INUYASHA NO ME PERTENECE, SALVO LA HISTORIA QUE SI ES MÍA.
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El contrato
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Capítulo 15
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DEDICADO A PAULA NATALIA
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Arrojó todo lo que estaba sobre el escritorio entre papeles, móvil y lapiceras ante el horror de Miroku quien se apresuraba en juntar el desastre.
―Búscame cualquier cosa que lo arruine ―bramó Bankotsu echándose al sillón.
Miroku seguía juntando las cosas, pero tomaba nota de aquella orden y entendía a Bankotsu.
Inuyasha Paulsen tuvo el atrevimiento de venir a amenazarlo en su propio despacho.
Y además con el descaro de utilizar temas personales que él muy imbécil mandó a investigar. Detalles muy íntimos de su familia.
―El móvil quedó inservible ―comentó Miroku
― ¡Mejor! ―gritó Bankotsu
―Señor Anderson, su cita con el grupo Bekel ya está dispuesta en la sala de juntas ―la voz de su secretaria por el intercomunicador apareció como un pequeño bálsamo para Miroku.
― ¡Cancela toda mi agenda hoy! ―ordenó Bankotsu, casi fuera de sí.
― ¡No puedes cancelarlo! ―pidió Miroku con los ojos desorbitados―. Hoy cerraremos el proyecto con el grupo Bekel y además hay dos juntas más referidas al mismo negocio. Mismos que llevas trabajando personalmente desde hace meses ―Miroku recalcó aquella última frase.
Y surtió efecto porque Bankotsu comenzó a calmarse.
Él era un inversor y un empresario frío y estaba perdiendo los papeles.
Estas reuniones eran fundamentales para cerrar unos negocios que llevaba meses desarrollando. Justo el día anterior había acabado unas presentaciones que serían la envidia de otros empresarios más experimentados.
Ya se vengaría de Inuyasha Paulsen.
Relajó su rostro y buscó algo en su desastroso escritorio.
―Maldición, no traje la Mac ―observó
Miroku sacó un par de IPad de su maletín.
―No importa, lo tienes todo en la nube y será fácil hacer la exposición con los equipos ―contestó Miroku con eficiencia. El pobre está ansioso de que Bankotsu fuera a las juntas y saliera de aquel lamentable estado sin ninguna excusa.
Fue en ese mismo momento que Bankotsu entendió que tenía puntos débiles y todos ocasionados por Kagome.
Casi abandona unas reuniones vitales y pierde el control en el despacho. Peor aún se dejaba amedrentar por un majadero como Inuyasha.
Ya pensaría como arreglar eso al terminar su día.
Con la cabeza despejada iría a conversar con esa mujer y debía decirle la verdad sobre la muerte de su abuelo antes de que un extraño se lo dijera.
―Vamos ―le ordenó a Miroku con su voz más impersonal―. Impresionaremos a todos con estas ideas.
Miroku asintió entusiasmado siguiendo a su jefe. Los nuevos proyectos eran startups de fintech y el asistente sabía que eran las ideas favoritas de Bankotsu. Sería un error no presentarlas ahora.
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Kagome fue al piso que alquiló para Sango quien se horrorizó de ver a su amiga hecha un mar de lágrimas. La joven estaba alterada y Sango intentó razonar con ella.
― ¿Por qué no hablas con él? Fueron amigos…
― ¡Ese hombre no es mi amigo! ¿Qué clase de amigo oculta una verdad así? Que su desgraciado padre prácticamente mató a mi abuelo y yo quedé sola en el mundo ¡no quiero oír explicaciones! ―Kagome estaba sentada y ni siquiera tocó el té que su amiga le preparó.
Sango era de Great Falls y conocía de primera mano cuanto había sufrido Kagome al quedar sola en el mundo. Aunque siempre tuvo el apoyo de la comunidad, la joven era sumamente sensible ya que, al ser huérfana, el único apoyo y familia que conoció fue su abuelo y era natural que no entendiera razones.
― ¿No quieres algo más?
Kagome negó con la cabeza y se limpió unas lágrimas.
