Resurgimiento

El invierno, blanco y tempestuoso, azotaba con fuerza distintas partes del globo. En algunas de ellas predominaba la nieve, manto escarchado y puro que servía de inspiración para muchas mentes creativas, mientras que en otras reinaba la incesante lluvia, retrato de algunos corazones sumergidos en el frío desconsuelo o presas de algún recuerdo difícil de olvidar.

San Petersburgo, ciudad de belleza arquitectónica y cultura en contraste, observaba impasible la última nevada de la temporada. Su cielo oscurecido le daba un aspecto melancólico al paisaje, pero a pesar de ello no dejaba de ser un lugar mágico, cargado de identidad y lleno de gente trabajadora que demostraba día a día su orgullo por pertenecer a esa tierra bendecida que tantas alegrías les ha brindado, incluso después de grandes tormentas.

Siempre se mostró abierta para recibir a propios y extraños con su dulce y particular carisma, algo que por tantos años fue su distintivo y más ahora con el ascenso obtenido en varios ámbitos que, si bien para algunos no eran destacables, para la gran mayoría representaban un poderío difícil de ignorar.

Pero ¿por qué se hace una mención tan precisa y honoraria de esta pequeña parte del mundo? Pueden existir diversas razones, pero para este caso en particular solo una es rescatable.

Y está asociada a nuestra querida protagonista.

Después de superar aquel momento complejo y para nada memorable, Mikasa decidió tomarse un tiempo para poner en orden su cabeza y planear lo que haría a partir de entonces en lo que se refería a su carrera. Como muchos se lo habían dicho, todavía le faltaba un largo camino por recorrer, pero decidió llevar las cosas con calma y no apresurarse, por lo que primero se fue de vacaciones a Hokkaido y se olvidó, por un instante, de su fama, siendo simplemente ella misma.

El cambio de aires la ayudó mucho y renovó sus energías por completo. También le sirvió para sanar su interior y no dejarse llevar por pensamientos repentinos que la atacaban de vez en cuando y amenazaban con perturbar la paz que tanto le costó recuperar luego de su quiebre emocional.

Fueron días realmente medicinales, y ello permitió que volviera a Kioto con mayor entusiasmo para hacer algo respecto a su principal prioridad: los entrenamientos.

Con el fin de no perder la forma, continuó patinando por su cuenta y asistiendo a los llamados que Erwin o Hange le hacían frecuentemente. Estuvo muy agradecida con ellos por eso, pero sabía que no podría durar para siempre, por lo que se dedicó a buscar otras opciones durante sus ratos libres.

Dado que el ámbito del patinaje a nivel mundial había crecido sustancialmente, las alternativas disponibles no faltaban. Resultó bastante complicado elegir alguna de ellas, y si bien llegó a considerar que lo mejor sería quedarse en Japón, sus planes dieron un giro inesperado cuando un día de esos, luego de regresar del trabajo, su madre le entregó una carta que había llegado hace pocas horas.

Por un instante se puso tensa, y no era para menos ya que ese tipo de medio de comunicación se había convertido en su menos favorito por todo lo sucedido en los últimos meses, pero al voltear y reconocer un sello particular, se relajó un poco y se retiró a leer el contenido en su habitación.

Sentada en su cama, repasó pausadamente las líneas que ahí se exponían, terminando su lectura con una expresión indescifrable que no la abandonó por los próximos sesenta segundos. Volvió a leer la carta un par de veces más, y cuando estuvo segura de que lo que estaba ahí expuesto no era una ilusión, salió corriendo de su habitación y se lo comentó a Azumi y Elías, evidenciándose en su tono una mezcla de incredulidad y emoción contenida en ascenso.

Resulta que aquella carta no era nada más que una invitación realizada por la Escuela Superior de Patinaje sobre Hielo de San Petersburgo. Catalogada como una de las más poderosas al igual que la de Estados Unidos y Canadá, ha sido la cuna de grandes patinadores en las cuatro categorías predominantes, demostrando de esta forma el nivel competitivo que posee y que le ha dado el privilegio de llevarse incontables medallas de oro, plata y bronce en todas las competencias a nivel mundial.

