Capítulo 2
Dieciséis años humanos no son nada para el mar, que en apariencia permanece inalterable ante el tiempo. Sin embargo, para una sirena, representaban dieciséis mareas transcurridas desde su nacimiento.
Durante ese tiempo Marinette vivió feliz, rodeada del amor de su familia y sus amigos. Si bien era una princesa y debía cumplir una etiqueta correspondiente al título que ostentaba, su espíritu libre y aventurero hacía gala a pesar de los deberes que atendía. Su alegría característica, su buen humor y su optimismo siempre brillaban independientemente de la situación en la que se encontrara, pero es meritorio mencionar que su curiosidad innata la metía en más problemas de los que cualquiera consideraría necesarios. Cualquiera pensaría que después de casi cercenar por error la aleta de su abuelo, hubiese entendido que algunas aventuras es mejor solo dejarlas en la imaginación, pero lamentablemente, no era el caso.
Y estaba a punto de meterse nuevamente en uno de esos líos.
Armada con un pequeño bolso en el que guardaría el tesoro que encontrara, Marinette se dirigía rauda a completar su misión.
La aleta roja se mecía al compás de la corriente marina, garantizándole un impulso que su velocidad agradecía y su movimiento la acercaba cada vez más a su destino.
Si bien es cierto que el color único de la aleta de Marinette llamaba poderosamente la atención a donde quiera que fuera, su velocidad al nadar hacía que solo pareciera un fogonazo rojo, uno que, al pestañear, había desaparecido.
Y a su velocidad acostumbrada, que ya era mucha, se debía sumar que ahora se encontraba completamente entusiasmada y enfocada en su siguiente misión.
La noche anterior se había desatado una tormenta en la superficie y uno de los tres barcos que ella había visto surcando el mar desde su habitación en el palacio, había naufragado cerca del o en el propio Arrecife de los Tiburones.
Los naufragios no la alegraban exactamente y prefería pensar que los humanos que habían estado navegando en aquel navío habían encontrado refugio en el resto antes de perecer. Pero en los barcos naufragados siempre había artículos humanos extraños y esos sí llamaban poderosamente la atención de Marinette.
Así que en este momento, ella se dirigía a toda la velocidad que le permitía su aleta, que era mucha, hacia el lugar más peligroso de todo el Rubrum Mare y sus alrededores.
Marinette se estaba dirigiendo, precisamente, hacia el barco naufragado aquella noche.
El Arrecife de los Tiburones no era un arrecife como tal, pero llamarlo de otra manera inspiraría incluso más miedo que el que ya causaba en todo el que pensaba siquiera en él, así que la mayoría de las criaturas marinas elegían ignorar su presencia. Pero, quienes, tanto por obligación como por curiosidad, debían conocer de su existencia eligieron llamarlo de esa manera ya que, los pocos entendidos, podían interpretarlo de forma literal. Así lograban que disminuyeran los ataques de pánico entre los habitantes del mar.
Era un lugar extremadamente peligroso para cualquier criatura, puesto que era allí a donde se exiliaban los mayores criminales del mar. La mayoría de los guardias eran tiburones, por su fuerza y capacidad defensiva, pero incluso para los propios tiburones era un lugar complicado para vivir.
Este lugar era, a su vez, donde ocurrían la mayor cantidad de naufragios o, al menos, a donde terminaban llegando la mayoría de los barcos que se hundían en el Rubrum Mare, lo que significaba que era un lugar que Marinette visitaba con más frecuencia de la aconsejable, dada su fascinación con todo lo que implicara a los seres humanos y la imposibilidad de conseguir objetos suyos de una forma más directa.
Llegar al Arrecife de los Tiburones suponía una buena sesión de natación, sin embargo, al acercarse, Marinette disminuyó la velocidad y se concentró en pasar desapercibida. Ahora que su velocidad no la amparaba, el color de su aleta resaltaba en la oscuridad imperante en la fosa que la rodeaba como un rayo de sol que interrumpe la noche. Ahora mismo, su inteligencia era lo único que la podría ayudar a llevar a su objetivo.
Escondida tras una roca en el fondo, Marinette se dedicó a estudiar el terreno. Miles de troncos de madera con distintos grados de descomposición se apilaban por millas de terreno baldío, algunos incluso, se encontraban a punto de desaparecer. El mar descomponía todo aquello que no le pertenecía y esos troncos profanos, aunque tardaban en desaparecer, eventualmente, lo hacían. A ese punto tan profundo del océano no llegaba ni el más mínimo rayo de sol, incluso parecía que la luz temiera acercarse demasiado por el riesgo de desaparecer para siempre.
