Hola! Este capítulo viene con una semana de retraso y es más un puente entre la trama, oops. Aún así gracias por el apoyo :D
Advertencias: muy leve descripción de escenas sexuales (MinaHina).
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Al siguiente día de dejar la nota dentro del libro, Hinata despertó con la información de que por ese día recibiría la visita del médico del Palacio; otra revisión luego de su pequeña anterior mentira para poder quedar libre del pedido del Emperador pocos días antes cuando esperó por Sasuke en su segunda vez.
Su mentira, no obstante, no podría ser usada en las siguientes veces. Hacer creer que su estado de salud de súbito había desmejorado semanas después de llegar al Palacio, podría crear sospechas sobre ella o simplemente la señalarían como una mujer no apta para seguir compartiendo cama con el Emperador.
Por otro lado, además, recibir visitas más frecuentes del señor Orochimaru no estaban dentro de sus propios deseos.
El hombre no era del todo una buena compañía, después de todo. Con muchísimo mayor poder que ella y un aura que destilaba secretos, Hinata incluso podía sentir un escalofrío casi tan parecido como los que surgían en ella frente a Madara. Afortunadamente, cada revisión médica se hacía con una de las damas del Palacio presentes.
De esa forma, Hinata arrodillada en la suave alfombra de su propia habitación y con una baja mesa entre ella y el hombre, mantenía su brazo estirado mientras él verificaba sus ánimos. La joven quien la ayudaba tenía la cabeza baja en espera por posibles instrucciones, y cuando el médico por fin quitó sus largos dedos de la muñeca de Hinata, se dirigió a aquella.
—Trae té de hierbas rojas —dijo en su sombría voz, su mandato desde luego dirigido a la doncella que le servía ahora a la favorita del Emperador.
La joven levantó un poco la cabeza, sorprendida de las palabras del hombre porque implicaban tener que salir ella misma de esa habitación; afuera habian otras dos jóvenes que como era usual durante el día, habían sido dispuestas al servicio y cuidado de la señorita Hyūga, desde el momento en que se despertaba hasta acompañarla por los pasillos a sus obligaciones; sin embargo, la instrucción de médico del Palacio, aunque no tan clara, no señalaba que ella pidiese el té a alguna de las otras jóvenes al otro lado de la puerta. Yūgao, como se llamaba, la joven, había escuchado las suficientes órdenes en ese Palacio para entender que el Sanin estaba requiriendo que su presencia se esfumara, ya fuese que en realidad sí saliera de la habitación y murmurara a alguna de las otras porque trajese la bebida, o ya fuese porque ella misma se dirigiera a una de las cocinas reales.
Dio una corta reverencia, sin conectar miradas con Hinata Hyūga. No era algo usual dejar a solas a un hombre y una mujer, sin embargo, sin real posibilidad de protestar por ello, Yūgao giró sobre sus talones y se dirigió a la salida. Procuró no irse del lado de la puerta al otro lado, mandando a otra por el té y concentrada en atender el más mínimo llamado de vuelta.
Hinata por su parte retrajo hacia ella ambas manos, su corazón latiendo más rápido cada vez, en su cabeza barajándose más de un escenario de lo que posiblemente el hombre querría habiendo pedido estar a solas con ella. Era obvio que nada relativo a su estado ánimico. ¿Había descubierto algo? ¿Quería sutilmente amenazarla? ¿Podría acaso, en la revisión que acababa de hacer, saber si había estado con otro hombre diferente al Emperador?
Orochimaru chasqueó la lengua, cruzándose de brazos y echándose ligeramente hacia atrás.
Hinata no pudo verlo a la cara, tampoco pudo ver cómo en su rostro se extendía una sonrisa para nada amigable.
Orochimaru por su lado, un hombre acostumbrado a ser señalado como una escoria y al mismo tiempo un sabio, siempre le resultaba infinitamente grato infundir miedo en los demás, incluso aunque en los últimos años como médico personal del Emperador hubiese quedado relegado a ser quien procurara entregar medicina a las mujeres con las que el Emperador retozaba en cama para evitar que se embarazaran, su nombre puesto en el Fortis Pugna pareciendo más algo protocolario que otra cosa.
