Bajando al estacionamiento subterráneo; con Sasuke disfrazado de uno de los médicos del hospital Shikon; ya que era obvio que no lo dejarían marchar por la herida en su costado, Naruto y los demás llegaron a las camionetas todo terreno de la familia Namikaze, separándose en dos grupos.

Al primer vehículo, conducido por Naruto, se subieron Sakura, Hinata y Sasuke. Al segundo vehículo, conducido por Kushina, entraron Nagato, InuYasha y Kagome.

Kagura y Kanna, por órdenes de su majestad Naraku, se adelantaron hacia el lugar donde se encontraban las sospechosas nubes violetas, volando por el cielo, en una de las gigantescas plumas de la mujer de ojos carmín.

-¿Cómo? ¿Crees que la condición de la segunda Sarada es matar? – interrogó Sakura, sentada en el asiento del copiloto de la camioneta de su marido.

Él asintió.

-Por la declaración del primer testigo que entrevistó Shikaku, estoy seguro que ella hizo explotar a esos hombres. – explicó, con sus ojos azules fijos en la calle vacía. - Bueno... en realidad, ahora son tres.

En el espejo del retrovisor, Hinata y Sasuke lo interrogaron con sus miradas.

-Cuando le expliqué a Shikaku lo que haríamos, él me comentó que apareció otra víctima en Adachi.

-¿Puedes decirnos de quién se trata? – interrogó el Uchiha, consciente de que, en ocasiones, había información que no debía revelar.

Naruto tragó saliva, deteniendo el auto por la luz roja del semáforo. A su derecha, Kushina también detuvo su camioneta.

-Jiraiya. – pronunció seriamente, asombrando a Sasuke.

En sus recuerdos, el abuelo paterno del rubio era alguien despiadado y estricto. Tanto como para que Kushina le negara cualquier contacto con sus hijos. Y con él, una vez que fue adoptado y recibido por la familia Namikaze.

-Debió percatarse de la presencia de la segunda Sarada mientras estaba bebiendo. Y, como sus víctimas anteriores también estaban ebrios al momento de atacarlos, tal vez por eso lo asesinó. – bufó, acelerando de a poco al ver la luz verde. - Ese viejo... hizo sufrir mucho a mis padres, en su obsesión por seguir preservando la herencia y la reputación del clan Namikaze.

Al escucharlo, entre enojado y confundido, Sakura, Hinata y Sasuke agacharon la mirada.

-Además... - deteniéndose de pronto, se giró hacia el matrimonio Uchiha, poniendo una expresión zorruna. - ¡Nunca nos llevó regalos de navidad, de verás!

Hinata y Sasuke lo vieron con una gotita de sudor bajando por sus cabezas.

PPPPP

Reborn and lost.

La espada de Moroha.

Abriendo los ojos, Moroha recordaba en fragmentos lo último que había sucedido, antes de quedar inconsciente.

Caía sin control en la oscuridad. Gritaba asustada. Sin embargo, antes de llegar a su destino, vio con claridad a Sarada, empujándola hacia otra parte, mientras ella continuaba con su errático trayecto.

Quejándose por un dolor que sentía en su vientre, se sentó como pudo en el asfalto de la calle y volteó hacia arriba.

Cubriendo por completo el gran edificio reflejado en sus pupilas castañas, se hallaban tres cubos igual de gigantes, hechos con energía maligna.

Gruñó. Frunció el ceño y se levantó, sosteniéndose todavía la herida en su vientre.

No sangraba, pero el dolor punzante no la dejaba moverse con libertad.

Por ese motivo, se vio obligada a esforzarse para llegar al primer cubo, el cual, cubría la puerta y los pisos del 1 al 10.

Sabía que Sarada, Boruto, Towa y Hisui seguían adentro. Podía sentir sus presencias, luchando contra la Sarada perversa. La Sarada con alas de murciélago.

Apretó la mandíbula y, con sus pequeñas manos, comenzó a golpear el cubo. Tenía que entrar y ayudarlos. Sino, algo malo les pasaría. Quejándose y apretando más la mandíbula, apresuró los movimientos de sus puños.

Pero... nada.

