Capítulo 2 - La Orden de Diabolos

La mansión, en su estado actual, parecía más unas ruinas que el viejo hogar de un antiguo miembro de la Familia Real; las paredes descascaradas narraban los años de abandono. Los pasillos estaban recubiertos de polvo y escombros, mientras que los jardines, antaño espléndidos, se habían convertido en marañas de hierbas y arbustos retorcidos.

Había escuchado que su padre no era muy querido en la corte, ni siquiera por el pueblo llano debido a su fama de mujeriego y vividor de la riqueza de la Familia Real. Incluso parece que la gente se alegró cuando se anunció que apareció muerto en un callejón de la capital. Y al parecer la fama de su padre se convirtió en algo que esperar de su único hijo legítimo.

Cid soltó lento y largo suspiro. Si, le encantaba ser un personaje de fondo, pero serlo acompañado de la fama de un padre que nunca conoció era más problemático de lo que hubiera pensado. Cid puso su mano bajo su barbilla dejando caer el peso de su cabeza derrotado.

'¡Maldito viejo inutil, eras tan odiado que nadie se ha molestado en mantener tu casa en buen estado!'

Sin embargo, a pesar del estado paupérrimo del lugar, había una dignidad silenciosa en esos muros. Para Cid, cada sala tenía potencial, cada pasillo era un lienzo en blanco que podía pintar a su manera.

Mientras estaba inmerso en un pergamino que contenía los planos de la vieja mansión, Cid delineaba planes para la restauración de la sala principal, en especial la ubicación estratégica de un piano frente a una espaciosa ventana que lo iluminaría en sus noches de fingida melodrama. Fue entonces cuando Alfa entró en la habitación, portando un aire de decisión que Cid percibió al instante, notando que la joven elfa lo observaba con una intensidad inusual.

—Tu apellido —comenzó Alfa, sus ojos azules reflejando el rostro de Cid como un espejo— es de la realeza. Midgar. He oído los rumores en la ciudad.

Cid se sobresaltó sutilmente, sus hombros rígidos.

'¿Rumores? Espera un momento, no se referirá a los rumores sobre el bastardo de mi padre', pensó Cid, levantando sutilmente la mirada hacia Alfa. La mirada de la joven elfa le parecía la de un juez inquisidor a punto de dictar sentencia. '¡Definitivamente son esos rumores! ¿Acaso planea abandonarme ahora? No la culparía, seguramente después de escuchar esos rumores pensaría que solo quiero poner mis manos sobre ella... ¡Maldito viejo!'

Sin embargo, mientras Cid seguía en su monólogo interno, Alfa continuó.

—No comprendo por qué alguien de tu posición estaría aquí...

Aquello sacó a Cid de su monólogo interno; su mirada se cruzó con la de Alfa.

—No comprendo por qué estás jugando al arquitecto en una mansión en ruinas, luchando contra una orden oscura, cuando podrías vivir en el palacio, muy lejos de todo esto.

'¿Cómo? Esto no es por los rumores sobre mi padre...' Cid sintió un alivio que recorrió todo su cuerpo; no tendría que buscar a alguien para reemplazar a Alfa. Inmediatamente volvió a actuar con su comportamiento calmo y desinteresado, apenas levantó la vista de sus planos.

Sin embargo, antes de que pudiera verbalizar sus palabras, Alfa prosiguió, como si hubiera alcanzado una realización.

—Tu madre era una sirvienta, ¿no es así? —preguntó, su tono más suave—. No solo entiendes la vida de la realeza, sino la de las personas que son dejadas fuera de escena. Aquellos cuyos sudores y sangre mantienen los brillantes pasillos de oro.

Cid le ofreció una media sonrisa, mitad intrigado, mitad divertido por cómo Alfa lo veía.

'Si eso hace que duermas mejor por la noche, vamos a decir que sí,' pensó. 'Solo quiero ser una eminencia en las sombras, moviendo los hilos sin que nadie lo note.'

Alfa cruzó la sala y se paró junto a Cid, mirando los planos en sus manos. En ese momento, Cid percibió un suave olor a bosque, fresco y vivo, que emanaba de ella. ¿Era acaso el aroma típico de los elfos?

—Entonces —dijo ella, apoyando su cabeza sobre el hombro de Cid—, hagamos de esta mansión el escenario perfecto para tu obra.

—Cuento contigo —respondió Cid antes de volver a sus planos. Alfa por el contrario se mantuvo un momento apoyada sobre su hombro antes de salir de la habitación.

'Umm… ¿No estás siendo muy cercana?' preguntó Cid a una no presente Alfa, 'debiste haberte sentido muy sola antes. Tal vez tendré que comprarte una mascota. Pero algo pequeño y silencioso.'

Y así comenzó la restauración de la mansión que sería la primera base de Shadow Garden.


Las mañanas en la mansión comenzaban temprano, con Cid y Alfa revisando los planos y discutiendo las tareas del día. Cid, meticuloso y obstinado, tenía la costumbre de idear varios pasadizos secretos a lo largo de la mansión, imaginando que serían útiles para moverse de manera discreta y eficiente.

Para su sorpresa, y ya sea para fortuna o desgracia, descubrió que la mansión ya contaba con una red de pasadizos ocultos. Cid consideró esto como una prueba palpable de que su padre había sido una persona astuta, quizás más de lo que los rumores sugerían.

Aunque, al recordar las historias que envolvían a su padre, incluso mucho tiempo después de su muerte, Cid podía hacerse una idea bastante clara de para qué fines su padre podría haber utilizado estos corredores secretos. Tal vez eran las rutas de escape de un hombre acostumbrado a vivir en medio de intrigas y escándalos, o quizás simplemente un capricho de alguien que disfrutaba de su privacidad por encima de todo.

'De cualquier forma, le debo un pequeño favor al inutil de mi padre por ahorrarme trabajo', murmuró Cid para sí mismo, con un toque de ironía en su voz.

Un día en particular, Cid se hallaba solo en la biblioteca, que se encontraba en el peor estado de todas las habitaciones. La luz del sol apenas se filtraba a través de las ventanas sucias y polvorientas. Cid pasó sus dedos por los estantes vacíos y descoloridos, imaginando las obras que alguna vez albergaron y las que volverían a albergar.

Fue entonces cuando, inesperadamente, sus ojos se detuvieron en un rincón de una estantería. Entre el polvo y las telarañas, se asomaba un libro de color rojo profundo, casi como si esperara a ser descubierto. Su cubierta de cuero rojizo parecía resistir el paso del tiempo, manteniendo un vibrante contraste con la olvidada estantería.

Cid extendió la mano con delicadeza y tomó el antiguo libro que asomaba indiscretamente de la estantería. El cuero en sus manos se sentía frío y sorprendentemente sólido, como si estuviera tocando un objeto congelado en el tiempo. Luego de recorrerlo con la mirada, se apresuró a desempolvar la cubierta del libro con un pañuelo, revelando las palabras grabadas sobre su cubierta: Origen de la Familia Real de Midgar.

'¿Un libro sobre la familia Midgar? ¿Por qué habría algo como esto aquí?' se preguntó Cid, cuestionandose por qué su padre tendría algo así en su biblioteca personal. Esto no era algo que esperarías que tuviera un miembro de la familia Real que han sido sido educados desde niños para conocer cada pequeño detalle sobre sus ancestros y los errores y aciertos que tenían que evitar. Siendo uno de los que más le repetían a él: No seas como tu padre.

Y, sin embargo, aquí en la que fue la casa de su padre, encontró un libro sobre el origen de su familia, era como si el destino le hubiera tendido una trampa en la forma más inesperada.

Con una mirada curiosa abrió el libro para examinar su contenido. Una vez abierto, observó que la primera página, justo debajo del título y acompañando al nombre del autor, había un nombre tan conocido como desconocido para él: Blaz Midgar, su padre.

Ese nombre, escrito con una caligrafía elegante y firme, le golpeó como un viento gélido. Aquí, en ese libro abandonado y en ese rincón polvoriento de la mansión, estaba su padre. No como un recuerdo o un rumor, sino como una presencia tangible e inmediata.

Cid pasó lentamente las páginas, cada una crujiente al tacto y dejando una estela de polvo en el aire. Sus ojos recorrieron anotaciones y comentarios que abarcaban desde los albores de la Casa de Midgar hasta el reinado del anterior monarca. A medida que avanzaba, las anotaciones se volvían más densas y detalladas, especialmente en la sección dedicada a las relaciones políticas de la familia real. Varios apuntes hacían referencia al Reino de Oriana, subrayados y anotados como si fueran de crucial importancia.

Pero lo que más captó su atención fue cuando llegó a la página que narraba la historia del príncipe de Midgar y su relación con el héroe humano. Era una épica de valentía y sacrificio, donde el príncipe y un grupo diverso de héroes habían unido fuerzas para derrotar al Demonio Diabolos. Junto a ese relato épico, la letra de su padre había garabateado una anotación que lo dejó desconcertado: "¿Y si los héroes no hubieran sido hombres, sino mujeres? ¿Cambiaría la historia?"

Además, entre las líneas, había otra anotación que rezaba: "La sangre de los Midgar puede tener alguna conexión."

Una última anotación, apretujada en el margen inferior de la página, fue la que más le sorprendió: "La Orden de Diabolos quizás no sea lo que parece."

'¿La Orden de Diabolos?' Aquello sorprendió a Cid mucho más que encontrar aquel libro con anotaciones de su padre. Y sin embargo, lo que le siguió después, fue mucho más impactante.

