Cid se escabulló de sus clases de etiqueta. Logró distraer a su maestra y evadir sus responsabilidades con un acto teatral, derramando una taza de té sobre el delantal de su maestra en una maniobra que parecía tanto meticulosa como fortuita.

Al otro extremo del castillo, el eco de los gruñidos de una anciana resonaba en las paredes, mientras exclamaba el nombre de aquel chiquillo impertinente.

Cid Midgar, con solo diez años a cuestas, no mostraba ni el más mínimo deseo de destacarse. Nunca fue su objetivo, mucho menos su ambición. Tampoco necesitaba clases de etiqueta. Después de todo, conocía de pies a cabeza todas las reglas de etiqueta de aquel mundo, que no resultaban ser muy distintas de las de la antigua nobleza europea.

En cuanto a cómo su vida había tomado un giro tras otro desde su nacimiento...

Todo había sucedido justo como él lo había anticipado.

Gracias al sobrehumano y extraordinario entrenamiento al que se había sometido en su vida anterior, la manipulación y dominio de la magia en este nuevo mundo resultaba tan sencillo como coser y cantar. Y aunque su madre fuera una criada del palacio, no podía ocultar su estirpe, era un vástago de la familia real, un bastardo.

Esa palabra, bastardo, revoloteaba en su mente como una melodía dulcemente discordante. La visión de él mismo, desvelándose como una Eminencia en las Sombras ante su tío, el rey, y la corte real, enviaba una deliciosa sacudida por toda su columna vertebral.

Riéndose, Cid lanzó sus brazos y cabeza hacia el cielo, antes de precipitarse a través de una ventana del palacio. Descendió con elegancia tras los matorrales del Jardín Real, apaciguando su risa. Llevó su mano derecha al mentón, y murmuró.

—Nah... El tío Klaus es una buena persona —dijo antes de envolver su cuello con ambas manos y deslizarse fuera del palacio y fuera de la capital real.

Klaus Midar, el Rey de Midgar, había sido el protector del chico desde su nacimiento. Y a pesar de la resistencia generalizada de la corte, fue gracias a él que Cid y su madre obtuvieron el permiso para permanecer en el palacio.

Además, él fue quien abogó para que a Cid se le permitiera llevar el apellido de la familia real y que su madre obtuviera una posición más elevada entre las sirvientas, al cuidado directo de las necesidades de la Reina. Les concedió también una propiedad en la capital, una mansión que una vez perteneció a su hermano, el padre de Cid. Sin embargo, su madre nunca cruzó el umbral de esa casa, y fue Cid quien acabó haciendo uso frecuente de la mansión. Eso sí, tuvo que deshacerse de numerosos objetos que revelaban los peculiares gustos de su padre.

Ahora se hallaba en aquella propiedad. La mansión era enorme, las paredes despojadas de adorno alguno, aunque los huecos que habían sostenido los cuadros eran evidentes.

Cid avanzó, haciendo caso omiso del polvo que se había ido acumulando y de la madera que crujía a cada paso que daba. El eco de su andar resonaba en las habitaciones vacías, haciendo más patente el abandono del lugar. La herencia de su padre se mostraba a cada paso, una vasta casa tan vacía como su recuerdo de él.

Se detuvo frente a una puerta imponente, la entrada a lo que parecía ser un estudio. Cid colocó ambas manos sobre la gran puerta doble y la empujó con decisión.

Las puertas no eran especialmente pesadas ni se distinguían por ninguna característica única. Sin embargo, sentía una atracción particular por este tipo de entradas grandiosas, las que insinuaban poder y respeto. Lo único que le faltaba era que un par de acólitos lo recibieran con una reverencia acorde a su entrada.

—Ah... Eso sin duda sería magnífico —murmuró para sí mismo antes de elegir uno de los asientos que circundaban la extensa mesa de caoba que dominaba la mayor parte del estudio. Cada detalle en la habitación exudaba una majestuosidad casi olvidada, una sombra pálida de su antiguo esplendor.

