Nota de Traductor: Creí que los autores originales de este fic lo dieron por finalizado. Quiero decir, han pasado casi 4 años desde que pusieron el estado de "Completado" a la historia y parecía estar terminada. Pero no. Han vuelto y la están continuando. Así que he decidido traer este nuevo capítulo del supuesto arco de Alola (el fic original solo era el arco de Kanto, por lo que se ve).
Aunque, con el tiempo que ha pasado, tardaré mucho más que antes en publicar algún nuevo capitulo traducido. Y eso si no pierdo antes las ganas de seguir traduciendo esta historia después de tanto.
En fin, disfrutad de la traducción. Espero no haber perdido habilidades tras estos 4 años, jejeje
La exagente del Team Rocket Fi tenía admitirlo: le gustaba Alola. El pequeño archipiélago tenía personalidad. Y había pasado por bastantes regiones en sus meses de exilio. A diferencia de Johto, este lugar no estaba en el radar del Team Rocket, por lo que nadie la reconocería y enviarían un conveniente aviso a la policía local. El clima era templado, nada sujeto a repentinos cambios de temporal casi apocalípticos del abrasador sol o lluvias torrenciales como en Hoenn. Y no había trucos tontos. Nada de tipos raros desfilando por ahí pretendiendo ser caballeros. Nada de concursos de belleza inútiles y glorificados para chicas remilgadas. Ningún Campeón altivo yendo de aquí para allá en pantalones cortos y una capa remendada con anuncios haciendo poses de Charizard al azar. Alola era simple, aislada. El sitio perfecto para ella donde intentar reconstruir todo lo que aquella rata de Giovanni y su vástago Ash le habían robado.
Fi rechinó los dientes y concentró su furia en un salto a la carrera sobre la valla trasera de un gran huerto de bayas. Ella y su Pokémon iban a necesitar su fuerza si querían separar al Team Skull de aquel tonto de Guzmán.
Hundió las garras en el tronco de un árbol cargado de bayas y escaló, maldiciendo su nombre todo el camino. El hombre era un estúpido obstinado. O quizá solo era estúpido. Era complicado de adivinar. Tenía que saber lo peligrosa que era. Se había colado en su tugurio sin que la pillasen. Había irrumpido en su propia casa justo delante de sus narices. Y cuando se reveló, su Pokémon no pudo ni hacerle un arañazo. Hasta Sabrina le había avisado de no meterse con ella. Sabrina, que desde luego no se presionaba a sí misma. Pero Guzmán se negaba a intimidarse como una persona normal y sensible.
Déjaselo a un matón para hacer las cosas innecesariamente difíciles.
Mientras se movía por las ramas, Fi intentó calmar su respiración y su creciente ira. Si Pierce estuviera ahí estaba segura de que le diría en su tranquila, desenfadada y molesta lógica forma, que estaba «exagerando». Que «Guzmán entraría en vereda. Una vez asentara la realidad de la paternidad inminente».
En lo alto de las ramas, Fi se balanceó sobre una y respiró el aromático aire. Dulces y azucaradas bayas Ango. Amargas y ásperas bayas Guaya. El toque picante de las bayas Tamate, sus preferidas. No era complicado dar con las mejores, las más selectas. No con su desarrollado olfato de Absol. Extendió su flexible brazo, arrancó un puñado de bayas relucientes y las metió en el bolso oficial de la Liga Pokémon de edición limitada que Pierce le había regalado por su cumpleaños el año pasado. Para organizar la insana dieta de medicamentos que ya no necesitaba.
Así era él. Su mejor amigo. Siempre pensando en lo práctico. Siempre un paso por delante. Siempre cuidándola. Incluso en su imaginación. El hipotético Pierce seguramente tenía razón sobre Guzmán dejándose convencer una vez viera la líder fuerte y capaz que era para su banda. Además, tenía la ventaja de la fiebre de sus padres para explotar. Nadie, ni siquiera Giovanni, actuó racionalmente cuando se cuestionó la seguridad de sus mini versiones. Ejemplo de ello. Si Giovanni hubiera controlado sus emociones, jamás se habría atrevido de echarla.
