Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
Capítulo 47: El Mundial de Quidditch
Era definitivo.
¡Que lo esculpieran en piedra y si querían, pues también lo escribieran en pergamino!
Pero, en definitiva, ella: Céline Volkova, princesa de Astraksa y Søgvinger, ODIABA CON TODA SU ALMA, los Trasladores.
—Buenos días, Basil —saludó James, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de Trasladores usados que tenía a su lado. Alex vio en la caja un periódico viejo, una lata vacía de cerveza y un balón de fútbol pinchado.
—Hola, James. —respondió Basil con voz cansina —Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos… Nosotros llevamos aquí toda la noche… Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperad… voy a buscar dónde estáis… Potter… Potter… —Consultó la lista del pergamino. —Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory… segundo prado… Pregunta por el señor Payne.
—Gracias, Basil —dijo James, y les hizo a los demás una seña para que lo siguieran. Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Alex y Céline vislumbraron las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque. Se despidieron de los Diggory y se encaminaron a la puerta de la casita.
Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Alex reconoció que era un Muggle, probablemente el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos. — ¡Buenos días! —saludó alegremente James.
—Buenos días —respondió el Muggle.
— ¿Es usted el señor Roberts?
—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
—Los Potter… Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.
—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?
—Efectivamente —repuso James.
—Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.
— ¡Ah! Sí, claro… por supuesto… —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Lily para que se acercara—. "Ayúdame, Lily" —le susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes Muggles y empezando a separarlos—. Éste es de… de… ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número escrito…! Así que ¿éste es de cinco?
—De veinte —lo corrigió Lily en voz baja, incómoda porque se daba cuenta de que el señor Roberts estaba pendiente de cada palabra.
— ¡Ah, ya, ya…! No sé… Estos papelitos…
— ¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que Lily volvió con los billetes correctos.
— ¿Extranjeros? —repitió James, perplejo.
—No es el primero que tiene problemas con el dinero —explicó el señor Roberts examinando al señor Potter—. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos.
— ¿De verdad? —exclamó James nervioso.
El señor Roberts rebuscó el cambio en una lata. —El campamento nunca había estado así de concurrido —dijo de repente, volviendo a observar el campo envuelto en niebla—. Ha habido cientos de reservas. La gente no suele reservar.
— ¿De verdad? —repitió tontamente James, tendiendo la mano para recibir el cambio. Pero el señor Roberts no se lo daba.
—Sí —dijo pensativamente el Muggle—. Gente de todas partes. Montones de extranjeros. Y no sólo extranjeros. Bichos raros, ¿sabe? Hay un tipo por ahí que lleva falda escocesa y poncho.
— ¿Qué tiene de raro? —preguntó James, preocupado.
—Es una especie de… no sé… como una especie de concentración —explicó el señor Roberts—. Parece como si se conocieran todos, como si fuera una gran fiesta.
En ese momento, al lado de la puerta principal de la casita del señor Roberts, apareció de la nada un mago que llevaba pantalones bombachos. — ¡Obliviate! —dijo bruscamente apuntando al señor Roberts con la varita.
James suspiró, mientras el grupo caminaba. —Ludo siempre ha sido un poco… bueno… laxo en lo referente a seguridad. Sin embargo, sería imposible encontrar a un director del Departamento de Deportes con más entusiasmo. Él mismo jugó en la selección de Inglaterra de Quidditch, ¿saben? Y fue el mejor Golpeador que han tenido nunca las Avispas de Wimbourne.
Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más Muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas. Pero, de vez en cuando, se veían tiendas tan obviamente mágicas que ni a Céline, ni a Lily les sorprendía que el señor Roberts recelara. En medio del prado se levantaba una extravagante tienda en seda a rayas que parecía un palacio en miniatura, con varios pavos reales atados a la entrada. Un poco más allá pasaron junto a una tienda que tenía tres pisos y varias torretas. Y, casi a continuación, había otra con jardín adosado, un jardín con pila para los pájaros, reloj de sol y una fuente.
Caminaron y encontraron personas vendiendo de todo. Una divertida Céline, compró crispetas de chocolate y había un hombre vendiendo lo que parecían binoculares excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas. —Son Omniculares —explicó el vendedor con entusiasmo—. Se puede volver a ver una jugada… pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga: diez galeones cada uno. Y por supuesto: Si eres lo suficientemente creativo, podrás usarlos en tu vida diaria y no solo para ver juegos de Quidditch.
Se vendían emblemas luminosos (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde y adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.
Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo a James y Lily, internándose a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles.
Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y ni Alex, ni Céline podían dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Céline sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.
Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Céline se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio:
La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada. Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo… Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade…
—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de Quidditch de Bulgaria! Con ustedes… ¡Dimitrov!, ¡Ivanova!, ¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! y…... ¡Krum! —los fanáticos de Bulgaria, aplaudieron y cuando se acabaron los aplausos, el comentarista volvió a hablar. —Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de Quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a… ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! y…... ¡Lynch! —Cuando todos estuvieron en el campo de Quidditch, salió la escoba —¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova… ¡eh! —bramó Bagman.
Entonces, Céline tuvo una visión y se llevó la mano al ojo. Vio la comida que tenía y se la embutió de forma tal, que Lily, Aleksandra y Susanna, la castigarían, si es que la vieran hacer algo tan asqueroso. Entonces, tocó el hombro de Lily, sonriéndole. — ¡Ya vengo, voy a comprar otro pastel de limón! —Lily asintió y le dio algunos Sickles, mientras la rubia salía de allí y descendía las escaleras. Cuando estuvo fuera de la vista de todos, rebuscó y una sonrisa apareció en sus labios. — "Pistolas, varita y espadas, ¡perfecto!" —una sonrisa se instaló por unos pocos segundos, en su rostro, mientras miraba de un lado a otro. — ", ¿quieren jugar a los magos oscuros?, pues juguemos a los magos oscuros" —se retiró el parche que cubría su ojo draconiano y comenzó a buscar a los magos tenebrosos. — "Vaya... ¿Qué tenemos aquí?" —susurró ella, viendo a un hombre bajo una capa invisible y a un grupo de Mortífagos, torturando al Muggle. — ¡Fyendfire! —el hombre bajo la capa invisible, se hizo a un lado y el hechizo devoró en sus llamas a los seis sujetos.
— "Potter..." —dijo el sujeto bajo la capa de invisibilidad, viendo a Céline lanzándose en su dirección. — "¿Puede verme?" —Se preguntó, con un susurrante gemido de terror. — ¿Por qué atacó a matar a los Mortífagos? —Esa otra pregunta asaltó su mente. No lo entendía, él sabía cómo trabajaba Dumbledore, todos lo sabían y esto no se parecía en nada a lo que él haría u ordenaría a su gente. — "Acaso Dumbledore no les dice a sus patéticos miembros de la Orden del Fénix, que aturdan a los enemigos, ¿Acaso Potter no es parte de la Orden del Fénix?" —Cuando se fue a mover, ella abrió fuego en su contra, perforándole la pierna y haciéndolo soltar un grito. — ¡MORSMORDRE!
—Eso es, saca a los niños a jugar con los adultos —dijo ella, con una sonrisa depredadora, haciendo que el Mortífago bajo la Capa Invisible, viera su error. Céline se movió rápidamente, desenfundó una espada y se la clavó en el hombro, retorciéndola varias veces, haciéndolo gritar. —Para que jamás olvides, quien puede matarte, con un único pensamiento. —Las explosiones a lo lejos, comenzaron a suceder y Céline se alejó de allí, tras quemar la Capa de Invisibilidad del sujeto. Cuando volvió, lo hizo con su comida ya terminada y viendo más Mortífagos. Desenfundó su otra pistola. — ¡Orquesta de Balas: Bala Buscadora! —tres círculos Rúnicos, aparecieron ante la boca del cañón de las pistolas y abrió fuego, enviando seis balas brillantes, que comenzaron a matar a los Mortífagos, que Aparecían de la nada; solo para verse rodeados de cadáveres de aliados, viendo que debían de huir y se Desaparecieron.
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Todo esto, fue visto por un horrorizado Draco Malfoy.
Él no podía creer que una única chica de su edad, estuviera haciendo frente a los Mortífagos.
Una chica de catorce años, que asechaba a los Mortífagos, salía de la nada bajo su propia Capa de Invisibilidad y asesinaba al gran Ejército Sangre Pura, decapitándolos con una espada y un hacha o disparando aquellas balas extrañas, arrancándoles miembros, solo con explosiones (como él llamaba a lo que causaban los disparos de una pistola), mientras ella sonreía.
Draco Malfoy tropezó hacía atrás y salió corriendo.
Corriendo con sus manos y pies, como un animal, mientras rezaba, para que sus padres estuvieran bien. Rezaba para que ellos estuvieran sanos y salvos, del sangriento contraataque de Céline Volkova-Potter.
Draco sabía que los Mortífagos, jamás se hubieran esperado este contraataque, pero SÍ SABÍA que atacarían en el Mundial de Quidditch.
Se volvió hacia atrás y vio a Potter y a su guardaespaldas, usando hechizos de los que él en su vida, había escuchado y estaban dejando una montaña de cadáveres de togas negras y máscaras plateadas, por todas partes.
Draco Malfoy por primera vez, se tomó en serio las múltiples ocasiones en las cuales, él fue atacado por Céline Volkova; en el pasado, él solo lo vio como matoneo escolar. Simple y puro...
Hasta el día en el que conoció la muerte y le temió.