Su mirada se posó en un vasto mapa que ocupaba la totalidad de la mesa, desplegado de esquina a esquina.

Había ciertas ventajas en ser un miembro no reconocido oficialmente de la familia real. Una de ellas era la libertad de desplazarse por lugares donde normalmente no debería estar, y que nadie cuestionara sus intenciones allí.

Cid extrajo varias hojas de papel de su bolsillo y las desplegó con decisión sobre la mesa.

—A ver, a ver —murmuró, tamborileando sus dedos sobre la madera pulida —, ¿quiénes serán los afortunados de convertirse en mis próximos conejillos de indias?

Cid cerró los ojos y detuvo su dedo errante. El silencio en la habitación parecía ser la introducción perfecta para una sonata de claro de luna. Tal vez debería pedir algún pianista para la mansión.

Poco a poco, Cid abrió los ojos, su mirada se fijó en el papel donde su dedo había quedado en reposo. Una sonrisa iluminó su rostro. Pero de repente, la madera que resguardaba la habitación del exterior se vino abajo, y una ráfaga de viento arrancó la hoja de sus dedos.

Cid contempló cómo el papel que había elegido era llevado por la corriente aérea hacia el exterior. Las otras hojas emprendieron el mismo vuelo, liberándose de las manos del joven pelinegro.

Sin embargo, una última hoja, a punto de ser arrebatada por el viento, fue devuelta a Cid por la misma brisa que la había casi arrastrado. El joven la atrapó con dos dedos.

—Traficantes de esclavos... —murmuró antes de que una sonrisa perversa se dibujara en su rostro y exclamara: —¡This is destiny!


La noche era densa, las nubes abrazaban a la luna llena ocultándola a la vista. El final del verano señalaba el momento oportuno para transportar mercancías a la Capital Real.

Un considerable grupo de hombres marchaba junto a una caravana, su preciosa carga meticulosamente encerrada en jaulas. No eran meros productos, eran esclavos, o más exactamente, futuras esclavas.

El verano había sido especialmente provechoso. Habían logrado atrapar a varias chicas pertenecientes a las razas élficas y a la de los hombres bestia, mercancías de alta demanda entre los nobles y aristócratas de la Capital Real.

Aunque el rey actual había prohibido la esclavitud, esta práctica no había desaparecido por completo. Los nobles y comerciantes continuaban saciando sus antojos con elfas y hombres bestia.

Al comienzo, se perdían algunas mercancías. La mayoría de las veces, esto se debía a la 'posesión demoníaca', una enfermedad que deformaba el cuerpo de tal forma que resultaba imposible encontrar algún rasgo humano en aquellos que la padecían.

No obstante, durante una transacción, un noble, apasionado devoto de la iglesia, se topó con una de estas chicas 'poseídas'.

De inmediato, los comerciantes intentaron separar a la chica poseída del noble, pero para su sorpresa, parecía que a él le agradaba la idea de encontrar a una poseída. Con una sonrisa siniestra en su rostro, proclamó: —La compro.

A continuación, el noble les entregó una bolsa que contenía más monedas de oro que lo que valdría un esclavo común.

El noble se proclamó un fervoroso seguidor de la doctrina divina, y prometió pagar generosamente si le traían a más poseídas con vida. Según él: —Es deber de la iglesia poner fin de manera piadosa a la desdichada existencia de estas pobres almas.

Los traficantes de esclavos no discutieron con el noble. Habían conocido a otros con deseos mucho más depravados que pagaban mucho menos. Si este noble iba a desembolsar por la mercancía que habitualmente abandonaban en el camino, no iban a rechazar su oferta.

Y así transcurrieron los últimos dos años. Ahora se dirigían hacia la entrada oeste de la Capital Real, donde un noble que formaba parte de la Guardia de la Ciudad les permitía el acceso a cambio de un 'artículo' inmaculado para añadir a su colección personal.

