Destino sobre hielo
Un nuevo amanecer pintaba de luz el centro cultural de Rusia.
Atrás había quedado la temporada más fría del año, siendo reemplazada por la calidez y el color de la primavera. El cielo completamente despejado daba un aire de renovación, permitiendo que la arquitectura volviera a deslumbrar majestuosa bajo la contemplativa mirada de sus habitantes.
Era una mañana común y corriente para la gran mayoría, pero para Mikasa adquirió un tinte especial ya que estaba a punto de volver a su tan amada nación luego de mucho tiempo.
El día anterior completó su último entrenamiento antes de dar a conocer su decisión. Por supuesto, esta tomó totalmente desprevenidos a sus compañeros y entrenadores, quienes demostraron su desconcierto y le preguntaron qué la llevó a querer abandonar la escuela que con tanto cariño la acogió y fue testigo del despegue de su carrera. Era entendible dado lo repentino de la situación, pero ella simplemente afirmó que había llegado la hora de regresar a donde inició todo y continuar allá con su proceso de profesionalización.
Algunos lograron comprender sus razones, otros no del todo, pero independientemente de ello le desearon suerte, en especial Nile, quien expresó su gratitud y satisfacción por haber podido trabajar con ella durante esos tres largos años.
—Espero que te vaya muy bien, y recuerda: si en algún momento deseas volver, esta escuela te recibirá con los brazos abiertos.
Luego de aquella despedida (que resultó más conmovedora de lo que imaginó), regresó al complejo residencial, empacó sus pertenencias, disfrutó de la última vista a esa bella ciudad...
Y ahí se encontraba ahora, en el aeropuerto esperando su vuelo mientras se despedía de algunos chicos que, humildemente y tras haber pedido permiso a sus entrenadores, decidieron ir a darle el último adiós.
—Te voy a extrañar mucho —le digo Annie tras estrecharla en un fuerte abrazo—. Va a ser difícil no verte por aquí. Ya me había acostumbrado a nuestras charlas conspirativas y las salidas en nuestros ratos libres.
—Lo sé, pero prometo mantenerme en contacto.
—Más vale que sea así —sonrió y se agachó hacia la jaula que reposaba en uno de los asientos de la sala de espera—. A ti también te voy a echar de menos, Mayu. Jamás imaginé que me iba a encariñar tanto de un animal, pero es que eres tan adorable que no pude evitarlo —un ronroneo escuchó de regreso y vio cómo sacaba una de sus patas por uno de los agujeros de la puerta. Soltó una risita—. Adiós, pequeña amiga gatuna —estrechó su patita delicadamente—. Cuida muy bien de tu dueña.
Reiner y Bertholdt, quienes llegaron a apreciar mucho a la azabache como deportista y como persona, también se despidieron, expresando sus mejores deseos en esa nueva etapa de regreso a Japón. Floch también estuvo ahí, y aunque apareció de sorpresa cuando Annie y los dos muchachos arribaron a la terminal aérea, Mikasa lo dejó estar, solo porque ya no estaba tan insoportable como antes.
—Ay, Mika Mikasa. ¿De verdad te vas a ir? ¿Qué va a ser de mí ahora que no va a estar mi musa?
—Cada día sales con algo nuevo —negó levemente y sonrió ante su ocurrencia—. Solo sigue entrenando, ¿sí? Y no molestes más a las otras chicas, por favor.
—Está bien, pero no podré hacer nada si caen solitas ante mis pies.
—Por Dios, que alguien le baje dos rayas a su ego —musitó Annie, haciendo que la azabache riera.
—¿Ego? No, no, no. Solo estoy siendo sincero ante los obvios efectos de mi belleza natural.
—Sí, sí. Como digas.
—Adiós para ti también, bola de pelos —se acercó a la jaula—. Aunque es la primera vez que te conozco, sé que eres muy importante para Mika, así que...
Acercó la mano a la jaula, pero al intentar acariciarla, Mayu retrocedió y tomó una posición defensiva, gruñendo y casi arañándolo mientras expresaba su molestia.
—Oh —retrocedió sin dejar de mirarla—. Ya me quedó claro que no le agrado.
—Como a casi toda la población del sexo femenino —comentó Reiner y todos estallaron en carcajadas.
