Disclaimer: Los personajes no son míos, la historia sí.

.

.

.

Título: Mira lo que hiciste.

Día 1.

Prompt: I did it for you.

Rating: T.

Sinopsis: Todo, pero absolutamente todo, fue por ella… por ambos.

Propuesta tomada de la tabla "Angstruary 2022" del grupo de FB Helsa Amor Verdadero.


El cielo pintado de gris por el humo de las fábricas y el olor a neumático quemado, apuestas clandestinas y el perfume de la clase trabajadora le confirmaron que habían llegado a Birmingham. Su asistente, Helga, fue la primera en salir del vehículo desde el asiento delantero, le abrió la puerta y esperó pacientemente a que salieran.

—¿Somos los primeros en llegar? —le preguntó quedamente.

—Yo diría que de los últimos —contestó Eugene, su primo y mano derecha.

Hans observó sus alrededores con desinterés. Estaba ahí para la inauguración del Orfanato Morningside, donde era uno de los tantos inversionistas; nunca fue un hombre virtuoso y no se llamaría a sí mismo caritativo, pero la fundadora era Iduna Mikkelsen, esposa de Agnarr Mikkelsen, uno de los socios y amigos más antiguos de su familia, no podía hacer más que lo que se esperaba de él, y si pisar ese sucio barrio en Birmingham lo hacía quedar bien, pues ya estaba.

—A decir verdad, luce muy decente —comentó Eugene, pegándole un trago a la licorera que escondía en su costoso abrigo, Hans olió el whiskey desde donde estaba—. Hay que decirlo, esa mujer sabe lo que hace con el dinero.

—Me alegra que no sea tan estúpida cómo parece, por lo menos mi capital estará bien invertido —convino.

Hans le dedicó una mirada a su primo, quien estaba sacando la licorera de nuevo, el castaño suspiró y la regresó a su bolsillo; el colorado asintió en tanto sacaba la cigarrera de plata para hacerse de un cigarrillo, necesitaba relajarse si pasaría unas cuantas horas apretando manos, sonriendo a las mujeres de sus socios, fingiendo que escuchaba lo que tuvieran para decir y posando para las fotos.

Todo valdría la pena cuando sus abuelos supieran lo bien que estaba manejando el negocio en Inglaterra.

—Yo solo espero que ninguna de estas mujeres sea tan descarada para ofrecer a sus hijas…

Hans dejó de escuchar las quejas del castaño y el cigarrillo quedó quieto entre sus labios en el momento en que un lustroso Rolls-Royce negro aparcaba unos metros alejado de su Bentley, observó bajar al hijo mayor de Agnarr, este abrió la puerta y después de que una chica pelirroja y otro niño salieran, la visión que les siguió lo dejó sin aliento.

Elsa Mikkelsen.

La muchachita era un par de años menor que él y aquella tarde se veía como una completa delicia con el cabello rubio corto y bien peinado sobre los hombros, portaba un abrigo beige con las mangas y el cuello de piel para protegerse del frío de Birmingham, perfectamente combinado con un gorro café y unos tacones en color perla por los que Hans sintió pena. Desde que la conocía pensó que un lugar tan sucio no merecía que una mujer como ella se parara por ahí.

—Helga…

—Ella y sus hermanos menores regresaron de Oslo hace tres días para la inauguración.

Hans asintió, ya era hora. La muchacha llevaba casi tres meses en Noruega, el cobrizo llegó a temer que no volviera.

—Vamos ya. Hemos estado aquí parados como la prole por mucho tiempo.

Eugene le dedicó una mirada curiosa, pero no dijo nada al respecto; los tres se hicieron camino hasta el grupo de personas cada vez más grande y tal como pensó, tuvo que sonreír, asentir y pretender que escuchaba hasta que finalmente logró llegar con los anfitriones.

—Señor Westergaard, señor Fitzherbert, qué pena no haber tenido la oportunidad de saludarlos hasta ahora —Iduna se llevó una mano al corazón—, sin embargo, me alegra que hayan podido acompañarnos esta tarde.

—Descuide, señora Mikkelsen, mi primo y yo comprendemos perfectamente que debe estar muy ocupada con todo —la tranquilizó Eugene—. Además, no podríamos perdernos esto. De ninguna manera.

—Este tipo de obras nos hacen pensar en los más desafortunados, a mi abuela le ha encantado el proyecto —continuó Hans.

Agnarr se unió a la conversación pasados unos minutos, y otros tantos después, sus cuatro hijos ampliaron el grupo.

—Hans, Eugene —el mayor, Roland, les extendió la mano para estrecharla.

—Roy —correspondieron al gesto respectivamente.

El bermejo se apresuró a saludar a los dos primeros para poder enfocarse en la última: siempre se ponía de buenas cuando podía verla de cerca, la muchacha poseía por ojos un par de zafiros con largas pestañas pálidas que los coronaban, labios carnosos y rosados, y las facciones más hermosas que había visto.