Era una escuela que se dedicaba exclusivamente a la formación de deportistas nativos de Rusia, por lo que fue una gran sorpresa para Mikasa el haber sido considerada para entrenar allí, junto a otras estrellas.

Oportunidades como esa no se daban dos veces en la vida. Eso lo sabía muy bien, así que no tardó en dar una respuesta después de recibir las felicitaciones de sus padres, quienes se mostraron muy contentos al verla tan emocionada, algo que no había sucedido en mucho tiempo.

Al igual que ellos, sus amigos y demás personas de su círculo más cercano también la felicitaron. Ella seguía sin poder creerlo, y así lo dio a conocer una semana después cuando asistió a una entrevista en la cadena televisiva más importante de Kioto. El presentador del programa, que resultó ser un compañero suyo de la escuela, le expresó sus mejores deseos en esa nueva aventura, recordándole que, así como él, muchas otras personas fanáticas también estaban felices y le mandaban toda la buena vibra posible.

Fue realmente conmovedor para la azabache escuchar tan alentadoras palabras, las mismas que, junto a las de sus seres queridos, le dieron la fuerza suficiente para embarcarse en aquel ansiado viaje.

Cuando aterrizó en suelo ruso una mañana de mayo, sintió la emoción mezclada con nervios recorrerla de pies a cabeza, pero esta aumentó considerablemente al verse fuera de la terminal aérea y ser consciente de su nueva vida en una cultura completamente diferente. Respiró profundo y exhaló para serenarse, y mientras repasaba en su mente lo que había aprendido respecto al idioma, se dirigió con su equipaje al punto indicado por la máxima autoridad de la escuela. Llegó en media hora y miró brevemente a su alrededor, encontrándose un par de minutos después con Darius Zackly, quien le dio cordialmente la bienvenida.

—Qué gusto es tener en nuestra tierra a la campeona mundial.

—El gusto es mío, y gracias por tan magnífica oportunidad.

—No hay nada que agradecer. Después de todo, potenciar la formación de jóvenes patinadores de alto nivel es nuestra mayor prioridad —sonrió.

Luego de que le indicara el lugar que sería su hogar (dentro de un complejo habitacional del que no se había percatado cuando llegó), dejó sus pertenencias y siguió a Zackly hacia su nuevo sitio de entrenamiento, ubicado considerablemente lejos, a unos tres kilómetros al sur. La caminata le sirvió para admirar mejor la llamativa arquitectura, pero cuando arribaron se quedó boquiabierta al vislumbrar la escuela, una infraestructura inmensa que abarcaba una cuadra entera.

—Wow…

—Sorprendente, ¿no? —dijo su acompañante—. Pero adentro lo es más.

Ingresaron al lugar y atravesaron un largo pasillo al tiempo que saludaban a otras personas que pasaban por ahí. Luego de algunos segundos llegaron a la pista y la ojigris se maravilló una vez más con el panorama que se abrió a su delante.

Se distrajo un momento observando minuciosamente de un lado para otro, soltando algunas expresiones de asombro hasta que Zackly llamó a todos los patinadores y les pidió que se acercaran.

—Hola de nuevo, estrellas del hielo —recibió varios saludos de regreso—. Me complace anunciarles que, a partir de hoy, la señorita Mikasa Ackerman iniciará sus entrenamientos en nuestra noble escuela. Espero que sean buenos con ella y le enseñen todo lo que necesita saber.

Los muchachos asintieron y le dieron la bienvenida, unos con más entusiasmo que otros, pero que de igual forma le hicieron sentir cómoda.

—Pronto tu nuevo entrenador estará aquí, pero hasta mientras —Zackly le dio una caja que otro chico le había pasado— ten este presente, para que comiences con el pie derecho.

Curiosa por saber el contenido, abrió la caja y sus ojos se abrieron desmesuradamente al encontrarse con un par de patines nuevos que tenían grabadas sus iniciales tanto en los botines como en las cuchillas.

Por un instante se quedó sin palabras. Era absolutamente hermoso.

—¿Qué te parece?

—… No sé qué decir —susurró y sonrió—. Muchas gracias.

