Hola, soy Kiki de Aries, el Patriarca del Santuario de la diosa Atenea en este siglo, y voy a contaros cómo dos generaciones de Caballeros Dorados se unieron para hacer frente a la mayor amenaza que ha atacado al Santuario desde la Era del Mito. Pero, como se suele decir, comencemos desde el principio…
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Año 2108, 10 de Enero, Santuario de Atenas, Grecia.
Era una mañana fría de inicios de año, sólo el viento hacía algo de ruido en las doce casas, cuyos habitantes aún descansaban. El Sol ni había salido aún por el horizonte y sólo los guardias estaban despiertos, admirando las estrellas por estar en tiempos de paz… por ahora. El Patriarca se había encerrado en Star Hill por un mal sueño desde hacía una semana, y como era el único con permiso para poder subir hasta aquella cumbre, la incertidumbre concomía a su guardia. Varios de ellos se hacían a la idea de lo que se trataba, y eso significaba que la tranquilidad tenía los días contados.
Entre ellos, la protectora del templo del carnero blanco. Bostezando, Raki de Aries observaba desde la escalinata las luces del recinto de las amazonas con un café cargado en las manos, pasando su vista luego al anfiteatro, donde en un par de horas se harían intensos combates por una de las últimas armaduras de bronce. Y ella se lo iba a perder por ser día de guardia, 24 horas ahí plantada con la armadura puesta sin abandonar el templo para nada… al menos no era la única con esa suerte, se dijo.
Se talló los ojos, aún le quedaban ocho horas pero la parte más dura la había pasado al menos. Sus dos característicos puntos violeta destacaban en su frente, su pelo corto pelirrojo descansaba sobre sus hombros, y sus ojos verdosos brillaban suavemente a la luz de las candelas que iluminaban el tranquilo sendero. Era la mayor en edad de la orden dorada pero la más joven en aspecto, apenas aparentando más de 20 años.
-Gracias, Maestro, por habernos quitado la obligación de las máscaras a las mujeres… -murmuró, sentándose pesadamente- Así no me pierdo las bellas vistas…
Llevaba ahí desde hacía décadas, sólo saliendo para las vacaciones mensuales de cada año y sin mayores peligros que algún que otro viajero que se desorientaba y al que amablemente le indicaba el camino cuando los notaba demasiado cerca del Santuario. De un trago bebió lo que le quedaba del café y se despatarró en las escaleras, estirándose relajada y sintiendo el viento en su rostro. Esos eran los últimos días de calma que tendría en su vida, algo en ella se lo decía… fue entonces que sintió un cosmos bien conocido acercarse hasta allí, así que se incorporó, se colocó bien la capa blanca tras ella y se introdujo en el templo.
-¡Buen día, Cáncer!
Saludó, su voz resonó por los pasillos y reverberó. Al escuchar un suspiro ella se rio, comprobando que, efectivamente, su compañero se aproximaba. Romeo de Cáncer era un hombre delgado pero poderoso, de pelo negro y algo de barba desaliñada, mal genio pero con un corazón que no le cabía en el pecho.
-Sí, lo que tu digas… -murmuró- Hace un frío de cojones, casi no salgo de la cama hoy.
Raki se rio con suavidad y le estrechó la mano amistosamente.
-¿Las mellis te despertaron o qué?
-¡Sí! ¡Están locas, esas dos!
-Son de Géminis, ¿qué te esperabas? ¿Paz y tranquilidad?
-Qué menos de las dos más poderosas, con perdón Raki.
Ella le restó importancia con un gesto.
-Alma y Diana son tal para cual, no sé de qué te sorprendes -la mujer bostezó-. El Maestro dice que son iguales a sus predecesores… sólo que estas no han organizado traiciones ni nada así.
-Aún -Raki miró mal al aludido, que dio un paso atrás-. ¡Era broma, era broma!
-Eso espero, si alguien llega a traicionar al Patriarca yo misma les enviaré al Infierno.
Anduvieron hasta la salida de la Casa de Aries, donde se sentaron.
-Dudo que hayas bajado hasta aquí por los chillidos de ellas dos -comentó Raki al rato-. ¿Qué te turba?
Romeo la miró con cierta diversión, ella siempre iba un paso por delante de todos los demás. Se limitó a rascarse algo la barba, pensativo, no llegando a decir nada hasta un minuto después.
-Estuve en Yomotsu hace poco, mientras el Patriarca estaba fuera, y… -observó al horizonte- Vi a un tipo vestido con una armadura oscura, fue raro… le perseguí por una de las colinas pero cuando estaba en su cumbre había desaparecido.
Raki asintió, nerviosa. Su maestro, Kiki, le contó lo sucedido durante la anterior Guerra Santa, aún habitando el templo de Aries se mantuvo escondido por órdenes de su mentor, Mu, pero supo de todos los eventos. De los Caballeros de Oro muertos y resucitados, de la muerte primero de Atenea y luego de Hades, de la destrucción del Muro de los Lamentos, y de la posterior misión exprés en Asgard. Esta última la conoció ya siendo Patriarca del Santuario gracias a los textos que le entregó Atenea en persona, y ella los aprendió a modo de cuentos. Con los años supo que eran verdaderas, no se extrañó en especial ese día.
Pensaban en ello cuando una explosión de cosmos se dejó sentir proveniente de Star Hill, así que se levantaron de inmediato. Kiki había vuelto y les estaba convocando, esa era la única explicación a lo que había pasado. En pocos instantes trece estelas doradas volaron hasta el templo principal, todos portando sus armaduras y con mirada ansiosa a la espera de saber qué había pasado para que el normalmente tranquilo Patriarca hubiera hecho semejante estallido de energía. Se habían colocado en orden y formando un semi círculo, todos arrodillados y con la mirada al suelo.
