06. dubcon || frottage || chastity
Las piezas de la armadura quedaron desperdigadas en un círculo a su alrededor como los pétalos de una rosa deshojada. A pesar de que aún vestía los pantalones que todos los guerreros del Santuario usaban bajo la protección metálica, se sintió completamente desnudo frente a la autoridad y a la duda acerca de qué era lo que pretendía entonces aquel misterioso hombre. Por ese motivo, la seguridad con la que había aceptado la muerte nuevamente se disipaba.
Mantuvo los párpados cerrados, apretados, los cuales no se atrevió a abrir en ningún momento pues no había recibido la orden de hacerlo ni tampoco estaba seguro de poder enfrentarse a lo que le mostraran sus ojos.
—Si no es mi vida lo que desea tomar, ¿entonces qué es? —tuvo la osadía al fin de preguntar.
La respuesta no vino dada en palabras, sino en ese beso tan inesperado como violento. Permaneció rígido al principio, por lo que la lengua ajena se encontró con el obstáculo de sus labios inmóviles y chocó contra sus dientes. La exigencia lo llevó a ir cediendo, separando los maxilares y ablandando la lengua para que se sirviera de su boca a su gusto. No sintió rechazo hacia él; por más que lo hubiera sentido, nada habría hecho al respecto pues no se permitiría desobedecer a su Patriarca, sea quien fuera el dueño de esos labios sedientos y definitivamente jóvenes. O tal vez se encontraba tan confundido que era incapaz de alejarse del hombre que lo besaba sin su permiso. Su única expresión había sido un único y ahogado quejido de sorpresa.
La daga tembló en su mano. Si hubiera estado sosteniendo el filo en lugar de la empuñadura, ya se habría cortado la palma por la tensión con la que la sujetaba, incluso sin darse cuenta de ello.
A su edad, Afrodita no era ingenuo ni desconocía de qué trataban los placeres de la carne, así como era muy consciente de las pasiones que despertaba en todo aquel que tuviera la suerte de observar su belleza, fuera este un hombre o una mujer. Ahora que los efectos de la primera conmoción se diluían en el paso de los minutos, sabía exactamente qué rumbo estaba tomando la situación y en qué clase de acto podía llegar a culminar.
Quizás otra persona se hubiera horrorizado ante semejante panorama donde el abuso de poder resultaba indiscutible, pero Piscis había consagrado su mente y su cuerpo al servicio de la justicia, y para él ese hombre al mando del Santuario representaba la justicia absoluta. Consideró el entregarse e incluso el humillarse frente a él como parte de su deber como santo dorado y del propósito de su vida. Tal vez, si lograba satisfacerlo en sus obscenas demandas, de alguna manera retorcida estaría corroborando con la paz de la humanidad.