Fi metió un último puñado de bayas en su abultada bolsa ante de saltar con facilidad al suelo. El sol asomaba el horizonte. Era mejor moverse antes de que los dueños del huerto la encontraran contrabandeando con sus cosechas. Aunque conociendo a estos alolenses, solo tenía que excusarse con una historia triste y probablemente la dejarían quedarse con las bayas. Compartir los tesoros de la naturaleza y todo eso. En lo personal, Fi encontraba esa filosofía perturbadora. Ningún lugar del mundo era tan perfecto. No importaba cuán bonito y sano pareciera por fuera, incluso Alola tenía un lado oscuro.
¿Todos esos entrenadores del Team Skull intentando tratando de ganarse la vida en ese lúgubre y pequeño Pueblo Po? Esa era la clase de personas que necesitaba. Una forma fácil de motivar a gente con nada que perder. ¿Y fortalecerlos? ¿Hacerles probar ese poder que desconocían? Eso los mantendría leales. Puede que tardara meses. O años. Pero convertiría a esa jauría de hooligans en una fuerza lo bastante poderosa para derribar a Giovanni y a su niño modelo. Una vez Guzmán estuviera fuera del mapa.
A medio camino de vuelta a su campamento improvisado, Fi se sentó a contemplar el amanecer desde la playa, tomándose un momento para disfrutar del cálido resplandor del sol y su sueño de venganza definitivo. Aunque pronto su estómago empezó a entrometerse en sus pensamientos.
Mirando en el bolso, Fi sonrió cuando vio una baya Meloc demasiado madura y tocó la primera de las dos Pokéballs que descansaba en su cinturón.
—Despierta, dormilona —urgió a su Weavile, Phantom, mientras emergía—. Tenemos un duro día de usurpación por delante.
Porque por supuesto, a eso se reduciría a pesar de sus esfuerzos por ser civilizada. Desde su encuentro en Año Nuevo, le había dado a Guzmán una semana para deliberar. Incluso se había ofrecido a construir a él y a su novia su propio hogar donde criar a su creciente familia en paz. Pero los hombres como Guzmán no respondían a demandas educadas. Solo a las de fuerza bruta.
—Weeee —bostezó Phantom, frotándose los ojos adormecidos con una mano con garras. El dialecto Weavile le llegó con la misma naturalidad que el lenguaje humano—. Es temprano.
Fi respondió en lenguaje de Absol, y le ofreció la baya extra madura, la cual hizo que las orejas de la pequeña se levantaran. Phantom amaba sus dulces. Tanto que se había ganado una notoria reputación asaltando panaderías y aterrorizando a los clientes en el Monte Plateado, donde nació. Pero Fi se lo había dejado claro: nadie le robaba el postre. Jamás.
Raven, su Noivern, se unió al equipo poco después, estirando sus grandes alas. Se reclinó hacia el lado de Fi, empujando su cara contra la mejilla de Fi, como solía hacer cuando todavía era una pequeña Noibat. Todavía calentaba el corazón de Fi.
—Tu favorita —dijo cogiendo una agria baya Pabaya para ella.
Cuando sus dos compañeras comían felizmente, Fi cogió una baya Tamate para sí misma. Hincó los dientes en la roja y madura fruta y disfrutó con ganas mientras el jugo picante caía por su barbilla.
Las fantasías de venganza estaban bien. Pero a veces también bastaba con disfrutar de los pequeños placeres.
—¡Noi! Avisó Raven. Con su oído absoluto captó el aleteo desde kilómetros de distancia. Minutos más tarde, Fi vio la silueta en el cielo de un Pidgeotto.
Agitado, cansado, aterrizó cerca. Su pecho se hinchaba y deshinchaba rápido tras el esfuerzo del viaje.
—Estás lejos de casa —observó Fi. Sacó un puñado de bayas de su bolso y se los ofreció al Pokémon cansado.
Pidgeotto estaba de acuerdo. Se tragó varias bayas y sus plumas se inflaban de felicidad todo el rato. Después, cuando tuvo el buche bastante lleno, se dio la vuelta y extendió una de sus patas. Una venda dorada brilló.
—Pidgeo-pidge —declaró—. Mensaje para Fi.
Fi ladeó la cabeza y miró más de cerca. Plegado en la venda había un pequeño cilindro con un rollo de papel en su interior con un sello postal desde Kanto.
Tenía que ser de Pierce.
