Terror.
Ni cuando el fiordo quedó congelado sintieron tanto miedo como ahora. Kristoff y Elsa se miraron, ambos petrificados y sin saber qué hacer. Fueron cortos segundos solamente, porque la voz de Anna gritando furiosa los volvió a sacar de donde estaban.
— ¡Abre la maldita puerta, Kristoff! — Se escuchaba desde afuera, mientras la cerradura era manipulada con dureza y los golpes se volvían cada vez más incesantes, desesperados, violentos —. ¡No me hagas llamar a los guardias!
Fue entonces que Kristoff reaccionó primero, soltando lo primero más sensato y cuerdo que se le ocurrió, en susurro.
— Escóndete. — este salió de la platinada y, de inmediato, la sacó de la cómoda, cargándola sin el mínimo cuidado posible. Sus ojos, ansiosos, buscaban el lugar idóneo.
— ¡Oye! — esta se quejó también, en susurro, pero no podía culparlo, cualquiera lo estaría en su posición. Y en su posición de ella…
"La maldita amante ofrecida".
— Entra aquí. — ordenó Kristoff, presuroso, señalando el armario de Anna. La agarró de la muñeca y abrió este para que la rubia ingresara, sin embargo, Elsa se negó. Tantos años encerrada que ahora su claustrofobia salía a flote.
— ¡Ah, no! — Elsa intentó zafarse, sin éxito —. Ni se te ocurra. No voy a entrar ahí.
— ¿Tienes una mejor idea?
— ¡Tengo claustrofobia! — exclamó, en susurro.
— Y yo un pene, no quiero perderlo esta noche. Entra aquí, ahora — volvió a ordenar y, sin más, la empujó dentro.
— ¡Kristoff!
Elsa protestó, pero este la ignoró cabalmente, enfocándose en lo principal. Limpiar las pruebas del delito. Tan rápido, que competían con los golpes incesantes de su esposa.
Se acicaló como última actividad importante e infaltable, y, sin más, le abrió la puerta a su mujer, quien en ese momento, entró como león furioso y con el mismo olfato de un sabueso, articulando:
— ¿Dónde está Elsa? — entonces, comenzó a buscar, comenzando por el baño, sitio donde hallase las bragas de Elsa la última vez.
— ¿Qué? — el recolector intentó disimular, como pudo y cuanto pudo.
— ¡Elsa! ¡La escuche! — La pelirroja bramó, al borde de perder la cordura —. ¡Se que esta aquí! — Entonces, salió del mismo y buscó por debajo de la cama.
— Estás divagando, cariño, solo estoy yo.
— ¡No me quieras ver la cara de estúpida, Kristoff! — escupió la pelirroja —. ¡El ambiente está frío! ¡Y la habitación nunca está fría! — Y miró en el armario de Kristoff. Prenda por prenda. Hasta el fondo.
Nada.
— Es el clima tal vez, vamos... Anna, mi vida.. — Kristoff quiso agarrarla de la mano cuando esta salió, pero Anna se zafó rabiosa y furibunda, sin oirle. Finalmente, al terminar, Anna vislumbró su 4to y final objetivo.
Su armario.
Fue a zancadas a este y quiso abrirlo, pero Kristoff usó su última arma. No quería quedarse sin virilidad y menos presenciar una pelea entre ambas. Sería catastrófico.
La agarró de la muñeca de golpe, le hizo darse la vuelta, y le estampó un beso apasionado, arrinconándola contra el mismo. Al inicio, Anna forcejeó, dándole batalla a su marido, pero después, poco a poco empezó a ceder. El beso fue tan deseoso, apasionado y rudo, que el cuerpo de Anna reaccionó, aunque su mente la estuviera torturando con la imagen mental de Elsa y su marido.
— Esto no va a funcionar, Kristoff… — advirtió la pelirroja, al separarse y queriendo retomar su cometido. Toda contrariada, furiosa y excitada por el reciente actuar de su marido —. Elsa está aquí… lo sé — soltó de nuevo, cuan sabueso —. Lo siento.
