«Si vienes por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres.»

—El Principito.

Cada vez que hablaba con Deathmask Aioros había cogido la costumbre de respirar profundamente y armarse de paciencia para cualquier cosa que pudiese decir el antes mencionado. En un principio Aioros se disgustaba demasiado seguido —y de forma demasiado evidente— al oír las frases malévolas o burlonas que se le salían al canceriano y muchas veces no había podido evitar extrañar al chiquillo travieso, pero inofensivo al que había conocido hace catorce años. Era obvio que no era el único, de hecho de toda la orden dorada parecía que Saga y Afrodita eran los únicos capaces de controlarlo, y con todo esto al arquero no le quedó más que habituarse.

Aioros desde un principio sabía que ya era una costumbre de Deathmask molestar a todo el mundo con ese retorcido sentido del humor que poseía, varias veces se había metido en problemas con Athena puesto que había sido encontrado fastidiando a las Amazonas y arruinando sus entrenamientos, había llegado a faltarle el respeto a la misma señorita Saori —aunque de forma mucho más sutil— e incluso él era una ocasional víctima de sus comentarios mordaces. Al contrario de Aioria que era el blanco casi diario del canceriano porque siempre caía en sus provocaciones, Aioros sencillamente lo dejaba pasar y esperaba a que su inmaduro compañero se aburriera y se fuera. O al menos así era la mayoría de las veces.

Siempre habían excepciones.

—Me topé con Mei Ling mientras subía las escaleras, le pregunté a dónde llevaba ese trasero tan bonito que tiene y ella ni siquiera me miró. Que maleducada ¿No?

Cuando había dicho que Deathmask se burlaba de todo el mundo era de todo el mundo, incluso la Kunoichi con la que no cruzaba más allá de dos palabras. Porque de un momento a otro Mei había elegido tratar siempre al cuarto guardián como si ni siquiera existiera, y por más que Deathmask insistiera y la provocara ella muy rara vez cortaba esa suerte de ley del hielo que le tenía. Y si la cortaba era para lanzarle una aguja de cabello envenenada o un cuchillo que a saber de dónde los sacaba. Lo desesperante de todo era que, a diferencia de Aioros, Deathmask se negaba a rendirse con ella.

—¿No te parece más maleducado hablar de su trasero, Deathmask? —preguntó Aioros con toda la paciencia del mundo, un razonamiento que sabía, caía en saco roto.

—¿De qué hablas, Aioros? ¡Si es un cumplido! No le digo a cualquier mujer que es bonita.

—Hablar de su cuerpo de esa forma no es decirle que es bonita, Deathmask —insistió Aioros.

—¡Es casi lo mismo!

No, no lo era. Aioros tuvo que tomar aire por la nariz solamente para no bufar ¿Por qué era que Deathmask decidía hablarle de estas cosas a él en específico? ¿No se suponía que sólo le había hablado para pedirle permiso para pasar por su templo?

—¿Te gusta? —cuestionó el arquero.

Deathmask respondió con una risotada, a lo que Aioros frunció el ceño.

—¡Por supuesto que no!

—¿Entonces por qué hablas de ella así?

—Tampoco soy de piedra —siseó con malicia el italiano—. Puedo detenerme un minuto a reconocer un lindo cuerpo cuando se me pone en frente, y con los escotes que Mei Ling usa no me hace más fácil resistirme.

—¡¿Le miras el escote?! —ahora sí el sagitariano se sentía asqueado. Deathmask lo ignoró por completo.

—¿Y no has visto sus piernas? Dan ganas de tener esos muslos sobre tus hombros...

—¡Ya cállate y pasa de una vez, Deathmask! —exclamó Aioros sintiendo que vomitaría su almuerzo en cualquier momento o en todo caso acabaría sacando al cuarto guardián con arco y flechas en mano.

¿Su compañero era capaz de decirle todas esas cosas repulsivas en la cara a Mei? ¡Natural que ella ni siquiera quisiese dirigirle la palabra! Lo peor fue que en su infinito cinismo Deathmask estalló en carcajadas mientras se alejaba por fin. Aioros se preguntó seriamente si sólo echarlo había sido suficiente, quizá dispararle una flecha sombra y anclarlo bajo el sol hasta que se pusiese rojo como una langosta y jurase cortarse la lengua habría sido un buen escarmiento, o tal vez un trueno atómico que lo mandase rodando por las escaleras hasta Tauro, un escalón por cada vez que el italiano hubiese acosado así a la Kunoichi. Cualquier cosa era igual de tentadora.

