El techo del gimnasio era lo bastante alto como para evitar que el ambiente se enrareciera con la concentración de gente que ocupaba la sala, pero tenía el inconveniente de que dificultaba mantener el lugar a una temperatura razonable. Zell había encontrado una reliquia en el almacén del colegio, una vieja estufa de leña, de ésas que seguramente continuarían funcionando tras un holocausto, pero, por supuesto, la habían ubicado en el lado de los civiles.

"El lado de los civiles". Seifer tensó la mandíbula inconscientemente, mientras la parte más racional de su cerebro trataba infructuosamente de que su parte más rencorosa dejara de refocilarse en la sensación de agravio que todavía le acompañaba tras la poco entusiasta bienvenida que les habían dispensado los adultos del grupo de refugiados. SeeDs. Mercenarios. Asesinos de alquiler. No habían puesto reparo alguno en mostrar abiertamente su desagrado cuando al fin comprendieron que su gobierno, en lugar de movilizar los recursos de su avanzada civilización, había optado por el más barato método de alquilar a un grupo mercenario. Sus prejuicios habían resbalado sobre Squall como agua sobre el plumaje de un pato, sin hacer mella alguna, pero el resto del equipo había comentado largamente el tema. ¿Cómo era posible que la imagen del Jardín de Balamb fuera tan negativa cuando habían jugado un papel tan destacado en detener las ambiciones expansionistas de Galbadia y cuando el propio y respetado Presidente de Esthar había premiado este logro con una participación mayoritaria en la financiación de sus actividades?

"Ignorancia", había sentenciado Selphie. "Desinformación", había matizado Quistis. "Estupidez supina", había añadido Seifer. "Miedo", había corregido Irvine. Y al final, habían concluido que se trataba de una combinación de todo lo anterior y seguramente algún prejuicio más.

La cuestión era que hasta que amainaran las ventiscas y hasta que aquellos de los pequeños que se encontraban aquejados por afecciones pulmonares y altas fiebres se recuperaran lo suficiente, estaban condenados a entenderse y a compartir espacio vital.

El grupo de civiles lo componían dos mujeres jóvenes, Alena Dinova y Mara Linav, un hombre de avanzada edad llamado Bo Dacheng, que había resultado ser el más dispuesto a colaborar con ellos, y catorce pequeños, de los cuales ocho, nada menos, estaban enfermos. Los SeeDs habían suministrado al grupo comida, agua, medicinas, ropa de abrigo y, sobre todo, seguridad, trasladándolos desde el aula en el piso superior donde los habían encontrado hasta el gimnasio de la planta baja y estableciendo un perímetro defensivo que los primeros días se habían visto obligados a defender constantemente, hasta que al fin habían conseguido sellar todas las posibles vías de entrada salvo una, que mantenían controlada.

Por supuesto, los civiles se habían quejado por los daños que estaban provocando en el antiguo edificio. Seifer tenía la molesta sensación de que consideraban a los SeeDs un grupo de neanderthales que resolvían todos los problemas a garrotazos. Y el hecho de que a Selphie se le hubiera ido la mano con los explosivos cuando trataba de hacer impracticable el acceso desde el sótano, reventando varias tuberías de desagüe y provocando un grave problema de saneamiento para todos los confinados en el lugar, no había contribuido a mejorar la negativa opinión que el inhospitalario grupo tenía de ellos.

-El equipo de reconocimiento se retrasa –apuntó Irvine desde el rincón en el que se había aposentado.

Sus palabras parecieron surtir el efecto de una invocación, pues en ese momento la puerta se abrió y Quistis y Zell entraron, ayudando a caminar a un Squall con el rostro ensangrentado, que hacía constantes intentos de apartar las manos de sus compañeros de él.

Tanto los SeeDs como los adultos del lado de los civiles se pusieron en pie.

-Tranquilos todos –Quistis hizo un gesto para que se sentaran de nuevo- No nos amenaza ningún peligro.

Con un gesto malhumorado, Squall aprovechó que Quistis le había soltado para zafarse de las manos de Zell. Llegando junto al grupo de taquillas que utilizaban para guardar sus cosas, rebuscó en su interior hasta encontrar unas gasas y un antiséptico y se sentó al lado de Seifer, que le observaba con una ceja enarcada.

