Trilla se encontraba junto al fuego, frente a la nave. No es que el calor del fuego pudiese hacer mucho por ella, pero esperaba que ayudase a los pikmin a calentarse. Había sido una auténtica masacre. Casi todos los que había reunido habían muerto quemados. No podía hacer otra incursión como aquella… o se quedaría sola. Y si se quedaba sola, sí que no tendría la más mínima oportunidad. Tenía que pararse a pensar, decidir una nueva estrategia… pero no era tan sencillo.
El tiempo seguía corriendo, su soporte vital era limitado. No podía sencillamente quedarse allí mientras trataba de pensar. Debía buscar una solución rápida y efectiva… pero, por otro lado, ese pensamiento intrusivo, ese pánico a la falta de tiempo la bloqueaba y no la dejaba pensar. Trilla sólo tenía clara una cosa, y era que estaba muy jodida.
De nuevo la asaltaba aquel pensamiento, bloqueándola. Iba a morirse y Sarah quizá incluso pensase que la había abandonado. Se encogió, abrazándose las piernas y dispuesta a echarse a llorar. Lanzó la vista a la fogata y… sus ojos se abrieron como platos.
Tumbado en mitad del fuego, uno de los pikmin rojos tenía la cabeza apoyada en uno de sus pequeños brazos, mirándola con los ojos entrecerrados, como juzgándola. Aunque sólo lo primero le pareció de importancia.
Recordó que Sparky y el resto de Pikmin amarillos eran capaces de conducir la electricidad sin sufrir ningún daño. Y observó a aquella criatura tumbada en el fuego como si nada, mirándola con suspicacia. Sus dudas terminaron de disiparse cuando vio a un segundo pikmin rojo tumbándose en el fuego.
Fue entonces cuando comprendió que no sabía nada. Los pikmin eran un auténtico misterio. No se parecían a nada que hubiera visto en su planeta de origen y estaba claro que el parecido a las zanahorias Pikpik que cultivaba Sarah era pura coincidencia. Pero, en cualquier caso, finalmente supo lo que tenía que hacer.
Las mismas criaturas continuaban rodeando el radar de Trilla. No significaba nada para ellos, pues no era más que un objeto que, casualmente, había caído en su hábitat natural. Pero Trilla no iba a morir por eso. Ya lo había decidido. Y no le importaba quién se pusiera en su camino.
Cuando aquellas criaturas vieron a Trilla llegar con un ejército formado de ciento un pikmin, todos ellos rojos salvo Sparky, que se encontraba en su hombro, no reaccionaron hasta que estuvieron cerca. Trilla tembló, pero sabía que no podía mostrar dudas. Necesitaba el radar.
Arrojó los pikmin uno detrás de otro contra aquellas criaturas y… funcionó. Las llamaradas no les hacían nada en absoluto. Incluso hubo de sobra como para empezar a cargar el radar en pleno combate.
Trilla no sabía cómo sentirse. Por una parte, lo había conseguido, tenía el radar y podía estar segura de que iba a vivir un día más, de que estaba más cerca de sobrevivir. De hecho, al instalarlo, pudo ver que había varias piezas en el área circundante. Se había formado un gran pelotón, pero Trilla tenía claro que no podía permitirse mandarlos solos. Los pikmin no parecían ser especialmente inteligentes, aunque fueran muy capaces.
Redistribuyó de nuevo el escuadrón, dejando cincuenta de cada color, además de Sparky, porque no estaba segura de qué podía encontrarse. Se encaminó hacia la primera pieza, la dinamo, que irónicamente se había enganchado a una estructura metálica y la estaba cargando de electricidad. Trilla sonrió. Esta vez no tuvo dudas.
Lanzó a sus Pikmin amarillos y estos no tuvieron ningún problema en empezar a mordisquear aquella estructura. Si les dejaba un poco de tiempo, estaba segura de que se harían cargo. Alzó la vista al cielo y se encontró con que aún quedaba algo de tiempo para el anochecer. Si se separaba con los rojos seguramente podría recuperar la otra pieza de la zona. Asintió lentamente, como comunicándose consigo misma.
