Akaza estaba inmóvil. Las palabras lo habían deleitado, habían echado a andar su sangre, habían sido una sorpresa por demás grata, inexplicable. Para él, totalmente inesperado por lo cual no supo como reaccionar. Estaba procesandolo todo.
Entonces sintió las manos de Naoko en su espalda. Sus brazos lo abrazaron por detras, y acarició cada surco en sus abdominales. Acarició con suavidad sus pectorales y depositó un beso simple en la nuca.
Ese toque, delicado y puntual, lo trajo de vuelta a la tierra. Y eso fue todo. Algo se soltó dentro de si, se liberó, algo que sintió que se asemejaba a una marea salvaje que lo arrastró, que movió su cuerpo por instinto, con la única brújula del placer y la carne.
Se giró sobre sus talones, tan veloz como una luz y tomó por sorpresa a Naoko. Le tomó el rostro con firmeza y plantó un beso salvaje en sus labios, buscando su lengua, incluso mordiendo, cuidando que sus colmillos no la lastimen, y se sintió complacido al ver que ella respondía igual. Ella le tiró los brazos al cuello y alzó las piernas, segura de la fuerza de su agarre y de la estabilidad de su compañero, y él la sostuvo con las manos en el culo, apretándolo, tratando de no rasguñar. Conteniéndose de no usar toda su fuerza. Siguió devorándola a besos, con lamidas, mientras ella le pasaba sus delgados dedos por el cabello. La llevó hasta el futón y la aprisionó con su cuerpo. Se miraron, un instante. Y él vio fuego. Vio verdadero deseo. Necesidad.
Incluso hambre.
Sonrió. Si, buscaban esto. ¿Hace cuánto? ¿Puede uno querer algo sin saberlo? Él siempre tomó lo que quiso, al menos desde que tiene esta forma demoníaca, nunca necesitó nada más que lo básico: comida.
Ella se enroscó en él, con las piernas, con los brazos, con los labios, sólo quería sentirlo completo. Él aprovechó la situación y presionó su miembro contra ella, moviéndose, haciéndola suspirar, y esa respiración sutil pero cargada de tanto anhelo era combustible para su deseo. Se deshizo con poco o nada de cuidado de toda tela que se interpuso entre su piel y la de ella. Desgarró, apartó y siguió, sin más complicaciones.
Se tomó un momento para verla, mientras sintió como su propia excitación se endureció aún más bajo su pantalón.
Naoko... respiraba en una deliciosa agitación, los pechos bien redondos eran perfectos para el tamaño de las manos de Akaza, con sus areolas rosadas parecían gritar su nombre. Y un surco tan suave como la seda bajaba desde la boca del estómago hasta el ombligo, en un impecable camino de piel blanca, como un campo abierto nevado. Se contuvo de gruñir de excitación, y se prendió a sus pechos con una voracidad que la hizo gritar de placer. Jugó con los pezones con su boca y sus dedos. Apretó suavemente, mordió, lamió. Ella se arqueó, y con las manos obligó a su cabeza a quedarse ahí.
Entonces se quitó el cinturón y el pantalón casi en un mismo movimiento. Tuvo que controlarse para no penetrarla sin más, aunque su urgencia se lo exigía.
Abandonando sus pechos volvió a besarla, mientras sentia sus manos pequeñas, calientes, explorar su cuerpo, hasta llegar allí... Naoko agarró su miembro con fuerza y comenzó a mover su mano, rítmicamente, con firmeza, estimulándolo. Él no pudo evitar bajar la vista para ver eso...ella lo hacía bien y con un ritmo casi tortuoso, vio su mano subir y bajar por todo el largo de su excitación.
Naoko sólo podía pensar en hace cuánto tiempo no disfrutaba un cuerpo de estas características. Músculo, firmeza.
Fuerza.
Sentía que su cuerpo hervía cada vez que él la besaba, y notó perfectamente como su vulva se humedecía, pareció palpitar. Le costó reconocerse tan deseosa, de hecho no recordaba haberse sentido así antes, no a este nivel. No con esta intensidad. No tan desesperada. Su mente abandonó toda lógica y se inundó de deseo.
Sin soltarlo ni parar el ritmo de su estimulación, mientras él ocupaba su lengua alternando entre sus pezones y besarla, jugando con sus dedos en la entrada de su cuerpo, ella lo posiciona y roza la punta de su miembro con su humedad. Arriba, abajo, tan rítmico, Akaza estaba en el umbral de su cuerpo y en el umbral de la locura. Naoko movió su mano más ágilmente y él pudo jurar que iba a explotar en pedazos. Su piel ardió de una forma que no lo hizo en más años de los que pudo (o quiso) recordar. Y se dijo a si mismo que aunque nunca iría al paraíso, es muy probable que esto sea lo más cerca que este.
