Disclaimer: Los personajes de Rurouni Kenshin les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.

Traducción del fic "Cruel Fate" de Angie-san.

Portada de Domo.


Cruel Destino

El sol estaba alto en el cielo, brillando a través de los árboles en el parque y proyectando sombras parpadeantes en el suelo, mientras el viento soplaba gentilmente las hojas; la suave brisa hacía que los cabellos de Kaoru se mecieran por su rostro mientras contemplaba a los niños jugar y reír bajo el sol de septiembre. Colocando un mechón de cabello detrás de su oreja, una pequeña sonrisa apareció en sus labios; su mente recorría todas las veces que ella y Kenshin habían hecho lo mismo en ese parque. Parecía que había pasado toda una vida desde que ella había sido tan despreocupada, los tiempos habían cambiado tanto desde que ella y Kenshin habían sido niños, y el dolor ensombrecía aquellos días sin preocupaciones. Una nube que pasaba tapó el sol, provocando que temblara levemente, y acomodándose el suéter con firmeza mientras miraba la entrada del parque, esperando ver al pelirrojo y su esposa llegar. Entonces, su mente navegó por los dolorosos eventos que la habían conducido adonde estaba ahora.

Habían pasado casi cinco años desde la última vez que vio a Kenshin, cinco años desde esa fatídica noche cuando sus sueños se hicieron realidad, pero la dejaron sumida en la culpa. Lo había amado desde que eran niños, su corazón infantil estaba decidido a que se casarían. Lo que había comenzado como una gran amistad, para ella había florecido en un amor desgarrador que le había dejado el corazón roto cada vez que estaba con él, ya que él nunca había demostrado otros sentimientos hacia ella, salvo su amistad. Temerosa de perderla, jamás le dijo cómo se sentía y vio en silencio cómo se enamoraba de su mejor amiga Tomoe. Tomoe era todo lo que ella jamás podría ser: hermosa, graciosa y extremadamente amable. Hacían una pareja perfecta y ella mantenía sus sentimientos muy ocultos, sin dar ningún atisbo a los dos. Cuando anunciaron su compromiso, se sintió destrozada, pero guardó sus lágrimas para la privacidad de su habitación, felicitándolos y ofreciéndose a ayudar a Tomoe a planear la boda, porque, aunque amaba a Kenshin, Tomoe era la hermana que nunca había tenido y no quería perder su amistad. Tomoe había sido su mejor amiga y ella había traicionado su confianza dejándose llevar por su corazón sólo por una noche.

Aquella noche, ella y Kenshin habían estado jugando a las luchas en su sala de estar como lo habían hecho toda la vida, viendo quién podía hacerle llave al otro por más tiempo. Era un juego que él solía ganar y esa vez no había sido diferente. La había inmovilizado contra el suelo por los hombros, sus piernas sujetando sus caderas, con un brillo maligno en sus ojos violetas. Había estado sonriendo como si fuera el gato de Cheshire cuando, de repente, algo se le cruzó por la mirada. Antes de que ella pudiera comprender qué era lo que él miraba, su sonrisa desapareció y bajó la cabeza lentamente, colocando sus labios contra los de la chica en un casto beso. Ella estaba tan sorprendida que no pudo responder, no hasta que sintió que él comenzaba a alejarse. No queriendo que el momento terminara, colocó sus manos en su espeso cabello, sosteniéndolo contra ella. Él no había intentado alejarse de nuevo, sino que había profundizado el beso, dejando sus sentidos aturdidos. Todo pasó rápido después de eso, ella se había entregado por completo esa noche, pero cuando despertó a la mañana siguiente, una sensación de vergüenza y culpa la hicieron irse para marcharse a su casa, donde lloró hasta dormir, destrozada y sola, negándose a responder las llamadas o a atender los golpes persistentes en su puerta. Nunca entendió por qué sucedió lo de esa noche, pues él nunca había mostrado sentimientos de amor o deseo hacia ella antes de eso. La había dejado conmocionada y confusa. No volvió a ver a Kenshin o a Tomoe desde entonces, optando por desaparecer y dejándolos ser felices.


Mientras caminaba tranquilamente hacia el parque, esquivando distraído al resto de los peatones, Kenshin pensaba en el mensaje que había recibido la noche anterior después de una agotadora reunión de negocios. Encuéntrame en el parque mañana a las 2 pm, y por favor lleva a Tomoe. Era el mensaje de una voz que pensó que jamás volvería a escuchar. Una voz que había estado buscando durante cinco años. Esa voz que le trajo todo el dolor y la soledad que había sentido durante ese tiempo. Había permanecido toda la noche dándole vueltas al asunto, mirando el reloj de su mesita marcar los minutos, deseando que el tiempo pasara rápido para volver a verla y saber por qué ella lo había dejado esa noche.

Al acercarse al parque, su expectación cambió a enojo mientras todas las preguntas que había albergado en su corazón invadieron su mente. '¿Por qué se fue?' pensó disgustado. '¿Por qué no respondió a mis llamadas después de esa noche? ¿Por qué desapareció sin decir una palabra? ¿Acaso pensó que no la amaba?' Él quería decirle lo que había descubierto esa noche, pero ella nunca le dio la oportunidad. En cambio, lo había dejado sólo con el recuerdo de su piel suave contra la suya y la sonrisa de felicidad que tenía al caer dormida en sus brazos.

Sus puños, fuertemente cerrados, lo devolvieron al presente y se dio cuenta de que había llegado a la entrada del parque donde jugaban durante la niñez. Entró y buscó con la mirada a la única persona que le había mostrado lo que era el verdadero amor.

Alejando su mente de los dolorosos recuerdos, Kaoru volvió a mirar la entrada del parque, sin notar la lágrima que caía en una de sus mejillas. El viejo dolor estalló en su pecho mientras contemplaba al hombre de sus sueños caminar y observar alrededor, con sus ojos violetas recorriendo el parque y el sol brillando contra su indomable cabello rojo.

