Los personajes no me pertenecen. Son de exclusiva propiedad de Keiko Nagita. Por cierto, pido de nuevo excusas por cualquier inexactitud en la historia. Y aclaro, además, que aún siendo un Stearfic en el que Stear es el protagonista exclusivo, los demás personajes son parte de la creación del mundo como lo sería Stear si hubiera sobrevivido realmente el ataque. Por cierto, este fic no guarda relación con la historia real como la quiso presentar la autora, en la que el personaje de Stear realmente muere.
Una Ventana Abierta al Sol
Respiro paz, me siento bien, aunque algo hambriento de información que no obtengo tan fácil de los míos. Quizás es que consideran que todo lo que he pasado es demasiado fuerte. Bueno, no los culpo. Fueron años, y sé que muchas cosas cambiaron en ese tiempo, pero deben decirme la verdad. Soy fuerte y ya no soy un niño…
Recuerdo que a veces, cuando estaba en la isla, perdía el sentido del tiempo, así que cuando fui rescatado, habían pasado cinco años, tres meses y dos días y medio. Y dirán, qué necesidad tengo de ser tan específico con esto del tiempo, pero es algo que aprendí en medio de la soledad de la que ahora reconozco como la Isla Volcán, con un hombre joven perdido, durante un tiempo sin memoria; creo que fue la impresión de todo lo que ocurrió cuando me hirieron y se estrelló mi avión. Todo el mundo en el regimiento sabía sobre la Isla Volcán. Se pensó por mucho tiempo que estaba maldita o embrujada, pero algo que aprendí del período que estuve en la playa del extremo sur, es que muchas veces nada es lo que parece. Quiero decir, yo sobreviví la guerra, el volcán, las fieras, a Sheila y a los tiburones. Nada era imposible, aún bajo esas condiciones tan precarias en las que me encontré cuando llegué allí.
De hecho, Sophie, una enfermera voluntaria que volví a ver cuando regresé al regimiento y a la que le conté lo que me había pasado y donde había terminado, luego del ataque del que fui víctima, me miró con cara de mucho susto. Esa famosa Isla Volcán era siempre esquivada por cuanto aviador y marinero pasaba por sus costas. Quizás fue por eso por lo que podía por momentos escuchar los motores de las naves cuando se acercaban, pero jamás lo hacían lo suficiente como para tener un verdadero efecto. Me volví, de pronto, un fenómeno y casi un héroe, porque además de sobrevivir al ataque enemigo, estuve más de cinco años en una isla que, para todos los efectos, estaba maldita, y algún tiempo sin memoria quizás producto del trauma de la experiencia tan negativa que enfrenté. Por cierto, no todo el mundo sabía sobre la reputación de la susodicha isla, pero algunos me admiraron más que nunca, porque saber que había sobrevivido específicamente ahí, simplemente era de héroes.
Por cierto, confirmé, como sospechaba, que la guerra había terminado cuando vi a mi familia al otro lado del camino hacia la playa sur, cuando había decidido mudarme a ver si corría mejor suerte. La verdad, nunca había cruzado ciertas partes, que, aún siendo pequeña esa isla, tenía mucho qué ofrecer, pero innegablemente, el paisaje desde la playa sur era bastante envidiable, además de que era específicamente lo que conocía entonces, y no me atreví nunca a alejarme demasiado de allí. Ahora pienso que quizás hubiera hecho una magnífica inversión para las propiedades hoteleras de los Ardlay, excepto que dudaba que el tío abuelo querría invertir en una isla en medio de la nada, aunque fuera hermosa. Y claro, el paisaje selvático también ayudaba, pero eso quizás era percepción mía. Lo que sé es que hasta los piratas le huían a la Isla Volcán como a una plaga. Fue, en parte, afortunado para mí, pero también fue mi perdición por mucho tiempo.
