Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor


CAPÍTULO DOCE

Chicago

Lunes, 12 de marzo10:00a.m.

―Correo. ―Bree Tanner dejó caer una pila de cartas sobre el escritorio de Bella.

Bella miró hacia arriba para encontrar a su asistente, normalmente de jeans color azul, sustituidos por un traje con falda corta y una elegante chaqueta larga hasta la cadera. Los tacones altos daban a sus largas piernas desgarbadas un aspecto increíble. Bella se tragó los celos crecientes por la joven gracia de Bree. Recostándose en su silla, lanzó un silbido bajo.

―Linda facha, o lo que los chicos lo llamen en estos días.

Bree se echó a reír, incluso sus ojos se iluminaron. Ella había tenido una vida tan dura. Estaba empezando a salir de su cascarón bajo el cuidado y la crianza que Tanya le estaba proporcionando. Y, por supuesto, Phil. Phil había sido fundamental para lograr poner a Bree de nuevo sobre sus pies, en la escuela, en un trabajo estable ‒dándole la oportunidad de un futuro normal‒ aunque su pasado hubiera sido todo lo contrario.

―Lo llamamos ropa, Bells. Bella levantó la nariz.

―Inteligente elección.

Bree prácticamente saltó al escritorio que usaba en su horario de medio tiempo.

―Aprendí todo de ti.

En ese momento, la puerta de la oficina de Edward se abrió y este sacó la cabeza.

―Bree, ¿a qué hora empieza la reunión del Departamento?

―En una hora ―balbuceó Bree, su rostro estaba escarlata.

Bella puso los ojos en blanco. ¡Oh, Dios!, pensó. El casual enamoramiento de Bree por Edward había derivado en un amor en toda regla.

―Bien. Eso me da tiempo suficiente para calificar algunas pruebas. ―Él sonrió a Bella y ella sintió que su cuerpo se derretía como la mantequilla. Pobre Bree. Sería una decepción cuando se enterara de su relación con Edward―. ¡Oh, lindo traje, Bree! ―añadió Edward. Levantó una ceja―. ¿No te estarás entrevistando para un trabajo en otra parte?

Bree sacudió la cabeza violentamente.

―N-no. Por supuesto que no.

―Eso es un alivio. Nos vemos más tarde. ―Él se retiró hacia atrás lo suficientemente lejos de modo que sólo Bella podía verlo y le hizo guiño subido de tono que la hizo enterrar el rostro ardiente en el informe del presupuesto. Oyó cerrarse la puerta y a Bree dar un suspiro enorme. A continuación, los tacones altos de Bree resonaron cuando salió para preparar la sala de conferencias para la reunión de Departamento.

Bella levantó la cabeza al oír cerrarse la puerta la sala de conferencias. Había estrujado su cerebro pensando una buena manera de darle la noticia a Bree, pero hasta el momento no había encontrado ninguna.

OOOOO

―Eso resume la reunión de Departamento de hoy. A menos que alguien tenga nuevos asuntos. Bree echó una mirada alrededor de la mesa y comprobó que todos negaban con la cabeza.

―Creo que eso es un no a nuevos asuntos ―comentó Edward.

―Entonces, el último tema del día es el sorteo de los boletos. ―Bree dijo las palabras con reverencia mientras colocaba un sobre con los codiciados boletos de los Chicago Bulls para los juegos de los próximos meses de temporada en la mesa. Fue uno de los legados de Phil al Departamento.

―Me preguntaba cuándo sería momento para hacer eso otra vez. ―Quil Ateara tamborileaba sus dedos sobre la mesa―. Apúrate, Bree. Es mi turno, lo sé.

Bree metió la mano profundamente en el sombrero que se utilizaba para sacar el nombre ganador. Su rostro paso a un color rosa fuerte cuando sacó un trozo de papel y leyó el nombre del ganador.

―Lo siento, Quil. Este mes los billetes de los Bulls van a Edward.

―No.

Bree se volvió, junto con todos los demás mirando boquiabiertos a Edward, con sorpresa. Su rostro se había oscurecido, con la mandíbula tan tensa que un músculo temblaba. El lápiz en su mano se quebró, la mitad saltando al otro lado de la mesa.

Bree miró a Bella que estaba tan sorprendida como todos los demás.

―Pero…

Él la interrumpió con el golpe de sus libros, uno encima del otro.

―No hay peros, Bree. No quiero los condenados boletos. ―Se puso de pie, empujando su silla hacia atrás mientras tomaba su bastón―. Y en el futuro, por favor, pide mi permiso antes de incluirme en alguno de sus pequeños acontecimientos.

Un silencio pesado pendió sobre el grupo, que hizo una mueca cuando la puerta de su oficina se cerró.

―Bueno. ―Quil frunció la boca―. Eso fue diferente.

―Eso fue grosero ―farfulló George Foster, uno de los otros profesores―. Bree, no te preocupes por él. Debe ser fan de los Celtics. Me han dicho que son incluso más rudos que los neoyorquinos.

―Pero debería ir a disculparme.

―No, cariño. ―Bella puso una mano firme sobre los dedos finos de Bree―. George tiene razón. Por alguna razón, Edward fue insufriblemente grosero. ¿Por qué no tomas las entradas de este mes? ―Con un apretón de apoyo, Bella le soltó la mano―. Se levanta la sesión, fuera todo el mundo.

Bella golpeó una vez la puerta de la oficina de Edward antes de entrar rápidamente. Cerrando la puerta tras de sí, se apoyó en ella, mirándolo de pie ante la ventana, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, los dedos clavados en la parte superior del brazo. Era la imagen misma de la ira embotellada. Sus ojos se abrieron cuando vio los despojos que cubrían la alfombra. Documentos, cuadernos, lápices y una variedad de clips de papel estaban sembrados por todos lados. Habían volado desde su escritorio en una explosión de rabieta. Una foto enmarcada yacía boca abajo entre la puerta y el escritorio y se acercó en silencio a recogerlo. Con cuidado puso la foto de sus padres en la esquina vacía del escritorio de Phil.