Sin embargo, a pocos kilómetros de la Capital Real, mientras su grupo descansaba y se calentaba con algunas de las futuras esclavas, una pequeña figura encapuchada, vestida con un atuendo tan negro como la noche, irrumpió en su campamento.

Los primeros en encontrar su final fueron los hombres que se encontraban saciando su apetito alrededor de la fogata que los protegía del frío de la noche.

El encapuchado emergió de las sombras como un fantasma, tajando limpiamente a uno de ellos en dos mitades perfectamente simétricas, desde la cabeza hasta el torso, antes de amenazar a los demás con su peculiar espada negra.


—¡Escuchen idiotas, denme todo lo que tengan! —exigio el encapuchado, su voz resonando por todo el campamento.

—¿¡Q- quién demonios es este enano!? —exclamó uno de los esclavistas.

Cid, oculto tras la identidad de Shadow, arqueo una ceja antes de contraatacar en su mente: ¡Solo tengo diez años! Además, tú no estás en posición de llamarme enano.

El esclavista, que ahora había sacado una espada, apenas le supera por unos centímetros, a pesar de que era claramente un hombre adulto y maduro.

—¡Hey, les dije que me dieran todo lo que valgo algo! –-les recordó Shadow, blandiendo su espada con la ansiedad de un ladrón impaciente por conseguir su preciado botín.

Sin más preámbulos, Shadow se deslizó con agilidad entre las filas de esclavistas y pateó en la cara al hombre que lo había llamado enano. Los otros esclavistas, alarmados y sorprendidos, tomaron sus armas y se abalanzaron furiosos sobre el pequeño encapuchado.

—¡No creas que vamos a ir fácil contigo porque eres un maldito moco-!

No obstante, Shadow no era alguien que tuviera la paciencia para perder el tiempo en diálogos monótonos y dialogados como las de un típico esclavista A. Así que con un hábil movimiento de su mano, su espada negra se extendió hasta la garganta del esclavista,trazando un tajo limpio a través de su cuello.

Esta era una de las cualidades de su traje, un traje hecho de slime. Con la capacidad de moldearse en cualquier forma que Shadow deseara, por lo que extenderse era una función básica.

La espada se retractó hacia él, antes de extenderse como un látigo, manteniendo el filo que tenía cuando era una espada. Una ligera preocupación afloro en la mente de Shadow. Era la primera vez que transformaba su espada en un látigo y no quería perder alguna extremidad por un mal movimiento. Pero, como decía un viejo dicho en su otra vida, el que no arriesga, no gana.

Y, con una sonrisa desquiciada, digna de un verdadero villano, hizo danzar el látigo alrededor de él y se sumergió en el tumulto de esclavistas que se agitaba frente a él.

—Ora, ora, ora… ¿eh?

Sin embargo, su emoción se esfumó cuando todo el campamento se había quedado en un silencio sepulcral. Algunas esclavas asomaban temerosas sus rostros a través de las tiendas, parcialmente cubiertas con jirones desgastados.

—Vaya, parece que solo queda uno —exclamó Shadow internamente al observar los cuerpos inertes de los esclavistas bajo sus pies.

—¿Q-quién demonios eres? —musito el último esclavista, su voz temblorosa quebrando el silencio.

—Ni modo, probaré la otra característica —anunció Shadow en voz alta, trazado un camino a través de los cuerpos de los esclavistas caídos para acercarse al último hombre en pie.

—¡¿Qué es lo que estás diciendo?! —balbuceo el último esclavista, sus piernas temblaban sutilmente.

—Por lo que veo, eres más fuerte que esos tipos —comentó Shadow con desdén, señalando a los esclavistas caídos—. Supongo que eres como el jefe o algo por el estilo, ¿no? Lastimosamente, no tienes oportunidad de ganar contra mi. Pero alégrate —añadió dando un pequeño aplauso que resonó por el campamento dejando tras de sí un viento gélido—; serás mi compañero de práctica y con eso vivirás dos minutos más, así que da lo mejor de ti.