— Solo divagas, mi amor.. — susurró Kristoff, con la voz rasposa y a centímetros de su boca. Mientras tanto, aprovechó para quitarle hábilmente el vestido que llevaba, tanto tiempo intimando que ya sabía el truco para desnudarla. Este cayó y, entonces, Kristoff se arrodilló frente a ella, quitándole las bragas finalmente —. Mejor relájate y déjate llevar.
Terminó de articular, pero eso a Anna no la convenció, lo que si lo hizo —o estaba a nada de hacerlo— fue sentir el frío recorrerle la espina, pero, sobre todo, el ver a su marido de ese modo, de rodillas y frente a ella, a centímetros de su sexo. Esbozó una sonrisa socarrona.
Ella era la puta reina. La maldita reina de Arendelle. De su marido y de esa codiciada "máquina". Y si Elsa estaba ahí, ya era momento de que se fuera dando cuenta. Iba a demostrar de qué estaba hecha.
Terminó de desnudarse, quitándose el sostén y soltándose el cabello, dejando a su marido aún mas idiota. Bendita sensualidad que se cargaba la pelirroja. Este quiso tocarla, pero Anna no se lo permitió, soltando al momento y confesando finalmente:
— Una reina siempre lo sabe todo — Y, entonces, le agarró del mentón a su marido, dominante —. Incluso por qué nieva en un armario en donde, se supone, no debería. — Y lo soltó, dejando que este se deleitara con los pequeños copos que salían por debajo del pequeño portón. Este quedó perplejo al verse infraganti, pero ninguna reacción se comparó con lo que vio a continuación.
Su mujer, tan hermosa y delicada, ahora yacía sentada en el filo de la cama, piernas cruzadas y un largo látigo negro en su mano derecha. Kristoff quedó en shock. ¿De dónde había sacado eso? Al ver otros de sus cajones abiertos se dio cuenta. Tragó duro, y quiso hablar, defenderse. Pero el escuchar a su mujer llamarlo con esa voz tan profunda y dominante, lo desarmó.
Por completo.
"Mierda…".
— Ven aquí, Kristoff. — articuló, moviendo el juguetito entre sus manos, tan dura, que ocasionó que el "amiguito" de Kristoff volviera a levantarse.
Después, este volvió a tragar duro, se levantó y, como buen chico, hizo caso. Cuando llegó a la altura de Anna, esta volvió a ordenar, meneando el juguetito nuevamente .
— Quítate la ropa.
Y este hizo caso, de inmediato, tan obediente y ansioso, que ocasionó otra sonrisa socarrona en Anna. Como lo estaba disfrutando…
En el proceso, notó el miembro erecto de su marido cuando este terminó, y eso le hizo hervir la sangre. De solo saberlo en otra boca, en otro cuerpo...
En el de Elsa…
Iba a hacerlo rogar por ella.
— Arrodíllate. — y finalizó, oscura, a lo que el rubio hizo caso, idiota, quedando a merced de su mujer. Anna rozó la punta del látigo contra el cuerpo de Kristoff y, adrede, abrió las piernas, dando a notar su sexo.
Kristoff quiso beber de él, ansioso, pero un primer latigazo cayó, sin pena ni gloria, ocasionando un gruñido al recolector, mismo que Anna disfrutó.
— No te he dado permiso, cariño — soltó, coqueta y con sorna —. ¿O sí?
— No…
— ¿Y por qué lo haces?
— Te necesito..
— No parecías necesitarme la noche anterior, ¿o sí?
— No, mi amor… escucha...
Y otro latigazo cayó, estremeciendo su espalda baja. Este gruñó de nuevo y se mordió el labio, sin más, estaba duro. Muy muy duro.
— Anna…
— ¿Sí?
— Déjame tocarte…
— No lo mereces.
— Por favor... — rogó, ya sin armas.
— ¿Qué pasó? ¿Elsa no te dejó satisfecho? ¿No fue mujer suficiente para ti?
— Elsa no significó nada.
— ¿Ah, no? porque pareciste disfrutar mucho — Y socarrona, le rozó las marcas que este tenía en el hombro, mismas que, sabía, ella no se las había hecho —. Demasiado.