Las doncellas del templo fueron y vinieron varias veces, dando toallitas a más de uno para quitarse las legañas y poder ordenar sus pelos con coletas o peines, siendo lo último en ser puesto en su sitio el trono papal. Cuando la última de ellas salió, entró el Patriarca. Embestido con una toga blanca, su cabello marrón claro estaba colocado en una coleta que le caía por el lado derecho, mientras su cuello era decorado por un rosario de cuentas verdes, rojas y azules, traía una caja con pergaminos que dejó a un lado antes de sentarse pesadamente, se veía el cansancio en su cuerpo pero sus ojos brillaban con una alegría que no habían visto desde que había entregado la armadura de plata de Lira un par de años atrás.
-Aries, Leo y Escorpio, levantaos.
Las aludidas así hicieron. Daya de Leo era una mujer de piel bronceada, pelo negro liso y ojos café, era alta y su mirada fiera atemorizaba a cualquiera cuando se lo proponía. Antares de Escorpio era rubia de ojos plateados, de generosas curvas y un carácter… difícil a veces. Raki se sorprendió de la elección de su maestro, sus razones tendría.
-Tenéis la misión de vuestras vidas por delante, y es que, por fin, Atenea volverá a la Tierra para guiarnos una vez más -la emoción contenida de su voz estallaría en cualquier momento-. Mientras vosotras viajáis para traerla hasta aquí, los demás prepararán su llegada -todos asintieron-. Limpiad los templos, adecentad las armaduras y poned orden allá donde lo veáis necesario.
Con un suave gesto indicó a todos que se levantaran, la misión estaba clara. Sólo las tres elegidas para aquella relevante labor se quedaron con él, mientras los demás salieron en absoluto silencio.
-¿Nerviosas?
Eso fue lo primero que preguntó el mayor, según se levantaba. Las tres asintieron, un nudo en el estómago se les había formado desde que sabían a lo que se enfrentaban, pero el mayor se limitó a invitarlas a seguirle. Salieron del salón, y, tras recorrer unos pasillos, llegaron a su despacho personal. Tras abrirles la puerta, Kiki se acercó a un refrigerador. Era una sala amplia, con múltiples estanterías a rebosar de libros, una mesa con una torre de ordenador y varias pantallas, una impresora, y un bote con bolígrafos, lápices, subrayadores de varios colores y un gracioso sello cuyo mango era un carnero.
-Yo también… ¿Whisky?
-Yo prefiero ron, Maestro…
Tras preparar cuatro vasos con hielos, echó el ron a Daya, y a las otras dos y a sí mismo se echó un par de dedos del alcohol, que bebieron casi de un tirón. Dejaron los recipientes en una mesa cercana, y Kiki procedió con la explicación.
-Atenea me ha explicado la situación de su nueva encarnación -comentó-. Vive en España, en la capital, es una joven de casi treinta años de pelo negro y ojos café, trabaja de abogada en una empresa y no se le conocen parejas, practicó kárate hasta los dieciséis y no tiene demasiadas amistades.
Les tendió varias fotos donde se la veía desde lejos, parecía un trabajo de investigación bastante concienzudo.
-Si ya sabe quién es, ¿por qué no la traemos y punto? ¿O usted mismo?
Antes de que Antares continuara recibió un codazo de Raki, pero a Kiki no le pasó desapercibido, limitándose a negar un poco. Les entregó entonces un par de sobres a cada una, y se recostó en la mesa mientras ella los revisaba.
-Porque Atenea no deja de ser una mujer joven, y verá mejor que sean tres chicas de su edad las que le den la noticia antes que un grupo de chicos del que, es posible, no se fie -tamborileó con los dedos-. Aunque sean buenos muchachos es más probable que vosotras lo hagáis mejor y que nuestra diosa no se espante por…
-Esa panda de brutos, entendido, Patriarca.
-Yo no iba a decir eso, pero… me vale -Daya sonrió por eso-. Ahí tenéis vuestras identificaciones, dinero en efectivo, un par de habitaciones en un pequeño motel y billetes de avión de vuelta para cuatro sin fecha límite, pero, señoritas.
Las tres se giraron ante el tono de él.
-Maestro, lo de Navidad…
-Lo de Navidad, como lo decís vosotros, no se puede repetir, ¿queda claro?
Ellas asintieron, y el otro suspiró. Lo que iba a ser una agradable cena de empresa acabó en una fiesta donde los dorados acabaron apostando a ver quién lanzaba su ataque a más distancia, poniendo en peligro la circulación marítima en la zona cercana a Cabo Sunion y alrededores, afectando, por supuesto, al tránsito hacia Atenas. Ese día le salieron varias canas más a Kiki.
-Nada de fiestas ni excesos, sólo la misión -murmuró Raki, asintiendo-. Comprendido, Patriarca.
-Eso, comprendido, que fuiste la peor…
A esa broma de Antares la aludida gruñó un poco. Tras revisar que todos los papeles estaban en orden, se despidieron del Patriarca con una suave inclinación y salieron a preparar los equipajes. Kiki se dejó caer en su sillón y suspiró, aquel sólo era el inicio del periplo más grande que cualquiera de sus predecesores haya vivido en toda la historia del Santuario, y esta no era corta, precisamente.
-Necesito verte…
Y se teletransportó directamente a una de las zonas cerradas del enorme complejo.
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Según salieron por la puerta del templo principal, los demás caballeros y amazonas de oro se arremolinaron en un circulo y empezaron a cuchichear entre ellos por la tan importante novedad. Por fin conocerían a la diosa de la que tanto habían oído hablar a lo largo de sus vidas, sería una incorporación muy interesante a su cotidianidad. El círculo de amistades siempre había estado compuesto por ellos trece, alguna que otra de las doncellas del templo y el Patriarca. Pero todos, al final, venían del mismo mundo, y ahora llegaría Atenea.
-Es evidente que ella estará ahí arriba, no bajará para nada y no será nuestra amiga -decía Seiya de Sagitario-, quitaos esa idea de la cabeza.