En la página siguiente, y con una precisión y detalle inusuales, su padre narraba cómo esta "Orden de Diabolos" se había infiltrado en los peldaños más altos de la iglesia, tergiversado parte de la historia alrededor de los héroes que derrotaron al Demonio Diabolos para que la maldición de Diabolos fuera confundida con una posesión demoniaca, en lugar de la maldición que afectó a los descendientes de los héroes que derrotaron al demonio Diabolos.

Cid pasó a la página siguiente, donde encontró rutas de comercio ocultas. Una de ellas captó inmediatamente su atención; era la misma ruta donde había encontrado a Alfa, prisionera de aquellos esclavistas. Y pegado a esa página con un leve residuo de cera roja, estaba un papel cuidadosamente doblado. Con dedos ágiles, lo desplegó y lo leyó. En aquella arrugada hoja se detallaban los cambios en los guardias que protegían la puerta oeste de la capital, todo sellado con el inconfundible sello de la familia real.

'¿Qué significa esto?' se preguntó Cid mientras acariciaba con su dedo la desgastada cera del sello real '¿La Orden es real? No, no, no puede ser real. Y tampoco puede ser una mala broma de Alfa, ella no es capaz de ese tipo de bromas, es demasiado seria para este tipo de cosas. Entonces, solo hay una respuesta: La Orden de Diabolos tiene que ser real.'

Al comprender la situación en la que estaba, un torrente de adrenalina estalló en sus venas. Este era el momento que había estado esperando, anhelando, desde que era un niño e imaginaba ser una eminencia en las sombras.

'¡Un enemigo real! ¡Una lucha real!' Su mente apenas podía contener la oleada de emoción que lo invadió.

'¿Es esto real? ¿Podría ser esto real?' Se preguntó, permitiéndose saborear la emoción antes de que la razón interviniera. Porque, tan rápido como había llegado, esa emoción colisionó con un muro de incredulidad.

La "Orden de Diabolos" era una invención, un elemento de ficción creado con el único propósito de engañar a Alfa. Pero ahora… ¿Y si ahora la mentira que había contado resultaba ser una realidad oculta en historias?

Cid cerró el libro lentamente, su mente un torbellino de emociones que no había experimentado desde que era un niño en su otra vida. Aquellas anotaciones planteaban preguntas de las que quizás nunca obtendría respuestas.

Volvió a pensar en los rumores que siempre habían rodeado a su padre, Blaz Midgar. Cid siempre los había tomado como eso, simples rumores. Pero ahora, la posibilidad de que su padre estuviese involucrado en algo más grande, algo potencialmente relacionado con esta Orden de Diabolos le hacía cuestionarse el verdadero papel de Blaz Midgar en este tablero de ajedrez.

Y así, por primera vez, Cid se preguntó si su padre había sido un protector del reino o alguien que había jugado peligrosamente dentro de la orden.

Justo cuando Cid estaba a punto de perderse nuevamente en sus pensamientos, la puerta de la biblioteca se abrió con un chirrido. Era Alfa, cuyo rostro mostraba un brillo de entusiasmo.

—Mi señor Shadow, tengo noticias alentadoras sobre nuestros avances en la restauración de la mansión —anunció Alfa, con una sonrisa complaciente.

Sorprendido, Cid escondió rápidamente el libro detrás de él, como un niño atrapado en una travesura.

—¡Ah, Alfa! Te he dicho que no hace falta que me llames así si estamos solo nosotros —dijo Cid, su tono más animado de lo usual.

Alfa hizo una pausa momentánea, percatandose del cambio en el tono de Cid pero decidiendo no cuestionarlo.

—Hemos avanzado considerablemente. Espero que las principales habitaciones estén en buen estado dentro de una semana, incluida esta biblioteca —informó.

—Eso suena maravilloso, Alfa. ¿Necesitas algo más para terminar con la biblioteca? —preguntó Cid.

—Con los materiales que ya hemos recuperado, creo que podremos finalizar pronto —respondió Alfa.

Cid sonrió, permitiendo que una sensación de alivio lo recorriera. Pero esa sensación era apenas superficial, como un barniz sobre la madera. Debajo, las preguntas sobre su padre, la Orden de Diabolos y su propio lugar en este vasto y complejo mundo seguían ardiendo.

—Excelente. Sigamos con el buen trabajo, Alfa —dijo, aún manteniendo la mascarada de su buen ánimo.

—Por supuesto… Cid —respondió Alfa, haciendo una reverencia antes de retirarse, cerrando la puerta detrás de él.

Una vez a solas, Cid colocó el libro cuidadosamente en un estante oculto detrás de otros tomos más inocuos. 'Es demasiado peligroso dejar que ese libro caiga en manos equivocadas', pensó. Aunque se sentía aliviado de que Alfa no lo hubiera descubierto, las cuestiones que el libro planteaba había añadido otra capa a su ya complicado mundo.

Y mientras miraba la puerta cerrada, Cid se preguntó cuántos más secretos y verdades peligrosas estaba a punto de descubrir.


A la semana siguiente, los pasillos de la mansión estaban llenos de vida de una manera que no habían estado en años. Alfa estaba en el jardín, concentrada en el cuidado de las plantas y flores que habían plantado. Cid, mientras tanto, estaba en la sala de estudio, rodeado de pergaminos y planos.

—¿Cómo va ese diseño para el ala oeste? —preguntó Alfa mientras entraba en la habitación con un aire de curiosidad.

—Está tomando forma —respondió Cid sin levantar la vista de sus dibujos—. Estoy pensando en un diseño que permita la entrada de mucha luz natural.

Alfa se acercó y se inclinó para observar el plano. Los trazos de Cid eran precisos, y en su diseño se podía ver una inteligencia y un cuidado meticulosos. Algo que solo él, la persona que le había dado un propósito en esta vida podría hacer. No conocía lo que implicaba diseñar y crear planos, pero Alfa estaba segura de que Cid era una mente maestra en todos los campos.

—Es perfecto —murmuró Alfa, admirada—. Este lugar se sentirá más vivo que nunca.

Justo cuando parecía que la conversación tomaría un rumbo más casual, un cuervo de color ceniciento se posó en el alféizar de la ventana, llevando en su pico un pequeño papel. Cid se levantó y caminó hacia el ave, que le entregó el papel sin titubear.

—La Orden está haciendo su movimiento —murmuró Cid, desenrollando el mensaje con dedos firmes pero cuidadosos antes de apoyarse en el alféizar de la ventana.

Cid miró el papel en blanco por un momento, sopesando sus opciones. Claro, era un simple pedazo de papel en blanco. Pero un pedazo de papel en blanco en sus manos, podría convertirse en una verdadera arma.

'Es una oportunidad demasiado buena para dejarla escapar' ,pensó, permitiendo una sonrisa. 'Después de todo, cada gran figura en las sombras necesita sus momentos teatrales'.

Sosteniendo el papel entre sus dos dedos, lo hizo desaparecer con un destello de su poder mágico. Se quedó mirando el espacio vacío en el aire donde el papel había estado un momento antes, absolutamente consciente de lo absurdo de la situación, pero decidido a sacarle el máximo provecho. Además también podría usar lo que ha descubierto en el libro para darle algunos buenos giros a esta trama.

Alfa observó a Cid totalmente impresionada, buscando cualquier signo de miedo o preocupación en su rostro. Pero Cid se mantuvo calmado, su expresión inmutable como siempre.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Alfa, su tono serio pero lleno de preocupación.

Cid levantó la vista y miró a Alfa con una resolución férrea en sus ojos.

—Lo que siempre he hecho. Seguir adelante —respondió Cid, consciente de que había transformado un evento aleatorio en un enfrentamiento con la Orden de Diabolos, aunque solo fuera en su imaginación y, al parecer, en la de Alfa también..

'Si lo que ponía en el libro de mi padre es cierto, solo iré a buscar a algunos traficantes de esclavos o bandidos siguiendo esas rutas,' pensó Cid esbozando una sonrisa.

Alfa asintió, su propio rostro endureciéndose con determinación.

—Entonces estaré a tu lado en esta lucha —declaró.

Cid asintió y fue en ese momento que forjaron un pacto silencioso. Frente a la amenaza de la Orden de Diabolos.

Si existieran, tal y como apuntaba la evidencia, Cid al fin tendría al enemigo que tanto ansiaba para su historia y podría tejer sus propias sombras para contrarrestar las fuerzas de la Orden en una danza de la cual el dictaría el compás.

La mansión, que estaban restaurando con tanto cuidado, se convertiría en mucho más que una bonita y lujosa casa en la capital; sería su bastión en la batalla en las sombras que se avecinaba.

Cid dio la vuelta y se quedó mirando la ventana mucho tiempo después de que el cuervo se hubiera ido, como si pudiera ver más allá de lo evidente, a través de las danzantes sombras que se ocultaban tras el escenario. Finalmente, se giró hacia el escritorio y se sentó sobre su silla.

—Creo que es hora de hacer algunas preparaciones —murmuró, más para sí mismo que para Alfa

Alfa, siempre dispuesta a seguir a Cid a donde fuera, se arrodilló y bajó la cabeza.

—Siempre estaré a tu lado, dame tus órdenes.

Cid asintió y luego comenzó a sonreír. Una ominosa aura morada comenzó a emanar de su cuerpo. Al principio, solo un destello alrededor de su silueta, pero poco a poco se expandió hasta llenar la habitación, antes de extenderse por toda la mansión.