―¿Edward?

―Vete, Bella. Estoy demasiado enojado para hablar en este momento. Sus cejas se alzaron juntas.

―¿Estás muy enojado? Me gustaría saber por qué.

―No es asunto tuyo.

Ella estuvo a su lado antes darse cuenta de que había dado el primer paso.

―Es mi asunto cuando irrumpen en mi oficina. Es mi asunto si destrozan a mi ayudante. ―Es mi asunto cuando me estoy enamorando de ti, pensó. Es mi asunto cuando yo pensaba que no eras capaz de semejante ira.

―Esta es mi oficina, no la tuya y tú trabajas para mí. No al revés. ―Su voz tenía una nota desagradable, antes inadvertida.

Momentáneamente desconcertada, sólo pudo mirarlo. Era como Jekyll y Hyde. Se puso de pie ante ella, un hombre tallado en piedra. Un extraño. Ciertamente, no el hombre que la había cortejado con intensidad la última semana. Quién la había abrazado con tanta sensibilidad y afecto. Quién la besó y le hizo sentir como una parte importante de su vida. Un fuego de su propia ira comenzó a burbujear.

―¿Así que es así? Vete, Bella, que me molestas. Yo no lo creo, Edward. ―Ella tiró de su brazo―. Por lo menos mírame cuando estás siendo grosero.

Tironeó del brazo para poner distancia, y la fuerza lo hizo torcerse y tropezar. Se tomó del borde del escritorio mirando hacia arriba. Sus ojos verdes estaban llenos de una mezcla de ira y dolor. Sus labios se curvaron de nuevo en lo que sólo podía ser un gruñido.

―¡Fuera Bella! No tienes ni idea de lo qué estás hablando.

En silencio, se agachó para recuperar el bastón y se lo ofreció a él.

―Aún no has superado el cambio forzado de profesión, ¿verdad? Todavía estas enojado por haber perdido el negocio de los zapatos, ¿no? ―Sus manos se apretaron con furia, pero no dijo nada. Cuando él no hizo ningún movimiento para tomar el bastón que le ofrecía, lo miró fijamente durante un momento y luego dejó caer el bastón a sus pies―. Crece, Edward. Consigue una vida. Y cuando hayas hecho ambas cosas, llámame.

Chicago

Lunes, 12 de marzo06:00a.m.

―¿Mamá? ―Ethan llegó corriendo al oír el estruendo de las cacerolas― ¿Qué pasa? Bella arrojó una olla en la estufa, todavía murmurando en voz baja.

―Nada.

Ethan parpadeó y se encogió cuando una segunda olla siguió a la primera.

―Suena como si no fuera nada bonito. ¿Estás segura de que estás bien?

Bell escuchó la preocupación en su joven voz y se obligó a detenerse. Volcar su furia sobre Ethan no era mejor que lo que había hecho Edward con la pobre Bree.

―Estoy bien, cariño. Sólo un poco molesta. Ethan la miró con escepticismo.

―¿Que pasó, mamá? Bella suspiró.

―Tuve una pelea con Edward.

―¿Puedo preguntar por qué?

Ella apoyó la frente sobre la superficie fría de la nevera.

―Puedes preguntar. Una vez que me calme, incluso puede que te conteste.

―¿Te lastimó?

Bella se dio la vuelta para encontrar a Ethan en posición de batalla. Su rostro se había endurecido.

―¡No! ¡Oh, no, cariño, no es nada por el estilo! Edward es un hombre muy gentil. Normalmente es un hombre razonable. Hoy fue un hombre muy estúpido. Ven, siéntate. ―Ella esperó hasta que Ethan hubo puesto su figura desgarbada en una de las pequeñas sillas con expresión de sospechosa incredulidad―. Edward tiene toda una historia.

―Ya lo sé ―dijo con gravedad.

―¿Cómo sabes?

―Los muchachos me contaron, sus sobrinos. Solía tener estas grandes peleas con su hermano, el papá de Rob. ―Él miró hacia otro lado―. Yo quería saber de él.

Quería saber si era... ―Ethan se encogió de hombros―. Así que lo busqué en la red.

Desconfiada, Bella entrecerró los ojos.

―Muéstrame. ―Impaciente esperó los treinta segundos que le tomó llegar a su habitación y regresar, tamborileando los dedos sobre la mesa. Su boca se abrió con sorpresa al ver la gruesa carpeta que había armado Ethan. En silencio, dejó correr su mirada a través de cada imagen, de todos los artículos escaneados. Finalmente, levantó la cabeza, el asombro en sus ojos.

―¿Cómo hiciste esto?

―Estamos aprendiendo cómo hacer investigación en nuestra clase de informática. Cómo utilizar las redes en línea para el estudio. Algo de esto viene de Los Ángeles Times, parte es de revistas Sports Illustrated viejas. Un par de artículos del periódico local, ya sabes, "a chico de la zona le va bien".

Doce años, pensó con amargura. Había llevado ese rencor por más de doce años. La desilusión reemplazó a la ira cuando ella sintió esfumarse su ilusión del hombre perfecto. Demasiados hombres en su vida habían culpado a alguien o algo por su mala suerte. Su padre. James. Con el tiempo habían acabado culpándola a ella. Ella había creído que Edward era diferente. Aun deseaba creer que él era diferente. Que él podía realmente elevarse por encima de sus circunstancias, hacerse un mejor ser humano. Se puso de pie, dispuesta a darle Edward Cullen una oportunidad más para demostrarle que estaba equivocada.

