Capítulo 20: Una posada para el rey de reyes
Cuando las puertas se abren ante el rey de reyes, Jin Guangyao, Lianfang-zun, es Xiao Xingchen quien está de pie en lo alto de la gran escalinata que precede la entrada del edificio frontal de la fortaleza.
Usualmente, cuando es el general el que vuelve de un viaje al que Xiao Xingchen no lo acompañó, corre escaleras abajo antes de que se abran las puertas y su hanfu blanco ondea en el aire, las mangas anchas vuelan detrás de él y los pliegues de su túnica se enredan con el viento. Aquella vez, sin embargo, espera en lo alto, hasta que el carro que conduce a Jin Guangyao se detiene y lo ve descender, ataviado del dorado de Jinlintai, con un hanfu finamente bordado en oro y una corona de nueve cuentas, alta sobre su cabello. Xiao Xingchen lo recuerda ataviado con el sombrero de un oficial, en el pasado, antes de ser nombrado heredero. Siempre en las sombras, siempre en silencio, hasta llegar a convertirse en el rey de reyes, sobre todo el resto, con un mianguan sobre su cabeza.
Xiao Xingchen recela al verlo. Jin Guangyao ha perdido algo en el norte, entiende, y está dispuesto a aplastar a los mismos generales que le responden para encontrarlo.
Lo encuentra en el descanso a la mitad de la escalinata, junta sus manos y se arrodilla, haciendo una reverencia.
—Lianfang-zun.
Xiao Xingchen es un príncipe por nacimiento al que nunca le fue otorgado un título. Hijo de la montaña, de Baoshan-sanren, de la estirpe de los antiguos reyes, aunque no lleve en sus venas su sangre. Si tuviera un título, si los reyes del desierto se lo hubieran concedido, quizá el rey de reyes tendría que arrodillarse ante él; pero Xiao Xingchen nunca lo ha deseado, no quiere la corona de cuentas sobre su cabeza, no quiere el trono. Para él basta la espada, la sencilla horquilla que sostiene su pelo, ser la esposa del general del norte, convertirse en un héroe, escuchar la voz de Xue Yang musitando en la noche «Daozhang».
—Dianxia.
«Su alteza». Jin Guangyao usa el término que usan los poetas.
—Bienvenido, Lianfang-zun —repite Xiao Xingchen—. Lo conduciré con mi marido.
Xiao Xingchen se ofreció a conducir al rey de reyes hasta la sala del general, presentarse ante él como la esposa del general del norte, mostrarse vulnerable, arrodillarse ante él. Se lo propuso a Song Lan en lo oscuro de la noche, en las horas más frías de la madrugada, cuando se desembarazó del abrazo de Xue Yang y, con la mente clara, pudo imaginarse el momento del encuentro.
En todos los rincones del desierto se escucha la leyenda de la esposa del general del norte. Se habla de su espada, de la manera en la que sigue a su esposo en la batalla. En algunas posadas los cuenteros se atreven a decir que en sus venas sí corre la sangre real de los reyes antiguos. Los que cuentan historias saben de la fiereza que esconde bajo su piel. «Es mejor si hago el papel de esposa», dice Xiao Xingchen, «ya me vio llevarme a uno de sus esclavos en un momento de compasión; dejémoslo creer que ese es mi papel. Si algo pasa…, estará desprevenido».
Mientras camina, guiando a Jin Guangyao hasta el salón principal de la fortaleza, escucha a los oficiales que lo acompañan hablar por la bajo.
«La esposa», musitan. No se le escapan las burlas. Las risas por lo bajo. La manera en que dicen «princesa». Ah, si supieran, piensa, si supieran.
Deja a Song Lan lidiar con Jin Guangyao mientras escucha al otro lado de la cortina en el espacio que en los salones suele estar reservado para las mujeres: esposas, concubinas e hijas suelen agruparse fuera de las miradas ajenas, confinadas a vivir detrás de cortinas tras las cuales su figura apenas si puede adivinarse. Si las huestes de Jin Guangyao insisten en considerarlo una esposa, no los defraudará cumpliendo su papel.
Escucha a Jin Guangyao exigir ver el norte, al tiempo que Song Lan le recuerda como cuando Jiang Wanyin asoló con él y terminó con los pocos Wen que quedaban y los reyes del desierto estuvieron a punto de destrozarse por el control del amuleto del tigre estigio, del cual sólo aparecieron pedazos que ahora Jin Guangyao tiene en sus manos, acordaron que la zona sería custodiada por un general que respondería a todos ellos y a ninguno.
—Lianfang-zun —escucha a Song Lan—, seguir sus ordenes me condenaría a romper los juramentos que hice ante los demás reyes del desierto. Le ruego que reconsidere la situación y escuche mi palabra: no queda nada del Yiling Lazou en las cuevas de los túmulos funerarios de Yiling.
»Si insiste en revisarlas, otros reyes creerán que ha encontrado algo y desestabilizará el desierto, Lianfang-zun.
Tras la cortina, a Xiao Xingchen le cuesta entender los gestos, pero alcanza a ver los ademanes. Jin Guangyao nunca deja de ser educado, ni de hablar con delicadeza y claridad.
Xiao Xingchen podría considerarlo incapaz de dañar a una mosca, pero ha oído las historias. Gobierna Lanling con mano de hierro, nunca Jinlintai ha tenido más esclavos entre sus paredes. Sin embargo, la gente lo aprecia, porque ha instalado torres de vigilancia por todo su territorio, luchando al mismo tiempo contra bandidos y espíritus que asolaban sus tierras. Xue Yang le ha contado la historia de un hombre cruel, un rey temido y adorado, pero también de un gobernante que entendía a su pueblo y sabía como mantenerse en el poder.