No obstante, en las últimas largas semanas, su ego había vuelto a incrementarse. El Emperador había permitido su presencia en más reuniones, incluso no negado su participación en decisiones —por muy nimiedades que fuesen— con otros políticos. Nada de eso, por supuesto, le había quitado la inmensa ventaja que Madara tenía sobre el Palacio, ni su muy posible ascenso al trono en cuanto el Emperador pereciera y Orochimaru decidiera alejarse lo más posible de las fronteras de Konoha, más allá del mar tan pronto como su propio plan de huida lo permitiese.
Lo que más apreciaba Orochimaru era su propia vida, después de todo. Los demás a su alrededor podrían morir.
Esto no evitaba, por supuesto, tener algo de diversión.
—Has sido como una bendición para esta jaula de oro, ¿no es así, princesa? —dijo él, una mezcla de elogio y evidente burla hacia ella. Las princesas no se abrían de piernas a su Emperador a menos que estuvieran casadas con él—. A pesar de que cuando se me fue pedido traerte acá, en palabras del Emperador me fue mencionado que tu presencia podría levantar asperezas.
Hinata frunció el ceño, insegura de qué respuesta dar a eso, apenas diciendo un bajo «Sólo estoy para servir» y optando por mantenerse lo más que pudiese en silencio.
Para Orochimaru, viéndola así con su ojos fijos sobre la vacía superficie de la mesa y callada, le hizo alargar su sonrisa, seguro ahora de que esa aparente inocente e ilusa imagen era una total farsa. Desde que el Emperador Minato le había ordenado a él configurar la llegada de la joven Hyūga al Palacio, Orochimaru podía casi que saborear en su lengua la traición manchando poco a poco el dorado de aquellas paredes, y que ahora Orochimaru dudaba fuese un oscuro plan del clan Hyūga.
Debían ser Kakashi Hatake y compañía, incluso aunque ni por una primera vez el hombre y la concubina hubiesen cruzado miradas en el Palacio, ni aunque Madara hubiese tratado de mantener lejos de su territorio cualquier alteración que apestara a traición y se interpusiese en su camino.
—¿Sabías, mujer, que en una villa no tan alejada de aquí, las semillas serán vendidas en la primavera a los campesinos por un mayor precio que la estación anterior? ¿Sabes qué tanto? —Hinata por fin elevó su cabeza, el ceño fruncido aún apoderándose de su agraciado rostro; Orochimaru soltó un elaborado suspiro. No importaba qué tanto fuera el precio, era aún muy pronto para elevar cualquier precio, más aún considerando que la capital se encontraba en aparente estable riqueza—. Bueno, es algo que sólo Madara conoce.
Claramente no era algo que sólo el hombre conocía. Todo posible señor de tierras debía saberlo, al igual que aquellos que guardaban las semillas durante el invierno, y quienes las transportaba y vendían.
En un lugar como el Palacio, siempre habrían épocas en las que la más sensata relación que hacer con los hombres afuera de sus paredes era el intercambio de dinero, monedas de oro que irían a las arcas privadas de los interesados.
—Me pregunto cuántas villas más hay con ese pequeñísimo problema… Pobres plebeyos, no saben más que hacer y por tanto, para no caer en total miseria, obtienen semillas un poco más baratas de otros misericordiosos nobles… Y quienes no buscan esa protección y compran las semillas legales, ofrecen a cambio algo de la tierra que aún tienen. No suena del todo justo, ¿cierto, princesa?
El tono del hombre podría parecer ingenuo pero sólo detallaba que sus señalamientos eran verdad.
Hinata entonces por fin habló a pesar de que en sus orejas un agudo pitido se dio lugar.
—S-Señor Orochimaru, incurrir…
—Pareciera como si se le robara al pueblo, ¿no es así? —Orochimaru intervino antes que ella—. Puede ser, pero supongo que hay que confiar en el señor Madara Uchiha; él, de todas formas, no puede estar ofreciendo lazos que preocupen al Emperador. Además, quizá incurrir en la infamia de… actos que pueden catalogarse como vicios, puede que sólo sean para salvaguardar al Imperio.
