Hello! He vuelto con un nuevo capítulo mucho más largo que el anterior pero que espero sirva para armar la línea de acontecimientos que llevaron a que el compromiso de Sirius y Lily se diera. Sin más, les dejo leer.
Cualquier dato o personaje que reconozcas pertenece a J. K. Rowling.
…
Casada con los dos
Capítulo 2: Elecciones del destino
...
Se montó en el auto y colocó la bolsa con las medicinas en el asiento del copiloto junto con su monedero. Con bastante prisa se dispuso a encender el auto pero las llaves se cayeron en el proceso. Maldijo por lo bajo y entrecerró sus ojos en la oscuridad buscando frenética las condenadas llaves. ¿eso tenía que pasarle ahora? ¡Era una emergencia!.
Cuando las halló, no perdió el tiempo y las llevó al encendido en un intento de encender el motor, pero éste no hacía otra cosa que soltar un fuerte chirrido poco alentador. Luego de algunos intentos fallidos, la pelirroja se recostó al espaldar de su asiento algo derrotada tratando de calmarse. No le servía de nada ponerse como loca, así que respiró varias veces mirando por los espejos sin notar más que la amarillenta luz de los postes alumbrando las calles en la profunda oscuridad de aquella impasible noche.
Miró el reloj y éste marcaba las 11:51 pm, y el semáforo de la siguiente intercepción acababa de ponerse en rojo.
No había tardado mucho, apenas llevaba 7 minutos desde que salió de casa. Ella confiaba en que él se encontraría bien, era un hombre fuerte y la esperaría, estaba segura.
Y con esa línea de pensamientos, la joven decidió volver a intentar arrancar el auto sin pasarle desapercibido el aire helado de la noche, que para cuando miró por su retrovisor ya era demasiado tarde. Vio como sus ojos reflejaban terror y luego todo se volvió confuso. Escuchó algunos chirriantes sonidos, sintió un fuerte golpe y un horrible dolor que amenazaba con despedazarle el alma.
Luz y Oscuridad. Así se sintió.
Porque al final, esa horrible luz amarillenta fue lo último que llegó a distinguir antes de que todo se volviera negro...
...
-Sirius, hijo... no puedes irte así. Tu padre...-
Le suplicaba su madre mientras el ojigris se alejaba de ella y se liberaba de su agarre hastiado.
-¡Mi padre!... él solo se ha aprovechado de la situación para manipularme, para convertirme en su marioneta como lo hace con todo el mundo, y ya estoy cansado, mamá. Así que no pierdas tu tiempo tratando de convencerme de lo contrario- le espetó muy molesto.
-No seas malagradecido, él solo te ha ayudado. Se preocupa por ti-
Sirius sonrió con amargura al escuchar aquello.
-Sí, claro. Lo único que le preocupa es quedarse sin herederos- soltó abruptamente -ya perdió a uno, así que no se sorprenda cuando alguien más quiera largarse de aquí- sentenció ácido, dejando a su madre atrás.
...
Una intensa luz la segó momentáneamente y parpadeó varias veces para que sus ojos se acostumbraran a ella. Un pitido sonaba incesantemente a su lado y Lily gimió de dolor cuando intentó tomar asiento en aquella cama. Su brazo escocía y podía imaginar que aquellos diminutos tubos transparentes saliendo de el, tenían que ver con eso.
La pelirroja no tuvo que esforzarse mucho para darse cuenta que se encontraba en una habitación de hospital.
¿Que había pasado?
...
Lily llegó a su pequeño departamento alrededor de las 5 de la tarde y fue directo a la cocina, después de abandonar sus zapatillas en la alfombra de entrada para bien de sus pies y el montón de bolsas a un lado del viejo sillón que le regalaron sus padres cuando se mudó. A pesar de que intentó agachar el rostro para no verse en el espejo, no pudo evitar tener un vistazo de su reflejo. Como se temía, estaba hecha un desastre.
Dejó la cafetera puesta mientras fue en busca de una goma con la que recogerse aquella maraña rojiza y volvió a la cocina con un moño desarreglado en la cabeza y uno de los ejemplares del diario en la mano. Mientras esperaba a que estuviera aquel líquido vital, la pelirroja comenzó a resolver el sudoku del día mordisqueando de vez en cuando el lapicero para evitar hacerlo con las uñas.
El sonido del teléfono fijo se hizo escuchar y lo tomó sin sorprenderse.
-Buenas tardes, Sra. Ross- saludó sin dejar de escribir los números restantes -Ajá, si, me disculpo sinceramente. Hoy me he retrasado pero no se preocupe que dentro de... - miró el reloj de pared -unos diez minutos estoy en su puerta- la persona al otro lado de la línea habló por unos segundos en lo que ella se colocó el lapicero en el cabello por simple costumbre y empezaba a hojear el periódico sin dejar de sostener la bocina contra su hombro -si, ya me había comentado que su bebé estaba malito- hojeó la hornilla -por supuesto que se lo cuido... Bueno, nos vemos en diez...-
Justo cuando se despedía de la Sra. Ross, el café estuvo listo así que se dispuso a colgar antes de que su interlocutora le hablara de los detalles de una enfermedad gatuna. Se sintió un poco mal pero cuando tomó la cafetera para servirse, el increíble olor la hizo olvidarlo. Bueno, hasta que el destino decidió cobrársela a su pie, específicamente a su dedito pequeño, al caerle unas gotas del hirviente líquido.
La muchacha saltó soltando un gritito de dolor.
¡Karma!
Las lágrimas amenazaron con mojarle el rostro y se tuvo que morder el labio para evitar más gritos que sobresaltaran a sus vecinos. Se ocupó de la herida rápidamente, y cuando estuvo sentada hecha un ovillo en su viejo sillón con la taza de café en una mano y el diario en la otra, soltó un largo suspiro de cansancio.