Lo ve en las sombras que distingue a través de la cortina. Las manos de Jin Guangyao se pierden en medio de ademanes conciliadores que seguramente se acompañan de expresiones suaves.
—Nada más lejos de mi cometido, General —responde—, estoy aquí porque se escuchan historias preocupantes en Lanling y otros parajes del desierto. Cuentan, general, que su fortaleza esconde más de lo que se ve a simple vista.
»Como comprenderá, es mi deseo demostrar que el general no esconde nada.
«Miente». Es tan solo una corazonada de Xiao Xingchen, porque hace muchas lunas que ni él ni Song Lan se internan demasiado en el sur. Se han dedicado a la protección de las aldeas que bordean la fortaleza y a vigilar el norte.
—No hay nada que deseemos esconder, Lianfang-zun. Será un invitado distinguido de nuestra fortaleza, si así lo desea.
—Por supuesto, Song Zichen, las tropas de Lanling aceptarán su invitación.
Por unas horas, Xiao Xingchen piensa que todo estará bien y todos los presentimientos que tuvo antes de la llegada del rey de reyes fueron infundados, que su corazón se equivocó. En las horas antes del banquete que Song Lan ha dispuesto que se le dedique a Jin Guangyao, cuando el rey de reyes se retira al campamento que ha ordenado apostar en la entrada de la fortaleza —dado que no hay lugar para todos sus soldados—,Xiao Xingchen busca incansablemente a Xue Yang sin encontrarlo; se consuela pensando que estará en una de las esquinas prohibidas de la biblioteca, allí donde nadie más pueda entrar, huyendo de cualquiera que pueda reconocerlo.
Espera pacientemente en el patio a un lado de sus aposentos, allí donde se encuentra la fresca habitación en la que Xue Yang duerme. Abre un libro y lee en voz alta durante horas, esperando verlo aparecer, esperando que le exija que repita poemas de amor de memoria, pero nunca sale detrás de las columnas.
Lo último que Xiao Xingchen puede evocar son sus labios repitiendo un viejo poema que sus dedos han recorrido una y otra vez.
Se marcha al banquete sin haberlo encontrado y toma asiento a un lado de Song Lan en medio de los murmullos. Se sorprende al notar que aquella es la primera vez que en su propio hogar, la fortaleza que ha caminado por años, dejando la estela de un hanfu blanco que ondea con el aire, murmuran hacia él despectivamente.
Xiao Xingchen bien sabe que para aquella comitiva ocupa el lugar de una mujer y que aquellos que murmuran por lo bajo cómo es que él es «la esposa del general del norte» las consideran cercanas a la nada, criaturas simples y débiles. No lo insultan, porque comprende que no las conocen. No han visto a Baoshan-sanren danzar con su espada de madera al ritmo del viento del bosque de las montañas, no han escuchado su voz. No han visto a los ojos a aquellas que los esperan cada noche, aquellas ante las que se inclinaron y juraron fidelidad tres veces, ante los dioses, ante la familia, ante ellas. Las ven sin observar y a sus ojos escapa la fortaleza de aquellas criaturas desconocidas. No puede ofenderse ante la herida que aquellos que murmuran despectivamente tras su paso quieren infligir.
Song Lan, sin embargo, frunce el sueño cuando lo alcance el tono de los murmullos. Aprieta el puño sobre la mesa y, cuando Xiao Xingchen lo ve a punto de pararse, pone su mano en su brazo.
Sonríe, pidiéndole sosiego.
¿Acaso no soy una buena esposa, Zichen?, dicen sus ojos.
Qué sabrán todos aquellos que hablan de un príncipe de la montaña y cuentan que acabó como la esposa que le calienta el lecho a un general del norte como si fuera aquello una humillación. Ninguno de ellos entiende el amor que nació en su mirada, ni las pequeñas fortalezas que han construido entre las sábanas, ninguno sabe lo que Xiao Xingchen lleva expuesto en el corazón.
No saben que el príncipe tomó su insultó y envolvió con él su corazón.
Se pone de pie cuando Jin Guangyao entra al salón y, levantando la copa que tiene frente a él, se inclina.
—Que nuestra humilde fortaleza sea una posada digna de usted, Lianfang-zun.
Jin Guangyao sonríe de lado.
—Por supuesto, Su Alteza. Lanling se considera honrado.
Su voz es suave, siempre engañosa. A Xiao Xingchen le produce escalofríos no ser capaz de interpretar nunca sus intenciones.
El sonido de las voces llena el lugar, los palillos chocan con la multitud de platos y tazones. Song Lan se ve obligado a atender a todos los invitados y Xiao Xingchen nunca abandona el lugar que le fue conferido, a un lado de su marido.
Es ahí, cuando la música suena y las voces ahogan los murmullos, que puede escucharlo, detrás de las cortinas a su espalda, tras las que se ocultó mucho antes.
—No le creas, Daozhang —dice Xue Yang—. Lo arreglaré, pero no le creas.
Cuando se da la vuelta, buscando la figura detrás de las cortinas, sólo percibe el viento y la soledad. Aunque estire su mano, no puede encontrar a Xue Yang.
Notas de este capítulo:
1) Si se dieron cuenta que esta iteración los POVs van en un orden raro…, sí, ni me di cuenta cuando los cambié.
2) Este es un capítulo corto, porque con este oficialmente entramos a la tercera parte y final de la historia (digamos que la primera es cuando pongo a los personajes en sus lugares, hasta que Xue Yang hace claras sus intenciones con Xiao Xingchen, la segunda es cómo se conforman los tres y la vaga amenaza de Jin Guangyao y la tercera es el desenlace de todo). Calculo que van a ser unos 30-ish capítulos.
3) A que juega Xue Yang… me temo que tendrán que esperar hasta el capítulo 23 para averiguarlo.
Andrea Poulain