Poco después, se anunció el vuelo de Mikasa a través del megáfono. Ella tomó la jaula y su equipaje, se despidió por última vez y, con un sentimiento un tanto melancólico, se dirigió a la zona de embarque. Dejó a su mascota y maletas de acuerdo al protocolo, subió al avión y, luego de quince minutos, despegó, abandonando el suelo hasta finalmente verse surcando el cielo azul.
Mientras miraba a través de la ventana el paisaje bajo sus pies, soltó un largo suspiro. Sí que se le hizo un poco duro dejar San Petersburgo luego de tantas cosas que había vivido allí. Conoció a personas increíbles, forjó lazos especiales y aprendió mucho, pero como se lo había mencionado a Annie, tenía un motivo muy fuerte que no podía dejar pasar por más tiempo, por lo que su mente empezó a trabajar en el próximo plan que llevaría a cabo una vez retome su vida en Japón.
"Seguro no va a ser fácil, pero no descansaré hasta conseguirlo".
Entre tanto pensamiento, y acompañada de suave y relajante música que se reproducía a través de sus audífonos, se dejó llevar por un par de horas hasta quedarse dormida. Despertó cuando el copiloto informó que habían entrado a espacio aéreo japonés, y de ahí no pasó mucho hasta sentir el lento descenso que llevó a la tripulación a aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Kioto.
Junto a los demás pasajeros, salió a retirar su equipaje, esperó por algunos minutos a que le entregaran a Mayu y, tras comprobar que se encontraba bien, abandonó esa zona de la terminal aérea para dirigirse a la salida, no sin antes ser sorprendida, a pocos metros, por sus padres, su tía y su buen amigo Armin, quienes la recibieron muy felices y emocionados por su regreso a casa.
—Princesa —Elías la envolvió en un cálido abrazo y le dio un beso en la frente—. Qué bueno es tenerte de vuelta.
—Estuvimos esperando mucho por este momento —dijo Azumi, con sus ojos llenándose de lágrimas al ver en ella un aire más maduro—. Estás preciosa. Más que nunca —le acarició la mejilla.
—Ay —su corazón se inundó de alegría, una que no había experimentado en años—. Ahora que los tengo aquí, me doy cuenta de que los extrañé mucho.
Nuevamente saltó a darles un abrazo al igual que Kiyomi, y luego volteó hacia Armin, quien tenía los brazos extendidos y una enorme sonrisa adornando su rostro.
—Bienvenida, Mika.
Sin pensarlo dos veces, se dejó envolver por su dulce gesto. En general, resultó bastante emotivo aquel encuentro que le transmitió esa sensación única de hogar en medio del ajetreo incesante, característico del aeropuerto. Luego de algunos minutos, salieron del lugar y, en el auto de Kiyomi, se dirigieron a su departamento, el cual había sido muy bien custodiado por los señores Ackerman durante su largo período de ausencia.
Al entrar, el aroma particular y nostálgico que tanto recordaba inundó sus fosas nasales, y de inmediato bajó la jaula que traía en sus manos para luego abrir la puerta de la misma.
—Estamos en casa, mi pequeña Mayu.
La gatita salió lentamente de su escondite y comenzó a olfatear la estancia. Fue un tanto gracioso verla en su proceso de redescubrimiento, pero no pasó mucho para que volviera a acostumbrarse, corriendo a su habitación de juegos para volver con un ratón de juguete entre sus colmillos que luego soltó cerca de sus pies.
Esa imagen resultó tan adorable para todos los que se encontraban allí que Mikasa no demoró en hacerle jugar. Mientras estaba en ello, y luego de que Elías dejara su equipaje en su habitación, respondió las tantas preguntas que le hicieron sobre su vida en Rusia, esta vez, describiendo cada detalle que había omitido durante las breves y ocasionales conversaciones que mantuvieron por teléfono.
Entre tanta charla, pronto el reloj marcó las ocho de la noche y comenzó a sentir los estragos del cansancio recorrerla de pies a cabeza. Azumi le preparó algo de comer y después se retiró a descansar, cambiándose rápidamente de ropa antes de desplomarse en la cama.
—Qué largo día —susurró y volteó a ver hacia la pared que tenía colgadas algunas medallas, deteniendo su vista específicamente en una—, pero por lo menos ya estoy aquí.
Se levantó nuevamente para apagar las luces y se volvió a acostar, acurrucándose entre las cobijas y divagando sobre lo que haría al día siguiente mientras poco a poco el sueño la vencía...