Alfa, que hasta ese momento se mantenía con la cabeza baja, alzó la vista, cautivada por el despliegue de fuerza má antes había sentido una energía tan abrumadora, incluso el aire parecía haberse vuelto más pesado, como si la misma naturaleza se rindiera ante el.

'Muy pocos seres tienen la capacidad de manifestar su magia de esta manera' pensó Alfa.

Finalmente, el aura se desvaneció con la misma rapidez con la que había aparecido. dejando detrás un ligero vendaval que cruzó toda la habitación.

—Este lugar será nuestro santuario —dijo Cid, levantándose de su asiento. Su traje de slime negro cubrió su cuerpo por completo y extendio su brazo hacia Alfa— ¿Estás lista para un pequeño viaje, Alfa?

El rostro de Alfa se iluminó y, en un involuntario movimiento, trató de alcanzar la mano de Shadow. Pero justo antes de hacerlo, retiró su mano y la colocó sobre su pecho.

—Siempre estoy lista para cualquier cosa, especialmente si es contigo.

Entonces, con unos brillantes ojos rojos que se encendieron como dos llamas desde las sombras de la capucha que cubrían su rostro, Cid, ahora completamente sumido en su identidad como Shadow, sonrió de una manera que no dejaba lugar a la cordialidad. Se encaminó a la ventana detrás de él, cada paso resaltado por un aura palpable que parecía hacer que el aire mismo se tensara.

Con un simple empujón, abrió la ventana de par en par, pero no antes de que un rayo de luz del atardecer atravesará la cristalera. Era ya el fin de la tarde, y desde su posición, se observaba la vista del sol que comenzaba a ponerse.

Desde su mansión, la vista era majestuosa pues el sol se ocultaba justo detrás de dos robles que enmarcan la gran ventana a su espalda.

Cid había colocado su estudio en esa habitación pensando en un momento como este. El cielo adopta un tono naranja cada vez más opaco a medida que el sol se ocultaba lentamente en el horizonte.

Finalmente, había llegado el momento perfecto.

—Opaquemos el sol con nuestras sombras —exclamó en el mismo momento en que el sol estaba a punto de desaparecer tras los dos robles haciendo parecer, como si se lo hubieran tragado en una escena previamente coreografiada hasta el último detalle.

Cid sonrió al contemplar la reacción de Alfa, complacido de haber mantenido su estatus como una eminencia en las sombras, aunque el único enemigo que hubiera enfrentado esta tarde fuera un pedacito de papel en blanco.


Las ramas del bosque se rompían bajo la marcha sigilosa de Alfa y Shadow. Habían dejado atrás la mansión para seguir la pista de lo que parecía ser una caravana de bandidos.

Según lo que le había dicho Shadow, la situación apuntaba a que esta banda en particular era más que simples forajidos; estaban conectados con la Orden de Diabolos.

'No son simples criminales', pensaba Alfa mientras avanzaban. Su concentración, dividida entre mantener el silencio y escuchar cualquier ruido que revelara la presencia de la caravana. 'Shadow lo sabe, y si él está preocupado, entonces la amenaza es real.'

Vestidos con los trajes de slime negro, tanto Alfa como Shadow se fundian en la oscuridad del bosque. No hacía mucho tiempo que Shadow le había presentado este fabuloso traje. Sin embargo, Alfa, había logrado dominarlo y controlarlo en poco tiempo. Incluso Cid la había felicitado por ello.

Alfa recordó una tarde en el patio de la mansión. El sol ya se ponía en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranja y rojos, cuando Cid, o más bien Shadow en aquel momento, la observaba desde el otro extremo del patio.

Ella llevaba el traje de slime negro, aunque en ese entonces aun le costaba mantenerlo pegado a su piel. Aunque había demostrado poder controlar su poder mágico con eficacia y Cid le había enseñado a manipular correctamente el flujo de este, aún era una novicia en aquel campo que Cid había dominado en pocos años.

—Intenta moldearlo, deja que la magia fluya a través de él y controlalo —le había dicho él, su voz tan calmada como siempre pero con un tono expectante.

Alfa cerró los ojos por un momento, recordando la sensación que sintió la primera vez que logró ponerse el traje, sintiendo como se adhería a ella, como una extensión de su propio ser. Como si fueran un solo. Entonces, cuando extendió su brazo, una hoja delgada y afilada brotó de la palma de su mano.

Al abrir los ojos, vio la sonrisa en el rostro de Cid. No era una de sus sonrisas amplias ni mucho menos de sus pocas disimuladas sonrisas arrogantes; era una simple, pero genuina sonrisa de aprobación

—¡Excelente! Has controlado el traje mucho más rápido de lo que imaginaba. Estoy realmente impresionado —le dijo Cid, cruzando el patio mientras aplaudía lentamente.

Las palabras de Cid habían significado más para Alfa que cualquier elogio que hubiera recibido antes. La forma en que Cid pronunció "realmente impresionado" resonó en Alfa de una manera que pocas cosas lo habían hecho. Para ella era un reconocimiento que iba más allá de la maestría en un arte o una habilidad; era un reconocimiento a su valor.

Después de felicitarla, Cid se quedó mirándola con una expresión enigmática, como si su mente estuviera a kilómetros de distancia. Alfa no pudo evitar pensar que él estaba contemplando algún plan para el futuro, alguna estrategia que podría cambiar el curso de su guerra secreta contra la Orden de Diabolos.

'Debe estar pensando en algo verdaderamente significativo' pensó Alfa, sintiéndose a la vez intimidada y emocionada al contemplar el ingenio de la persona a quien había decidido entregar su vida.

Sin embargo, Cid, que había pasado de una expresión enigmática a una ligeramente divertida, estaba pensado en que el traje necesitaba algunos bolsillos.

—Estamos cerca —murmuró Shadow, aquella advertencia sacó a Alfa de sus recuerdos y pensamientos.

Sacudiendo su cabeza para despejar sus pensamientos, Alfa asintió y tomó una respiración profunda para calmar sus nervios. Debía preparar su mente y su cuerpo para el combate pues esta sería su primera misió primer paso para acabar con la Orden de Diabolos y demostrarle a Shadow que puede caminar junto a él, aunque cada día que pasaban juntos, Alfa sentía como la brecha crecía más y más.

El aire en el bosque era denso, húmedo y lleno de los diversos sonidos de la vida nocturna. Pero a medida que se acercaban a su objetivo, un eco de voces lejanas llegó a sus oídos.

Siguiendo el ruido, finalmente llegaron a un claro donde una caravana había acampado. Hombres de aspecto desagradable rodeaban una hoguera, riendo y celebrando su más reciente botín.

Pero aquello que capturó más la atención de Alfa fue una caja cuidadosamente custodiada por dos guardias en el centro del campamento.

—Ahí está, ese es nuestro objetivo —declaró Shadow, observando la escena junto a Alfa, ocultos en la oscuridad del bosque—. ¿Estás preparada?

Alfa asintió, su rostro permanecía calmo pero sus ojos azules resplandecían con cierta incertidumbre.

—Entonces demuéstramelo. Este es tu primer paso como el primer miembro de Shadow Garden —Shadow le dedicó una mirada antes de perderse entre las sombras del bosque.

Alfa sabía que este era el momento en que debía demostrar no solo a Shadow sino a sí misma que era digna de recorrer el camino que ya había trazado Shadow. Tomó una respiración profunda, en sus manos apareció una espada negra, moldeada por su voluntad.

Se deslizó al claro como un espectro, silenciosa y mortal. Su mirada fija en el primer bandido que apareció frente a ella, y en un parpadeo, su espada negra cortó el cuello del bandido con letal precisión. Antes de que pudiera emitir un ruido, el bandido ya estaba en el suelo, sin vida.

'Aquellos que se alían con la Orden de Diabolos no merecen vivir' pensó Alfa, su rostro salpicado ligeramente por gotas de sangre y su espada dejando un ligero trazo rojo por donde avanzaba.

Los bandidos, confundidos por el ataque sorpresa, apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Alfa atacará de nuevo. Su espada era como un rayo negro que cortaba carne y hueso a cada movimiento. Gritos de dolor llenaron el aire mientras los bandidos caían uno tras otro, exterminados por la espada de Alfa.

En un abrir y cerrar de ojos, Alfa se movió. Su espada se convirtió en un borron negro, pasando a través de los cuerpos de los bandidos los cuales cayeron uno tras otro, dejando solo a los mas rezagados atrás, cuyos rostros estaban pálidos de terror.

Sin embargo, mientras avanzaba como una flecha imparable en la noche, se topó con un muro. Un bandido mucho más fuerte que los demás logró detener su ataque con su espada.

—¡¿Quién diablos eres tú?! —gritó.

Alfa retrocedió y levantó su capucha, revelando su rostro inexpresivo.

'¿Una niña elfa?', pensó el bandido 'Qué demonios hace una niña elfa atacando nuestro campamento. Y cómo demonios ha conseguido tanto poder.'

—Soy el destino que han elegido —declaró Alfa, su voz fría como una lámina de hielo. Su tono no reflejaba la misma experiencia brutal que el bandido, pero había en él una certeza mortal.

El bandido rió, un sonido amargo que salía desde lo profundo de su pecho.

—¿Destino? —bufó, subestimándola.

Sin darle más tiempo para hablar, Alfa se lanzó hacia él con una velocidad casi sobrenatural. Pero el bandido fue más rápido de lo que ella anticipó; esquivó y contraatacó, maniobrando su espada con una habilidad que solo podía venir con la experiencia.

La hoja del bandido se detuvo a milímetros de su cuello. Alfa logró esquivar en el último segundo, pero no lo suficiente para evitar una cortada superficial en su mejilla. La diferencia en su fuerza y experiencia se hizo evidente.