Kristoff volvió a gruñir, con el miembro palpitándole por piedad y su boca rogándole por beber del sexo de su esposa. Tan cerca de su intimidad que suplicó, necesitado.
— Déjame beber de ti... Elsa nunca fue ni será la mitad de mujer que eres tú, no se compara a ti.
—¿Perdón? No te oí
Al carajo, no pudo más.
— ¡Maldición! ¡No lo es! ¡No te llega a los talones! — e imploro, perdido — ¡Déjame cogerte, por lo que más quieras!
Y fue suficiente para que Anna accediera, con una sonrisa tan grande que no le cupo en el rostro. Le hizo espacio y Kristoff finalmente bebió de su sexo, haciendo que Anna echara el cuello para atrás por el éxtasis. Fue una cunilingus tan sedienta, que los jadeos de la pelirroja, traspasaron todo portón de Arendelle, incluyendo el de su propio armario, que aparte de copos de nieve, contenía a una rubia muy cachonda, que se tocaba sin más y se sostenía de la baranda para no caer y ser descubierta.
Aunque a ese punto era estúpido.
— Mierda, Anna… — Verla tan poderosa y con ese látigo la había mojado tanto, que ahora su caja de pandora giraba con más fuerza, más rapidez, pidiendo a gritos que se la cojan, que "Anna" se la coja. Maldita contención —. Ay, Anna, sí… — apretó los labios y siguió tocándose, tan duro que ahogó un grito. Se mordió la mano y siguió observando, cachonda. Y lo que vio después, terminó por derribarla.
Anna apretaba el rostro de su marido contra su intimidad, exigente, ruda y demandante. Se regodeaba tanto contra el rostro de este, que Elsa ya no pudo contenerse. Esta gritó y ese fue su propio final.
Su hermana le había clavado la mirada. Y esta lo supo por el angosto espacio que le permitía ver desde el armario.
"Mierda".
¿Qué hacía? ¿Huía? No, a ese punto ya no era una opción. Estaba tan cachonda que ahora mismo quería coger, sin importar las consecuencias, o lo que su hermana tuviera que decirle.
No le quedaba dignidad.
Salió del mismo y se quedó ahí, con la mirada gacha cuan cachorrito y la vagina húmeda. Se mordió el labio y quiso articular, justificarse, pero su hermana se le adelantó, venenosa, rompiendo la posición con su marido.
— Que sinvergüenza eres. — Anna negó, absorta, su hermana era el colmo —. Zorra.
— Sí.
— ¿Sí qué?
— Lo soy. — Elsa se delató, sin dignidad —. Soy todo lo que tu quieras, pero por el amor de dios, cógeme ya. — Esta rogó, y quiso acercarse, pero Anna la agarró del cuello por inercia, deteniéndola, acción que solo la hizo implorar más, y mojarse el doble —. Por favor…
— Y encima p*ta.
— Lo sé.
— ¿Lo sabes? — Anna apretó fuerte, ejerciendo presión, calentándose retorcidamente por esa visión. Su intimidad pidió, pero no fue hasta que Elsa dijo lo siguiente, que dio rienda suelta a su retorcida imaginación.
— Sí, Anna, soy tu puta.
Y fue todo.
La pelirroja le estampó un besó cargado de necesidad, deseo, y oscuras ganas, sin dejar de sujetarla del cuello. ¿Normales? No. Ellas hace mucho habían dejado de serlo. ¿Podridas? tal vez. Y el compartir la cama después de los sucesos anteriores era una gran muestra de ello.
Elsa también se aferró a ella, besándola con tantas ganas y tanta sed, que Anna quedó sin aliento, mordiéndole el labio en el proceso.
— Ay…
— Acostumbrate — susurró Anna, oscura, muy cerca de su boca.
— Acostumbrame — Elsa pidió, retándola, y Anna quedó nublada por tanta súplica. Claro que lo haría.
La empujó hasta la cama y, sin el mínimo cuidado posible, tiró de su cabello para reacomodarla, dejándola en 4. Volvió a tirar y, esta vez, Elsa quedó de rodillas y Anna tras ella, dando una total visión del cuerpo de la platinada, haciéndola arquearse por la rudeza empleada.