-¿Por qué está tan enfurruñado? –conociendo a Squall como le conocía, Seifer dirigió su pregunta a Quistis y a Zell.

-Se pegó un viaje escaleras abajo –contestó Zell, rascándose la mandíbula como hacía cada vez que algo superaba su capacidad de asimilación- Perdió el conocimiento durante…

-Eleone –gruñó Squall.

Todas las miradas se volvieron hacia él, pero por lo visto, "Eleone" era una explicación suficiente, desde su particular punto de vista.

Pero no lo era. Eran las cinco de la tarde. Era casi noche cerrada, pero, sin duda, no era la hora pactada.

-¿Por qué haría Eleone algo así?

Seifer lanzó una mirada a su taciturno compañero, para encontrarlo presionando una de las gasas empapada en antiséptico sobre una herida en su sien derecha. El protocolo en misiones que implicaban una situación de aislamiento, como la presente, exigía que se reservaran los conjuros de sanación para las situaciones de combate, así que Leonhart tendría que aguantarse con las punzadas del antiséptico y del dolor de cabeza. Seguro que eso hacía maravillas con su alegre y amistoso carácter. Se preguntó, divertido, si el ceño fruncido y la sombría expresión en el rostro del comandante serían suficientes para hacer llorar a los 14 niños que compartían el espacio con ellos.

Sí. Y a los adultos a lo mejor también.

-Se ha dado cuenta de que esta misión nos mantendrá ocupados al menos uno, quizás dos meses –contestó Squall-. Es su forma de decir que considera que la he engañado.

-¿Engañado en qué manera? –inquirió Selphie, sorprendida.

En lugar de contestar a la pregunta planteada, Squall continuó dirigiéndose a Seifer.

-No sirvió de nada, además. Me envió a uno de los más heroicos momentos de tu vida, mientras luchabas por mantenerte despierto durante una clase de Historia contemporánea.

-¿Historia contemporánea? ¿En serio? –se asombró Seifer- Si era con el Profesor Garland, yo debía tener… ¿12 años?

Squall contestó con un gruñido afirmativo.

-Combatías valientemente la somnolencia tratando de mejorar tu técnica para dibujar pedos a lápiz. –añadió Squall con un tono que solo podía definirse como "de fastidio supremo".

-¿Dibujando pedos? ¿En serio? –Zell soltó una carcajada y se sentó al otro lado de Seifer- Siempre que te veía garabateando en clase, no sé por qué, asumía que estabas trazando algún plan maestro para fastidiar a alguien.

-Sí, bueno, mis planes malvados los reservaba para la clase de Ética –una sonrisa de orgullo se pintó en su cara, como cada vez que tenía ocasión de rememorar su glorioso pasado como estudiante-. Los pedos eran exclusivos de la clase de Historia. Martes y jueves, si no me falla la memoria… y no empecé a añadir los culos correspondientes hasta el año siguiente, cuando el profesor Garland decidió que era buena idea proyectar los temas sobre la pared y leerlos con voz monocorde…

-Seifer, Squall –llamó su atención Quistis, la contención en su tono de voz poniendo a ambos en guardia inmediatamente. Seifer no pasó por alto como Squall enderezaba la espalda, en actitud defensiva, pero obediente, y a punto estuvo de soltar una pulla al respecto, pero una mirada a los glaciales ojos de la antigua instructora y a su consternada expresión le disuadieron rápidamente- ¿Qué demonios está pasando aquí?

Squall le miró e hizo un gesto con la mano que sostenía la gasa manchada de sangre en dirección a Quistis, invitándole a hablar. Recordándose a sí mismo que el rango de Squall era superior al suyo y que se había propuesto a sí mismo actuar como un perfecto y decente SeeD, por mucho que acatar instrucciones le costara, Seifer suspiró y asintió.