Le echó un vistazo al contenido sin dejar de sorber de la taza. Cuando llegó a la parte de los eventos, volvió a verlo. Era el último anuncio del concierto al que quería ir, allí se mostraba tan majestuoso invitándole tentadoramente pero ella sabía que no había por qué ilusionarse, no iría, solo tenía que aceptarlo. Pero solo pensar en el suave y mágico sonido de los violines... ¡No! Debía de dejar de torturarse. No asistiría al Kings Place y punto.
Dejó el diario en la mesita a su lado intentando alejar su dolor y luego de otro suspiro, tomó los sobres en su lugar. Se obligó a revisarlos con lo que solo consiguió desanimarse más. Cuentas, facturas, deudas... Eran lo mismo, preocupaciones y más preocupaciones que agregar a la lista, nada nuevo. Hasta que... Reconoció aquella torcida letra y no pudo evitar que una sonrisa estirara sus labios. Le había escrito.
No perdió mucho tiempo y la abrió al instante.
‹‹Querida Lily:
Perdona por no haberte escrito últimamente, es que la cosa por acá ha estado apretada, espero que me entiendas y no te molestes ¿cómo has estado? ¿qué tal los niños? ¿ya te dije que me encanta cuando escribes de ellos? Es que me gustan todas esas travesuras tan divertidas y aunque no lo creas me tomo un tiempo para leerlas y reírme un rato cuando quizás tu piensas que me las salto; no importa que tan largas sean, siempre las leo ¿y las vacaciones? ¿fuiste adonde tus padres? Espero que se encuentren bien al igual que tu. No sabes cuánto extraño Londres... Y a ti. Antes de que lo pienses, sí, estoy bien, algo cansado pero bien, ya te contaré después. Por ahora, voy a estar pendiente de tus cartas e intentaré contestarlas más seguido.
Te quiere.
Sev. ››
Era un mentiroso, a él nunca le gustó Londres. Recordaba que desde que se mudaron a la ciudad cuando comenzaron la universidad, él le proponía que se fueran juntos a otro lugar, claro que lo decía en broma pero aún así se quejaba todo el tiempo.
Sacudió la cabeza sin dejar de sonreír. Su amigo estaba loco pero lo quería un montón. Le alegraba que le hubiera escrito, ya empezaba a preocuparse, y sí, a enojarse un poco tenía que admitirlo, creía que se había olvidado de ella.
Siguió sobándose el dedito herido como lo hizo mientras leía la carta y trató en no pensar en lo último que decía sin éxito.
Sus padres, suspiró. Últimamente lo hacía muy seguido.
Y es que no era para menos. Ellos eran los dos seres más queridos para ella y el solo pensar cuando los vio en las "vacaciones" una presión la desazonaba por completo. Por eso se había sentido mal cuando Molly le había preguntado en la escuela. Para ella no fueron sino días llenos de agonía y eterna preocupación cada vez que los veía charlando en la sala -porque ya su padre no salía al porche- o cuando se despedía de ellos por las noches, en las que no conseguía conciliar el sueño tan fácilmente. No había querido enfrentarse a la realidad, pero tenía que aceptar que su padre estaba enfermo, muy enfermo.
Porque desafortunadamente a eso le sumaba los pagos retrasados de la hipoteca de la casa de sus padres, la casa que la vio crecer y que significaba mucho para los Evans por ser y haber sido su hogar desde siempre y por la que debía sacrificar el todo por el todo si no quería que sus padres quedaran sin un techo donde vivir y mucho menos después de haber sido ésta la responsable de hacer posible que ella tuviera una educación y futuro asegurado.
Claro, eso sin agregar a la lista los medicamentos de su padre y su propia sustentación, o querría decir sobrevivencia, que incluía la renta de su apartamento, la comida, los gastos que el auto implicaba..., y pare de contar. Y ella que creyó que todo mejoraría en cuanto empezara a trabajar...
Lily contuvo las lágrimas que una vez más volvieron amenazar con salir y respiró profundo tratando de calmarse. Sabía que no conseguiría nada derrumbándose, al contrario, era mejor mantenerse calmada para así poder pensar en una solución. Debía de haber algo que ella pudiera hacer, algo que le ayudara a resolver su vida, o al menos sus actuales problemas.
La pelirroja se halló mirando al techo con anhelo como si esperara que una fuerza divina le diera la respuesta y se sintió decepcionada cuando obviamente no la obtuvo.
¿Qué le diría a Sev?
No quería que se preocupara pero tampoco quería seguir ocultándole la realidad, su triste y cruel realidad.
Inhaló aire profundamente como si quisiera succionar las buenas vibras y tras reprocharse mentalmente lo débil que podía ser, hizo a un lado el correo, incluyendo la carta de su amigo al que le respondería más tarde, se deshizo de su moño dándole una mirada al departamento y se dispuso a arreglarse lo suficiente para salir a dar una vuelta con la tarea que le correspondía todos los días de semana: pasear al ahora enfermo gato de una de sus vecinas mientras entregaba la ronda del día al resto de la cuadra recordándose pasar primero a entregar la ropa de la tintorería del Sr. Thompson sin tratar de pensar en sus problemas y en los posibles vómitos del gato.
...
Esos dos días habían sido los más aburridos, no hacía otra cosa más que deambular por su piso como un fantasma medio dormido todavía. Suponía que se debía a algo de equilibrio, mientras el fin de semana fue un emocionante caos, los días siguientes serían un total aburrimiento. Bueno, al menos había valido la pena.
Había pensado en llamar a su amigo pero sabía en qué condiciones estaría después de semejante juerga así que no había sabido nada de él desde el fin de semana. Seguramente estaba metido de cabeza en su bendito proyecto.
