¡Hola a todos! Les traigo un nuevo fic. Salido de otros de mis memes ya escritos. Será atípico, a mi ver. Y diferente, de alguna forma. Los que me han leído antes ya conocen mis antecedentes, prometo actualizar cuanto antes el fic de la ninfómana. Muchas gracias por sus bellos comentarios. Me alegran mucho mis días.
Dejaré las advertencias y parejas detalladas a continuación. Sin mas que decir, comenzamos:
Advertencias generales: Incesto, yuri, lemon, lime, sexo lésbico, sexo hetero, lenguaje fuerte u obsceno. Drama, comedia, dolor. Escenas fuertes. Aptas para personas +18.
Modalidad: Interactivo, no lineal, festivo.
Parejas: Elsanna, Kristanna, Kristelsa, Kristelsanna
¡Muchas gracias! ¡Espero de todo corazón les guste! ¡Un gran saludo y un abrazo! :D
AZM.
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Nadie en su sano juicio imaginaría que el tranquilo pueblo de Arendelle podía esconder enredos aparte de la magia de la antigua soberana, quien, por cierto, ahora tenía una vida plena y llena de prosperidad en el bosque encantado.
¿Y quién no? No todos somos capaces de hallar nuestro propósito en la vida, o para lo que realmente fuimos hechos. No, no todos. Algunos lo logran y otros no. Algunos demoran y otros simplemente quieren mandar a la mismísima patagonia haber elegido quienes decidieron ser.
Sí.
Y aquí viene la contraparte.
Nuestra querida Anna.
Pasar de cuidar a su hermana a tener que hacerlo con un pueblo entero no era necesariamente lo que estaba en sus planes. ¿Arrepentida? Claro que no, lo adoraba.
Hasta cierto punto y con sus debidos momentos.
Pero no, la vida de una reina no siempre es lo que se aparenta. No siempre es fácil. Y, solo en esos pequeños instantes, podía decirse que añoraba el lugar de su hermana.
Dios… si tan solo aquello lo hubiera sabido antes de aceptar el cargo. Si tan solo, hubiera leído las letras pequeñas de todo lo que aquello significaba. Quizá y solo quizá, no estaría tan estresada como lo estaba ahora. Porque, claro, a su ver, todos tenían una vida justa,
Su hermana, su esposo.
Todos.
Menos ella.
Tratados, viajes, firmas, reuniones con aliados comerciales, decisiones importantes…
Había veces en las que se valía querer renunciar y mandar todo por la borda. Días, tardes, noches. Y esta, no sería la excepción a la regla.
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— ¡Gerda! — Anna llamó, en un grito y totalmente exasperada. Su retaguardia carecía de la raya por tanto tiempo sentada en la silla del bendito despacho.
— ¡¿Majestad?! — Gerda entró, tan agitada como siempre, ya acostumbrada a las peticiones de la reina. ¿Miedo? Oh, no… si Anna era su niña. Solo tenía cansancio y un poco de preocupación. Las peticiones de Anna habían cambiado curiosamente desde que esta tomara la corona.
— ¿Dónde está Kristoff? — preguntó, sin despegar la vista de unos documentos.
— Pues… — Gerda hizo memoria, recordando la última vez que lo vio —. Salió, majestad — y completó —, de nuevo.
— ¿Es en serio? — Anna no podía creerlo, y no es que necesitara de su marido para los deberes reales. No, no. El era mejor para "otras cosas" —. Es el colmo, a veces no sé con quien me case.
— Majestad, si me lo permite — Gerda se atrevió a comentar —, debería tomarse un descanso.
— ¿Descanso? — Anna había tocado el punto máximo de su paciencia. No pudo contenerse más, sin percatarse que su principal oyente esa tarde era su nany. Se levantó de su asiento y dijo —: Lo que yo necesito es sexo, Gerda. — escupió, sacando todo lo que guardaba —. Todos están teniendo su maldita vida, su maldito tiempo libre, y yo… — y se derrumbó —. Yo estoy bien gracias, no pasa nada. No es que estos deberes me estén volviendo loca, ¿sabes? no, no…
— Majestad…
— Ya, ya sé lo que vas a decir, que era el destino de cada una, y que debo sentirme feliz por ambas, y si, no lo niego, me hace feliz ver a mi hermana feliz. Adoro a mi pueblo, ¿sabes? no soy mala reina, ¿o sí? — preguntó.