―No voy a regresar a esa casa ―decidió ―. Le devolveré su dinero y todas las cosas que me dio para aparentar ―la mujer comenzó hurgar en su bolso y sacó la tarjeta que él le dio más las magnéticas para entrar al piso y se los pasó a Sango―. Llamaremos un mensajero que se lleve todo esto a su portería. No quiero verlos ni tocarlos.
Sango cogió las pertenencias.
Kagome recordó a Dexter.
El niño era inocente y ella lo adoraba. Tenían un particular relación basada en el apetito de él y la paciencia de la joven.
Él no tenía la culpa de tener un padre y un hermano que parecían estar cortados por la misma moneda.
―Le llamaré más tarde.
― ¿Y si te buscan?
―No lo harán ―aseguró Kagome―. Siempre y cuando no toque el dinero que me depositó no le importará. Siempre puede buscarse otra mujer para fingir lo que no es.
Eso ultimo Kagome lo dijo con un dejo parecido a los celos.
Pero estaba decidida a no regresar.
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Bankotsu terminó una de las tantas juntas programadas cuando su secretaria entró a la sala de juntas a decirle que su hermano lo llamaba.
El empresario tomó la llamada, aunque entendía que Dexter lo hiciera por ese medio ya que su móvil fue destrozado.
Pero era raro ya que Dexter jamás llamaba a la oficina.
―En tus doce años de vida nunca llamaste aquí ―Bankotsu se relajó al saber a su hermano del otro lado.
―Es que tengo cosas más importantes que hacer ¿no crees? ―Dexter se rio, pero enseguida cambió a un tono serio―. ¿Qué ha pasado? Llamo porque un mensajero dejó en portería unos papeles que Kagome envió, incluida las tarjetas y las llaves.
Bankotsu se extrañó.
― ¿Y por qué?
―Eso deseo saberlo yo también ―comunicó el niño―. Ella ha llamado hace menos de quince minutos a decirme que no regresará y que se despedía de mí. Y no pensaba recoger nada ¿Qué pasó entre vosotros? ¿la liaste gorda?
Bankotsu se incorporó intempestivamente.
― ¿Cómo que se ha ido para no volver?
― ¿Seguro de que no le hiciste nada? Se notaba muy alterada.
En ese momento, los nervios de Bankotsu regresaron devolviéndolo a un estado parecido a cuando Inuyasha le amenazó.
―Te llamaré más tarde, pero avísame cualquier novedad si regresa ―necesitaba cortar para salir a buscarla.
¿Cómo se atrevía a dejarlo?
Él no le había dado permiso.
Salió de la sala de juntas y al pasar cerca del escritorio de su secretaria, notó que su Macbook estaba encima.
― ¿Quién trajo esto? ―preguntó
―Lo trajo la señorita Smith y lo dejó aquí. Pensaba avisarle cuando acabaran las juntas.
Una lamparilla se prendió en la cabeza de Bankotsu.
― ¿Qué hora fue eso?
―Como a las nueve, cuando estaba reunido con el señor Paulsen ―informó la secretaria―. Le permití ingresar y traspasó el pasillo, pero luego se retiró al cabo de unos minutos ―la secretaria parecía dubitativa de comentar algo.
―Suelte lo que tenga que decir ―ordenó Bankotsu
―No estoy segura si deba decirlo…pero la señorita Smith se veía alterada.
Era cuestión de hacer una suma básica.
Kagome tuvo que haber oído a Inuyasha Paulsen.
― ¡Maldición! ―bramó y luego se dirigió de vuelta a su secretaria―. Consígame un móvil nuevo urgente y llame a Miroku.
―Miroku fue a hacer un trámite a una notaría.
― ¡No me importa! Llámelo urgente y ahora sí, cancela el resto de mí día.
Los negocios podían esperar. Debía encontrar a Kagome y explicarle tantas cosas.
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El móvil sonaba una y otra vez con llamadas y sonidos de mensajes.
Kagome lo apagó y sacó el chip telefónico.
―Olvidé devolverle su estúpido móvil ―la joven estaba sentada sobre uno de los dos únicos sillones del piso.
Sango intentaba hacer una sopa instantánea, aunque no tenía mucho caso ya que Kagome se negaba a comer.
―Lo siento tanto Sango, que te hice venir con la promesa de un trabajo siendo que probablemente ni siquiera podré quedarme en esta ciudad ―comentó Kagome culpable.