—Ahora oficialmente formas parte de nosotros.

La azabache asintió levemente, todavía conmovida por el detalle, pero poco después una voz llamó su atención, haciendo que volteara a ver a un costado.

—Oh. Está bien. Entonces la dejo en tus manos —le dijo Zackly a una chica y se despidió, diciéndole a los demás patinadores que podían nomás volver a sus actividades—. Espero que logres sentirte como en casa —se dirigió por última vez a la ojigris y se retiró, dejando que finalmente observara mejor a aquella chica que cubría su cabeza con una capucha.

Aunque ello no evitó que pudiera reconocerla.

—¿Annie? —expresó con incredulidad.

—Hola, Mikasa —esta se acercó y sonrió apenas—. Qué agradable sorpresa.

Annie Leonhart era una de las grandes patinadoras de la escuela de San Petersburgo y máxima representante de Rusia. Como deportista, ha conseguido una serie de logros destacables, como el campeonato del Grand Prix, el vicecampeonato en el último evento de Sendai y otras tantas a nivel nacional.

Su estilo se caracterizaba por la elegancia y la expresividad, siendo la contraparte casi exacta de Mikasa, lo que a lo largo generó entre ellas una rivalidad sana que elevó aún más su espíritu competitivo.

No eran las más grandes amigas (apenas y hablaban cuando se encontraban en alguna competencia), pero reconocían plenamente las habilidades de la otra, así que se podría decir que se llevaban lo suficientemente bien.

—Vaya. Debo decir lo mismo —se demoró un poco en recomponerse del asombro—. No me imaginé que te encontraría por aquí.

—Ya somos dos. Cuando Zackly nos contó que alguien vendría, no esperé que fueras tú, pero si lo pienso mejor tiene mucho sentido. Después de todo, su convocatoria solo va dirigida a los mejores del mundo.

—¿Entonces hay otras personas aparte de mí que fueron invitadas?

—En otras categorías, sí —se quitó la capucha, dejando libre su cabello suelto—. ¿Te gustaría echar un vistazo? Así de paso te mostraría cada rincón de este lugar para que luego no te pierdas.

—Eso suena genial.

—Ok. Entonces comencemos por aquí.

Sin soltar la caja con los patines, Mikasa siguió a Annie e iniciaron un largo recorrido por las demás pistas y otros lugares como canchas deportivas, comedor, piscina y el gimnasio. Todo era impresionante y muy acogedor, lo que llevó a la azabache a preguntarse si realmente iba a entrenar en ese mágico lugar y no era solo un producto de su imaginación.

—Todo es real, por si lo dudas —Annie pareció leer sus pensamientos—. Es como si fuera sacado de un cuento, ¿no?

—Tú lo has dicho.

—Y eso que no has visto los complejos deportivos en Norteamérica. Son inmensos, pero prefiero mil veces estar aquí.

Continuaron su caminata mientras charlaban hasta pasar por la pista destinada a las parejas y a la danza artística.

—Por cierto, tengo una pregunta —dijo Annie repentinamente.

—¿Sobre qué?

—¿De qué forma recibiste la invitación? Seguramente te impactó y todo, pero no debió ser fácil decidir.

—De hecho, llegó en el momento exacto, ya que justo estaba buscando alguna escuela para continuar con mis entrenamientos.

—¿De verdad? —ella asintió—. Pero ¿qué pasó con Levi?

La ojigris aminoró el paso hasta detenerse y, por inercia, se llevó una mano al dije de su collar mientras que con la otra sostenía la caja.

—Es una larga historia.

La rubia reparó en cada uno de sus gestos, además de su tono de voz que se ensombreció en un abrir y cerrar de ojos.

—Oh. Ya veo que es un tema delicado, pero está bien si no me lo quieres contar. Es mejor dejarlo ahí si te hace sentir incómoda.

—Gracias —susurró, conmovida por su comprensión, pero luego volteó a ver a la pista donde una pareja en especial captó su atención—. ¿Quiénes son ellos?