Consciente de que Shadow la observaba desde las oscuras profundidades del bosque, Alfa agarró firmemente la empuñadura de su espada, su postura anunciando una estocada inminente. A medida que avanzaba, el frío filo de su arma apuntaba directamente al cuello del bandido, como si ya pudiera saborear el sabor metálico de su victoria.

Sin embargo, en un destello de movimiento que casi le hizo dudar de sus propios ojos, el bandido evadió su ataque con una gracia y agilidad que no se esperaría de alguien de su tamaño y apariencia ruda. Antes de que pudiera reaccionar, el bandido giró sobre sus talones y lanzó un feroz golpe hacia Alfa.

En ese instante, una súbita oleada de adrenalina le recorrió el cuerpo, impulsando sus reflejos hasta el límite. Pero incluso con sus sentidos elevados al máximo, solo pudo moverse lo suficiente para que la hoja del bandido cortara el aire a centímetros de su espalda, rasgando parte de su traje pero evitando su piel.

Ambos guerreros se quedaron inmóviles por un momento, el eco del acero chocando contra el acero resonando en el aire. Era una pausa mínima, casi imperceptible, pero suficiente para que Alfa reconociera la brecha entre ellos. El bandido no solo era más fuerte físicamente, sino que también contaba con la destreza y experiencia que venían con los años, años que Alfa no tenía.

Alfa se centró, haciendo que la espada de slime en sus manos pareciera aún más oscura, casi como un vacío en forma de hoja. Lanzó una estocada veloz hacia el cuello del bandido, confiada en que su habilidad y el elemento sorpresa serían suficientes para acabar con él.

Pero el bandido, en un destello de intuición y experiencia, levantó su espada pesada con ambas manos y desvió el ataque de Alfa. No solo eso, su fuerza era tal que la espada de slime se cortó, se disolvió como si nunca hubiera sido sólida para empezar. El bandido luego completó su giro, enviando una estocada violenta hacia la espalda desprotegida de Alfa.

Un escalofrío de pánico atravesó a Alfa. Había subestimado a su oponente, y ahora estaba expuesta, vulnerable. La brecha en experiencia y poder era más amplia de lo que había imaginado. Su espada de slime tardaría unos segundos críticos en reformarse, segundos que no tenía.

No tuvo tiempo para más pensamientos. El contraataque del bandido llegó rápido, demasiado rápido para alguien que ella había subestimado. En ese instante fatal, un destello negro surgió de las sombras, tan rápido y letal que el bandido no tuvo tiempo de emitir un solo sonido. Se desplomó al suelo, su cuerpo dividido en dos por la fuerza invisible pero abrumadora del ataque.

Shadow la atrapó antes de que pudiera caer al suelo, y la ayudó a recuperar su equilibrio.

Alfa se apartó, limpiando la sangre que brotaba en una delgada línea a lo largo de su mejilla. Miró hacia donde yacía el bandido, el cuerpo había quedado en una posición grotesca e irreconocible. Una ola de emociones sacudió su corazón: alivio, vergüenza, ira, gratitud. Sintió cada una como si fueran hojas afiladas, cortándola por dentro.

Shadow se adelantó, mirándola fijamente. Sus ojos reflejaban un tono rojizo que no reflejaba emoción alguna.

—Has actuado valientemente —dijo Shadow, rompiendo el silencio—. Pero la valentía sin juicio es simplemente imprudencia.

Alfa bajó la cabeza, luchando con las palabras que quería decir pero no podía. En su mente, un torbellino de pensamientos giraba sin cesar. Había pensado que estaba preparada, que su entrenamiento y su determinación la habían fortalecido lo suficiente pero se dio cuenta de la brecha de poder que había entre ella y Shadow. Había hecho todo lo posible, había peleado con todo su ser, pero aun así, había límites que aun no podía superar.

El momento le recordó su propia vulnerabilidad, pero también reforzó su resolución.

Cerró los ojos por un instante, aspirando profundamente. 'Necesito ser más fuerte. Por él, y por mi misma. Debo acabar con la Orden de Diabolos.' pensó, su mente tan afilada como la espada que se disolvía lentamente en su mano.


Entonces, Shadow y Alfa volvieron su mirada hacia el centro del devastado campamento. Allí, iluminado sutilmente por la fogata, se encontraba la caja que había llamado su atención.

—Ahora vayamos a por lo que venimos a buscar —dijo Shadow, su capa bailando con la brisa nocturna.

Shadow avanzó hacia la caja, cada paso resonando en la soledad de la noche, acompañados por el crujir de la fogata que amaina su brillo lentamente en la oscuridad. Alfa lo seguía de cerca, siempre a dos pasos atrás.

Finalmente, Shadow se detuvo frente a la caja y la observó, como si estuviera pensando en las repercusiones que tendría el haberse vuelto a involucrar con la orden. Tras un momento, su mano se deslizó por la superficie de la madera hasta llegar al paño que la cubría. Podía escuchar sollozos desde el interior. Con un movimiento firme, retiró la manta y la dejó caer al suelo.

Al hacerlo, reveló lo que ocultaba debajo: una figura humanoide tapada por ropas desgarradas y piel roja ennegrecida que brillaba a la luz de la luna. Sin embargo, lo que llamó más la atención de ambos fue que, entre las malformaciones que producía la maldición de Diabolos, podían distinguir parcialmente el rostro de una joven elfa. La mitad de su cuerpo estaba invadido por la maldición de Diabolos. Una maldición que Alfa conocía muy bien, pues la había sufrido en carne propia hasta que Shadow la liberó.

Alfa observó con detenimiento a la elfa. La mitad de su cuerpo se había transformado en algo grotesco, con su piel cubierta de escamas oscuras y carne deformada.

Shadow contuvo el aliento un momento, sus ojos fijos en la elfa que parecía tan frágil y a la vez con un poder mágico tan desmesurado y peligrosamente potente.

—Es como mirar un espejo del pasado —murmuró Shadow recordando la noche en que conoció a Alfa.

—No hay tiempo para dudar. Tenemos que salvarla, ahora—dijo Alfa mirando a Shadow con sus penetrantes ojos azules.

Shadow se quedó en silencio un momento, aquello parecía más un orden que una petición. Sin embargo, decidió dejarlo pasar y evaluar la situación.

Por una parte no quería tener más cabezas de las que preocuparse. Ya era todo un problema escabullirse del palacio con suficiente comida para Alfa, y no planeaba gastar más de lo necesario cuando el dinero que le daban estaba meticulosamente medido para sus gastos diarios.

Pero, por otro lado, Alfa había dejado claro que quería salvar a más de estas chicas desde el momento que la conoció y, siendo sinceros, necesitaban más manos para la mansión. Por lo que si esta chica resultaba ser tan leal y útil como Alfa —o al menos tan manipulable—, entonces podría unirla a su causa sin tener que desembolsar un solo Zeni.

Aunque no debía olvidarse de la Orden de Diabolos. Aún no sabía si era real o no. O más bien, no estaba completamente seguro. Sin embargo, había seguido las rutas marcadas en el libro y vualá una poseída más.

Shadow se frotó la barbilla, pensativo. 'Si seguimos encontrando chicas como ella, podría significar que la Orden de Diabolos es más que solo una leyenda'

Sus ojos se cruzaron con los de Alfa, y en ese instante supo que, quisiera o no, tendría que ayudar a esa elfa. No podía darle la espalda a la chica en la caja, al menos no con Alfa observando.

—Está bien, vamos a salvarla —dijo finalmente.

Shadow se acercó a la masa semi élfica frente a él, extendiendo su mano hacia ella. Un aura morada comenzó a rodearlo, extendiéndose gradualmente por su cuerpo hasta concentrarse definitivamente en su palma. Había perfeccionado la forma de deshacer la maldición tras sus experimentos con Alfa. Por lo que solo debía hacerlo con la misma precisión.

Concentró su poder mágico en sus dedos y forzó su entrada en el circuito mágico de la elfa. Sabía que la maldición de Diabolos hacía crecer el poder mágico desmesuradamente y a tal velocidad que el circuito mágico terminaba deformado y por consiguiente, su recipiente. Afortunadamente, en el caso de la elfa, su circuito mágico aún parecía resistente. Muestra de ello, era que su apariencia no había sufrido tantas alteraciones como Alfa en su momento. Quizás porque su poder mágico original estaba por debajo de su verdadero potencial.

Alfa observó detenidamente el acto frente a ella, la figura de Shadow extendiendo su mano hacia la caja se reflejaba en sus ojos. Recordándole el momento en que Shadow al fin la liberó de su maldición tras tantos intentos fallidos. Sin embargo, su atención se vio dirigida a la elfa en la caja cuando las deformidades producidas por la maldición de Diabolos comenzaron a desvanecerse frente a sus ojos.

Tras un breve, pero intenso momento, la energía mágica de Shadow, que fluía desde sus dedos hasta envolver por completo el cuerpo semi-deformado de la elfa, se disipó. Bajó la mano y se alejó.

Tras él, la transformación era asombrosa. La elfa se había liberado completamente de la maldición de Diabolos y había recuperado su apariencia original. Su cabello era de color plateado que le llegaba hasta la cintura, sus ojos azules como los de Alfa, y su piel blanca e impoluta, como si nunca hubiera pasado por la maldición de Diabolos. Bajo el rabillo de su ojo izquierdo, un lunar adornaba su rostro. Sus pupilas azules titilaban con confusión y debilidad, tratando de enfocar a la figura que se alejaba de ella antes de que su cuerpo cediera al agotamiento.