Para él era un honor tener el mismo nombre que el gran héroe que portó la armadura de Pegaso en la anterior Guerra Santa. Tenía el pelo negro como la noche y ojos azules, la piel algo bronceada y sonrisa tranquila. A su derecha, Alma negó con vehemencia, su cabello azulado se movió con el gesto, mientras cerraba sus ojos cafés.
-Dependerá de la edad, si no es más que un bebé es posible que así sea, pero si es una mujer adulta o una adolescente… -sonrió algo- Dudo que sea una mosquita muerta.
Shun de Virgo intervino entonces. Tenía el pelo de un hermoso tono rojo, y siempre mantenía su vista, de un cálido tono verdoso, en el rosto amable de la amazona de Piscis, a su frente.
-Si es como su anterior encarnación, Saori Kido, seguro será una mujer valiente, ¿no crees, Andrómeda?
La aludida asintió. La amazona de Piscis era una hermosa mujer de piel clara y pelo negro azabache, con ojos verdes penetrantes y una rosa tatuada en su clavícula. Como siempre, una de sus rosas adornaba su pelo bien colocado.
-Pienso igual, nuestra diosa siempre ha sido una doncella guerrera -pasó entonces a un gesto serio-. Repito para vosotros, don-ce-lla.
-¡Ja! Como si Diana no fuera a ir tras ella como sea mínimamente atractiva -bromeó Romeo-, ¿o me equivoco?
-Me gusta apreciar la belleza femenina, ¿qué tiene de malo? -respondió la amazona- Sólo me fio en este sentido de Heracles de Tauro, la verdad…
El aludido se sonrojó un poco. Era un tipo de dos metros de alto y grande como una torre, de piel bronceada y grandes y expresivos ojos café, su pelo negro estaba bien recortado y tenía una densa barba.
-Yo no me preocuparía de eso -Shiryu de Libra sonrió algo-, tenemos que servir a la diosa y ayudarla en lo que nos pida, si se quiere unir a nosotros estará bien, y si no, también.
Otro que tuvo el honor de llamarse igual que uno de los grandes Caballeros del siglo anterior. De hecho era su descendiente, tenía el pelo y ojos pardos, a su lado estaba su mejor amigo, Hyoga de Acuario. Tenía el pelo de un tono cercano al verdoso, mientras sus ojos cafés indicaban que andaba tranquilo.
-No os paséis con ella en cuanto a informalidades y todo estará bien, le debemos respeto y lealtad, no ser sus amiguitos -suspiró algo-. Pero… no estaría de más, ¿no?
Pasaron su mirada al mayor de ellos, Arturo de Capricornio. Estaba totalmente calvo, con barba ligeramente canosa y ojos café, casi era el padre del grupo. Sin embargo, su poder era inmenso y se notaba su experiencia con sólo verle enfrentarse a cualquiera de ellos, a los que solía barrer fácilmente.
-Como sabiamente dijo Shiryu, será Atenea la que decida qué tipo de relación desea con nosotros -les dijo-. Nuestra misión, efectivamente, es velar por ella, y si permanece ahí arriba sin involucrarse con nosotros, no se lo podremos echar nunca en cara… Igual que si decide pasar los días con nosotros.
Comenzó a bajar las escaleras sin más, con las manos tras el cuerpo. No lo expresaría en público, pero sintió la turbación de Kiki e imaginaba por dónde iban sus pensamientos en ese momento y qué era lo que le preocupaba tanto. Hablaría con él mas tarde, pasada la mañana, cuando se recuperara de su visita al cercano cementerio del Santuario, donde descansaban las lápidas de la antigua orden dorada, incluidos, claro, los Patriarcas anteriores en una zona en especial.
El actual, de hecho, se había quitado las prendas papales y había hincado la rodilla ante la lapida de su maestro, Mu de Aries. Falleció en combate ante el Muro de los Lamentos, junto al resto de dorados, eso dijeron Seiya de Pegaso y sus compañeros, hasta la misma diosa Atenea había dado fe del valor de esos doce hombres. Aquello enorgulleció y entristeció al mismo nivel a todo el Santuario, obligando a tener una nueva orden apresuradamente, con todo lo que ello implicaba.
Una vez más, y ya siendo él el Caballero de Aries, varios compañeros dorados traicionaron a la diosa con, primero Marte, y luego Apsu. Por suerte, durante la Guerra contra Pallas la situación se recuperó y recuperaron el buen nombre que siempre tendrían que haber tenido. Él se había asegurado de tener bien cuidados a todos y cada uno de sus miembros de élite, procurando en todo momento la lealtad en ellos.
-Siempre pensé que Harbinger era mejor que yo con esto… -murmuraba- Por eso le seleccionamos, por que, de todos, era el que más mano firme podía tener, aquel que podía hacer mejor las cosas… Sólo espero estar a la altura.
Solía sentarse ahí en sus horas libres, para hablar de nuevo con, más que un maestro, su padre adoptivo. Cuando fue elegido, cerca de cincuenta años antes, la diosa le concedió una nueva juventud y una vida especialmente larga. Una suerte de Misopethamenos, pero sin ser tan intenso. Aparentaba en aquellos momentos unos treinta años, nada mal para alguien con más de dos siglos.
-Por supuesto que está a la altura, Patriarca -comentó alguien tras él-, y si alguien se atreve a decir lo contrario, me vería obligado a castrar a esa persona.
Kiki suspiró pesadamente, alzándose. Cuando se giró, se encontró con Águila. Una vez más era una amazona la que portaba esa armadura, Aria se llamaba. De pelo corto y marrón, sus ojos pardos se movían por el rostro de su superior, aunque los retiró rápidamente, y, respetuosamente, hizo una suave inclinación ante él.
-Muchas gracias, Aria, pero… nos esperan tiempos difíciles -comenzó a andar hacia la salida- Avisa a todas las amazonas, a tus compañeros de orden, y a los de bronce, sobre la inminente llegada de Atenea.