—Franz Kefka y Hannah Diamant. Llegaron de Luxemburgo hace tres meses, pero se convirtieron rápidamente en una de las parejas más destacadas de la escuela. Según me enteré, competirán por Rusia en el próximo campeonato mundial.

Mikasa no prestó atención a lo último. Simplemente se dedicó a observarlos y a dejarse llevar por el sentimiento transmitido de aquella conexión, la misma que trajo a su memoria un grato recuerdo que ahora parecía muy lejano, pero que seguía vibrando con fuerza en su pecho.

—¿Mikasa? ¿Estás bien? —Annie agitó la mano al frente suyo al notarla ida.

—¿Eh? Ah, sí —logró espabilar y sonrió apenas—. Solo viajaba en mis memorias. Sigamos.

Dicho esto, retomó su andar con una expresión más tranquila, pero eso no evitó que Annie la mirara con desconcierto, visiblemente extrañada por aquel comportamiento que le resultó bastante sospechoso y que hizo que una teoría particular se desarrollara en su mente.

"¿Podría ser acaso?", se preguntó, pero prefirió no darle más alas al asunto aun cuando su intuición le decía que no estaba equivocada.

De regreso a la primera pista, Mikasa esperó un par de minutos hasta que apareció el que, a partir de ese día, sería su entrenador. Este se presentó con el nombre de Nile Dok, quien resultó ser un veterano de gran trascendencia en la formación de deportistas de alto rendimiento desde hace diez años.

Una vez terminadas las formalidades, se iniciaron de inmediato los entrenamientos con una rápida evaluación física y técnica. Ello le permitió a Nile comprender las bases que traía (las cuales eran excelentes, sin lugar a duda), pero a sabiendas que debía elevar su nivel aún más, le implantó un régimen especial basado en las enseñanzas del ballet clásico.

Para la ojigris, fue un enorme reto incurrir en algo que, si bien había practicado antes, no tenía el nivel de complejidad de ahora. No fue fácil en el inicio como era de esperarse, pero con la motivación de ella misma y la de su entrenador logró manejarlo, demorándose un tiempo considerable hasta tenerlo finalmente bajo su dominio.

A esto se le sumaron otras cuestiones más, propias del patinaje ruso. Se enfocó de lleno en aprenderla y adaptarlas a su estilo, algo que, si bien generó cierta duda en Nile, con el paso de los meses resultó mejor de lo esperado, superando enteramente las expectativas tanto de él como las suyas mismas.

Así continuó trabajando y compartiendo sus avances con sus seres queridos cada vez que tenía oportunidad. De igual forma, el haberse acostumbrado a la vida en Rusia también le dio un impulso adicional, y si a eso le sumaba los lazos que había formado (con uno en especial que se había fortalecido mucho), era más que suficiente para sentirse segura de sí misma y dispuesta a ir más allá…

Hasta llegar al lugar donde estaba ahora, tres años después.

Su oro en los Juegos Olímpicos de Sarajevo, en el Campeonato Mundial de Torino y en otros tres eventos, así como la plata en la última competencia en Oslo, le permitieron quedarse con el liderato absoluto en el ranking mundial, y si bien estuvo a la expectativa de cierta cuestión durante sus participaciones con gente de distintas partes del planeta, mantuvo su temple y no dejó que un ligero atisbo de decepción la invadiera al no verse concretado eso que tanto esperaba en silencio.

Aun así, las esperanzas no habían muerto todavía, por lo que siguió con su ardua labor en la escuela de San Petersburgo mientras pensaba en cuál sería su próximo movimiento.

—Muy bien. Eso sería todo por hoy —mencionó Nile, tanto a ella como al pequeño grupo que la acompañó en ese entrenamiento especial—. Vayan a descansar y coman bien. Recuerden que mañana iniciaremos un régimen aún más estricto.

—¡Sí, señor!

Los deportistas salieron de la pista y se dirigieron a los camerinos para cambiarse. Mikasa guardó sus patines en su maleta, esperó a que Annie hiciera lo propio y juntos abandonaron el lugar mientras charlaban amenamente hasta que…

—¡Mika Mikasa! —una voz estruendosa las detuvo a ambas, con la aludida soltando un largo suspiro para luego voltear a ver.