Aquel fondo marino, con su aire lúgubre y silencio sepulcral parecía más un cementerio que una prisión, pero Marinette no se dejaría engañar. No era su primera excursión en aquel lugar y sabía que cualquier movimiento en falso o un exceso de confianza acabarían con ella, en el mejor de los casos, muerta.
En su exploración, pudo detectar cuatro tiburones en medio del cambio de la guardia y un movimiento a su derecha le mostró que otros diez estaban inmersos en una discusión sobre qué peces eran mejores como desayuno. Sin embargo, Marinette no continuó prestándoles atención porque realmente el tema no era de su interés y porque había encontrado su objetivo.
El barco se alzaba como un faro en medio del desastre y el caos a su alrededor. Estaba en bastante mal estado a juzgar por el gran agujero que se podía ver en el casco cerca de la popa. Los humanos que viajaban en él bien que podían haber sabido nadar, porque teniendo en cuenta el diámetro de aquel agujero, el barco estaba destinado a hundirse a pesar de sus esfuerzos. Uno de los mástiles había desaparecido, seguro arrancado de su lugar por la fuerza de los vientos y arrastrado por la corriente a un lugar lejano, al que ni siquiera Marinette había llegado todavía; otro de ellos se encontraba doblado y desaparecía en el interior del casco y el restante era el único que se mantenía en pie, el único que resistió la tormenta.
Dedicando un último pensamiento a los desconocidos que podían haber tripulado ese barco y una plegaria para que se encontraran bien, Marinette se concentró en encontrar una ruta que le permitiera llegar a los restos del buque sin ser detectada. No iba a ser tarea fácil, pero lo mejor que podía hacer era aprovechar el cambio de guardia. Una vez que este ocurriera, pasarían horas antes de que pudiese acercarse tanto de nuevo.
—Es ahora o nunca —susurró para darse ánimos.
Ayudada por la oscuridad del lugar y escondiéndose entre la madera pútrida que la rodeaba, se acercó lentamente al barco.
—¿Quién anda ahí? —Escuchó de pronto. Se quedó completamente quieta, dejando que su aleta se ocultara bajo unos troncos.
—¿Qué ocurre, Carcharodon? —Dijo una voz diferente, aunque igual de rasposa que la anterior.
—Me pareció ver un movimiento extraño cerca del nuevo barco hundido.
—¿Otra vez? Siempre que se hunde un barco, ves movimientos extraños cerca de ellos.
—Mako —respondió aquel al que nombraban Carcharodon—, yo no sufro alucinaciones y lo sabes. Tú mismo me acompañaste a ver al médico para que te convencieras.
—Y también sé que hemos revisado todos estos barcos y los que han dejado de serlo un millón de veces y tus movimientos extraños solo se deben al movimiento de las corrientes. Pensé que ya habían terminado estos episodios. —A Mako comenzaba a fallarle la paciencia, pero aun así le puso una aleta por encima a su amigo y le dijo—: Vamos a cambiar la guardia. A lo mejor simplemente estás cansado. Hasta tú necesitas dormir.
—Sí, será mejor así.
Marinette, que había estado conteniendo el aliento todo el tiempo, dejó escapar algunas burbujas y continuó su camino, esta vez más lentamente y por debajo de algunos troncos para evitar que la descubrieran.
Cuando entró por el agujero gigante de la popa del barco, se sintió más tranquila puesto que ya no era posible verla desde el exterior, así que comenzó a explorar a sus anchas.
El barco estaba bastante destruido. Aunque el casco desde fuera no parecía tener más daños que el boquete que le había servido de entrada a Marinette, desde dentro se veía que apenas se sostenía. Las separaciones que hubieran existido para formar compartimentos habían dejado de existir. Solo las marcas en la madera eran testigos mudos de su presencia pasada. Las uniones de las tablas se resquebrajaban y la quilla estaba completamente agrietada. Sobre su cabeza se podía apreciar un orificio enorme, donde seguramente descansó en su momento el mástil perdido y otro, un poco más adelante, donde el mástil doblado había abierto la cubierta. Era un espectáculo realmente lamentable.
—La tormenta fue dura contigo, ¿no es cierto? —comentó colocando una mano sobre la estructura de madera. Marinette estaba segura de que en su momento, aquella nave había sido completamente magnífica, aunque modesta.
Al observar a su alrededor perdió las esperanzas de encontrar algún objeto interesante. Todo se encontraba vacía, a excepción de los destrozos. El viaje había sido en vano.