Había intentado despejarse pero la soledad y el encierro del penthouse lo estaban enloqueciendo así que había decidido ir al club. Una tarde en la piscina bajo el maravilloso sol le sería reparador.
Ahora ya llevaba unas tres horas allí y no podía quejarse. La buena comida, el brillante sol -un poco más brillante para su gusto- y la buena compañía eran más que suficiente.
-Nunca es tarde para la diversión- comentó el ojigris guiñándole el ojo a la morena.
Llevaban un buen rato así. Ella lo miraba y él le sonreía. Era su juego.
-Black- llamaron. Cuando el aludido escuchó, volteó a ver al solicitante de su atención -Te estaba preguntando por Potter- le dijo el oriental cuando Sirius alzó las cejas en tono interrogativo -Pensé que también vendría-
El ojigris frunció un poco el ceño. Tenía una idea de que ese asiático se traía algo...
Sacudió el extraño pensamiento y se obligó a volver a la realidad.
-Mmm... James puede ser más aburrido en ocaciones, más específicamente cuando tiene que ver con trabajo- respondió algo desinteresado.
No sabía si lo había imaginado pero pareció ver por un instante una pizca de decepción en aquellos oscuros ojos.
-Oye, chicos ¿qué esperan para meterse en la piscina? El agua está...- la morena volvió a atraer su atención con aquella expresión tan insinuante y pícara.
No era por nada pero lo prohibido era lo más tentador. Nunca le había interesado tanto Bella como lo hacía ahora cuando empezó a salir con Goyle. El solo pensar en lo que debía hacer para encontrarse con ella y pasar un buen rato, le parecía muy excitante.
Estuvieron disfrutando del resto de la tarde entre bebidas y charlas. Tanto, que Sirius no se dio cuenta de cuando oscureció.
-Quizás debamos ir a otra parte...- le decía Bella mientras el resto hablaba sobre algo muy gracioso creía Sirius, que los veía reírse, pero realmente no estaba prestando atención con semejante bombón tan cerca.
-¿Y qué sugieres, nena?-
Ambos forzaron una sonrisa y hasta los demás parecieron haberse callado una vez la presencia de Gregory Goyle se hizo notar tomando a su novia por la cintura posesivamente.
Bella intentó parecer normal.
-Bueno, le sugería a los chicos que fuéramos a otro sitio, quizás un bar o una discoteca. Este no es un lugar para celebrar de noche- dijo la morena mirando de reojo al ojigris.
Goyle los miraba con aire de superioridad como si de todos él fuera el más importante. Todos sabían que no era así pero preferían evitar echarse de enemigos a aquella familia. En especial a él, lo miraba con ojos revueltos como si sospechara, aunque podía atribuirlo a una simple envidia, después de todo, Sirius era tan irresistible.
Le sonrió y aunque no mostró signos de rabia, tampoco se le veía contento.
Iba a decirle algo para picarlo pero en ese momento su teléfono sonó. Lo que él no sabía era que aquella simple llamada significaría un giro de trecientos ochenta grados para su vida.
No quería contestar pero no tenía más opción, así que se apartó un poco del grupo mientras que algunos lo seguían con la mirada.
-¿Y ahora qué? No me digas que el viejo chino se antojó de festejarle el cumpleaños a su gato y por
supuesto que la familia Black tiene pases exclusivas para el tobogán de sus inexistentes mascotas-
-Kings Place, en quince minutos- fue lo único que se escuchó antes de dejar al muchacho escuchando el sonido de llamada finalizada.
No le sorprendió. Siempre era así.
Volvió a acercarse al grupo y con algo de desgano comenzó a despedirse.
-¿Ya te vas, Black?- preguntó Goyle aparentemente de mejor humor.
Él solo le dirigió una mirada serena sin caer en la provocación para alejarse dejando a Bella atrás.
Cuando ya estaba en su auto en camino para el penthouse y alistarse -porque obviamente estaba entre líneas que debía hacerlo- pensó en realmente no ir ¿qué podría ser tan importante para que lo obligaran a ir? ¿Tenía que ser aquel lugar precisamente?
Pero aunque se hiciera el rebelde, ellos sabían que terminaría por ir. El ojigris giró el volante en el siguiente cruce y con una inmensa decepción, se despidió de su libertad nocturna.
...
El martes no fue una novedad.
Todo el día transcurrió como cualquier día o cualquier otro martes, que se parecían a los lunes porque la gente aún parecía dormida del fin de semana. Fue a la escuela temprano y como muchos otros martes su fiel auto no arrancó -sí, fiel. Normalmente no arrancaba los martes- así que tuvo que ir en bus. La mañana con los niños, aunque no fue igual a la del día anterior -nunca lo era. No podías esperar ser maestra de kinder si quieres una rutina- estuvo bastante "tranquila" y a su parecer productiva.
Cuando salió de la escuela, hizo exactamente lo que solía hacer: dar un par de vueltas por la ciudad en búsqueda de su destino... Bueno, en realidad haciendo la ronda de siempre. Pasar por la tintorería para retirar la ropa de Sr. Thompson, ir a comprarle las frutas a los nietos de los señores Fletcher, encontrar las medicinas de la Sra. Madison, comprar los hilos para las señoras del bingo de los jueves, ¡ah! por supuesto cobrar el billete del Sr. Lee ¡había tenido suerte! ¿En qué iba? ¡Ah, sí! Los dulces de las niñas exploradoras, las cartas de amor de los tórtolos -no pudo evitar sonreír- el periódico del Sr. Jack y el de ella -se preguntaba qué tan rápido podía resolver el sudoku del día-, la gatarina para el gato de la Sra. Ross...
Lily iba pensando en la innumerable lista sin percatarse en su alrededor, cuando por descuido tropezó con algo.
