Las calles estaban húmedas, oscuras, reflejando las luces tan características cuando aparece la noche. Hacía frío. O eso era lo que se suponía era la temperatura ambiente que me dio a inferir cuando por mis fosas nasales expelieron vapor cada exhalada de aire. Nos encontrábamos en pleno invierno. Sin embargo, yo no podía sentir nada. Siempre era cálido para mi piel esta temporada.
Era demasiado tarde, muy tarde para que una mujer anduviera deambulando a tan altas horas de la noche. El peligro acechaba demasiado para nuestro sexo en espacial. Pero había escogido este horario de salida de mi trabajo a propósito.
La cafetería en cual trabajaba tenía servicio las veinticuatro horas del día, todos los días, siendo algo bastante agotador para cualquier trabajador común estos días. Excepto para mí.
Por eso, cada vez que alguien me pedía que reemplazara su turno por las noches o si el jefe me preguntaba si podía realizar un doble turno, jamás se los negaba. No había problema. Sobre todo, cuando una de mis compañeras de trabajo apareció en medio del rio, muerta asesinada a golpes y violada camino a casa luego de finalizar su trabajo en medio de la madrugada.
Nuestro local era privilegiado en ese sentido. Rose Tico fue la primera y única chica que Han Solo, actual dueño del local, que perdió a causa de lo que se a estado frecuentando en la localidad dónde vivíamos. Los secuestros y violaciones a mujeres se estaban volviendo demasiado frecuentes y la ciudad era demasiado grande para atraparlos a todos. No obstante, siempre tenían algo en común tales hombres a la hora de hacer sus nefastas acciones. Ir a lugares pobres con mayor índice de mujeres trabajadoras.
Exactamente donde yo vivía.
Todas las noches caminaba aproximadamente treinta minutos para llegar a casa con audífonos sobre las orejas para que me notaran más vulnerable y distraída los rufianes. Una gran estrategia.
Durante estos últimos tres días de caminata vuelta a mi casa he notado que un auto nuevo en el vecindario a estado frecuentando enfrente de una reja que resguarda una antigua fábrica con alguien dentro. Podía olerlo. Me estaba esperando. Estos tipos funcionaban así. Primero analizaban e inspeccionaban su presa y luego atacaban. Dos o tres días ya se manejaban con la rutina en si
Y hoy era mi tercer día de pasar por aquí.
Mi caminata era normal pero precavida, observando por todos lados por el futuro peligro inminente que se vendría. El hombre me estaba esperando enfrente de su automóvil acuclillado para que no notara que se estaba escondiendo para capturarme cuando pasara por su lado. Rebase su espejo y en ese momento el hombre saltó a por mi a atacarme. Fingí asustarme y clamar miedo con mis ojos por ello. Debía ser creíble el que me estaba afligiendo. Supliqué por mi vida y el que no me las mirada mientras tanto trataba de zafarme de su agarre para meterme a su auto. El sólo atinó a golpearme mi rostro y lanzarme dentro para llevarme a hacerme sus atrocidades. Le hice creer que que me aturdió y dejé que el sujeto me llevará sin inconvenientes donde el deseaba.
Espere paciente por cada curva, experimentando cada sentir del humano por cada metro recorrido de la carretera. El hombre estaba extasiado por terminar la travesía.
Pasaron largos minutos para que el antisocial se detuviera. Olía a tierra y a basura en los alrededores, lo que me hizo deducir que nos encontrábamos en el vertedero de la ciudad muy lejos de mi casa.
El hombre me volvió a golpear para despertarme, brusco y sin compasión. Cuando abrí mis ojos aun con el miedo entremedio, el humano jalo de mi cabello y con orbes desorbitadas me contemplo de completo extasiado. Me puse a temblar y forzar mis lagrimas que salieran para mantener la actuación.
—P-or fa-vor, no me lastimes. —Supliqué entre sollozos con manos en lo alto.
Sus ojos se desviaron a mis dedos y sin quitarme su agarre abrió el compartimento enfrente de mi asiento. Sacó una soga y me amarró las manos apretando más fuerte de lo necesario y me amordazó con una tela para que no gritara. No me quise resistir ni dejar de temblar. Debía seguir con el papel del querer cooperar. Terminado, me hizo correr mi trasero a su dirección y estampar mi cara en el vidrio de mi asiento. Escuché cómo el botón de su pantalón cedía del agujero y el cierre rozaba violento al bajar hasta su tope.
Fue mi momento.
Rompí tales cuerdas como si un papel debilucho se tratase y me giré veloz a su dirección para ir a tomar directo su cuello. Aplaste su cabeza contra la cabecera del asiento con mis manos cubiertas ya de finos cabellos y medianas garras entre sus asomadas arterias.
