La única luz que iluminaba el salón y el rostro de Ella provenía de la pantalla del televisor. Su dedo índice presionó el botón del VCR para rebobinar la cinta hasta el comienzo. Habían pasado tantos meses y aún no podía aceptar el sentimiento que esas imágenes causaban; era ella, su rostro, su sonrisa, pero sentía como si estuviera viendo a otra persona.
Su hermana le había dicho que ver las cintas sería bueno para familiarizarse y conocer un poco más sobre los años que había perdido. Bueno, no, los años no habían sido perdidos, y ver cómo sus hijos habían crecido tanto era un recordatorio constante de ese hecho. Pero su hermana había tenido razón: todos aquellos álbumes y cintas de videos habían ayudado a llenar un poco el vacío. Se había sorprendido cuando Elena se apareció con una caja de álbumes de fotos y, después de unos meses, también se encontró varias cámaras desechables que aún tenía que relevar.
De sus hijos tenía miles de fotos y estaba muy agradecida. Le tomó días revisar todo.
En el suelo, frente al televisor, tenía abierto un álbum que en lugar de fotos contenía recortes de artículos relacionados con Ciao; copias de la carta de la editora Constance y fotografías de la mujer, había deducido que las había recortado de los periódicos y revistas. Cuando encontró el álbum en una caja debajo de su cama, le pareció lo suficientemente extraño como para no mencionárselo a su hermana. No tenía idea de por qué tenía aquellos recortes, pero sí se dio cuenta que, por las fechas, parecía haber empezado a coleccionarlos desde que comenzó a salir con Constance y los niños.
Las fotos que estaba mirando en ese momento habían sido capturada por un periodista en Milán, cuando ella acompañó a Constance a un evento de moda. En una de las fotos, Constance lucía un hermoso vestido rojo diseñado por Valentino. Estaba rodeada de cámaras y periodistas, mientras Ella se encontraba a dos pasos detrás, siguiéndola, y la morena la miraba por encima del hombro con una leve sonrisa. La foto había capturado un momento perfecto. Y como esa, había muchas más desde varios ángulos.
Todo lo que tenía y lo que su hermana le había mostrado tenía sentido: el motivo por el que se había mudado a Nueva York, los momentos y las fechas de las fotos e incluso por qué había comenzado a trabajar en un lugar como Ciao.
Lo que no le hacía sentido era el papel que había tenido esa mujer en su vida.
Comprendía que había sido su jefa, pero una vez que revisó las fotos y los videos, no entendió la repentina aparición de Constance con los niños y con ella en lugares que claramente no estaban relacionados con Ciao o su trabajo, ni siquiera el cambio en el tono de sus mensajes (aunque estos eran muy escasos).
Ella se mordió el labio al notar que el vídeo llegó a una parte que reconocía perfectamente.
La cámara se movió torpemente hasta que la imagen se estabilizó por completo. Constance miraba hacia abajo y en su regazo tenía un león de peluche, y con sus dedos peinaba con delicadeza la melena.
-¿Qué estás haciendo? -Preguntó la persona grabando (y Ella se reconoció a sí misma) con un tono divertido.
-¿Qué parece que hago, Eliana? -Constance alzó la cabeza para mirarla y puso los ojos en blanco al darse cuenta de que estaba siendo grabada.
Ella pausó el video cuando los labios de la morena se curvaron en una sonrisa que parecía intentar disimular. "Eliana" así le llamaba Constance en varios videos y mensajes de voz. Lo que más le sorprendía era la entonación que usaba para pronunciar su nombre, que de alguna forma lo hacía sonar elegante. También fue así como Constance la había llamado varias horas antes en el museo, y luego se corrigió rápidamente susurrando un "Ella".
Ella volvió a presionar el botón de reproducción y el video se inició nuevamente.
-¿Es un nuevo peluche para Maura? ¿O es para ti?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Ella al ver cómo Constance negaba con la cabeza, probablemente reaccionando al tono burlón de sus preguntas.