— No, no lo es…
— Entonces…
— Entonces, necesita tiempo libre. — dictaminó Gerda, con ternura, calmando el tamborileo de sus dedos. Esa mujer siempre sabía cómo y de qué manera hablar. Su sola esencia le bajó los humos de la soberana, quien luego admitió, derrotada:
— Solo quiero que todo salga bien, Gerda, dirijo a un pueblo, ¿sabes lo que eso significa?
— No, pero se quien sí. — Gerda propuso, soltando lo que, según ella, era la opción idónea para sacarle una sonrisa —. ¿Desea que la llame? Siempre que esta aqui termina rápido los quehaceres.
— Es porque soy yo la que pone orden. — Anna bufó, rendida, rememorando esos momentos que ahora inundaban su cabeza —. Desde que se convirtió en el quinto espíritu se ha vuelto más…no sé..
— ¿Relajada?
— Demasiado, mucho.
— Usted era así.
— Tú lo has dicho, Gerda, era.
— Pero puede volver a serlo, solo no debe sobrecargarse demasiado.
— Bueno, bueno, ya, llámala, aunque, ¿sabes? creo que Gale puede hacerlo, mientras tanto…
— ¿Si?
— ¿Puedes traerme unos chocolates? Ponle crema encima. ¡Oh! y también un sandwich, helado, bistec y papas, muchas, muchas papas. No olvides el refresco.
— ¿Término medio?
— Sabes que sí.
— Como ordene, majestad. — finalizó Gerda, con una sonrisa. De saludable no había nada en esa merienda, pero, vamos… entendía que era una de las tantas formas que la reina tenía para lidiar con su estrés.
Una de tantas.
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De ese modo, la tarde transcurrió, Anna calmó su ansiedad creciente con esa deliciosa pero necesaria merienda, en tanto, esperaba a su ayudante, quien, por cierto, tardó sus buenas horas en llegar. Más de lo esperado y previsto.
Cuando estaba a nada de darse por vencida, unos toques en la puerta del despacho la sacaron ligeramente de su concentración. A juzgar por lo helado que empezaba a sentir su lugar de trabajo, lo adivino al momento.
Era Elsa.
— Hola, hola… — la mayor de ambas saludó desde el marco de la puerta, con la mejor sonrisa del mundo y elocuente. Esta tenía una canasta llena de chucherías para compartir. Contenía chocolates, vino y juegos de mesa.
— Hola. — saludó Anna, sin mucha emoción, enfocada en su trabajo.
— Que sexy te ves así de concentrada — Elsa lanzó un cumplido, coqueta —, su alteza.
A lo que Anna ni se inmuto, tan solo prosiguió con lo que estaba haciendo.
— Traje aperitivos para compartir, además de tu juego de mesa favorito. — continuó la rubia —. Tuve que pedirle a Oaken especial énfasis, ya sabes como es el.
— Llegas tarde, ya comí. — acotó Anna, sin perder su posición.
— ¿Y los juegos de mesa? tú amas el dos de tres.
— Ahora no.
— Anna…
— 9 horas. — puntualizó Anna, contabilizando —. Casi una jornada entera de trabajo, y no — siguió la menor —, no soy paranoica. — y se tocó la sien —. Pero hoy para gusto tuyo y disgusto mío te tardaste.
— ¿Gusto mío? ¿Crees que no quiero venir a verte?
— Juzga por ti misma.
— Estás siendo injusta. — objetó Elsa, dolida.
— ¿Injusta? — era lo que le faltaba —. Yo te diré lo que es injusto. — entonces, le entregó todo lo que cargaba —. Cargar con todos los deberes, el estrés, las juntas, los viajes… a veces no se como podías con tanto.
— ¿Te retractas? — preguntó Elsa, preocupada. La sola idea la descolocó.
— ¿Qué? ¡No! — Anna corrigió, para después decir, en el mismo tono —. Es estrés en su máxima expresión, Elsa. — aclaró, segura de sí —. Y claro que esperé que mi hermana me ayudara con eso, por eso me molestó tanto que llegaras tarde.
— Oh. — la sonrisa de Elsa se ensanchó, entendiendo —. Estás exigente ahora.
— Lo lamento, pero mi marido no me coge hace mucho. El inconsecuente acaba de llegar hace dos horas y lo único que escucho desde aquí son sus ronquidos, ¿Sabes lo humillante que es eso?