Justo cuando estaba a punto de caer al suelo, Alfa se movió con velocidad, atrapándola en sus brazos antes de que pudiera tocar el suelo.

—Encárgate de ella, Alfa, desde ahora es tu responsabilidad.

Alfa asintió con determinación, acomodando con delicadeza a la elfa a su espalda. Luego observó momentáneamente la espalda de Shadow antes de que ambos desaparecieran bajo el manto de la oscuridad nocturna.


El sol de la mañana brillaba intensamente a través de los grandes ventanales del estudio de la mansión, bañando toda la habitación con una luz dorada y cálida. Cid, sentado en su escritorio, jugaba con piezas de ajedrez personalizadas, todas finamente talladas en marfil y ébano. Sin embargo, en su rostro se reflejaba más aburrimiento y molestia que interés.

Cuando Alfa y él llevaron a la mansión a la nueva elfa, la acomodaron en uno de los cuartos. Cid, por su parte, decidió esperar oculto entre las sombras de la habitación, preparándose para hacer una entrada dramática. Imaginaba ya las palabras que diría cuando ella despertara: —Tus cadenas se han roto. ¿Te vengarás de quien te las puso?

Sin embargo, la elfa no daba señales de despertar. Las horas pasaron lentamente y su determinación inicial se desvanecía a cada minuto que pasaba. Finalmente, el sol ascendió en el cielo, disipando la oscuridad que había planeado usar a su favor. Los delicados pasos de Alfa camino a su habitación fueron su señal para retirarse.

Por supuesto, Cid no necesitaba dormir. Había perfeccionado su control mágico y su propio cuerpo a puntos en los que podría descansar por un minuto y parecer que hubieran sido ocho horas. Sin embargo, Alfa había estado muy insistente en su cuidado personal, incluso comenzando a frecuentar su habitación por las mañanas para comprobar si había dormido.

Bueno, no era algo que le importase demasiado, pues Alfa solía llegar acompañada por un desayuno matutino. No podía quejarse de aquello. Después de todo la comida gratis y que no tenías que hacer tú mismo era la que mejor sabía.

Antes de irse, Cid volvió su mirada hacia la elfa que dormía plácidamente en la cama. La observó por unos instantes.

'Esta debería ser la última vez que intento emular una presentación tan reutilizada como esa. Tiene su encanto, pero no te dicen que a quien se lo vayas a hacer despierte en el momento justo' pensó Cid antes de salir de la habitación sin hacer el más mínimo ruido.

Luego, con agilidad, sigilo y una velocidad increíble, se deslizó por los restaurados pasillos de la mansión hasta llegar a su habitación. Los pasos de Alfa resonaban por los vacíos pasillos de la mansión, por lo que Cid se apresuró a meterse en la cama, cerró sus ojos y ajustó su respiración. Todo era perfecto, no había manera de que Alfa supiera que estaba despierto, por lo que solo necesitaría esperar el momento oportuno para "despertarse".

Cid permaneció inmóvil en su cama, manteniendo la respiración tranquila y apacible. Podía escuchar el sonido de los pájaros mañaneros, los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas de su habitación haciendo un poco difícil mantener los ojos cerrados.

De pronto, escuchó los pasos de Alfa acercándose a su habitación, su andar ligero y suave, como si no estuviera caminando sobre piedra caliza. La puerta se abrió con delicadeza, y Alfa entró con una bandeja de plata en las manos. Se acercó a la cama, mirando a Cid con preocupación. Era evidente que sabía que Cid no había dormido toda la noche.

—Cid, ¿estás descansando adecuadamente? —preguntó Alfa en un tono suave. Dejando la bandeja de plata sobre la mesita de noche.

Cid abrió los ojos lentamente, fingiendo sorpresa al verla allí. Bostezo exageradamente y se estiró antes de responder con voz adormilada: —Oh, Alfa, ¿No es muy temprano aún?

Ella sonrió con ternura antes de negar con la cabeza. Eran las siete de la mañana, el sol estaba iluminando por completo la mansión.

—Es la hora exacta a la que sueles levantarte.

—Ya veo… —dijo Cid acomodándose en la cama y desviando la mirada hacia la mesita de noche.

Cid se sentó en la cama, agradecido por la comida que le había preparado Alfa. Mientras comía, Alfa aprovechó para hablar sobre la elfa rescatada la noche anterior.

—Cid, sobre la elfa que trajimos anoche… —comenzó Alfa, su expresión se volvió seria de repente—. No creo que tenga que informarte, pero nuestra huésped aún no ha despertado. Pero cuando lo haga estoy segura que tendrá muchas preguntas.

Cid asintió mientras masticaba una rebanada de pan. Sabía que Alfa era buena juzgando el estado de otras personas, y si decía que la elfa estaba traumatizada, entonces debería ser cierto. Decidió no profundizar en el tema en ese momento, no quería arruinar su desayuno.

Después de terminar de comer, Cid se levantó y comenzó a vestirse para el día. Alfa lo observaba en silencio. Finalmente, Cid dejó su habitación y se dirigió hacia su estudio, que se encontraba en otro ala de la mansión. Alfa sabía que, una vez allí, Cid se sumiría en estudios e investigaciones que escapaban a su entendimiento.

Aunque en realidad simplemente se permitía pasar el tiempo, divagando entre nuevas entradas o perfeccionando su control sobre el traje slime. Aunque en estos momentos hizo caer una torre decorada con la bandera de Midgar usando su alfil. El ajedrez era un juego interesante, si. Una representación de dos bandos y sus movimientos en un campo de batalla. Pero él no quería ser parte de ese tablero, sino una pieza ajena que rompiera el esquema del juego y lo desviara a su favor. Una verdadera eminencia en las sombras que puede moverse con la agilidad de la reina, la fuerza de la torre y la velocidad del alfil.

De repente, un golpe suave en la puerta lo sacó de su ensimismamiento. Alfa entró, llevando en sus manos un sobre sellado con el emblema del palacio real. En un instante, Cid reorganizó todas las piezas del tablero que se encontraban desorganizadamente repartidas por toda la mesa.

—Ha llegado una carta del palacio —anunció Alfa, entregándole el sobre.

Cid rompió el sello y leyó el mensaje rápidamente, sus ojos se estrecharon un poco. Luego levantó una ceja, a ojos de Alfa parecía como si estuviera contemplando una jugada crucial en su tablero mental. Sin embargo, una cadena diferente de pensamientos cruzaban la mente de Cid.

'Ah, justo lo que necesitaba para alegrar mi día. Más lecciones sobre cómo usar una cuchara en una cena formal y recordatorios sobre el árbol genealógico de la realeza. ¿Quién podría resistirse a semejante oferta?', pensó Cid arrojando la carta a la chimenea tras soltar un suspiro.

Alfa permaneció en silencio, observando como la carta era consumida por el fuego. No se había equivocado cuando juzgó a Cid por primera vez. El era diferente, no buscaba ningún reconocimiento externo cuando podría conseguirlo fácilmente. Su fuerza y habilidad eran sorprendentes y, sin embargo, en todos los rumores sobre él, solo había escuchado que era un mediocre que no merecía el apellido Midgar.

—¿Cómo desea que procedamos, señor? —preguntó Alfa, manteniendo su postura formal aunque podía sentir el desagrado en la voz de Cid.

—Alfa, prepara mis cosas. Regreso al palacio inmediatamente. Puede que no me guste, pero puede haber cierta utilidad en estas lecciones —dijo Cid, levantándose de su silla.

Los engranajes en su cabeza ya estaban girando.

'El palacio… el centro del verdadero poder en el Reino. Un lugar perfecto para una verdadera eminencia en las sombras' pensó, casi sonriendo ante la idea.

—Entendido. Prepararé todo para tu partida —respondió Alfa, ocultando una incipiente preocupación. Había escuchado los rumores sobre Blaz Midgar, el padre de Cid. Un mujeriego, un derrochador de la fortuna real, y de lo que más se lo acusaba aún después de muerto, un abusador de su autoridad real.

Cuando estuvo apunto de retirarse del estudio se detuvo.

—Si escuchas algo en el palacio, algo que pueda ser relevante para… nuestras actividades, me lo dirás, ¿verdad? —preguntó.

Cid esbozó una media sonrisa.

'Siempre un paso por delante, ¿eh, Alfa?'

—Sí, no te preocupes. Si descubro algo interesante serás la primera persona en saberlo —afirmó, ofreciéndole una sonrisa que, aunque forzada, llevaba una chispa de la determinación que Alfa tanto admiraba en él.

Reconfortada pero no completamente aliviada, Alfa asintió y salió de la habitación. Sin embargo, en su corazón, una semilla de preocupación continuó germinando.

Cid se quedó solo, contemplado como las últimas brasas de la carta que se convertían en cenizas.

Tenía su propio juego que jugar, un juego mucho más grande y complejo que cualquier fiesta real o tablero de ajedrez.

Y como siempre, él jugaría a ganar.


La hora de partir llegó más rápido de lo que Cid hubiera querido. Alfa, siempre eficiente, había organizado todo para el viaje.

—Todo está listo, el cochero lo está esperando en la puerta principal —informó Alfa, su voz ligeramente teñida de una preocupación que se esforzaba por ocultar.

—Bien. Mantén las cosas en orden y continúa echando un ojo a nuestra invitada —ordenó Cid. Su tono casual y aburrido, perfectamente diseñado para hacer que cualquier escucha casual lo descartase como el noble inutil como el que se mostraba, una máscara en la que había trabajado duro por construir.