-¡Oye! ¡Ten más cuidado!- le gritaron.
La chica se sorprendió al ver sus cosas esparcidas por el suelo y sin pensarlo comenzó a recogerlas cuidando que no les pasara nada con toda aquella gente transitando por la acera.
-Toma, no querrás perderlo-
Levantó la mirada y se encontró con unos intensos ojos chocolates. Sin pensarlo se ruborizó.
El muchacho le sonrió tendiéndole aún el aparato y fue cuando se dio cuenta que seguía ahí parada como una tonta.
-¡Oh!- intentó no mirarle directamente -gracias- consiguió decir.
-Discúlpalo. No está muy feliz hoy- comentó mientras hacía un gesto hacia un gordo hombre, probablemente el que le había gritado.
Lily asintió volviendo a mirar al muchacho -no importa- y se apresuró a seguir su camino.
Cuando ya eran algo más de las cuatro de la tarde, a la pelirroja ya le estaban reclamando los pies pero aún le faltaba pasar por la comida de los peces del señor del N° 5 al que nadie le sabía el nombre y comprar otra cubeta para la Sra. Abuela -sí, así le decían. Bueno, le decían "abuela" pero Lily le agregaba lo de Sra.- definitivamente ya había perdido la cuenta de cuantas cubetas ella misma le había comprado, a veces se preguntaba como hacía la Sra. Abuela para dormir con el ruido de tantas goteras. Bueno, eso sería todo. Luego se iría a casa, cuanto anhelaba el café...
Más tarde, Lily fue a dejar al bebé de la Sra. Ross con ella y finalmente se halló en su casa-departamento- recostándose a la puerta de entrada con cansancio. Había sido un día agotador.
Y pensar que su día aún no terminaba.
...
Estacionó el auto sin miramientos y fugaz se bajó de él. No había contado con que aquel estacionamiento estuviera tan repleto ¿cómo es que la gente asistía a un lugar a escuchar aquella "música" tan dramática y aburrida? Nunca le gustó que lo arrastraran a ese lugar y sin embargo, ahí estaba él, siendo obligado a asistir a su lenta tortura en el fondo de un aparcamiento abarrotado.
Se alisó la corbata y se acomodó el saco sin necesidad tratando de no deprimirse, aunque por cada paso que daba se desanimaba más. El mar de autos que lo rodeaban parecían succionar su valor a medida que salía del fondo de éste, solo conseguía que le dieran aún más ganas de dar la vuelta, montarse en su bebé -auto- y largarse a toda velocidad en la inmensidad de la noche.
Pero se suponía tenía una misión y debía de cumplirla.
Antes de que llegara a su piso, su madre le había escrito y le había dicho que lo necesitaban en aquel lugar, nada nuevo, pero luego le despertó la curiosidad cuando habló de "entretener a una dama", esas eran sus palabras textuales. Debió imaginárselo. Seguro se trataba de la tía abuela parlanchina del posible nuevo socio de la cual querían deshacerse un rato para hablar de negocios, o con algo de suerte, su hija.
Quiso saber algo más al respecto por lo que le escribió a su madre y ésta solo le respondió: "no será difícil verla entre tanta gente con esa melena teñida de rojo" y él había pensado 1) Mmm... Pelirroja 2) que a su madre no parecía caerle bien, lo que lo llevaba al 3) que sería "divertido" o eso esperaba.
A su pesar, continuó caminando hasta llegar al oscuro costado del potente edificio. A Sirius le
recordó a la luna, porque como ésta, tenía dos lados: el glorioso y brillante que todos veían, y el ignorado que estaba oculto en las sombras.
El ojigris se apresuró a entrar al edificio pese a su descontento y totalmente ignorante al rumbo que tomaría su vida en cuanto pusiera sus ojos en aquella cabellera pelirroja.
…
Lily sonrió tranquila a aquel hombre que la miraba con ojitos de cahorro.
-Gracias, señorita Evans. Le aseguro que no volverá a suceder- repetía por enésima vez el susodicho, y llevándose los dedos a la boca en forma de cruz para besarlos, dijo fervientemente -Le juro por mi madre que no se repetirá-
La pelirroja negó varias veces al ver al padre y a la pequeña alejarse por el pasillo. El Sr. Smith era un hombre que luchaba contra la culpabilidad de soler olvidar ir por su hija a la escuela al menos unas dos veces por semana, pues cargaba con la responsabilidad de criar a la niña después de que
su esposa los abandonara. Era un padre soltero que buscaba ahogar sus penas en el trabajo y que debía acostumbrarse a que una vida dependía de él ahora, a la cual debería adaptarse, sobre todo, a sus horarios. Sabía que era un golpe duro para ambos pero ella confiaba en que lo superarían. El Sr. Smith era un buen hombre que corrió con la suerte de tener una hermosa hija. Estarían bien.
Se apresuró a recoger sus cosas con la intención de evitar a cierta mujer que solía irrumpir en su espacio y agotar su paciencia con creces cada fin de jornada. No la soportaba.
Se asomó por el pasillo que encontró desierto para ese momento y se aventuró a lo que quedaba de su día. Pero cuando se dirigía hacia su auto, un par de hombres la interceptaron.
-¿Señorita Evans? ¿tiene un momento? - preguntó uno de ellos. Lily no pudo evitar sentirse intimidada por la presencia de esos hombres con trajes oscuros -Me temo que tendrá que acompañarnos...-
...
La ojiverde colgó el teléfono con pesar. Era la quinta vez que el banco llamaba para advertirle sobre la bendita hipoteca de la casa de sus padres.
Cerró los ojos y comenzó a inhalar profundamente para intentar calmarse, sentía los nervios de punta, y el dolor de cabeza que últimamente la acompañaba, no hacía más que empeorar su estado.
