La claridad del día se asomó por una pequeña abertura del shōji. Afuera, el cielo estaba gris, y la brisa leve mecía las hojas de los árboles en la distancia, un leve aroma a tierra mojada flotaba en el aire, deliciosamente. Naoko abrió los ojos, ese haz de luz blanco pareció quemar sus pupilas. Aspiró el aire y un doloroso recuerdo golpeó su mente.
Libertad.
La palabra, tan simple y compleja, estrujó su corazón o lo que quedaba de él. El tintineo de las cadenas en sus muñecas pareció burlarse de ella y su tristeza. Sentada en el piso, los brazos en alto le dolían horriblemente y la garganta parecía un desierto abrasador. Intentó mover sus piernas, ponerse de pie, y éstas se opusieron rotundamente...los golpes y cortes en la piel ya habían tenido suficiente estos días y no aceptaron la orden de movimiento. Naoko estaba segura que al menos un tobillo estaba roto, porque se veía horriblemente hinchado, violáceo.
Había intentado escapar. Había tirado de esas condenadas cadenas con toda su fuerza, se había puesto de pie antes y tirado y gritado...había luchado por liberarse. Y sólo había resultado en horribles golpizas.
Puños.
Pies y palos golpeándola.
Él no tenía piedad. Él era un monstruo.
Naoko había perdido la cuenta de hace cuánto estaba allí. Sólo sabía y sentía que su vida se escapaba de su cuerpo. Bebía poco. Comía menos.
¿Cómo pudo ser tan tonta? Ingenua. Creyó que su vida finalmente había cambiado. Ese día que él se presentó y dijo estar interesado en ella, realmente lo creyó.
Toda su vida había sido un bien de cambio. Un objeto que pasa de mano en mano. Sus padres la vendieron porque pensaron que al menos así tendría ropa, comida y techo, porque en casa eran 8 hermanos y pocos ingresos. Pero lo único que tuvo fueron deudas, trabajo y abusos. En sus primeros años aprendió a limpiar para comer y vestirse. Aprendió que el dinero es todo. Que a veces hay que mentir, fingir para conseguir algo. Aprendió a sobrevivir.
No fue una de las elegidas de la vida. No fue ni sería ni por cerca una geisha, esas etéreas criaturas que se desplazan por el barrio del placer envueltas en su belleza única. Arte en movimiento. Exquisitez.
Si, Naoko sabía tocar instrumentos. También leer y escribir. Sabía pintar. Pero no era especial, nadie la había considerado especial.
Naoko era una más del montón. Una criada, una deuda, una prostituta.
Un juguete.
Hasta que este misterioso caballero ofreció comprarla y pagar todas sus deudas. Ella no tuvo muchas más opciones que ir con él, y ahora era su nuevo dueño. Con su deuda hizo borrón y cuenta nueva y el juguete cambió de manos otra vez. Pero todo fue de mal en peor.
La primera noche la violó, la golpeó y la encadenó.
Y desde entonces, ahí está. Encadenada. Vejada. Rota.
Muchas veces creyó que lo mejor era morir. Y sabía que no le tomaría mucho tiempo más hacerlo si las circunstancias no cambiaban
Se sintió hundirse más y más en su tristeza. Sus fuerzas poco a poco se iban y su mente oscilaba entre el inconsciente y la vigilia.
Pero la debilidad de su cuerpo ganó, y Naoko de durmió.
Cuando se despertó, la luz blanca del exterior era ahora una débil filtración rosada, casi apagada. Los truenos resonaban a lo lejos.
En la otra habitación, escuchó pasos y ruido de vasos.
Él ya estaba despierto.
La tortura iba a comenzar.
Naoko cerró los ojos, y deseó morir en ese preciso momento, antes de sentir sus manos donde no quería, antes de oler su asqueroso aliento a sake. Prefería morir ahí mismo en ese instante antes de recibir otra golpiza. Escuchó a su flamante propietario arrastrar los pies por el tatami de la otra habitación. Ya estaba ebrio. Su corazón se hundió hasta el fondo de su pecho, latiendo rápidamente, pero con pesar.
Un trueno sonoro quebró el cielo y un relámpago iluminó el exterior. El viento sopló con ímpetu y sacudió levemente el shōji.
Su marido apareció tambaleante, semi desnudo y con una jarra de agua en su mano.
- Buenas noches, mi bella muñeca.- dijo, las palabras parecían embarrarse en sus labios para salir. Se acercó a ella y se arrodilló a su lado. Levantó la jarra y vertió agua en la boca de Naoko, que se sintió como el beso de una diosa, como si el agua reviviera cada célula que llegó a tocar.
Él sonrió. Pasó sus dedos grandes y pesados por el cabello negro y enmarañado de ella, y depositó un sonoro beso en su frente.
- Regálame una sonrisa, Naoko- dijo él, sin pararse de su lado. La miró con la cabeza ladeada y una sonrisa estúpidamente grande en su boca.- Dale a tu amado una bella sonrisa.-
Olía asqueroso. Una mezcla de sake, sudor y comida. Naoko no hizo nada, en parte porque él le causaba repulsión. Y en parte porque aún con sus pocas fuerzas y pésimas opciones, no dejó nunca de ser terca.
Al ver que su pedido no se cumplía, su esposo se acercó más. Clavó sus ojos en los de ella y siseó, como si fuera una serpiente venenosa, nuevamente la orden. Naoko sólo atinó a escupirlo. Intentarlo, en realidad.
Y entonces se desató el infierno. Él arrojó la jarra al suelo y se rompió en mil pedazos. Golpeó la cara de Naoko con el dorso de su mano y la jaló del cabello hasta torcerla en un ángulo antinatural, haciendo que ella chille del dolor, que sus músculos ardan, vibren, duelan. Se acercó a ella y la besó en los labios, los mordió con fuerza y metió su lengua, en busca de algo mutuo que no iba a suceder.
- Deberías agradecerme, maldita puta. Deberías agradecerme que te saqué de ese pozo pútrido y hacerme feliz- Dijo, poniéndose de pie.- Ahora me perteneces. Me debes todo...-
Encendió una luz en una esquina y se quitó el hakama, lo arrojó con una patada a lo lejos y se acercó nuevamente a ella.
Naoko pudo ver a pesar del fudoshi toda su intención de divertirse con su cuerpo, a pesar de su negativa.
- Y pienso cobrarmelo aunque no quieras. Así entenderás tu lugar.-
La tormenta fuera comenzó su sinfonía. Y dentro, Naoko moría una y otra vez.