Ambos caminaron por el pasillo hacia la puerta principal de la mansión. A su paso, se podían ver los frutos de su trabajo de restauración. Paneles de madera nuevamente barnizados, paredes recién pintadas; adornadas con cuadros que habían tomado de incautos bandidos, y algunas pequeñas esculturas más.

Finalmente, cruzaron las enormes puertas de madera de la mansión. Alfa siempre unos pasos detrás de Cid, el cual no podía evitar sentir una punzada de emoción ante lo que le esperaba. Alli, un elegante carruaje negro con el emblema de la casa Midgar los esperaba. El cochero, un hombre mayor acompañado de una pequeña comitiva de soldados, inclinó la cabeza hacia Cid.

Sin embargo, su rostro no mostró más que la aburrida indiferencia que había cultivado en su otra vida.

El cochero, al ver a Alfa de pie junto a su joven señor, tuvo un fugaz pensamiento: 'Debe ser cierto lo que dicen. Igual que su padre. Que desperdicio.'

Con un gesto apenas perceptible, Cid asintió a Alfa antes de subir al carruaje.

—Si surge algún problema, ya sabes qué hacer —dijo Cid, manteniendo la máscara que había perfeccionado durante años.

—Sí, estaré a la espera —respondió Alfa, formal.

La puerta del carruaje se cerró con un suave chirrido y los caballos empezaron a moverse a la indicación del cochero. Cid se recostó en el asiento tapizado, sus ojos deslizándose hacia la ventana. En su reflejo, vio al personaje que había construido con cuidado: El bastardo que no destacaba en nada y era un dolor en el trasero para toda la corte real.

Mientras se alejaba de su mansión, pudo contemplar como su propiedad empezaba a retomar su antigua gloria gracias a las incansables noches y días de trabajo y planificación entre él y Alfa.

Aprovechando el aislamiento del carruaje, Cid repasaba mentalmente algunas poses de esgrima que había perfeccionado.

'Solo aquellos con verdadero talento en la espada merecen mi atención' se recordó.

En la capital había excelentes espadachines, aunque muy pocos habían captado su atención. Y en ese pequeño grupo, destacaba Iris, su prima y probable futura reina de Midgar

Un rastro de una sonrisa impaciente se deslizó en su rostro, el deseo de comunicarse con la espada sacudió ligeramente su corazón.

'Sería deliciosamente irónico, y quizás incluso refrescante, si este predecible viaje se viera interrumpido por bandidos.' pensó.

Aquel pensamiento conectó fluidamente con su creciente deseo a medida que se adentraba a la ciudad, el carruaje atravesaba calles cada vez más concurridas. Finalmente pudo ver el Palacio Real a la distancia. Los guardias del palacio, vestidos con pomposos uniformes, se alineaban en una formación impecable a medida que el carruaje se acercaba.

Cid notó una pequeña comitiva de la Guardia Real esperando a un lado.

'Siempre tan ceremoniosos, aunque no tengo tiempo para formalidades inútiles.'

El carruaje se detuvo y Cid descendió. Un sirviente se acercó para guiarlo al interior del palacio.

'Y ahora el verdadero juego comienza', pensó Cid mientras cruzaba las imponentes puertas del Palacio Real. Se llevó una mano a la boca para ocultar una disimulada sonrisa, su pulgar e índice cubriendo sus labios en un gesto que parecía más un bostezo aburrido que cualquier otra cosa.

Las sirvientas cercanas, que estaban puliendo las brillantes lámparas del pasillo, se detuvieron para cuchichear.

—Mira, ahí va el Señor Cid, siempre tan… peculiar —dijo una de ellas, riendo suavemente.

—Ay, por favor, esa palabra la usamos cuando no queremos ser malas. Eres muy joven pero ¿no has escuchado los rumores sobre su padre? No me sorprendería que la manzana no cayera lejos del árbol.

Cid escuchó el comentario, pero no mostró ninguna reacción. Si acaso, se alegró. Esos comentarios solo significaban que sus esfuerzos por hundirse lentamente entre los personajes de fondo estaban dando resultado, únicamente necesitaba librarse de la atención de la corte y el rey, y al fin podría centrarse en convertirse en una eminencia en las sombras. Camino por los pasillos del palacio, flanqueado por estatuas de los antiguos reyes de Midgar y tapices que relataban el origen mitológico de la familia real.

Al llegar al salón del trono, los guardias lo saludaron con una cortesía que sabía que era falsa. Eran corteses porque tenían que serlo, no por respeto hacia el.

—¡Entrando Cid Midgar! —dijo uno de los guardias mientras abrían las enormes puertas de madera y metal.

Tras las puertas se encontraba la imponente figura de su tío, el Rey Klaus Midgar. Un hombre de cabello rojo y ojos penetrantes que irradiaba una autoridad inconfundible. Vestía un lujoso uniforme, adornado con varias medallas militares.

'Así que aquí estamos', pensó Cid, su rostro manteniendo la misma máscara de aburrida indiferencia.

—Cid, por fin haces acto de presencia —dijo el Rey Klaus, sus ojos afilados como una espada—. He oído rumores interesantes sobre ti últimamente.

—No hay que fiarse de los rumores, tío —contestó Cid, deteniéndose a una distancia prudente del trono, su tono cargado de un dejo irónico.

El rey suspiró, un gesto de agotamiento en su expresión antes de volver a su semblante serio. ignoró las constancia de su sobrino.

—Ya sé cómo eres, y no gastar más palabras en intentar reformarte —dijo, pero sus ojos se estrecharon, lo que no pasó desapercibido para Cid —. He oído que tienes compañía en la mansión. Un elfa, para ser exactos.

'¿Así que te has enterado, eh? Al parecer he subestimado un poco de lo que es capaz la red de informantes del reino'

—Es cierto. Tengo una compañera en la mansión, pero tengo razones para tenerla conmigo. Razones, como lo diría… humanitariamente necesarias —dijo Cid, la última parte con un genuino tono sarcástico.

Klaus frunció el ceño, su mirada se intensificó.

—Tu padre también tenía sus "razones humanitariamente responsables", y ambos sabemos adonde lo llevó todo eso.

Klaus se levantó y avanzó hacia Cid, su imponente figura podría intimidar a cualquiera. Al mirar a su sobrino, no pudo evitar recordar a su hermano. Las similitudes eran perturbadoras. La idea de que Cid siguiera los imprudentes pasos de su padre era algo que Klaus no podía ignorar.

—Y no pienses que no me doy cuenta de lo que podría estar sucediendo entre tu y la elfa. Así que te advierto: no te encariñes de manera imprudente. No quiero que sigas los pasos de tu padre y manches el apellido Midgar de nuevo.

Cid levantó la vista para encontrarse con la de su tío.

'Advertencias sobre mi futuro y sobre mis relaciones. Tio Klaus, realmente tienes un don para complicar mi vida más de lo que ya está. Además el legado familiar, que original. Como si este apellido ya no me ha traido mas problemas de los que necesito'

—Tío, te prometo que mis razones son completamente diferentes a cualquier fantasia que puedas tener sobre seguir los pasos del vie… de mi padre.

Klaus detuvo su avance justo frente a Cid, inclinándose ligeramente para mirarle directamente a sus ojos.

—Tu madre ya ha soportado suficiente por las estupideces de nuestra familia, y yo cargo con parte de la culpa por no haber detenido a tu padre antes de que fuera demasiado tarde. No permitiré que añadas más dolor a su vida. Si estoy dispuesto a tolerar tu… reciente experimento es por ella.

'Ah, los pecados familiares. La única cosa que me ha dejado ese viejo inutil.'

—¿Advertencias, tío? Siempre tan considerado. Simplemente le ofrecí un techo a una chica en apuros. Y bueno, necesito algo de ayuda en la mansión. Después de todo, parece que nadie quiere trabajar para el "bastardo de la familia". Así que, ya sabes, tengo que ser un poco… creativo.

—Más te vale —respondió Klaus, regresando a su trono—. Estoy seguro de que no quieres verme desilusionado. Sería... desagradable para todos los involucrados.

El aire se tensó alrededor de tío y sobrino. Un silencio se apoderó de la sala y justo cuando parecía que ninguno iba a hablar, el sonido de pasos rompió el silencio. Un guardia hizo su entrada, su postura erguida y rostro serio.

—Mi señor, el Conde Lorenzo Marquez ya está aquí —anunció con voz firme y resonante.

Klaus asintió, sin apartar la vista de Cid. Estaba preocupado por el futuro de su sobrino y que pudiera seguir los pasos de su imprudente hermano.

—Nuestra charla ha terminado, Cid. Pero te ordeno que te quedes en el palacio unos días más. Aún hay asuntos que resolver y será necesario tu presencia.

Cid hizo una breve reverencia, aunque su postura delataba su incomodidad.

—Como desee, Su Majestad —respondió.

Fue entonces que la puerta del salón se abrió y el Conde Marquez hizo su entrada. Era un hombre de estatura media, con cabello castaño ligeramente encanecido en las sienes. Y el perfecto ejemplo de lo que Cid aspiraba a ser: un personaje de fondo, aquel rincón silente de una pintura.

Mientras el Conde avanzaba por el salón su mirada se encontró con la de Cid. Había algo en la expresión del conde, una mezcla de curiosidad y cálculo que puso a Cid en alerta.

—Joven Cid —saludó el Conde con una leve inclinación de cabeza—. Es raro verte por el palacio.

—Conde —Cid simplemente asintió.