— Humillante es poco, aunque, ¿sabes? — a Elsa se le ocurrió una idea, una que le curvó la sonrisa de tal modo, que alertó a Anna —. Eso lo hace más emocionante.
— ¿Qué quieres decir?
— ¿Tú qué crees?
La mirada de Elsa lo dijo todo.
— Oh, no. — Anna negó, de todas las locuras hechas junto a su hermana mayor esa era la más descabellada —. Ni se te ocurra.
— ¿Por qué no? ¿Me vas a decir que quieres hacerlo aquí? — preguntó la mayor, con un puchero y buscando una razón convincente —. Si estás toda tensa, mírate. — Elsa masajeó ligeramente sus hombros —. Lo que tu necesitas es cama y dejarte llevar.
— En efecto, pero hay demasiadas habitaciones, Elsa, no puedes elegir específicamente la matrimonial. La vez pasada casi despierta.
— ¿Tienes miedo?
— ¿Qué? ¡No!
— ¿Entonces?
— Es solo que… no.. no lo sé.
— Vamos… creí que entre las dos tú eras la más avezada, ¿De verdad te vas a dejar dominar por algo tan superfluo? — y arqueó una ceja, divertida. La conocía lo suficiente como para saber que no era sumisión, sino gusto por los dotes de su cuñado.
— Estoy casada, Elsa. — Defendió Anna, fue una mentira tan grande que ni ella misma se lo creyó. Sonó tan recta que le sacó una carcajada a Elsa.
— Y yo no cojo con mi hermana mientras su marido duerme.
— ¡Ese no es el punto!
— Bueno, ya te digo yo, si no vas tú iré yo. Elige.
— No me retes.
— A la una.
— Elsa.
— A las dos...
— Te lo advierto.
— A las tres. Te veo en la habitación.
— ¡Elsa, no!
Pero su hermana ya había desaparecido por el marco de la puerta. Anna intentó correr para alcanzarla, pero esos malditos tacones y el cansancio pudieron más con ella. Aunque se los quito con habilidad por el camino, su llegaba a la habitación matrimonial fue tardía, pues, cuando llegó, observó a su hermana en su lado de la cama, en ropa interior, y a su marido justo al lado, tendido como un tronco. Sin idea ni noción. Eso tenso tanto a la soberana que articuló:
— Elsa, vístete. — ordenó la menor, en susurro, con la piel tan escarapelada que se quiso morir.
— ¿O que?
— Hablo en serio.
— Oh, vamos… míralo. — Elsa jugó un poco, como si cuñado se tratara de un tierno cachorrito —. Está tan indefenso que ni lo nota, ¿Verdad, Kristoff? — e hizo una voz más gruesa, remedando sus supuestas palabras, graciosa. —. "No, claro que no" — aguardo la carcajada —. ¿Ves?
— No juegues de ese modo, puede despertar. — Imploró Anna, ya sin armas y suplicante, dándose cuenta que el primer camino tomado solo empeoraba todo.
— Despertara de todos modos si no vienes. — entonces, la mayor se quitó el resto de sus ropas interiores, bragas y sujetador, quedando como dios la trajo al mundo —. Ven ya, no te hagas de rogar.
"Mierda,mierda,mierda".
Masculló Anna mentalmente, mientras cerraba la puerta con el extremo cuidado posible y se quitaba el pesado vestido de reina. O, bueno, intentaba, la adrenalina y la situación no la dejaban. Elsa, al percatarse, gateó hacia su hermana y la incitó a voltearse y, con más facilidad y visión, la ayudó, risita de por medio.
Le abrió el vestido hasta que esté tocó el suelo, le soltó el cabello y le susurró al oído, en ronroneo:
— Relájate.
— Te odio..
— Me amaras más por lo que haré a continuación, te lo aseguro. — Elsa le otorgó un beso casto en el cuello y la llevó a la cama, en donde Anna, se posicionó con extremo cuidado. El espacio que la cama King size le otorgaba a ambas era considerablemente grande, pero ese no era el punto de tensión para Anna, su marido sí lo era. Sus ronquidos y la situación la tensaban sin querer.
Cayendo boca arriba, Anna pidió, en susurro:
— No hagas mucho ruido, por favor.
— No lo hagas tú, yo solo te quitare el estrés acumulado, hermanita. — susurró la rubia también, comenzando con sus atenciones desde la boca hacia la intimidad de la pelirroja.
