Capítulo 11

Querida Maria:

Te escribo para decirte que pronto estaremos de vuelta a Moonacre. Estos días han sido maravillosos. No te cuento más porque quiero hacerlo en persona, así que no te desesperes. Espero que todo haya ido bien en nuestra ausencia. Nos vemos pronto.

Con cariño, Loveday.

Dejé de leer la carta y miré a la señorita Heliotrope con emoción.

—Loveday espera volver en estos días.

—¿Sí? Vaya, se me ha hecho corto aunque haya pasado un mes desde que se casaron —se colocó los anteojos, ojeando el libro de gramática francesa.

—Ya tenía ganas de que volvieran. ¿No los echa de menos?

—Sí, tu tío tiene su carácter pero su ausencia es notoria. Y bueno, Loveday es muy buena compañía —asentí, de acuerdo con ella. Nada más volver, bombardearía a la mujer con preguntas de los lugares que habían visitado y seguramente ella querría saber todo lo que había ocurrido en su ausencia. Un intercambio justo, a mi parecer.

Me giré para observar el bordado que había dejado olvidado en el asiento junto a la ventana. Las flores en tonos rosados y blancos se entrelazaban para formar un delicado patrón decorado con hojas a su alrededor.

—¿Crees que le gustará? —pregunté en voz alta, alcanzando la tela para ponerla sobre mi regazo.

—Es Loveday, le encantará —reí por el tono que utilizó. Es verdad, a ella le gustaba todo lo que estuviera hecho a mano y con cariño, por muy insignificante que fuera.

—Creo que debería agregarle algún detalle más.

—Pienso que así está perfecto, pero harás lo que quieras igualmente aunque te diga lo contrario —sonreí de lado ante el comentario sutilmente punzante que lanzó. Busqué en la cesta de los hilos de tonos amarillos brillantes, pero me di cuenta de que no quedaba nada. Tendría que ir al pueblo a por más. Me levanté bajo la mirada confundida de la institutriz—. ¿A dónde vas?

—Al pueblo. No me quedan hilos del tono que necesito.

—Pero todavía no estás recuperada del todo —me detuve cuando estuve a mitad camino de la puerta.

—Ya he estado suficiente tiempo en cama y aquí encerrada. Además, ya no tengo fiebre.

—Pero, podemos decirle a Digweed que vaya él. No es necesario que tengas que ir tú por tu cuenta.

—Señorita Heliotrope, dicen que el mejor remedio para las enfermedades es el sol y el aire libre —señalé al gran ventanal por el que se filtraba la luz de la mañana—. Solo será un momento. No tardaré, lo prometo —por su mirada, no la vi muy convencida, pero se resignó finalmente.

—Está bien. Pero ya que vas a ir, pídele la lista que le he dado antes. Algunas cosas las necesito para más tarde —con un asentimiento triunfal, me marché en busca del hombre.

Una vez más, busqué a Periwinkle en los establos y me encaminé con ella al pueblo. Esa vez no me sorprendería la lluvia. Me permití disfrutar del buen tiempo cabalgando a paso lento. Los últimos días el cielo había estado cubierto de una nube que tapaba la luz casi por completo.

—¡Hey, Maria! —me giré al oír una voz familiar a mis espaldas. Ordené a la yegua que se detuviera justo para ver un carro encaminarse hacia nosotras. Llevaba poca mercancía y solo una persona estaba al mando de las riendas. David detuvo al caballo con un siseo al pasar por mi lado—. Anda, ¿también va al pueblo?

—Sí, necesito un par de cosas —observé los sacos que llevaba en la parte de atrás—. Supongo que tú también tienes recados que hacer.

—Lamentablemente, el trabajo no se hace solo —contrajo el rostro en una mueca de cansancio. Justo con ese movimiento, me fijé en la herida que tenía en la barbilla. Parecía reciente—. La acompaño hasta allí, al fin y al cabo seguimos el mismo camino —asentí despacio, indicando a Periwinkle que caminara junto al caballo del chico—. Por cierto, ¿ya se encuentra mejor? Robin nos dijo que estaba indispuesta estos últimos días.