Hinata entonces entendió que él no esperaba respuesta alguna de ella y se limitó a asentir con la cabeza. Esto, sin embargo, no reducía el hecho de que un alto miembro de la Corte acaba de confesar un gran secreto de corrupción del cual Madara tenía conocimiento, quizá que él mismo había dado su visto bueno para ser elaborado por otros corruptos hombres.
Las manos de Hinata se apretaron un poco. Justo como Sasuke y Shikamaru habían dicho, el Emperador estaba desinteresado en conocer a profundidad lo que pasaba más allá de las altas paredes del Palacio; incluso lo que se formaba dentro de ellas.
—Tú padre sabía este tipo de cosas —prosiguió Orochimaru luego de una breve pausa.
—¿Señor? —de inmediato cuestionó ella. El té por supuesto no sería traído, no hasta que el médico del Palacio concluyera lo que realmente había decidido hacer en su visita.
—¿Por qué te sorprende, jovencita? Creería que antes de la acusación de Hiashi por traición, creciste aprendiendo que muchos admiraban a tu clan y que tú, como su primera hija, debía hacer todo lo que estuviera a su alcance para mantener su honor… Bueno, nadie por supuesto puede vivir sin culpas, pero siempre fue sabido que el señor Hiashi tenía una fuerte convicción sobre su honorabilidad y miraba con desprecio la vileza. Esto, por supuesto, lo llevó a remover su propia tumba, haciendo que muchos otros odiaran al clan Hyūga; muchos hombres de tierras y políticos.
—Mi padre, según esas características que le ha resaltado usted, es evidente entonces que no cometió traición —señaló Hinata con seriedad.
—Oh, estoy de acuerdo —respondió el hombre.
—Sólo estaban esperando una oportunidad —dijo ella sin pronunciar todo lo que su mente realmente había concluido más con la afirmación del médico: su padre había sido firme con actos viciosos, renegando posiblemente los deseos de otros poderosos nobles y políticos buscando llenarse aún más de oro. Estos hombres no habían petañado ni un segundo antes de apoyar los señalamientos que habían recaído en contra de Hiashi Hyūga. Madara tuvo que ser quien simplemente aprovechó más la situación.
Hinata recordó como tiempo atrás Sasuke le había dicho que su tío consideraba su mayor logro posicionarse como la mano derecha del Emperador, no sólo por la posición como tal, sino por habérsela arrebatado al líder del clan Hyūga; esto cobraba mayor sentido si desde siempre había existido una silenciosa pelea debido a la moralidad de cada hombre.
Ahora bien, las palabras de Orochimaru no podían ser una ofrenda de nueva alianza, ni siquiera era lógico que se permitiera dejarle saber a ella tal información.
Esto era muchísimo más importante que un rumor de palacio. Era un real primer paso para buscar la caída de hombres en poder resguardados entre aquellas altas paredes. Orochimaru había dicho que las semillas serían ofrecidas con un precio más alto en la siguiente primavera, precios que sin duda serían distintos a los registrados en libros contables, con campesinos ajenos a dichos números y palabras escritas. Claro, no habría por ahora evidencia alguna, sin embargo debía existir registros de años pasados.
Kakashi Hatake podría tener acceso a donde estuvieran dichos libros guardados, y si no lo estaban, entonces podría servir de alarma para fomentar algo de caos en el Palacio.
La mente de Hinata, sin embargo, estaba totalmente concentrada por ahora en un sólo pensamiento: su padre realmente no había sido un traidor.
—G-gracias… —susurró ella volviendo a bajar sus ojos, queriendo evitar que él viese en ellos cómo se humedecían un poco. Alivio y desolación la estaban abrigando justo ahora.
—Dile a los otros que renuncien a mi muerte si logran poner un cuchillo en mi garganta —dijo entonces Orochimaru, su voz sin rebajar un poco el tono sombrío con el que había tratado desde un inicio a la concubina del Emperador, Incluso ahora su sonrisa pareciera agrandarse más—. Todos ustedes odian a Madara, pero dudo que realmente me odien a mí… De todas formas han sido muchos los susurros que por años Madara ha podido enunciar cerca al Emperador; por mi parte me gustaría que Kakashi Hatake me dejara con vida. Esto en el caso que no muera antes que yo. —Hinata no pudo evitar abrir sus ojos en sorpresa y temor, evidentemente admitiendo con su expresión que el hombre había acertado en decir un nombre.
