Bennett Ragnvindr vivía al día. Tenía dos pantalones y tres camisas, unos googles que un comerciante de pacotilla le vendió, unas botas que debía arreglar un día sí y al día siguiente también, siete cambios de ropa interior y todo lo que cabía en su mochila. Cuando tenía suerte, se llevaba quinientas moras a la bolsa. Cuando no, que era casi siempre, encontraba lechugas en los cofres.

Había considerado, con mucha seriedad, hacerse comerciante de verduras. Después de todo, no se le daba mal encontrar toda clase de objetos en cofres del tesoro. Por supuesto, todo menos el tesoro.

Pero el Capitán Kaeya y Diluc siempre estaban ahí para hacerlo desistir. Al menos de cosas que para los adultos parecían absurdas.

—¿Por qué quieres comenzar una colección de monedas? —le cuestionó Diluc una vez. Limpiaba una copa con paciencia, pero parecía más interesado en la respuesta del muchacho que en mantener el orden en su taberna. Después de todo, a unas mesas de distancia, Rosaria y Eula habían comenzado una competencia de bebidas.

—¡Mira esto, hermano! —exclamó el muchacho. Sacó de su mochila toda suerte de monedas, algunas del tamaño de discos de piedra, otras más pequeñas, plateadas. Todas eran diferentes de las moras acuñadas en la Casa Dorada de Liyue—. Estas las encontré cuando fui a Enkanomiya. ¡Oh! Y estas, del pasaje que lleva a casa de Aether.

—¿De verdad servirán para algo? —preguntó Kaeya. Tomaba una copa de vino, sentado junto a Bennett.

La sonrisa del muchacho se apagó—. Creo que también es una tontería, ¿cierto?

—Ve a casa y descansa —Diluc habló con suavidad—. La fiesta que organizaba padre cada año se reanudará. Vas a asistir, ¿cierto?

—¡Por supuesto que sí! Padre Crepus debe estar sonriendo —la felicidad habitual de Bennett regresó por un instante—. Hoy voy a dormir en el Gremio, si no les molesta.

—Para nada —Kaeya revolvió su cabello, sonriente—. Puedes dormir donde quieras. Pero mañana te espero a primera hora para el entrenamiento.

—¡Sí! ¡Adiós, hermanos!

Bennett salió sonriendo de El Obsequio del Ángel. Saludó a Donna, quien permanecía pendiente de la entrada a la taberna, y después a Katheryne, quien le devolvió el saludo con su habitual sonrisa. El muchacho estaba alicaído para cuando llegó a la plaza central.

El cumpleaños de Amy estaba cerca y él, como buen amigo que era, quería darle algo que fuera diferente a las baratijas que siempre les daba a sus amigos. Si bien era cierto que podía pedirle una mesada a Diluc, puesto que llevaban los mismos apellidos, a Bennett no le parecía correcto. Él no había crecido con Diluc ni había sido adoptado desde pequeño, como el capitán Kaeya. Simplemente había sido hijo del señor Crepus unos días antes de su muerte.

Bennett sufrió mucho por aquello. Un hombre, que solo le había mostrado buena voluntad, estaba muerto. Su hijo mayor, desaparecido. Y su primer hijo adoptivo, el capitán Kaeya, deprimido. Cuando Bennett le confesó a Kaeya que era su culpa, el hombre tiró una carcajada al aire y volvió a ser el mismo por un rato.

—Escúchame, Bennett. Padre llevaba algo que no debía llevar. Un "Engaño". ¿Ves lo que llevamos nosotros colgando del cinto? A padre le dieron algo parecido, pero no era más que un intento de igualar nuestro poder. Uno que drena la vida de a poco. El día en que falleció cometió el error de recurrir a su poder falso en lugar de esperar a los Caballeros. Bueno, ¿ves ahí algún lugar por donde se haya podido colar tu mala suerte?

—No, pero…

—Tú no mataste a padre, Bennett. Ninguno de sus hijos lo hizo. Y si quisieras buscar culpables, culpa a los Fatui. Fueron ellos quienes le dieron el Engaño.

Sí, y a pesar de que Bennett no era el causante de la muerte de Crepus, todavía se sentiría como un idiota si le pidiera dinero a Diluc. Por eso seguía viviendo en su cuartito en el Gremio, tenía casi tantas posesiones como Razor y le costaba mirar a Diluc a la cara cuando iba al Viñedo para trabajar y ganarse el pan con el sudor de su frente.

Vio a un par de fatuis, caminando cerca de donde solía encontrarse con la novia de Godwin para darle noticias. Los miró de reojo, pero procuró no acercarse demasiado. Después de todo, incluso con la ejecución de Signora en Inazuma, muchos fatuis seguían hospedándose en el Hotel Goethe. Los habitantes de Mondstadt no veían la hora de que se marcharan, pero nadie podía echarlos de buenas a primeras.

Con todas estas cosas en la mente, Bennett se fue a dormir, soñando que encontraba un cofre y que, al abrirlo, salía el más fantástico arco que hubiese visto jamás.