-Es para ti. Me recuerdas más a un cobrador dorado, pero un león es aceptable.
La imagen del video tembló junto con la risa de Ella.
-Constance Isles, ¿Me has comprado un peluche? -preguntó Ella, emocionada.
Constance volvió a poner los ojos en blanco y le acercó el peluche.
-Fue idea de Maura -dijo con los labios fruncidos, miró brevemente el lente de la cámara y luego a la mujer detrás de esta-. Deja de grabarme, Eliana.
Ella apagó el aparato seguido por el televisor y, con un suspiro, se puso de pie para servirse un vaso de agua. Ya era la una de la mañana y no podía conciliar el sueño. El encuentro inesperado con Constance en el museo la dejó con un hormigueo en todo el cuerpo y no podía dejar de pensar en que la volvería a ver en unas horas.
Se bebió todo el agua y se encaminó hacia el cuarto de los niños. Izzy y Noah se habían quedado dormidos en sus propias camas, y buscó con la mirada a Maura sin encontrarla. Su corazón dio un vuelco al escuchar un quejido proveniente de la carpa de almohadas y mantas que habían construido días antes.
-Maura -susurró en voz baja, apartando un mechón rubio y húmedo por el sudor en la frente de la niña. No era la primera vez que veía a la niña sufrir de las pesadillas; habían reducido a lo largo de los meses, pero aún eran bastante recurrentes-. Es solo una pesadilla, cariño -susurró mientras los ojos claros, asustados y llenos de lágrimas la miraban.
Ella la abrazó fuertemente y los brazos de Maura se aferraron a su cuello, abrazándola con fuerza. Ella permaneció de rodillas, sosteniéndola durante varios minutos hasta que los sollozos cesaron y la respiración se calmó. Estaba agradecida de que sus hijos fueran pesados de sueño, ya que ninguno de los dos se despertó.
-Ahora a seguir durmiendo, ¿de acuerdo? -Susurró, notando que ya empezaba a quedarse dormida en sus brazos.
-¿Puedo dormir contigo?
-Sí ¿Llevamos a Señor Güino?
-Sí.
Ella agarró el pingüino de peluche con la mano derecha y se puso de pie, sosteniendo a Maura contra su cuerpo con el brazo izquierdo, llevándola a su habitación. Maura se acurrucó en la cama, estrechando el peluche contra su pecho.
-Duerme, cariño. Señor Güino y yo estaremos aquí contigo -susurró en voz baja, cubriéndola hasta los hombros con la manta y besando su sien. La niña se quedó dormida en cuestión de segundos.
Ella se sentó al lado de la cama y se pasó la mano por el cabello antes de acostarse, cubriéndose con la manta hasta el cuello. Su mirada se posó en la hija de la mujer que no podía sacarse de la cabeza. Con un suspiro, se dio la vuelta y su atención se fijó en el cajón de la mesita de noche durante varios minutos, hasta que finalmente estiró el brazo y lo abrió, sacando un pequeño león de peluche. Su dedo índice rozó la melena antes de aferrarlo contra su pecho y cerrar los ojos.
Ella ajustó su gabardina a su cuerpo y se peinó el cabello corto con los dedos. Su hermana la había estado observando en silencio desde que le dio los buenos días. Tenía la sensación de que en cualquier momento estallaría y diría o preguntaría cualquier cosa que la estaba atormentando por dentro.
-Noah, come más despacio, por favor -regañó al ver a su hijo dar un mordisco a media tostada de una mordida-. ¿Quieren más leche? -Preguntó mirando a Izzy y Maura.
-Jugo -respondió Izzy, mientras que Maura negó con la cabeza.
-Un día de estos te vas a enfermar si sigues tomando leche y jugo al mismo tiempo, Izzy -dijo Elena, pero igualmente le volvió a llenar el vaso de jugo.