Sin imaginarse que un plan estaba próximo a tocar su puerta.
Despertó temprano en la mañana de buen ánimo y desayunó una especie de festín junto a sus padres. Una vez terminaron, estos salieron rumbo a su trabajo, y ella aprovechó el tiempo a solas para sacar todas las cosas que aún se encontraban en su maleta. Empezó con un par de recuerdos, luego tomó una foto enmarcada del penúltimo campeonato mundial donde estaba junto a Annie y Sasha compartiendo el podio y la dejó en la mesita de noche, guardó su ropa en el armario (junto a otras prendas adicionales que compró) y colgó sus medallas junto a las demás.
Cuando tuvo todo arreglado, se tiró un rato a la cama para mandarle un mensaje a Sasha, anunciándole sobre su llegada a Japón, pero ni bien terminó con ello, escuchó el timbre de la puerta resonar fuerte en la estancia.
Un poco extrañada, se levantó y fue a atender, encontrándose nuevamente con Armin quien la saludó antes de vislumbrar a más personas detrás suyo.
No tardó mucho en reconocer de quiénes se trataba.
—¿Chicos?
—¡Bienvenida de vuelta! —gritaron todos al unísono, cargando algunos globos y liberando una explosión de confeti.
—Por todos los dioses... —tras salir de la sorpresa, soltó una risita y los hizo pasar, con cada uno de ellos dándole un abrazo—. Qué gusto volver a verlos. Se ven increíbles.
—Y tú no te quedas atrás. Ese cabello largo te queda muy bien —dijo Historia.
—Gracias.
—La vida en Rusia te ha sentado de maravilla al parecer —mencionó Mina.
—Se podría decir que sí. Ha sido una experiencia espectacular.
—Queremos saber todos los detalles, pero antes que nada tenemos una invitación para ti —dijo Ymir.
—¿Invitación?
—Sí. Tu regreso a Japón requiere de un festejo adecuado, así que planeamos entre todos hacer una salida como regalo de nuestra parte —dijo Jean.
—Y de paso también celebraríamos tu cumpleaños —agregó Connie.
La azabache rio: —Pero estamos en marzo.
—Eso es lo de menos. Lo que realmente importa es la intención, así que ¿qué dices? —preguntó Marco.
Miró a cada uno, notando cómo brillaba la expectativa en sus ojos. Bueno, no podía negarse luego de su tan especial recibimiento, además de que sería muy divertido revivir los gratos momentos vividos hace mucho tiempo.
—De acuerdo. Me parece un buen plan. Solo denme cinco minutos para alistarme.
Regresó a su habitación, se cambió de ropa, guardó su celular y billetera en un bolso y volvió a la sala para luego, junto a los demás, abandonar el departamento. Se dejó guiar por ellos mientras conversaban no solo sobre su estadía en San Petersburgo, sino también de lo que hicieron durante ese lapso que no se vieron y cómo había progresado tanto en el patinaje como en otras cuestiones, sorprendiéndose con algunas revelaciones que sencillamente no vio venir, pero que la alegraron mucho.
—¿Entonces abriste tu propia tienda deportiva, Marco?
—Así es. Era un sueño que tenía desde hace algunos años, y al fin pude cumplirlo.
—Es genial escuchar eso, pero ¿no te genera algún conflicto con los entrenamientos?
—No del todo. Recibo la ayuda de mis padres, así que eso me permite continuar con mi más grande pasión como lo es el patinaje.
Todo lo que restó de la mañana y la tarde completa se dedicaron a pasear por distintos lugares que le generaron un sentimiento de añoranza a la ojigris. Inclusive fueron al karaoke y probaron la realidad virtual, riéndose a carcajadas con las ocurrencias de Connie y Jean y tomándose fotos grupales que inmortalizarían esos momentos en inolvidables recuerdos.
Fue realmente un paseo bastante entretenido, tanto que no sintieron las horas pasar. Mikasa volvió a su departamento pasadas las nueve de la noche luego de que sus amigos le compraran un pastel y le cantaran el "Feliz cumpleaños atrasado" entre cantos desafinados. Les contó un poco sobre su día a sus padres con mucho entusiasmo, y una hora después se despidió de ellos para retirarse a su habitación a descansar, no sin antes expresarle a Mayu cuán feliz y afortunada se sentía al estar rodeada de personas tan maravillosas.
"Solo falta una cosa para que mi felicidad esté completa".