_ Vale, en marcha. _ Se dijo, mientras se encaminaba hacia la otra pieza con los pikmin rojos. La caja fuerte… aquello le hizo reírse.
No dejaba de ser una caja fuerte vacía, sin nada en su interior, pero era "importante", supuso. Por lo que se encogió de hombros y envió a los pikmin en su búsqueda. Apenas hicieron falta diez para cargarla y encaminarse hacia la nave. Mientras lo hacían, volvió con el resto hacia la zona donde había dejado a los amarillos, que, efectivamente, habían conseguido liberar la Dynamo sin demasiadas dificultades. Cargándola de camino hacia la nave, sin más contratiempos, Trilla se encontraba, decididamente, de mejor humor. Veía la luz al final del túnel, por así decirlo.
Después de instalar las piezas en la nave y cerciorarse de que aquel enorme desierto no parecía quedar ninguna más, se montó y se elevó por los aires, pudiendo ver que la cebolla roja la seguía también. Pudo lanzar un vistazo a la superficie del planeta a través de los cristales de la nave y se quitó el casco para observar el exterior.
_ No vas a ganarme, PNF-404. _ Dijo, con si el planeta realmente pudiera oírla. _ No voy a morir aquí. Voy a volver a ver a Sarah… y tú vas a ser sólo un mal sueño.
Apartó la vista y se sentó en el suelo, pues los asientos seguían desperdigados por el planeta. Era una suerte que, al menos, la sala siguiera presurizada. Tomó lápiz y papel y empezó a dibujar. Trilla, de joven, había dedicado mucho tiempo a hacerlo entre clases.
Sabía exactamente lo que quería. Y se entretuvo un largo rato trazando las líneas que formaban un rostro. Una nariz respingona… un cabello alborotado y, como no, una incontable cantidad de pecas por todo el rostro. Trilla se sabía el rostro de su mujer de memoria, y, sabiendo que no conseguiría dormir apenas, dedicar la noche a ese dibujo le parecía una manera de matar el tiempo como cualquier otra.
Lamentó no tener a su disposición ningún color, pues estaba usando un lápiz y un modelo de albarán que se usaban para los pedidos. Así era imposible recrear el hermoso color del pelo de su chica. Pero ella lo recordaba. Era un cabello rojo, casi naranja, parecido al de las zanahorias Pikpik que estuvo mordisqueando mientras dibujaba.
Trilla abrió los ojos con una mezcla de añoranza y de desasosiego. Había soñado con su hogar, aquel que había dado por sentado, que tanto extrañaba. Había sido fácil asumir que siempre tendría a Sarah para apoyarla, que podría acurrucarse cada noche y que su mujer le apagaría el despertador cada mañana cuando ella misma se levantase con el canto del gallo porque le gustaba que durmiese como una marmota.
Pero Trilla no podía permitirse remolonear. Tenía que levantarse al amanecer, si o sí, porque cada segundo que estaba perdiendo, era un segundo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. De hecho, se levantó algunos minutos antes para planificar su ruta. Ya dormiría si llegaba a casa con vida.
La nave aterrizó cuando el sol se asomaba, esta vez en lo que parecía una laguna. Trilla estaba convencida de que los Pikmin no sabían nadar, así que estaba algo asustada. Cuando aterrizó y vio las múltiples pozas, pudo ver que había varios caminos a través de los cuales podrían pasar los pikmin en fila, era una opción. Aunque esta vez decidió que sería más lista. Era mejor invertir el tiempo en asegurarse de no perder a los Pikmin que en tener que ponerlos a generar más. Así que subió a Sparky a su hombro y se encaminó hacia lo desconocido.
Trilla se dio cuenta de que su perspectiva había cambiado mucho. No estaba segura de si se trataba del radar, o del convencimiento de que debía trabajar realmente con los Pikmin a toda costa, pero, sencillamente, sabía que no podía lanzarse como la primera vez… ni podía caer en el pánico.
Por eso, cuando vio una de sus piezas, los asientos, para ser exactos, completamente sumergido, decidió no dejar que la dominase el miedo. Era, sin lugar a dudas, un problema, pero uno que, de alguna forma, tenía que solucionar con sus Pikmin.