Ella besó la mejilla de sus hijos y Maura, despeinando el pelo de Noah.
-Terminen de desayunar porque Aldo estará llegando pronto -avisó Elena, siguiendo a su hermana hasta la puerta.
-¿Me avisas cualquier cosa?
-No te preocupes, es mi día libre y todo estará bien. Pero sí, te avisaré, así que relájate y disfruta tu desayuno con...
Ella suspiró.
-Constance.
-¡¿QUÉ!?
-Es solo desayuno.
-No puedes decir "Es solo desayuno" cuando se trata de Constance Isles, Ella. No puedes soltar esa bomba sin ninguna explicación.
-La vi ayer en el evento y hablamos brevemente.
Elena la miraba con la boca abierta y un brillo en sus ojos que resultaba desconcertante.
-Ya era hora.
-¿Qué?
-De que hablaran. Tú llámame cualquier cosa.
Ella asintió sin pensar, mirando el reloj en su muñeca.
-Sí, sí. Ya me voy que no quiero llegar tarde.
No podía negar que estaba nerviosa. Muy nerviosa. Y esperaba poder ocultarlo mejor de lo que esperaba. Llegó veinte minutos antes de la hora y cinco minutos después vio a Constance a través del ventanal, caminando por la acera y entrar en el lugar.
-Buenos días -saludó, quitándose el abrigo antes de sentarse.
-Buenos días, Constance -saludó Ella, notando que la mujer parecía sorprendida de verla, aunque lo disimulaba bastante bien.
-Llegaste temprano.
-Hace unos cinco minutos. No quería llegar tarde -admitió-. Y supuse que llegarías unos quince minutos antes. -Constance alzó una ceja-. Eres una mujer de negocios, es de esperar.
Constance abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar cuando un joven se acercó a la mesa y dejó dos tazas de café.
-Ordené café… -dijo, dándose cuenta de que lo había hecho sin pensar. Tal vez por culpa de los nervios, pero fue lo primero que salió de su boca cuando el joven se acercó con el menú.
-Ya veo.
-Lo siento, no tienes que tomarlo. Ni siquiera sé cómo te gusta.
Constance la miró a los ojos y sostuvo la taza con ambas manos, acercándola a sus labios para dar un sorbo. Sus ojos se cerraron automáticamente y sonrió para sus adentros. Hacía meses que no degustaba un café así.
-¿Está bien? -Preguntó Ella con un tono inseguro.
-Lo recuerdas…
-¿Qué?
-Cómo me gusta el café. Sarah, la conoces, ¿verdad? -Ella asintió-. Cuando la reemplazaste te dijo cómo me gustaba el café. Tengo entendido que fue una experiencia… traumatizante para ti.
Ella sonrió porque ya había escuchado varias historias sobre los cafés.
-Pues un día te apareciste con un café ligeramente diferente. No me dijiste qué era y yo tampoco lo cuestioné porque, en efecto, era mucho mejor. Y después de ese día el café siempre fue así. -Tomó otro sorbo-. Lo he extrañado, y al parecer no le dijiste "tu secreto" a nadie más porque ni Sarah ni Rafael sabían qué era lo diferente.
-Es una cucharada de crema de caramelo -dijo y tomó un sorbo de su propio café-. No… Lo pedí automáticamente. Hay cosas que… -Se sacudió de hombros-. Recuerdo cosas, pero no sé que las recuerdo. ¿Tiene eso sentido?
Constance asintió.
-Tal vez el trauma que te causé con el café dejó una huella profunda en tu subconsciente -dijo Constance con un gesto adusto en su rostro.
Ella contuvo una risa involuntaria, cubriendo su boca con la mano. Constance la observó en silencio, tratando de entender qué había causado esa reacción.
-¿Para qué querías que nos encontráramos aquí, Ella?
Ella ladeó la cabeza, recordando el video que había estado viendo horas antes.