—¡Oye, Aioros!

¡¿Por qué seguía en su templo?! Ahora sí consideraba con más seriedad la idea del trueno atómico.

—¡¿Ahora qué quieres, Deathmask?! —cuestionó el griego con su paciencia pendiendo de un hilo.

—Puedo notar que para ti esa mujer es una frágil princesa, lo sé aunque no lo admitas —esta vez Deathmask no se reía—. Te recuerdo que ella es una ninja, es más que capaz de rebanarte la garganta mientras duermes ¿No me soportarás a mí porque soy yo, pero te has rendido muy fácil a su cara de angelito? Qué decepción, Sagitario.

—¡¿Tú también?! —si antes estaba molesto ahora lo estaba aún más ¿Deathmask pensaba al igual que Saga que Mei era problemática o poco confiable?

—Yo también nada —respondió el canceriano—. Sólo quería decirte esto —dicho eso Deathmask volvió a darse la vuelta.

—¿Y qué ganarías con eso? —preguntó el arquero desconfiado. Recordó aquella vez en la que Deathmask intentó sobornarlo mientras intentaba escapar del Santuario. Sabía que estaba lejos de ser alguien por quien el italiano se preocupase lo suficiente como para decirle que Mei no era de fiar.

Por su parte el de cabellos azules sonrió maliciosamente.

—Atormentarte es una buena opción —contestó—. Aparte quiero librarte de la vergüenza de que ella te clave una pinza envenenada mientras follan. Qué desgracia para un hombre morir así.

El cuarto guardián se alejó antes de que Aioros pudiese decirle alguna otra cosa. Justo cuando Aioros estaba ya con los improperios en la boca, indignado. Aparte de meterse en lo que no le concernía, intentar confundirlo y faltarle el respeto a su templo Deathmask le faltaba el respeto a Mei en todos los sentidos, hablaba como si él mismo tuviese algún derecho de decir si ella era una mala persona o no.

Bueno, quizá con derecho no. Deathmask tenía el tipo de cualidad "redentora" de cuando menos aceptar que podría llegar a ser una total escoria. Pero eso ofendió incluso más a Aioros porque parecía que el italiano rebajaba a la mujer a una escoria igual que él.

Aioros no sabía y no le interesaban las razones que Death y Saga podrían tener para no quererla. Pero mientras él siguiese respirando no dejaría que la insultasen así en su presencia.


Antes de aquél incidente Aioros había vuelto a encontrarse a Mei en el orfanato, pero ya no en el patio delantero como la última vez. En el momento él había podido oír las risas de los niños mientras pasaba por el lugar llegando de una misión, como era su costumbre últimamente. Las risas y gritos de los niños no eran nada nuevo, pero luego comenzó a sonar desde el patio trasero unas guitarras, una flauta y lo que parecían ser un par de tambores, seguido de esto voces de niñas, aunque lo que lo hizo detenerse fue también escuchar la voz de Mei entre todas estas.

Aioros se acercó a la entrada sólo para saludar a la recepcionista y preguntarle el motivo de la música. La mujer le contestó que una actriz, que Aioros sabía muy bien de quién se trataba, que solía visitar el orfanato para estar con los niños los había convencido de tocar juntos y los niños habían traído los pocos instrumentos que tenían para formar una pequeña orquesta. Aioros pidió permiso para ir a ver en el patio trasero y la señora aceptó, confiada al tratarse de un caballero de Athena. El arquero salió y accedió al patio trasero a través de una esquina entre la pared del edificio y el muro de piedra que lo separaba de los otros locales del pueblo y ahí los encontró.

Algunos niños y niñas pequeños estaban sentados en el suelo formando un semicírculo como si de un público se tratase, en el suelo también habían dos niños más grandes que tocaban entre los dos unos tambores, otros dos tocaban un par de viejas guitarras y uno que tocaba la flauta, habían cuatro niñas cantando una canción al ritmo de los instrumentos y justo en el centro de ellas estaba Mei sentada, ella cantaba con la mirada fija en un cuadernillo que tenía sobre el regazo, al parecer estaba siguiendo la letra ahí escrita.