-De acuerdo, no te canses –pinchó al comandante, sin conseguir reacción alguna, antes de volverse hacia Quistis- Resumiéndolo mucho: Eleone puso un par de condiciones antes de acceder a prestarnos su colaboración. La primera, que Squall declarara públicamente su apoyo a una tal Sharon Lewis y a su causa. La segunda, que sacara de la Prisión del Desierto a no sé qué fulano, ahora mismo no recuerdo el nombre.

-¿Mark Lang? –la alarma había sustituido a la frialdad en la voz de Quistis, y Seifer se sorprendió de ver en los rostros de sus compañeros la misma expresión de incredulidad.

-¿Soy el único aquí que no sabe quiénes son esos dos?

Quistis ignoró su pregunta para dirigirse nuevamente a Squall.

-¿En qué demonios estabas pensando? –exigió saber, con furia en la voz.

-En que me había quedado sin opciones –contestó el comandante con su habitual expresión neutra, y Seifer no pudo menos que admirar la forma en que se mantenía firme incluso cuando, aparentemente, había cometido un error de gran calibre-. De todas formas, hace ya algún tiempo que Rinoa y yo nos interesamos por el proceso del capitán Lang.

-¡No puedes cumplir con esas demandas! –continuó Quistis, y había un punto de súplica en su voz. Sabía, al igual que Seifer, que de frente, contra Squall, solo toparía con un muro- Estoy segura de que ni siquiera las compartes.

Squall no respondió de ninguna manera, limitándose a mirarla sin parpadear.

-El capitán Lang está bien donde está –insistió Quistis, poco afectada por el silencioso escrutinio del comandante- y Sharon Lewis estaría mejor haciéndole compañía en la sombra. En eso estamos de acuerdo, ¿no es cierto?

-¿Y estos dos son…? –interpuso Seifer con impaciencia. Odiaba ser el único que no estaba al tanto de lo que pasaba.

-SeeDs blancos –contestó Zell- Mark Lang era su capitán hasta que lo enchironaron. Sharon Lewis es su capitán actual.

-Capitán en funciones –le corrigió Quistis, puntillosa en los detalles como siempre.

-Lang presentó un informe durante el procedimiento disciplinario al que te sometieron. ¿No lo recuerdas? –continuó el experto en artes marciales dirigiéndose directamente a Seifer- Un informe favorable.

-¿Favorable? –que alguien se refiriera a su juicio por el eufemismo de "procedimiento disciplinario" era algo que nunca dejaba de molestarle. ¿En qué jodido procedimiento disciplinario cabía la posibilidad de que te condenaran a altas penas de prisión o incluso a muerte? Sin embargo, dejó pasar la ocasión de verbalizar su sentimiento de ofensa, a favor de su sorpresa- Un momento, ¿conozco yo a ese tío en persona? ¿Cómo es?

-Alto, más de 1'90, imponente. Unos treinta y pocos años. Moreno y de ojos oscuros. Piel muy oscura también –comenzó a describirle Selphie, soltando datos como si estuviera redactando un cartel de "Se busca"-. Es un hombre de mar y en tierra camina como tal. Está especializado en armas de fuego cortas y machete. Muy pirata –la joven se sonrió y añadió con una mirada cargada de intención hacia Squall-. Eleone hace tiempo que bebe los vientos por él, aunque no sé si el sentimiento es mutuo.

Squall se encogió de hombros con un gesto de fastidio, lo que Seifer interpretó como una confirmación.

-El tipo no me suena de nada –acotó-. No me digas que Eleone nos ha metido en este problema porque quiere sacar a su novio de la cárcel… y a propósito, ¿por qué está a la sombra?

-No te suena porque no se presentó en el juicio personalmente –le contestó Squall y Seifer no pudo menos que apreciar que el comandante, al contrario que Zell y que casi todo el mundo, se refiriera a su procedimiento ante las autoridades del Jardín como lo que realmente había sido: un juicio encubierto. Quizás Quistis tuviera razón y había más semejanzas entre ellos de las que pensaba-. Su informe fue el que propició que te absolvieran de la acusación en tu contra por los dos SeeD que aparecieron muertos en la costa de Dollet, con signos de tortura.