-¿Siempre me llamabas Eliana, verdad? -inquirió, evitando responder directamente a la pregunta. Constance asintió en respuesta. -Entonces, ¿por qué ahora me llamas Ella?
-Porque así me lo pediste.
-¿No lo había pedido antes? -Preguntó, frunciendo el ceño en confusión.
La mirada de Constance se mantuvo fija en la taza de café que sostenía entre sus manos. Ella se aclaró la garganta antes de hablar.
-Dijiste que estarías dispuesta a ayudarme, pero si vamos a hacer esto en serio, entonces necesito pedirte algo más.
-¿Qué?
-Honestidad, Constance. No importa cuán cruda o cruel pueda ser. Necesito sinceridad. Estoy en desventaja.
-He sido honesta -dijo en un suspiro-. Sí, la primera vez que te presentaste dijiste que preferías Ella. Todos te llamaban así, pero yo siempre te llamé Eliana. Es… -hizo una pausa al darse cuenta de que nunca había admitido aquello en voz alta, ni siquiera se lo había admitido a sí misma-. Siempre me pareció que Eliana era más elegante y ahora, de cierto modo, te estoy conociendo otra vez. Ya no eres mi asistente, Ella. Quiero respetar tus deseos y… -Miró hacia el ventanal, evitando encontrarse con aquellos ojos azules-, Ella también es agradable y complementa tu personalidad.
-Entonces…¿Era solo porque te gustaba mi nombre?
Constance frunció los labios nuevamente.
-Fue más bien por querer contradecirte -admitió con un suspiro y volvió a mirarla-. No soy una persona fácil de tratar y como jefa no tenía corazón y no mostraba compasión.
-Hay cosas que quiero saber y que solo tú podrías contestarme.
-¿Cómo qué? - preguntó Constance
-Como el por qué renuncié -dijo con una mirada decidida.
-Ella… -Apretó la mandíbula-. Hay respuestas que incluso yo no tengo. Cosas que solo tú sabías el por qué. Te puedo decir por qué creo yo que renunciaste basado en lo que dijiste, pero al final del día solo tú sabes -sabías- la verdadera razón. Yo solo puedo ofrecerte mi punto de vista.
-Quiero saber qué fue lo último que hablamos antes del accidente.
Constance colocó ambas manos sobre su regazo y respiró profundamente. ¿Cuántas veces se había repetido esa conversación en su cabeza a lo largo de los meses?
-Ella, hay cosas que es mejor no recordar.
Ella soltó una risa sarcástica y Constance abrió los ojos, sorprendida por aquel sonido.
-Por favor no me digas qué es mejor o no recordar. No a mí.
-Todo empezó por una reservación… creo, eso y que te había pedido que buscaras a Maura al aeropuerto -dijo en voz baja, cerrando los ojos como si estuviera recordando aquel momento-. Te había preguntado si habías hecho una reservación en Le Bernardin.
-¿Por qué me enojaría algo así? Adoro a Maura -preguntó Ella después de que Constance guardara silencio por varios segundos.
-No era Maura lo que te enojaba, era Arthur… y yo. Mi actitud. Tú solo… -Las palabras se atascaron y Constance miró hacia el techo cuando sintió el ardor en sus ojos-. Tú solo querías protegerme y yo te traté como una asistente.
-Lo era -dijo Ella sin comprender.
-No, Ella. Eras mucho más que eso -admitió en un susurró, mirándola a los ojos.
-Los videos y las fotos…
-¿Qué? -Preguntó Constance al escuchar aquellas palabras susurradas.
-Tengo fotos… según las fechas salíamos los domingos con los niños y luego hay fotos y más videos de varios días; no solo los domingos. Durante meses antes del accidente. Éramos amigas, ¿verdad? -Preguntó con un tono tan inseguro y temeroso que todo el ser de Constance se retorció de remordimiento.