Kenshin la vio sentada tranquilamente en un banco, con una leve sonrisa en sus labios al posar él sus ojos sobre ella. Mientras se aproximaba, percibió que su piel lucía más pálida y que tenía una expresión demacrada en su rostro, que daba cuenta de una larga angustia. Levantó los ojos, y el violeta se encontró con el brillante zafiro. Fue entonces cuando notó la mirada cansada que opacaba sus hermosos ojos. Llegó y se sentó a su lado, y, extendiendo una mano, trazó la marca de la lágrima que bajaba por su mejilla, y toda la ira que había sentido desapareció mientras le sonreía, feliz de volver a sentir su piel después de tanto tiempo.

—Kaoru —susurró, aún sin poder creer que ella estaba frente a él, temiendo que, si hablaba más fuerte, ella volvería a desaparecer.

Un escalofrío recorrió la columna de Kaoru al escuchar su voz, amando cómo decía su nombre después de tanto tiempo. Bloqueando esas emociones, le dedicó una brillante sonrisa mientras lo miraba a los ojos.

—¡Hola, Kenshin! —lo saludó.

Su fingida alegría ocultaba su dolor ante la siguiente pregunta, mientras escudriñaba sobre el hombro del pelirrojo.

—¿Dónde está Tomoe? ¿Vendrá? —le preguntó.

Kenshin dejó caer su mano sobre su regazo, su sonrisa desapareció mientras negaba con la cabeza. Él no había venido para hablar sobre Tomoe, él necesitaba respuestas a las preguntas que lo habían carcomido desde el día que ella lo dejó.

—¡¿Por qué te fuiste sin decir nada?! —la interpeló, con la ira incendiando sus ojos y el acero en su mirada.

Kaoru se estremeció, bajando la mirada ante el tono severo. Había estado temiendo esa pregunta, así como la respuesta que desnudaría su alma, dejándola expuesta al rechazo que sin duda vendría. Sacudió la cabeza, pues aún no quería discutir sobre eso, y decidió que sería lo mejor si iba al grano con el objeto del encuentro.

—¿Vendrías conmigo a casa de Sano y Megumi? Me gustaría presentarte a alguien —preguntó vacilante, volviendo a levantar los ojos.

Los celos golpearon a Kenshin como si fuera una gran ola, y apretó tanto sus puños que sus nudillos se volvieron blancos.

—¿Es allí donde has estado? —preguntó con los dientes apretados.

Ignorando lo que él insinuaba, Kaoru desvió sus ojos hacia los niños que jugaban a su alrededor.

—He estado allí desde hace un par de días —respondió con cansancio—. Te lo diré todo más tarde, pero primero —lo volvió a mirar con ojos esperanzados—, ¿vendrás conmigo?

Buscando en su rostro algún indicio sobre qué estaba pasando, Kenshin finalmente asintió, dejando su pregunta sin respuesta por el momento, pero los celos continuaban recorriendo a través de él sin control.

Aliviada, Kaoru se levantó lentamente del banco, pero unas punzadas de dolor la hicieron dudar y una mueca apareció en su rostro.

Al ver su malestar, Kenshin se puso de pie y la agarró de su codo para ayudarla a incorporarse.

—No te ves como si te sintieras bien, ¿qué te sucede? —preguntó, mientras la ira y los celos desaparecían ante el dolor de la mujer.

Kaoru se recuperó y soltó su brazo.

—Estoy bien. ¿Estás listo?

Kenshin asintió y tomó su mano, comenzando a caminar hacia la salida. Mientras caminaban en silencio por el parque, su mente seguía dando vueltas en torno a esa persona desconocida que ella quería presentarle, provocando que los celos y la posesividad lo calaran de igual manera. Estaba a punto de decirle lo que sentía cuando un pensamiento perdido llegó a su mente.

'Tal vez ella no siente lo mismo.'

Y el dolor lo atravesó, dejándolo sin aliento. Alejando esa posibilidad de su mente, apretó su mano con más fuerza, decidido a no perderla de nuevo.

Kaoru estaba muy consciente de su cálida mano apretando la suya mientras caminaban en silencio. Podía sentir que el abismo entre ellos se cerraba ligeramente cuando él profundizó su agarre, pero aún temía cómo iba a reaccionar él cuando se enfrentara a lo que tenía que decirle.


Megumi observó a Kenshin y a Kaoru caminar por la acera hacia su casa, con las manos entrelazadas, ambos perdidos en sus propios pensamientos.

—Ken-san, ha pasado mucho tiempo desde tu última visita —lo saludó al abrirles la puerta, con una sonrisa burlona adornando su rostro.

—He estado ocupado en el trabajo. ¿Dónde está Sano? —respondió Kenshin con una sonrisa fugaz y encogiéndose de hombros tímidamente.

—Fue al mercado a hacer las compras de la cena, volverá pronto.

Volviendo su atención a Kaoru, Megumi vio un destello de inquietud cruzar por la expresión de su amiga antes de que su rostro se iluminara con una sonrisa.

—¿Dónde está? —preguntó Kaoru mientras pasaba a la casa, Kenshin la siguió.

—Está tomando una siesta. Sano lo cansó —respondió Megumi, con una sonrisa irónica en los labios.

—No me sorprende. Al fin y al cabo, parecen de la misma edad, ¿no? —replicó Kaoru sonriendo, apenas pudiendo contener la alegría en la voz.

Riendo, Megumi asintió y cerró la puerta.

Sin mirar hacia atrás para ver si Kenshin la seguía, Kaoru comenzó a caminar hacia el fondo de la casa apurando sus pasos, olvidando por un rato su inquietud debido a la emoción de ver a la única persona por la cual su mundo giraba.