Había habido un tercer SeeD, rescatado con vida, pero que no había estado en condiciones de hablar hasta mucho después, recordó Seifer. Aquel informe había ayudado no solo a esclarecer ese caso concreto sino también a replantear otras acusaciones poco fundadas que se habían hecho en su contra por el simple motivo de que no sabían a quién más podían imputárselas. En lo que a Seifer se refería, podían haberle acusado de la muerte de cada hombre, mujer y niño que había fallecido durante el conflicto, que él no hubiera podido defenderse de ninguno de los cargos. Su memoria estaba demasiado llena de agujeros como para permitirle negar categóricamente las acusaciones, por lo que el goteo de informes exculpatorios había constituido el grueso de su defensa y la razón por la cual en la actualidad gozaba de esta segunda oportunidad.

Lo cual implicaba que Seifer tenía una deuda con todos y cada uno de los que habían escrito esos informes. Squall y su equipo al completo. Viento y Trueno. Edea y Cid. Laguna Loire y el dichoso Doctor Odine, Olivia Montagne, general del ejército de Galbadia, y ahora el capitán de los SeeD Blancos.

-No recuerdo nada acerca del informe –apuntó Seifer- Sólo que se desestimó el asunto.

-El informe llegó en un momento en el que estabas… -Squall dudó unos segundos y Seifer, que sabía a qué momento se iba a referir, rezó mentalmente para que su antiguo rival tuviera el coraje de no disfrazar la realidad con palabras suaves. Squall no le decepcionó- profundamente deprimido y recibiendo medicación para evitar que atentaras de nuevo contra ti mismo. Tratamos de explicarte los detalles, pero estabas recibiendo dosis muy altas de tricíclicos. No me extraña que no lo recuerdes.

El recuerdo que Seifer guardaba de su proceso se asemejaba al que pudiera tener de una pesadilla: lleno de omisiones, caras enojadas, palabras agresivas sin sentido, y puntuado con momentos de máxima desesperación que recordaba con inquietante detalle. Y con Squall como figura central en medio de toda esa confusión. Imperturbable e inamovible tanto en su defensa como en su silenciosa desaprobación de su persona y de sus actos. Decir que Squall Leonhart era un aliado incómodo era no hacerle justicia a esa sensación de inquietud y miedo que Seifer había sentido desde el momento en que comenzó su juicio, esa sensación de ruina inevitable que se alcanzaría en el momento en que la rígida moral del comandante de Balamb le instara a dar el paso de abandonar su defensa para convertirse en su principal acusador.

Quizás por la destrucción del Jardín de Trabia.

Quizás por lo que sucedió en la Prisión del Desierto.

Quizás por el asalto al Jardín de Balamb.

Quizás por arrojar a Rinoa a los brazos de Adel.

A día de hoy, todavía le intrigaba la forma en la que Squall se había mantenido de su parte. Esa lealtad, pues no podía ser definida de otra manera, no provenía de ningún vínculo emocional con el niño huérfano que una vez había sido, pues Squall apenas recordaba nada de su infancia compartida, ni por el rival que le había ayudado a perfeccionar su técnica de combate durante sus años de instrucción. Tampoco provenía de un sentimiento de amistad. Seifer estaba seguro de que si le pidieran a Squall que definiera la amistad y le arrinconaran y acorralaran lo suficiente como para obligarle a contestar, el muy cabrón contestaría que no tenía ni idea, que la amistad era algo que sentían los demás.

Su principal sospecha era que Squall actuaba impulsado por un inamovible sentido de la justicia. Y de forma tan ciega y absoluta como la tradicional representación de la misma.

-El capitán Lang y sus SeeDs blancos fueron los que recuperaron los cuerpos y rescataron al único superviviente –continuaba Quistis con las explicaciones-. En su informe no dejaba lugar a dudas: los hechos fueron cometidos por el ejército de Galbadia, a las órdenes del General Douglas.

Algo en su interior se revolvió, como cada vez que escuchaba ese nombre. Algo oscuro, frío y malsano que le recordaba al viciado toque de la Bruja en su interior, en su mente y en su espíritu. Douglas. Uno de los generales más activos durante la guerra, condecorado y reconocido en tiempos de paz como si durante el conflicto no hubiera hecho otra cosa que salvar bebés y plantar árboles.