La aludida asintió, y tras cuadrarse, se disponía a salir a toda velocidad de allí, Sin embargo, una voz del otro la detuvo.
-¿Sucede algo más, señor?
-Dentro de poco tendré que dar una noticia importante -señaló Kiki-, una, que hará temblar los cimientos de nuestro querido Santuario.
-Estaremos listos para luchar contra quien ose alzar la mano contra la diosa.
Esa respuesta indubitada hizo sonreír al otro, que acarició la cabeza de la joven.
-Ve y despídete de Leo, luego podrás cumplir con mi orden.
La otra se sonrojó un poco.
-¿Por qué habría de despedirme de Daya de Leo, señor?
-¿No estabais juntas, chicas?
-E-eso no son más que habladurías, señor.
-Entiendo…
Apenas dio una veintena de pasos, notó que la amazona corría hacia los doce templos como alma que llevaba el diablo. Sí, era el momento de esas cosas, más adelante… nadie sabía qué podía pasar. Pensaba en ello, mientras andaba sin rumbo fijo por los caminos del Santuario, comprobando cómo la vida poco a poco se abría camino por las diferentes zonas. Los dorados ya estaban en sus puestos salvo las evidentes excepciones, los maestros sacaban a sus aprendices de las camas y los acompañaban a desayunar, y la escuela del Santuario comenzaba a abrir sus puertas para que todos pudieran aprender.
Tras lo sucedido con Palestra, se decidió que la institución estaría dentro del propio recinto sagrado y no lejos del mismo, y que habría un nuevo centro educativo pero al nombre de la Fundación Kido para los huérfanos. Así no se juntaban seculares con Caballeros y Amazonas y todo funcionaba mejor. Aquellos que se retiraban y querían estudiar acababan volviendo como profesores de diversas áreas, y para esas alturas, los aprendices del santuario podían aprender hasta la escuela secundaria.
-Me pregunto qué pensaría Saga de todo esto… -se rio por lo bajo- Seguro que el Maestro Milo iría tras más de una profesora…
Desde donde estaba se podía ver el amplio patio. Allí podían entrenar no sólo físicamente; también mejoraban en el uso del cosmos, y en general pasar una mejor infancia de la que habían tenido generaciones previas. Tenían unas pistas de fútbol, baloncesto y voleibol, un equipo de gimnasia, y hasta piscina olímpica. El Patriarca se sentía bastante orgulloso de todo aquel complejo, aunque costaba mantenerlo, pero merecía la pena. Todo por evitar errores pasados.
-Fue un acierto llevar a cabo esa empresa que tenía planificada Harbinger, de seguridad privada -musitaba, andando tranquilamente-, sin ella, nada de esto sería posible, ni tampoco podríamos pagar sueldos, o los generadores de luz, las potabilizadoras de agua… ¿Cómo se las ingeniarían antaño?
Perdido en sus pensamientos llegó hasta la entrada del Coliseo. Se sentó en uno de los puestos más en alto para evitar ser visto, y comprobó que los primeros caballeros y amazonas comenzaban a practicar entre ellos. Veía a sus antiguos compañeros de armas en algunos de ellos, recordando sus muchas trastadas de juventud. Una sonrisa nostálgica apreció en su rostro, y, levantándose, se quitó las prendas papales y quedó con una camisa de manga larga blanca y unos pantalones azules con deportivas negras, dispuesto a dar un par de lecciones a esos muchachos. Sería el Patriarca, pero seguía siendo un caballero dorado que podía estar en activo, y no quería oxidarse.
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La primera parada fue en el Templo de Escorpio para Daya, Raki y Antares. Esta última corrió hacia el interior, saltando entre las cosas tiradas por el suelo cuando tuvieron que subir corriendo a ver al Patriarca, así que las otras dos se limitaron a recoger la ropa de cama y bragas y sujetadores que se había intentado poner con las prisas y el sueño aún en el cuerpo, incluso alguna que otra camiseta y pantalón que no fue capaz de conjuntarse por los nervios.
-Esta muchacha es peor que los niños de Palestra -se quejaba Raki-, a ver si asienta cabeza de una maldita vez…
-Le pides al Sol apagarse, tía -le respondió Daya, recogiendo por otro lado-. Antares nunca será ordenada, te recuerdo que un día la pillamos metiendo toda la mierda del mes en un cajón del armario en una inspección sorpresa.
-¡Ni me lo recuerdes!
-¡Oye, que os estoy escuchando, par de cotorras!
La chica no tardó demasiado en aparecer con una bolsa de mano con ropa limpia para varios días, las llaves de su casa y lo dado por el Patriarca, observando cómo las otras dos traían la Caja de Pandora de su armadura. Con un suspiro, se la retiró y quedó guardada por sí sola, momento en que Daya pasó amigablemente un brazo por sobre su hombro.
-No entiendo por qué no las podemos llevar…
-Para no asustar a Atenea, y porque nos pasaríamos de peso en la vuelta -explicó sin más Raki-. Además, imagina todas las explicaciones que habría que dar en el aeropuerto…
La aludida se limitó a asentir, y, tras dejar cerrada la parte privada del templo, comenzaron a bajar las escaleras hasta Virgo, donde se despedirían de Shun; descenderían hasta Leo; y se teletransportarían directas a Aries; y de allí, a su destino.
-¿Creéis que tardaremos mucho?
Iban andando tranquilamente, estaban tan acostumbradas que ni se enteraban de todos los escalones que había de un templo a otro. A la pregunta de Daya, Raki negó.
-No lo creo, aunque esta sería la Atenea con más edad en llegar hasta aquí… -murmuró, pensativa- Pero es su misión, su deber, y si es una mujer honesta, aceptará su destino sin dudar lo más mínimo.
Las otras dos se miraron.
-Mucha fe tienes en eso, me parece, Raki.
A esas palabras de Antares, esta se detuvo y se giró a encararla.