Tenía que relajarse un poco. Ella mejor que nadie sabía que los problemas no eran eternos, siempre habría una solución mientras hubiera vida. Ya había pasado por situaciones bastantes
malas en el pasado y había conseguido salir de ellas. Como la vez que su hermana casi se ahoga en el río al que fueron unas vacaciones, o la vez que robaron sus maletas cuando viajaban de vuelta a casa, también la vez que se perdió en una estación de trenes, o la vez que a Sev lo operaron de una apendicitis, e incluso hacía dos años, cuando ella tuvo el accidente...
Claro, si lo pensaba bien en todos esos horrorosos eventos, ella nunca estuvo realmente sola, siempre hubo alguien que la confortara: su madre, su padre, Sev... En cambio ahora, estaba sola. Sola.
Lily apretó los párpados pero no pudo contener las rebeldes lágrimas, que empezaron a rodar silenciosamente por sus mejillas.
Sus padres. Ajenos a su estresante carga. Ella no los preocuparía, no quería, ni podía hacerles eso, y menos a su padre tan delicado de salud. Acababa de recuperarse de una recaída, no iba a exponerlo a otra, no señor. Se supone que ella se encargaría de todo, un todo que iniciaba a pesarle demasiado y amenazaba con derrumbarla.
Y Severus, ignorante al empeoramiento de su situación. Se lo había ocultado también, no quería que cometiera una locura. Lo conocía bien. Sabía que si le mencionaba algo al respecto, él no dudaría en abandonarlo todo para regresar a Londres junto a ella y eso, eso no sería justo para él, que tanto había luchado para conseguir aquella oportunidad.
En momentos como ese, es cuando la pelirroja deseaba que le concedieran un deseo divino, quizás... pero entonces recordaba la carpeta que había traído a casa esa misma tarde, y se arrepentía de siquiera pensarlo.
Es verdad que aquella carpeta le daba la solución no a uno, sino a todos sus problemas, pero a un precio que ella no creía poder pagar.
Tenía que tener más cuidado con lo que deseara.
...
Después de semejante discusión con su padre, el joven Black salió como alma que lleva el diablo de la empresa de la familia y se montó en su auto para dar una vuelta y despejar su mente.
Suspiró. Ya hacían unos veinte minutos de aquello y aun no se calmaba del todo.
¿Qué rayos había hecho para merecerse todo lo que le estaba pasando?
Cerró los ojos por un momento imaginándose que estaba en una dimensión diferente, una en donde su vida dejaba de sentirse como un sacrificio y se convertía en un agradable sueño.
No pedía mucho, solo que fuera divertido ser Sirius Black.
...
Maestra, Jimmy no me quiere dar al Sr. Dientes-
Lily sintió como unas manitas tiraban insistentemente de su pantalón trayéndola a la realidad. Agachó la vista y se encontró con la carita redonda sonrosada de una pequeña niña de dorados rizos con la naricita arrugada y un dramático puchero, se veía tan adorable.
-Jimmy...-
Lily siempre había sido muy paciente y más si se trataba de niños pero debía confesar que ese día -como había sido el anterior y el pasado a éste- no era el mejor. Primero estaba más cansada que de costumbre por todas esas rondas nocturnas que daba por su pequeño piso intentando resolver asuntos personales -cuentas y más cuentas-; segundo, porque luego debía de planificar sus actividades diarias con los niños en la escuela y; tercero, porque alguien no la dejaba tranquila. Sip, alguien no la dejaba en paz.
Esos últimos días no había dejado de darle vueltas al asunto, reprochándoselo una y otra vez.
Todo comenzó por aquel bendito boleto de entrada.
Hacía unas semanas, cuando su vida seguía siendo normal y aburrida, se encontraba en el centro haciendo su jornada de recados cuando por tonta se quedó embelesada en una vitrina, cualquiera diría que estaba muy interesada en los conjuntos deportivos que ésta exponía pero lo cierto era, que divisó dentro de la tienda un afiche del concierto más alucinante al que ella quería asistir y al que obviamente no iría ni en sus sueños.
¿Y cómo fue que consiguió un pase? Porque es obvio que obtuvo uno. Bueno...
Dio un respingo cuando su visión fue interrumpida por unos ojos oscuros que le recordaban al chocolate y que le pertenecían a un chico... Muy lindo, por cierto. Este la miraba atentamente a través de la vitrina. Lily se sonrojó y el chico le sonrió.
Se apresuró en continuar su camino sin antes ver como el muchacho seguía mirándola con diversión mientras limpiaba la vidriera.
Casi como siempre y con todo lo que cargaba encima, se tropezó y unos papeles salieron volando por el viento. Reaccionó instantáneamente -no era nuevo que le sucediera algo así- y se echó a correr tras ellos haciendo malabares para que las demás cosas no se le escaparan de las manos.
Corrió como loca a lo largo de la acera mientras la gente la miraba extrañada hasta que logró atrapar los dichosos papeles.
¡Los tengo!
La felicidad le duró poco cuando se dio cuenta de que se encontraba en medio de la calle y que un auto se abalanzaba sobre ella.
Escuchó el ruido de los frenos e instantes después, el olor a caucho quemado se esparció por el aire.
Y así fue cómo se topó con Albert Astor, el hombre más encantador del mundo después de su padre.
Con el corazón en la garganta, se levantó muy lentamente mientras procesaba lo que acababa de ocurrir. Las puertas del auto se abrieron y segundos después, tenía a tres hombres delante.
-¿Pero cómo se le ocurre...-
-Martyn, llama a una ambulancia- ordenó una segunda voz -Señorita ¿está bien? ¿Se ha hecho daño?-
-Señor, creo que no es necesario llamar a emergencia, solo parece estar confundida- exclamó un tercero.