—Ya se me ha curado el resfriado. He tenido buenos enfermeros —sonreí al recordar al chico de cabellos rizados colocar el paño de agua helada en mi frente. No lo había visto desde entonces. Sabía que tenía cosas que hacer y no me prometió nada. Pero eso no quitaba que lo hubiese echado de menos.

—Me alegro de que no fuese nada serio —sonreí en agradecimiento. Nos quedamos en silencio por un momento. Volví a fijarme en él, pero con más detalle. En la mandíbula tenía un moratón pequeño que solo se veía si movía la cabeza de cierta manera a contraluz.

—¿Estás bien? —al principio no entendió mi pregunta, pero lo vi tensarse al señalarle el rostro—. No tiene buena pinta.

—¿El qué? ¿Esto? Solo es un rasguño por andar sin mirar. Tropecé en el bosque con una roca en mitad de cacería y me dejó un poco mal parado. Nada de importancia —hizo un gesto con la mano despreocupadamente. No me creía ese cuento. Esas heridas no eran de un simple accidente. Estaban en lugares poco accesibles para haberlas provocado una caída.

Estos chicos sabrían mucho sobre robar, cazar y comerciar, pero de mentirosos no se ganarían la vida.

De normal eran bastante sinceros, pero entre lo tensos que se mostraron el otro día y el nerviosismo de David esa mañana, algo me olía muy mal de todo eso. Tenía la ligera sospecha de que había algo que me estaba ocultando y que posiblemente estuviese relacionado de alguna manera. No sabía si tenía algo que ver con Robin pero conociendo a ese rufián, seguramente estaba en el ajo también. Donde iba uno, los otros lo seguían sin rechistar.

Llegamos al pueblo bastante más deprisa de lo que esperaba. Quería averiguar más sobre el tema y me estaba quedando sin oportunidades. Dejamos los caballos cerca del mercado y allí esperaba Richard. Al verme se quedó paralizado en un primer momento, pero fue tan fugaz que casi pensé que lo había imaginado. Me saludó con su típica presencia, risueño como siempre.

Al ver que el chico también presentaba signos de violencia en el rostro, justo al lado del ojo, ya no me cabía duda de que se habían metido en algún lío. Se apresuraron en despedirse con la excusa de que tenían cosas que atender, pero yo los detuve antes de que se marcharan.

—Por cierto, ¿sabéis algo de Robin? —se miraron entre sí. Decidí inventarme algo, o de lo contrario seguramente evitarían mi pregunta—. El otro día me dijo que vendría a verme y no lo ha hecho —fingí una mueca de desilusión. Como esperaba, ambos flaquearon.

—Está de caza con Henry. Debió olvidarse de avisarla.

—Puede ser. Últimamente andáis en las nubes —los escaneé, juzgando su actitud sutilmente.

—Sentimos tenerla tan abandonada, Maria. Pero le prometemos hacer un pícnic en cuanto terminemos con el trabajo, ¿qué le parece? —esbozaron una genuina media sonrisa de disculpa.

—¡Suena genial! ¡Lo espero con ansias! —sonreí en su dirección, celebrando en mi interior el éxito de mi plan—. En fin, voy antes de que se me haga tarde. ¡Nos vemos, chicos! —pasé por su lado en dirección a la sastrería y ellos se quitaron el sombrero a modo de despedida.

«De esta no te escapas, pajarito».

Dejé a Periwinkle atada a un árbol en una zona segura del bosque. Cuando consiguiera mi objetivo volvería por ella, pero en ese momento tenía un cometido y lo iba a cumplir.

Recorrí todas las zonas de caza que frecuentaban los De Noir, buscando el lugar donde andaban ese par. David y Richard no habían sido claros pero con saber que se encontraban por allí era suficiente. Agradecí en silencio las veces que Robin me mostró los lugares y cómo llegar a ellos.

Ese día no traía mi vestido diseñado para andar por los caminos del bosque, pero poco me importaba. Ni siquiera la incomodidad de mis faldas me iba a detener.