Un poco de calor floreció en su pecho. No tan reconfortante como escuchar la voz de su mejor amigo. O tenerlo a su lado. Pero un consuelo de todos modos. Hasta que leyó la nota:
«Compartiendo una celda con tu madre. P.»
No lo era en realidad. Era un código. En el caso de que cualquier miembro del Team Rocket interceptara el mensaje, nadie salvo ella lo entendería. Cualquier mención de la bruja de su madre significaba problemas. Despiadados. Destructores de vidas. Problemas.
Fi sintió una descarga de náuseas. No por su desayuno picante. Se suponía que esto no tenía que pasar. Pierce debería haber estado a salvo en el cuartel general. Cuando la bomba de lodo golpeó el ventilador hace dos meses, yendo en contra de las órdenes de Giovanni, dándole un merger a su hijo y luchando con el chico en una batalla uno contra uno, ella había tomado el control. Por todo eso.
Actuó sin pensarlo dos veces. El Team Rocket era el hogar de Pierce. El proyecto de los mergers su descubrimiento. Ella no envidiaría su estabilidad, sin importar cuánto odiara a Giovanni. Solo que ahora Pierce estaba encarcelado y en peligro. ¿Se había metido en problemas de algún modo? ¿O Giovanni lo estaba castigando como una retorcida forma de vengarse de ella?
No importaba.
Se levantó rápidamente, su mente ya corriendo de nuevo.
—Gracias, amigo —le dijo a Pidgeotto—. Deberías volver al cuartel general tan rápido como puedas. Antes de que te echen de menos.
El Pidgeotto suspiró, mirando decepcionado al vasto océano.
—Te lo compensaré. Te lo prometo —dijo Fi. Y lo decía en serio. Claro, puede que no fuera lo bastante fuerte para destruir a Giovanni y todo lo que representaba todavía. Pero era más que capaz de joderlo un poco.
Fi trajo de vuelta a Raven y Phantom y empezó a correr al interior de la isla en dirección al puerto principal. Entonces se detuvo.
—Esto no ha acabado, Guzmán —juró al viento, esperando que le llevara el mensaje—. Así que disfruta jugando a ser el líder por ahora. Porque cuando vuelva, van a haber algunos cambios.
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Pierce yacía despierto en el duro catre, los ojos fijos en el techo de piedra de la diminuta celda. La vieja celda de Brock, si mal no recordaba. Debería estar enfadado o disgustado. Ser degradado a sujeto de pruebas era humillante. Y sin duda verse forzado a tener un merger y servir como un Pokémon de Giovanni no era exactamente cómo planeaba salir. Pero en su lugar, Pierce sonrió ante el retorcido sentido de la ironía del jefe.
Esto era el Team Rocket. Solo había criminales. Y los criminales no eran una raza leal. Punto.
Hasta Fi se había ido. No es que tuviera elección. El Jefe los había condenado a los dos por ir contra sus órdenes y manipular a su hijo. Pero Fi ya tenía un merger y, por consiguiente, no tenía más importancia.
Cerró los ojos, cansado, imaginando su cara en su mente. La única persona a la que de verdad echaría de menos. Al fondo del pasillo se escucharon pisadas de algún subordinado. Había llegado su hora. No había motivo para desanimarse. Se preguntaba qué merger elegiría el Jefe para él. Independientemente de lo que fuera, estaba claro que el porcentaje sería alto. Eso lo sabía de sobras. El jefe se había asegurado de decírselo.
—Tengo curiosidad por ver dónde termina de verdad la humanidad —dijo. Puede que fuera lo mejor después de todo el caos que había desatado. Con un poco de Suerte, ni siquiera recordaría haber sido humano.
Se oyó el tintinear de llaves en la puerta de su celda.
Pierce obedeció como de costumbre, manteniendo los brazos en el aire y extendiendo las manos sobre la pared con cuidado. Intentó ubicar la ronca voz del subordinado sin éxito. Tampoco es que hubiera llegado a conocer a sus subordinados, ni siquiera los más humildes. Ahora se arrepentía de ello. Sin amigos significaba que no había rescate en el último minuto.