Parpadeó un par de veces.
Sip, así es. Astor era uno de los mayores inversionistas a nivel mundial, que se dedicaba a ayudar a explotar el potencial comercial de pequeñas y medianas empresas con el objetivo de desarrollar la actividad económica y mejorar el desarrollo productivo de países en crecimiento. Claro que eso le aportaba jugosas ganancias que a veces invertía tanto en proyectos sociales y de caridad como particulares, motivo por el cual, viajaba constantemente y poco se le veía en el país.
Hasta la universidad, que fue cuando lo conoció, solo había oído hablar de él. Su padre había estudiado con él en la secundaria y el contacto entre ellos, aunque era vago, se mantenía en esa época.
Llegó a participar en la financiación de proyectos e investigaciones de la universidad así como fue invitado como orador a conferencias, charlas, foros y discusiones sobre diversos temas, entre ellos: el desarrollo integral del ser humano, el individuo como figura de producción, la formación de un ciudadano exitoso y el profesional profesionalista, en donde había hablado un poco de su carrera y logros académicos así como personales y laborales.
Y fue así, en una de sus tantas intervenciones en la educación superior, específicamente de su alma mater, fue cómo lo conoció y se convirtió en su mentor y ejemplo.
Ahora se encontraba frente a ella con una sonrisa amable de reconocimiento.
Al parecer, era una de esas veces en las que se las pasaba por la ciudad, seguramente después de una larga jornada de viajes de trabajo y venía acompañado de su asistente y chófer -aunque podía atreverse a decir que era su guardespalda- quien la miraba algo enojado por su imprudencia e insensatez, por lo que la pelirroja se sonrojó con furia.
Pero ese no fue su único encuentro.
El hombre se había aparecido ante su puerta días posteriores al incidente y desde entonces, habían quedado algunas veces para "ponerse al día", según Astor.
Constantemente le preguntaba por su padre y su trabajo, parecía entretenerle sus anécdotas sobre los pequeños de sus alumnos y realmente a ella le gustaba contárselas.
Pero no fue hasta que la invitó, a ella, a Lily Evans, una simple maestra de kinder, al majestuoso y tan esperado concierto de música clásica que tendría lugar en Kings Place, que las cosas
empezaron a retorcerse.
No había querido aceptar semejante invitación pero el hombre había ido en persona a entregarle su pase -VIP, por cierto- y a insistirle alegando que no tenía con quien más ir y que no olvidaba su fascinación por el género musical.
Recordaba ese día con claridad porque sus vecinos causaron un revuelo. Se acercaban a su piso a curiosear, tan fascinados por las visitas de aquel individuo, que ni siquiera la cojera del Sr. Bens ni la lesionada cadera de la Sra. Little impidieron sus ansias de chisme, situación que le causó gracia al visitante al percatarse de lo que ocurría.
Incluso su vecina Bertha, se ofreció a leerles las cartas, purificar su aura y predecir su fortuna.
Bueno, lo que le sigue es muy predecible, se supone que iba a ser una velada inolvidable y lo fue, de hecho, pero no cómo lo planeó.
Fue una noche bastante agradable, claro, eso sí omitía la otra parte.
Desafortunadamente, hubo un par de personas que se acercaron para obviamente entablar conversación con aquel grandioso hombre que tenía como compañero. Él no parecía muy interesado, de hecho se atrevía a decir que los evadía, eso sí con mucha elegancia, cosa que confirmó más tarde.
A pesar de los múltiples intentos de aquella pareja por llamar la atención del Sr. Astor, el hombre seguía aferrado a ella cada vez con más ahínco, claro que la pelirroja no se quejaba, el conocimiento que tenía aquel hombre de música clásica era realmente encantador, pero empezaba
a sentirse incómoda por las molestas miradas que le lanzaba la mujer. Era la típica mujer de "sociedad" de mediana edad, evidentemente hija de la clase alta que acostumbrada a vestirse con ropa de diseñador y adornarse con kilos de joyería y maquillaje, cuyo pasatiempo preferido era evaluar a los demás con mirada dura y hasta descarada como lo hacía con ella. El hombre en cambio, tenía un semblante serio, casi intimidante se atrevería a decir, con el que aparentemente buscaba camuflar su interés por su compañero, y quizás lo hubiera conseguido sino fuera por la poca paciencia que contenía detrás de aquel finísimo y elegante traje, y que extrañamente le hacía recordar a alguien.
Dos auténticos personajes, nada agradables pero destacados al fin.
Claro que aún no venía lo mejor.
Para su total desgracia la noche no acabó muy bien, ya que lo que había comenzado aquella pareja, lo cerró con broche de oro nada más y nada menos que su peor pesadilla: Sirius Black.
Ya decía ella que la oportunidad de aquella noche había sido demasiado buena para ser verdad. Y aunque sí que era real, no podía ser tan buena.
Se podría decir que haberse reencontrado con aquel hombre no había sido nada agradable pero lo más extraño y peor había venido después
Cuando por fin pudo librarse de aquella tortura que incluía a Black sin haberse despedido de Albert, para ir de camino a casa, ella creyó que todo volvería a la normalidad, lo cual obviamente no sucedió.
-Creo que sabemos que a usted más que a nadie le conviene, señorita Evans-
Lamentablemente aquello era cierto. No, no podía siquiera pensarlo.
Ya habían pasado algunos días desde la noche que asistió al concierto y realmente aún no estaba segura si se arrepentía o no de haber ido. Y esa voz... Retumbaba en su cabeza como un eco imposible de ignorar, para su desgracia.
Después de despedir a todos los niños y de haber acabado de poner orden a aquel salón, una muy cansada Lily se dispuso a retirarse a su hogar cuando alguien decidió despedirla.