―¿Mamá?

―Está bien, Ethan ―aseguró―. Tengo que salir por un rato. Ethan se puso en pie, bloqueando su camino.

―No. No saldrás sola.

Bella respiró, disponiéndose a sí misma a estar tranquila con su hijo, recordándose a sí misma que su ira estaba reservada para Edward. Sin embargo su voz surgió mucho más dura de lo que había previsto.

―Ethan, sé que estás haciendo lo que piensas que está bien y agradezco que trates de cuidar de mí, pero yo soy tu madre y soy muy capaz de cuidar de mí misma.

―Él es un atleta con temperamento. Tú no eres lo suficientemente fuerte. ―Su voz era desesperada―. No vayas.

Ella puso una mano sobre su brazo y sintió la tensión los músculos bajo de sus dedos.

―Ethan, por favor. No me saques de quicio. No esta noche. Edward no me hará daño. Estoy segura de ello.

Ethan vaciló y luego se hizo a un lado, cruzando los brazos con fuerza sobre su pecho.

―¿Cuándo vas a volver? Bella se abrochó el abrigo.

―En una o dos horas. ―Podía ver la preocupación en sus ojos―. No te preocupes, hijo. Voy a estar bien. ¿Puedo llevarme estas fotografías?

―Está bien. ―Se puso de pie y la siguió hasta la puerta―. Mamá, ten cuidado. Llámame si me necesitas.

―Lo haré. No te preocupes. Cierra la puerta detrás de mí.

OOOOO

Edward casi se había calmado cuando Bella se presentó en su puerta, pero una mirada a sus ojos furiosos encendió su ira ardiente nuevamente.

―Bella, que agradable sorpresa. ―El sarcasmo vibraba en su voz, destilando en cada palabra―. Es curioso, no recuerdo haber conseguido una vida, haber crecido o hacerte una llamada.

Una mirada mordaz fue todo lo que ella le dirigió cuando se abrió paso en su vestíbulo. En silencio, él la siguió hasta la cocina, donde estaba tirando de los botones de su abrigo con pequeñas sacudidas rígidas, una gruesa carpeta manila apretada bajo el brazo.

Con un movimiento fluido se encogió de hombros, se sacó la chaqueta y tiró la carpeta sobre la mesa en la que rebotó una vez, enviando fuera el contenido, deslizándose libremente. Los ojos oscuros y entrecerrados, de pie con los puños plantados en las caderas, la mandíbula apretada, una pequeña boxeadora lista para un combate. Incluso en su furia, su boca se hacía agua por la visión de ella.

―Eres un pomposo, desagradecido y autocompasivo hijo de puta. Su péndulo osciló limpiamente de nuevo hacia la furia pura.

―Y tú ―Edward dio un paso más y se inclinó hacia delante―, estás completamente fuera de lugar, señorita Swan. ―Él se alzaba sobre ella, pero ella se mantuvo firme, mirándolo con una expresión inescrutable.

―¿Lo estoy? ―Girando en un tacón, Bella se acercó sobre la mesa y tomó una de las fotografías―. Pensé que estaba enamorándome de un hombre íntegro.

―Girando, le clavó el dedo índice en el pecho, su nudillo dio contra la pared de duro músculo―. Con un poco de fuerza interior. ―Otro golpe, esta vez más suave―.

Con un poco de carácter. Tal vez alguien en quien pudiera apoyarme, para variar. ¿Pero veo eso? ¡No! ―Gritó la respuesta a su propia pregunta, agitando la foto en su rostro, haciendo caso omiso de su oscuro ceño fruncido―. ¡Veo un niño mimado, amargado por haber sido bajado a tierra, que no puede o no quiere hacer frente al verdadero problema! Quién descarga su petulancia en niñitas enamoradas.

―¿Qué petulancia? ―Él la tomó por la muñeca para detener el dedo que presionaba en su pecho―. ¿Qué niñas enamoradas? ¿Se puede saber de qué diablos estás hablando?

―Bree, Edward. Bree está locamente enamorada de ti y tú trataste su corazón como si fuera basura del día anterior.

―¿Bree? ¿Enamorada de mí? No seas ridícula,Bella. Es sólo un flechazo.

―Tú no lo ves, ¿verdad? Piensas que a todas les importa el maldito bastón y eso te hace enojar.

―Sus ojos se estrecharon―. Veo como lo escondes cada vez que una mujer hermosa pasa a tu lado.

Edward estaba irracionalmente complacido.

―Estás celosa.

Ella empezó a farfullar una negación, luego apretó la mandíbula obstinadamente.

―No estoy aquí para hablar de la patética inseguridad que yo podría albergar en su presencia, doctor Cullen. He venido a hablar de esto.

―¿Quieres dejar de agitar ese papel en mi cara? ―Perturbado, él se lo arrebató de su mano. Luego, un puño le atenazó el corazón mientras miraba la fotografía.

―¿Lo reconoces? ―estaba diciendo Bella, su voz burlona―. He oído que eras bastante bueno.

La imagen revoloteaba porque sus manos temblaban.

―¿De dónde sacaste esto?

―De mi hijo. Quería saber con qué clase de hombre se estaba involucrando su madre.

Edward no podía apartar los ojos de la foto granulada, era de su año de novato con LA. Su cuerpo suspendido en el aire para alcanzar la cesta. Casi podía oír los gritos, ver los pulsos de flashes de las cámaras, sentir el calor de sus músculos tensos, ya que se estiraba hasta el límite de su resistencia. Poco a poco se hundió en una de las sillas de la cocina, sin dejar de mirar, a ciegas ahora.

