Prohibido, esa era la palabra; indecoroso y mal visto, eso también era lo que describía perfectamente la relación que Anna y Elsa habían llegado a desarrollar, luego de aquel suceso en el bosque encantado y de que Anna finalmente se casara con Kristoff.
Sexo entre dos hermanas a espaldas del "marido" de la nueva reina en aquel despacho, esa era la cuestión.
Pero... ¿Cómo había empezado todo?
Un vino, un bombón de chocolate y unos juegos subidos de tono que terminaron mal, fueron los culpables de que aquello diera rienda suelta a sus deseos ocultos en el despacho de la reina. Uno que fue testigo de cómo aquello que había empezado como una simple reunión de hermanas un viernes por la tarde, terminara siendo el motivo para que ambas cruzaran la hermandad a través del sexo, del amor, del deseo carnal que se tenían…
Una hermandad que al inicio se resistieron a creer que habían roto por lo mal que podía llegar a verse, porque, claro, eran conscientes de que eso estaba mal, de que eso era fatal, era enfermo y prohibido.
Sin embargo, luego de darse cuenta de las circunstancias de la vida que les había tocado pasar, ¿cómo podían culparse? Habían estado tanto tiempo separadas y distantes de su "amor fraternal" que, cuando menos se dieron cuenta, apenas habían logrado disfrutarse como hermanas en el reinado de Elsa.
Apenas...y la vida nuevamente las estaba separando. Aquello no era justo, no era para nada justo.
Fue por ello que, por cuestiones del destino, de ser solo hermanas pasaron a ser amantes, y de simples clases o apoyos por parte de Elsa, pasaron a verse algo más que el escote luego de cada lección aprendida.
Tal suceso se convirtió en una situación novedosa, diferente, deliciosa, una rutina pecaminosa que se negaron a dejar luego de darse cuenta de todo lo que podían llegar a sentir con solo explorarse, atenderse, juguetear o hacerse.
Se volvieron adictas, sobre todo Elsa, una mujer que, como todos, tenía sus secretos, mismos que se fueron revelando las primeras semanas en las cuales venía sin falta a aquel despacho para "ayudar" a la reina. Una ayuda que se convirtió con el paso de los días en una burbuja que la mayor disfrutaba plenamente y que, sobre todo, la hizo adicta a su hermana.
Al sexo.
El hacerlo de esa forma con su consanguínea y redescubrir las sensaciones que este campo le otorgaba, la habían hecho aferrarse más de lo que ya estaba a esa bendita pero deliciosa perdición.
Una perdición que disfrutaba inimaginablemente y que le despertó unas enormes ganas de ser complacida, atendida, se volvió exigente. Y es que... ¿Cómo podía negarse a eso?
Sin embargo, los días avanzaron y eso solo dio a notar lo evidente. No todo es miel sobre hojuelas.
Lamentablemente, esas semanas de gloria para Elsa se fueron disipando poco a poco, y el sexo de ser frecuente pasó a no serlo tanto.
Suceso que se dio a raíz de las nuevas funciones que Anna comenzó a ejercer como nueva soberana y, sobre todo, del tiempo que este cargo le tomaba. Pero... ¿Acaso ese era el problema?
No, no lo era. Elsa entendía eso perfectamente.
El verdadero problema que rompió del todo su burbuja y que le hizo darse cuenta de su actual posición, fue Kristoff.
Su marido.
¿Cómo había podido olvidar ese detalle?
Cuando menos se dio cuenta, ya se había convertido en "la otra", y el tener que compartirla de ese modo con su cuñado era algo que no le gustaba, algo que la inquietaba, algo que en definitiva la hacía ponerse celosa.
Para bien o para mal, era una situación que se acentuaba con frecuencia al escuchar siempre los mismos pretextos de su hermana para justificarse cuando aquel tema salía a flote.
Causante indudable de ligeros roces que terminaban en sexo a modo de reconciliación por parte de Anna, y que su hermana lamentablemente no rechazaba debido a "cómo" la convencía. A "cómo" llegaba a ella.
Y bueno... todo era perfecto hasta que nuevamente aquella recurrente cantaleta tocaba a su puerta y la rubia como siempre volvía a quedar "abandonada"; olvidada.
Un círculo vicioso no tan justo para Elsa pero muy justo para su hermana. Un círculo que no soportaba pero que tampoco podía dejar, era adictivo ¿Y ella?
Estaba jodida.
