Ya estando en su casa Aome estaba acostada mirando al techo sin decir una sola palabra, los flashes que comenzaron con simples paisajes naturales para luego pasar a objetos y finalmente a personas ya estaban saliéndose de control.

Se le había olvidado apagar su laptop y en ese preciso momento una videollamada apareció en su pantalla, rápidamente Aome se levantó de su cama y contestó la llamada encontrando en la pantalla a su querida hermana mayor.

—Sayuri — saludó la hanyō a su hermana.

Esa tal Sayuri Higurashi era una copia exacta de Aome mayor, sí, pero sin orejas de perro en lo alto de su cabeza y con su larga cabellera de un tono rojizo oscuro. Llevaba lentes de filtro de luz azul para proteger su vista de las pantallas.

—Hola, orejitas — saludó la mayor —¿cómo ha estado Japón?

—Ya se te siente el acento de España — Aome sonrió levemente —definitivamente es mejor Londres, hace más frío y a pesar de que llovió hace mucho calor

—Touché — Sayuri respondió —créeme no querrás estar en Madrid, aquí donde estoy en el aeropuerto porque necesito ir a ver a mi colmilluda favorita.

—¿Vendrás a visitarnos? — la hanyō más joven no dejaba de mover sus orejas alegre.

—Te ves preciosa como una cachorrita — le habló su hermana mayor con una cara de ternura —y otra cosa leí tu nuevo cómic. Está interesante, la verdad, y dibujas cada vez mejor. Si sigues así vas a tener que publicar en alguna revista japonesa.

Aome no cabía de la emoción y ya había empezado a hacer otro dibujo de ella con su hermana mayor, quién le llevaba no menos de seis años de diferencia Sayuri tenía veintidós años y la Hanyō más joven apenas iba a cumplir los dieciséis.

—¿Has hecho nuevos amigos? — preguntó Sayuri con curiosidad —¿algún chico?

—Pues conocí a cuatro chicos: Inuyasha, Miroku, Sango y Kikyo — Aome se mantuvo tranquila —Los que mejor me caen son Inuyasha y Sango, Miroku me molesta mucho porque es muy empalagoso.

—Ya te entiendo perfectamente — comentó Sayuri —, cuando estuve en La Coruña un tiempo me tuve que quedar con con dos extranjeras una mexicana y una chilena. La chilena y yo jamás logramos soportar la comida picante ¡ja, ja, ja! Bien, mi vuelo saldrá en quince minutos, nos vemos, Aome.

La hanyō mayor cortó la llamada mientras que Aome parecía comportarse como un perro estaba muy feliz por volver a ver su hermana mayor Sayuri, tanto que si tuviera cola no dejaría de agitarla de un lado pero ese no era el caso.

Vio su reloj que daban las seis de la tarde, fue al baño y se cepilló sus dientes poniendo especial atención en sus filosos colmillos caninos, luego tomó unas pinzas de acero para poder cortar sus garras pero el instrumento se rompió al hacer ella demasiada presión.

—Aún me falta controlar mis habilidades demoniacas — murmuró la chica algo preocupada.

Ella bajó con las pinzas dañadas a mostrárselas a su padre quien estaba sentado frente a su computadora portátil.

—¿Pero qué diantres...? — el pelirrojo quedó sorprendido —¡tus garras son cada vez más duras! casi tan duras como el propio acero de tungsteno.

—¿Eh? — Aome ladeó la cabeza.

—Es una aleación que sirve para la minería geológica y para objetos cortantes — mencionó el hombre —¿vas a ir donde tu amigo?

—Sí, iré... voy a intentar ser más sociable — mencionó la chica sonriendo pero luego se preocupó —no recuerdo cómo usar los palillos.

Luego de un rato Naomi y Sota regresaron de hacer las compras para la cena, ahí es donde fue que la mujer humana sonrió al ver a su esposo y su hija Aome hablando tranquilamente.