El subordinado le encadenó las manos y lo empujó por la puerta con más fuerza de lo necesario. Como si esperara que pusiera resistencia en cualquier momento. Lo había considerado. Por un momento. Pero ¿por qué pasar sus últimos momentos como humano actuando como un salvaje? Ya tendría tiempo para ese una vez fuera un híbrido. Y tendría más poder a su disposición para ello. Preferiblemente en la dirección de la cara engreída de Giovanni.
Sí. Eso sería bastante entretenido.
Reflexionando sobre las distintas mega evoluciones y, más importante, los potenciales ataques que por ende sería capaz de desatar hacia el viejo arrogante, Pierce no se dio cuenta la extraña ruta que el subordinado detrás de él había elegido seguir. No hasta que lo condujo por un túnel de mantenimiento, bajando seis pisos de escaleras mal iluminadas, y directos hacia el polvoriento armario de los conserjes que había olvidado que siquiera existía.
Pierce parpadeó.
—¿Qué? ¿Qué está pasando?
El subordinado le quitó las esposas.
—¿Tú qué crees? Te estoy rescatando, idiota.
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La cara que puso Pierce cuando Fi se reveló no tenía precio. En serio, ¿estaba tan sumiso en su propio lamento que no pudo reconocer su voz a través del pobre, aunque pasable disfraz? Ella sonrió, captando la expresión de tonto del señor sabelotodo.
—Tú… —tartamudeó hasta recuperar la voz—. ¡Has vuelto!
—No suenas muy sorprendido. ¿De verdad creías que permitiría a Giovanni tener la satisfacción de convertirte en su nueva mascota con tu propio invento?
A Pierce se le escapó una risa seca.
—Y yo que pensaba que era porque me echabas de menos.
—Nunca dije lo contrario. —Fi golpeó el hombro de Pierce de manera juguetona antes de sacar de debajo de la camiseta un portátil compacto hábilmente oculto a lo largo de su pequeña espalda—. ¿Qué me dices? —preguntó—. ¿Puedes encargarte de la seguridad?
Una sonrisa se dibujó a lo largo de la cara de Pierce. Una que decía que se había deshecho de su lamento a la velocidad de un Talonflame.
—Haré más que eso. Tengo un virus que borrará su sistema entero.
—¿Oh? —los ojos de Fi brillaron—. ¿Y cuándo plantaste esa pequeña monstruosidad?
—Tan pronto como tuve acceso de ejecutivo —respondió Pierce. Cuando Fi levantó una ceja, él añadió con un encogimiento de hombros—: ¿Qué? Que trabajara para él no significa que confiara en él.
Fi resopló.
—Supongo que eso nos hace dos. —Se dio la vuelta y deshizo una rejilla en la pared, exponiendo el primero de muchos túneles por el que se había colado cuando su laboratorio todavía estaba en construcción. Pierce asintió en agradecimiento mientras ella lo guiaba por el oscuro pasillo—. Ocúpate de sus archivos. Yo iré a por el resto de objetos de valor. Entonces, cuando dé la señal, reúnete conmigo en la azotea con un helicóptero.
—¿Cuál será la señal?
La sonrisa de Fi se expandió más.
—Oh, lo sabrás cuando pase.
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Los planes de Giovanni estaban dañados, pero no rotos. Nunca estuvieron rotos.
Cuando algo no había ido como se esperaba, no se enrabietaba cual niño pequeño. Reunía todo lo que pudiera de la situación y formulaba una nueva estrategia. Así que cuando su hijo arruinó tan brillantemente sus planes de manipulación mediante un merger con Banette, evaluó primero lo positivo de la situación. Uno, Ash había demostrado ser bastante brillante con los engaños. Dos, había descubierto varios puntos débiles en el Team Rocket que le permitió hacerse con un merger en contra de la voluntad de Giovanni. Puntos débiles que ya estaban siendo corregidos, si no es que ya lo estaban. No es que Giovanni fuera a tolerar que Ash se escapara sin rendir algunas cuentas. Una vez todo arreglado, llamó al muchacho a su oficina a primera hora de la mañana.
—Estamos a pocos meses de tu aprendizaje de tres años conmigo —dijo—. Una de las primeras condiciones que puse en nuestro pequeño acuerdo fue que no darías a ninguno de mis subordinados órdenes contrarias a las mías. Sin embargo, aquí estás sentado con un cincuenta por ciento de ADN Pokémon a pesar de mi intención de que sigas siendo plenamente humano. Explícame por qué nuestro contrato no ha sido ya violado.