Mientras la seguía por el pasillo, Kenshin contemplaba su cabello negro acariciando su espalda, luchando contra la punzada de celos que taladraba su pecho, quería agarrarla y nunca soltarla, más que listo para luchar contra ese desconocido de ser necesario.

Finalmente, llegaron hasta una puerta cerrada; Kaoru abrió la puerta y entró en silencio, dejándola entreabierta para que Kenshin la siguiera.

No muy seguro de si debía entrar o no, Kenshin permaneció en el umbral, con miedo a lo que pudiera encontrarse. Miró alrededor de la habitación y vio las maletas en el piso, una de ellas abierta con lo que parecía ser ropa infantil, y unos pocos juguetes desparramados por el lugar. Al darse cuenta de lo que estaba viendo, abrió la puerta de par en par y dirigió sus ojos muy abiertos hacia la cama situada en la esquina de la habitación, donde un pequeño rostro dormido, coronado con un cabello intensamente rojo, se asomaba debajo de las mantas.

Impresionado, Kenshin volvió sus ojos hacia Kaoru, quien estaba al pie de la cama mirándolo con aprehensión.

—Kenshin... me gustaría presentarte a tu hijo, Kenji —le dijo con suavidad, nerviosa y mordiéndose el labio inferior.

Kenshin se quedó sin palabras. Volvió a mirar al niño dormido que lucía exactamente como él, y se acercó al borde de la cama. Se arrodilló para contemplar a su versión en miniatura, cuando los ojos del niño se abrieron y miraron directamente los suyos. Sin todavía poder recuperarse de la primera impresión, Kenshin no estaba preparado para lo siguiente. En vez de tenerlos violetas, los ojos de Kenji eran una copia al carbón de los de su madre, de un profundo azul zafiro. Su hijo lo miró con curiosidad por unos momentos antes de sentarse y ver a su mamá al pie de su cama.

Con un chillido de alegría, Kenji saltó y se arrojó a los brazos de su madre, abrazándola por el cuello firmemente. Una risa escapó de la boca de Kaoru mientras le correspondía el abrazo y besaba su cabecita.

Después de soltarse de los bracitos de Kenji, Kaoru lo dejó en el suelo y se arrodilló junto a él.

—Kenji, ¿recuerdas todas las veces que me preguntaste dónde estaba tu papá?

Kenji asintió y le lanzó una mirada tímida a Kenshin.

Kaoru miró a Kenshin, quien, a su vez, miraba a su hijo y sonreía.

—Bueno, Kenji, ese señor de allí es tu papá y vino a conocerte —le reveló.

Una sonrisa apareció en el rostro de Kenji y, con toda la inocencia de un niño de cuatro años, le extendió su mano a Kenshin.

—Mucho gusto en conocerte, papá —le dijo.

El rostro de Kenshin se iluminó con una enorme sonrisa, todos los celos que llegó a sentir fueron reemplazados por un embelesamiento hacia el pequeño niño que innegablemente era suyo. Al acercarse, se agachó y lo tomó en brazos; Kenji reía mientras le correspondía, y luego se acurrucó en sus brazos con satisfacción.

Con una mirada inquisitiva, Kenshin captó la de Kaoru y la vio con una sonrisa agridulce en los labios, mientras los contemplaba abrazarse. Al notar la ligera caída de sus hombros y la fatiga en sus ojos, se preguntó por qué lucía tan agotada.

—¿Qué tal si salimos para que puedas jugar? Tu mamá y yo necesitamos hablar un rato —le dijo a Kenji después de separarse de él.

Kenji asintió y le sonrió.

—Estoy tan feliz de conocerte, papi —le aseguró. Y, tomando su mano, Kenji lo llevó hasta las puertas corredizas de vidrio. Tan pronto como salieron, Kenji soltó su mano y corrió para jugar con dos cachorros que dormían debajo de un gran sauce en el patio.

Después de seguirlos, Kaoru se sentó en el porche y esperó a las inevitables preguntas. A medida que pasaban los minutos, el único sonido era el de las campanillas de viento sobre su cabeza, además de las risas de Kenji. No le gustaba ese silencio, por lo que levantó la vista hacia Kenshin, quien permanecía detrás de ella con la mirada aturdida.

—Kenshin, ¿dónde está Tomoe? —preguntó confundida.

Kenshin la miró, encogiéndose de hombros mientras se sentaba a su lado.

—Me imagino que estará en casa con su esposo disfrutando de la tarde, o tal vez de compras, no lo sé —le respondió.

Ahora era el turno de Kaoru para aturdirse. Lo miró con los ojos muy abiertos, sin lograr entender esa afirmación.

—¿Acaso no están casados?

—No, nunca nos casamos —dijo Kenshin negando con la cabeza y fijando su vista en ella—. Cuando te encerraste en tu casa, sin responder a la puerta o las llamadas, ella me preguntó si sabía por qué estabas actuando así. Le confesé lo que sucedió esa noche entre tú y yo, luego le dije que no podía casarme con ella porque te amaba y no me di cuenta hasta esa noche. Cuando terminé de explicarle todo, ella sólo me sonrió triste y me dijo "Me preguntaba cuánto tiempo te tomaría seguir tu corazón." Todo ese tiempo, ella sabía lo que sentía por ti, incluso antes que yo. Desde entonces, sólo hablamos cuando ella me llama y me pregunta si al fin te encontré. Se casó hace dos años con un socio mío, Akira Kiyosato.

Extendió una mano y pasó los dedos por su espeso cabello, para luego colocar un beso sobre sus labios entreabiertos.

—Estaba contento con Tomoe, pero te amo a ti Kaoru... Ojalá me hubiera dado cuenta antes de dejarte ir —susurró mientras sonreía con tristeza.

Kaoru se quedó atónita, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Él le había dicho que la amaba. Había anhelado durante tanto tiempo escuchar esas palabras, pero ahora...

Con lágrimas silenciosas corriendo por su rostro, cerró los ojos. El destino era ciertamente cruel.