―Esta fue mi vida ―pronunció, su garganta se cerró, su voz reducida a un susurro ronco―.

¿Cómo te atreves a lanzármelo en la cara de esta manera?

Bella dudó.

―Tú desperdiciaste tu vida, Edward ―respondió ella, con voz más suave ahora. Luego se retiró un paso apresuradamente, cuando él la miró con la furia oscureciendo los bordes de su visión.

―¿Y tú eres la experta? ¿Me harás unos bollos, conversarás, me darás algo de sabiduría palurda? ―Quería herirla tan profundamente como ella había herido su corazón―. No tienes una mínima idea de cómo es, Bella, así que dejemos esto ahora y pensemos en todo esto como un miserable error.

Su rostro se puso rojo y por primera vez se Edward encontró que su rubor era poco atractivo. Luego, sus ojos brillaron a medida que ella se fue acercando.

―¿No tengo una mínima idea de lo que es? Dios, eres todo un caso, Edward. ¿Crees que eres el único ser humano sobre la faz de este planeta que tuvo una mala racha?

―No hay juego de palabras ―respondió él con los dientes apretados―. Vete, Bella, antes de que llegue a estar realmente enojado.

―¿Y luego qué? ¿Entonces le gritarás a tu familia? ¿Me gritarás a mí? ¿Gritarás a Bree? ¿A quién le gritarás la próxima vez, Edward? ―Ella se inclinó y apoyó una mano en cada brazo de su silla, enjaulándolo―. ¿Harás otro berrinche y saldrás corriendo por otros diez años? Bueno, ¿no es esa la forma madura? Te diré algo, Cullen, y vas a escucharme. Hay un montón de gente en este mundo mucho peor que tú. Ve a cualquier refugio para indigentes o clínica en los suburbios de la ciudad y lo verás. Entonces me dices si tu vida apesta tanto.

Su mandíbula seguía apretada.

―No tienes idea de lo que estás hablando. Vete a casa y llévate esas malditas fotografías contigo

Bella meneó la cabeza lentamente.

―Tengo toda la idea de lo que estoy hablando. ¿Sabes cómo es la rehabilitación para las personas pobres, Edward? No es un hospital bonito de Boston, con terapeutas y equipos de última generación. ¿Sabes lo que es hacerlo todo solo? ¿Tienes alguna idea de lo que es tener que levantarte cada vez que caes y saber que a nadie en el mundo le importa si vives o mueres? ¿Sabes lo que es eso, Edward?

Ella estaba a centímetros de su rostro, su voz era un rugido frío.

―Bueno, cariño, yo lo sé. He estado allí, he hecho eso. Tuve una lesión, también. Una mala. Una espalda rota y las piernas que se doblaban debajo de mí que cada vez que intentaba levantarme y cuidar a mi hijo. He sudado y gruñido y me he esforzado tanto que hasta pensé que sería más fácil rendirme y morir. Tengo mucho más que una mínima idea de lo que es el infierno. Es un asco. No es justo.

Se detuvo para recobrar el aliento, apenas consciente de su expresión sorprendida.

―Así que te voy a dar un poco de sabiduría palurdo. Lo que has perdido es más de lo que la mayoría de la gente tiene en toda una vida. Lo que perdiste era temporal de todos modos. Has perdido unos años de tu vida. Has perdido una carrera. ―Cogió la fotografía de entre sus manos flojas y la arrojó al suelo―. Tenías alas. Bueno, está bien. Ahora ya no. Yo quería ser una bailarina. Pero no lo habría sido aunque no me hubiera caído por las escaleras y roto la espalda y pasado años de mi vida luchando por volver a caminar. ¿Sabes por qué?

―¿Por qué? ―Aturdido, sólo podía formar la palabra, incapaz de encontrar su voz.

―Porque nunca tuve dinero suficiente para comer. Nunca tuve un hermano que se preocupara por mí. Nunca tuve un padre que me amase lo suficiente como para llorar por mí. Yo no tenía zapatos para ir a la escuela, mucho menos zapatillas de ballet. Tú tenías mucho, Edward, y sí, has perdido mucho, pero todavía tienes todo.

Siempre lo tuviste todo y casi lo has perdido por ahogarte en la autocompasión todos estos años.

Él miró en sus ojos, oscuros y salvajes y sintió la puñalada de dolor tirando abajo su ira como si fuera un gran árbol.

―Lo siento mucho, Bella.

Ella frunció los labios, produciendo pequeñas líneas que marcaron la piel suave alrededor de la boca.

―¡No! No te conté todo esto para que sientas pena por mí. ―De repente se enderezó, dándole la espalda―. Eso no es lo que quiero de ti.

―Entonces, ¿qué quieres de mí? ―Su voz temblaba pero él ni llegó a oír el temblor, mientras la veía inclinarse hacia adelante, con los brazos cruzados―. ¿Bella?

―Quiero que seas la clase de hombre de la que puedo depender, el tipo de hombre del que esté orgullosa de llamar mi compañero. Quiero que seas dueño de lo que te ha quedado, para que tomes tu destino en la vida y puedas echarte a volar. ―Ella tomó la fotografía de donde había caído durante la refriega―. Échate a volar de nuevo, Edward.

―No puedo hacer eso ―dijo tenso, sintiendo la vieja desesperación apoderarse de él como si sus lesiones fueron totalmente nuevas.

―Sí, puedes. Pero no como lo hiciste antes. ―Poco a poco se volvió y aplastó la fotografía contra su muslo―. ¿Sabes cuántos niños pensarían que han muerto e ido al cielo por tan sólo cinco minutos con un hombre que jugó para los Lakers? ¿En la misma cancha con Magic y Jabbar?