-Sí, lo éramos -finalmente admitió, y una lágrima recorrió su mejilla. Constance se secó rápidamente la mejilla. Estaban en un lugar demasiado público..
-No entiendo. No entiendo nada. Constance, por favor. ¿De qué quería protegerte?
-De Arthur. Ella, de verdad hay cosas que… -Se calló ante la mirada de la mujer-. Él me maltrataba -dijo en voz baja e ignoró la expresión de desconcierto de Ella, y prosiguió-. Tú y yo teníamos un acuerdo, por así decirlo. Los días marcados en verde en mi calendario eran los días que Arthur estaba en casa. Te pedí que ajustaras mi horario para que me quedara más tarde en la oficina en esos días. Ese día fue el último en el que viste un moretón en mi cuerpo. Creo que pensaste, por un tiempo, que ya no me golpeaba; al principio me golpeaba en la cara, y así fue cómo te diste cuenta, pero luego aprendió a golpear en lugares donde no se podría ver -ahogó una risa seca-. Ese día fue el primero en que Maura y yo nos quedamos a dormir en tu apartamento. Me lo pediste porque sabías que era un día marcado en verde.
-Sigue -pidió Ella entre dientes.
Constance tomó un sorbo de lo que le quedaba de café e hizo una mueca al darse cuenta de que ya estaba frío.
-Presiento que por eso te enfadaste tanto ese día que renunciaste. Todo eso y luego esa reservación... estabas furiosa. Y yo no me atreví a admitir que éramos más que jefa y asistente. En aquel momento no lo llegué a comprender, pero he pasado meses repitiendo ese día en mi cabeza, Ella. Admito que si estuviera en tu lugar, habría dicho muchas cosas más.
-¿Te falté el respeto?
Constance se sorprendió ante la pregunta. Esperaba cualquier cosa menos aquello.
-No.
-¿Y no hice más? ¿Para protegerte, ayudarte?
-Ella… quiero que entiendas algo. Sé que no recuerdas cómo soy ni los detalles, pero soy muy…
-¿Testaruda?
Constance la miró boquiabierta y luego asintió con una ligera sonrisa.
-Nadie más sabe sobre el maltrato, aparte de Aldo, y quiero que siga siendo así… por Maura. No quiero que algún día se llegue a enterar que su padre fue un abusador.
-No le diré a nadie, Constance. No tengo memoria, pero estoy segura de que tampoco lo hice antes.
-La única razón por la cual te he dicho esto es porque me pediste honestidad. De no ser así no lo hubiera hecho, Ella. Sigo pensando que hay cosas que es mejor no recordar. Tu pérdida de memoria se puede tomar como un regalo o una maldición.
-No funciona de esa forma. No cuando tengo recuerdos de esos años por dondequiera. Tengo videos tuyos, Constance. Videos en los que hablamos, bromeamos y me pones los ojos en blanco. ¿Tienes idea de lo difícil que es ver algo así y no tener idea de quién eres realmente? Esto -hizo un gesto con una mano señalándose a sí misma- pudo haber sido un regalo de no haber tenido todos esos recuerdos a mano.
-Aún tienes tiempo para dar un paso atrás con esto -dijo e hizo un gesto entre las dos.
Ella sonrió y desvió la mirada hacia el ventanal.
-Me temo que es demasiado tarde. Te dije en el museo que todos estos meses en los que me has evitado han despertado una gran curiosidad en mí. -La miró a los ojos y mantuvo la mirada-. He seguido tu carrera; cómo dejaste Ciao, cómo emprendiste en el mundo del arte. En tan solo unos meses, has logrado hacerte un nombre en ese mundo. Es impresionante, Constance. A mi padre le llevó años. ¿Sabes qué? No me importa cómo eras antes, cómo eras como mi jefa, ni si me traumatizaste con el café o cualquier otra cosa. Quería y quiero conocer a esta mujer -hizo un gesto con ambas manos, señalándola, y Constance sintió que todo su cuerpo se estremecía-. No sé si se deba a algún presentimiento o a algo como el recordar cómo te gusta el café. Han pasado diez meses y mi memoria no vuelve, Constance.