Confundido por sus lágrimas, Kenshin guardó silencio, preguntándose si ella no lo amaba. El dolor ante esa idea lo desgarró, dejándolo vacío y solo.

Dejando a un lado sus pensamientos, Kaoru enfocó sus ojos borrosos en sus manos retorcidas.

—No fue que me dejaste ir. No pude enfrentarte a ti o a Tomoe después de esa noche, no creía que me amaras y no quería ser la causa de que algo sucediera en la relación de ambos. Esa noche me dejó confundida y tenía miedo de que terminara nuestra amistad —hizo una pausa y miró en dirección al patio, donde Kenji correteaba con los cachorros. Con voz temblorosa, agregó—. Yo... te amaba, pero no podía quedarme y ver cómo te alejabas de mí, por eso me fui.

Su euforia al escuchar que ella también lo amaba se desvaneció al ver la tristeza evidente en su rostro, por lo que la tomó en brazos. Kenshin la acunó en su regazo mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, los sollozos silenciosos sacudían su pequeño cuerpo.

—Te he buscado durante todos estos años y no pude encontrar ni rastro de ti, ¿adónde fuiste? —preguntó Kenshin con voz adolorida, cuando sus lágrimas disminuyeron y ella yacía tranquilamente en su abrazo.

—Fui a quedarme con mis tíos en Nueva York —explicó Kaoru con un suspiro—. Habían querido que fuera a visitarlos durante mucho tiempo, pero nunca encontraba la oportunidad, así que, cuando los llamé y les pregunté si podía quedarme con ellos por un tiempo, estuvieron de acuerdo y me compraron el pasaje de avión. Me fui tres días después —mientras se removía en su regazo, lo miró—. Muchas veces tomé el teléfono para llamarte a ti o a Tomoe, pero nunca tuve el coraje para marcarles. Ahora desearía haberlo hecho.

—Yo también, Kaoru, yo también —dijo Kenshin mientras la abrazaba con más fuerza, apoyando su mentón sobre su cabeza.

Ambos se sentaron en silencio después de ver a su hijo retozar y jugar con los cachorros, pensando en todos los malentendidos que les habían causado tanto dolor. Pero una pregunta seguía atormentando a Kenshin mientras permanecían sentados bajo el sol del atardecer.

—¿Por qué no me hablaste de Kenji?

Kaoru intentó levantarse, pero sus brazos lo impidieron, dejándola en su sitio. Ella suspiró y se apoyó contra él.

—Porque se suponía que estabas felizmente casado con Tomoe y no quise perturbar esa felicidad —respondió.

Kenshin se tensó ante esas palabras, con la ira surgiendo ante lo que ella insinuaba.

—Deberías haber sabido que, aunque me hubiera casado con Tomoe, todavía querría saber sobre mi hijo —repuso.

—Lo sé, Kenshin... Lo lamento —respondió ella con la voz quebrada, después de unos minutos.

Un silencio pesado se cernió sobre ellos; agotada por las emociones de la tarde, Kaoru se quedó dormida con el constante latido de su corazón en su oído, el último pensamiento que pasó por su mente fue que no le había contado todo.


Una hora más tarde, Kenshin fue sacado de sus pensamientos cuando el golpe de una puerta abriéndose sonó a su derecha, haciendo que girara la cabeza.

Sano estaba en el porche mirándolo con una gran sonrisa en su rostro.

—Hola, Kenshin; ha pasado un tiempo —saludó su amigo—. Veo que al fin encontraste a la nena, o mejor dicho... ella te encontró —dijo ahora con voz baja, viendo que Kaoru dormía en sus brazos.

—Así fue, Sano, así fue —asintió Kenshin, con una sonrisa de satisfacción.

—Bueno, odiaría interrumpir este hermoso momento, pero la zorra me envió a avisarles que la cena estará lista pronto, así que tal vez quieran limpiar a Kenji —dijo Sano dirigiendo la vista hacia el patio.

Mirando en dirección a su hijo, Kenshin lo encontró manchado de pasto de la cabeza a los pies, con algunas hojas sobresaliendo de su cabello rojo intenso, y con una gran sonrisa en su rostro mientras trataba de cargar uno de los cachorros hacia donde estaban sus padres, el otro lo seguía.

Al ver la atención de todos puesta en él, Kenji dejó al cachorro y corrió hacia el porche.

—¡Hola, tío Sano! —chilló, con una mirada de felicidad pura mientras señalaba a Kenshin—. ¡Él es mi papá, vino a conocerme! —y, después de una pequeña pausa, agregó—. Tengo hambre, ¿todavía está cocinando la tía Meg?"

—Más te vale que te limpies, o la tía Meg no dejará que te acerques a la mesa —dijo Sano en broma, mientras reía y asentía.

Kenji entró corriendo a la casa, pensando en la comida que le esperaba, y olvidando todo lo demás.

Kenshin se levantó, y, acunando a Kaoru en sus brazos, miró a Sano.

—¿Dónde está su habitación? —preguntó—. No quiero despertarla"

Sano señaló con la cabeza hacia las puertas corredizas que daban a la habitación de Kenji.

—Duerme con Kenji, no le gusta alejarse de él.

La confusión cayó sobre Kenshin, pero hizo caso omiso y se dirigió hacia la habitación. Dejó a Kaoru con suavidad sobre la cama, le colocó unas mantas encima y le dio un leve beso en la frente. Cerró todo para dejar el lugar a oscuras y fue a buscar a su hijo.

Kenshin lo encontró en el baño, cubierto de espuma hasta los codos, soplándola alegremente. Rio y ayudó a Kenji a terminar de limpiarse; cuando terminaron, lo llevó a la mesa donde Megumi y Sano ya estaban comiendo.