El último esclavista apretó los dientes, su rostro se curvó en una muestra de ira.

—!Maldito mocoso, no me subestimes! En la Capital Real era…

—Hey, deja de perder el tiempo hablando.

—¡Vete al diablo!

El líder esclavista arremetió contra Shadow, colérico. Sus movimientos eran torpes y previsibles. Shadow podría haberlo esquivado con facilidad. Sin embargo, decidió no hacerlo.

La espada cortó justo en la zona del pecho y Shadow cayó al suelo.

—Ja, ja, ja eso te pasa por subestimar —exclamó el jefe con una sonrisa incrédula—. En la Capital soy una leyenda en el estilo Bushin, así que… ¡¿qué?!

No pudo contener un grito de sorpresa cuando vio a Shadow alzarse frente a él.

—Pues parece que tu espada no tiene filo —comentó Shadow haciendo un ademán de sacudirse el polvo de su ropa. No había rastro del ataque anterior, ni un solo rasguño—. He oído que el estilo Bushin está bastante de moda en la capital. Veamos cómo lo manejas.

—¡¿Maldito enano de mier… Bueno, si eso es lo que quieres, te lo mostraré?!

El jefe atacó nuevamente. Sin embargo, su ataque seguía siendo burdo y lamentable ante los ojos de Shadow. Sus ataques eran tan simplones y previsibles que Shadow solo los esquivaba con rápidos movimientos de pie. Casi hacía que sintiera pena por él. Comparado con Iris, era como ver a un niño blandiendo una espada.

—Supongo que tuve muchas expectativas en ti, ni siquiera durarías ni dos minutos —un suspiro escapó de los labios de Shadow mientras su mirada se posaba sobre el Jefe, sus ojos rojos brillaban con intensidad—; Adios.

—Espera…—intentó suplicar el líder, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando Shadow levantó su pie, una espada se formó en la punta de sus dedos. La espada perforó el pecho del líder y, con un certero movimiento ascendente, acabó con su vida.

Una vez terminada la pequeña batalla, el traje de slime de Shadow volvió a su estado normal y se dispuso a recolectar el botín de los esclavistas. Sentía las miradas de varias chicas y mujeres posadas sobre él, llenas de una mezcla de temor y esperanza.

Entre ellas, Shadow notó a una chica humana que asomaba tímidamente detrás de una tienda de campaña. Parecía haberse resistido a cualquier cosa que los esclavistas hubieran intentado hacerle, ya que mostraba moretones recientes repartidos por todo su rostro.

Shadow se detuvo delante de la chica, sus ojos intercambiaron miradas fugaces. Un dilema surgió en su mente. ¿Cómo debería actuar ahora? No era como si tuviera experiencia tratando con personas que acababan de ser liberdas de la esclavitud. Además lo que quería era dinero para cumplir su objetivo de convertirse en una Eminencia en las Sombras.

Decidido Shadow preguntó: —¿Dónde guardaban el dinero?

La chica no respondió de inmediato, pero tras un instante, señaló una parte del campamento que estaba parcialmente iluminada. Shadow atravesó el campamento hasta llegar al lugar que la chica había indicado.

Afortunadamente, se encontró con un tesoro digno de su esfuerzo: un millón de Zeni, listos para ser agregados a su fondo como una Eminencia en las Sombras. Ciertamente, esto compensaba las decepciones del día.

Los bandidos le daban un buen dinero, pero si los esclavistas cargaban con esta cantidad de Zeni, tal vez no sería mala idea carlos mas seguido. Cómo deseaba poder encontrarse más fácilmente con ese tipo de gente, así podría financiarse más rápidamente.