Quizá no era la misma fuerza que le había escuchado antes, puesto que Mei había bajado al menos cuatro notas para nivelarse a las jóvenes voces de las niñas, pero de todas formas Aioros sintió que el corazón se le movía, el mismo sentimiento que cuando la descubrió en el orfanato la primera vez, se dio cuenta de que había una canasta vacía a los pies de Mei, y a juzgar porque algunos niños tenían mantas y suéteres nuevos, uno de ellos tenía una paleta de pinceles y otra una linda concha de pintalabios, parecía que Mei de nuevo les había traído detalles.

La canción terminó, y los niños más chiquitos que habían estado sentados escuchando la improvisada banda comenzaron a aplaudir, los músicos e incluso Mei también aplaudieron mientras se reían. Al arquero le seguía costando muchísimo creer la forma en la que la callada Kunoichi se transformaba cuando tenía cerca a esos niños, perfectamente podría hacerse pasar por su cuidadora a juzgar por la confianza con la que ellos la rodeaban.

—¡Ahora cantemos está, señorita Mei! —una niña de cabello negro con flequillo, una de las que estaba cantando junto a Mei le quitó el cuaderno del regazo y comenzó a hojearlo hasta detenerse en otra hoja, otra de las niñas corrió hacia adentro del orfanato como si quisiese ir a buscar algo mientras Mei se inclinaba a ver la canción arreglándose el pelo detrás de las orejas para que no le estorbara.

—¡Oye, yo conozco esa canción! —sonrió Mei de una forma tan linda que ni el propio arquero lo pudo procesar.

—¡Lo sé! ¡La cantó en su último musical! —se emocionó la pequeña.

Muy probablemente el Santo de Oro no se había movido de donde estaba parado y seguro que se veía como un idiota, ya ni siquiera podía asegurar que siguiese respirando. Todo ese escenario se le hacía difícil de procesar y al mismo tiempo no podía apartar la mirada, un montón de sentimientos contradictorios se le lanzaban todos juntos y una especie de crujir en su estómago no lo dejaba tranquilo.

—¿Señor Aioros?

El aludido casi muere del susto al verse llamado de repente por esa voz infantil, miró hacia abajo y vio a la misma niña que antes había entrado corriendo, había vuelto y en sus manos tenía un viejo micrófono de juguete.

—Disculpa, pequeña. Me sorprendiste —le dijo el de ojos verdes al verla sobresaltada.

—¿Qué está haciendo aquí, señor Aioros? —preguntó la pequeña.

Aioros no supo qué decir ¿Le decía a esa chiquilla que no debía pasar los once años que había entrado al orfanato sólo para oír el coro de Mei con sus compañeritos? ¡Eso ni siquiera era opción! Pero los niños eran listos, y si mentía seguro que ella lo descubriría.

—¡Lia! ¡¿Qué esperas?! ¡Ya vamos a tocar de nuevo! —exclamó uno de los niños que tocaban los tambores.

Salvado por la campana al parecer.

—¡El señor Aioros está aquí! —gritó la niña que respondía al nombre de Lia.

O quizá no tanto.

Pasó lo mismo que la última vez. Todos los niños voltearon a verlo y al instante corrieron a su encuentro, los niños que tocaban incluso dejaron sus instrumentos a un lado y Mei, al igual que la primera vez, fue la última en ponerse de pie para acercarse. Los niños volvieron a rodear al arquero como antes, sólo que en un grupo mucho mayor y mucho más ruidoso.

—¿Toca la guitarra? —preguntó uno.

—Sólo un poco —contestó Aioros.

—¿Le gustó nuestro show? —cuestionó otra niña.

—Sí, mucho.

—¿Por qué siempre está aquí cuando la señorita Mei está aquí? —inquirió otro pequeño con sospecha.

—¿Está enamorado de ella?

Por su propio bien Aioros prefirió ignorar esas preguntas.

—Que gusto verte por aquí de nuevo, Aioros —ahora era Mei la que se le acercaba con el cuadernillo en las manos y una sonrisa—. No te ofendas pero... ¿Por qué estás aquí?

—¡Creo que el señor Aioros la ama! —canturreó con burla un chiquillo.

Cuando Aioros la vio sintió que se ruborizaba, sea por la vergüenza de su comportamiento anterior o las preguntas de los niños. Cuando la miró se esforzó por recomponerse.

—Sentí el escándalo y sólo quería revisar que todo estuviese en orden —respondió con la mejor coartada que se le ocurrió—, pero sólo estaban cantando, y debo decir que lo hicieron muy bien.

Ella ensanchó su sonrisa, enternecida.

—Muchas gracias, Aioros.