Kenshin ayudó a Kenji a llenar su plato y luego se sirvió el suyo. Todavía un poco conmocionado al descubrir que Kaoru lo amaba y que le había dado un hijo, comió en silencio y todavía tratando de asimilar toda esa nueva información.

Lanzando una mirada cautelosa a Kenshin, quien comía callado y sumido en sus pensamientos, Megumi se preguntó si Kaoru le dijo por qué volvió.

—¿Te dijo Kaoru por qué volvió, Kenshin? —le preguntó sin pensarlo.

—No, me preguntó por Tomoe me dijo adónde fue, pero no por qué volvió —respondió Kenshin, negando con la cabeza y mirándola con suspicacia.

—Sé por qué vinimos —intervino Kenji mientras miraba a Kenshin.

Al ver su error demasiado tarde, Megumi bajó la mirada para ocultar las lágrimas que se formaban, al darse cuenta de lo que había hecho.

—Mamá está enferma, y me dijo que quería traerme aquí para vivir contigo, porque ella no podrá quedarse conmigo por mucho tiempo más, y quería que estuviera con mi papá —habiendo terminado lo que tenía para decir, Kenji volvió su atención hacia su cena, sin ver la expresión estupefacta en el rostro de su padre.

Kenshin miró a Megumi y vio sus ojos llorosos. Ella sacudió la cabeza y miró a Kenji, pidiéndole en silencio que no preguntara nada hasta que el niño fuera a la cama.

Sorprendido, Sano miró a su esposa, preguntándose qué ocultaba, pero permaneció en silencio.

Cuando Kenji terminó de comer, Kenshin lo preparó para irse a dormir y lo arropó junto a Kaoru, y, besándolos a ambos en la frente, se dirigió con determinación a la cocina.

Se sentó y le lanzó una mirada penetrante a Megumi.

—Habla —le pidió con voz de acero—. ¿De qué hablaba Kenji?"

Inquieta bajo su intensa mirada, Megumi se levantó de la mesa y comenzó a lavar los platos, evitando sus furiosos ojos.

—Meg, ¿qué ocultas? —preguntó Sano viendo sus movimientos nerviosos.

Después de colocar los platos en el fregadero, Megumi se dio la vuelta y se apoyó contra la encimera. Agachando la cabeza para ocultar su rostro, intentó juntar el coraje para enfrentar a Kenshin y contarle todo lo que él nunca había esperado escuchar.

Al levantar la vista, se encontró con su mirada punzante.

—Ella se está muriendo, Kenshin —susurró, mientras las lágrimas se juntaban en sus ojos.

La mirada de angustia que apareció en el rostro de Kenshin rompió el corazón de Megumi. Jamás había visto tal dolor en sus ojos... nunca. Ni siquiera cuando sus padres murieron diez años atrás.

Miró a Sano, quien la miraba con dolor en sus ojos.

—¡¿Por qué no me lo dijiste?! —demandó.

—Porque ella me hizo jurar que no lo haría. Ella misma quería decirles —murmuró Megumi mirándose las manos, incapaz de mirarlos a ellos.

Kenshin permaneció en atónito silencio, la confesión de Megumi hacía eco en su mente.

'Esto no puede estar pasando' pensaba, 'tiene que ser una pesadilla'. Acababa de encontrarla... hasta tenían un hijo...tenían toda la vida por delante... Kaoru no podía estar muriendo.

Recordando la mirada cansada de Kaoru esa tarde, Kenshin supo que era verdad.

—¿Cómo? —fue todo lo que pudo decir.

—Tiene un tipo de enfermedad que está carcomiendo su cuerpo —comenzó a explicar Megumi levantando los ojos para mirarlo—. Todos los médicos que la examinaron no habían visto esto antes, no sabían qué era, sólo que atacaba sus músculos... incluido su corazón. Intentaron con todo tipo de medicinas y tratamientos para impedir el deterioro de sus músculos, pero nada funcionó. Lo único que no intentaron fue la radiación, pero su cuerpo está tan deteriorado ahora que probablemente la mataría en vez de ayudarla, así que, cuando le preguntaron si quería usarlo, ella les respondió que no. El Dr. Gensai la vio hace dos días, cuando llegó aquí, tomó una muestra de sangre y tejidos, pero no tendrá los resultados hasta dentro de un par de semanas. Le mandaron por fax su expediente desde Nueva York y su examen inicial coincide con los que los demás hicieron. Su cuerpo se está debilitando a un ritmo alarmante y continuará así hasta que ya no pueda moverse.

La confusión se unió al dolor en los ojos de Kenshin.

—¿Cómo pudo haber contraído esta enfermedad? —increpó.

—Su expediente dice que pudo haber contraído la enfermedad cuando nació Kenji. Tuvo una hemorragia al dar a luz y necesitó una transfusión debido a la excesiva pérdida de sangre, por lo que los doctores creen que se infectó en ese momento y simplemente no se manifestó hasta hace nueve meses, pero si fuera cierto, habría otro caso en alguna otra parte —hizo una pausa, luego añadió en voz baja—. Puede que nunca sepamos cómo la contrajo. Ella aceptó su destino y todo lo que podemos hacer ahora es hacerla feliz el tiempo que le quede de vida.

—¿Cuánto tiempo? —se escuchó Kenshin preguntando eso, mientras el entumecimiento se apoderaba de él.

—Según el médico, tiene dos meses antes de que el corazón falle.

Megumi rompió en sollozos silenciosos, la atormentada mirada en los ojos de Kenshin ante la confesión desgarró su corazón. Sano se levantó de su silla y la abrazó fuertemente, en un intento por calmar su dolor.

Kenshin necesitaba estar solo, por lo que se puso de pie y se dirigió al patio trasero. Aturdido, se sentó bajo el sauce y contempló el cielo nocturno, sin mirar a las estrellas brillando suavemente, sino a un par de resplandecientes ojos zafiros en un rostro sonriente, enmarcado en un cabello negro azabache. Permaneció sentado en silencio, repasando todo lo que Megumi había dicho una y otra vez y tratando de encontrar una manera de detener esta horrible pesadilla que estaba padeciendo.