— Que rico…
— ¿Te gusta?
— Me encanta… — Y se arqueó más, soltando sin pena — Me pones tanto, Anna…
— Ya lo sé.
"Sin vergüenza".
Pensó esta, y finalmente comenzó su cometido, metiendo sus tres dedos y comenzando a masturbarla desde esa posición, tan duro, que Elsa comenzó a jadear desesperada, deteniendo con su mano la mano de su hermana para que no dejara de tocarle la vagina. Su necesitado punto G.
Ese ritmo y esos dedos la enloquecieron tanto, que giró el cuello para regalarle un beso cachondo a su hermana, algo que ella no rechazó. Al contrario, le correspondió y le apretó más fuerte el cabello con su mano libre, haciéndola soltar una risita nerviosa.
Joder.
Al separarse, Elsa notó que había un claro espectador mirándolas, de pie y masturbándose cada vez mas rápido. Por dios… Kristoff, su gusto culposo, aquel que se había encargado de destruir lo poco o nada que quedaba de ellas. ¿Cómo no hacerlo? Si se cargaba un paquete del demonio.
Lo observó coqueta y saboreó, pero Anna la volvió a jalar del cabello, soltando dominante.
— No te he dado permiso aún. — Y apretó duro —. Quieta.
— Perdón…
A lo que Anna sonrió, socarrona, notando lo evidente. Su marido no les quitaba la mirada a ninguna de las dos, estaba tan rojo que contrastaba con su blanca piel, y tan cachondo que contrastaba con su pene erecto, mismo que era manipulado con rudeza.
Una y otra. Y otra vez…
— Ohh… — Un primer gruñido se escuchó.
— ¿Te gusta lo que ves, Kristoff? — preguntó la pelirroja, acelerando la masturbación en la intimidad de su hermana, para que esta se arqueara y mostrara más, adrede.
— Sí…
— ¿Sí?
— Sí, por dios… — Kristoff aceleró la masturbación en su pene —. Estoy muy duro... — Y un poco más —. Demasiado.
— ¿Quieres unirte?
— Lo necesito, por favor... — este pidió, ya sometido a la voluntad de su esposa. A lo que Anna, poderosa, asintió, dando luz verde.
Kristoff se acercó y quedó con el pene erecto frente a las hermanas, mientras Anna sometía a Elsa y esta jadeaba sin voluntad. Dios… bendita imagen que le traspasó los sentidos a Kristoff, a Anna, quien gozó de ver a su hermana de ese modo, tan sedienta de querer probar de aquel "dulce", que preguntó, con voz ronca y a su oído:
—¿La quieres?
— Sí…
— ¿Sí qué?
— Sí quiero, mi reina.
— Así me gusta.
Y, entonces, dio la segunda luz verde. Kristoff entregó su miembro cuan chocolate y Elsa no hizo más que empezar a saborearlo, sedienta y con ganas, ahogándose sin pena, dándole la mamada mas necesitada de toda su vida.
Anna, mientras tanto, se deleitaba con los gestos de ambos, con una sonrisa torcida tan grande, que no le cupo en el rostro. Pobre Elsa… era toda una novata. Alguien tenía que enseñarle.
Dejó la actividad de sus dedos en el sexo de Elsa, y rompió la posición de ambos de manera brusca, empujando la platinada a un costado. Se acomodó frente al pene de su marido, y, mirando a Elsa con aire de superioridad, articuló:
— Observa y aprende. — finiquitó, dejando a Elsa anonadada y a su marido idiota. Empezó a manipular el pene de su esposo con soltura unos segundos, antes de meterselo a la boca y disfrutar. Kristoff tuvo que emplear toda la fuerza que tenía en sus piernas para sostenerse. Esas dos mujeres lo estaban dejando loco, sin nada, a punto de exprimirlo por completo.
Sobre todo Anna, quien, después de unos segundos de jugar con su "dulce", se lo metió a la boca, chupándolo como toda una maestra, regodeándose con esa p*lla a su antojo, pasando este de su boca hasta el centro de sus pechos, masturbándolo ahora con ambos senos, haciéndole una "rusa" con los mismos.