»Pero me pregunto… ¿no será todo sus esfuerzos en vano? Podría apostar que sus cabezas rodarían antes de que incluso la primavera llegue. Madara Uchiha siempre ha sabido mover sus fichas: cuando algún noble del cuerpo militar empezaba a ganar reconocimiento no sólo entre sus pares sino que fomentaba murmullos en la ciudad e invitaciones a tierras extranjeras, Madara se atrevía a decir algo como "Las victorias repetitivas de ese hombre hipnotizan a los más ignorantes, a aquellos que le deben su total compromiso a usted, su Alteza. No deberían elogiar así a alguien ajeno de la sangre real, a alguien burlándose de la Corte prefiriendo pasar más tiempo afuera que aquí". Así, no lo creerás jovencita, Madara pudo desechar cualquier competencia más joven que él; así fue cómo alejó la prodigiosa mente de Kakashi Hatake lejos de su puesto ganado como mano derecha del Emperador.
»O cuando mi viejo amigo el Viejo Jiraiya había cometido uno que otro vergonzoso pequeño acto en sus viajes, Madara había citado que lo correcto era ejercer estrictamente la ley de Konoha incluso en otro Sanin como él, incluso en nimiedades como pasar la noche con dos mujeres, por mucho que esas leyes fueran tan antiguas. En un joven Emperador habría bastado manipular a través de posibles celos hacia otras figuras igual de jóvenes pero más fuertes y bellas, o el temor que sintiese por la experiencia de los más viejos; pero Minato Namikaze siempre ha sido un hombre de conocimientos, y por tanto Madara había tenido que recurrir a extensos libros y vieja historia para parecer un consejero que siempre decía la verdad, un consejero hacia quien su Emperador nunca dudara porque recitaba lo que su padre y su abuelo y todos los gobernantes antes de ellos habían firmado con su propio puño y letra; así fue cómo alejó la entonces respetada figura del Viejo Jiraiya, desterrado lejos de la ciudad y lejos su puesto ganado como mano derecha del Emperador.
Hinata miró por un momento hacia la puerta cerrada de su habitación.
Toda esa sesión se había convertido en un innegable encuentro de traición, por él hablar y por ella escuchar hasta ahora sin interrupción. Internamente rogó porque la voz del hombre no traspasara la distancia ni el material que había entre ellos dos y las jóvenes afuera.
—Me pregunto cómo intentará deshacerte de ti…
En ese punto el corazón de Hinata se contrajo.
—¿Qué quiere de mi… a cambio de todo esto que me ha dicho?
—¿De ti? Nada, ¿en qué podría servirme una joven de un clan en desgracia? Pero soy serio en algo: dile a los otros que renuncien a mi muerte si logran poner un cuchillo en mi garganta.
Hinata decidió creerle, no tenía nada más en contra del hombre que su precaución hacia él sólo por su aspecto y maneras de comportamiento.
—Señor, les diré, lo aseguro; y siempre estaré agradecida con usted por lo que ha asegurado de mi padre.
—Pudo haber sido algo más, no sólo codiciosa naturaleza humana —dijo él por fin levantándose, dando un evidente gesto de que su tiempo con ella había acabado, llevándose sus explicaciones lejos de Hinata—. ¿Pero qué podrías entender tú, joven Hyūga? El mundo no está preparado todavía para entender la filosofía de las ciencias ocultas, mucho menos que existen poderes escondidos en el hombre, capaces de hacer de él un dios en la tierra.
Esto atrajo de nuevo la atención de Hinata hacia el médico, sus brillantes y opacos ojos fijándose de nuevo en él a pesar del aspecto que debía estar dándole.
—Eso es… es profanación. ¿Q-qué podría ver eso conmigo o la memoria de mi padre? —No obstante, antes de acusar de algo al hombre, una escalofriante sonrisita se escapó de la boca del médico Orochimaru.
—¿Ya lo he dicho, ¿qué podrías entender tú?