—¿Qué sucede, Floch? —lo vio acercarse hasta detenerse a pocos metros.

—Es un bonito día y terminamos temprano, así que ¿qué te parece si salimos los dos a pasear? Tengo un plan muy interesante en mente.

—Hum… ¿acaso lo que planteas es una cita?

—Se podría decir que sí.

—Entonces no.

—Ay, ¡por favor! ¿Qué te cuesta concederme una? ¡Llevo pidiéndotela desde hace seis meses!

—No es no. ¿Qué letrita de esa palabra no entiendes?

—Pero…

—Floch, Floch, Floch. Permíteme decirte una cosa —intervino Annie, acercándose un par de pasos—. Sé que va a sonar duro, pero ¿no has pensado que tanto rechazo podría significar que no le interesas en lo absoluto?

—Puede ser, pero nadie se resiste a mis encantos, así que solo es cuestión de insistir hasta que acepte y pueda llevar a cabo mi estrategia de conquista.

Lo dijo de una forma muy seria y decidida. Sin embargo, solo logró que Mikasa entornara los ojos para evitar reír, aunque la que sí soltó una enorme risotada fue Annie, justo en el momento en que los patinadores y amigos suyos, Reiner Braun y Bertholdt Hoover, se detenían a su lado.

—¿Qué sucede? —preguntó el más alto.

—Nada. Solo nos divertíamos con la comedia de su muy insistente amigo —se limpió una lágrima imaginaria.

—Ríete lo que quieras. Ya verás que lo voy a conseguir.

—¿De verdad? —nuevamente se puso seria y meditó unos segundos—. Pues lo dudo mucho. ¿Y sabes por qué?

—¿Por qué?

Acortó más la distancia que los separaba y, sin dejar de mirarlo, sonrió.

—Porque su corazón ya tiene dueño.

—¿Ah?

—Tal como lo escuchas. Suerte con tu estrategia infalible —mencionó con sarcasmo—. Llévense a este espécimen raro de aquí, por favor —le dijo a Reiner y Bertholdt.

—Como digas —el rubio agarró a Floch y, casi a rastras, se lo llevó mientras no dejaba de protestar.

Ya cuando estuvieron lo suficientemente lejos, tanto Mikasa como Annie soltaron un largo suspiro de alivio.

—Al fin algo de paz —exclamó la rubia—. Ah, y perdón por haber recurrido a la mención de eso. No fue mi intención, pero es que te juro que ya rebasó los límites de mi paciencia.

—No te preocupes. Después de todo, ya venía siendo hora de que lo supiera —se encogió de hombros—. Ahora espero que con ello deje de molestar.

—Que Dios te escuche.

Retomaron su andar rumbo al complejo residencial en medio de una fuerte ventisca propia de la estación invernal. Mikasa vivía en el mismo edificio que Annie, por lo que subieron juntas por las escaleras hasta el tercer piso. Cada una fue a su respectivo departamento, pero luego de media hora volvieron a reunirse en el de la azabache para compartir un chocolate caliente con galletas.

Eran las cinco de la tarde y el cielo se había oscurecido notablemente, con una suave nevada pintando de blanco todos los rincones de la ciudad.

—Oh, sí. Ahora que lo recuerdo —mencionó Annie de repente mientras acariciaba a Mayu, quien estaba en su regazo—, ¿qué pasó con esa idea que mencionaste hace una semana? ¿La vas a llevar a cabo?

—Sí. Lo estuve pensando todas las noches, y finalmente me decidí.

—¿Estás segura de ello? Recuerda que puedes nomás quedarte el tiempo que quieras.

—Lo sé y lo agradezco, pero siento que mi tiempo aquí terminó. No negaré que aprendí muchas cosas. De hecho, eso es lo que me llevó al lugar donde estoy ahora, pero considero necesario hacerlo. Además, sabes muy bien cuál es la otra razón.

—Ah, sí. Tu ocharovatel'nyy prints —la azabache asintió y ella sonrió—. Me sorprende que a pesar del tiempo lo sigas tendiendo en mente.

—No podía ser de otra forma.