No le daba el acceso que necesitaba. Entristecida, se dejó caer de rodillas y agachó la cabeza. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer? Ni siquiera estaba segura del lugar donde se encontraba. Tampoco podía ver teléfonos públicos cerca. Y bueno, aunque los hubiera, por desgracia, no sabía cómo utilizar uno.

-¿Señorita?

De pronto, escuchó con claridad la voz de una mujer, por lo que se volteó con lentitud hacia su derecha. Portando elegantes kimonos de colores azules y violetas, junto con una estola en sus brazos, la bella señora de cabello plateado la miraba con curiosidad.

-¿Se encuentra bien? ¿Está sola?

-A...Ayu... - como la voz le temblaba, prefirió ponerse de pie primero, antes de decir adecuadamente lo que quería. – N-Necesito ayuda.

Irasue estrechó los ojos. En palabras de Enju, la hija de InuYasha y Kagome era alegre, enérgica y curiosa. No obstante, la pequeña que tenía frente a ella, no coincidía para nada con esa descripción.

Temblaba, la miraba con miedo y estaba desesperada, cualidades que le resultaban perfectas para su venganza contra Toga Taisho. Por mentirle y abandonarla por una sacerdotisa.

Con solo recordar aquello, sentía que la frente y los labios se le arrugaban, algo que no podía permitirse en ese momento, si quería enganchar y engañar a la niña. Respiró y, volviendo a sonreír, le preguntó con dulzura:

-¿Qué necesitas?

Al instante, Moroha se recuperó, transmitiéndole con su sonrisa un extraño sentimiento. El cual, le dio la capacidad para ver más allá de su apariencia, dándose cuenta de un poder escondido que no podía alcanzar, a menos que tuviera un arma que la conectara con él.

-¿Podría ayudarme a entrar aquí? – la cuestionó, tocando el cubo de energía maligna. – Mis amigos están adentro y quiero ayudarlos.

Un inesperado latido de su corazón la hizo retroceder un paso.

Moroha Higurashi era la nieta de Toga e Izayoi Taisho. Pero, lo más importante, era la hija de InuYasha, a quien había hechizado hace años para verlo agonizar, mediante la presión ejercida por la bestia zangetsuha.

Se supone que odiaba a todos los miembros de esa familia, por atreverse a mentirle, por jugar con las buenas intenciones que, alguna vez, almacenó en una parte de su corazón.

Pero, la pequeña Moroha, no le transmitía esa sensación de mentiras e hipocresía. Al contrario, le daba culpa por pensar, si quiera, en lastimarla. Le generaba remordimiento que su alegría se convirtiera en sufrimiento.

Arrugó los labios. Debía estar perdiendo la cabeza. Tanto como para tomar la tonta decisión de invocar el objeto sagrado del inframundo que se le fue confiado por Naraku, hace muchos años.

Asombrada por ello, Moroha volvió a sonreír.

-Pon atención, pequeña. – pidió Irasue, acercándose a ella y agachándose a su altura. - Tus amigos están encerrados en una técnica demoniaca que solo puede ser destruida por la espada Kurikaramaru. – extendiéndola, se la entregó en sus delicadas y diminutas manos. – Si consigues domarla, no te costará moverla. – se levantó y se apartó con gracia. – Adelante. Sácala.

Moroha asintió. Y, sujetando la empuñadura con su mano derecha y la funda con su mano izquierda, sacó de a poco el arma.

La bruja abrió los ojos como platos, ya que esa espada no podía ser desenvainada por cualquiera. Se necesitaba un gran deseo por proteger a los demás.

Ya con el filo brillando bajo la luz de la luna, la niña lanzó la funda a lo lejos y la sujetó con ambas manos. La espada palpitó, reaccionando a sus deseos y envolviéndola en un aura sobrenatural.

Irasue volvió a sorprenderse. No podía creer lo que presenciaba. La pequeña se estaba transformando. ¡Ese era su poder dormido!

Su cabello negro y atado, se volvió plateado. Sus ojos castaños se tornaron dorados. Sus colmillos y sus uñas crecieron. Y en sus labios, apareció un labial carmín, haciéndola lucir como si tuviera 14 años, la edad de su prima Towa.

Al sentirse lista, la niña gritó y saltó hacia el cubo, moviendo la espada para que el filo chocara con la pared, agrietándola entre su poder sobrenatural y la energía maligna.

