Esa mirada dorada de aquel extraño conocido la miraba mientras estaba ella en su lecho de muerte, una penosa enfermedad había reducido a Aome a una cama incapaz de hablar o moverse.
Luego todo se tornó negro.
Inmediatamente una chica despertó en su habitación, miró la hora en su celular. No pasaban de las seis de la mañana, ella frunció el ceño mientras pasaba sus manos por su cara tratándose de despertar.
Se levantó de su cama diez minutos más tarde, fue al baño a asearse y al salir se miró al espejo. Su apariencia había cambiado, tenía dos orejas negras con el interior rosa, ojos azules brillantes y unas afiladas uñas en cada mano, al ver por la ventana agradeció que estaba amaneciendo.
—¿Qué será ese sueño? — se preguntó a sí misma.
Ella se colocó su uniforme que constaba de una camisa blanca de manga larga, blusa marinera verde con líneas blancas, una falda de color verde y un listón rojo en el cuello de su blusa.
Tomó su morral con sus útiles escolares y un extra: una libreta.
La luz de su cuarto permitía ver fácilmente lo que le gustaba hacer y eso era dibujar, sobre el escritorio estaba una tableta de dibujo, varias hojas de papel blanco con bocetos y dibujos ya terminados en dónde se apreciaban algunas cosas vagas de sus recurrentes sueños.
La chica bajó al comedor al cual antes de llegar dió un salto de casi tres metros pasando por encima de su madre, su padre un hombre tranquilo con lentes, elegante traje gris y mirada despreocupada, su abuelo y su hermano Sota.
—Buenos días a todos — la chica sonrió ampliamente.
—Querida Aome — su padre dejó sus lentes en la mesa —¿estás lista para tu primer día de clases?
—No estoy segura — murmuró la chica —, es todo muy distinto a Inglaterra, me da miedo que mis impulsos me ganen
—Por eso te regalé ese diario, Aome — el hombre se limpió la comisura de sus labios —, y cómo ya casi cumples dieciséis años ¿que te gustaría como regalo?
—Un nuevo violín — ella sonrió ampliamente mientras movía sus orejas —, o también un viaje a Sendai para ver a mis amigas de allá.
—De acuerdo — el hombre bebió su café —, vámonos que se nos hace tarde, cachorra.
El pelirrojo se despidió con un beso de la madre de sus hijos, una bella mujer de cabello corto y rizado, se despidió con una reverencia del abuelo Higurashi y se fue junto a su hija en auto.
—Papá — Aome preguntó desde el asiento trasero mientras dibujaba —¿por qué nací con orejas de perro?
—Sabía que ibas a preguntar eso — él se detuvo cuando un chico iba pasando en bicicleta —resulta que por tu olfato te das cuenta que no soy humano, soy algo llamado inu Youkai.
—Sí — Aome olfateó el aire —hueles distinto a mamá y al abuelo.
—Correcto — continuó avanzando hacia la escuela de su hija —y el cruce entre un Youkai y un ser humano da como resultado un hanyo.
—Entonces las orejas es porque es una forma de manifestarlo...
El hombre detuvo su auto en la entrada a la escuela de su hija.
—Así es — mencionó su padre —, ¿no te molesta llevar un gorro de lana?
—Sabes que siempre me han gustado — la chica sonrió y tomó el gorro de lana que le extendió su padre.
Cuando Aome cruzó el umbral del colegio y su padre se fue a su trabajo, el mismo chico que iba en bicicleta llegó apurado bailando sobre el caballito de acero y sin darse cuenta, luego de voltear su cabeza no le dio tiempo para frenar y él se estrelló con ella.
El chico salió rodando raspando sus rodillas pero debido a la gran velocidad que había alcanzado en su bicicleta terminó más lastimado de lo que se esperaba. Rápidamente un chico pelinegro y de ojos azules se acercó a él para ayudarle.
—Inuyasha — llamó el muchacho —¿estás bien? — lo ayudó a levantarse.
—Sí, Miroku, he tenido peores. Si tan sólo no hubiera sido por esa chica del gorro — Inuyasha señaló a Aome que estaba recogiendo los útiles del suelo —, yo también venía distraído. Pero debió haberse apartado.
—¿Volviste a tener esa pesadilla? — cuestionó Miroku.
—Sí, pero nunca veo bien a esa persona — el de cabello largo mantuvo su mirada en el suelo.
Cojeando trató de llegar a su salón pero no sabía que estaba siendo seguido por la nueva, Aome le entregó los libros a Inuyasha pero la mirada de molestia del muchacho hizo retroceder a la chica quien simplemente se marchó a su lugar. En la esquina junto a la ventana.
—¿Qué te pasa con esa niña? — indagó Miroku.
—Simplemente no quiero verla cerca de mí — respondió Inuyasha —¿por qué se atravesó en mi camino?
—Siempre le echas la culpa a los otros — dijo el de ojos azules.
Un rato después llegó al salón un profesor algo anciano, de cabello corto bien peinado, canoso, con lentes y un traje verde oliva que le sentaba bastante bien.
—Jóvenes, tenemos una nueva alumna — el hombre miró a la chica del gorro —adelante, puedes presentarte.
Aome sudaba a mares, estaba nerviosa y exhalaba e inhalaba para tranquilizar sus pensamientos. Se levantó y caminó hacia el frente sintiendo los ojos de todos sus nuevos compañeros de clases.
—Me llamo Kagome Higurashi y... y vengo de... Sendai — ella hizo una reverencia.
—Bienvenida, Kagome — el viejo profesor le dio la bienvenida.
Inuyasha observó a la chica algo confundido, ¿por qué estaba tan nerviosa? no era una pregunta fácil de responder.
—Está linda — Miroku habló —la señorita Higurashi es muy linda.
—Deja de decir estupideces, libidinoso — el pelinegro exclamó.
Inmediatamente después la chica volvió a sentarse en su lugar mientras el profesor seguía dictando su clase, matemáticas. Aome no se sentía a gusto allí y mucho menos quería tener problemas con sus nuevos compañeros de clases, cuando la campana sonó para el cambio de clase esperó pacientemente hasta que llegó el siguiente profesor.
Fue en ese momento que otra joven entró por la puerta, cabellera larga y castaña atada en una coleta, ojos marrones y una sonrisa en sus labios.
—Disculpe — la chica entró al salón —lamento tardanza.
—¿Tú eres Sango Takahashi?
—Así es...
—Espero que no vuelva a pasar, jovencita — mencionó el profesor.
La chica llamada Sango entró al salón y se sentó al lado de Aome, la hanyō por su parte estaba algo tensa pero se calmó al sentir el suave aroma de la chica que se sentó a su lado.
—Hola — saludó Sango con una sonrisa —¿eres nueva?
—Así como lo dices — Aome empezó a tomar nota de lo que decía el profesor —Escuché que te llamas Sango, lindo nombre — agregó sonriendo.
Parecía ser la primera amiga en la nueva escuela de Aome, Sango curiosamente se quedó miró el gorro de su nueva compañera porque le daba curiosidad qué era lo que tenía que ocultar la chica Higurashi.