Llegué a ir mucho más allá de los terrenos del castillo De Noir. Casi perdí la esperanza de encontrarlos hasta que oí varias voces provenir cerca de la última área que me quedaba por inspeccionar.

Me escondí sigilosamente detrás de un gran árbol. Si no eran ellos y resultaban ser otros cazadores, estaría en serios apuros. El alivio me recorrió instantáneamente al reconocer la voz grave de Robin. Cada vez sonaba con más claridad. Me asomé tímidamente para verlo acompañado por Henry. Llevaban alforjas y su equipamiento de caza. Ambos se sentaron en las raíces de un tronco de espaldas a mí, seguramente para tomar un descanso. Cuando estuve segura de que no había nadie más, me aventuré a salir. El sonido de las ramitas y las hojas romperse los alertó de la presencia de alguien más en el lugar, ocasionando que se giraran para ver de quién se trataba.

—¿Maria? ¿Qué haces aquí?

—Hola a ti también —rodé los ojos por la escueta recepción, recogiendo la falda de mi vestido a medida que me acercaba—. Buenos días, Henry.

—Señorita —correspondió a mi saludo, agachando sutilmente la cabeza. Robin no dijo nada, tan solo se quedó tras el chico, fijando su mirada en otro lugar. Fruncí el ceño ante eso—. ¿Qué le trae por aquí?

—Iba paseando y os he visto. Me pasaba para saludar—dije sin apartar la mirada del aludido, esperando que mirara en mi dirección, pero no lo hizo. Eso no me gustó. Volví mi cabeza hacia Henry, inspeccionando algún signo extraño en su cara. Allí no encontré nada, pero en su brazo descubierto sin mangas tenía varias marcas rojizas—. Vaya, ¿tú también has tenido un accidente en el bosque? —ladeó la cabeza, dándole una mirada confundida a su amigo.

—Me temo que no la entiendo, señorita.

—Pregúntale a tus amigos, tal vez ellos sepan algo de lo que hablo —me mostré implacable con la ironía—. Necesito hablar con Robin, ¿podrías darnos un momento?

Dudó, pero el chico del bombín negro le hizo una seña afirmativa, dándole permiso para marcharse. Lo vi caminar hacia mí con la cabeza gacha, como si estuviese avergonzado de alguna manera. Suspiré audiblemente. No me gustaba mostrarme de esa manera, pero a veces no me dejaban opción. Eran muy testarudos.

Ya que Robin no hizo ningún tipo de ademán de acercarse, fui yo la que dio el paso. Intentó apartarse cuando llegué a su altura, pero no le di opción cuando le aparté los rizos que le cubrían gran parte del rostro muy convenientemente.

—¡Dios mío! —miré con preocupación la herida que tenía en el labio inferior y el moratón en el ojo derecho, por no hablar de lo pálido que estaba. Sin duda, el que más había recibido de los cuatro era él—. ¡¿Quién te ha hecho esto?!

—Descuida, él quedó peor —se quejó un poco cuando le rocé la comisura con los dedos.

—Madre mía... Tienes que curarte eso o se te infectará. Podría quedarte cicatriz si no lo tratamos cuanto antes.

—Una más para la colección —intentó sonreír pero solo le salió una mueca.

—¡No estoy bromeando, idiota! ¡Esto es serio! —agachó un poco la cabeza ante mis gritos. Bufé exasperada y nerviosa, intentando pensar en qué hacer. Me pellizqué el puente de la nariz—. Vamos a la mansión. Allí hay remedios que te vendrán bien.

—Te lo agradezco pero tengo trabajo que hacer aquí aún-

—¡No pienso dejar que sigas en ese estado! ¿Siquiera te has visto? Me sorprende que no estés rabiando de dolor.

—He tenido heridas peores, créeme.

—¡Me da igual! ¡No te voy a dejar así e irme tan tranquila! —lo agarré de la mano, arrastrándolo conmigo. Para mi sorpresa, me siguió sin rechistar demasiado. Llegamos a Periwinkle y fuimos caminando hacia la mansión. La yegua era demasiado pequeña para soportar el peso de ambos. Dudo que hubiese soportado el de Robin solamente.