Recostándose contra el sauce, Kenshin agonizaba pensando en cómo derrotar a este enemigo... tenía que haber una manera. Si se tratara de un enemigo físico, simplemente lo molería a golpes al borde de la muerte, como hizo una vez cuando Enishi trató de aprovecharse de Kaoru una noche, pero este enemigo era uno con el que no podía lidiar. Estaba oculto dentro de ella, intocable para él y para todas las formas de medicina.

Por algún cruel giro del destino, finalmente se le había dado una segunda oportunidad, sólo para que se la arrebataran sin piedad.

Apretó los puños y pensó con rabia '¿Qué hicimos para merecer tanto dolor?'

Pasándose las manos por el cabello con frustración, Kenshin se levantó y volvió a la cocina, donde Megumi y Sano todavía estaban abrazados, hablando en voz baja. Cuando él entró, levantaron la vista, con la tristeza grabada en sus rostros.

—Lo siento, Kenshin —susurró Megumi con un hilo de voz.

Kenshin se sentó y negó con la cabeza.

—¿Puedo quedarme esta noche?

—Iré a prepararte una habitación —asintió Megumi, pasando junto a él.

Viendo a su amigo sentado allí, luciendo completamente solo, Sano apoyó una mano reconfortante sobre su hombro.

—¿Estarás bien, Kenshin? —le preguntó.

—No lo sé, Sano, no lo sé —respondió Kenshin, mirando por la ventana con ojos vacíos.

Megumi volvió y le entregó una yukata.

—Puedes quedarte en la otra habitación de huéspedes, junto a la de Kenji y Kaoru —le dijo señalando al pasillo.

Dejando la cocina en silencio, Kenshin se fue a su habitación y se cambió. Necesitaba ver que Kaoru estuviera bien, por lo que se dirigió a la de ella y su hijo; la vio durmiendo mientras abrazaba a Kenji. Extendió la mano y apartó gentilmente un mechón de cabello de su rostro, y, no queriendo alejarse de ella, se acostó a su lado y se acurrucó contra su espalda, abrazándola mientras ella acunaba a Kenji, quedándose dormido con su aroma a jazmines, ese aroma que despertaba sus sentidos.


Kaoru despertó sintiendo que algo cálido la rodeaba. Su mente adormecida no lograba entender qué era mientras abría los ojos con lentitud y se percataba de que Kenji se había movido lejos de ella durante la noche y estaba acurrucado contra la pared mientras dormía sonoramente. Sintió que algo rodeaba su cadera y vio un brazo que la abrazaba con posesividad. Sorprendida, se dio la vuelta para ver a Kenshin dormir en paz a su lado. Sonrió mientras contemplaba su rostro dormido, tan parecido al de su hijo, excepto por la cicatriz en forma de cruz que fue producto del accidente de auto que se llevó las vidas de sus padres. Confundida pero cansada como para preocuparse, se acurrucó contra su pecho y volvió a dormir.

La sensación de estar siendo observado sacó a Kenshin de su sueño. Abrió un ojo y vio que Kenji lo miraba sorprendido desde el otro lado de donde Kaoru estaba; él notó que ella dormía muy cerca suyo, con el rostro enterrado en su pecho y sus manos agarrando con fuerza su yukata, profundamente dormida.

—Buenos días, papá, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Kenji inclinando la cabeza a un lado.

Kenshin llevó un dedo sobre sus labios para callar a Kenji, y se levantó de la cama intentando no molestar a Kaoru. Levantó también a Kenji, mientras sacaba ropa limpia de la maleta, luego lo llevó a su habitación mientras pensaba qué decirle a su hijo.

—No he visto a mami desde hace mucho tiempo. La extrañaba y quería estar cerca de ella, por lo que decidí dormir con ustedes anoche —respondió al fin Kenshin mientras bajaba a Kenji.

—Oh...Está bien...tengo hambre, ¿podemos buscar algo para comer?

Riendo, Kenshin asintió. Cuando ambos terminaron de vestirse, llevó a Kenji a la cocina para prepararle el desayuno.

Megumi apareció cuando ya estaban comiendo, y se dispuso a calentar agua para el té.

—Sano y yo queremos llevar a Kenji a pasear hoy, ¿está bien? —preguntó, mirando a Kenshin.

Kenshin asintió.

—Me gustaría tener algo de tiempo con Kaoru, tenemos mucho de qué hablar —dijo, con esa pregunta dando vueltas por su cabeza... ¿Por qué no le había dicho que se estaba muriendo?

Terminando con el desayuno, se dispuso a preparar a Kenji para que saliera con Sano y Megumi, y, una vez que se fueron, él hizo lo propio hacia el árbol de sauce, sentándose y mirando el paisaje, acariciando distraídamente a uno de los cachorros mientras esperaba a que Kaoru despertara.

Ya era mediodía cuando Kaoru despertó por segunda vez. Se encontró sola en la cama y se preguntó si Kenshin había dormido con ella o había sido un sueño. Alejó esos pensamientos y sintió punzadas de dolor, lo que ralentizaba sus movimientos y buscó ropa limpia. Mientras se dirigía al baño para tomar una ducha, se preguntó por qué la casa estaba tan silenciosa.

Terminado su baño, Kaoru tomó su medicina y se dirigió a la cocina, viendo una nota que le habían dejado sobre la mesa,

Sano y yo llevamos a Kenji al parque, así que tú

y Kenshin pueden tener algo de tiempo solos.

Nos vemos después,

Megumi

Sonriendo, se preparó un tazón de cereal y se sentó a comer. Pensó sobre la conversación que había tenido con Kenshin el día anterior...hoy tendría que decirle por qué había vuelto.