—Abuelo — Aome llamó a su abuelo —¿cómo sigues de tu espalda?

—Ya mejor por cierto quiero darte algo — dijo el anciano con una cálida mirada —ten esto.

El señor Higurashi le entregó una cajita pequeña de color verde oscuro a su nieta, al recibirla y abrirla Aome encontró una esfera pequeña de color violeta claro junto a una pata de un animal.

—Lo que tienes ahí es la perla de Shikon y una pata momificada de un kappa, si le pides algo a ese amuleto de la perla de Shikon todo se te cumplirá — explicó el viejo hombre —, y la pata del Kappa te dará buena suerte.

Aome miró esa esfera volviendo a tener esos flashbacks de una vida pasada con sólo tocarla se sintió mareada y preocupada por esos sueños que ha tenido en esos últimos días desde que volvió a Japón.


Era un lugar oscuro y ella estaba frente a la perla de Shikon junto a ese muchacho de cabello blanco, ella estaba con un arco y la joya estaba atravesada por una flecha.

—Perla de Shikon deseo que desaparezcas


Regresando a la realidad Aome se quedó mirando a su familia en confusión, todos la miraban por lo pálida que estaba, y como a la defensiva. Casi parecía un lobo al acecho de su presa.

—¿Otra ves esa pesadilla? — Naomi le preguntó.

—Son... cada vez más frecuentes — mencionó la chica —demasiado para ser una simple pesadilla. Debo irme — añadió tomando un abrigo —Los veré luego.

—¿Cómo vas a llegar? — su padre le preguntó.

—Recuerdo su olor — le respondió la chica —es parecido al aroma de las cerezas.

La chica salió corriendo dándole igual que vieran sus habilidades sobrenaturales, dando un gran salto hasta la terraza de un edificio de dos pisos, siguió corriendo por los tejados dejando libres sus orejas de perro al frío viento de la noche. Finalmente llegó al vecindario en dónde vivía Inuyasha con su madre, sin darse cuenta que el joven con quién estudiaba ella.

—Higurashi — la miró Inuyasha con seriedad —¿tú fuiste la que saltó desde ese tejado?

—Sí... buenas noches y perdón por el retraso — ella se disculpó.

—Ay ¿por qué te disculpas tanto? — el muchacho la miró y llevó sus manos a las orejas de la chica.

—Es porque... ¿oye qué haces?

Inuyasha estaba feliz molestándole las orejas a Aome, eran tal como él las imaginó tan suaves como un cachorro. La cara de la Higurashi era todo un poema pues era fácil para el chico continuar molestando a la hanyō porque le agradaba ver sus expresiones.

—¡Tenía que hacerlo, Higurashi! — exclamó el chico alejando sus manos —¡son tan tiernas! no te creo que sean una malformación genética, ¡son reales!

—Te ves diferente — Aome lo miró —¿te están saliendo canas? — le agarró el copete con delicadeza —¿estás seguro que es normal?

La cara del joven de cabellera negra, que ahora parecía empezar a envejecer sin arrugas, se desencajó. Tomó su celular y abrió la cámara frontal y tal como Aome decía era verdad pues uno de sus mechones frontales de su cabellera empezaban a blanquearse.

Inuyasha se quitó los zapatos en la entrada dejándolos apuntando hacia la puerta de la pequeña casa.

—Es muy linda tu casa — mencionó Aome.

—Ten, ponte esto — Inuyasha le entregó unas pantuflas rosas —y no es tan linda, imagino que vives en un palacio.

—¿Para qué? — ladeó la cabeza.

—Bueno, es para que no ensucies el piso. Es solamente por eso — mencionó el chico —, ¿dónde vivías no se hacía?

Aome dejó sus zapatos en la entrada y se puso esas sandalias de color rosa.

—No, siempre íbamos con los zapatos a todas partes — le comentó la chica.

—De acuerdo — el chico la miró —no me había fijado... tus ojos son azules, muy lindos

—Gracias — ella se sonrojó.