— Joder, Anna… — Kristoff no podía con tal visión, su esposa lo estaba dejando seco.
— Aguanta, porque aún falta — advirtió, y fue entonces que lo empujó a la cama, haciéndolo caer boca arriba, para montarlo después, como una reverenda desquiciada.
Le arañó el pecho, y eso le hizo soltar un gruñido al rubio, que en ese momento se hallaba nublado, perdido. Tan duro como una roca, que ahora mismo rogaba no correrse antes de tiempo. La visión de su esposa saltando sobre su miembro era exquisito, pero ver a Elsa tras ella agarrándole los pechos y besándola con lengua fue su perdición.
"Mierda, que rico".
Pensó, mientras soportaba, y gozaba de todo el panorama, no cualquiera tenía el privilegio de ver a las hermanas de Arendelle fundirse en un beso tan cachondo, pero, sobre todo, desnudas y ansiosas por su amiguito.
Mismo que ahora debía de prepararse, porque al romper el beso, algo le susurró Anna a Elsa, algo que este no supo que era, hasta que notó como Anna rompió posiciones y ofreció el culo de su hermana como ofrenda, poniéndola en 4, recordándole la primera vez que cogieron ambos.
"Demonios".
Este se acomodó, pero dudo por momentos. ¿En verdad podría hacerlo? Pregunta estúpida a estas alturas, pero no quería cometer el mismo error de Elsa, ese de querer comer del dulce sin consultar. Oh, no…
— Cógetela — ordenó su esposa —. Duro, y sin piedad. Quiero ver lo zorra que es.
— Anna...
— ¡Cállate! — y espetó, dura, soltándole un certero azote en una de sus nalgas. A lo que Elsa solo atinó a hacer caso, cuan niña buena y obediente, arqueando su culo y entregándolo en bandeja. Se aferró a la cama, lista, hasta que sintió la primera estocada, y a Kristoff que la agarraba de sus cabellos, con rudeza, tirando de ellos.
— ¡Kristoff! — gritó, la muy sinvergüenza, mientras notaba a su hermana acomodarse en una silla y observar la escena frente a ella, despiadada y oscura.
Cuan reina.
Cualquiera le hubiera tenido temor, pero no Elsa, no ella, necesitaba de Anna, de su cuerpo, de su sexo, aunque el punzón en su mejilla le recordara lo dura que esta podía ser.
Estaba podrida.
— Anna… — Elsa articuló, con la voz ahogada por las estocadas duras del rubio.
— ¿Sí, Elsa?
— Déjame probarte…
— ¿Qué pasa? ¿No te gusta la v*rga de mi marido?
— No es eso, es solo que… ¡Au!
Y un nuevo jalón en su cabello la despertó, junto a una nalgada que la mojó aún más.
— Perdona, ¿que dijiste?
— Que sí, me gusta… — admitió derribada y sedienta, con ligeras lágrimas de placer resbalando por su rostro.
Anna, en un acto de piedad, se acercó y se las limpió, mostrando su único acto de humanidad con su hermana. Bajó sus dedos húmedos por el rostro de esta y se los metió a la boca, a lo que Elsa no hizo más que chuparle los dedos, cachonda y obscenamente.
"Sucia", pensó, ya muy mojada la pelirroja, imaginando esa boca en otro lado. Su sexo palpitó, y, entonces, supo que quería la boca de su hermana en él, atendiéndola, como la puta que era.
Puso este a la altura de la boca de Elsa y esta entendió el mensaje, empezando a darle una cunilingus con total necesidad, penetrándola con su lengua, mismas que competían en intensidad con las estocadas de Kristoff.
— Elsa… — Anna gruñó, quitándole protagonismo a las manos de Kristoff y siendo ella quien apretara el rostro de su hermana contra su vagina, con la sonrisa torcida y el placer recorriéndole las venas. —. Eso cariño, bébelo todo… — soltó, oscura, apretando los pocos mechones que ahora se cargaba.
Pobreta, la mayoría se habían quedado en el comedor.