Durmió plácidamente y permaneció en la cama hasta tarde luego de despertar. Su mente divagó en una serie de cosas durante toda la mañana, y ya cuando dieron las tres de la tarde, una idea particular se abrió paso entre sus pensamientos.
"Creo que sería interesante ir a ver si ha cambiado en este tiempo que no estuve".
Tras decidirse, se vistió con ropa deportiva y se amarró el cabello en una cola alta, pero justo después de terminar con ello, escuchó una notificación proveniente de su celular.
Lo tomó de la mesita de noche y revisó.
Annie L.
Apenas han pasado dos días y ya te olvidaste de mí.
"La decepción, la traición amigo".jpg
Rio ante aquel mensaje y contestó enseguida.
Lo siento, pero he pasado ocupada con la mega bienvenida que me hicieron.
A: Me alegra saber que llegaste bien. Acá ya empezó a notarse tu ausencia,
pero me reconforta que estés feliz en tu nación. Porque es así, ¿no?
M: Absolutamente.
A: Genial. Bueno, debo volver a los entrenamientos, pero espero darme
un tiempo para visitarte.
M: ¡Me encanta la idea! Ojalá eso sea pronto.
Intercambiaron un par de mensajes más y dieron por terminada su corta charla. Mikasa tomó una maleta pequeña, guardó sus patines al igual que sus otras pertenencias y abandonó el departamento rumbo a la Academia de Hielo de Kioto.
Su camino fue tranquilo bajo la suave brisa que meneaba levemente las copas de los árboles de cerezo ya florecidos, pero como sucedió el día anterior, hubo algunas personas que la reconocieron y no dudó en saludarlas, sabiendo que ya no era un secreto para nadie su regreso al País del Sol Naciente.
Cuando llegó a su destino, se detuvo unos segundos a observar la infraestructura que tantos recuerdos le trajo, pero antes de continuar divisó a dos personas saliendo del lugar con sus respectivas maletas deportivas mientras charlaban, las mismas que, al verla, aminoraron el paso y mostraron la más auténtica de las sorpresas.
Y ella no se quedó atrás.
—¡Señorita Mikasa! —exclamaron al unísono.
—¡Hola! ¡Falco, Gabi! —fue a su encuentro—. Qué alegría volver a verlos. Han crecido mucho.
—A nosotros también nos alegra verla —dijo Falco.
—¿Cómo le ha ido? Cuando nos comentaron que volvería a Japón, sinceramente no lo creímos.
—Lo imagino, pero ya me ven aquí.
—¿Qué tal estuvo la estadía en Rusia?
—En resumidas cuentas: extraordinaria. Entrené con otros grandes patinadores y me llené de conocimientos, tanto del patinaje como de la cultura en sí.
—Qué maravilla, pero lo tiene bien merecido. Ha trabajado mucho para llegar a lo más alto.
—Gracias, Falco. De verdad —sonrió—. ¿Y ustedes? Por lo que veo, no han dejado de patinar.
—En efecto. Ahorita como estamos de vacaciones de la escuela aprovechamos el tiempo para entrenar más y así, en un futuro cercano, convertirnos en campeones como usted —dijo Gabi.
—Aww. Es lindo saber que los inspiro a dar lo mejor de ustedes.
—A nosotros y a muchos más.
—Basta. Van a hacer que me apene —soltó una risita, pero luego reparó en un detalle—. Por cierto, ¿dónde están Udo y Zofía?
—Tuvieron que mudarse a otras prefecturas. Él se fue a Fukuoka y ella a Tokio, pero eso no les ha impedido seguir entrenando —mencionó Falco.
—Ya veo. Bueno, no les voy a quitar más tiempo. Ha sido muy grato conversar con ustedes —comenzó a caminar.
—¿A dónde va? —preguntó Gabi.
—Voy a recordar los viejos tiempos —señaló la maleta que colgaba de su hombro y de la que no se habían percatado para luego seguir su camino.
Los muchachos se despidieron alegres, pero casi de inmediato la castaña recordó un aspecto que se le había pasado por alto con lo repentino del encuentro.
—Oh, cierto. Señorita Mikasa… —dijo ella, pero la aludida ya había desaparecido tras la puerta—. Hum…
—¿Qué sucede? —preguntó el rubio a su lado.
—¿Crees que sería buena idea decírselo? —hizo una seña en dirección a la academia.