Perdió el apetito y alejó su tazón, mientras un dolor sordo se apoderaba de su pecho, '¿Cómo voy a hacerlo? ¿Cómo le digo al hombre que amo que estoy muriendo?'

Con lágrimas en los ojos, se dio cuenta de que lo que realmente le dolía era el hecho de que había descubierto que Kenshin la había amado durante todo ese tiempo y ahora no podían recuperarlo.

Se secó las lágrimas mientras comenzó a dar vueltas por la casa buscándolo, pero al no encontrarlo salió al patio donde lo vio debajo del árbol de sauce, a espaldas de ella, contemplando el paisaje.

Se acercó lentamente a él, admirando sus hebras rojas brillando al sol, sus dedos temblaban ante la idea de pasarlos a través de su sedoso cabello. Al llegar a su lado, se sentó levantando las rodillas hasta el pecho, mirando el dorado campo buscando qué decir.

Kenshin la sintió sentarse junto a él, no la miró hasta que acabó de acomodarse.

—¿Por qué no me lo dijiste? —susurró.

Pasmada, Kaoru lo miró y advirtió el dolor grabado en su rostro. Supo entonces que Megumi se lo dijo todo mientras ella dormía.

Aliviada porque su amiga había roto su promesa, Kaoru agradeció en silencio a Megumi por tomar esa dolorosa conversación en sus manos.

—No sabía cómo —dijo, mientras seguía mirando su perfil.

Kenshin la miró a los ojos y pudo notar el miedo y el dolor en sus profundidades. Aquello lo afectó, ella siempre había sido fuerte, ella había sido quien lo contuvo luego de la pérdida de sus padres, nunca permitiendo que se hundiera, siempre empujándolo a seguir viviendo.

—¿No hay nada que los doctores puedan hacer? —preguntó con cautela, esperando que Megumi hubiera omitido algo.

—No, lo intentaron con todos los tratamientos posibles, excepto radiación —dijo ella negando con la cabeza—. Y no quiero intentarlo porque me mataría antes que ayudar, y no quiero dejar solo a Kenji tan pronto —dijo con lágrimas formándose en los ojos, dejando un rastro húmedo en su rostro—. No puedo dejarlo aún, tengo que asegurarme de que va a estar bien. Por eso lo traje, esperando a que tú y Tomoe lo acogieran, para que pudiera crecer feliz —hizo una pausa, mirando hacia el campo—. ¿Lo cuidarás por mí?"

Sorprendido por la pregunta, él se inclinó y la envolvió con sus brazos.

—Ni siquiera tienes que pedirlo, él es mío y no lo querría con otra persona —le dijo.

Un suspiro de alivio escapó de los labios de Kaoru, feliz de que él aceptara a Kenji con facilidad en su vida y sin tener ya de qué preocuparse por su hijo, sabiendo que sería amado.

Permanecieron sentados en silencio, Kenshin abrazándola bajo el sol de la mañana, con una suave brisa arremolinándose a su alrededor, haciendo que sus cabellos se entrelazaran en una danza de amantes.

—¿Cómo supiste que me fui? —preguntó al fin Kaoru, rompiendo el silencio.

—Al no responder ni al teléfono ni a la puerta por una semana, les pregunté a tus vecinos si te habían visto —explicó Kenshin con una sonrisa tímida en su rostro—. Cuando me dijeron que había sido hacía un par de días, fui y pateé tu puerta, listo para sacarte a rastras de ser necesario, pero no te encontré, y tus ropas y maletas no estaban.

Kaoru dejó escapar una risa ante la imagen mental de él pateando su puerta.

—Así que por eso tuve que repararla antes de vender la casa. Pensé que había sido un intento de robo —observó.

La sonrisa desapareció de los labios de Kenshin.

—Lo lamento, no quería asustarte, sólo quería verte —Kenshin se detuvo, ante el dolor de lo que había descubierto—. Y cuando la casa salió a la venta, traté de rastrearte a través del agente inmobiliario, pero no me dieron ni tu número de teléfono, ni tu dirección, ni siquiera me dijeron en qué país te encontrabas.

—Fui yo quien les pidió eso, sólo quería venderlo todo y desaparecer —dijo Kaoru en voz baja, deseando ahora no haber cometido ese error.

Kenshin suspiró y apoyó su cabeza contra la de ella.

—Tuve a Aoshi y a Misao buscándote también. Las conexiones que tenían con el gobierno les facilitaba el proceso, pero ni siquiera con su ayuda pude encontrar algún rastro tuyo. Era como si te hubieras esfumado.

—Lo siento tanto, Kenshin —dijo Kaoru, soltándose de su agarre mientras miraba el paisaje sin verlo—. Si no hubiera sido tan cobarde, todo podría haber sido diferente, Kenji te habría tenido todo el tiempo y tal vez... yo también —y sacudió la cabeza, agregando en un susurro—. Tanto tiempo perdido.

Kenshin extendió la mano y agarró su mentón, haciendo que lo mirara.

—Nunca fuiste una cobarde, Kaoru, simplemente no lo entendiste, y, aunque no nos queda mucho tiempo juntos, sí nos queda algo —Y se inclinó lentamente para tomar sus labios en un beso abrazador, feliz al notar que ella respondía con la misma pasión que él.

Kaoru lo abrazó, moldeándose a él, queriendo desesperadamente lo que él le estaba dando.

Sintiendo la necesidad de respirar, Kenshin se apartó y apoyó su frente contra la de ella respirando pesadamente.

—¿Estás segura de que podemos hacerlo?

—Oh, sí —respondió Kaoru sin aliento, con una sonrisa traviesa en sus labios—. He esperado esto por demasiado tiempo como para dejar que algo me detenga ahora —Ella tomó la iniciativa y lo acorraló en un beso apasionado, demostrándole que podría estar muriendo, pero que todavía no estaba muerta.