Anna, por su parte, tenía sensaciones encontradas. Porque adoraba tomar el mando, pero vamos… le encantaba bajar la guardia en momentos así. Cerró los ojos y se dejó llevar, sintiendo la boca de su hermana ya por sus pechos. Brincó sin querer. Era una zona muy sensible.
— Ay, Els… — gesticuló Anna, ojos cerrados y arañando parte de la sábana.
Elsa sonrió al notar su reacción, esa que demostraba cuán ansiosa se hallaba la susodicha porque llegara a su centro. La hizo sufrir un rato más, hasta que finalmente llegó a su ansiado botón de placer. Le separó las piernas e hizo lo propio, adueñándose de toda la superficie con su lengua.
La sola acción, ocasionó en Anna un espasmo involuntario. Quiso ser ella quien marcara el ritmo, agarrandole los rubios cabellos a su hermana, pero no contó con que esta tomaría por completo el control. Cada vez más intenso, demandante, fuerte.
— No voy a contenerme si sigues así… — la lengua de Elsa no daba tregua —. ¡Elsa! — a la menor le tocó apretar los dientes y taparse la boca en ese instante.
Mierda y mil veces mierda.
— No te contengas.
— Que fácil es para ti decirlo. — reprendió Anna, a lo que Elsa solo correspondió con una risita, continuando con su cometido.
Después, al levantar la mirada y observar a su hermana de ese modo, Toda jadeante y en aprietos, la rubia volvió a sonreír para sus adentros. Tener esa escena frente a sus ojos la calentó tanto, que, satisfecha, profundizó sus últimos movimientos, esta vez ocasionando el roce conjunto de ambos sexos.
Anna al ver a su hermana posicionarse entre sus piernas, perdió la razón. Era tan visual todo el acto que, de solo verla desnuda y moviendo las caderas, sintió mojarse. La sensualidad de su hermana la dejó sin armas.
— No sabes como me pone verte así.. — declaró Anna, agarrándola de las caderas — Oh, cielos.. sigue, sigue, así..
— Lo sé, cariño, ya lo sé... — admitió Elsa, orgullosa, claro que sabía todo eso. Siempre tenía a Anna en sus manos, incluso para sus más locas y descabelladas travesuras.
No supieron si fue el calor del momento o éxtasis, pero los jadeos en ambas salieron ya sin tapujos. Al menos Anna ya no pudo contenerse, olvidándose de su marido en ese momento. La mayor en un último acto de misericordia, la beso mientras se movía, asi quiza, callarian los gemidos que salían de sus bocas.
Un par de movimientos más y ambas tocaron su punto máximo con el espasmo que les regaló su cuerpo, al menos Anna, quedó rendida y hecha mantequilla al lado de su hermana.
Elsa, por su parte, se acomodó a su lado y la observó, sonriente. Hubo un corto silencio antes de que esta hablara.
— ¿Entonces?..
— Me odio por siempre dejarme llevar por tus malos hábitos.
— jajaja ¿Qué? esto no es un mal hábito, diria mas bien que es un bien necesario.
— No me referia al sexo, Elsa. — Anna la miró, seria, señalando a su invitado.
— Oh, vamos… sigue roncando como camionero. Ni se enteró.
— ¿Cómo estás tan segura?
— Solo escucha.
Y en efecto, se escuchó otro ronquido más fuerte.
— Dios, tienes toda la razón.
— jajaja.
— Ya quisiera yo tener el sueño así de profundo.
— Y lo tendrás. Ven aquí, abrázame y acurrúcate.
— Está bien.
La menor hizo caso a su petición y se acurrucó, pero antes de caer le preguntó a la mayor, con cierto pesar.
— Te irás en la mañana, ¿cierto?
— Claro que no, ¿Que clase de hermana sería entonces? No puedo no estar en el onomástico de mi hermana.
— ¿Qué onomástico?
— ¿Es en serio, Anna? — Elsa no podía creerlo.
— Muy en serio.
— Tu cumpleaños. Es en tres días.
— Oh…
— A veces me preocupas.
— Con tantas cosas ni me acordé. Solo ten cuidado, ¿si?
— ¿Por qué habría de tenerlo?
— Por Kristoff, no quiero volver a tener sexo con el corazón en la mano.
— Una vez más, una vez menos, ¿Que te preocupa?
— Es mi esposo.
— Que no te complace cuando lo necesitas.
— Bien sabes que no es así.
— Como sea, no quiero detalles.
— Elsa…
— Duerme ya.