El Conde Marquez extendió su mano en un gesto amistoso hacia Cid, pero ante la falta de respuesta del joven, la retiró lentamente. Aunque sabedor de la personalidad del Midgar, nunca la había experimentado de primera mano. Tras su infructuoso intento de agradar al joven príncipe, continuó su camino hacia el Rey. Cid, por su parte, salió del salón del trono preguntándose qué era lo que estaba tramando su tío ahora.


Los pasillos del palacio estaban tranquilos, salvo por los sutiles pasos de sirvientes y guardias que se desplazaban de una habitación a otra para cumplir con sus diligencias.

Cid, por el contrario, caminaba como una sombra oculta a la luz del día, con la absoluta intención de pasar desapercibido.

A pesar de haber crecido en las cercanías del palacio, nunca se había sentido completamente cómodo en él. Las altas paredes estaban decoradas con tapices de antiguas batallas y retratos de ancestros que nunca conoció.

Al girar en una esquina, pasó junto a una serie de puertas cerradas, detrás de las cuales podía escuchar risas y murmullos de conversaciones. Eran las habitaciones de los diplomáticos y cortesanos de Midgar y otros reinos vecinos que habían llegado para asistir a alguna celebración o discusión política. Cid evitaba estas reuniones en la medida de lo posible; para él, los juegos de la corte y las políticas de palacio eran un tedio.

Finalmente llegó a un pasillo familiar, se detuvo ante una ventana. Sin dudar, la abrió y se impulsó de un salto, aterrizando con gracia en el tejado del palacio. Desde la altura, el palacio y sus alrededores se extendieron de manera simétrica.

Se sentó en el borde, balanceando sus pies sobre el vacío. Abajo, el patio estaba en pleno apogeo de actividad. Miembros de la guardia practicaban con la espada, el sonido del acero contra el acero resonaba con fuerza. Los instructores gritaban órdenes, y el polvo se levantaba con cada movimiento.

Cid los observó a la distancia. Su expresión era de interés puro, no de emoción. Analizaba cada movimiento, cada decisión, cada error. Un suspiro escapó de sus labios cuando notó a un guardia cometiendo un error básico.

Fue entonces cuando nubes grises se apoderaron rápidamente del cielo. El primer trueno retumbó, sacando a Cid de sus pensamientos. En el patio, los guardias empezaron a disolverse en busca de refugio ante las primeras gotas de lluvia que comenzaron a caer.

Sentado en el tejado, Cid permitió que la lluvia lo empapara. El agua era fría. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Pero incluso momentos tan fugaces como ese no duraban para siempre, la lluvia ya empezaba a calar por lo que Cid decidió volver dentro del palacio.

Sin embargo, cuando estaba a punto de marcharse su mirada se desvió sutilmente al patio. Pese a la lluvia que comenzó a caer, una figura persistía en el campo de entrenamiento, inmutable frente a su entorno. Charcos de lodo se formaban a su alrededor a medida que el aguacero crecía en intensidad.

'Iris, tan obstinada y persistente como siempre' pensó Cid. El cabello rojo de la joven, brillante incluso bajo la lluvia, como una antorcha negándose a extinguirse.

Iris Midgar, la primera hija del rey y heredera al trono. Aunque no solo era reconocida por su posición. Su destreza con la espada era elogiable, y ya a corta edad superó a los mejores espadachines del reino, lo que le valió el título de "La Princesa de la Espada"

Cid recordaba sus enfrentamientos con Iris, enfrentamientos en los que, por supuesto, había perdido deliberadamente. Era parte de su juego, de su elección de vivir como un personaje de fondo. Y qué clase de personaje de fondo sería si ganara a su prima, "La Princesa de la Espada" en combate.

No, eso no entraba en sus planes, tampoco iba a cuestionar la habilidad con la espada de su prima, sabía que era buena. Pero también sabía que si alguna vez peleara con su verdadero poder, nadie, ni siquiera Iris, sería rival para él.

Para él, ser un simple espectador en el desarrollo de uno de los personajes principales era lo mejor. Además, gracias a Iris pudo conocer cuál era el nivel de los espadachines en la Capital Real, permitiéndole actuar su rol de personaje de fondo con mayor exactitud.

Ya imaginaba como sería el futuro si las cosas continuaban al ras que estaba trazando con esmero. Podía visualizar claramente el escenario en su cabeza: Una gala en honor a Iris, donde él estaría en medio de una multitud mal definida. Sin duda, un simple noble más que apenas valía la pena ser recordado.

Entonces, algo llamó su atención. A pesar de la lluvia, Cid no era el único que observaba a Iris desde la distancia. Justo debajo de su posición, parcialmente oculta tras un árbol cuyas gruesas hojas ofrecían algo de protección contra la lluvia, se encontraba una niña. Su cabello plateado, mojado por la lluvia, brillaba sutilmente con la luz de los relámpagos. Sus ojos, tan rojos como rubíes, estaban fijos en Iris con una intensidad palpable.

La niña sostenía su falda con una mano para evitar que se mojara demasiado, mientras que con la otra sujetaba con firmeza una pequeña espada de madera.. Era evidente que Iris significaba algo especial para ella. La forma en que seguía cada movimiento, cada gesto, cada salto o parada ensayada, era alguien que no solo admiraba la destreza de un buen espadachín, sino también la esencia de quien era.

Cid entendía aquello, después de todo usar una espada no era simplemente balancear un trozo de acero, era una danza. Una serie de pasos coordinados en las que se buscaba superar al adversario.

—He aquí la semilla primordial de un espadachín —declaró, extendiendo su mano en dirección a la niña mientras extendía su mano hacia el cielo.

Y mientras el viento movía el cabello de la niña, la cual había soltado un pequeño estornudo debido al frío, Cid se desvaneció del tejado del palacio, ajeno a la idea de volver a encontrarse con esa niña.


Tras dejar a la niña bajo la lluvia, Cid se movió ágilmente a través de los corredores del palacio. Aunque prefería mantenerse alejado de los asuntos de la familia real, el palacio estaba lleno de lugares donde uno podía escuchar algo de interés sin ser visto.

A medida que caminaba, pasó junto a dos nobles que conversaban en voz baja. Decidió prestar atención por un momento, guiado por su curiosidad y por tener algo que contarle a Alfa a su regreso a la mansión. Con sigilo, se escabulló en un pequeño rincón, detrás de un gran cortinaje rojo que cubría la ventana.

Desde allí, Cid pudo escuchar con claridad:

—¿Qué hay de la pequeña Alexia? —preguntó uno de los nobles, su voz denotando un extraño interés.

—La segunda princesa estaba en el patio hace poco. Aunque con esta lluvia, no entiendo por que quería mojarse –-respondió otro con desdén.

'¿La segunda princesa? ¿En el patio?' , pensó Cid desviando la mirada. 'Pero si estuve allí. Y no recuerdo haber visto ninguna princesa'.

El primer noble, ajeno a que su conversación estaba siendo escuchada continuo:

—El plan para obtener la Sangre Real ya está en marcha. No podemos acercaros a la primera princesa con tantos guardias y espadachines leales al rey. Pero la princesa Alexia… En unos años, será el blanco perfecto. Solo hay que asegurarnos de alejarla lo suficiente de su hermana.

Al escuchar el nombre "Princesa Alexia" , algo en el cerebro de Cid hizo clic..

'Ah, la niña de cabello plateado', pensó, recordando su figura empapada bajo la lluvia. 'Así que ella es la princesa Alexia. Interesante'

Cid, por elección y conveniencia de la corte, había evitado cualquier contacto con la segunda princesa. Siendo visto como una mala influencia, la alejaron de ella, decisión que él aplaudió de todo corazón. Ya tenía más que suficiente con sus pequeños encuentros con la princesa Iris. Aunque muchos la consideraban un prodigio, Cid encontraba formas de engañarla facilmente. No entendía por que su tío insistió en que se instruyera con ella, pero sospechaba que era otro de sus intentos por "reformarlo".

'Bueno, si mi tío se empeña en arrastrarme a sus juegos, al menos debería hacerlo interesante. Aunque… un complot secreto contra una princesa… Ah, la vida en el palacio nunca deja de sorprenderme,'

La relación que la corte había decidido que debía tener con la familia real le parecía más un capricho que una verdadera precaución. Evitar cualquier tipo de relación con la familia real siempre había sido su preferencia. Sin embargo, la princesa Iris había sido una excepción gracias a los intentos de su tío por "reformarlo". Y aunque no tenía intención de involucrarse directamente con la segunda princesa, no podía negar que la situación le despertaba cierta curiosidad. Después de todo, necesitaba algo que hacer mientras estaba en el palacio.

Tras un momento, el segundo noble volvió a hablar, esta vez con un tono lleno de expectación.

—Si todo sale según lo planeado, la Orden tendrá todo listo para actuar.

El primer noble soltó una risa baja, cargada de confianza.

—Siempre me ha impresionado la habilidad de la Orden para infiltrarse en lugares inaccesibles. Y se puede saber qué plan han decidido poner en marcha?

—Eso, querido amigo, todavía no te compete. Tienes que confiar en la preparación y en los recursos de la Orden. Aunque te puedo decir que hemos planificado cada detalle —respondió el noble con firmeza.

Desde su escondite, Cid pensó brevemente en la niña de cabello plateado. No es que le importara demasiado lo que le pudiera suceder, pero la información era poder, y poder era algo a lo que no podía resistirse.