Ciertamente necesitaba de Anna, de su cuerpo, de su hermana, y era ahí, donde caía nuevamente en esa espiral. Una espiral en la que la volvía a buscar para satisfacerse, provocarla y juguetear. Porque no solamente era Anna la que conocía sus puntos bajos, ella también sabía cómo.
Tenía sus métodos y la conocía de sobra, así que siempre los usaba a su favor para convencerla de tener una de sus tantas sesiones en aquel despacho.
Siempre.
Y aquella noche, no sería la excepción...
—o—o—o—
El despacho de la nueva monarca de Arendelle era ocupado por ambas hermanas esa noche. Anna estaba con sus lentes revisando el último documento correspondiente a esa jornada, mientras que Elsa se hallaba bien sentada entre sus piernas con coqueteo en su voz, induciéndola al pecado, a una de sus tantas "sesiones".
— Vamos, Anna... sé que quieres hacerlo. — dijo la mayor con aire juguetón —. Me tienes muy descuidada. — protestó, sentada a horcajadas en su regazo mientras sus caderas comenzaban a moverse para provocarla.
— Pero, Els...
— No hay excusa que valga. — acotó en un puchero, llenándola de atenciones en sus labios, cuello y pechos. No quería escuchar más temas del reinado o de su marido por ahora —. Yo quiero... — volvió a pedir con el mismo semblante. Sabía que eso podía enteramente con la pelirroja —. Vamos, Anna...
— Ya lo hicimos, Els..
— Lo sé, pero yo quiero...
— Elsa, no puedo. — respondió la aludida, intentando resistir en contra de su voluntad, pues aquellas atenciones no ayudaban. Eran tan deliciosas que tuvo que morderse el labio para callar los gemidos traicioneros que amenazaban con salir.
Esa noche, Anna tenía muchos motivos para no caer. O, bueno... al menos intentarlo. Últimamente tenía mucho trabajo, apenas estaba culminando y a eso se le sumaba el hecho de que aún tenía la marca del labial en todo el rostro, lo cual mostraba evidencia de que hace solo unas horas atrás lo habían hecho.
Sin embargo, como si el mundo estuviera en su contra, lo que la dejó por completo sin armas, "otra vez", fue ser testigo de cómo Elsa derritió por completo su vestido en sus narices.
— ¿No qué? — cuestionó la rubia, toda pícara y juguetona.
— Te odio...
— Sabes que no puedes negarte. —respondió de nuevo con cierta insinuación —. Aunque si no quieres, puedo irme. — recalcó, amenazando con salir del despacho ya sin nada, probándola con todas las de ganar. Sabía cómo la ponían esos jugueteos.
— ¿A dónde crees que vas? No puedes salir así. — La mano de Anna dejó el documento ya terminado para detenerla del brazo.
— ¿Así? ¿Así cómo?
— Elsa, no empieces.
— Tú eres la que no quiere.
— ¡Pero no puedes salir desnuda! — Fue algo que Anna no concibió, no pudo.
— Entonces, detenme. — advirtió mordiéndose el labio y, ante eso, la pelirroja quedó nuevamente sin escapatoria.
— Maldición... ven aquí.
Sin poder contenerse y odiándose a sí misma por la forma en que Elsa lograba convencerla, terminó por desnudarse y por tirar todo lo que había en el escritorio del despacho para hacerla suya. Sus manos la recostaron en aquella plana superficie, para luego posicionarse encima de su cuerpo y hacer de el a su antojo.
Cuando la tuvo a su merced, empezó a besar y atender aquella silueta que, a ese punto, tenía sus marcas y arañazos por las sesiones anteriores que habían logrado tener en sus tiempos libres.
— Ann-a... — gimió su nombre al sentir cómo le atacó el cuello, mordiéndolo con toda esa furia y ese deseo que tenía. Sus piernas, mientras tanto, se enfocaron en acorralar sus caderas para no dejarla escapar —. Oh dios...
— Cállate.
— Sé buena perdedora, Ann -aa... — El contacto de sus labios la hizo perderse, su cuerpo se arqueó y, cuando sintió la boca de la menor hundirse en la curva de sus pechos, fue suficiente para que los gemidos prosiguieran con más intensidad que antes —. Oh sí... sigue... sigue así...
— Bien sabes que no me gusta perder...
— Pues ve acostumbrándote.
— Tonta — soltó sin querer una risita —. Ay, Els...
— ¿Qué? Ahh... No pares, no pares — pidió, al sentir su lengua moverse con esa soltura y maestría en todo el contorno de su piel.