Ash se puso de pie frente al enorme escritorio de Giovanni, extrañamente calmado. Una de las cosas que había hecho el merger fue suavizar de forma sustancial sus hiperactivas emociones. Todavía existía su pasión, pero era capaz de contener sus instintos de gritar y seguir adelante cuando sentía algo fuerte.
—Pregunté por un merger, no exigí ni ordené uno —dijo Ash—. Y tú nunca me dijiste directamente que no pudiera tener uno. Cuando Pierce se negó, lo habría dejado así. Pero la exagente Fiora intervino e insistió en dejarme tener uno.
Ah, sí, la agente Fiora. Había sido uno de sus puntos débiles. Pero ese era otro tema. Sospechaba que Ash no estaba siendo del todo honesto sobre su inocencia. Pero de nuevo, si había aprendido a decir una buena y adecuada mentira en todo este proceso, era un plus.
—Entiendo —dijo Giovanni. Se reclinó sobre la silla—. Bien, no veo razón para anular nuestro acuerdo. ¿Por qué no te sientas por ahí? —señaló un segundo escritorio que había ordenado traer a la sofisticada oficina (un lugar sin espacio para más mobiliario). Se sentó contra la pared adyacente a la suya, lo bastante lejos para dar una sensación de privacidad mientras daba muy poca en realidad. Sobre el escritorio había un elegante ordenador negro acentuado con un brillante rojo Rocket.
Ash se sentó en la cómoda silla y se sorprendió cuando se comenzó a hundir en ella.
—Adelante, despierta el ordenador —le dijo Giovanni.
Ash obedeció y el sistema zumbó. La pantalla en blanco se iluminó para enseñar una docena de ventanas con diversas fuentes de video por todo el Gimnasio de Ciudad Verde y sus instalaciones secretas bajo tierra.
—Bienvenido, señor Ketchum —dijo el sistema en un tono robótico, sorprendiendo a Ash una vez más.
—No hay nada de que preocuparse —aseguró Giovanni—. Solo es un simple programa de reconocimiento facial. Tu expresión en un poco única, por lo que es bastante fácil de distinguir.
Ash bajó la visera de su gorra sobre sus ojos rojos como los de un Banette. Todavía consciente de sí mismo, al parecer. Una lástima. Se veía aterrador, y era una pena que no lo utilizara.
—Si no te importa, me gustaría que hoy echaras un ojo a las transmisiones de seguridad —dijo Giovanni—. Algunos de nuestros subordinados han estado… faltando en esta área.
Ash asintió, aparentemente aliviado de que Giovanni no esperara que realizara ninguna proeza técnica. Examinó cada una de las transmisiones, anotando donde estaban las cámaras y lo que ocurría.
Giovanni se sentó en su propia mesa, tecleando puro galimatías en un procesador de textos. Había una pila de documentos a su lado, todos con errores de impresión y destinados a la papelera. Pero por ahora, era bastante útiles. En ocasiones se levantaba, cogía unos cuantos y los añadía a una carpeta vacía en el archivador ubicado al lado de Ash. Cada vez que se movía por la sala, Giovanni hacía un pequeño comentario, incitando a Ash a responder y bajar la guardia.
Giovanni sabía cómo conseguir las respuestas correctas, y por las siguientes horas, averiguó bastante información valiosa. Por un lado, Misty seguía siendo bastante peleona, incluso hablaba con regularidad de sabotaje. Sin embargo, había disfrutaba de cuidar a los Pokémon acuáticos, en especial al híbrido que solía ser el antiguo Meowth parlante de Giovanni.
Al otro lado del espectro, Brock se retraía más y más sobre sí mismo. Su alto porcentaje de ADN Pokémon parecía pasarle factura. Si Giovanni no conseguía que alguien hiciera lo que quería —ya fuera por depresión o una obstinada tozudez—, podía resultar problemático. Puede que tenga que relajar un poco las sesiones de entrenamiento de Brock y darle más libertad. Por suerte, ambos exlíderes de Gimnasio seguían los pasos de Ash. Mientras él deseara que el acuerdo continuase, ninguno abandonaría el Team Rocket por mucho que lo odiaran.