Falco miró a donde había señalado, meditó unos segundos y, al comprender de lo que hablaba, sonrió.
—Déjalo así. Es mejor que ella lo vea por sí misma.
Dicho esto, ambos retomaron su andar rumbo a sus casas, no sin antes rememorar una cuestión que, muy pronto, generaría grandes sorpresas.
Por otro lado, Mikasa, después de saludar a los encargados (que se sorprendieron mucho al verla), se dirigió a paso lento hacia la pista A mientras hablaba consigo misma, debatiendo sobre un par de temas en específico.
—¿Qué será de los entrenadores Hange y Erwin? No los he visto en años, así que sería un buen plan ir a verlos y darles una sorpresa —musitó y asintió—. Pero primero voy a patinar un poco. Quizá eso me ayude a aclarar las ideas sobre cuándo voy a ir a…
Su monólogo fue interrumpido cuando, casi por terminar de recorrer todo el pasillo, escuchó el impacto de las cuchillas de patines contra el hielo. Por la cercanía del sonido, intuyó que provenía del mismo lugar al que se estaba dirigiendo, por lo que siguió caminando hasta llegar finalmente a la pista...
Pero algo en particular, o más bien dicho, una figura que conocía demasiado bien, se abrió paso ante sus ojos, dejándola en completo estado de shock.
Ajeno a lo que sucedía a su alrededor, cierto azabache realizaba algunos movimientos sobre el manto escarchado de aquel lugar que tantos recuerdos trajo a su mente, todos ellos inolvidables. Había llegado hace poco con el fin de poner en orden su cabeza mientras patinaba, pero decidió detenerse un rato, de espaldas a la entrada, para ajustarse mejor los guantes que traía.
Masculló un par de palabras mientras seguía en su labor, pero no tardó en percibir la singular sensación de ser observado, por lo que lentamente volteó a ver hasta dar con unos orbes grises que no había visto en un largo período que se le antojó eterno.
Fue entonces que el tiempo se detuvo.
Ambos, sin despegar la vista del otro, se quedaron congelados en su sitio mientras trataban de asimilar la situación. Mikasa, con el corazón latiéndole desbocado, no nada crédito a lo que estaba viendo, y es que no era para menos ya que parecía como si se hubiese materializado su último pensamiento gracias al poder y la misericordia divina que, finalmente, los dioses le estaban mostrando tras un largo tiempo lleno de incertidumbre y, sobre todo, añoranza.
Parpadeó un par de veces para comprobar que de verdad no era un cruel producto de su imaginación, pero cuando vio que él, con su rostro igual de perplejo, se movió en su dirección, se recuperó del shock, dejó tirada su maleta y corrió hacia la entrada de la pista. No tenía puestos los patines, pero ello no fue impedimento para que, tomando impulso, se adentrara en el hielo y se deslizara hacia él con todas las fuerzas posibles hasta lanzarse a sus brazos, haciendo que perdiera el equilibrio y ambos cayeran al suelo.
Aquel leve impacto provocó que Levi reaccionara y sintiera la fuerza con la que estaba siendo estrechado, correspondiendo con la misma intensidad mientras acariciaba su cabeza en un movimiento lento y cariñoso.
Solo teniéndola así de cerca se dio cuenta de lo mucho que la había extrañado.
—No puedo creerlo... —musitó la azabache con un hilo de voz para luego separarse y mirarlo—. ¿L-Levi?
—Hola, Mikasa —respondió en un susurro, intentando una sonrisa.
La mención de su nombre fue como dulce miel para sus oídos, haciendo que le fuera más difícil contener el mar de emociones que la estaba invadiendo en ese instante.
—Idiota —su voz tembló un poco y le dio dos golpes suaves en el pecho. Estaba feliz, de eso no cabía la menor duda, pero también tenía demasiadas preguntas, las mismas que habían resurgido y que requerían de una respuesta real—. ¿Por qué te fuiste? Pasé un momento muy duro cuando no te tuve más a mi lado. Fue horrible, como si me hubieran quitado la otra parte de mi vida —se alejó un poco y dejó que se sentara.
—Mikasa...
—Me enojé mucho, y pensé que lo mejor sería dejarte atrás —continuó—, pero luego... luego me dije que no, que no era una opción y menos cuando no dejaba de pensar en ti ni por un solo instante, así que...
—¿Así que?