Su mente comenzó a divagar nuevamente por sus fraccionados retazos de memoria y Seifer trató desesperadamente de evitar esas zonas oscuras de su mente, reconduciendo la conversación:

-¿Y el capitán Lang está encerrado porque…?

-Fue capturado y juzgado en Galbadia por la muerte de varios civiles durante un asalto que sus SeeDs blancos realizaron en Dollet durante la guerra. Las pruebas en su contra fueron abrumadoras –los ojos de Quistis no se apartaban de Squall en ningún momento, estudiando sus inexistentes reacciones- y fue condenado a muerte. En estos momentos se está estudiando la primera de sus apelaciones.

-La versión de Lewis… -comenzó Squall.

-La versión de Lewis es, por supuesto, una versión interesada de parte. Las pruebas que presentó fueron desestimadas en su totalidad.

-La versión de Lewis –volvió a comenzar Squall dirigiéndose a Seifer, como si la intervención de Quistis no hubiera tenido lugar- afirmaba que la muerte de los civiles fue a manos de los efectivos de Galbadia. Curiosamente, todas las personas que se mostraron dispuestas a declarar a su favor sufrieron accidentes o cambiaron radicalmente su declaración justo antes de presentarse ante el tribunal. Conseguí contactar poco después de que se dictara la sentencia con una de las supervivientes y la versión de la historia que me contó es exculpatoria más allá de toda duda.

-Squall… -Quistis se frotó los ojos con un gesto cansado- remover este asunto solo porque el capitán Lang es el interés romántico de tu hermana, te traerá innumerables problemas. Hay pruebas sólidas. Evidencias. Testimonios. Lang es culpable, y todos los SeeDs Blancos también. Recuerda las órdenes que recibimos.

-No me implico en esto por una cuestión sentimental o familiar –Squall desechó el argumento de Quistis con una expresión tan estudiadamente neutra que Seifer supo al momento que el comandante se sentía irritado por la insinuación.

Ahí estaba nuevamente, pensó. Ese sentido de la justicia capaz de escocer al comandante de forma tal que le empujaba a dejar de lado su habitual desidia y desinterés por los demás para centrarse con una intensidad digna de encomio en la defensa de alguien que en realidad le importaba un pimiento. Porque el capitán Lang le importaba poco o nada y, desde que Squall había descubierto que Laguna era su padre y que su querida "hermanita" lo había sabido todo el tiempo y nunca se había dignado a decírselo, tampoco le interesaba el bienestar de Eleone. Sin embargo, el comandante parecía conceder una importancia capital al hecho de que un proceso que le afectaba tangencialmente no se llevara de la forma correcta.

-Contacté con la testigo mucho antes de que Eleone me planteara sus demandas –continuó Squall-. Parece que no comprendes –y aquí Quistis frunció el ceño e hizo un evidente esfuerzo para escuchar el argumento hasta el final, sin interrumpir- que los SeeDs Blancos eran los únicos SeeDs que se mantenían al margen de la influencia de Galbadia. Eso les situó en el primer lugar en la lista de su Presidente como objetivos prioritarios a eliminar. Y lo están consiguiendo.

-¿Es por eso que has estado dando largas y esquivado como si fueran balas todas las órdenes para buscar, capturar y desarticular a los SeeDs Blancos? ¿Porque crees que hay en marcha una caza al SeeD? ¿Porque tu paranoia te dice que el Jardín de Balamb será el siguiente?

-¿Has leído…?

-¡He leído la sentencia, cada informe que se presentó sobre el caso, las notas de prensa, las entrevistas, los estudios psicológicos… he leído todo lo que se ha escrito sobre el caso! Nada sugiere que el capitán Lang no haya tenido un juicio justo. Y te puedo asegurar además, que en ningún lugar he encontrado ni el más leve indicio de la existencia de un plan maestro o de una conspiración para acabar con los Jardines o con los SeeDs.

Seifer se dio cuenta de que tanto él como los demás dirigían la vista de Quistis a Squall como si estuvieran presenciando un deporte de raqueta.