Siguió moviendo las caderas. Y su marido por no aguantar más aquel panorama, atrapó la boca de su mujer, besándola cachondamente. Anna, ya sobrepasada por el placer, le correspondió el beso, otorgándole un beso con lengua. Apretó la nuca de su marido y, con la otra mano, jaloneo a Elsa, haciéndola incorporarse. Esta entendió el mensaje entre líneas y así lo hizo, acomodándose al lado de Anna y siendo partícipe de aquella unión de lenguas, formándose el beso de tres más obsceno y candente jamás formado.
¡Por dios! ¡Que alguien pare a ese par!
Que ahora mismo atendían a su reina, porque, al separarse, así lo hicieron. Kristoff se acomodó boca arriba y esta vez fue él quien le hizo la cunilingus, dejando que Anna se sentara en su cara, mientras que Elsa le atendía el cuello, los pechos, todo lo que en su ansiedad, podía alcanzar. Ahora mismo el título de diosa le quedaba corto, porque estaba siendo dominada por una simple mortal. Por una reina. Una diosa. Su diosa.
Anna.
Siguió, pero después, el miembro erecto de Kristoff llamó su atención, tan erecto y educado, que esperaba a la dama en cuestión para que se sentara. Elsa quiso, miró a Anna y esta asintió, ya absorta por el placer que le otorgaba su marido. Esta se acomodó y, finalmente, cayó completa en el miembro del rubio, quedando frente a frente con su hermana.
Compartieron miradas un momento, hasta que Elsa comenzó a saltar necesitada sobre aquel grueso falo, intentando igualar a su hermana. Intentando… porque no lo logró, era muy grande.
Kristoff tenía razón, nunca le llegaría a los talones a Anna.
Rogó piedad, y, entonces, Anna, en su último intento de condescendencia, la ayudó a sostenerse, y solo así, el pene completo de Kristoff pudo entrar, destrozándola entera.
Elsa lanzó un grito, mismo grito que fue callado por la boca demandante de Anna. Y una mierda. Elsa no se merecía la verga de su marido, no se merecía nada. Ni jadear por él. Hundió su lengua y calló sus últimos jadeos ahogados, aquellos que por la intensidad indicaban el declive final de la platinada, así como el de Anna. La lengua de su marido la estaba haciendo desfallecer.
No les faltaba nada para llegar.
Anna volvió a regodearse, sintiendo como su vagina era atendida con necesidad por la lengua de su marido, el líquido que amenazaba por bajar por su espina se contuvo, hasta que ver a Elsa lanzar un último grito y toda su intimidad llena de aquel semen la hizo correrse, vociferando ella también.
En voz alta, sin tapujos, sintiendo toda tu esencia caer en la cara de su marido. Este en la intimidad de Elsa, y Elsa premiándose con todo eso dentro, corriéndose también.
¿Justo? No. No lo era.
Ella quería probar antes de que su marido quedara exprimido por completo. Quitó a Elsa del medio y, hambrienta, se posicionó entre las piernas de Kristoff, recibiendo sus últimos espasmos de semen. Masturbó su pene y se regodeó, completa, invitándole las sobras a Elsa, quien en ese momento acató, gustosa. Cualquier cosa era mejor que nada.
Juguetearon un tanto con aquella virilidad, disfrutando de los disparos que este les daba, y decorando finalmente sus rostros con la "cereza del pastel" Bendito pastel. Bendito todo.
Ahora no quedaba nada. Kristoff estaba derribado boca arriba en la cama, exprimido completamente, respirando con dificultad, sudoroso y desecho. Mientras que las hermanas, se hallaban totalmente satisfechas por haber disfrutado de aquel pastel. Como debía de ser.
Se acomodaron a su lado, quedando Anna en el centro de ambos, marcando distancia entre Elsa y Kristoff, regulando respiraciones, asimilando todo.
A los cortos segundos de haberse recuperado. Anna articuló, rompiendo el silencio que los envolvía. La fiesta había terminado.