—Planee ir a buscarte a Francia.
El ojiazul se sorprendió al escuchar aquello.
—¿Ibas a hacer eso?
Asintió con firmeza.
—Aunque no estaba muy segura de si seguirías allá. No había escuchado noticias tuyas, y eso me hizo pensar muchas cosas, pero aun así estaba decidida a intentarlo y no conformarme hasta oírlo todo de ti porque sé... que no estabas siendo honesto en aquella carta que me dejaste.
Levi se quedó en silencio mientras asimilaba cada palabra que le había dicho. Sí, ella tenía razón y era natural que quisiera una explicación válida a eso que seguramente la persiguió sin descanso y la llevó a creer en cuestiones erradas que no tenían nada que ver.
Había llegado el momento de decir la verdad. No más mentiras, no más huidas.
—Mi partida no fue más que el producto de una decisión precipitada —mencionó al fin—. Antes de conocerte, yo... atravesé por un momento muy complicado. Personas cercanas me traicionaron y eso hizo que se creara una fortaleza alrededor de mis emociones, un mecanismo de defensa para evitar alguna experiencia similar —desvió un poco la vista y suspiró—. Creí que esa era la mejor forma de protegerme y estaba dispuesto a lidiar con ello por siempre, pero entonces apareciste tú, atravesando todas mis barreras como un huracán y recordándome que podía volver a sentir algo por alguien otra vez —tomó entre sus dedos el dije del collar que le había regalado—. Fue como volver a nacer, pero luego tuve miedo, miedo de esos sentimientos tan fuertes y de lo que pudiera suceder si me dejaba llevar por ellos, siendo eso lo que me empujó a escapar y a alejarme tan abruptamente de ti. Pensé que así las cosas cambiarían y serían mejores para mí, que el tiempo iba a ayudarme a olvidarte, pero no sucedió. De hecho, cada día fui más consciente de la falta que me hacías, y aun cuando decidí alejarme de la vida pública para evitar algún encuentro contigo, eso solo me llevó a darme cuenta de que lo que hice fue un error, por lo que...
Su explicación quedó a medias cuando, de un momento a otro, Mikasa lo tomó del rostro y los calló con un suave y tierno beso, dejándolo atónito y con una sensación cálida recorriéndole el pecho.
—Gracias por tu honestidad —susurró y pegó su frente a la suya—. No necesitas decir nada más, y si bien no sé quiénes se atrevieron a hacerte daño, de una cosa sí estoy segura: no va a volver a suceder, no mientras yo esté contigo porque a pesar de todo... te sigo queriendo. Nunca dejé de hacerlo.
Finalmente pudo decirle eso que tanto guardó en su corazón y que no era nada más que la verdad que latía con fuerza en cada parte de su ser...
Y que le brindó al azabache la más pura de las alegrías.
—Yo también te quiero, Mikasa —acarició su mejilla—. Como no lo puedes imaginar.
No esperó más y volvió a sellar sus labios en un beso, el mismo que fue correspondido de inmediato y que los sumergió en una marea de sensaciones y emociones nuevas. Mikasa se dejó llevar por aquel cálido tacto que la hacía sentir en las nubes, pero a medida que se tornaba más intenso percibió un cosquilleo extraño y agradable desatándose en varios puntos de su cuerpo.
Parecía magia apoderándose de cada uno de sus sentidos. Sin embargo, no pasó mucho cuando Levi se apartó un poco para recuperar el aliento y dejar que ella hiciera lo propio.
—Ven —dijo él una vez se puso de pie, tendiéndole la mano—. Vámonos de aquí.
Ella asintió, todavía embelesada, y de dejó guiar hacia la salida de la pista. Observó distraídamente cómo se colocaba los zapatos, y una vez finalizó, recibió una última y particular sonrisa antes de sentir su mano envolver su muñeca y llevársela a toda prisa rumbo a quién sabe dónde, sin importarle dejar todas sus cosas abandonadas allí.
En lo que menos se imaginó (y sin recordar muy bien cómo) se vio ingresando a una casa. Sintió especial curiosidad por saber dónde estaba, aunque el azabache no le dejó reparar mucho en los detalles ya que, llevado por un inusual entusiasmo, volvió a besarla con delicadeza mientras la conducía lentamente a una habitación y la depositaba suavemente sobre la cama.