En fin, regresando al fin de la guerra, sí, había ya terminado, como corroboré en ese momento específico cuando vi a mi familia. Mucho tiempo me pregunté si esa guerra había muerto conmigo. Como estuve tanto tiempo en negación, siempre deseé, en el fondo, que lo hubiera hecho. Hacía al menos dos años de eso, quizás algo más, pero siempre te queda una extraña sensación y sabor de boca, que al presente llevo en mis huesos, y que pienso que continuará por el resto de mis días. Y digo, me pasó por la mente cuando pude arreglar el radio, que comencé a escuchar otra cosa que no parecía ser noticia de guerra, pero incluso, sentí algo raro al escuchar esos programas que eran distintos desde las estaciones de mi regimiento cuando era un simple soldado. Claro, no les presté tanta atención entonces como ahora. De hecho, por Candy supe que esos aparatos que nos sirvieron para asuntos oficiales antes de la guerra ahora estaban en las casas de los ricos, y que podían escuchar, como yo lo hice desde allí, programas radiales de entretenimiento, además de música, que era generalmente lo que se escuchaba, y sólo para cuestiones oficiales. Sí, recuerdo haber escuchado alguno que otro programa de radio de toda Europa cuando estaba en la isla. No lo pensé entonces, la verdad, porque estaba demasiado concentrado en mi rescate, pero innegablemente el mundo estaba cambiando frente a todos, porque los radios ahora estaban, aparentemente, en todas partes.
Para Candy, por cierto, era una extrañeza que la ruta hacia el Regimiento 3 la hiciera, desde que salí de la isla, en el más increíble y testarudo silencio. Sí, iba callado, pero más bien era por la impresión de tantas cosas que me resultarían diferentes apenas cinco años después. Por ejemplo, tanto Candy como Marie llevaban atuendos que no se parecían demasiado a los que una dama llevaba hacía cinco años atrás. La moda de los años 20 comenzaba a dejar huella en ellas. Así que era difícil pensar que la chica que llevaba amplios vestidos largos o semi largos ahora llevara un vestido entubado, aún estando embarazada.
…..
De las primeras cosas que supe, luego de un silencio de semanas, en que tanto Candy como Albert lo que hacían era distraerme de ciertos temas, era que Candy había tenido un niño de nombre Anthony. La gran suerte fue que pude ver una moderna foto de ese niño y, definitivamente, era el vivo retrato de mi primo. Tuve que mirar a Albert dos veces para que la impresión de lo que ahora era certeza no me hiciera explotar la cabeza. Como saben, llevaba ya un tiempo en la isla, con todas esas reflexiones abiertas, pensando que el parecido entre Anthony y Albert era tan y tan obvio, que no se le escaparía a nadie, en especial a mi hermano. Mi hermano, según supe, aparentemente nunca hizo la asociación antes de enterarse de la verdad. Digamos que, por un golpe de suerte, Candy fue de las primeras en darse cuenta de que yo había hecho la asociación cuando sacó el retrato del pequeño Anthony y me lo mostró. Yo señalé claramente a Albert, y comencé a mencionar a Anthony, mi primo, no el niño, y ella me guiñó un ojo y luego sonrió de ese modo tan especial en ella. Mi cara lo decía todo, porque una cosa es pensarlo, y otra muy distinta es darse cuenta de que es verdad que el niño de Candy y Albert es el mismo Anthony, mi primo, no el niño. Bueno, sí, el niño también.
Sé que mientras yo lo señalaba, él me miraba con esos ojos cristalinos y una sonrisa picarona. Sí, él se dio cuenta de que yo lo había descubierto, pero más fue el pasme cuando se me acercó con una sonrisa que ya yo conocía de antes y me dijo:
"Mucho gusto, Stear. Me nombre es William Albert Ardlay".
Por cierto, cuando me lo dijo, no asocié la otra parte del asunto con su nombre. No me pasó por la mente el patriarca de nuestro clan, William Ardlay, momentáneamente, pero al preguntarle directamente por qué se parecía a la tía Rose, él cándidamente respondió, ante la risa de todos los presentes.
"Porque soy el hermano menor de Rosemary Brown", me respondió con una sonrisa y brillo especial de sus cristalinos ojos azules.