Para su gran disgusto no pudo entablar conversación con ella, al menos no como él hubiera querido, la muchacha fue arrastrada junto a sus hermanos para seguir recibiendo a los asociados. Hubo más sonrisas, charlas, presentaciones, fotos aquí y allá, y solo horas después, cuando decidió que necesitaba un maldito momento lejos de toda la gente para fumarse un cigarrillo, se escabulló de la fiesta de recepción para salir por la puerta trasera de la cocina.

El frío aire maloliente le lastimó los pulmones, obligándolo a tomarse un minuto hasta que pudiera acostumbrarse a estar lejos de los perfumes caros y el aroma de las flores del salón, entonces la puerta volvió a abrirse, revelando a la ninfa escandinava con la que tanto deseaba toparse de nuevo.

Oh si no lo deseaba.

—Discúlpeme, Westergaard, no sabía que estaba aquí —la muchachita hizo amago de volver, pero Hans la detuvo.

—Por favor —gesticuló hacia el espacio libre a una distancia aceptable de él—. Estoy seguro de que si salió, fue para encontrar un poco de paz.

La blonda consideró su oferta por un segundo antes de unirse a él, pareció tener el mismo problema con el aire, sin embargo, se recuperó rápidamente.

—Le preguntaría si está pasándola bien en la gala, pero parece que no tanto.

—Siempre olvido lo abrumadoras que pueden llegar a ser.

—Las peores se celebran en Londres.

—Bueno, por lo menos ahí no apesta tanto como en este lugar —arrugó la naricita en un gesto de disgusto que le resultaba más bien adorable.

Hans sonrió ante su respuesta, complacido porque era un poco como él.

—¿En Oslo son distintas?

—Oslo no está tan contaminado.

—Eso he escuchado.

—¿Ha estado alguna vez en Oslo, señor Westergaard?

—Le he pedido muchas veces que me llame Hans, por favor.

—¿Ha estado alguna vez en Oslo, Johannes?

El colorado volvió a sonreír. Le agradaba mucho.

—Como ya sabe, no, nunca he ido, pero mis abuelos maternos son daneses y me complace decir que mis visitas a Copenhague han sido muy placenteras. Es una ciudad preciosa.

—Eso he escuchado.

La blonda sacó una licorera dorada de uno de los bolsillos internos de su abrigo, le dedicó una mirada y bebió del contenido una vez que comprobó que no había crítica en la mirada de Hans. No podría criticarla, nunca.

—El whiskey de los DunBroch es muy bueno.

—Nadie hace whiskey tan bueno como los escoceses —convino el cobrizo.

—No podría estar más de acuerdo, su elixir me ayuda a sobrevivir a estas reuniones.

—Pues va a necesitar más si planea quedarse más tiempo en Londres… a menos que vaya a volver a Noruega otra vez.

Si Hans no se inclinó para besar el suelo sucio en señal de agradecimiento a un Dios en el que no creía cuando la blonda negó con la cabeza, fue porque no quería morir de tisis por las bacterias y perder la gran oportunidad que acaba de ganar… técnicamente.

—Esta vez hemos vuelto para quedarnos, por lo menos yo —informó antes de beber otro trago—. Anna y Olaff irán de regreso con la nana en unos meses.

—Pues bienvenida a Londres, Elsa, verá que no le costará volver a adaptarse.

Hans devolvió la sonrisa que la muchacha le ofreció, su propia mano se coló dentro de su abrigo para sacar una vez más la cigarrera y hacerse del mismo cigarrillo que devolvió en la tarde cuando vio a Elsa por primera vez. La blonda arqueó una ceja perfecta al observarlo pasarse la colilla por los labios.

—¿Sucede algo?

—¿Todavía fuma, Johannes?

—De vez en cuando.

La muchacha asintió, sopesando sus palabras.

—¿Por qué?

—Ninguna razón en particular, es solo que a nadie le gusta besar a un cenicero.

—¿Tiene intención de besarme, Elsa?

—¿Dejaría de fumar?

Sería suya. Esa mujer sería suya. No se amedrentaba, le sostenía la mirada y estaba seguro que el rojo en sus mejillas se debía a una mezcla entre el colorete, el frío de la noche y el whiskey, pero no era vergüenza. Que lo condenaran si no se casaba con Elsa Mikkelsen. Lo supo desde el instante en que se conocieron.

Hans devolvió el cigarrillo a su lugar una vez más.

—Sería una motivación. Una muy buena.

La blonda volvió a sonreírle, guardó la licorera en su abrigo tras beber un último trago y se despidió después de acomodarse la ropa, nadie adivinaría que estuvo bebiendo en la parte trasera de la cocina. Hans esperó varios minutos antes de regresar también, encontró a su primo parado junto a la mesa de ponche con los ojos puestos en una guapa chica rubia.

—No te he visto en la pista —le dijo, haciéndose de un vaso.

—Yo no te visto en un rato —respondió sin apartar la mirada—. Es ella, Hansy, Rapunzel Krone.

Hans arrugó el ceño.

—¿La loca?

—No seas así.

El colorado abrió la boca para agregar algo más, pero las palabras murieron en su garganta en cuanto Elsa apareció en el cuadro, uniéndose a Rapunzel con quien comenzó a hablar animadamente.