De repente un extraño sonido captó su atención. Un sonido proveniente de una jaula relativamente grande y de aspecto bastante resistente.

—¿Será algún esclavo? ¿Aquí, tan lejos de los demás? —murmuró Shadow mientras se acercaba a la jaula. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se asomó para ver lo que había dentro.

Y para su sorpresa, encontró un pedazo de carne podrida. Podía distinguir una silueta humana, pero no tenía forma de decir si era un hombre o una mujer. Aunque considerando que todos los esclavos que estaban en el campamento supuso que era una mujer, o bueno, lo era.

Inesperadamente, el trozo de carne empezó a moverse una vez Shadow abrió la jaula. Parecía consciente e incluso parecía tratar de comunicarse con él.

Contemplando al trozo de carne frente a él, recordó que estos tipos de 'monstruos' eran llamados 'Poseídos' que eran atrapados y ejecutados por la iglesia. Aparentemente ellos nacen como humanos comunes y corrientes, pero sin previo aviso, su carne y piel comenzaba a pudrirse. Luego de eso, mueren de inmediato.

La iglesia solía comprar a estos poseídos para luego purificarlos por medio de ejecución. Aunque aquello no hacía más que disgustar a Shadow, decían que purificaban a los poseídos. Pero lo único que hacían era matar a gente enferma. No obstante, la iglesia alega que es por el bien del pueblo y las masas aplauden sus actos.

—Bueno, al menos acabaré con tu sufrimiento —declaró Shadow, extendiendo su espada de slime hacia la jaula.

Sin embargo, su mano se detuvo cuando algo captó su atención, percibió algo que no parecía ser natural.

—Su magia… está fuera de control —murmuró.

Centro sus sentidos para percibir el aura alrededor del montón de carne. Su cantidad de poder mágico era abrumadora. Y entonces, un recuerdo afloro en su mente: él mismo había tenido ese mismo problema. Si no hubiera logrado recuperar el control, tal vez hubiera terminado de esta forma.

Después de todo, el poder mágico tiene un impacto significativo en el cuerpo. Aquel día, cuando se percató de esta realidad, también descubrió una posibilidad fascinante. Quizás el cuerpo podría modificarse mágicamente para lograr una mayor afinidad con la magia. Sin embargo, esto podría llevar a un descontrol peligroso.

En su caso, él había forzado sus límites de manera deliberada, pero en el caso de este ser deformado, debió ser el resultado de un crecimiento mágico demasiado rápido que su cuerpo simplemente no pudo soportar.

Y como este trozo de carne es producto de un descontrol mágico, podría utilizarlo para lograr su verdadera meta. Con esto, podría acercarse a convertirse en una verdadera Eminencia en las Sombras.

—Este trozo de carne… me será muy útil —dijo antes de extender su mano al trozo de carne y verter poder mágico.


Así transcurrió un mes.

Cid se encontraba en la vieja mansión que pertenecía a su padre, parecía que el tiempo había acelerado su deterioro. Ciertamente, necesitaba una restauración urgentemente.

Aun así, lo más sorprendente fue que el experimento con el trozo de carne fue todo un rotundo éxito, al menos hasta que todo cambió ese día. Cid soltó un largo suspiro antes de recordar. Fue divertido. Cada día que experimentaba se acercaba cada vez más a la esencia de la magia, y debido a ello, su conocimiento y poder mágico aumentó significativamente.

Su dominio sobre el poder mágico se hizo mucho más preciso, más elegante y, lo más importante, poderoso. Y cuando finalmente llegó el momento en que había llegado al límite…

—Vaya, esto es bastante inesperado —reflexionó Cid, mientras contemplaba la figura desnuda de una elfa ante él. Por su estatura y constitución, dedujo que debía tener unos pocos años más que él.