Sango estaba en New York por su idea y ahora las cosas se complicaban.
―No quiero que sufras y si consideras que es mejor volvernos a Great Falls, yo regresaré contigo ―se solidarizó Sango.
Ambas amigas se abrazaron de vuelta.
Ya era de noche y se sentía un ambiente triste donde Kagome rememoraba todo lo que vivió junto a Bankotsu desde su adolescencia y su cruel ruptura hasta su reencuentro en New York.
La falta de recursos y el apremio la llevó a aceptar una oferta económica de él.
Irónico siendo que no quiso tocar un solo centavo de ese dinero.
Lo que daba razón a su tesitura de que aceptó ese acuerdo no por ese puñado de dólares, sino porque realmente quería estar cerca suyo, aunque sea de forma platónica.
Lastimosamente su corazón no sabía que él sabía de aquel horrible secreto.
Finalmente, a instancias de Sango, se bañó y se cambió por una muda de ropa que le prestó la propia Sango.
Genial, ni siquiera tenía ropa al recordar que tuvo que tirar toda la suya para mudarse al piso de los Anderson.
El piso contaba con una cama con un sofá y sería suficiente para que ambas amigas pudieran dormir esa noche al menos hasta decidir qué hacer.
Sango durmió enseguida, pero Kagome quedó despierta toda la noche, con los brillos vidriosos pensando en su tristeza.
Pensaba en su abuelo y también en el cruel padre de Bankotsu a quien no rememoraba mucho, pero los escasos recuerdos lo recreaban viéndola con desprecio y hasta asco.
No mucho después, aquel joven Bankotsu quien se suponía era su amigo se volvió antipático y se burlaba de ella de la manera más cruel. Aun así, Kagome no lo odió.
Es más, aun poseía tibio las imágenes de aquella lluviosa noche tan dolorosa de la muerte de su abuelo cuando él la reconfortó con aquella enorme manta de su madre.
Hasta era capaz de sentir en su piel la cálida sensación de las fibras de aquella fina tela y no tanto por el roce textil sino por el toque delicado de quien la estaba cubriendo.
Ella percibió esa noche que él estaba siendo sincero con ella y se dejó confortar.
Volvió a llorar el resto de la noche.
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Otro que escasamente durmió fue Bankotsu.
La rastreó y tampoco pudo hallarla.
Miroku también se movilizó para buscar pistas, incluso llamaron a sus contactos de Great Falls por noticias y nada.
Bankotsu Anderson, con la camisa arrugada y la corbata hecha jirones estaba en el sofá luciendo irreconocible. Era imposible concordarlo con el mentado señor de la quinta Avenida. Era un hombre desesperado.
Aquella horrible noche de autocompasión le sirvió para darse cuenta de varias cosas.
Primero que era un imbécil y segundo que era un cobarde.
Cobarde por no querer admitir nunca los sentimientos que siempre albergó hacia ella y que no admitió en el pasado por la vergüenza de querer a una chica alejada de los estándares estéticos apropiados a su clase y que afloraron con la convivencia donde pudo volver a reconocer en aquella diligente mujer a la joven que amó en su adolescencia.
Sólo quería encontrarla y explicarle.
Pero no se dejaba encontrar.
Alguien le pasó una taza de café.
Era Dexter.
―Deberías ducharte ya que apestas ―Dexter fue directo―. ¿Acaso crees que a ella le gustaría que olieras como un mapache?
― ¿Crees que a ella le importe como estoy? ―preguntó Bankotsu bebiendo la taza que le dio su hermano.
―Le importaba…y depende de lo que le hiciste quizá le siga importando.
―La buscaré y la traeré de vuelta …
En eso el móvil de Bankotsu sonó.
Era Miroku informando que rastreó con la compañía de mensajería el trayecto del motorista que trajo el paquete ayer con las tarjetas devueltas de Kagome.
Ella estaba en Queens.
Bankotsu se incorporó de inmediato dispuesto a salir a buscarla a la dirección que le diera Miroku.
―Cuando dije lo de la ducha no bromeaba ―Dexter lo detuvo.
Bankotsu lo pensó.
¿Qué eran quince minutos para un buen baño?
Habia esperado casi trece años así que podía esperar un poco más.