Instantes después, se apartó, aterrizando en el asfalto de la calle y viendo esperanzada los resultados de su movimiento. Cuando el primer cubo colapsó, le siguió el segundo y el tercero, desmoronándose igual que un jarrón cayendo por accidente al piso.

-¡Si! ¡Lo hice! – celebró, saltando y gritando.

Irasue parpadeó. ¿Qué había hecho? Su poder dormido la hacía más similar a la bestia zangetsuha que a su padre.

-¡Muchas gracias! – cuando volteó hacia ella y le sonrió, derramó un par de lágrimas.

Parte de su hechizo ahora viviría en su interior por el resto de su vida. Y ahora, con Kurikaramaru en sus manos, lo manifestaría cada vez que quisiera usarla.

De repente, el suelo tembló, llamando la atención de ambas. Unos segundos después, Towa; en brazos de Riku, Hisui, Kirara, Koryu, Zero, Rin, Sesshomaru, Itachi, Kohaku y Rion, cayeron desde las nubes violetas.

Apresurándose, Riku le dio un pequeño golpe al arete en su oreja derecha, poniendo a salvo a todos en el asfalto.

-¡Towa! ¡Hisui!

-¡¿M-Moroha?! – la llamó, atónita con su nueva apariencia, mientras la abrazaba.

-¡Vaya! ¡Tiene a Kurikaramaru! – exclamó Riku, notando la espada que sostenía en su mano izquierda. - ¡Eso explica porque la técnica de esa niña se deshizo de pronto!

-¡¿Qué?! – volvió a exclamar Towa, volteando de su amigo de la infancia hacia su prima sonriente. - ¡¿Moroha tu...?!

-Ella quería salvarlos. – habló Irasue, aproximándose. - Como no pude ver ninguna mentira en sus ojos, supuse que sería una dueña digna para Kurikaramaru.

Rin y Sesshomaru, al verla, la apuntaron con sus respectivas armas. Ella con su arco y una flecha y él con la pistola cargada que siempre llevaba en su cintura.

-¡¿Q-Qué hacen?! – cuestionó Towa, viendo nerviosa la situación, al igual que Riku y Moroha.

-Si estuviera en sus zapatos... - dijo la bruja, señalando el cielo con sus ojos dorados. - ...yo apuntaría hacia allá.

Los jóvenes fueron los primeros en voltear, comprobando que estaba en lo cierto. La Sarada perversa se encontraba volando a un lado del gran edificio, sosteniendo en sus manos a la Sarada buena, a Kirinmaru y al hijo de Naruto y Sakura.

Entonces, como si se tratara de un juego, los soltó al mismo tiempo, conduciéndolos en direcciones diferentes. Zero, Rion y Riku tenían la intención de ir por ellos. No obstante, la niña con las alas de murciélago, dirigiéndose rápidamente hacia ellos, los inmovilizó al pestañear una vez, desmayándolos.

Al ver aquello, Sesshomaru, Itachi y Kohaku comenzaron a dispararle, siendo un esfuerzo inútil ya que esquivaba las balas con facilidad.

De pronto, la danza de las cuchillas de Kagura hizo acto de presencia, lastimando a la menor en una de sus alas, haciéndola voltear para ver, como los dos niños y el demonio, que había lanzado recién, eran tratados cuidadosamente por el aire, acostándolos en el asfalto de la calle.

Eso alivió a los presentes. Hasta que la Sarada malvada quiso abalanzarse hacia su gemela. No obstante, la intervención de otra persona la dejó en shock, tanto a ella, como a los demás.

-¡Hinata! – gritó Sasuke, corriendo por el mismo callejón que ella había usado para impedir el ataque de la niña.

Viendo como sostenía a la mujer de largo cabello azul, y como Naruto comenzaba a dispararle, se apartó de ellos para reaparecer en la barda de concreto que rodeaba un parque, flexionando las rodillas mientras gruñía.

Towa, volteando a la izquierda con inquietud; para verla, se percató con absoluto terror que algunas de las imágenes de su visión se estaban haciendo realidad.

Lo que significaba, que sus padres aún podían morir frente a sus ojos.

Fin del capítulo.