"Así que disfrútalo. Saciate. No dejes una gota".
Ella estaba en el punto justo, y él no esperó mucho más.
No es que hubiera podido tampoco.
Cuando entró en ella dejó salir un sonoro gemido. No pudo contenerlo. El interior de Naoko lo recibió casi abrasandolo, apretado. Se deslizó dentro con suavidad y quizá hasta con timidez. No es que él fuera tímido, pero si sabía que una embestida con fuerza y lo suficientemente profundo podría herirla.
O al menos eso pensó porque todo allí se sentía enloquecedoramente estrecho, jugosamente a medida.
La miró a los ojos, el rubor rojo en sus mejillas blancas subrayó sus ojos negros, sus labios suaves abiertos en una dulce O, sintió su abdomen pegado al de él y las respiraciones de ambos se sincronizaron. La vista era majestuosa. Y toda para él.
Se movió dentro y fuera lo más despacio que su lujuria casquivana le permitió. Mantuvo el ritmo, sosteniéndose con los brazos a los lados de la cabeza de Naoko.
Entonces una palabra.
Una simple palabra...
-Más...-pidio ella, casi en un susurro, alzando sus piernas a la cadera de él, rodeándolo, arañando su pecho con la punta de los dedos.
Akaza tragó saliva, se incorporó un poco más y la atrajo de la cadera sin salir de dentro de ella. Ahora arrodillado, con sus piernas abiertas y las de Naoko casi en el aire, tenía pleno acceso.
Quería hacerla gritar de placer, quería saber qué tan distintos eran esos gritos a los gritos de horror a los que estaba tan acostumbrado.
Se movió dentro primero despacio y luego más rápido y más profundo. Colocó una mano en el monte de venus de Naoko, y con la otra mano se dedicó al pezón derecho, apretándolo rítmicamente, y acarició con la otra mano el suave vello púbico, buscó con el pulgar ese botón tan sensible, ese ramillete de terminaciones nerviosas. Cuando lo encontró se dedicó a el, con una precisión acompasada que hicieron que Naoko arañe el tatami,que le arrancó gemidos desde el fondo del alma.
El sonrió, mordiéndose los labios.
Naoko se sentía morir. Si la muerte la hubiera sorprendido en ese momento, no se hubiera opuesto. Su cuerpo era un show de fuegos artificiales por todos lados, electricidad y fuego.
Cuando sintió que el orgasmo se arrastraba por su cuerpo, intentó quitarlo, sacarlo, que pare, porque lo cierto era que por contradictorio que suene, necesitaba que siga y para eso había que parar en ese instante o no habría vuelta atrás.
Pero él no se movió, ni dejó de hacer nada de lo que estaba haciendo, sólo clavó sus brillantes pupilas amarillas en las de ella, sonrió y negó con la cabeza, intensificó el ritmo, y la profundidad.
-Hasta el final...- le dijo, relamiéndose los colmillos, con una sonrisa que pocas veces le había visto.
Él no dijo nada más. No tuvo que...porque un momento después sintió como la humedad de Naoko le mojaba la pelvis,y su interior se contrajo varias veces, apretandolo, coronando un gemido de lo más exquisito.
Seguido a eso y con esa imagen encantadora frente a él, se vació dentro de ella en varias descargas, sintió como si todo su cuerpo se apretara y se liberara. Como si de repente una ola cálida y placentera lo hubiera alcanzado.
Cayó sobre ella, sosteniéndose con ambas manos, el corazón latiéndole en la sien. Ella alzó los brazos, y lo hizo recostarse sobre su pecho, aún agitado, levemente sudado. Acarició su cabello carmesí con suavidad, con ternura, y Akaza sintió entonces el corazón enloquecido de Naoko reverberar dentro de ella.
Se quedaron en silencio, hundidos en la bruma del placer, en la calma de la satisfacción.
Akaza se sintió liviano. Una increíble sensación de estar vacío, pero por una buena razón. Por primera vez en mucho tiempo no pensaba en nada. En absolutamente nada. Solo escuchaba en corazón de ella latir, como una canción de cuna.
Su mente divagó. Se dispersó y pareció fragmentarse en pedazos.
Estaba como adormecido, si es que eso era posible en un demonio.
Pero había que volver a la vida real.
Y fue ella quien lo trajo a la realidad en una sola frase.
-Fue una buena despedida.-