-¿Has leído el diario del capitán Lang? –terminó Squall su pregunta, con el ceño fruncido. Seguramente estaba más molesto por el hecho de tener que continuar argumentando, que por la discusión en sí misma.

-El diario de a bordo fue incluido en el proceso. Si no recuerdo mal los datos que contenía confirman la presencia de los SeeDs Blancos en el momento y lugar de los hechos. Aunque no es que hubiera ninguna duda sobre ese punto. Ni siquiera la defensa lo negó.

-El diario de Lang, que no el diario de a bordo, fue inadmitido como prueba por considerarse que pudo haber sido modificado a posteriori. Contiene ingentes cantidades de datos contrastables acerca de los movimientos de los SeeDs Blancos, de sus misiones y de las actuaciones que realizaron cuando se implicaron en el conflicto. Ninguna de las indagaciones que he hecho al respecto me hace pensar que contenga nada que no sea verdad. Mark Lang es un hombre metódico, consciente de sus responsabilidades y ejerció un estricto control en todo momento sobre sus efectivos y sobre todos y cada uno de sus movimientos.

-Eso no le exime de asumir la responsabilidad debida por sus actos. ¡Su asalto a Dollet provocó un terrible impacto negativo para la imagen de los SeeDs en todo el mundo!

-La Segundo de a bordo Lewis considera que su capitán no tuvo un juicio justo. Sólo los letrados tuvieron acceso al prisionero. El testimonio de sus SeeDs fue desestimado. No se le permitió hablar en su propia defensa, ni se le realizó pregunta alguna durante el proceso. En ningún momento tuvo ocasión de pronunciarse de forma presencial ante el tribunal sobre su propia situación. Aún a día de hoy es imposible para sus abogados reunirse con él. ¿Te parece que en semejantes condiciones podemos afirmar que tuvo lugar un proceso lo suficientemente garantista como para condenar a un hombre a muerte?

Quistis sacudió la cabeza en una negativa.

-Las pruebas fueron abrumadoras. ¿Qué sentido tenía permitirle hablar para negar una evidencia tan patente?

-Todo el mundo en Dollet sabe que el capitán de los SeeDs Blancos es inocente –terció una voz, y los Seeds se volvieron a una hacia Bo Dacheng, que se había acercado en algún momento de la conversación, ignorado por todos- Yo no estaba allí cuando sucedieron los hechos pero sí sé que lo que los SeeDs Blancos hicieron ese día fue detener una operación de castigo contra la población de Dollet, que se rebelaba contra la tiranía de la Bruja.

-Con el debido respeto, señor Bo –terció Quistis con un suspiro de frustración- Si es una cuestión de común conocimiento, ¿cómo es posible que no pudiera demostrarse en el juicio?

-Señorita… señora mercenaria –contestó el hombre, buscando la forma correcta de dirigirse a Quistis- señora… ¿sabe usted quién manda hoy en Dollet?

-El gobernador Darius Bennett. –asintió Quistis.

-El gobernador es un estupendo monigote que representa a la ciudad. Yo soy de allí, ¿sabe? Uno de los muchos que se fueron. Cuando tras la guerra nos proclamamos ciudad-estado, designamos como gobernadora a Magda Cornwell, ¿recuerdan? Dejó el cargo poco después y fue sustituida por Bennett. Lo saben, ¿verdad? Salió en las noticias.

Bo Dacheng cogió aire y enganchó los pulgares en las presillas del pantalón en lo que era, sin duda alguna, su versión de una pose beligerante.