"¿Qué?", dije, y por poco me caigo al agua de la impresión. De hecho, íbamos ya en ruta a Southampton, luego de dejar a Marie Helène con su familia, pasar unos cuantos días allí aclimatándome, cuando me revelaron esa pequeña parte de la historia, y qué historia, aunque voy por partes...
"Pero, pero, pero, pero…por qué…no sé, es una broma", comenté con alguna sorpresa.
Bueno, dirán, todos esos pensamientos que tuve en la isla se cumplieron de algún modo, pero no dejaba de ser sorpresivo y hasta disonante de cierto modo. Todas las cosas que yo no sabía comenzaron poco a poco a salir a la luz con esta extraña revelación.
"Albert, por favor, aclara esto. No entiendo", le dije con la confusión a flor de piel.
Albert entonces se sentó y me habló de su historia y cómo lo habían escondido por años, pero no me mencionó la parte más importante del asunto, y a mí se me pasó por distracción. Ni siquiera le pregunté. Y él tampoco me dijo. Eso sería más adelante. Candy, mientras tanto, me contó lo que había pasado luego de yo regalarle la cajita de música.
"¿Funciona?", le pregunté, aunque no era el tema que más me interesaba, pero sabía que ellos hacían esfuerzos extraordinarios por distraerme de los temas importantes, y yo les seguía, sin remedio, la corriente, al menos por un tiempo.
"Funcionó un tiempo, y luego se averió. Albert la arregló, pero prefiero no usarla demasiado, no sea que se dañe de nuevo. La guardé en el joyero aquel de Anthony, ¿te acuerdas?"
"Sí, el de la tía Rose, pero por qué lo tienes tú", y de nuevo regresé a las preguntas que todos querían obviar y que los ponía muy nerviosos.
Sí, ahí todo el mundo se quedó lívido de nuevo. Ese joyero sólo se les regalaba a las mujeres más cercanas al patriarca del clan.
"Yo se lo regalé a Candy. Me pareció bonito y la tía Elroy me lo dio para hacer lo que quisiera con él, y lo que quise fue dárselo a ella", respondió Albert con los colores en el rostro, hablando rápido, y sin dejar que yo tomara consciencia de lo que me estaba diciendo.
Yo seguía en un estado de distracción, sin asociar las palabras con las acciones. Y llegó un momento en que no pude decir más nada. Tenía que asimilar todo eso que me decía Albert, mi tío, hermano de Rosemary y tío de Anthony. De pronto, entendí por qué se escondía detrás de una apariencia de vagabundo, con todo el vello facial y el cabello oscurecido. No quería que lo reconocieran, y andaba por todo Lakewood disfrazado.
"En aquel entonces, cuando me paseaba por la propiedad, no estaba en buenos términos con la tía Elroy, así que me mudé a la cabaña de caza de Lakewood, que desde que había muerto mi padre, quedó un poco a la deriva. Decidí entonces arreglarla e irme para allá".
"Pero por qué la tía Elroy haría eso contigo, y más aún, por qué no nos dijo nada", pregunté algo confundido, y distraído, de nuevo, al no darme cuenta de quién era su padre.
Albert se tardó en contestarme.
"Stear, te prometo que hablaremos de eso cuando hayamos llegado a Chicago. Es una historia larga y complicada", me cortó Albert en ese momento.
"Bueno, pues, esperaré, pero la verdad es que me alegro de que seas familia nuestra. Por cierto, cuando estaba en la isla, algo así me pasó por la mente. Tuve mucho tiempo para pensar en ciertas cosas que la rutina no nos permite ver a veces. De pronto, comencé a ver a Anthony en ti, y ahora entiendo por qué. Pues juraría que si Anthony estuviera vivo ahora, sería muy parecido a ti".
Candy a esto sonrió muy cómplice.
"Y también veo que formaron su hogar. Esa es otra historia que quiero que me cuenten. También tuve esa fe, de que Candy se fijara en usted. No es por nada, tío, pero la realidad es que tenía la fe de que ella encontraría la felicidad con usted. Creo que el amor le ha quitado unos cuantos años".