Al llegar la dejé en los establos con sigilo e indiqué al chico que me siguiera sin hacer ruido. No me apetecía tener que soportar las preguntas y las caras de sorpresa y horror de la institutriz, así que lo conduje al pasadizo secreto que llevaba a mi habitación.

—Quédate aquí. En seguida vuelvo —se sentó en el borde de mi cama y yo bajé hasta el piso de abajo para conseguir un par de gasas y algo de alcohol. Las encontré en uno de los cajones del escritorio de mi tío, donde guardaba todo lo que necesitábamos por si había alguna emergencia que atender. Volví lo más rápido que pude para encontrar a Robin tumbado sobre las sábanas. Se había quedado dormido. Me acerqué despacio, jalando el taburete que tenía frente al tocador, colocándolo junto a la cama.

Probablemente estaba cansado. Madrugaba mucho y trabajaba más últimamente. Se veía tan tranquilo… Pero tenía que curarle antes de que se dieran cuenta de que había vuelto. Seguramente Digweed no tardaría en revisar los establos y vería a la yegua en su cuadra bien colocada.

—Robin —sacudí suavemente su hombro, espantando el sueño que tenía. Me miró por debajo de sus espesas pestañas y se incorporó lentamente. Me incliné hacia adelante para observar mejor las heridas. Tomé un poco de algodón y lo humedecí con alcohol—. Puede que te pique un poco.

—Lo soportaré —reprimí el impulso de rodar los ojos ante su arrogancia, así como el comentario irónico que quise soltar cuando se estremeció al notar el escozor. Hice mi trabajo en silencio, porque no quería hablar y en parte porque estaba un poco nerviosa debido al poco espacio entre nosotros. Me encontraba sentada en el taburete frente a él, de tal manera que mis rodillas casi rozaban su pierna. Por no hablar de que me miraba en todo momento y cuando yo lo hacía se me aceleraba el corazón—. Tu silencio me inquieta, princesa. Prefiero que me grites a que estés tan callada —lo ignoré, centrándome en ponerle pomada en el moratón del ojo. Calló antes de continuar con cautela—. ¿Estás enfadada?

Suspiré cerrando los ojos. No quería mirarlo porque sabía que si veía en esos ojos, no podría mantenerme tan fuerte como me gustaría.

—Hacía tiempo que no te metías en peleas.

—Estás decepcionada —no era una pregunta. Reuní valor para encararlo, dejando de lado lo que estaba haciendo.

—Un día me dices que todo está bien y otro te encuentro hecho un cuadro. Perdona porque me importe lo suficiente como para preocuparme —me aparté, levantándome de mi asiento para tirar los algodones que había usado en un cuenco que había traído a mi tocador. Oí el muelle de la cama e inmediatamente sentí su mano en mi hombro tirando de mí para que me diera la vuelta. Me crucé de brazos, apoyada en la madera—. ¿Es por los negocios? —negó con la cabeza rápidamente. Pensé un poco más, escarbando en las posibilidades—. ¿Alguien te ha molestado?

—Algo así —su mirada se oscureció, como si estuviera recordando lo que ocurrió.

—No puedes darte golpes con todo el mundo solo porque hablen de ti. No te conocen, su opinión es indiferente.

—Me traen sin cuidado lo que opinen de mí.

—¿Entonces? ¿Por qué te has enfadado tanto por algo que no te importa?

—¡Porque no se trataba de mí!

Hice silencio, no sabía qué decir ante eso. Parecía realmente molesto con el tema, enfadado y con rabia en su interior. Lo vi apretar los puños hasta el punto que sus nudillos se tornaron de un blanco fantasmal.

Estudié las opciones en mi cabeza. Tal vez se habían metido con su familia, hablado mal de su clan o de sus amigos. Aparentaba que todo le daba igual, pero en realidad, Robin se preocupaba profundamente por los suyos.