―Cautelosamente colocó la imagen en la carpeta con las demás y alisó la cubierta manila―. Las piernas no vuelan más, Edward, pero el amor por el deporte todavía está en tu corazón. Búscalo, úsalo. Haz felices a unos pocos niños. ―Un brillo encendió sus ojos mientras tomaba su abrigo―. La escuela de mi hijo tiene gran necesidad de un ayudante de entrenador para su equipo juvenil. Ellos no son ricos. Probablemente no podría permitirse el lujo de pagar. ―Metió los brazos por las mangas y las pequeñas manos reaparecieron para abotonar su abrigo―. O hay muchísimas canchas en South Side o Cabrini. Realmente no importa dónde.

Edward vio que sus movimientos se hacían más lentos, los ojos pesados por la fatiga.

―¿A dónde vas?

―A casa. Hablar sobre el pasado me agota. Creo que me iré a la cama temprano esta noche.

Edward se tambaleó sobre sus pies y la siguió hasta la puerta principal. Luego se detuvo en seco cuando se encontró a Jasper en silencio de pie en el hall de entrada, con los ojos llenos de preocupación.

―Bella―dijo Jasper.

―Hoy no, Jasper―interrumpió ella, pasando delante de él hacia el porche de entrada.

Sin poder hacer nada, captó la mirada preocupada de edward.

―Ella no debería conducir, Edward.

―No lo hará. Deja que te lleve a casa, Bella. Jasper puede seguirme y traerme de vuelta.

―Sin decir palabra, le entregó las llaves.

Cuarenta minutos más tarde, Edward y Jasper la siguieron por los dos tramos de escaleras a su apartamento, donde un frenético Ethan se paseaba por la alfombra raída del suelo desnudo.

―¿Qué pasó? ―preguntó, su voz joven quebrada.

―Estoy bien, Ethan ―contestó ella, dando una caricia cansada en su hombro―. En serio. Solo solté mi temperamento y perdí los estribos. Nada que una noche de sueño no cure. Buenas noches, Jasper. ―Ella se volvió con una mirada sobria―. Edward.

Edward esperó a que ella hubiera cerrado la puerta de su dormitorio con un suave sonido antes de enfrentarse a la pregunta en los ojos de Ethan, tan parecidos a los de Bella.

―Ella se enojó conmigo. Probablemente tenía derecho.

―¿Probablemente? ―preguntó Jasper, totalmente en serio.

―¿Cuánto tiempo estuviste allí?

Jasper consideró mentir, decidió no hacerlo.

―Desde "eres un hijo de puta pomposo".

―Te perdiste "ingrato y auto-compasivo".

―Debo de haber estado dormitando.

―Ella nunca maldice. Mi mamá nunca maldice. ―Ethan se volvió hacia la puerta del dormitorio, como si mirando el tiempo suficiente se respondieran sus preguntas.

―Lo hizo esta noche. ―Edward puso una mano en el hombro del muchacho―. Llámeme si necesita algo.

Ethan se encogió de hombros bruscamente, sacando la mano de Edward de su hombro y se volvió para hacer frente a los dos hermanos, el fuego brillando en sus ojos marron.

―¿No cree que ha hecho suficiente? ―dijo Ethan, con los dientes apretados. Sus puños se apretaban a sus costados y no cesaba de tropezar en la punta de sus pies, acercándose tanto que hasta lo único que Edward pudo ver, fueron los furiosos ojos marron enojados, hasta que el aire crujió con la furia apenas contenida del muchacho―. Mi madre está fuera de su alcance, Cullen. ¿Lo entiende?

Instintivamente, la mano de Edward se apretó alrededor del bastón y se desplazo hacia atrás, para poner un poco de espacio entre ellos.

―Ethan, por favor.

Jasper dio un paso más y agarró el hombro de Ethan con firmeza.

―Tómalo con calma, Ethan ―dijo con dulzura―. Nada ha p…

El puño Ethan se acercó, sacando la mano de Jasper de su hombro y empujándolo en el mismo movimiento. Volvió la cabeza para mirar a Jasper, pero su cuerpo se mantuvo firme, en su posición.

―Aleje sus manos de mí ―gruñó, y luego se volvió a Edward, con los puños todavía cerrados, su cuerpo temblaba―. Y usted, mantenga sus manos lejos de mi madre. ¿Cree que puede meterse en su vida, con su Mercedes y sus trajes caros y hacer que a ella le guste su familia, y luego herirla como ahora? ―Edward miraba aturdido como Etha se estremeció en una inspiración profunda y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ethan dio un paso atrás y respiró hondo―. Intenté advertirle sobre usted. Un gran jugador de pelota con muy mal genio. ¿Pero, me escuchó? No. Ella tenía estrellas en los ojos y no podía ver más allá de su falsa bondad... ―terminó entrecortado, las lágrimas ya corrían por su rostro―. Usted no la merece. Sólo váyase. ―Se pasó la manga por los ojos y abrió la puerta principal―. Váyase ahora.

Por favor.

Edward se quedó allí, tratando de pensar una palabra en su propia defensa. No había ninguna. Ethan estaba enojado y herido. Y tenía derecho. Sabía que Bella era vulnerable, pues sabía que ella había vivido con un hombre que estaba emocionalmente distante. Y aún así, dejó que su temperamento volara por un par de entradas de baloncesto. Ethan estaba en lo cierto. No merecía a Bella. Jasper tiró de la parte de atrás de su abrigo y Edward se volvió, aún entumecido.

Jasper le dio unas palmaditas en la espalda con torpeza.

―Vamos, Edward. Deja que te lleve a casa.

Asheville

Martes, 12 de marzo08:00a.m.