-¿Y qué debería pensar, pues? -le espetó- ¿Que, como es una mujer adulta y con su vida hecha, no la abandonará por tres locas que afirman que es la reencarnación de una antigua divinidad griega y que debe enfrentar un peligroso destino?
-A-algo así, sí…
A esas palabras de Daya, la otra se limitó a seguir adelante en total silencio, sólo volviendo a hablar cuando llegaron a las puertas del Templo de la Virgen, donde Shun estaba limpiando lo ensuciado por su desayuno. Tras darles el paso y desearles la mejor de las suertes, las tres mujeres avanzaron por las galerías internas, comprobando que tenía abierta la zona de los sales gemelos. En la terraza, un telar ya estaba preparado con una caja de cartón hasta arriba de hilos de diversos colores.
-¿Le prepararás a la diosa un tapete, Shun?
A la pregunta de Raki, este avanzó hasta allí y asintió.
-Para mí sería un honor que aprendiera a meditar conmigo -reconoció-, me pregunto si le gustará el suave olor al incienso que siempre tengo…
Las tres sonrieron, y, dejando al otro en la calma absoluta que siempre había en su templo, avanzaron hacia el Templo del León Dorado, al que Daya se adelantó cuando sintió el cosmos de Águila. Sabiendo a lo que iba, Raki y Antares fueron directas a Aries, ya luego recogerían a la otra cuando hubiera acabado.
-No tardaré demasiado, ponte cómoda si quieres.
Raki entró directamente a la parte privada, dejando a la otra en la galería principal del Templo del Carnero Blanco. Finamente decorado con trece estandartes, le llamó la atención que todos eran rojos con el símbolo de cada signo zodiacal bordado en su parte superior en color oro; salvo uno de ellos, cuyo fondo era dorado y el signo estaba en rojo. Se sorprendió al contar trece y no doce, supuso que era el que simbolizaba al Patriarca pero tampoco era así, pues estaba entre su templo y el del Centauro.
-Claro… el legendario Ofiuco, el Caballero de Oro más poderoso, el itinerante, aquel que es tan poderoso como un dios -murmuró-, ¿en esta generación volverá a aparecer?
No recordaba haber visto ese telón en veces anteriores, debería ser nuevo, se dijo. Raki se había dedicado a tejerlo cada vez que un nuevo dorado obtenía su armadura, colocándolas en orden y a tres metros de distancia unas de otras a cada lado de la gran sala. No molestaba a nadie ni llegaban a tocar el suelo, y era una bonita decoración. No sólo la chica era una maestra armera, también una excelente tejedora, y esos telares demostraban sus amplias dotes.
-Me alegra que te gusten tanto -bromeó cuando llegó con Antares-, ¿te fijaste en la última incorporación?
-Sí, ¿tú sabes algo al respecto?
Sin embargo, la otra negó suavemente.
-El Patriarca me pidió hacerlo vía cosmos mientras aún estaba en Star Hill, aunque no ha llegado ningún nuevo aspirante ni tampoco hemos detectado nada… -murmuró- Puede que simplemente quisiera que lo preparara porque, al final, Ofiuco es un dorado más.
-Él nunca da puntada sin hilo, algo debió ver ahí arriba… la pregunta es cuándo sucederá -murmuró Antares-, ¿lo saben los demás?
-No, pero según pasen por aquí lo irán viendo -comentó Raki, mientras se colocaba mejor la mochila al hombro-. Supongo que es su forma de dar el anuncio… ¿Vamos a por Daya?
Asintiendo, esperó a que la chica apareciera con su compañera de armas. Esperaba que le haya dado tiempo a despedirse de Aria y dejar el lugar medianamente ordenado antes de partir o Kiki le pondría un buen castigo. Sin embargo, todo aquel secretismo en torno a la aparición de un nuevo dorado… era otra noticia importante y no entendía la razón de que el Patriarca no dijera nada. Puede que ni él estuviera seguro de que así fuera.
Observó en silencio en el exterior del templo, mirando hacia el Coliseo primero, encontrándose con que el mismísimo Patriarca estaba jugando con los muchachos de bronce a ver quién podía dañar más su Muro de cristal. Una sonrisa de diversión apareció en su rostro, ella no podría hacer esas cosas aunque quisiera. Sólo se giró al notar las voces de sus dos amigas aproximarse, justo mientras el Sol comenzaba a emerger plenamente del horizonte.
Con una diferencia horaria de una hora menos, en Madrid debían ser las 8 de la mañana, así que estarían tomando algo tranquilamente en alguna cafetería local antes de ir a ver a la joven reencarnación. Suspiró un poco, preparándose en sus cabezas para la misión que les esperaba…
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Madrid, España.
Un café humeante ya descansaba en la mesa, junto a una pila de papeles, un portátil, una taza con bolígrafos y una grapadora. A los mandos del aparato, una mujer de pelo moreno hasta el hombro, ojos café, algunas pecas y nariz aguileña movía una pajita de cartón el líquido. Vestía una chaqueta negra con camisa blanca por debajo, pantalones del mismo color y tacones medios, suavemente maquillada y con pintalabios rojo pasión. El cartelito delante de ella rezaba Mónica Zastre, y no es que estuviera nerviosa, pero su izquierda temblaba suavemente mientras bebía el líquido.
-Moni, en tres cuartos de hora tienes la vista previa, recuerda -una chica de una edad similar entró sin siquiera llamar-, y ya luego alguna cita nueva hasta la tarde, ¿le digo a Raúl que redacte él el recurso del divorcio? Es que acaba de llegar y… ¿Mónica?
Esta bebió de un trago y suspiró.
-Lo siento Esther, es que ando nerviosa -murmuró ella-, es la primera vez que voy en solitario sin que viniera López conmigo, y…
La otra asintió. Le retiró el café de las manos y se sentó ante ella.
-A ver, ¿cuánto tiempo llevas preparando este caso?