Cuando Bankotsu salió al vestidor luego del refrescante baño recibió otra llamada de Miroku.
Le dijo que siguió a Kagome al Central Park en compañía de una amiga.
Ambas aparentemente salieron del sitio donde estaban ocultas en Queens y según Miroku probablemente estaban revisando costos y trayectos desde Grand Central para llegar a Montana en bus o tren.
¡Estaban locas!
En esos medios de transporte tendrían varios transbordos y como cincuenta horas de viaje.
Bankotsu terminó de abrocharse los pantalones.
Él no iba a permitir que ella se alejara y que hiciera un viaje inhumano por negarse a tocar el dinero que él le dio.
Buscó una camisa de la impecable línea aperchada en su enorme vestidor. Cogió uno y al estirarla quedó a la vista uno de sus recuerdos más preciados: la nostálgica manta escocesa de su madre que guardaba tras sus camisas colgadas.
Sus dedos se deslizaron por ella y un aluvión de recuerdos untados en melancolía se hicieron presentes.
Era una señal.
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Kagome decidió por la noche que podrían intentar regresar a Great Falls donde al menos tenían conocidos y podrían trabajar.
El costo de vida no era tan alto como New York, pero el verdadero detonante es que Kagome no deseaba cruzarse con Bankotsu siendo que este hombre era el rey pavoneándose en las principales avenidas de esa ciudad.
Eso sin contar que por causa de su "relación" con Bankotsu mucha gente la reconocía y sería engorroso buscar trabajo en esas condiciones.
Fue a Grand Central a ver precios y salió horrorizada ya que le saldría igual de costoso que un billete en avión sin contar las horas interminables de viaje.
Se puso tan ansiosa que junto a Sango decidieron ir a Central Park a tomarse un café caliente comprado de la calle y beberlo en StrawBerry Fields, un área del parque que poseía un emotivo mosaico en homenaje a Jonh Lennon del cual ambas amigas eran admiradoras.
Era una mañana fresca como si la añoranza se hubiera puesto de acuerdo con su tristeza.
Kagome solía venir allí cuando trabajaba en el hotel porque le quedaba cerca y le resultaba perfecto para ocultarse de esas ratas que tenía como compañeros de trabajo.
En cambio, Sango era su primera vez y la joven disfrutaba quitándose fotos y cantando estrofas con otros fanáticos que llegaban al memorial.
Kagome quedó con su vaso de café en la mano oyendo el estribillo de Imagine cuando de repente su corazón y su cuerpo pararon cuando vio aparecer lentamente el hombre de quien planeaba huir.
Bankotsu Anderson se materializó en el lugar. La miraba sólo a ella. Las demás personas que cantaban o estaban sentadas cerca ya no existían para ambos.
Kagome tuvo el primer impulso de largarse de allí, pero una fuerza aún más poderosa que su enojo la mantuvo sentada como si esa parte de su alma que la compelía a mantenerse en ese lugar sí quisiera oír lo que él iba a decirle.
Él se acercaba y por primera vez en mucho tiempo, ella fue capaz de distinguir en su rostro esa misma compunción de su adolescencia.
En su mano derecha traía una pequeña manta que a ella no le costó reconocer.
Cuando estuvo frente a la joven, ella no se atrevió a alzar la cabeza para verlo, pero era capaz de sentir la mirada de él en ella. En un movimiento que no vio venir él colocó la manta sobre sus hombros en un gesto dolorosamente idéntico a tantos años atrás cuando la consoló por la muerte de su abuelo.
No tuvo el valor de quitárselo, aunque se negaba a mirarle aún.
―Cuando te puse esta misma manta hace tantos años lo hice de forma sincera y no por culpabilidad por las acciones de mi padre ―él lo dijo con un hilo de voz desconocido muy suave y lejos del porte altanero de siempre.
Ella no respondió.
―Quería decirte la verdad ―siguió diciendo él y aunque Kagome no lo miraba percibía que los ojos de él estaban vidriosos―. Si quieres castigar a este hijo por los pecados de su padre tienes todo el derecho de hacerlo.
En un gesto inaudito, Bankotsu se arrodilló haciendo que Kagome se asustara e intentara levantarlo, pero él no se dejó.
― ¿Qué haces? Todos están viendo ―le murmuró Kagome, avergonzada al notar que los curiosos se voltearon a ver que él se acuclillaba.
