Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 39

No hablaron mucho durante el trayecto. No sabían qué decir, qué podían decir ni cuánto podían moverse. Tori iba en el asiento del copiloto, con las manos entre las piernas, los hombros arqueados y rígidos, ocupando el menor espacio posible.

Daphne estaba en el asiento de atrás, sentada demasiado recta, con la espalda apenas apoyada en el respaldo. Bella miró por el retrovisor y vio los haces de luz y las farolas arañar la cara de Daphne, devolviéndole la vida a sus ojos.

Bella se concentró en la carretera en lugar de en el silencio. Había estado conduciendo por las carreteras principales, intentando pasar por el mayor número posible de cámaras de tráfico. Esta vez sí quería que la vieran; ese era el objetivo. Hermética. Irrefutable. Si se diera el caso, la policía podría seguir el camino que Bella había hecho en su coche a través de los ojos de todas estas cámaras, rehacer sus pasos. La prueba de que ella estaba justo allí y no en otro sitio, matando a un hombre.

—¿Qué tal está Steph? —preguntó cuando el silencio del coche se hizo demasiado pesado.

Hacía un rato que había apagado la radio; era demasiado estridente, demasiado agresivamente normal para el trayecto menos corriente que harían jamás.

—Pues… —Tori tosió, mirando por la ventana—. Está bien.

Y ya. Otra vez silencio. Pero, a ver, ¿qué esperaba al involucrarlas en algo así? Era mucho pedir.


Bella vislumbró el cartel de McDonald's al frente; las luces del coche iluminaban la M dorada. Era un local en una estación de servicio a las afueras de Beaconsfield. Por eso lo habían elegido Edward y ella: estaba plagado de cámaras.

Bella salió de la rotonda y entró en la estación de servicio, en el enorme aparcamiento aún abarrotado de coches pese a ser más de las diez.

Esperó a que se quedara libre un hueco en la parte de delante, justo al lado del gigantesco edificio acristalado gris. Aparcó y apagó el coche.

El silencio se hizo incluso más pesado ahora que el motor no lo enmascaraba. Lo aligeraron un grupo de hombres, claramente borrachos, que chillaban mientras se tambaleaban hacia la puerta del edificio muy bien iluminado.

—Sí que han empezado pronto —comentó Tori, señalando al grupo con un gesto de la cabeza, estirando las palabras en el silencio.

Bella se agarró a ellas con las dos manos.

—Como a mí me gusta —dijo—. Así estoy en la cama a las once.

—Sí, a mí también —añadió Tori, mirándola con una pequeña sonrisa—. Sobre todo si acaba con un buen kebab.

Bella se rio con una risa gutural que se convirtió en una tos. Se alegraba muchísimo de estar con ella, aunque se odiaba a sí misma por haber tenido que pedírselo.

—Siento todo esto —dijo, mirando hacia delante, a otro grupo de personas.

Personas en mitad de un viaje largo, personas que volvían a casa, o en trayectos más cortos. Personas de visita familiar con niños pequeños y adormilados, o que habían salido toda la noche, o incluso que estaban de vuelta y habían parado a por algo de comer. Gente normal viviendo sus vidas normales. Y luego estaban ellas tres en ese coche.

—No lo sientas —la animó Daphne, reposando una mano en el hombro de Bella—. Tú harías lo mismo por nosotras.

Tenía razón; lo haría y lo había hecho. Había guardado el secreto del atropello con huida en el que Daphne había estado involucrada. Bella había encontrado otra forma de exculpar a Billy para que Tori no perdiera a su hermana y a su padre a la vez. Pero eso no consiguió que se sintiera mejor por lo que ella les había pedido. Era el tipo de favor que nunca esperas necesitar que te devuelvan.

Pero ¿todavía no se había dado cuenta? Todo estaba volviendo; ese círculo cerrado, arrastrándolos a todos otra vez.

—Exacto —dijo Tori presionando el dedo en el rasguño mal cubierto en la mejilla de Bella, como si, tocándolo, le fuera a decir qué había pasado, eso que jamás sabría seguro—. Solo queremos que estés bien. Dinos qué tenemos que hacer, guíanos.

—De eso se trata —indicó Bella—. No tenemos que hacer nada, en serio. Solo actuar de forma normal. Felices. —Sorbió por la nariz—. Como si no hubiera pasado nada malo.

—Nuestro padre mató al hermano mayor de tu novio y tuvo a una chica encerrada en su estudio durante cinco años —se apresuró a decir Tori mirando a Daphne—. Tienes contigo a dos expertas en actuar con normalidad.

—A tu servicio —añadió Daphne.

—Gracias —dijo Bella, sabiendo, muy en el fondo, lo inadecuada que era esa palabra—. Pues vamos.

Bella abrió la puerta y salió del coche, cogiendo la mochila que le pasó Tori desde el otro asiento. Se la puso en el hombro y miró a su alrededor.

Había una farola muy alta justo detrás de ella, iluminando el coche aparcado con un brillo industrial amarillo. A mitad del mástil, Bella vio dos cámaras oscuras, una apuntaba hacia ellas. Miró hacia arriba para estudiar el firmamento durante un segundo, para que la cámara captara bien su cara.