-Bueno, -continuó con voz sonora- pues la gobernadora Cornwell no dejó el cargo voluntariamente. Fue expulsada y sustituida por Bennett, que cuenta con el respaldo del gobierno de Galbadia. Dollet es una ciudad tomada. De forma legal, pero tomada por Galbadia tan efectivamente como si hubiéramos sufrido una invasión. Yo soy una persona simple, ¿sabe? y no comprendo cómo lo hicieron. Pero sí sé que en Dollet el ejército de Galbadia tiene un profundo interés en ocultar algo. Mucha gente desaparece. Mucha gente es encerrada acusada de traición. ¿Cómo puede haber juicios por traición al estado en tiempos de paz? Pues hay muchos. Mucha gente honesta y trabajadora está entre rejas. Y el capitán Lang es uno de ellos. Ese hombre es un héroe, ¿sabe? Ustedes son los héroes de la guerra de la Bruja. Les he reconocido en cuanto les he visto –los ojos del señor Bo se detuvieron en Squall pero se desviaron rápidamente-, pero no son los únicos, ¿saben? Sólo son los que recibieron todo el reconocimiento. El capitán Lang es un héroe para los ciudadanos de Dollet.

-Pues curiosa manera tienen los ciudadanos de Dollet de reconocer a sus héroes. Ni uno solo de ustedes se presentó en su juicio para hablar en su defensa –apuntó Irvine enarcando las cejas.

-¿Y quién sabía que estaba siendo juzgado? ¿Salió acaso en la prensa? Lo juzgaron así, entre los suyos. En la corte marcial, se llama, ¿verdad? ¿Cómo cree usted que un hombre débil y cobarde consigue derrotar a un hombre fuerte y valiente? Pues haciendo trampas. Y con mentiras. Y consiguiendo que todo el mundo crea sus mentiras. El ejército de Galbadia siempre ha sido fuerte, pero su propaganda lo hace todavía más fuerte. La primera vez que he oído detalles del caso ha sido ahora, escuchando esta conversación suya de ustedes, ¿saben? Y me ha sorprendido oír cómo piensan que el capitán Lang pudo ordenar un ataque sobre la población civil. ¡Yo les digo que es un héroe! Ya de lo otro, de política, no sé nada. Pero el capitán Lang no es ningún político. Yo le vi una vez, a unos metros, así como de aquí donde estoy plantado hasta la estufa. Y hablaba de cosas que la gente corriente entiende. De cosas que a la gente corriente le importan, ¿saben?

-¿De liberar la ciudad de la influencia de Galbadia?

-No. De poner a funcionar la escuela otra vez. Y de traer cosas para el Hospital. Y de desbloquear las carreteras. Y también de castigar a los que aprovechaban la confusión para robar y hacer daño a los demás –el señor Bo se inclinó hacia delante con los brazos en jarras y les fulminó con la mirada- ¿Cómo permiten que un hombre así se pudra en la cárcel a la espera de su ejecución? ¡Usted! –señaló repentinamente.

Los ojos de Squall se abrieron con absoluta alarma cuando Bo Dacheng se inclinó hacia él para poner una mano sobre su hombro. Aunque trató de evitar el contacto, no fue lo suficientemente rápido y la mano del hombre cayó pesadamente sobre él. Seifer no pudo contener la carcajada que escapó de sus labios, aunque no fue el único en encontrar el gesto de espanto en la cara de Squall divertido. Por el rabillo del ojo, Seifer vio a Selphie taparse la boca con las dos manos mientras trataba de salir del campo visual del comandante y a Zell disimulando su sonrisa con una tos.

-¡Usted debe hacer algo! ¿Sabe por qué? –el señor Bo se inclinó hasta que su nariz estuvo a escasos centímetros de la nariz de Squall, que no podía apartarse más sin correr el riesgo de caer de espaldas- Porque usted puede.

Quistis soltó un resoplido y abrió la boca para, seguramente, desestimar semejante afirmación.

-Silencio, Trepe –le espetó Seifer, y la antigua instructora cerró la boca de golpe y le dirigió una mirada indignada-. Has definido tu postura estupendamente, no necesitamos escuchar un bis.

-Déjalo estar, Quistis –abundó Selphie-. Sabes que Squall hará lo que le dé la gana independientemente de lo que tú, o el señor Bo, o Hyne en persona le digan. Y, decida lo que decida, puede contar conmigo.

Mientras una rueda solemne de asentimientos se sucedían entre los componentes del grupo, la voz de Squall se dejó oír, irritada y ligeramente lastimera.

-¿Alguien puede, por favor, quitarme a este señor de delante?

Y Seifer prorrumpió en estentóreas carcajadas.