_ Tú no sabes nadar, ¿Verdad? _ Preguntó a Sparky. _ E imagino que los rojos tampoco.
El pequeño Pikmin bajó sus orejitas y negó con la cabeza, de una forma que a Trilla le resultó muy mona. Decididamente, había llegado a un entendimiento especial con ese Pikmin en concreto. Cuando negó con la cabeza, ella asintió.
_ Está bien, entonces necesito un cabo, a menos que haya una especie de Pikmin que sepa nadar… pero eso ya sería demasiado bueno para ser cierto. _ Se echó a reír. _ Anda, ve a buscar al resto, yo buscaré un cabo o algo parecido.
Haciendo uso de algunas hojas pudo hacer algo de cuerda y, cuando vio que los Pikmin llegaban, se lanzó al charco. Su traje estaba preparado para las inclemencias que pudiera ofrecer el agua, pero lo cierto es que era bastante pesado y le costaba maniobrar. Con todo, se dejó caer hasta el fondo y ató las sillas. Se percató de que había algo azul bajo ellas, pero no le prestó demasiada importancia en ese momento.
Tomó el cabo con los dedos y salió más lentamente de lo que habría querido. Cuando estuvo fuera, Sparky se subió a su hombro y el resto de Pikmin se pusieron en marcha para tirar del cabo. No fue sencillo. Había mucha presión desde abajo, y Trilla pudo notarla cuando se sumó a los esfuerzos de los cien Pikmin. Incluso Sparky abandonó su posición ventajosa para ayudar.
Aquello les llevó casi todo el día, pero finalmente, los asientos emergieron del agua y, tras ellos, algo se elevó por los aires. Trilla tardó un par de segundos en identificarlo como una cebolla, pero esta vez de color azul. Y pudo ver cómo, del agua, empezaban a emerger los Pikmin de ese mismo color, que nadaban por ella como si tal cosa.
_ Tienes que estar de coña… _ Dijo, mirando a Sparky. _ ¿De verdad hay Pikmin que pueden nadar y respirar bajo el agua?
Trilla se llevó la mano al casco… y se echó a reír. Nunca estaría del todo segura de por qué. Quizá, la pura ironía… quizá la adrenalina del momento… pero se estuvo riendo durante más de un minuto hasta notar que le faltaba aire… esperaba no haber abusado de las reservas de su traje.
En cualquier caso, los Pikmin pudieron cargar los asientos por los canales desde lo que había venido. Supuso que necesitaría una buena tropa de Pikmin azules. Multiplicarlos le llevaría el resto del día, pero sería una buena forma de ocuparlo, teniendo en cuenta que el resto de piezas serían mucho más sencillas con su ayuda.
Y lo cierto es que sacar los asientos la había dejado agotada, así que decidió que se merecía ese pequeño "descanso", aunque fuese productivo. Al día siguiente se armaría de los Pikmin azules y estaba segura de que podría reunir muchas piezas.
Quizá se estaba forzando a tener una actitud positiva, pero eso era mejor que derrumbarse. No fue hasta que volvió a la nave que se permitió romper esa actitud y desmoronarse. Se despojó del traje espacial y se dejó caer sobre los asientos, tomando de nuevo el lápiz y los albaranes para hacer otro dibujo de Sarah. Esta vez, tomó los restos de las zanahorias y los usó para pintarle el pelo. Aunque el color… no era el apropiado, y no dejaba de martirizarse por ello.
Se preguntaba cómo estaría ella. Se suponía que debía volver la tarde del mismo día y llevaba ya varios días fuera. Sabía que aquella noche volvería a soñar con ella, lo estaba deseando. No podía ni imaginarse lo que haría cuando volviese a verla.
Se forzaba a no pensar en la posibilidad de morirse y Sarah era lo que más la alejaba de aquellos pensamientos. Ella y sus zanahorias Pikpik… a las que imaginaba que terminaría cogiendo manía tarde o temprano. Aunque estuviera deliciosas.
