ahora, ¿qué vas a hacer tú y tus compañeros animales?"

Marshall miró a sus compañeros, sintiendo una conexión especial con ellos después de todo lo que habían compartido en ese laboratorio de pesadilla. Decidieron buscar refugio y cuidado para sanar sus heridas, tanto físicas como emocionales. Sabían que no podrían sobrevivir por sí solos en la selva después de todo lo que habían pasado.

El líder policial se ofreció a ayudar. "Tenemos un refugio para animales rescatados", explicó. "Allí podrán recibir atención médica, comida y un lugar seguro donde recuperarse."

Marshall y los demás asintieron con gratitud. Sabían que esta era su mejor opción para sanar y reconstruir sus vidas. Con la ayuda de los elementos policiales, se embarcaron en un viaje hacia la seguridad y la curación.

Llegaron al refugio de animales rescatados, donde un equipo de veterinarios y cuidadores los recibió con los brazos abiertos. Los animales fueron sometidos a exámenes médicos exhaustivos para evaluar su estado de salud y tratar sus heridas. Marshall, con sus garras negras que habían sido un símbolo de su sufrimiento, ahora representaban su valentía y supervivencia.

A medida que los días pasaban en el refugio, los animales comenzaron a sanar. Fueron tratados con amor y cuidado, y poco a poco empezaron a confiar en los humanos que los habían rescatado. Las heridas físicas sanaban, pero las cicatrices emocionales tomarían más tiempo en desvanecerse.

Marshall y sus compañeros compartían historias de sus experiencias en el laboratorio, apoyándose mutuamente mientras procesaban el trauma que habían vivido.

Con el tiempo, los animales comenzaron a recuperar su vitalidad y alegría. Jugaban, exploraban y se recuperaban de sus terribles experiencias.

Ahí afortunadamente Marshall se enteró sobre por qué estaban en el laboratorio.

Los científicos querían comprobar la existencia de la leyenda de La Garra Negra.

Un día una veterinaria contó una parte de esa leyenda.

Hace mucho tiempo, en un rincón oculto de la selva, existía una leyenda conocida como "La Garra Negra". En lo profundo de la jungla, vivía un perro misterioso, cuyas garras eran completamente negras. Este perro tenía una habilidad única: podía regenerar sus extremidades. Se decía que aquel valiente lo suficientemente audaz para encontrar y portar una de esas garras negras obtendría un poder asombroso: la capacidad de curar cualquier herida.

Los aventureros se adentraban en la selva en busca de la Garra Negra, persiguiendo el anhelo de la inmortalidad. Sin embargo, la selva era traicionera y llena de desafíos mortales. Solo los más valientes y decididos lograban enfrentar las pruebas y encontrar al perro legendario.

La historia de "La Garra Negra" perduró a lo largo de las generaciones, inspirando a las almas intrépidas a adentrarse en la jungla en busca de esta valiosa reliquia. Algunos decían que la verdadera magia no residía en la garra misma, sino en el coraje y la determinación necesarios para encontrarla. Y así, la leyenda continuó, recordándonos que la verdadera fortaleza se encuentra en nuestro interior, más allá de cualquier amuleto mágico.

Marshall, con sus garras negras que ahora eran un símbolo de esperanza y fortaleza, lideraba su pequeña manada hacia la curación y la felicidad.

La vida en el refugio les brindó una segunda oportunidad, una oportunidad de experimentar el amor y la libertad que les habían sido arrebatados. Cada día era un paso hacia adelante en su proceso de recuperación, y cada día fortalecía su determinación de vivir sus vidas al máximo.

Mientras Marshall miraba a sus compañeros animales jugar y disfrutar de su nueva libertad, sabía que habían dejado atrás las sombras del laboratorio. La tormenta que los había liberado había marcado el comienzo de un nuevo capítulo en sus vidas, un capítulo lleno de esperanza y posibilidades.

Solo faltaba una cosa.

Su familia.

Gracias al trabajo policiaco lograron derribar toda una fuente de trata y experimentación animal. Lamentablemente los padres y hermanos de Marshall no aguantaron la primera experimentación aplicada. El único consuelo de Marshall era que no sufrieron cuando murieron.

Al enterarse de eso se deprimió. Había perdido la única razón de segir viviendo. La esperanza de reencontrarse con su familia.

Ahora los animales solo les faltaba una cosa.

Ser adoptados.

Marshall no quería eso. Tenía miedo de encariñarse con alguien y perderlo.

.

No le gustaba de que la pérdida fuera parte de la vida. Era algo que la arruinará para el.

...

Ryder había decidido visitar la perrera local en Ciudad Aventura en busca de un nuevo miembro para su equipo de los Paw Patrol. Necesitaban a alguien valiente, dispuesto a enfrentar cualquier desafío y ayudar a mantener a salvo a la comunidad. Mientras caminaba por los pasillos de la perrera, su mirada se detuvo en un Dálmata de mirada decidida que se llamaba Marshall.

Marshall estaba recostado en su jaula, con su pelaje blanco y negro brillando bajo las luces de la perrera. Sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y curiosidad. Ryder se sintió atraído por ese brillo en los ojos de Marshall y decidió hablar con él.

Se acercó a la jaula de Marshall y lo saludó con una sonrisa. "Hola, Marshall. ¿Cómo estás hoy?"