Pero el descubrimiento más optimista de Giovanni era la opinión que tenía Ash sobre él. Los Pokémon fantasma del Team Rocket habían manipulado al joven bastante para que su odio inicial hacia él desapareciera. Se habían reemplazado suficientes malos recuerdos para darle una oportunidad. No le gustaba a Ash ni confiaba en él, pero hasta ahí terminaban las tensiones entre los dos. De modo que, si la sucesión de Ash se limitaba a meros problemas de confianza, Giovanni podía trabajar en eso. Tenía que cambiar sus planes un poco más de lo que le gustaría, pero podía lidiar con ello.
La mañana continuó sin incidentes hasta justo antes de la hora de comer.
—Esto… ¿Giovanni? —Ash levantó con torpeza el brazo como un niño en una escuela de entrenamiento Pokémon—. Creo que algo va mal con el ordenador.
—Pues llama a un técnico —respondió Giovanni con poca paciencia. Estaba de pie junto al archivador siguiendo el menú para un restaurante de marisco que en teoría servía un excelente palto de cola de Slowpoke de Bahía Azul.
Ash no se dirigió al teléfono.
—Sí, ya… pero creo que quieres ver esto. —Señaló tímido con una de sus puntiagudas garras el monitor.
Giovanni se acercó. La ira se llenaba en sus venas mientras miraba la imagen en el monitor de Ash, un dibujo caricaturesco de un Absol guiñando el ojo y sacando la lengua. Una serie de poco creativos insultos salieron de su boca a medida que se dirigía a su ordenador y se encontró con la misma imagen. El teléfono sonó justo antes de que estallara en una diatriba.
—¿Sí? —ladró.
—Esto… ¿señor? —tartamudeó el subordinado al otro lado de la línea—. Tenemos un pequeño problema en el…
—¡Lo sé, ya me he percatado del problema! Y me gustaría saber cuál es vuestra idea para solucionar…
¡Bam!
Esta vez fue a Giovanni a quien interrumpieron. No por una persona, sino por una fuerte explosión que sacudió el edificio entero. El lejano olor del humo quemó sus fosas nasales.
Ash se levantó.
—¿Qué ha sido eso?
En vez de responder, Giovanni se apresuró hacia la ventana, solo para ver humo y llamas saliendo de las antes discretas instalaciones escondidas detrás del Gimnasio de Ciudad Verde. El laboratorio de los híbridos.
—¡No! —gritó.
—¡Es terrible! —repitió Ash—. ¿Qué hay de los Pokémon?
Por supuesto, el chico se preocupó más por el bienestar de los Pokémon. Lo que le preocupaba a Giovanni era la considerable inversión financiera. Pero por una vez, estaban de acuerdo. Ash corrió hacia la puerta, pero se abrió antes de que pudiera alcanzarla. Dos administradores del Team Rocket irrumpieron en la sala, los que Giovanni había elegido para reemplazar a los dos traidores que había erradicado. El primero era Lexi, un usuario de tipo planta de pelo oscuro y liso y una tez similar a la de Brock. El segundo era Kyle, un usuario de tipo siniestro de cabello largo hasta los hombros y complexión más cercana a la de Misty.
Kyle era una especie de entrenador de fuerza bruta, así que Lexi fue quien se hizo cargo.
—¡Jefe! ¡Afuera! —dijo señalando arriba mientras se acercaba a la ventana. Giovanni se dio la vuelta y se inclinó para tener una mejor vista del cielo.
Un helicóptero pasó. Y en el interior, Giovanni pudo distinguir con nitidez al exagente Pierce en el asiento del piloto, sonriéndole con orgullo. El vehículo se volteó y la exagente Fiora se plantó en la puerta abierta cargando con un saco lleno de Pokéballs sobre su hombro.
—Tenemos un primero plano de las cámaras de seguridad —dijo Lexi—. Tiene…
—¡Tiene las jaulas con los híbridos! —gritó Kyle por encima de ella.
Como si de alguna forma los hubiera oído, Fi realizó un gesto obsceno y Giovanni gruñó en frustración. El helicóptero volvió a darse la vuelta y empezó a alejarse. Para cuando Giovanni pudiera enviar a alguien tras ellos ya les habrían perdido de vista.
—Vale, le daré puntos extra por una huida espectacular —dijo Kyle—. Pero eso ha sido grosero.