-Pero los médicos—
-No. A estas alturas, los médicos saben tanto como tú y yo. A veces lo pienso y no quiero recordar, en realidad no. Todo depende del día, supongo. Pero con diez meses ya me he acostumbrado bastante bien. Y estás aquí, hablándome, finalmente.
-Ella…
-¿Por qué dejaste de visitarme al hospital cuando desperté?
-Miedo -respondió casi al instante en un susurro suave y casi inaudible. Se sorprendió de lo fácil que salió de sus labios aquella admisión; le había tomado meses reconocer aquella emoción y luego otros tantos el poder admitírselo a sí misma.
-¿Miedo?
Constance se mordió el labio inferior cuando se percató que le temblaba. No volvería a llorar en aquel lugar.
-Cuando tu hermana me dijo que no recordabas los últimos tres años de tu vida, que no me recordabas, pensé que era mejor así… que no me recordaras. Pero Maura… no podía desaparecerte de la vida de mi hija también porque te quiere, Ella. Y aunque no la recordaras, ella lo supo aceptar -tragó en seco cuando se le quebró la voz-, lo pudo aceptar mucho mejor que yo.
-¿A qué le temías?
-A mirarte a los ojos y confirmar que, como tan elocuentemente dijiste, no vieras más que a una extraña. Ahora no somos más que eso, Ella, dos extrañas.
-Estoy en desacuerdo; ya no somos dos extrañas, Constance. Preferiste vivir con mi recuerdo todos estos meses -dijo y Constance se sorprendió al no detectar despecho en aquellas palabras sino dolor-. No sé cómo sentirme al saber que prefieres esa versión de mí -admitió en voz baja con una expresión que descongeló en un milisegundo el famoso corazón de hielo de Constance.
-¡No, no! -Se apresuró a decir y ambas se sorprendieron cuando el cuerpo de Constance se movió rápidamente y cubrió una de las manos de Ella con la suya, sobre la mesa que las separaba-. Esa versión es la que conozco, y, en realidad, sigues siendo tú. Tan insoportablemente tú que a veces olvido que perdiste la memoria. No prefiero esa versión de ti, Ella. Ni tampoco esta porque eres tú y simplemente tú. Eliana, Ella, lo que sea. Sigues disculpándote innecesariamente, no estás supuesta a conocerme y aun así me sigues leyendo como a un libro abierto. Me haces sentir expuesta y vulnerable. Me haces vulnerable y aras de la honestidad: lo detestaba. Detestaba que me conocieras tan bien, que era de esperar de una asistente, pero ninguna asistente que he tenido ha logrado ver más allá de las murallas que tan cuidadosamente construí. Y tú -Apretó inconscientemente la mano de Ella-, llegaste con tus sonrisas y le diste una patada a esas paredes como si fueran de papel, y lo odiaba. Odiaba que se te diera tan fácil verme.
Ella sintió que la boca se le secaba y, por primera vez, mirando aquellos ojos verdes llenos de una desesperación incomprensible, se preguntó si hubo algo más que amistad entre las dos o al menos de su parte. Ella tragó en seco y con ello se aguardó sus dudas. Había hecho muchas preguntas y cuestionar algo como aquello podría romper lo poco que han construido.
-Tú, siendo vulnerable y compartiendo conmigo cómo te sientes realmente, cómo te sentiste antes, eso… -Ella miró sus manos y alzó la barbilla con una expresión decidida-. Eso es lo que deseo, Constance… y es el mayor honor que me podrías otorgar.
Constance soltó su mano, echándose hacia atrás cuando notó que el joven camarero se dirigía a la mesa. Ella cerró la mano en un puño, extrañando la calidez que Constance había ofrecido por aquel instante.