-¡Vaya! Te ves horrible-
-¡Oh! Muchas gracias por notarlo, eres tan amable- respondió con desgana.
Richarson al contrario que ella, lucia impecable después de la jornada con los niños como siempre. Muchas veces se cuestionó el motivo pero con el tiempo se lo atribuyó a la magia. Sip, solo un conjuro podría lograr mantener a aquella bruja.
-¿Sabes? No debería sorprenderme, no hay mucho que puedo hacer por ti- continuó diciendo sin molestarse en ocultar su diversión -pero no te preocupes, yo sé qué es lo que necesitas-
-¿Ah, sí?- exclamó la pelirroja -ay, no sabes cuánto me muero por saberlo- su tono destilaba tanto interés.
-Lo mejor que le puede pasar a una mujer es y siempre será, ser cortejada por un hombre- le dijo con expresión triunfadora mientras se colocó un inexistente mechón detrás de la oreja y ahí lo comprendió -solo mírame-
Ya se estaba preguntando cual sería el motivo de su aparición aparte de molestar, cuando el diamante en su dedo le hizo ojitos. Ja, estaba allí solo para restregarle su anillo de compromiso, ahora todo tenía sentido.
-Ups, al parecer eso no te ocurre a ti- le dijo fingiendo lamentarse.
La pelirroja no esperó a que aquella mujer siguiera soltando bobadas y comenzó a abandonar el salón.
-Creo que se te olvida algo...- escuchó que la mujer decía y volteó para ver cómo recogía un pedazo de papel que ella reconoció al instante.
-Eso es mío- se lo arrebató bruscamente antes de que pudiera ver con detalle.
La mujer alzó las cejas claramente extrañada por su actitud pero antes de que dijera algo más, se apresuró a salir de allí.
Para cuando por fin cruzó la puerta de su pequeño apartamento, seguía aferrándose a aquella tarjeta que aparentemente era insignificante pero que contenía cierto valor.
-Si cambia de opinión...- le ofreció una tarjeta simple con un par de números telefónicos que ella aceptó a regañadientes.
Lo que más odió en aquel momento fue su expresión de seguridad y total certeza en que cambiaría de opinión.
...
Era uno de esos extraños días en el que su auto funcionaba, así que una vez montada en él, se dirigió al centro. Ya era costumbre hacer su jornada de recados para el vecindario que cuando se dio cuenta de que ese día no iba a hacerlo, se sintió muy mal. Actuaba como si estuviera en piloto automático y era muy consciente de ello así como era consciente que en cualquier momento le daría un ataque sino es que aquel dolor de cabeza terminaba con ella antes.
Porque ¿a quién no le daría un ataque al verse sometido a tal nivel de estrés en el que ella se encontraba en esos momentos? ¿quién no estuviera viviendo una crisis nerviosa mientras está en sus zapatos? O ¿quién sería capaz de no enloquecer al darse cuenta de los cambios tan bruscos que había dado su vida en las últimas semanas? Definitivamente ella no era esa persona y por ende estaba al borde del abismo.
Y es que todavía no entendía cómo habían sucedido las cosas y por más que le diera vueltas, no conseguía averiguarlo.
¿Acaso era un castigo divino? ¿había hecho algo malo en otra vida y lo estaba pagando en ésta? ¿o es que le jugaban una broma desde allá arriba? Porque de algo si estaba segura, no era gracioso, en absoluto.
Apoyó su atormentada y muy dolorida cabeza sobre el volante cuando quedó atrapada en el tráfico.
¿Qué iba hacer? Más bien ¿qué pensaba hacer? Era una locura y lo sabía. Y Lily Evans no cometía locuras pero claro, para todo había una primera vez.
¡Ja! La vida definitivamente se estaba burlando de ella.
Una fuerte corneta se hizo escuchar y la pelirroja levantó el rostro para fijarse en la luz verde del semáforo.
A Lily le temblaban las manos cuando tomó el teléfono tratando de ignorar el hervidero de pensamientos y reproches en el que se había convertido su cabeza.
Ella no tenía la culpa, debía recordarse. Lo hacía por el bien de todos, solo eso.
Cuando por fin llegó a su apartamento, aparcó en el estacionamiento y se bajó del mini masajeándose una cien.
Ya dentro, no pudo quitarse los zapatos en la entrada ni deshacerse del moño que le apretaba el cráneo volviendo cada vez más insoportable el dolor.
Se dirigió a la cocina como siempre a preparar café pero esta vez sin mirar siquiera la página de los crucigramas y los sudokus. En vez de eso, se dedicó a registrar los cajones de la cocina en busca de alguna pastilla.
¡Demonios! Recordaba haber guardado algunas por allí...
Se sirvió una taza repleta, que se bebió de un tirón y miró su reloj. De todos modos ya no le quedaba tiempo, así que con la poca fuerza que le quedaba se dirigió a su habitación, tomó las fundas de la tintorería, una caja y sin más, salió del edificio.
...
Apretó con furia aquella bendita tarjeta y tomó aire antes de escuchar los primeros tonos.
-Comportate ¿quieres?- le susurró la mujer inclinándose sobre su oído para que nadie escuchase lo que le decía -Intenta fingir que al menos conoces los modales- siseó antes de mirar a su alrededor con una sonrisa fingida para regalar a los espectadores de la sala.
Volvió a asentir con los labios apretados por milésima vez en ese día.
¿Es que la gente no se cansaba de fastidiar? Dios se iba a volver loca.
Su cabeza seguía palpitando como si tuviera un tambor dentro de ella y juraba que ya empezaba a ver todo negro por momentos como si hubieran apagado las luces.
Así que cada voz, cada paso, los tintineos de copas, exclamaciones y hasta la respiración de cualquiera le provocaba una inmensa agonía, igual a como si le estuvieran enterrando un objeto filoso en el cráneo.