Ross cruzó las manos sobre el escritorio y miró a Emmett. Sentado a horcajadas en una silla con la barbilla apoyada en el respaldo, Emmett le devolvió la mirada.

―Estás agotado, MaCarty.

Emmett se encogió de hombros. Había estado la mitad de la noche repasando las pruebas, los registros, sus propias notas y… estuvo de acuerdo. Estaba definitivamente agotado.

―¿Tienes algo mejor? Iré directo a ello.

―Pensé que ibas al buscar al abogado de ayuda legal que inició la orden de alejamiento.

―Lo hice. Creo que he encontrado a alguien que lo recuerda, pero la mujer está fuera de la ciudad hasta mañana. Mi cerebro ha tomado un giro diferente.

Ross suspiró.

―Vamos a aclarar esto. Te has enfocado en la estatua que se encontró en el coche de la señora Witherdale. ―Levantó una ceja―. Enfocándote finalmente en el crimen en cuestión, debo añadir.

Emmett puso los ojos en blanco y no le importaba si ella lo veía hacerlo.

―Mira. Esa estatua era importante para Witherdale. Él la reconoció, según los muchachos del Condado de Sevier. Si le hubiera pertenecido a él, lo habría reportado como desaparecido después de que su esposa desapareció. La policía barrió toda su casa con un peine de dientes finos. Inventarió todo. Witherdale insistió en que nada suyo había sido robado.

Ross inclinó la cabeza.

―Está bien, te sigo, MaCarty. Por lo tanto, pertenecía a la señora de Witherdale. ¿Y ahora qué?

―Bueno, estaba pensando que si había pertenecido a ella, ¿por qué tan solo no decirlo cuando la vio en el garaje del Condado de Sevier?

―Tal vez no quería que ella la tuviera ―conjeturó Ross.

―Esa es la dirección que tomé. Mira, sabemos que él abusó de ella. No me digas que nunca ha sido acusado, Zafrina ―dijo Emmett cuando Ross trató de hacer precisamente eso―. Has hecho lo imposible tratando de ser justa, pero la evidencia está ahí. Esa mujer fue abusada por alguien. Repetida y brutalmente. Ella vivió con él desde el momento en que tuvo quince años hasta que desapareció a los veintitrés. Algunas de esas heridas en las fotografías son frescas. ¿Quién más podría tener acceso a desollarle la espalda a pedazos? ¿El gato de fantasía nueve colas? Vamos, Zafrina.

Ross suspiró.

―Está bien, Witherdale es un esposo abusador. ―Levantó un dedo―. Acúsalo. Él tiene derecho al debido proceso.

Emmett se puso de pie y pateó la silla.

―Él tiene el derecho a… ―se cortó a mitad de frase. Aspiró, guardándose su temperamento―.

Lo siento. No soy normalmente un hombre irrespetuoso. Ross sonrió, de forma tan sutil que casi se lo perdió.

―Crees apasionadamente en tu trabajo, Emmett. Yo respeto eso. ―Su sonrisa disminuyó―. Mi primer homicidio fue un "disputa" doméstica que terminó mal. Nunca lo olvidaré en toda mi vida. El cuerpo golpeado de la mujer, los niños acurrucados en un rincón, llorando. Quiero ver que quien hizo esos moretones a Mary Grace sea llevado a la justicia tanto como tú. Así que siéntate y dime cómo vas a conseguir justicia para la mujer y su hijo.

Emmett tomó aliento y se sentó, a horcajadas en la silla una vez más, consciente de que la barrera de la formalidad se había roto entre ellos.

―¿Podría Witherdale darle a su esposa un ícono religioso, Zafrina? Ella negó con la cabeza.

―No. Él odia a los católicos. ―Sus labios se curvaron―. Y a los negros y a los judíos y a las mujeres y los homosexuales. Sinceramente dudo que una estatua católica hubiera sido un regalo de James a su esposa.

―Entonces, ¿de dónde la sacó? Witherdale dijo que estaba de mal humor, deprimida y temperamental, pero creyendo que es un abusador, se entiende que la mantuviera aislada. Ella no tenía amigos. Sus padres habían muerto. No hay hermanos. La única vez que ella pudo haber tenido acceso privado a la gente fue cuando ella estuvo…

―En el hospital ―terminó Ross―. Ella hizo un amigo en el hospital. Emmett asintió con la cabeza.

―Ahí es donde terminé.

Ross se inclinó hacia delante en su silla y apoyó los codos en su escritorio, con la barbilla en su puño.

―Tenemos que averiguar quién hizo amistad con Mary Grace Witherdale hace años nueve.

―Estoy en eso. ―Emmett se detuvo en la puerta de su oficina― ¿Tienes mi número de teléfono celular?

―En algún lugar de una de estas pilas. ―Señaló Ross sin rumbo―. Será mejor que me lo des otra vez.

Lo hizo y vio que ella lo escribía en la palma de su mano. Qué diferencia con su propio jefe.

―Llámame si Witherdale aparece.

―Lo haré.

Hickory, Carolina del Norte Martes,

12demarzo07:00p.m.

―Perdone, señora.

Una enfermera con una túnica cubierta de osos de peluche levantó la vista. Tenía ojos lindos, pensó Emmett. Pero cansados. Había sido, obviamente, un ajetreado día en la sala de emergencias. Su tarjeta de identificación, decía C. Burns.

―¿Sí? ¿Puedo ayudarle?

―Así lo espero, señora. ―Emmett mostró su placa―. Soy el Agente EspecialEmmett MaCarty, de la Oficina Estatal de Investigaciones. Estoy realizando una investigación y espero que pueda ayudarme. ―Realmente esperaba que lo ayudara. De las seis enfermeras que trabajaban ortopedia hace nueve años, una estaba muerta y otras dos no podían recordar nada útil. Dos estaban de vacaciones con sus hijos, por las vacaciones de primavera. Claire Gaffney Burns era la última en su lista.