—¡Qué demonios eres! —Aquel hombre me miraba con extremo horror, sin poder creer lo que estaba viendo.
—La venganza de todas ellas. —Respondí con mi voz al filo de la distorsión de la metamorfosis, esforzándome a que se entendiera por mi cambio de dentadura y mandíbula.
El hombre comenzó a gritar desgarradamente aclamando por su vida, golpeando mi brazo intentando zafarse y pataleando por inercia entre los pedales. Lo terminé soltando, para entretenerme un poco, más disimulando que me había vencido en fuerza con los manotazos. Abrió la puerta y corrió dónde encontró pertinente huir para pedir ayuda. Deje que corriera un par de metros mientras tanto me bajaba del auto y me quitaba la ropa para transformarme. El clima seguía frío y yo todavía no podía sentirlo.
Mis huesos comenzaron a quebrajarse tomando tamaño, y el pelaje blanco salió rápido entre mis poros cómo al igual que mis filadas garras por medio de mis tan tiernas uñas. La mandíbula me creció un poco más para acomodar mis dientes de especie cazadora y el asomar de un ligero hocico en mi crecido craneo. A los segundos alcancé mis casi tres metros de alto y la forma lobezno de mis piernas entre sonidos de mis huesos y el cubrir completamente de mi pelaje.
Ya estaba lista.
Di inicio al fin la cacería.
Aullé a los cielos nublados con vehemencia a modo de respeto, comunicándole con el eco al humano que pronto iría por él. Corrí tras el a dos patas, y cuando me aproximé a los árboles, e incrusté mis zarpas en cada corteza para ir más rápido por el desde las alturas.
Fue rápido encontrarlo entre la maleza y la basura. Se había detenido un momento para tomar aire y orientarse espacialmente para no seguir corriendo sin rumbo entre árboles. Podía oler su miedo y el hedor a pánico entre su sudor mientras miraba por todos lados para cerciorarse cada aún no había llegado por él todavía.
—Dios, perdóname por favor—Escuchó por los altos suplicar al sujeto de rodillas derramando lágrimas sobre sus manos—. Ayúdame.
Su hipocresía me ardió la sangre.
No me di a esperar y me dejé caer del árbol pesado entre mis patas traseras. El hombre gritó fuerte por mi sorpresiva aparición y se arrastró en el pasto para alejarse de mi con extremo temor mientras tanto miraba cada metro de longitud de mi fornido temple. Estaba dispuesto a toda costa a huir y a sobrevivir de mí. Sin embargo, en el momento que el sujeto se levantó del suelo, lo tomé de nuevo de su menudo cuello y lo levanté a una altura propicia para que me mirara bien antes de morir. Que su último recuerdo en ámbito terrenal fuera la cara de su némesis sobrenatural. El susodicho comenzó a tomar color púrpura y patalear por cada bocanada de aire al alzarlo sin quitarme los ojos encima de mis amarillentos orbes de especie lobuna. Sabía que pronto todo acabaría para él.
Pero antes que terminase su vida entre mis garras, abrí mi hocico lo suficiente, y de un solo bocado separé su cuerpo de su cabeza con mis dientes.
La sangre se desparramó a presión por todas partes manchando aleatoriamente el perímetro. El tinte carmesí salpicó en mí de igual manera como lo era siempre, cómo si una bomba de líquido me hubiera llegado cada que le quitaba la vida a espécimen cómo éste.
Como siempre, el cráneo seguía siendo duro de masticar, pero sin dudas el cerebro un deleite de manjar, una dosis suficiente para subsistir un mes más sin alimentarme de nutritivos cerebros humanos.
Cuando termine de tragar volví al auto a dejar tirado lo que quedaba del sujeto en él para que lo encontraran y la policía diera como finalizada alguna investigación que tuviera pendiente con aquel hombre de malos actos. En estos tiempos, todos ellos eran seriales y con la tecnología de los ochenta no era suficiente para recaudar la evidencia necesaria para encontrarlos. Sobre todo, las mías. Porque yo, de igual manera, era una asesina serial bajo estricto rigor de la palabra.
Mi piel siempre estaba recubierta de finos cabellos antes de que me amordazaran para no dejar huellas o rastros para que me encontraran. Los únicos indicios descuidados que solía soltar de repente eran de pelos como un perro cambiando pelaje, y por supuesto nadie iba a sospechar de ello, mucho menos que existieran licántropos entre los humanos.
O eso pensaba yo hasta ahora.
Gracias por pasarte a leer.
Cualquier sugerencia o comentario es bienvenido, así que comenten con toda libertad si es que es nace.
Muchos saludos, y por una segunda vez, muchas gracias por pasar y darle una oportunidad a éste fic.