― ¡No me importa! ―exclamó Bankotsu y Kagome por primera vez pudo verlo en todo su esplendor con las ojeras notorias y los ojos como si quisieran llorar―. No quiero sentirme así…quisiera no tener corazón como dicen todos, pero lo tengo…y no puedo evitar amarte con mi estúpido, estúpido corazón, mismo que siempre te quiso y se negaba a admitir por mi idiotez…
― ¿Qué…? ―Kagome pensaba que era una broma y quiso levantarse, pero él la detuvo sin dejar de estar arrodillado.
―Siendo así ¿¡Cómo puedo dejar que te marches!? ¿Cómo puedes alejarte de mí…? ―él le cogió una mano que estaba fría pero que se calentaba con la tibieza inmediata de la suya―. Tu eres la única que realmente me conoció ¿puedes perdonarme una vez más? ―como un grito en forma de ruego desesperado.
A esas alturas ya ni estaban solos, una multitud de curiosos los rodeaban. Y peor aún, muchos lo reconocieron como al gran Bankotsu Anderson, el señor de la Quinta Avenida y que se postraba aquí como un hombre enamorado. Sacaron sus móviles y comenzaban a filmar, otros aplaudían vitoreando que lo perdone.
― ¡Bésalo, chica! ―gritaron algunos
― ¡Si la ha liado gorda primero dale una lección! ―decían otros.
Pero Kagome no los necesitaba para decidir nada.
Viendo a Bankotsu totalmente entregado y sincero, era suficiente empujón. Ella lo amaba y siempre lo hizo. Él siempre correspondió su amor y podía ver que no era una jugarreta porque no le importaba humillarse ante todos para hacerlo.
Su cuerpo y su corazón lo decidieron por ella.
Se arrojó a los brazos del hombre que estaba postrado. Él la tomó con seguridad.
Que importaba que todo el mundo la estuviera viendo, así que lo besó con todo el deseo que llevaba guardado por años. Él le correspondió con firmeza.
Era un espectáculo en pleno parque lleno de curiosos entre residentes y turistas.
Pero cuando la cantidad de curiosos ya comenzaron a apretujarse, soltaron el beso. Tenían que salir de allí así que Bankotsu se levantó y en un movimiento inesperado la cargó y comenzó a correr para alejarse de los mirones y llegar al coche que lo trajo.
Kagome se abrazó fuertemente a su cuello.
―Llévame contigo ―le alcanzó a murmurar en el oído como permiso suficiente para desaparecer juntos.
Él le sonrió y corrió aún más rápido.
Wayne estaba pendiente de su jefe rondando la calle así que cuando cruzó la salida ya los esperaba con la puerta abierta para escapar del lugar.
Igual ya una pequeña conmoción se había generado y muy pronto las redes sociales se inundarían con fotos y videos de aquel momento.
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La única guarida que necesitaban eran una donde no los pudieran hallar nunca.
El piso en Queens.
Ya no necesitaban palabras, era hora que sus cuerpos lo hicieran por ellos luego de tantos años de autoengaño.
Tantos malentendidos y engaños quedaron sepultados bajo la explosión de aquel deseo latente.
Fue la noche más feliz de la vida de Kagome cuyo cuerpo vibró con la magia de aquellos dedos.
Su piel se perdió bajo el tacto y el calor de él.
Atrás quedaron los miedos y vergüenza de Kagome con su propio cuerpo. Bankotsu le demostró cuanto la deseaba como si aquel descubrimiento fuera el motor inicial para tomarla y adorarla.
El ímpetu fue tanto que ni llegaron a la cama.
Cayeron abrazados sobre el sillón.
No importaba el lugar porque contaba más la urgencia de estar con la persona amada.
Bankotsu la besó de pies a cabeza y ella se aferró a él como nunca antes a ningún otro amante.
Siempre fue él.
Siempre fue ella.
Nadie más.
CONTINUARÁ.
Gracias hermanitas PAULA, BENANI, SAONE, LUCYP0411, FUENTES RODRIGUEZ, IMAG04, CONEJA, ANNIE PEREZ.
Ya el siguiente el final.
Gracias por acompañarme fielmente estos meses.
Paola