Y aún así algunas personas seguían acercándose para comentar puras tonterías mientras el resto la miraban desde una distancia prudente, donde seguramente ellos tenían la certeza de que no los mordería o los contagiaría con alguna extraña enfermedad, sin contar el escrutinio con el que lo hacían.
¿Cuando se iba a acabar aquella tortura? Se estaba hartando de tanta hipocresía que emanaba de toda la gente a su alrededor y que llevaba asfixiándola desde hacía un buen rato.
Eso sin sumar la brillantez y la inmensidad de aquel lugar que no hacía más que hacerla sentirse fuera de lugar, ella no pertenecía allí, definitivamente. Y era obvio que jamás lo haría.
Si hubiera sabido que ir a ese concierto iba a significar el fin de su verdadera vida, jamás se hubiera acercado al suntuoso lugar.
Ahora gracias a eso, se encontraba atrapada allí en el restaurante de uno de los hoteles que formaban parte de una de las cadenas hoteleras más reconocidas celebrando su compromiso de boda.
-¡Aquí estás! Pensé que huías de mí- exclamó una voz que la sacó de sus pensamientos y que
reconoció al instante. Astor la miraba atentamente cuando se dio la vuelta para verlo.
Notó el peso de otra mirada sobre ella y se encontró con una gélida que le enviaba un mensaje claro.
Sonrió -¿Ya te han dicho que te ves impecable?-
Lily maldijo mentalmente cuando las brillantes luces del sitio hacían muy evidentes su sonrojo.
Ciertamente, sí, estaba huyendo de él justo como hacía con el resto de los invitados. Se había planteado tener el menor contacto posible con ellos, era lo mejor para su salud y para todos.
Intentó zafarse del hombre pero era evidente que él no lo iba a permitir, a menos no sin dar lucha.
Pero está bien, tenía que reconocerlo. A él sí que lo estaba evitando y aunque pareciera ilógico o infantil, en lo más profundo de su ser, Lily lo culpaba. Lo culpaba de su desgracia. Porque si no fuera por él y su tonta insistencia para asistir al dichoso evento, ella no estuviera pasando por nada de eso.
En realidad, había arruinado su vida desde el día en que su chofer casi la atropella, y es que hasta hubiera preferido tan trágico final que el pésimo futuro que le esperaba.
No pudo evitar que se le escapara un gruñido de frustración.
-Sí...- tragó saliva -...soy Lily Evans-
Hizo un esfuerzo por prestar atención a lo que él decía y no a sus peleas internas.
Quiso decir cualquier cosa para librarse de aquella compañía pero no se le ocurría nada lo suficientemente bueno y para completar su cabeza seguía doliéndole un infierno.
-Lily, ¿estás bien?- preguntó Astor con un deje de preocupación y por qué no decirlo, sospecha. Él sospechaba, ahora lo veía.
Y lo entendía, ella en su lugar también lo haría. Todo había sucedido tan de repente.
-Querida, me has abandonado ¿acaso debo ponerme celoso?- espetó sin apartar su mirada de aquel hombre. No tenía nada contra él, pero la forma en cómo los miraba no le gustaba.
La pelirroja ignoró el picor que le causó escuchar querida e intentó sonreírle a su futuro esposo.
-Usted gana, acepto el trato...- estrechó los dientes con fuerza.
No pudo hacerle frente a la verdad que se acababa de estrellar en su cara al admitir que aquel hombre ahora era su prometido y comenzó a respirar con dificultad. Claro que aquello no
significaba solo un compromiso, sino que era mucho más que eso y ambos lo sabían. Su cuerpo parecía haber recibido el impacto porque temblaba descontrolablemente y su mente bullía en feroces pensamientos de lo que pudo haber sido mientras su alma pedía a gritos salir de aquella tortura, de aquella mentira, de aquella farsa que sería su vida a partir de ese momento, porque sentía que no la soportaría.
Sirius la vio pestañar varias veces como si no lograra enfocar y se apresuró a tomarla en brazos cuando su frágil cuerpo se desvaneció mientras que los invitados soltaron exclamaciones de sorpresa, no sin antes ver cómo perdía el color el acompañante de la pelirroja.
-...Me casaré con su hijo-
‹~Continuará...~›
Bien. Como dije al principio, aquí se ve cómo se dan las cosas para que Lily termine aceptando casarse con nuestro ojigris favorito porque aunque como aclaré en el capítulo pasado, Sirius no estará involucrado en la historia de amor, es decir si pero no, espero me entiendan, amo escribir a Sirius, me fascina ese personaje. Algo que no mencioné en el capítulo pasado es que también amo escribir sobre los Weasley, de los cuales aparecieron algunos miembros de su clan en el capítulo previo, simplemente me divierten así como adoro escribir sobre los niños a los que le da clase Lily, son mínimas las escenas pero me llenan de ternura.
En cuanto a las escenas del principio, esas son recuerdos. Ya verán más adelante qué pintan ellas en ésta historia. Ah, y aquí menciono al Vicent Goyle padre, decidí que lo llamaría igual que su hijo, el de la generación de Harry, ya saben al que todos conocemos.
Gracias a éstas hermosas chicas: Jossi Sí, la boda es casi un hecho. Están comprometidos y no parece haber vuelta atrás. Y sip ¡vaya que sí! James recuerda a Lily; Paula no me mates por fis. Ten piedad de ésta torturada servidora, te aseguro que mi intención no es volver a Sirius el villano del fic, aquí les he mostrado a quienes se les puede atribuir ese papel.
Y con el corazón emocionado, agradezco inmensamente a los interesados ¡me llenan de felicidad infinita!
Les mando grageas de todos los sabores a ver si pillan una buena.
Vane.
