A mediodía, todavía con la duda, Bennett paseaba por las calles de la ciudad junto a Amy. Ella hablaba sin parar sobre la sorpresa que Aether le tenía por su cumpleaños, lo que ponía nervioso a Bennett. Él seguía sin tener idea de qué hacer o qué comprar para complacer a su amiga. Además, no tenía más que un puñado de moras y pura basura en los bolsillos.

Pasaron frente al tablón del Gremio de Aventureros, donde Katheryne estaba colocando un nuevo encargo. Era una misión de exploración de cierta isla de Enkanomiya, en Inazuma. Se buscaban los planos de forja de un arco antiguo, que no tenía comparación con los actuales, y que sería producido en serie por la nación Electro luego de que el Decreto de Cierre de Fronteras por fin hubiese caducado.

Bennett se despidió con rapidez de Amy, diciendo que debía hablar con Katheryne y, como la muchacha no lo vio raro, siguió caminando rumbo a la plaza, sin nada qué hacer.

—¡Oye, Katheryne! ¿Cuántas personas pueden aceptar el encargo de Inazuma?

—Solo una o máximo una brigada por nación. Se ha publicado el encargo en Inazuma, en Liyue, en Mondstadt y tal vez en Sumeru. Buscan hacer una expedición con suficiente personal por los… riesgos.

—¡La tomo!

—¿De qué hablas, Bennett? —preguntó un aventurero, enojado. Miraba los encargos con interés hasta antes de hablar—. Cualquiera que vaya contigo seguro termina muerto.

—Pero…

—¡Eres un idiota, Bennett! Déjales los encargos a los aventureros de verdad. Anda, ve a quemar papeles a la Sede de los Caballeros —el aventurero empujó a Bennett, por lo que tuvo una mejor vista del tablón—. Sinceramente, un estúpido que no conoce su lugar…

Bennett se alejó alicaído.

Deambuló por muchos minutos alrededor de las plazas y los callejones de la ciudad. Ya se sentaba, ya se paraba y caminaba, ya ayudaba a alguna anciana o a algún gato perdido. Entonces terminó en la banca de Glory, apesadumbrado.