El hombre todavía no se vestía la camisa.
—Traje comida. No sé qué te gusta así que traje un poco de todo.
Tartaglia se puso la camisa mientras se acercaba a la mesa donde Bennett colocó la comida. Comenzó a comer con fruición, sin reparo.
—Todo es delicioso —reveló—. Hablé con el señor Diluc sobre llevarte de expedición.
—¡Oh!
—Si quieres, podemos partir mañana. Esta noche me quedaré aquí, si no te importa.
—Puedes usar la cama como gustes, yo no suelo pasar la noche aquí.
—Eso me dijo el señor Diluc. ¿No es esta tu casa? Durmamos juntos. Si ves cualquier cosa que te desagrade o te moleste, puedes echarme y no volveré. Te doy mi palabra.
—¿Por qué insistes en llevarme contigo?
—Hummm —Tartaglia se lo pensó un momento, mientras masticaba—. Tienes experiencia en misiones de alto riesgo y expediciones largas, has pasado semanas enteras en Espinadragón, has ido a Enkanomiya con el Viajero y has regresado, no tienes suficientes habilidades de cocina, pero lo compensas encontrando objetos de utilidad y puedes curar. Las cicatrices no importan, si me estoy desangrando en medio de una pelea me puedes curar y puedo seguir peleando. Además, soy bueno con la espada, te puedo seguir enseñando mientras avanzamos en nuestra expedición. Y, por último, pero no menos importante, eres adorable. Cualquiera querría tenerte en su equipo.
—Eh, sí…
Bennett escuchó en su mente las palabras de desprecio de sus excompañeros. Nadie necesitaba a un imán de problemas. O al menos, nadie que no fuera Tartaglia.
—¿Y si mis amigos no desean venir?
—No obligaré a nadie, ni siquiera a ti. Si quieres venir, habrá un bote esperando debajo del Cabo del Juramento para poder ir rumbo al Bosque de Piedra, y de ahí a Inazuma o a algún lugar más lejano. No te puedo asegurar que vayamos a dormir siempre bajo techo, pero no te faltarán comodidades, camarada. Podemos tener un campamento completo, comer en restaurantes e ir a donde desees. No te limitaré en absoluto.
—Esto es por lo de encontrarme con campamentos siempre, ¿no?
—¡Qué bien me conoces en solo un día! —confesó Tartaglia.
Bennett sonrió. Ahí estaba una persona que le ofrecía lujos, compañía y aventuras por ser él quien era y sin esperar nada difícil a cambio. ¿Cómo podría negarse?