—A veces me gustaría experimentar alguna clase de "romance", pero luego comprendo que es muy difícil encontrar a alguien que me soporte, así que mejor me quedo como estoy.

—No digas eso. Estoy segura de que tu alma gemela está esperándote en algún lugar.

—¿Será? —se mostró dudosa y reflexionó por algunos segundos—. Está bien. Te tomaré la palabra.

—Esa es la actitud.

—Solo porque tú eres la viva prueba de eso.

—Sí… —sonrió con nostalgia y suspiró—. ¿Crees que pueda encontrarlo?

—No lo creo. Estoy segura, ¿verdad, Mayu?

Esta soltó un maullido de aprobación, lo que hizo que ambas rieran.


Mientras eso sucedía en aquella ciudad rusa, a cientos de kilómetros, en el sur de Europa, se encontraba Levi escribiendo unas líneas en el comedor de su casa. Hace un par de días había vuelto de una gira de trabajo en Montreal que le tomó más de seis meses, pero ahora que estaba de regreso en Francia retomó unos asuntos pendientes…

Y empezó a mover nuevas piezas para su próximo objetivo.

—¿Está listo? —le preguntó un joven castaño a su lado al verlo dejar de escribir.

—Sí. Creo que es suficiente —revisó una vez más el contenido y, satisfecho, dobló la hoja y la introdujo en un sobre para luego darse a su acompañante—. Te lo encargo, Moblit.

—Tardó mucho en darse cuenta, ¿no?

—De hecho, creo que ya lo sabía desde hace algún tiempo —se sacó las gafas y las dejó a un lado—. Solo no quise aceptarlo.

—¿Por qué?

—Es un tema complejo —volteó hacia la ventana y miró el cielo que empezaba a cubrirse de nubes—. Hay momentos en la vida en los que uno no sabe qué es lo que realmente quiere y actúa llevado por perspectivas que no siempre son las más acertadas. Creí que estando aquí reforzaría mis convicciones, pero sucedió todo lo contrario, así que seguir huyendo ya no es una opción.

—Por lo menos de algo sirvió su estancia en Montpellier.

—Tienes razón. Finalmente pude abrir los ojos.

—¿Y qué va a hacer a partir de ahora?

—Creo que sabes muy bien la respuesta a esa pregunta. Solo espero que no sea tarde.

—No pierda las esperanzas. Quizá todo lo que pasó fue una prueba del destino, pero estoy seguro de que va a conseguirlo y podrá ser al fin feliz.

—Eso es lo que más quiero —sonrió y volteó a verlo—. ¿Y tú? Deberías dar ya el primer paso hacia tu final feliz.

—¿Eh?

—Oh, vamos. ¿Crees que no me he dado cuenta de que sigues enamorado de Hange?

Al escuchar aquello, el castaño se sonrojó abruptamente sin poder evitarlo.

—E-Eso no…

—No quieras negarlo, ¿o me vas a decir que tu comportamiento inusual cuando ella estuvo de visita fue por nada? Eres demasiado evidente, si me lo preguntas.

Moblit quiso reprochar, pero simplemente las palabras murieron en su boca, lo que hizo que Levi soltara una risita.

—La conoces desde hace más de seis años, y aún sin verla frecuentemente, la sigues queriendo. ¿Cómo es posible que no se lo hayas dicho?

—Es que… —se rascó la nuca en un gesto nervioso—. No sé cómo hacerlo. Además, no he tenido la oportunidad y pues…

—¿Quieres una oportunidad? Entonces puedo llevarte a Japón ahora mismo.

—No habla en serio… ¿o sí?

El azabache alzó una ceja de forma desafiante, cosa que hizo que el castaño palideciera de golpe.

—Es mejor que vayas preparando tus maletas, querido amigo.

Continuaron en un pequeño debate en el cual el ojiazul se divertía con las reacciones de Moblit. Luego de algunos minutos este se marchó, dejándolo solo en medio de un agradable silencio mientras pequeños copos de nieve empezaban a caer sobre su jardín. Los miró por un instante, desvió la vista hacia el calendario colgado en su pared y sonrió.

Solo era cuestión de tiempo.