Y ahí iba la situación incómoda de nuevo en la que la miraba más de lo debido. Mei tenía el cabello suelto peinado con una raya al lado y sujeto con una brillante pinza, una especie de top purpura con bordados de flores, tirantes gruesos y cuyo escote mostraba una gargantilla en forma de flor igual a sus delgados pendientes, la falda era vaporosa, con un único volante a modo de pareo, y del mismo color y diseño del top, lo único que hacía notar que eran prendas separadas era la porción de cintura que quedaba a la vista.

Aioros se aclaró la garganta como intentando disimular y espetó.

—¿No decían que ya iban a tocar?

—¡Sí, claro! —exclamó una de las niñas, luego aplaudió como si de una coreógrafa se tratase— ¡Todos a sus lugares.

Lia se le acercó a Mei y le tendió el micrófono de juguete.

—Aquí tiene, señorita Mei.

—Gracias, cariño —dijo dulcemente la actriz y aceptó el micrófono para dirigirse después a dónde estaba sentada.

—¡Venga a ver, señor Aioros!

El Santo de Sagitario no pudo evitar sonreír mientras era empujado por los más chiquitos para que se uniese al pequeño público. No podía negarse al encanto de los niños. Le hacía pensar en Aioria cuando no tenía más de siete años. Estos se sentaron de nuevo en sus lugares mientras que Aioros prefirió quedarse de pie.

Primero fue el niño que tocaba la flauta, luego los tambores, las guitarras y finalmente las voces. En esta canción Mei cantaba con mucha más seguridad y las niñas que cantaban con ella resultaron unas coristas excelentes, incluso llegó un momento en el que, igual que en la obra, ellas se detuvieron para permitirle a Mei cantar una nota alta con el micrófono de juguete en mano. Pareció emocionar más a las chiquillas que cantaban también con más potencia que antes.

Y en cuánto Aioros, disfrutaba el espectáculo con una mezcla de ternura y diversión, viendo a Mei con un micrófono de juguete y cantando de nuevo, fuera de su teatro para un público más infantil, y lo disfrutaba. Saber que a Mei le gustaban los niños era una cosa pero verla rodeada de ellos era totalmente distinto. En el mejor sentido.

La canción acabó y ésta vez Aioros se unió a los aplausos. Cuando su sonrisa se cruzó con la de Mei no pudo evitar acordarse de lo dicho por Deathmask y por Saga.

Sólo para decirse a sí mismo que tenía razón, ellos no la conocían.


Exactamente dos días después, al anochecer Aioros salía con Saga, Aioria, Milo, Shura y Kanon al bar del pueblo, aunque Saga no dejaba de quejarse de que muy probablemente tendría que acarrear él sólo a su gemelo borracho cuando acabase la noche, este sólo lo ignoraba. Cuando tomaron su mesa Kanon hablaba de alguna cosa escandalosa con Aioria y Milo mientras ya andaban vaciando su vaso, Saga suspiraba, aunque él también tenía el suyo casi vacío y Aioros charlaba con Shura.

—Aioros... Creo que te llaman por allá.

El español señaló afuera del bar, un grupo de jóvenes a los que Aioros nunca había visto hacían señas y lo señalaban a él, el arquero dudó, pero un codazo alentador por parte de Shura seguido de su promesa de estar atento desde ahí lo hicieron levantarse y salir. Les pregunto qué necesitaba, el grupo consistía en dos muchachos y una muchacha, y se reían de tal forma que al de cabellos castaños no le dio buena espina.

Pero no porque le pareciesen una amenaza personal, sino por otra cosa.

—Señor Aioros ¿Usted ha visitado el teatro? —preguntó una de las chicas.

Aioros frunció el ceño: —Sí.

—¿Conoce a la actriz predilecta de ahí? Mei Ling —preguntó con tono casual el que parecía liderar el grupo, tenía una cámara en manos.

—¡¿Quién no reconocería a ese bombón?! —interrumpió con una carcajada el otro chico.

Eso hizo fruncir aún más el ceño al Santo de Oro.

—Sí.

—Pues será más difícil para mí mostrarle esto entonces.

El chico, que no parecía mayor que Aioria sacó una foto de su cámara y se la mostró a Aioros. En esta era de noche y de forma muy borrosa se podían ver dos figuras, una la que parecía de un hombre y otra de una mujer vestida de negro cuyo ensortijado cabello negro fue más que familiar para Aioros, era Mei la que parecía caminar con el hombre de la mano.