— Hoy dormirás en el sillón. — lanzó, dirigiéndose a Kristoff, aún sin mirarlo —. No te quiero en mi cama. — y finiquitó, para después dirigirse a Elsa, dirigiéndole una de total mirada de enojo y desaprobación —. y tú — enfatizó.
— ¿Sí?... — Elsa sintió tragar duro.
— Manda a alguien a empacar tus cosas, te hará falta.
Y culminó, saliendo del medio y volviendo a su lado derecho de la cama, dejando al par de infieles en shock y sin saber qué hacer. Segundos después, ambos supieron que no se merecían menos. Anna estaba siendo demasiado buena para su gusto.
¿Verdad?
Se levantaron de aquel aposento y, en silencio, se vistieron, dejando a la reina dormir en paz. Con un Kristoff medianamente aliviado y una Elsa que luchaba entre el shock y la decepción consigo misma. No se merecía más que eso, debía alistarse para partir. Ya lo había dicho su hermana.
No la quería. Y con justa razón.
Salieron, lanzandose una última mirada ambos, antes de hacer cada quien lo que la reina había encomendado. La platinada iba a ir por los benditos documentos, pero ¿para qué? ya mañana se iría. Y por cómo había terminado todo, intuía que hasta ni fiesta ocurría.
Tendría que informales las malas nuevas a su novia, omitiendo detalles.
Se fueron a culminar sus quehaceres cada uno, dando por finalizada el último día antes del onomástico de la reina, con un triste y amargo sabor en la boca.
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A la mañana siguiente, Elsa despertó, tan triste y contraria como su misma aura. Ya no había ni sexo, ni deseo, ni caja de pandora por la cual abogar. No… lo había arruinado todo. El día no la ayudó, en lo absoluto, nubes grises se asomaban y un gran equipaje la acompañaba al lado derecho de sus aposentos.
Tenía que partir, para ser el triste quinto espíritu del bosque. En pena.
Sin estar en el cumpleaños de su hermana. De Anna
"Estúpida".
Su conciencia apareció, de nuevo, pero Elsa ya no hizo caso, no a ese punto, a esas alturas, estaba destruida, mental y "físicamente".
Se acicaló lento, muy muy lento, como queriendo grabarse los últimos recuerdos que tenía con su hermana en ese cuarto en donde ella ahora estaba.
Cómo olvidarlo…
Antes testigo de sus encuentros amorosos, y ¿ahora? No quedaba nada. Ni una pizca. Habían roto el poco lazo que tenían.
Negó y, cuando terminó de acicalarse, lo único que reinó en el castillo fue el silencio, un sombrío y azotador silencio. Mientras iba caminando por los pasillos. Notaba cuchicheos y miradas curiosas. Las mucamas y la servidumbre de Arendelle no dejaban de observarla, y hablaban de algo, pero….
¿De qué?
Eso solo le escarapeló más el cuerpo a la platinada, y no de buena manera. ¿Qué había pasado?
Siguió caminando con dirección al despacho, porque, aunque con miedo y todo, debía despedirse de su hermana y desearle un bonito y nefasto cumpleaños, mismo que ella había arruinado.
Antes de abrir la puerta del mismo, Gerda llegó, con los mismos documentos de tesorería que Elsa se había negado a recoger el día anterior, pensando que ya no serviría más, porque pronto se iría.
¿Verdad?
— Majestad — Gerda la llamó, sacándola de su ensoñación. Elsa estaba ida, se había quedado con una mano en la manija del despacho a punto de ingresar, tonta.
— ¿Sí?... — Elsa apenas respondió.
— Su hermana me ha pedido que le entregue estos documentos, me dijo que era para que terminara el trabajo que dejó pendiente ayer.
— ¿Cómo? — Elsa no entendía —. Pero si me echó, ella…
— No lo sé, majestad — Gerda la interrumpió, la mayor ya no quería meterse. Le apretó el hombro ligeramente en señal de apoyo y susurró, antes de volver con su quehacer —. Buena suerte.
Eso solo dejó más perpleja a Elsa. ¿Qué carajos estaba pasando? ¿Por qué le daba esos documentos? ¿Por qué todos estaban en silencio? fueron muchas dudas que fulminaron su cabeza. No podía quedarse más ahí. Tenía que saberlo.