Con esa última pregunta que había de nuevo sonado a insulto, Orochimaru llamó por la joven Yūgao que entró sin demora sosteniendo una bandeja con el té pedido. Sólo pausando para hacer una corta reverencia, caminó hasta arrodillarse al lado de Hinata con la excusa de ofrecerle la bebida.
Era como si silenciosamente le estuviera preguntando si todo estaba bien, incluso aunque los ojos de la concubina del Emperador reflejaban que habían lagrimeado un poco.
Hinata le aseguró que todo estaba en orden, y cuando vio la espalda del médico perderse fuera de la puerta de la habitación, ella por un momento sopesó la idea de quizá mostrarle al hombre el pequeño libro que había encontrado en la biblioteca y las escrituras hechas sobre él; un hombre como él seguramente podía distinguir al menos en qué lengua estaban redactadas, o si incluso sólo se trataba de garabatos para entretener la lectura de algún niño.
Desechó pronto la idea. Había cosas más importantes en las que enfocarse.
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Esa noche, luego de que el Sanin le había asegurado al Emperador que no había nada malo en la salud de su más apetecida compañera, y que la incomodidad de algunas noches atrás probablemente se había debido al cambio de estaciones, Hinata volvió a encontrarse desnuda en la cama real del poderoso rubio.
—Los platos del Palacio, su Alteza, son los mejores siempre… —dijo ella como un elogio, incluso aunque ahora no se encontraba frente a un gran banquete sino a pequeños platos con coloridos dulces que compartía ahora con el Emperador.
El hombre apenas le sonrió, un bocado ya en su boca que se derretía con cada toque de su lengua.
Lo siguiente que Hinata dijo fue acerca de las frutas que traían al Palacio, las más deliciosas que nunca había ella probado. Y el pan, tan suave y esponjoso. Y el arroz y el vino. Exaltó el arduo trabajo que debían hacer los demás para complacer al paladar de su Emperador, nombrando muy efímeramente todos los colores que se imaginaba debían ser las semillas que tantos otros sembraban.
—Podría ordenar que ordenara una visita al campo —dijo entonces el Emperador.
Hinata, enfocando sus ojos en él y antes de transmitir extrañeza en ellos, se acercó lo suficiente a él y lo besó con suavidad en su mejilla.
La cercanía, aunque no había sido su intención, bastó para que el hombre llevara una de sus manos a acariciar bajo sus pechos, y desplazar su caricia hasta llevar dos de sus dedos a pellizcar un pezón, endureciéndose bajo su continua atención.
Así, el Emperador empezó a besarla en el lóbulo de una de sus orejas.
—M-me encantaría, Alteza —susurró Hinata, y sin pensarlo tomó la mano libre del hombre y la llevó hasta su boca, lamiendo tres de sus dedos, su lengua enroscándose en ellos, mordiéndolos suaves, en poco tiempo metiéndolos y sacándolos de su cálida boca casi emulando lo que podría hacerle a la intimidad de ella.
—Eres un ángel —dijo con profunda voz él antes de hacerla caer sobre la suavidad de la cama y ubicarse de nuevo esa noche entre las piernas de ella.
Para Hinata no había por ahora otra cosa más que susurrarle al Emperador. Su pequeña mención sobre las semillas no se elaboraría más porque señalar a Madara o conectar cosas que el hombre encima de ella era ajeno, no parecía tan útil como sí era esperar para avisarle a los demás lo que se le había sido confiado a ella.
La posible visita al campo, desde luego, sólo sería a algún hermoso punto natural sin escenarios que alarmaran al Emperador, sin muestras de esa evidente brecha entre el Palacio y afuera.
Pero, quizá, la siguiente vez que el Emperador escuchara las palabras «semilla», «frutas» o «trigo» se acordaría de esa noche con ella, de cómo ahora movía sus caderas en un vaivén lento con él, abriéndose a la dureza de su nueva erección, ella gimiendo con necesidad mientras él empujaba más y más adelante con fuerza y lentitud profunda. Quizá, cuando otros hablaran sobre semillas, por fin llamarían la atención del Emperador para mala fortuna de Madara.
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Próximo capítulo, tercer encuentro SasuHina con mucho sudor, besos y lágrimas.