Aioros no le conocía ninguna pareja a la mujer, además ella no solía ser muy abierta con los hombres al menos en ámbitos meramente amistosos.

—¿La reconoce? —preguntó la última chica con tono burlón, luego señaló la fotografía— Es Mei Ling... Y no es la única foto que tenemos de ella con otros hombres

—Con ese rostro de ángel no creí que estuviese tan profanada —habló el primer chico.

El grupo estalló en carcajadas, pero Aioros no se estaba riendo. Al contrario, su rostro estaba demasiado serio.

—¿Por qué me muestran esto? —les cuestionó mirándolos. Los jóvenes parecieron interpretar esto como si estuviese decepcionado o dolido.

—¡Porque queremos protegerlo! —respondió la última chica— Hemos notado como se pasea mucho por el pueblo con esa mujer y queremos que sepa con quién se está metiendo.

Esa charla ya la había oído el arquero, y varias veces. Y su sangre nunca dejaba de hervir por eso. Más aún viniendo de personas que ni siquiera eran relevantes en su vida y se podía dar cuenta, lo eran aún menos en la de Mei.

—Escuché que alguien la encontró haciéndole un oral en un callejón a un hombre casado —dijo la primera chica.

—Yo oí que se llevó a un carpintero a una posada y los huéspedes no pudieron dormir con sus gritos —dijo el último chico.

—¡Yo oí que la vieron irse con el hijo del dueño de una mina y el sujeto desapareció! —dijo el otro muchacho.

—¿Ve a lo que nos referimos, señor Aioros? Es una mujerzuela —le dijo con sorna la primera muchacha mientras sus amigos se reían—. No merece compartir su precioso tiempo ni que se preocupe por ella.

—Aunque no me molestaría desaparecer también si Mei Ling bailara un poco para mí... Si saben a lo que me refiero —el de la cámara codeó a su compañero, muerto de risa.

Aioros había permanecido callado y con una expresión en blanco, pero lo cierto es que si puño estaba cerrado con fuerza y casi temblaba.

—¿No tienen nada mejor que hacer que perseguir a una mujer? —contestó el sagitariano— Debería mandarlos a comisaría por esto.

Todo el grupo pareció asustarse, pero también se ofendió.

—¡Pero si nos preocupamos por usted! —dijeron las chicas.

—¡Sí! —las secundó el de la cámara— ¿Ve con cuántos hombres la han visto? Eso está mal y...

No pudo seguir hablando porque todos gritaron espantados, Aioros había levantado de repente la mano que permanecía empuñada y le había dado un tremendo golpe a la cámara que seguía en manos del joven, éste la soltó del susto y la cámara se estrelló contra el suelo. Quedando probablemente, inútil.

—¡¿Pero qué le pasa?! —reclamó la primera mujer.

Sin embargo todos se encogieron intimidados cuando Aioros se les acercó, su rostro seguía en blanco, pero la ira en su mirada era tal que alguno de ellos pudo haber llegado a pensar que los iba a matar ahí mismo. Seguía formando parte de la élite del ejército de Athena.

—Realmente odio los chismes, y más si provienen de personas como ustedes —dijo lentamente el arquero con la voz peligrosamente profunda—. Si los vuelvo a descubrir hablando así de Mei Ling... No seré tan gentil.

El Santo de Oro no les dijo más, empujó con un solo brazo al que antes sostenía la cámara y este se tuvo que sujetar de su amigo, y después volvió a entrar al bar con sus compañeros.

—¿Cuál es su problema? —bufó la otra chica.

—Se cree muy rudo ¡¿Ah?! —exclamó el segundo joven moviendo el puño en el aire, pero una vez estuvo seguro de que el sagitariano no lo escuchaba.

Por su parte, Aioros había tenido que hacer acopio de todas sus fuerzas para no repetir contra esas personas lo que le hizo a esa pobre cámara. Andaban por ahí creyéndose con el derecho de espiar a Mei y hablarle mierda de ella como si quisiesen alejarla de él. Cuando entró en el local Aioros arrojó discretamente a la basura una bola arrugada que antes hubiese sido la foto y se sentó con Shura, este le preguntó qué había sucedido puesto que lo había visto arrojar la cámara de ese grupo y no lucía nada contento, Aioros prometió que se lo explicaría más tarde.

Se lo había dicho antes y lo volvía a decir. Nadie hablaría mal de Mei mientras estuviera vivo, fuesen extraños o sus propios compañeros.