Cuando ingresó al despacho, la sola visión que sus ojos le regalaron, la nubló. Su hermana lucía hermosa. Tenía un maquillaje muy intenso, ojos delineados y labios rojos cual vampiresa, cabello suelto y vestía un hermoso vestido rojo; fulminante. A juego con tacones de aguja; mismo color.
¿El de Kristoff? No.
Este no solía regalarle cosas tan provocativas, mismos regalos de los que había sido testigo en alguna ocasión.
Esta prenda, por el contrario, representaba perfecto al vestido de la venganza. Tan corto, ceñido y mostrando tanto, que supuso, era su propio regalo de cumpleaños. Tragó duro, pero entendió, lo que seguía sin entender, era porque Gerda le había dado esos documentos antes, y porque Anna se acicalaba tanto. El trato de reemplazarla era hasta hoy.
Decidió preguntar.
— ¿Qué significa esto? — preguntó la platinada, sin comprender.
— Se te olvidaron anoche — dijo Anna, dándose sus últimos retoques en el rostro, despreocupada —. Tienes mucho trabajo por hacer.
—¿Qué? — El cerebro de Elsa no comprendía —. El trato era hasta hoy. Me mandaste a empacar.
— Sí. — enfatizó Anna, levantando la mirada finalmente —. Pero no para que te fueras de Arendelle, sino para que enviaras a alguien a traer tus cosas del bosque. Arendelle necesita una reina — siguió hablando Anna —. Y no voy a ser yo.
Luego de escucharla, Elsa cayó en cuenta, eso no podía ser. Ella era el quinto espíritu, por algo habían hecho dicho pacto antes. Esta soltó, sintiendo escalofríos por sentirse de nuevo encerrada, en 4 paredes.
— No puedes hacer eso. — Elsa refutó, olvidándose por un momento su posición. No podía quedar de nuevo encerrada, siendo quien no quería ser —. Soy el quinto espíritu, Anna.
— Y también la puta que le quitó el marido a la reina — espetó Anna, seria y dura —. Ahora todo el mundo sabe quién eres. — después, esbozó una sonrisa torcida y socarrona, confesando lo siguiente, intentando falsamente ayudar a su hermanita —. No será tan malo, te lo aseguro, tendrás a Kristoff para complacerte — y rio, macabra —. Si es que puede…
— ¿Qué? — fue entonces que Elsa, de inmediato, asoció todo, comprendiendo las miradas y el ambiente tan sombrío formado con anterioridad. Recordó las palabras del recolector antes de que la metiera en el armario el día anterior y sintió un nuevo escalofrío.
¿Qué había hecho Anna? ¿Acaso ella?...
— En fin. — Anna siguió hablando como si nada, guardando su maquillaje y alistándose para salir. Enumeró los pendientes, por si a la rubia se le olvidaba —. Hoy es la cita con tesorería, mañana la cita con el secretario general, y pasado mañana debes redactar más informes, buena suerte con eso. Y te prometo — Y enfatizó, falsa —. Que fui muy inteligente y organizada al dejarte la fila de documentos. — Y entonces, le entregó los files, botándolos adrede, desordenándolos aún más —. Ups…
Elsa quedó perpleja, furibunda y en shock cuando Anna hizo eso. Pero… ¿Qué más podía hacer? Si se merecía todo y cada cosa que estaba pasando. Su cuerpo tembló de la rabia por saberse nuevamente encerrada, siendo reina y por completo infeliz. Aun así, se las arregló para hacer una última pregunta, como si aún tuviera derecho.
La muy sinvergüenza…
— ¿A dónde vas?
— A comer pastel — soltó Anna, mostrando la invitación que esta le había preparado a la morena en su momento, socarrona —. Apuesto que a Honey le gusta el chocolate.
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Gracias por haber llegado hasta aquí, la versión de los hechos se posteará este 31 de Octubre, a modo de ambientar las fechas y describir este funesto final. Un beso y un abrazo. ¡Nos vemos esta noche de brujas! ;D
Tu amiga, AZM.