La enfermera Burns, miró a su alrededor.

―Está relativamente tranquilo ahora. Podemos empezar, pero tal vez no pueda terminar todo en un solo tramo.

Emmett sonrió y ella le devolvió la sonrisa.

―Lo entiendo absolutamente. ¿Se puede tomar un descanso y relajar sus pies o tenemos que quedarnos aquí?

Ella miró a su alrededor otra vez.

―Las enfermeras están con otros pacientes, por lo tanto, aunque sentarse suene como el paraíso, tendré que quedarme aquí.

―Eso está bien. Enfermera Burns, trabajó en Asheville General hace nueve años, ¿no? Ella miró sorprendida.

―Sí, lo hice. ¿Por qué me lo pregunta? Emmett inclinó la cabeza.

―¿Por qué le sorprendió la pregunta? Ella se encogió de hombros.

―Porque he estado aquí por casi cuatro años y nadie lo ha preguntó. Ahora, es la segunda persona en menos de una semana que pregunta eso.

Emmett entrecerró los ojos.

―¿De veras? ¿Cuándo fue eso?

La enfermera Burns lo consideró por sólo un momento.

―El jueves por la tarde. Los paramédicos acababan de traer a la pequeña Daltry Lindsey para cirugía. ―Ella frunció un lado de la boca―. No puedo recordar el nombre del otro hombre, pero estaba buscando a alguien que había trabajado conmigo en Asheville General en el verano de...

―Ella abrió los ojos de par en par―. Oh, Dios. Ese mismo verano. Eso es demasiada coincidencia,

¿cierto?

―Tal vez. No nos preocupemos tanto hasta haber comparado notas. ¿Cómo era este hombre?

―Deslizó su cuaderno de notas y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta, listo para apuntar lo que la enfermera Burns recordara.

Ella frunció los labios de nuevo.

―Era alto y grande. No gordo, sólo grande. Contextura maciza.

―¿Alto como yo?

Ella movió la cabeza de lado a lado, pensando.

―Tal vez unos centímetros más alto, no más. Tenía los hombros de este ancho. ―Hizo un gesto y Emmett sintió que su corazón saltaba a un ritmo más rápido. Witherdale era grande.

Emmett levantó la vista de su cuaderno de notas.

―¿Cabello negro, ojos marrones? ―preguntó. Ella negó con la cabeza.

―No, él tenía el pelo gris y... y un bigote. Tupido. Sus ojos podrían haber sido marrones. Lo siento, no le presté atención a eso.

―Está bien ―dijo Emmett en tono tranquilizador―. ¿Qué es lo que quería saber exactamente?

―Dijo... dijo que su hermana había conocido a una enfermera mientras estuvo viviendo con su abuela enferma en Asheville, y que su hermana había muerto recientemente y que había encontrado una carta para esta enfermera entre las cosas a su hermana. Él sólo quería entregarla. No pensé que hubiera algo malo en ello en ese momento. La enfermera que estaba buscando era joven, y tal vez no era una enfermera. Tal vez era una voluntaria. Le dije que la única voluntaria que había trabajado ese verano era una jovencita llamada Cynthia Peterson. Ella estaba a punto de empezar la universidad en el otoño. Quiso ser enfermera desde que era una niña.

―¿Era ésta la persona que estaba buscando? La enfermera Burns, negó con la cabeza.

―No. Él estaba buscando a alguien llamado Christy, que había trabajado oncología.

―Usted parece recordar bien a Cynthia Peterson. ¿Era amiga suya? Burns sonrió con cariño.

―Cynthia se hizo amiga de todo el mundo. Todos los pacientes la amaban hasta la muerte. Recuerdo que había una mujer joven ese verano que se estaba recuperando de la espalda rota. Ella y Cynthia eran de la misma edad. Hablaban todo el tiempo.

Emmett enarcó una ceja.

―¿Recuerda el nombre de la paciente?

―Oh, sí. Era Mary Grace. ―Ella frunció los labios de nuevo, para concentrarse. Oh, sí. Witherdale. Mary Grace Witherdale. Mary Grace no hablaba con mucha gente. Ella era un poco extraña.

―¿Cómo es eso?

―Ella tenía esos ojos… grandes, marron, que parecían ver a través tuyo. Ella siempre estaba muy triste. Acosada, es probablemente una palabra mejor, en realidad. Tenía este niño que era la alegría de su vida. ―Un rincón de su boca apuntó hacia arriba―. Era rubio,. Mismos ojos marrones. Él era… tranquilo.

―¿Tenía marido?

―Mmm, sí. Sí, lo tenía. Venía a visitarla todos los días. Traía flores y regalos. Era... un policía. Grande, enor... me... ―La sangre desapareció de su rostro.

―¿Enfermera Burns? ―Emmett se acercó para tocar su rostro. Sus mejillas estaban tan frías como el hielo.

―Oh, Dios. ―Sus ojos se cerraron―. Era él, ¿no es así? Su esposo. El hombre de la semana pasada.

―¿Y si lo era?

―Oh, Dios ―susurró―. Golpeó a esa pobre mujer. Charlotte Desmond estaba segura de ello.

―Enfermera Burns, necesito que usted se concentre. ―Emmett tomó sus manos entre las suyas, apenas capaz de mantener sus propias manos serenas―. ¿Se acuerda de si Mary Grace tenía una estatua de cualquier tipo mientras estuvo en el hospital?

Burns asintió con la cabeza, pequeñas sacudidas de la cabeza.