— No pienso parar. — jadeó la otra en respuesta, con la voz ya extasiada del placer por sus gemidos y sus roces, roces que a ese punto le quemaban el cuerpo. Elsa al sentirlo solo atinó a contestar juguetonamente:
— ¿Ves como sí te gusta?
— Dije que te callaras. — soltó rendida, haciendo un puchero.
— Jajaja.
Sin perder más tiempo, sus labios prosiguieron y los pezones ya erectos pasaron a ser atendidos de modo que Elsa jadeó duro.
La punta de su lengua se encargó de succionarlos y lamerlos paulatinamente, lo que ocasionó que la rubia, aun con los gemidos, se aferrara y moviera las caderas con más necesidad para propiciar el roce de sus sexos. Era algo que a Anna la volvía loca.
— Ah-h... Dios... ~
En ese instante, Elsa empezó a moverse con más ímpetu, y Anna, para ayudarla, también comenzó a mover sus caderas, empezando a embestirla. Mientras eso continuaba, sus miradas se encontraron a la par de sus bocas, las cuales volvieron a besarse con furia y con inminente necesidad.
Mordiéndose los labios, explorándose, olvidándose de todo por un momento.
Se formó una rica danza, una danza en la que cada una luchaba por marcar territorio. Lo hicieron de tal forma, que terminaron con la boca seca de tanto besarse y de tanto juguetear con sus cavidades.
— Mmmgh... — jadearon al unísono, mientras el roce de sus sexos seguía.
Cuando lograron separarse, las manos de Anna bajaron a su centro y, como tantas otras veces, comenzó a masturbarla como a ella le gustaba, haciéndolo con ese ritmo e ímpetu para hacerla gemir su nombre. Dos dedos entraron y Elsa no hizo más que arquearse bajo su cuerpo en señal de total disfrute.
Las atenciones en su vagina se dieron con tal magnitud, que su cuerpo se perdió totalmente contrayéndose, acariciándola, arañándola, deseándola, besándola, pidiendo a gritos que no parara.
— Ahh.. Anna...
— Me encantas, Els... — soltó la menor sin poder contenerse —. Me encantas...
— Lo sé... sigue... sigue... Mmgh... Ahh... — Elsa volvió a arquearse y Anna sintió perderse de nuevo en sus gestos, en ese rostro perfectamente perlado de sudor pidiéndole más y más.
"Dios, qué rico, ¿por qué es así conmigo?".
La velocidad de su tacto aumentó y, con ello, los gemidos de Elsa. Parte de su ser se halló tranquila al saber que su marido esa noche se hallaba descansando, ya que, cuando este despertaba, por lo general era metida en aprietos. Maldición o no, era una adrenalina y una situación en la que Elsa siempre la ponía.
Aquellos dedos continuaron, y con eso, la voz jadeante de Elsa pidiendo ser tocada, clamando en ese tonito en particular para ser atendida.
Bendita forma de hablar.
— Anna... házmelo... házmelo, por favor...
— ¿Lo quieres?
— Sí-i... Oh...
— Bien, abre bien las piernas.
— Ok...
Haciendo caso a su petición, abrió las piernas y, dando a notar su centro mojado, dejó que la menor se fundiera con su intimidad.
Su lengua comenzó a atacar junto a sus dedos de manera deliciosa, otorgándole toques impolutos, ricos, sin parar, haciendo que Elsa desfalleciera y que su cuerpo se retorciera ante el toque deseoso sobre su clítoris. Las atenciones de la pelirroja eran exquisitas, no daban tregua y, por lo pronto, los gemidos de Elsa tampoco.
— Annaa... ¡Dios...!
En ese momento, sus uñas se clavaron en su pelo logrando despeinarla, los mechones rojizos de su hermana se entreveraron en el centro de sus dedos, y sus caderas se movieron más desesperadas que antes ayudando a la penetración de su lengua.
Era delicioso, divino, sin duda la mejor parte.
— Sigue... sigue...Ahh...
Aquella lengua prosiguió, pero justo cuando Elsa estuvo a punto de correrse sonó la puerta del despacho. Eso alarmó a la pelirroja.
"Mierda".
— ¿Majestad? – era Kai.
— ¿Qué ocurre? — preguntó Anna desde adentro, mientras tanto, su cuerpo era nuevamente bombardeado por besos y atenciones de su hermana para continuar con la faena.
— Su esposo ha despertado, la está buscando.