Este comentario sonrojó tanto a Candy como a Albert.
"No quiero ser indiscreto, pero quisiera saber cómo pasó, perdónenme ustedes. Lo último que recuerdo es despedir a Candy en NY para, ejem, una cita que parece que no salió tan bien como se esperaba. Quizás podamos hablarlo en otro momento, pero quisiera que me confiaran ese secreto, en especial porque pienso que esa unión de ahora en parte se debe a mí", dijo guiñándole el ojito a Candy.
"Y no te equivocas, Stear, pero como dices, ese es otro tema para después, si te parece", le cortó la misma Candy, que no quería seguir hablando del asunto por el momento, aunque también quería ser ella la que me contara todo. Comprensible…
…..
Llegamos a Southampton poco tiempo después, y decidimos, por cierto, no anunciarle mi llegada a nadie en Chicago. No aún… Candy y Albert se quedaron conmigo en la villa donde pasaron la luna de miel, que no conocía de antes, aunque estaba a poca distancia del Real San Pablo, mientras que Archi y los demás hacían arreglos para mi transporte a los Estados Unidos. No era nada fácil, porque, aunque tenía mi cédula de identidad, que me la había conseguido Georges con mi certificado de defunción antes del rescate, la verdad era que, para todos los efectos, yo había muerto. Se hizo un arreglo que tenía que ocurrir entre el gobierno francés, que fue mi última localidad conocida, y los Estados Unidos. Al menos, Marie Helène muy cordialmente se ofreció a ayudarme con el papeleo desde allá, así que aproveché esa pequeña ayuda, mientras me aclimataba a mi nueva situación.
El trámite, por cierto, tomaría probablemente un mes más, más porque no podía entrar sin cédula actualizada a Estados Unidos, y para todos los efectos, fue como cuando Georges llegó a suelo americano, que no tenía y si no fuera por el tío William, no se hubiera adelantado nada, según me lo relató el mismo Albert. Lo mío era peor, porque en tiempos de guerra, si aparecía muerto y luego vivo, podían arrestarme por ser un espía. Por cierto, recordé lo que había pasado con Albert cuando llegó a Chicago, y no me sentí tan solo.
En fin, en esa villa, las semanas que estuve, le comenté al tío lo que quería hacer. Era obvio que estaba algo mayorcito para la universidad, pero no me importaba. Igual que mi hermano, también tenía la vena para los negocios, pero también quería ser científico, y no me importaba combinar ambas materias. Por supuesto, como no sabía a quién le estaba diciendo lo que quería hacer, simplemente me comentó que le parecía bien. Entonces se me ocurrió preguntarle si le parecía que al tío William no le molestaría este tipo de trámite. Albert me dijo que no, que pensaba que él estaría muy de acuerdo. Tonto yo, que no sabía con quién estaba hablando. Aparte, no me di cuenta de que estaba tratando de cambiarme ese tema cada vez que yo lo traía.
Y hablando del tío William, no sólo Albert, sino mi hermano, andaba muy calladito con lo mismo. Ya yo tenía una idea de que el tío William estaba vivo y que había aparecido, pero como mi hermano y Candy antes, pensaba que estábamos hablando de un anciano muy sagaz, probablemente en su lecho de muerte, pero aún así, con la mente clarita. Y cada vez que lo comentaba, todos me miraban como si estuvieran en una logia, mientras guardaban un gran secreto milenario. Seguía, por cierto, sin asociar el nombre del milagro al santo, pero era de esperarse, considerando que ni mi hermano ni Candy siquiera habían identificado a Albert, pero cuando me dijo que era William no sé por qué no le pregunté si tenía alguna relación con el viejo William, el patriarca del clan. De nuevo, para mí, el patriarca era un anciano, así que ni por la clásica milla lo hubiera identificado de todos modos. Y el nerviosismo de los demás…estaba más que injustificado, de verdad que sí, pero era, como se dice, una verdad difícil de digerir, así que entiendo ahora porque tenían que prepararse para decírmelo.
Continuará...