―Una estatua de algún santo. No recuerdo cuál. No era cara, pero Mary Grace la mantuvo junto a su cama todo el tiempo que estuvo ahí. Recuerdo que pensé que era extraño porque estaba anotada en el archivo como bautista, no católica, así que le pregunté al respecto. Ella me dijo que era la primera vez que alguien le había dado un regalo. Lo dijo con una vocecita tan baja. Sonaba más como una niña pequeña que como una mujer de veinte años de edad.

―Lo está haciendo muy bien. ―Emmett la tranquilizó aún cuando su cerebro gritó triunfalmente―. Una pregunta más. ¿Quién le dio a Mary Grace la estatua?

Burns, abrió los ojos. Emmett había pensado que eran ojos gentiles cuando la conoció diez minutos antes. Ahora estaban aterrorizados.

―Cynthia ―susurró―.Cynthia Peterson.

Emmett la tomó de las manos, llevándola desde detrás del escritorio de las enfermeras hasta una silla.

―Siéntese aquí. Le traeré un poco de agua. ―Encontró el enfriador de agua y volvió a encontrarla en la posición exacta en que la había dejado. Se agachó delante de ella y le puso el vaso de papel en la mano―. Beba esto. Enfermera Burns, ¿puedo usar su teléfono?

Ella se sacudió otra vez.

―Sí, por supuesto. Es... ―Se interrumpió.

―Está bien, señora. Encontraré uno.

Emmett se levantó y miró a su alrededor, en busca de un médico. Se asomó a una habitación y vio a una mujer joven revisando una historia clínica.

―¿Doctora?

Se dio la vuelta.

―¿Sí? ¿Qué puedo hacer por usted?

―Creo que una de sus enfermeras necesita ayuda. ―Rápidamente la doctora devolvió la ficha a su ranura y siguió a Emmett, escuchando atentamente. Cuando llegó junto a la enfermera Burns, la doctora se puso firmemente a cargo de la situación.

Una hora más tarde, Emmett buscaba a la doctora a una vez más.

―¿Cómo está la enfermera Burns?

―Estará bien en un rato. Ha sufrido un shock, por supuesto. Echó un vistazo insignia de la mujer.

―Dra. Simpson. La dejaré decidir de qué forma darle la noticia a la enfermera Burns.

Los ojos de la doctora Simpson se estrecharon.

―¿Cuál?

Emmett parpadeó. Había sido un día muy largo. Respiró hondo y exhaló un amargo suspiro.

―¿La mujer que la enfermera conocía? ¿Cynthia Peterson? ―Simpson asintió con la cabeza―. La señorita Peterson fue encontrada ahogada en un río, en las afueras de Greenville. Tenía el cuello roto. Debo ofrecer protección policial a la enfermera Burns, en caso de que ella así lo solicite.

La doctora Simpson asintió con la cabeza.

―He llamado a su esposo. Él debería estar aquí en algún momento de la próxima media hora. Usted debe esperar hasta que él llegue para decírselo a los dos.

Chicago

Martes, 13 de marzo11:00p.m.

Witherdale nunca había visto tanto tráfico. Por qué alguien querría vivir en un lugar tan gris y sucio estaba fuera de su entendimiento. Finalmente encontró un lugar vacío a lo largo de la acera y deslizó su coche alquiler al lado del medidor de estacionamiento.

Él estaba ahí. Y ahí, en algún lugar de esta sucia ciudad, estaba su hijo.

Qué mal que los refugios de malas mujeres no figuraran en la guía telefónica. Tendría que encontrar Hanover House a través de medios más creativos. Ese era el único propósito de estar sentado ahí, en la esquina que le recomendara el dueño de su motel de mala muerte. Las chicas eran abundantes y baratas, había dicho el viejo. Witherdale, miraba las mujeres que se pavoneaban. El viejo tenía razón. Las prostitutas de Chicago eran sin duda más llamativas que las que ejercían su oficio en Asheville. Y más abundantes. Tanto en cantidad como en... varios atributos. Había suficiente silicona en esa calle para inflar a todas las mujeres de pecho plano de Asheville. Witherdale sonrió por su propio ingenio y sintió el tirón tranquilizador de su bigote falso en el labio superior. No resbalaba. Era lo suficientemente bueno.

Esperó, mirando por cerca de dos horas, cuando vio a la mujer que él quería. Era de mediana altura, con tetas naturales y cara de Iowa, alimentada con maíz, sana en sus catorce capas de maquillaje. Tenía el pelo teñido de rubio a la altura de los hombros... estaba siendo arrastrada por la calle por un hombre negro de aspecto rudo con pantalones morados y seis pendientes en una oreja. Él era del color incorrecto para ser un "padre" tan indignado. Witherdale supuso que era el proxeneta de la muchacha. Pantalones púrpura tomó a la señorita de Iowa por el pelo hasta que ella lo enfrentó y la tuvo directamente frente a su cara, gritando algo que le puso los ojos vidriosos por el miedo. Luego se retiró y su duro revés arrasó la cabeza a un lado. El grito de dolor de la señorita de Iowa pudo ser escuchado a través del bullicio de la multitud y Witherdale lo escuchó por la ventanilla del coche, pero nadie detuvo al proxeneta. A nadie le importaba.

Notable.

A continuación, pantalones púrpura soltó el cabello y la empujó a la acera, dando una patada a sus costillas. Ella se curvó, haciéndose un ovillo para protegerse y él le dio otra patada.

El hombre tenía estilo.

Witherdale salió de su coche e interceptó a pantalones púrpura.

―¿Qué quieres? ―preguntó el hombre, jadeando por el esfuerzo de traer una de sus chicas por los talones.

―A ella. ―Witherdale señaló a la sollozante señorita de Iowa―. Durante toda la noche. ¿Cuál es su precio?


Gracias po sus Reviews