-Un mes.
¿Y te lo sabes de memoria, verdad?
-Pues… sí, ¿pero y si…?
Antes de que Mónica pudiera decir nada, Esther la tomó de las manos.
-Lo harás genial, ya lo verás -aseguró, sonriendo-. Además, no es tu primer caso así, ¿verdad?
-Pues… sí, no es el primero que hago, pero aún así ando de los nervios…
-Venga, vamos a cerrar aquí y vamos a airearte un poco.
Cerraron la puerta con llave, y tras despedirse de los demás compañeros del despacho, se dirigieron hacia la puerta, donde se toparon con un grupo de tres pintorescas mujeres, una de ellas en especial por, en lugar de cejas, tener dos puntos morados sobre los ojos. Una de ellas comenzó a hablar en un marcado acento latino.
-Oh… -murmuró una de ellas- ¿Es usted…? Espere.
Comenzaron a hablar entre ellas en una lengua que ninguna de las dos entendió, pero entendiendo que buscaban a Mónica, esta se detuvo hasta que revisaron unos papeles. Se sorprendió de ver que tenían hasta fotos de ella, en situaciones algo personales para su gusto. Sin embargo, no perdió la compostura.
-¿Es usted Mónica Zastre, verdad?
-Así es, ¿en qué puedo ayudaros? ¿Extranjería?
-Algo así, ¿podríamos hablar con usted?
-Si es algo sencillo podré ayudaros, de toda formas una de mis compañeras, Jessica, podrá ayudaros mejor, a las…
-A las 17:30 es buena hora, porque la mañana la tenemos completa, señoritas -respondió en su lugar Esther-, ¿las apunto?
Daya suspiró y asintió, poniendo la cita a su nombre. Mónica se dio cuenta entonces que llevaban una bolsa de viaje cada una, pero eso a ellas no les parecía importar o molestar. Sin más, entró junto a Esther al ascensor de la planta del edificio donde trabajaban mientras las otras tres parecían discutir entre ellas. Tras pulsar el botón de la planta baja, ambas mujeres suspiraron.
-Bueno, pues ya tengo un nuevo caso… -bromeó Mónica- ¿Para qué llevarían unas fotos mías en la cafetería? No las habrás subido a mi perfil del buscador, ¿verdad?
Esther se hizo la loca entonces, a lo que la otra suspiró.
-Te dije que son mejores fotos al natural, donde sonríes, antes que profesionales -le recordó-, esas chicas son la demostración de mi punto.
No pudiendo quitarle la razón a la otra, bajaron del ascensor y salieron del edifico. Estaban en una calle a una hora del centro, lo que para una ciudad tan poblada no estaba nada mal. Zonas de árboles decoraban la avenida, con tiendas y bares a lo largo de la acera, a esas horas bastante transitada. Decenas de coches y autobuses transitaban por la cercana calzada, denotando así la alta actividad ya desde temprano.
Charlando se metieron en una de las cafeterías, a la que se sentaron tranquilamente, sin darse cuenta que, en una situada al otro lado de la calle, Raki, Daya y Antares se colocaban de cara a ellas para tenerlas a la vista. Estas habían descendido por las escaleras a toda prisa, incluso encendiendo un poco su cosmos para ir más rápidamente, pero el aparato no era tan veloz y se vieron obligadas a esperar escabulléndose entre el gentío, coincidiendo en aquel restaurante. Tras pedir, Antares suspiró.
-No sé si podré esperar hasta la tarde…
-Pues habrá que hacerlo -comentó la mayor-, no podemos acercarnos y decir "¡Ey Atenea! ¡Somos tus amazonas doradas y venimos a traerte al Santuario!"
Daya las miró con cierta diversión, y se cruzó de brazos mientras se apoyaba, recostada en su silla.
-Pues no podemos ir con otra razón más que esa, salvo que hagamos arder nuestros cosmos… -murmuró- Y, de esa manera, que el suyo reaccione de alguna forma.
-Pues no es mala idea… -reconoció Raki- El cosmos de Lady Atenea debe ser increíblemente reconfortante, eso decía siempre Kiki… ¿probamos?
Las tres encendieron sus energías doradas a la vez, sólo unos pocos se giraron para observarlas, personas con la capacidad de notar sus poderes pero poco más; incluida, claro, la joven a la que buscaban y que levantó casi de inmediato la cabeza del café. Sus ojos brillaron suavemente y el pelo de su nuca se erizó, aunque apenas duró un instante. Sonriendo, siguió hablando con la otra mientras tomaba su tostada, momento en que llegó el camarero con los cafés y el te que habían solicitado.
-Ha sido sensible a nuestro poder, pero… -Antares puso una suave mueca- Su cosmos no se encendió en respuesta, yo al menos no lo sentí.
-Es una novicia, es normal que así sea -le recordó Daya-, además, estamos a bastantes metros y mucha gente va y viene, eso interfiere.
Raki bebió algo de su te, pensativa, jugando un poco con uno de los mechones de su pelo. La verdad es que era sorprendente… sin embargo, establa claro que era ella. La reconoció de primeras, era la chica de la foto, y su instinto lemuriano le gritaba que esa era la diosa Atenea. De hecho, su mente pensaba en otro asunto.
-¿Y cómo se lo diremos? -expresó finalmente- Digo, es una información importante, ¿se lo explicamos todo poco a poco? ¿O vamos al grano?
-Es una buena pregunta…
Daya, como siempre, diciendo lo evidente. Al menos podían usar, aunque fuera un poco, el truco de sus poderes. Pero tenían que pensar bien cómo soltarían la bomba, y, en especial, cómo la convencerían sin obligarla. El Patriarca no dijo nada al respecto, pero dudaban que estuviera conforme con llevar a la diosa a la fuerza, lo que, sin duda, ahorraría muchos problemas.
-Tu siempre tuviste muy buena labia -Antares señaló a Raki, que se atragantó-, serás tú la que se lo pida, además, eres la mayor.