Algo dentro de él había despertado, una vorágine incontrolable impulsada por sus más profundos instintos, pero cuando estaba próximo a dejarse llevar, el sonido de un sollozo quedo lo detuvo, haciendo que abriera los ojos y abandonara los labios de Mikasa para observarla mejor.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estas llorando? —preguntó preocupado al ver un par de lágrimas rodar por sus mejillas—. Perdón. No quise asustarte. Es solo que...
—No es eso —negó y escondió su rostro en su pecho—. Es que... todavía no puedo creer que estés aquí. Parece un sueño, uno demasiado bueno para ser verdad, por lo que me da miedo que vuelvas a desaparecer.
—Oh, cariño —llevó su mano a su mentón y la instó a mirarlo—. No te preocupes. No voy a ir a ninguna parte.
—¿Lo prometes?
—Lo juro —tomó su mano y besó su palma—. Porque mi lugar es junto a ti —limpió su rostro que se había empañado con lágrimas de emoción y sonrió—. Ahora, ¿me dejarías amarte como se debe?
La ojigris asintió y lo atrajo nuevamente hacia sí, embriagándose de su boca que se había convertido ya en su nuevo sabor favorito.
Continuaron con su sesión de besos y caricias, explorando cautelosamente al otro hasta liberarse de la ropa que había empezado a estorbar. Levi recorrió cada rincón de su cuerpo con delicadeza y devoción, tratándola como a una muñeca de porcelana y deleitándose con aquellos sonidos tímidos que se escapaban de su boca. Era una imagen perfecta, sublime, tan exótica que no pudo mostrar más que adoración y grabarse cada uno de sus gestos en su memoria hasta finalmente unirse en un solo ser, siendo partícipes de una danza alucinante que los llevó a tocar el mismo cielo.
Fue un momento único y memorable, donde sus corazones latieron sincronizados y se sintieron plenos, felices, pero, sobre todo, completos.
Nada podía ser mejor.
—¿Quieres que te cuente una cosa? —habló Levi mientras acariciaba el cabello suelto de la azabache que descansaba sobre su pecho.
—¿De qué se trata?
—Yo también tenía planeado ir a buscarte a Rusia.
Mikasa, con las sábanas cubriéndola, se incorporó casi de inmediato al escuchar eso y lo miró.
—¿De verdad?
—Sí. Solo estaba de paso en Japón para ayudar a un amigo con un asunto, pero me alegra haberme quedado por más tiempo. Los dioses fueron muy misericordiosos por permitir que nuestros caminos se volvieran a cruzar aquí.
—Tienes razón —sonrió—. Aunque supongo que tu llegada no pasó desapercibida para los periodistas.
—También lo creo, pero eso es lo de menos —se encogió de hombros—. Lo que realmente me importa es vivir cada momento a tu lado a partir de ahora.
—Vaya —soltó una risita—. No sabía que eras capaz de decir algo tan cursi.
—¿Tan gracioso te parece? —alzó una ceja.
—Es que... no es algo muy propio de ti, ¿sabes? —trató de aguantarse la risa.
—Sí que tienes muchas ganas de reír hoy, ¿no? —le lanzó una mirada peligrosa—. Pues bien. Te voy a dar un buen motivo para que lo hagas.
—¿Eh?
En un abrir y cerrar de ojos, Levi la tumbó otra vez sobre la cama y empezó a hacerle cosquillas. Ella se rio estrepitosamente mientras se retorcía, clamando en vano porque se detuviera, pero no fue sino hasta algunos segundos después que se vio libre de sus manos traviesas y se dedicó a recuperar el aliento al tiempo que se perdía en sus hermosos ojos azules que tanto adoraba.
—Tengo una pregunta —dijo de repente.
—Adelante.
—¿Qué vas a hacer ahora que abandonaste Francia? ¿Seguirás como entrenador o... volverás a patinar profesionalmente? —pasó sus manos por sus pectorales en un gesto lento.
—Hum... —deslizó un pulgar sobre sus labios—. ¿Quieres que vuelva?
—Sería interesante de ver, y sí, me gustaría mucho, al igual que a los fanáticos, pero es una cuestión que depende de ti, así que...
—De acuerdo —la interrumpió, sin dejar de mirar su rostro sorprendido—. Lo haré, pero con una condición.
—¿Cuál?
Él sonrió y se acercó para dejarle un suave beso mientras le colocaba un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Que sea contigo como mi pareja.