La elfa parecía examinar su cuerpo restaurado, visiblemente incrédula. Ciertamente, Cid no anticipó tal resultado. Había un zumbido de emoción en su pecho al ver lo que tenía ante él, sí, pero también había una ligera decepción. Esperaba contar con más tiempo con ese preciado sujeto de pruebas.

Pero ahora que dicho sujeto se había transformado en una hermosa elfa que le devolvía la mirada con curiosidad desde sus ojos azulados, no le quedaba más remedio que aceptar este inusual giro de los acontecimientos.

Levantándose del cajón de madera que había estado usando como asiento, Cid se acercó a la chica, que le seguía con la mirada cada movimiento que hacía, la intriga se reflejaba en su rostro.

Una vez frente a ella, se detuvo. Sus ojos negros se encontraron con los azules de la elfa.

De cerca, Cid pudo examinar con mayor detalle el rostro de la chica: rasgos finos y delicados, acentuados por las puntiagudas orejas parcialmente cubiertas por su cabello rubio.

Cid desvió la mirada, ella estaba completamente desnuda...

La chica, acostumbrada a ser un amasijo irreconocible, no reaccionó a la mirada de Cid, simplemente siguió observando el rostro de su salvador.

Con un movimiento ágil, Cid se quitó su abrigo y lo colocó sobre los hombros de la chica, cubriendo parcialmente su desnudez. Aunque esto no ayudaba mucho, dado que la chica era un poco más alta que él.

Entonces, Cid regresó a su asiento, apoyando un pie sobre la caja y el otro extendido hacia el suelo. Extendió la mano hacia la chica y exclamó:

—Eres libre, regresa a tu aldea y vive una vida feliz —exclamó Cid.

Sin embargo, la niña elfa permaneció en silencio, sin mostrar la más mínima señal de reconocimiento. Cid la contempló con una sonrisa artificial dibujada en su rostro. ¿Acaso no había hablado lo suficientemente alto? Quizás sí, pero la niña elfa no lo había escuchado. O, en el peor de los casos, no compartían el mismo idioma, en cuyo caso su intento de comunicación habría sido inútil. Sin embargo, una Eminencia en las Sombras no podía permitirse tales errores. Antes de intentar hablar de nuevo, se prometió a sí mismo que investigaría más sobre la raza de los elfos.

Cid carraspeó suavemente, atrayendo aún más la atención de la niña elfa hacia él.

—¿Entiendes mi idioma? —interrogó, esperando ansiosamente una respuesta.

La niña elfa asintió lentamente antes de bajar su mirada con cautela.

—Gracias... —susurró con una voz apenas audible, pero lo suficientemente alta como para que el chico que estaba frente a ella la oyera.

Una sonrisa genuina se extendió por el rostro de Cid al escuchar a la niña hablar su idioma. Tendría que haber sido un desafío innecesario aprender un nuevo lenguaje solo para poder comunicarse con ella.

—Entonces como te he dicho…

—Por favor… —interrumpió la niña elfa.

Cid guardó silencio, sorprendido. La mirada de la niña frente a él estaba llena de incertidumbre.

—No tengo adónde ir... —continuó la niña, aprovechando el silencio de Cid—. Mis padres y mi pueblo fueron exterminados por humanos cuando se enteraron que me convertí en una "Poseída". No dudan en masacrar a todas las personas de mi pueblo. Yo logré escapar, pero estuve vagando por los bosques durante semanas hasta que fui atrapada por esos esclavistas.

Cid escuchó atentamente. Sin duda este mundo estaba anclado en la misma percepción que la Europa Medieval. Sin embargo, podría usar eso a su favor.

Observó sutilmente su alrededor, la mansión estaba prácticamente en ruinas y, en las últimas semanas, se había arrepentido de haber dejado atrás a todas esas esclavas. Estaba seguro que podría haber convencido a alguna de ellas para trabajar en la mansión. Pero entonces se dio cuenta de algo, si lo hacía, sabría quién es en realidad. Y la idea de usar la cresta de servidumbre en un humano no le agradaba lo suficiente.