Una sonrisa ladina se formó en sus labios al contemplar la idea de que la pequeña princesa pudiera ser una pieza clave en el juego de poder que se estaba desarrollando en el palacio le parecía interesante.

Tal vez, después de todo, su visita al palacio no sería tan aburrida como había anticipado.

Los pasos de los nobles resonaron en el corredor mientras se alejaban. Cid, aprovechando la cortina que lo ocultaba, echó un vistazo rápido. Observó cómo ambos hombres, vestidos con atuendos opulentos y emblemas de nobleza, se dirigen hacia una de las salida laterales del palacio.

'¿Celebrar? ¿Tan seguros están de su éxito?' pensó Cid, sus cejas arqueadas con diversión.

No tardó en seguirlos, manteniendo una distancia prudente. Su familiaridad con los intrincados corredores del palacio y sus pulidas habilidades le permitieron desplazarse sin levantar sospechas.

Los nobles, inmersos en una animada conversación, eran completamente ajenos a la presencia de Cid que los seguía con sigilo.

La llovizna había disminuido, dejando un aroma fresco y mojado en el aire. Las calles ya se teñían de un tono anaranjado.

Después de unos minutos de caminata, los nobles llegaron a una mansión majestuosa, con enormes rejas adornadas por el escudo familiar en el medio. Un par de guardias los esperaban en la entrada. Tras un breve saludo y una sonrisa de reconocimiento, los guardias les permitieron el paso.

Antes de que las puertas se cerraran por completo, Cid saltó uno de los muros que protegían la mansión con una agilidad sobrehumana antes de volver a esconderse en las sombras. Desde su escondite, pudo escuchar la risa de los nobles y el sonido de cristales chocando, probablemente brindando por su "victoria".

Pensando rápidamente, Cid busco una posible entrada. Noto una ventana parcialmente abierta en el tercer piso, probablemente dejada así por alguna criada para ventilar la habitación. Sin perder tiempo, Cid dio un salto usando las piedras talladas de la mansión como escalones.

Una vez dentro, se encontró en una biblioteca ricamente decorada. Estantes llenos de libros antiguos, alfombras de origen exotico y un par de sofás de terciopelo que rodeaban el lugar.

'Si no estuviera aquí por negocios, tomaría prestado un par de estas bellezas' pensó Cid, permitiendo bajar la guardia por un momento.

Entonces mientras probaba la comodidad de uno de los sofás, escuchó unos pasos acercándose. Rápidamente, se impulsó hacia el techo de la habitación quedando colgado encima de dos criadas que entraron, charlando animadamente sobre los recientes eventos en la mansión.

Aprovechando una risa conjunta de las criadas, Cid se dejó caer y comenzó a explorar la mansión en busca de información sobre este plan que parecía amenazar al reino. No tenía duda de que, entre estas paredes, encontraría respuesta y, con algo de suerte, algo que pudiera usar a su favor.

Cid caminó por los pasillos de la mansión, sus pasos amortiguados por las vastas alfombras que cubrían el suelo. Finalmente, encontró la puerta del estudio, el lugar donde esperaba encontrar información valiosa.

Una vez dentro, la habitación lo impresionó: altos estantes de madera de roble llenos de libros, un gran escritorio con finos detalles y una lámpara opulenta iluminando su superficie y varios mapas y documentos esparcidos sobre él. Claramente, el dueño de la mansión no esperaba visitantes indeseados.

Se apresuró a revisar todo, buscando algo que pudiera darle una pista sobre lo que aquellos dos nobles tramaban. Los primeros documentos que encontró parecían ser simples listas. Al leerlos detenidamente, se dio cuenta de que eran listas de posibles candidatos para contraer matrimonio con la segunda princesa. Eran detalladas, mencionando antecedentes familiares, fortunas, alianzas y todo lo que se podría esperar para un evento así.

Suspirando con frustración, Cid murmuró: —Así que todo esto era simplemente por una boda… Que decepcionante.

Estaba a punto de abandonar el estudio cuando algo llamó su atención. Una hoja de papel semi oculta debajo de otros documentos mostraba un detallado esquema. Se trataba de un plan para raptar a alguien, y lo que le devolvió un poco de emoción al cuerpo fue el nombre mencionado: un miembro de la familia real de Oriana.

Los ojos de Cid se iluminaron con una chispa de interés renacido. Rápidamente metió el documento en su chaqueta. Aquella información era demasiado valiosa para dejarla atrás.

Se movió con rapidez hacia la ventana más cercana para poder salir de la mansión. Una vez afuera y con la noche ya casi asomando, Cid se desplazó por los tejados y callejones de la capital hasta llegar al palacio.

Se encaminó hacia uno de los salones menos concurridos del palacio, donde sabría que podría encontrar un momento de paz. Era un cuarto blanco adornado con simples cuadros, retratos de figuras prominentes ligadas a la familia real y un gran sofá que invitaba al descanso.

Tumbado en el sofá, extendió el papel tratando de descifrar cada detalle del plan que los nobles habían concebido. La caligrafía era fina y precisa, fácil de leer. Cid estaba inmerso en los detalles del plan cuando un ruido le hizo levantar la vista.

Un hombre, con el uniforme de la Guardia Real, entró en el salón. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Cid allí, tumbado como si estuviera en su propia casa.

—Señor Cid —comenzó el guardia, haciendo una pequeña reverencia a pesar de su evidente sorpresa—. Lo hemos estado buscando por todo el palacio. El Rey solicita su presencia inmediatamente.

Cid se incorporó lentamente, ocultando el documento detrás de él con una habilidad maestra.

—¿El Rey? ¿Qué podría querer conmigo a estas horas? —murmuró, aunque ya sospechaba que su ausencia no había pasado desapercibida.

—No tengo esa información, señor. Solo me han dicho que debía encontrarlo y llevarlo ante su majestad —respondió el guardia, claramente incomodado por la situación.

Con una sonrisa burlona, Cid se puso de pie, estirando su espalda y ajustando la chaqueta.

—Muy bien —respondió con un tono de resignación—, no hagamos esperar al rey.

El guardia, aliviado, asintió y condujo a Cid hacia el salón real. Mientras caminaban, Cid no podía dejar de preguntarse qué era lo que ahora deseaba su tío.


El Rey Klaus, desde su trono, mostró una expresión mezclada entre el cansancio y la preocupación.

—Cid —llamó con voz firme mientras observaba a su sobrino de arriba a abajo—. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

Cid sonrió de lado, un destello divertido en sus ojos.

—¿Dónde he estado? Lo siento, tío, pero me he perdido en el palacio. Es sorprendente lo inmenso que es este lugar.

Klaus suspiro, no apreciando el comportamiento sarcástico de su sobrino.

—Este no es momento para tus juegos, Cid. Hay asuntos serios de los que debemos hablar. Necesito que estés aquí y dejes de causar problemas con tus distracciones…

Cid levantó una ceja, su sonrisa irónica intacta.

'¿Distracciones? Te refieres a Alfa. Ah… Tio, te estas montando una película tú solo'

Pero, Klaus ajeno a los pensamientos de su sobrino continuó hablando.

—Necesito que dejes atrás tu tendencia a desaparecer, a asumir tus responsabilidades como miembro de la familia real. No puedo seguir protegiéndote si no colaboras.

'Por favor, no lo hagas. Llamó más la atención con este apellido de lo que querría' penso Cid.

—Pero dejemos estos asuntos a un lado —Klaus suspiró, pasándose una mano por el cabello—. He tomado una decisión con respecto a tu futuro. Tienes deberes como miembro de la familia real, y este es uno de ellos.

Klaus ordenó a un guardia que le entregara un sobre a su sobrino. Cid observó la carta con un ceño fruncido antes de tomarla.

'Ah, matrimonio arreglado. Un rito de iniciación para los nobles de cualquier mundo, supongo'

—Y bien, ¿quién es la pobre chica que has elegido para intentar atarme? —dijo Cid, su tono sarcástico desapareció por un momento.

Klaus lo miró con una expresión mezclada entre preocupación y resolución.

—No intento atarte, Cid. Es mi intento de protegerte de la sombra de tu padre.

Cid cerró los ojos por un momento. Aunque nunca conoció a su padre, la sombra de Blaz Midgar lo había perseguido toda su vida

—Aun hablan sobre tu padre cada vez que vienes al palacio —dijo Klaus, con voz suave pero firme—. Su muerte, el escándalo que rodeó sus últimos días, su reputación como mujeriego y sus abusos de poder… No es algo que quiero que terminen ensombreciendo tu futuro, Cid. El Conde Marquez ha propuesto una alianza matrimonial muy conveniente que espero pueda traerte un poco de estabilidad en el futuro.

Cid recordó al Conde Marquez de su encuentro más temprano en el día. No fue una conversación larga, pero lo suficiente para darse cuenta de que el conde parecía ser alguien que sabía cómo moverse por el entrañado círculo de la nobleza.

—Deberías haber partido con el Conde hacia sus tierras hoy mismo, para conocer a tu prometida y entender el territorio que algún día podría formar parte de tu responsabilidad. Pero tu pequeña excursion de hoy ha retrasado esos planes.

Cid sintió la irritación creciendo dentro de él.

—¿Y cual es el nombre de esta prometida? —preguntó finalmente.

Klaus hizo una pausa.

—Nicolleta Marquez.

Un brillo travieso y desafiante cruzó por los ojos de Cid mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. 'Conque Nicoletta... Pues prepárate, Nicoletta. Sabía que este día llegaría, tarde o temprano. Tengo al menos mil formas de ser el peor prometido y haré que rechaces este compromiso con todas tus fuerzas'.