—Flynn.

—¿Qué?

—¿Cuánto tiempo más debo esperar antes de comenzar a pretender a Elsa?

Eugene se volvió para mirarlo, giró la cabeza de forma tan brusca que Hans se sorprendió de que no se rompiera el cuello.

—Olvídalo.

—¿Disculpa?

—No puedes casarte con ella… demonios, no puedes ni pretenderla.

—¿Disculpa? —repitió.

—No puedo creer que todavía no lo sepas…

—¿Saber qué?

—¡Está comprometida con Alistair Krei! ¿A qué crees que volvió a Inglaterra? Mira, puede ser que yo quiera quedar bien con la gente, pero no tanto como para venir desde Berlín solo a una gala.

Hans tensó la mandíbula.

—Lo lamento, hombre.

—Sí, yo también.

0o0o0o0o0o0

—No sabía que está por casarse… usted no me dijo nada.

Elsa no se inmutó ante la forma en la que inició la conversación.

—Imaginé que era de conocimiento general.

—Alistair Krei ¿eh? ¿No es como doce años mayor?

—Diez, en realidad.

Hans bufó una risa.

—No se case.

—¿Y por qué no? Quiero hacerlo.

—Pues no va a casarse con él.

—¿Cómo lo sabe?

—Intuición.

La blonda se hizo con uno de los canapés que un mesero llevaba en la charola, Hans siguió el camino del bocadillo, cuantos celos sentía de todo lo que tuviera la oportunidad de estar tan cerca de los preciosos belfos de Elsa; pero eso no sería por mucho.

—No creo en la intuición masculina.

—Crea en la mía, tengo mis métodos.

0o0o0o0o0o0

El periódico cayó sobre su plato vacío con un golpe sordo, Hans hizo a un lado la taza con café que bebía y levantó la mirada lentamente hasta toparse con la de su primo, los ojos marrones de Eugene estaban llenos de acusación.

—Fuiste tú.

—¿Exactamente qué fue lo que hice?

Eugene señaló el titular del periódico con dos golpes de su dedo índice.

Alistair Krei ha aparecido muerto esta mañana en su casa, estilo quemarropa.

—Muerto ¿eh? Diría que es desafortunado, pero la verdad es que me viene como anillo al dedo.

—Fuiste tú —repitió.

—¿Y cómo pude ser yo? Estuve cenando contigo y los Krone para que puedas pretender a esa loca. Si tienes alguna idea de cómo lo hice, dímelo, yo también quiero saberlo…

—Que te compre esa mentira quien no te conozca, tú lo mataste —el moreno se enfocó en Helga, de pie a un par de pasos atrás de Hans—. Mejor dicho, tu mercenaria islandesa… que es lo mismo. Solo tienes que chasquear los dedos y ella hace lo que quieres.

Helga gruñó por lo bajo y Hans se frotó las sienes en tanto suspiraba, Eugene podía ser tan dramático.

—Bueno ¿Qué puedo decir? Él tenía algo que yo quería y ahora ya no está, todos felices.

—Afortunadamente, nadie puede achacarnos el muerto.

—Esta es tu oportunidad, araña lo que puedas de Krei Tech y gánate a los padres de la loca… de Rapunzel. Algún día me lo vas a agradecer.

—Lo dudo.

0o0o0o0o0o0

El funeral se celebró la tarde siguiente, el cielo nublado de Londres y las personas embutidas con trajes negros creaban el cuadro perfecto de un día hermoso, por lo menos para Hans. Acudieron a la misa y siguieron hasta el cementerio, intercambió comentarios sobre lo mucho que le apenaba la situación, dio el pésame a la asistente de el hombre, lo más cercano a una familia para el difunto, y ahí estaban los Mikkelsen, preparándose para marcharse.

—Es una pena —dijo mientras estrechaba la mano de Agnarr.

—Lo es.

—Escuché que comprometió a su hija con él, de verdad lo lamento.

—Yo también, sobre todo por Elsa, parece que la gente no sabe cuando cerrar la boca… a ella le agradaba Alistair.

Hans contaba con eso ¿quién querría casarse con una chica cuyo prometido murió? El colorado sí, solo debía esperar el momento oportuno. Elsa tenía veintidós años, sobrepasaba la edad que se consideraba "adecuada" en la época y él era joven, decente, bien posicionado, de una familia excelente y muy atractivo, Agnarr no encontraría mejor partido para su hija.

Elsa estaba parada frente a la tumba recién cerrada, llevaba un abrigo negro y tacones relucientes, Hans se despidió de Agnarr y fue a hablar con ella después de que su padre se lo permitiera. Cuando la blonda lo miró, el bermejo sintió que el pecho se le contraía: sus preciosos ojos azules estaban rojos, seguramente por las lágrimas derramadas y las contenidas, bajo ellos tenía medias lunas violáceas por la falta de sueño y su boca sonrosada se tensó en una línea fina. Lo miró de forma acusatoria.

—¿Qué fue lo que hizo?


NA: El Angstruary es de 2022, lo sé, pero igual quería hacerlo. Nos leemos mañana.

HH.