La aludida puso mala cara, y probó un nuevo truco.
-Buenos días.
Y esperó. La chica pareció parpadear y miró en varias direcciones, su amiga la miró mientras se reía, la otra parecía estar riéndose por la cara puesta por la otra, así que Raki se limitó a sonreír.
-¿Qué hiciste? ¿Hablaste vía cosmos?
-Sí, es la mejor forma de mostrarle que no mentimos -comentó Raki-, aún así… será difícil que venga con nosotros de buenas a primeras, o ve una muy buena razón, o será imposible,
-¡Nada es imposible para una Amazona de Atenea! -exclamó, dando un golpe a la mesa, Daya- ¡Llevaremos a la diosa a casa!
Varios de los presentes se quedaron mirando con sorpresa a la chica, por suerte hablaba en griego y nadie se enteraba de nada y, segundos más tarde, todos volvían a sus asuntos y se olvidaban de ella. Algo cohibida, se colocó mejor en su sitio y bebió en silencio, momento en que llegaron sus aperitivos.
-Mientras esperamos a la hora de la cita podríamos ir a ver la ciudad, ¿no creéis?
-Estamos de misión, no de vacaciones, Antares -le espetó Raki, seria-. Permaneceremos detrás de la señorita hasta entonces, cuidando de ella y sin molestarla.
-Pero si ni tenemos una Guerra Santa cerca -respondió la chica-, además, ¿y si entra a un sitio donde no podamos estar tras ella, eh?
-Como si eso alguna vez nos hubiera detenido…
Desayunaron amenamente, compartiendo ideas de cómo actuar. Ni se habían parado a llegar al motel donde dormirían, habían ido directas a ver a la diosa, tan ansiosa por verla en persona estaban. Por eso, se acercaría Daya en un primer lugar, y luego se reuniría con las demás para hacer la vigilancia. Según pararon separaron sus caminos, siempre con un ojo puesto en la diosa, y que ya andaba bajando por la avenida a paso firme, por lo que las otras dos se quedaron a una prudente distancia, admirando lo rápida que era la otra pese a ir con tan precario calzado.
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En el Santuario, y tras los entrenamientos de la mañana en los que el Patriarca dio una lección de maestría en el dominio del cosmos – demostrando así por qué está en la posición superior del enclave, sólo por debajo de la diosa –; este volvió a colocarse las ropas una vez se dio un corto baño en las termas patriarcales. Situadas esta en la zona privada, sólo un par de doncellas tenían la llave además de él, se solía relajar allí acompañado de la absoluta soledad, sólo rota cuando una u otra entraba a entregarle algo que había olvidado.
-Algún día correrán rumores de un hijo suyo, Patriarca -oyó bromear tras él, mientras andaba por el pasillo-, tenga cuidado.
Kiki puso mala cara mientras una de las doncellas, Rebeca, se ruborizaba y salía a paso ligero, dejando a ambos hombres a solas. Cuando el aludido se giró se encontró con un sonriente Arturo, que tenía los brazos tras el cuerpo.
-Ahora la pobre pensará que la estaba cortejando y se espantará…
-¿Se equivocaría?
El otro se limitó a sonrojarse un poco y puso una sonrisa divertida, señalando el despacho privado donde antes se había reunido con las amazonas, y, tras entrar, cerró con llave. Kiki se sentó pesadamente en su sillón, suspirando algo, mientras el otro se deleitaba con los muchos libros, como siempre hacía. Tras alegrar la vista con ese conocimiento milenario, se sentó ante su amigo, y se reclinó tranquilamente. Tras servir algo para ambos, Capricornio habló.
-Noté, durante la reunión de esta mañana, que había algo que le preocupaba pero no llegó a contar -comentó, yendo al grano-, ¿sucede algo malo, Patriarca?
-Eres mi segundo al mando, mi cardenal, así que… -Kiki comenzó a mover el vaso, pensativo- En realidad no sé si es buena o mala información, en su conjunto.
Arturo le miró, expectante.
-Debe ser algo realmente extraordinario…
-No te haces una idea… -reconoció Kiki- ¿Tienes tiempo?
-Siempre tengo un hueco libre para servir a mi diosa.
Sonriendo, Kiki revisó con su cosmos que la sala estuviera cerrada, y la selló para que nadie pudiera escuchar.
-Esto que te contaré es secreto de Estado, nadie puede saber esto mientras yo te lo indique -le dijo, serio-. Sólo lo sabemos la diosa, yo, y ahora tú.
-Guardaré el secreto con celo, Patriarca.
Este asintió, y, tras pensarlo unos segundos, rebuscó entre los cajones de su escritorio. Paciente, Arturo esperó hasta que el mayor le entregó un pergamino.
-Las estrellas fueron claras al dar el anuncio, tuve que escribirlo todo para que no se me olvidara nada, Atenea ha corroborado la información -decía, mientras el otro abría el papiro-. No sólo ella ha vuelto a andar por la Tierra, el dios Hades también, y no sólo eso, me temo.
Arturo alzó de pronto la mirada.
-¿Hades?
-El mismo.
-Pero el gran héroe Seiya destruyó su esencia durante la anterior Guerra Santa…
Kiki asintió.
-Así es, pero los dioses pueden volver aunque su cuerpo y cosmos desaparezcan, porque su esencia viene de más allá de nuestra realidad -explicó Kiki-, eso al menos me dijo Atenea, y en este tiempo de estar sin entrar en contacto con nuestro plano, Hades recuperó su verdadera naturaleza.
Arturo asintió, pensativo. Si lo decía la diosa… sus razones tendría.
-¿A qué se refiere con verdadera naturaleza?
-Al parecer, el dios se encontraba fuera de su normal equilibrio, estaba influenciado de tal forma que actuaba como todos sabemos.