Por lo tanto, necesitaba aprovechar al máximo esta oportunidad. Usar todos los conocimientos de su vida pasada. Esta era una parte crucial. Sin lugar a dudas, la niña elfa que lo observaba sería una asistente maravillosa para una Eminencia en las Sombras.

Solo tenía que construir una historia creíble.

—Todo lo que te ha sucedido es culpa de la Orden de Diabolos y su intento de resucitar al demonio Diabolos.

—¿El Demonio Diabolos? ¿El de los cuentos de hadas? —preguntó la elfa con un tono de incredulidad en su voz.

Cid se puso serio. La única manera de que esta elfa le creyera era construir un enemigo formidable y oculto. Aunque no existiera… Pero con el tiempo podrían eliminar a un grupo grande de bandidos o esclavistas y decirle que eran la Orden de Diabolos. Un plan perfecto, si le preguntaban.

—Deberías saberlo ya. Hace mucho tiempo, el mundo estuvo en peligro por culpa del demonio Diabolos. Pero gracias a 3 héroes, un humano, un elfo y un semihumano, lograron derrotarlo y proteger al mundo. Aunque la historia es un poco más complicada —dijo antes de reírse y pensar en lo fácil que era entrelazar historias para crear una mucho más grande y compleja.

La niña elfa miró a Cid, parpadeando confusa y asombrada. Luego, su expresión cambió a una de miedo y sorpresa.

—¿Estás diciendo que... que soy una víctima de la Orden de Diabolos? —preguntó, su voz apenas un susurro tembloroso. Las leyendas del demonio Diabolos eran bien conocidas entre la gente del mundo, historias contadas para asustar a los niños. Nunca pensó que ella misma podría terminar involucrada en una de ellas.

Cid asintió, observando cómo la niña luchaba con la información. Después de todo, era mucho para asimilar. Si no, no sería una de sus buenas historias. Tal vez debería hacerse escritor, aunque eso solo le traería problemas en su camino a ser una Eminencia en las Sombras.

—Sí, pero como dije la historia es mucho más complicada. Luego de ser derrotado y al borde de la muerte, Diabolos puso una maldición en los tres héroes: 'La Maldición de Diabolos'.

—¿La Maldición de Diabolos? —preguntó la niña elfa, su expresión llena de desconcierto—. Nunca he escuchado de ella

—Pero existe —afirmó Cid, su tono firmemente convincente—. La Maldición de Diabolos es lo que llevas en tu interior… La enfermedad que te atacó, a la que ahora llaman 'Posesión'.

La niña elfa abrió sus ojos con sorpresa. Entonces Cid vio el momento perfecto para continuar con su mentira.

—Todos los descendientes de aquellos héroes han padecido esa enfermedad por generaciones. Sin embargo, en tiempos antiguos, la Maldición de Diabolos todavía podía ser curada. Como he hecho contigo.

—¿Entonces los poseídos son los descendientes de los tres héroes? —la niña elfa preguntó, su voz apenas un susurro.

Cid asintió, una sonrisa se dibujaba en su rostro.

—En el pasado, eran alabados y elogiados, eran la prueba viviente del sacrificio de los tres héroes. Aunque claro, todo esto fue en el pasado.

—Pero ahora nadie les agradece, a ninguno se le trata con respeto. Más bien nos… —la voz de la niña se desvaneció.

—Alguien cambió la historia —declaró Cid, levantándose de su asiento improvisado con un aire de finalidad—. Ocultaron la verdad de los hijos de los héroes, disfrazando la maldición como una 'posesión demoníaca'.

—Pero, ¿quién se atrevió a hacer tal cosa?!

Cid se acercó lentamente a la niña elfa, cada paso resonaba en la pequeña habitación en la que se encontraban.