Terminaron juntos bajo el sol de septiembre, con los miembros enredados en una danza febril, demostrándose sin palabras cuán profundo era el amor que sentían el uno por el otro, ese amor que los envolvía como un caparazón irrompible.

Después, Kenshin contempló a una dormida Kaoru acurrucada contra él, con su cabeza descansando sobre su corazón y sus negros cabellos desparramados sobre su pecho desnudo, ambos envueltos en una manta sedosa, y él preguntándose cómo iba a poder dejarla ir... dejándolo solo otra vez.


Dos meses después

La mente de Kenshin viajó hacia atrás, en las últimas semanas, mientras se apoyaba contra la pared al lado de la puerta de vidrio entreabierta, observando a Kenji jugar bajo el sol de noviembre, su risa inundaba el aire inusualmente cálido mientras corría detrás de los cachorros en el jardín.

'Qué rápido ha pasado el tiempo' pensó, con una pesadez en su pecho, aplastando su corazón.

Al principio, la mayoría de los días los tres juntos hacían todo tipo de actividades, con Kaoru queriendo pasar todo el tiempo posible junto a ellos. Algunos días iban al parque de picnic y jugaban a la mancha; otros días, cuando el clima era más frío, paseaban por la ciudad a hacer compras, cenar o ir al cine. Y algunos días simplemente se quedaban en casa con Kenji en la sala de estar, construyendo castillos y torres con sus amados legos o coloreando libros. Todo parecía tan normal, que casi se podían engañar y creer que no había una sombra sobre ellos, lista para separarlos.

Un día después del regreso de Kaoru, Kenshin llamó a Tomoe y le dijo que finalmente la había encontrado. Estaba tan emocionada, que se dirigió hacia allí de inmediato, sin darle tiempo a él de explicarle lo que estaba sucediendo. La recibió y la llevó a donde estaban Kaoru y Kenji, dibujando y coloreando en el patio. Tomoe se impresionó al ver a Kenji, volteando a ver a Kenshin con mirada inquisitiva, él simplemente sacudió la cabeza y se llevó a Kenji para que tomara una siesta, dándoles a Kaoru y a Tomoe tiempo a solas. Las observaba desde el porche mientras ellas se sentaban a hablar, con lágrimas corriendo en ambos rostros mientras Kaoru le explicaba todo, reparando el abismo que había entre ellas producto del dolor. Tomoe se fue después de dos horas, con la mirada ensombrecida mientras abrazaba a Kaoru y prometía visitarla tan seguido como pudiera, haciendo que las lágrimas volvieran a salir mientras se marchaba. Mantuvo su promesa y la visitó con frecuencia, y su amistad floreció una vez más.

Luego llegó el día, alrededor de un mes atrás, cuando el Dr. Gensai le hizo llegar a Kaoru los resultados de sus pruebas, descubriendo que lo único que podía atacar a la enfermedad desconocida era la radiación que no habían probado, pero no lograron matar al virus después de repetidas sesiones. Casi se pudo escuchar el corazón roto de Kaoru ante la última esperanza perdida. Kenshin no se había dado cuenta del secreto hilo de esperanza que ella había albergado en su corazón de que Dr. Gensai lograra descubrir algo que los demás doctores no pudieron. Ella lloró en sus brazos, con su delgada figura sacudiéndose en violentos sollozos, desgarrando de angustia el corazón de Kenshin. Después de aquello, ella simplemente perdió la voluntad de vivir, dejándose desvanecer, sólo sonriendo cuando Kenji estaba cerca, no queriendo que su hijo viera su corazón roto.

Ahora yacía en la habitación, incapaz de levantarse de la cama, con sus músculos tan debilitados que necesitaba ayuda para hacer cualquier cosa que requiriera movimiento, y con latidos erráticos.

Desde la puerta abierta él escuchó que lo llamaba suavemente, sacándolo de sus pensamientos. Mirando hacia el patio para ver cómo estaba Kenji, se levantó y se dirigió a la habitación, con su corazón retorciéndose dolorosamente ante la visión de Kaoru postrada e indefensa con una sonrisa triste. La levantó lo suficiente para sentarse detrás de ella, dejando que su cabeza descansara sobre su regazo, y, peinando con amor sus cabellos, contempló profundamente sus ojos de zafiro.

—¿Qué pasa? —le preguntó con suavidad, recorriendo con un dedo los labios de la mujer, que ahora carecían de su usual color rubí.

—¿Dónde está Kenji?

—Está afuera, atormentando a los perros, persiguiéndolos en círculos.

Con una leve sonrisa en sus labios, besó su dedo, mientras sus ojos se cerraban.

—Te amo, Kenshin —susurró, partiendo de este mundo en silencio, y dejándolo solo.

Las lágrimas comenzaron a recorrer el rostro de Kenshin por primera vez desde que había descubierto que ella se estaba muriendo, pensando en lo doloroso de su pérdida y la injusticia de todo.


Cinco meses después

Kenshin y Kenji caminaban de la mano por el cementerio, dirigiéndose hacia el solitario cerezo en flor que se encontraba apartado. Al llegar a su destino, ambos contemplaron en silencio la lápida de mármol que rezaba Kamiya Kaoru, debajo de las ramas florecidas.

—Papá, ¿crees que mamá nos puede ver? —preguntó Kenji mirando a Kenshin

Kenshin puso atención a su hijo, mientras se agachaba para cargarlo.

—Sí, creo que ella nos verá y cuidará por el resto de nuestras vidas para asegurarse de que estaremos bien —le aseguró.

Una sonrisa apareció en los labios de Kenshin mientras admiraba los ojos color zafiro de su hijo, sabiendo que, aunque Kaoru no estuviera allí con él, tendría una pequeña parte de ella con él para siempre.

Dando una última mirada al lugar de descanso de su amada, se dio la vuelta y comenzó a caminar, contento de saber que algún día podría volver a verla.

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FIN