-Los niños ya están durmiendo. Me tengo que ir a dormir porque tengo que presentarme temprano para una cirugía. ¿Todo fue bien con Constance?
Ella asintió ausentemente con la mirada pérdida en la pantalla del televisor.
-¿Ella?
-¿Hmm?
-¿En qué mundo te has quedado? ¿Háblame?
Ella la miró a los ojos y separó los labios y los volvió a cerrar, pensativa.
-Te preguntaré algo y quiero que seas honesta.
-Me estás asustando.
-Elena.
-Está bien, pregunta.
-¿Estuve enamorada de Constance?
Elena se ahogó con el aire y tosió cubriéndose la boca para no hacer demasiado ruido y despertar a los niños.
-Pero qué…
-Dime la verdad.
-Ella… -suspiró y se pasó una mano por el cabello-. Que yo sepa… digo, nunca dijiste nada sobre eso. Estabas soltera, no tenías ningún interés amoroso. Estaba Jess, pero ya sabes que se confesó y tú le dejaste muy claro que solo estabas interesada en una amistad. ¿Por qué me estás preguntando esto?
-No me has respondido. Si no te dije, entonces, ¿qué parecía?
-No puedo responderte algo así, hermana. No sé qué pasaba por tu cabecita. Te conozco, pero no voy a suponer algo así de delicado.
Elena se sentó al lado de su hermana en el sofá y pasó un brazo por encima de su hombro, estrechándola a ella.
-Solo te puedo decir que, en esos últimos meses, cuando salían con los niños y cuando Constance comenzó a quedarse más aquí o tú en su casa 'por los niños' sonreías como nunca antes te había visto sonreír. Constance también -soltó una carcajada- ya viste cómo le tienen miedo en Ciao, incluso el mismo Rafael y es una de las personas más cercana a ella.
-Tú no le tienes miedo.
-Al principio sí. Constance puede poner a cualquiera en su lugar con una simple mirada. Pero la vi en sus peores momentos; con la muerte de su esposo, contigo en coma y durante todos estos meses. Me atrevería a decir que soy su amiga, aunque a veces quiere seguir haciéndose la difícil -le hizo un guiño y ambas rieron-. En resumen, hermanita, no puedo contestar tu pregunta porque solo tú sabías. Nunca me dijiste algo sobre tus sentimientos -explícitamente- sobre Constance, aparte de que te volvía loca y te pedía cosas imposibles, pero eso fue al principio.
-Ya veo.
-¿Qué te hizo pensar semejante cosa?
-¿Una corazonada?
Elena suspiró y se incorporó para deslizarse del sofá y quedar de cuclillas enfrente de su hermana, extendiendo una mano para tomar su mentón y hacer que la mirara a los ojos.
-Aceptó ayudarte, ¿cierto? -Ella asintió-. Entonces deja que las cosas marchen por sí solas. Si sentías algo más que amistad por Constance, entonces estoy segura de que ese sentimiento no se desvanecerá, aunque tu memoria lo haya hecho. ¿Le preguntaste?
-No me atreví. Temo que de hacerlo podría ahuyentarla. Aunque lo hubiera estado, intento ponerme en mis propios zapatos y sé que no lo hubiera dicho, no a mi propia jefa supuestamente heterosexual y casada. Solo estoy feliz de que haya aceptado ayudarme con este vacío.
Elena besó la mejilla de su hermana, abrazándola brevemente antes de ponerse de pie.
-Son como el agua y el aceite, pero se hacen bien, aunque las dos son muy testarudas. No solo Constance, eh.
-Claro, claro.
-No vayas a dormir muy tarde ¿sí?
-Ya no tengo cinco años -refunfuñó.
-No me importa. Sigues siendo mi hermanita. Llámame cualquier cosa, si no contesto es que…
-… Estás en una cirugía, sí, sí. Buenas noches.
Elena sonrió de oreja a oreja e hizo un gesto con la mano, despidiéndose.