—¿Acaso no lo he mencionado ya? –-dijo, su tono lleno de gravedad—. La Orden de Diabolos. Todos las personas que sufren la maldición de Diabolos han heredado un enorme caudal de poder mágico de los héroes. En pocas palabras, son el escudo de la humanidad, y un obstáculo para la Orden y sus objetivos.

—Así que intentan exterminarnos...

—Exactamente —confirmó Cid—. Te atribuyen un pecado que no has cometido, te tachan de 'poseída', e incluso masacran a tu aldea y a tus padres. ¿Acaso no los odias?

Los pequeños puños de la niña se apretaron y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Los odio —declaró con firmeza, su voz no titubeó—. No hay manera en que no pueda sentir repudio hacia ellos.

Cid inclinó la cabeza, sus ojos carmesí se encontraron con los azules de la elfa.

—Ellos son el Culto de Diabolos, mis enemigos, tus enemigos. Nunca se revelan a la luz. Por eso, aquellos que se oponen a ellos también deben permanecer en las sombras. Dime, ¿quieres acompañarme?

Cid extendió su mano hacia la niña, y pudo contemplar la resolución en sus ojos azules cuando ella la aceptó. Su rostro joven y hermoso brillaba con ansia y determinación.

—El camino será duro, pero nuestro objetivo está al alcance de nuestras manos.

—Si eso es lo que deseas, te entrego mi vida misma. El destino de los culpables será nada más y nada menos que la muerte..

Cid se quedó en silencio por un momento, impresionado por la resolución de la joven elfa. Esa era la determinación que buscaba para luchar contra su ficticia Orden de Diabolos. Sin duda esta era una elfa muy fácil de convencer. Pero la manera en la que pronunció esas últimas palabras le dio un escalofrío.

—Entonces, desde hoy día tu nombre será Alfa.

—De acuerdo —respondió la recién nombrada Alfa de inmediato, sin dar tiempo a que Cid continuase.

—Y tu trabajo será evitar desde las sombras la resurrección del demonio Diabolos y… —Cid se detuvo durante un momento. No lo había considerado, pero su organización que lucharía contra la Orden de Diabolos necesitaría un buen nombre. Un nombre que armonice con su ambición de convertirse en una Eminencia en las Sombras—. Nosotros seremos Shadow Garden. El Jardín de las Sombras que acecha en las sombras y caza las sombras.

—Shadow Garden… Que majestuoso nombre —comentó Alfa antes de levantarse y revelar por completo su cuerpo a Cid, quien desvió discretamente su mirada.

'Necesito comprar ropa femenina. Definitivamente necesito comprar ropa para Alfa',pensó Cid.

—El enemigo es un pez gordo, será necesario fortalecernos —continuó Alfa cortando la poca distancia que había entre ella y Cid.

—¡Esa es la actitud! —señaló Cid alejándose discretamente de Alfa.

—También necesitamos encontrar al resto de descendientes de los héroes —exclamó Alpha con determinación.

—¿Ah? Si, si, pero, por el momento, concentrémonos en hacernos más fuertes —respondió Cid con una sonrisa forzada.

Ser una Eminencia en las Sombras seria mas divertido si eran mas personas, pero tampoco quería muchas personas en esto. Sinceramente, Cid, prefería que solo fueran ellos dos. Sin embargo, no le vendría mal más manos para atender la mansión. Justo cuando contemplaba este pensamiento, el sonido de un trozo de madera desplomándose en la distancia confirmó su necesidad de manos extra.


Nota de autor: Bueno y con eso terminamos el capítulo 1. La verdad es que escribí esto por una idea que me surgió de camino a casa así que no sé hasta dónde la lleve. Aunque en mi cabeza ya tengo varios capítulos.

Dicho esto, estoy abierto a escuchar ideas de parejas para nuestro buen Cid. Aunque estoy tratando de escribir esta historia buscando la comedia ( que es lo peor que se me da escribir, así que cualquier consejo seria agradable)

Adeu.