—Tengo que irme —su voz me devolvió a la realidad—. He dejado a Henry con todo por hacer. Mañana tenemos una negociación importante y tenemos que dejar todo arreglado para entonces.

—¿Con quién?

—Un comerciante. Queremos intentar intercambiar las pieles que hemos conseguido. Puede que con esto se subsane el negocio.

—¿Crees que con eso bastará?

—Habrá que intentarlo —se encogió de hombros. Lo seguí hasta la puerta secreta, accionó el mecanismo y esta se abrió.

—Espera —le extendí el tarro con el ungüento—, ponte esto por las noches antes de acostarte. Te vendrá bien —lo observó por un momento antes de guardarlo dentro de uno de los bolsillos de su chaqueta de cuero. Alzó la vista y me brindó una sonrisa torcida.

—Gracias.

—Es lo mínimo que puedo hacer —miré hacia la chimenea.

—Eso ya es mucho —sus dedos rozaron mi mentón y giraron mi cabeza, atrayendo mi atención hacia él. Se apartó de la entrada y se acercó más a mí.

—Pero yo quiero hacer más. Quiero ayudarte, Robin. Se supone que los amigos están en las buenas y en las malas. No me apartes cuando viene la tempestad y me busques cuando salga el sol —le reproché en un susurro. Agachó la cabeza, aún sonriendo. No me di cuenta de que apretaba la falda de mi vestido hasta que noté su mano rozar la mía en una caricia tranquilizadora.

—¿Sabes? A veces no hace falta hacer grandes actos para demostrar las cosas. Son los pequeños gestos lo que hacen que te des cuenta de lo que significa estar ahí de verdad.

—¿Confías en mí? —miré esos ojos marrones, rogando no encontrar mentiras en ellos.

—Con mi vida —mi respiración salió entrecortadamente. Se mostró seguro, con un brillo en sus ojos que pocas veces me había mostrado, pero que cuando lo hacía, me dejaba de piedra—. Me sorprende que lo preguntes, princesa. Le puse una daga en el cuello a mi padre por ti, ¿recuerdas?

—¿Cómo olvidarlo? —incluso en ese entonces, había tenido fe en mi causa, sin conocerme muy bien aún.

—Además, saltaste de un precipicio por todos nosotros.

—Y lo volvería hacer, si es necesario —levanté el mentón con vehemencia.

—Pero yo no estoy dispuesto a volver a correr ese riesgo —sonó solemne.

—¿Te asustaste? —alcé una ceja, intentando bromear para aligerar la tensión que me aplacaba.

—Si dijera que no, sería mentira. Casi me quedo sin la que iba a ser mi mejor amiga —me siguió la broma.

—Hubiera sido una gran pérdida.

—Definitivamente —sus ojos pasearon por mi rostro, como si quisiera añadir algo más pero no se atreviera. Se alejó de mí, haciendo que me percatara entonces de lo cerca que había estado de mí.

—Espero tener noticias tuyas mañana —me aclaré la garganta.

—Saldremos a primera hora del castillo, tenemos que llegar temprano antes de que zarpen —asentí—. Cuando termine me pasaré por la mansión.

—Puede que te encuentres con Loveday, vuelven pronto de su luna de miel.

—Vaya, primera noticia. ¿Por qué te ha escrito a ti antes que a mí?

—Porque le caigo mejor.

—Pero yo soy su hermano.

—Eso no tiene nada que ver. A veces puedes ser insufrible —entrecerró los ojos, ladeando la cabeza con la boca entreabierta.

—Y tú a veces puedes ser muy cruel con tus comentarios, princesa.

—No te caigo bien por ser sutil.

—Pero a veces agradecería un poco de piedad hacia mi persona.

—Ni lo sueñes, pajarito —me dio un codazo al oír el mote. Me encantaba llamarle así a veces, sacaba lo mejor de él.

Prometiendo vernos al día siguiente, el chico cruzó el umbral de la pequeña salida secreta y se marchó dejando el lugar como si no hubiese estado nunca. Con un largo y pesado suspiro, me eché sobre la cubierta de mi cama, mirando al hermoso techo estrellado de mi habitación.