Marshall levantó la cabeza y movió la cola con entusiasmo. "¡Hola! Estoy bien, gracias. ¿Quién eres tú?"

"Soy Ryder", respondió, "y estoy buscando a alguien valiente y dispuesto a venir conmigo. ¿Te gustaría ser parte de nuestro equipo?"

Los ojos de Marshall se iluminaron aún más. "¿Esto no es un engaño?"

Ryder sonrió. "Claro que no. Ya me contaron los encargados de lo que les pasó, y lo siento mucho. Sin embargo no pueden quedarse aquí para siempre y tarde o temprano tendrán que buscar una familia. ¿Te gustaría ser nuestro bombero, Marshall?"

Marshall asintió con entusiasmo. "¡Claro! Estoy listo para enfrentar cualquier desafío y ayudar a mantener a salvo a los animales."

Ryder abrió la puerta de la jaula de Marshall y lo acarició en la cabeza. "Entonces, bienvenido a la Paw Patrol, Marshall. Estoy seguro de que serás un gran bombero."

Marshall se levantó y se estiró, emocionado por su nueva aventura. Ryder sabía que había hecho la elección correcta al elegir a Marshall como parte de su equipo.

Con el tiempo, Marshall comenzó a conocer la felicidad junto a Ryder y el otro perro del equipo, Chase. Juntos, formaron un trío inseparable. Ryder se convirtió en el protector y mentor de Marshall, mientras que Chase se convirtió en su compañero de juegos y travesuras.

Marshall, con un brillo de emoción en sus ojos, saltó con alegría. "¡Miren lo alto que puedo saltar!"

Chase, riendo con una diversión contagiosa, respondió: "¡Increíble, Marshall! Eres todo un profesional del salto."

Ryder asintió con orgullo. "Estoy impresionado, Marshall. Has aprendido muy rápido."

A medida que pasaban los días, la confianza de Marshall crecía y su personalidad juguetona se hacía más evidente. Ryder y Chase se divertían viendo cómo Marshall exploraba el mundo con entusiasmo y curiosidad.

Marshall, lleno de energía, saltaba de un lado a otro con una alegría desbordante. "¡Miren lo rápido que puedo correr! ¡Soy el can más veloz de Bahía Aventura!"

Chase, entre risas, respondió en tono juguetón: "¡No tan rápido, Marshall! Aún guardo algunos trucos bajo la pata."

Ryder, con una sonrisa que irradiaba cariño y gratitud, habló con ternura. "Ustedes dos son absolutamente asombrosos. Me considero afortunado de tenerlos a ambos en mi vida. Marshall, desde el momento en que te encontré en aquel callejón, supe que serías alguien especial."

La cola de Marshall se agitó con emoción mientras respondía: "Y yo también sé que eres especial, Ryder. Me has brindado un hogar y una familia que nunca imaginé tener. Estoy agradecido por cada momento que hemos compartido juntos."

Ryder acarició suavemente a Marshall y continuó: "Y yo estoy agradecido por tenerte a ti y a Chase en mi vida. Ambos me han enseñado el verdadero significado de la amistad y el amor incondicional."

Chase, saltando y dando vueltas, agregó entusiasmado: "¡Y no olvidemos todas las emocionantes aventuras que hemos vivido juntos! ¡Somos un equipo imparable!"

Marshall asintió con determinación. "¡Sí, somos un equipo! Juntos, podemos enfrentar cualquier desafío y superarlo."

Ryder, con una sonrisa llena de confianza en el futuro, concluyó: "Eso es cierto, Marshall. No importa lo que nos depara el futuro, siempre estaremos juntos, apoyándonos mutuamente en cada paso del camino."

Ryder y los cachorros se miraron con cariño y complicidad. Sabían que su amistad era algo especial y que juntos podían enfrentar cualquier obstáculo que se les presentara.

Con el paso del tiempo, Ryder, Marshall y Chase continuaron viviendo emocionantes aventuras en Bahía Aventura.

Y así, Ryder, Marshall y Chase se convirtieron en un ejemplo de lealtad, valentía y compañerismo para todos en Bahía Aventura.

Y así, el trío de amigos peludos siguió protegiendo y ayudando a los habitantes de Bahía Aventura, dejando una huella imborrable en los corazones de todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerlos.

Marshall fue una víctima inocente de la crueldad humana. Su historia es un recordatorio de que siempre debemos luchar por la justicia, incluso para los más pequeños.

Y con el tiempo sus compañeros futuros comenzaron a preguntarle. ¿Por qué tus garras eran negras? O ¿ cómo te recuperas tan rápidos de los golpes de tus caídas?

Marshall solo les daba la sonrisa que había aprendido a hacer para ocultar su dolor y pasado.

Fin


Nota: Este es un fanfic está adaptado a la trama específicamente para hacer sufrir a Marshall.

Que tipo de escritor de fanfics de Paw Patrol no a hecho sufrir a Marshall. Si no lo has hecho, fallaste como escritor de fanfics de Paw Patrol. -_-

El Fanfic se alinea con el tema de la resiliencia, la amistad y la lucha contra la crueldad animal. Quería que fuera más explícito, sin embargo no soy experto en violencia gráfica.

Gracias a todos los libros, documentales y fanfics de temática de tortura animal. Me ayudaron mucho en poder escribir esto. Algunos videos cómo 'saving ralph' también me dieron inspiración.