Sin embargo, ya que estaba allí, bien podía explorar un poco más.
Suavemente, cuidando no tocar ninguna zona que pareciese de sostén de la estructura, comenzó a nadar alrededor.
No era un barco que transportara carga, eso era obvio, o, si lo hacía, esta no era muy pesada. Si lo hubiese sido, todavía permanecería allí. Al acercarse a una de las ventanas circulares vio a los tiburones que hacían la ronda de guardia y se ocultó. Salir de allí no sería fácil.
Al mover la cabeza para mirar por la ventanilla otra vez, algo que brillaba llamó su atención. Cuando se acercó, se encontró con un objeto que nunca había visto. Era un artilugio extraño, plateado y que, como pudo comprobar al pincharse uno de sus dedos con una de las puntas, no era filoso ni cortante, aunque sí puntiagudo. Decidió guardarlo en su pequeño bolso y tratar de dilucidar su posible uso más tarde.
Un rápido repaso le dijo que allí no encontraría nada más, así que era momento de regresar a casa. Ya había conseguido un objeto nuevo, raro y único, así que podía darse por satisfecha, terminar el día y salir de aquel sitio lúgubre al que solo iba porque no había otra manera de conseguir artículos humanos.
Una sombra moviéndose a su izquierda la alertó de un posible peligro, que en el siguiente segundo se materializó como un peligro certero y seguro.
Una anguila eléctrica. Si estaba allí, tan lejos de su hábitat natural, significaba que había sido condenada por algún crimen atroz, por lo que no era buena idea que la encontrara allí. Si la encontraba un guardia, podía ser que regresara a casa y le cayera una buena reprimenda, pero si ese animal la tocaba…
Las luces que generaban sus descargas la cegaron por un momento y su voz hizo que se sintiera como si toda la electricidad que generaba se metiera en su piel y le pusiera de punta hasta el último cabello.
—Vaya, vaya, vaya, pero miren lo que tenemos aquí… Una sirenita perdida.
Pedirle que la dejara irse no era una opción y Marinette lo sabía, así que no perdería tiempo haciéndolo. Las ventanas que se encontraban a sus costados no le permitirían salir, así que solo le quedaba el agujero por el que había entrado. El inconveniente se encontraba en que, si salía y había algún guardia cerca y la llevaba ante el rey, su padre la mataría, eso seguro. Debía librarse de ambos obstáculos a la vez.
Aunque, se percató que por el agujero de la cubierta también podía escapar, sin embargo al salir por arriba, llamaría la atención de los guardias. No había manera de que no detectaran su aleta incluso a la distancia. Debía mantenerlos dentro del casco y distraerlos mientras ella salía por arriba, y daba la vuelta para poder escapar.
Y la manera de hacerlo se encontraba justo sobre ella. Mientras nadaba hacia el objeto humano, había quedado peligrosamente bajo el mástil doblado. En su momento no se percató de ello, pero ahora la débil estructura podía ser su única escapatoria.
Se concentró en tomar impulso y, cuando la anguila se encontraba lo suficiente cerca que el agua alrededor de Marinette se sintió sofocante, nadó hacia arriba, cuidando de no tocar a la anguila y chocó con toda la fuerza que pudo con la endeble cubierta de madera. Mientras esta se desplomaba sobre la anguila, ella nadó hacia el agujero donde se había encontrado el mástil. Disponía de pocos segundos antes de que el estruendo atrajera a los tiburones, así que debía ser extremadamente rápida.
Cuando logró salir del ambiente asfixiante que había creado la anguila dentro del casco de la embarcación, bordeó esta lo más cerca posible de la estructura y, cuando vio que al menos una docena de tiburones se dirigía hacia dentro, salió disparada y, por primera vez asustada, del Arrecife de los Tiburones.
Cuando llegó a la roca en la que se había ocultado al llegar, se escondió nuevamente y descansó unos instantes para recuperar el aliento. Al asomar la cabeza un poco pudo ver la nube de suciedad que se había levantado por el derrumbe. Del barco ahora solo quedaba sosteniéndose la parte del casco que tenía el mástil que nunca había sufrido ningún percance, o aquel que, aunque los sufrió, no dejó que lo vencieran.
Y pensó en los problemas que le había ocasionado esta y las múltiples visitas que había hecho a aquel lugar. Hasta ahora se había mantenido como ese mástil, pero se daba cuenta de que el peligro aumentaba con cada minuto que pasaba allí.
Por primera vez se vio a sí misma considerando si regresar realmente valía la pena.
Continuará…
Gracias por leer.
Besos!