-Eso no quita que fuera un tirano que quisiera acabar con todo…
-En absoluto, pero, como digo, no es lo único -Arturo suspiró, era normal que Kiki estuviera nervioso. Mientras leía, el otro hablaba-. También está entre nosotros la diosa Perséfone, junto a buena parte de los Olímpicos, y, además, están en proceso de volver los antiguos gigantes y titanes.
El otro se atragantó, pues, además de toda esa información, había leído sobre el advenimiento del decimotercer dorado, y tantas cosas juntas le habían dejado algo indispuesto. Kiki, comprensivo, le dio unos golpes suaves en la espalda mientras se recomponía.
-Joder… la que se nos viene encima…
-Yo no lo podría expresar mejor -reconoció Kiki-. Al parecer, Hades pretende ayudarnos, pero necesitaremos mucha ayuda para poder hacer frente a la amenaza, cuya naturaleza es, hasta cierto punto, desconocida.
Capricornio puso mala cara, de hecho el color había abandonado su rostro en ese punto. El Patriarca, sin embargo, le sirvió más en la copa.
-Los enemigos que, asumo, querrán atacarnos son los gigantes y los titanes, rivales históricos de los dioses- le explicó Kiki-, pero hay una sombra en las estrellas que me inquieta, y otra información que… no sé cómo tomarme.
-¿Qué puede ser peor que todo esto?
-Ofiuco, como sabes, es un signo… voluble, puede ser el más leal o el mayor traidor de todos, y eso no es algo que se deba pasar por alto -le explicó-, pero no es lo único que me preocupa… ha nacido un nuevo… un nuevo dios, Arturo.
-¿Ha renacido algún dios importante últimamente?
Pero ambos sabían que había comprendido perfectamente las palabras de Kiki, que, suspirando, respondió.
-Zeus ha engendrado a un hijo con la titanide Metis hará 20 años, el mismo que debió haber surgido como hermano de Atenea, y dios más poderoso del Olimpo -Arturo revisó el pergamino que le había dado el Patriarca minutos antes, buscando esa información-. El por qué ha permanecido oculto ha sido una cuestión de protección, igual que sucedió con Zeus mientras Cronos estaba libre, pero ahora, las estrellas indican que esa información es verdadera, y, por tanto, un quebradero más de cabeza para nosotros…
-¿Crees… que quiera ocupar su puesto como rey del Olimpo y tengamos que enfrentarnos a él, Patriarca?
Sin embargo, este negó con vehemencia.
-Casi lo preferiría, pero no -murmuró una maldición y bebió de un trago lo que le quedaba-. Zeus ha ordenado su eliminación, pero Atenea le puso bajo su protección, y ahora hay que buscar a ambos y defenderlos…
-Pero sólo envió a las chicas a por la diosa, señor.
-Lo sé, pero fueron las instrucciones de la diosa… -Kiki se sirvió más alcohol- Como ves, estamos metidos en un buen jaleo.
-Haciendo recapitulación, nos enfrentamos a -Arturo comenzó a elevar dedos de una mano-, la vuelta de Atenea y de su hermano sin nombre, la llegada de gigantes y titanes, a la ira de medio Olimpo por las dos razones anteriores, y… Ofiuco y una sombra extraña, ¿me dejo algo?
-Es un resumen bastante completo, sí.
-Ah, y la vuelta de Hades como… no se si contar con él como aliado o enemigo.
-Dejémoslo en que no nos atacará como siempre.
-Joder…
Kiki asintió, pensativo. Eran muchas cosas de golpe, demasiado para su gusto, pero Atenea afirmaba tener un plan. Sólo podía fiarse de su palabra y prepararse para aquello que la diosa tuviera previsto.
-Aquí dice que la nueva encarnación nos guiará con sabiduría e inteligencia, pero que será diferente y única a sus predecesoras… -Capricornio leía a toda velocidad- Y también tendrá que ser la más poderosa, más que la diosa original, para salir victoriosa.
Un atronador silencio cayó sobre la sala. Atenea nunca había luchado más que en contadas ocasiones, y siempre acompañada, nunca mostrando las dotes que, en su día, se decía que tenía. Siempre fue una doncella, Kiki no recordaba a Saori vestir otra cosa que no fueran largos y pomposos vestidos. No sabía cómo harían esa vez, pero si la diosa tenía que luchar… su rostro envejeció años en segundos, notó Arturo, así que le tomó la mano.
-No se preocupe, Patriarca, la orden dorada defenderá y ayudará a la diosa con todo lo que tenemos, es un juramento -dijo, mientras se levantaba-. Históricamente, hemos tenido nuestros problemas a la hora de acometer la misión, pero haremos honor al nombre, y, si debemos dar la vida por la diosa, lo haremos sin dudarlo.
Kiki asintió, agradecido, mientras se levantaba también.
-Atenea me dijo que no comenzaría todo hasta, aproximadamente, Septiembre, así que tenemos tiempo antes de que todo comience a agitarse.
-Coincidiendo con el equinoccio de Otoño… muy apropiado, justo en la época en que las fuerzas antiguas toman más poder.
-Así es, Arturo, pero para entonces estaremos preparados -aseguró Kiki-, el 23 de Septiembre comenzará la Guerra Santa más importante, pero ganaremos…
-¿Podremos enfrentar a gigantes y titanes a la vez? -murmuró Arturo- Eso, si no se nos pone delante algún dios más, como Ares o Apolo…
Kiki sonrió un poco, acercándose a la puerta.
-Sobre eso, ya nos preocuparemos cuando llegue el momento, por ahora centrémonos en tener aquí a ambos dioses…
Si ya a veces se complicaba tener a una diosa, tener ahora a dos… Capricornio no se lo quería ni imaginar. Les esperaban tiempos compulsos, pero era su trabajo, y lo cumpliría a cabalidad.
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Ni Saint Seiya ni ninguno de sus personajes me pertenecen. ¡Espero que os guste esta nueva aventura tanto como a mi escribirla!
