La muchacha no estaba ahí, lo que le parecía raro. Glory siempre estaba sentada en aquel lugar, esperando cualquier noticia de Godwin. ¿Tal vez había ido al baño? Pero la pregunta de Bennett fue respondida unos minutos después.
Glory caminaba con parsimonia, cuidadosa. A su alrededor, varios caballeros vigilaban sus pasos para que no se tropezara con algo. El mismo Bennett, atento, se cercioró de que la muchacha no encontrara obstáculos en su camino hacia la banca.
Cuando finalmente se sentó, preguntó con voz suave—: ¿Eres tú, Bennett?
—¿Cómo lo sabes?
—Hueles a margaritas voladoras. ¿No te lo había dicho? Es un olor fresco y relajante, como tú.
Bennett se sonrojó hasta las orejas. No estaba acostumbrado a que le hicieran cumplidos de ese estilo. O, en realidad, cumplidos de ningún tipo.
—-¿Pero por qué estás aquí? Debe ser pasado mediodía. He escuchado que a estas horas sueles ir en busca de aventuras.
Bennett suspiró, y aquella exhalación pareció un anuncio de llanto. Procuró contener la expresión.
—Creo que no debería volver a tomar a la ligera mi mala suerte. Un día de estos podría terminar matando a alguien…
—Creo que estás mirando las cosas desde una perspectiva pesimista —le replicó la muchacha—. Teyvat es un mundo vasto y hermoso. Estoy segura de que allá afuera hay alguien que necesita justo eso: una pizca de mala suerte que le dé vuelta a sus planes.
Tartaglia se le apareció en la mente cuando escuchó las palabras de Glory. Lo vio, risueño, eliminando a dos megafloras sin apenas moverse. Era un hombre poderoso, y además uno de los heraldos de los Fatui. Si se encontraran de frente con el peligro, Tartaglia no se largaría a llorar por la mala suerte de Bennett.
Aquello fue como una revelación para el muchacho. Se levantó de un salto, agradeció a Glory y comenzó a correr, frenético. Casi daban las tres.
Revolvió su rinconcito en el Gremio, empacó sus cosas en un paquete pequeño y se quedó petrificado cuando vio al aventurero de más temprano, mirándolo como si pudiera asesinarlo con la mirada. Bennett pensó que era una mala idea durante un momento, hasta que se dio cuenta de que solo faltaban cinco minutos para las tres. Entonces corrió.
—¡¿A dónde crees que vas, Bennett?! —preguntó el aventurero. Muchos lo secundaron, pero sin acercarse al muchacho. Solían salir lastimados cada vez que andaban cerca de él.
—¡Hoy me entrena Diluc en persona! —gritó. Esperaba que su mal karma no le regresara la mentira.
Muchos aventureros, que tenían una envidia insana porque Bennett había sido adoptado por Crepus Ragnvindr en el último segundo, miraron con desprecio al muchacho y se burlaron de él. Pero Bennett ya no les hacía caso; en su mente solo estaba la meta: el puente de la entrada de la ciudad.
Pasó corriendo por la plaza, donde saludó de pasada a Amy. Luego saludó a Katheryne una vez más. La mujer, sin perder la compostura que la caracterizaba, llamó a Bennett y le dio un papel doblado, luego se despidió. El muchacho ni siquiera abrió el papel. Siguió corriendo como alma que lleva el diablo.
Llegó a las puertas de la ciudad, lleno de adrenalina, pero en el puente solo estaba Timmie. El niño gritó con enojo cuando la carrera de Bennett espantó a las palomas. Se detuvo en donde el puente se unía con el camino, miró a todos lados y una piedra se instaló en su pecho. Miró su reloj. 3:02 de la tarde.
Tartaglia se había marchado.