Un millón de luces en la inmensa oscuridad del cielo.

—Venga —apremió Daphne, cerrando la puerta de atrás mientras se ponía una chamarra.

Bella cerró el coche con llave y pasaron las tres juntas por las puertas automáticas de la estación de servicio.

Todavía sentía esa vibración, esa energía que tienen las estaciones de servicio: el choque entre aquellos demasiado cansados y los que tenían demasiada energía, los que apenas estaban y los que acababan de empezar.

Bella no se encontraba en ninguno de los grupos. Todavía no veía el final —esa noche tan larga lo sería aún más—, pero ya había superado la mitad del plan y había ido tachando elementos de su lista mental. Enterrándolos en lo más profundo. Solo tenía que continuar. Un pie delante del otro. Dos horas hasta que volviera a encontrarse con Edward.

—Por aquí —indicó, llevando a Tori y a Daphne hasta el McDonald's al fondo del edificio.

Los hombres borrachos ya estaban allí, en una mesa central. Seguían gritando, pero ahora con las bocas llenas de patatas fritas.

Bella cogió una mesa cerca de ellos, pero no demasiado, y soltó la mochila en una silla. La abrió para sacar la cartera, y luego la volvió a cerrar antes de que Daphne y Tori vieran algo que no debían.

—Sientense —las animó Bella, sonriendo a las cámaras, que no veía pero que sabía que estaban en alguna parte. Tori y Daphne se deslizaron por el sofá de plástico brillante, haciendo chirriar el material con el roce de la ropa—. Voy a por la comida. ¿Qué quieren?

Las hermanas se miraron.

—La verdad es que ya hemos cenado en casa —dijo Tori algo tímida.

Bella asintió.

—Entonces, una hamburguesa vegetariana para ti, Daphne. Y nuggets de pollo para Tori, no tengo ni que preguntar. ¿Coca-Colas?

Las dos asintieron.

—Vale, perfecto. Ahora vuelvo.

Pasó junto a la mesa de los hombres borrachos con la cartera en una mano, hasta el mostrador. Había tres personas en la cola. Bella miró hacia delante, fichando las cámaras de seguridad que había en el techo, detrás de las cajas. Se echó unos centímetros hacia un lado, para que la cogieran bien esperando en la cola. Intentó actuar con normalidad, natural, como si no supiera que la estaban vigilando. Y no pudo evitar pensar en si eso era ahora lo normal para ella: actuar. Una mentira.

Bella avanzó cuando llegó su turno, sonriendo al cajero para disimular su indecisión. No le apetecía comer, igual que Tori y Daphne, pero daba igual lo que quisiera. Todo eso era un espectáculo, una interpretación frente a las cámaras, una narrativa creíble de los rastros que iba dejando atrás.

—Hola. —Sonrió, espabilándose—. Quiero un menú con la hamburguesa vegetariana y dos menús de nuggets de pollo, por favor. Los tres con Coca-Cola.

—Marchando —dijo el cajero, tecleando algo en la pantalla—. ¿Alguna salsa?

—Eeeh…, solo kétchup, por favor.

—Perfecto. —Se rascó la cabeza por debajo de la gorra—. ¿Algo más?

Bella negó con la cabeza, intentando no mirar a la cámara que había detrás de la cabeza del cajero mientras este le cantaba el pedido a un compañero, porque estaría mirando directamente a los ojos del inspector que viera la grabación en las próximas semanas, retándolo a que se atreviera a no creerla esa vez. Seguramente sería Hawkins, ¿verdad? Neil era de Little Kilton, así que lo más probable fuera que su asesinato lo llevasen los agentes de la policía del Valle del Támesis que están en la comisaría de Amersham. Un nuevo juego con nuevos jugadores: ella contra el inspector Hawkins, y Mike Newton era su ofrenda.

—¡Ey! —El cajero se quedó mirándola con los ojos entornados—. Decía que son catorce libras con ocho peniques.

—Ay, perdona. —Bella abrió la cartera.

—¿Con tarjeta? —preguntó él.

—Sí —asintió ella, casi demasiado fuerte, saliéndose del personaje durante un instante.

Claro que tenía que pagar con tarjeta; debía dejar un rastro indiscutible de que hubiera estado allí a esa hora. Sacó su tarjeta y la colocó sobre el datáfono sin contacto. La máquina pitó y el cajero le dio el ticket. «Debería guardárselo también», pensó. Lo dobló y lo metió en la cartera.

—Enseguida sale —dijo el cajero, indicándole con un gesto que se apartara para poder atender al hombre que estaba detrás de ella.

Bella se puso a la izquierda y se apoyó sobre el panel iluminado con los menús, dentro del encuadre de la cámara. Cambió de expresión para Hawkins, despreocupada y sin pensar en nada, pero, en realidad, estaba imaginándoselo a él analizando la posición de sus pies, el arco de sus hombros y la mirada en sus ojos. Intentó no moverse demasiado mientras esperaba, por si acaso pensaba que estaba nerviosa. No lo estaba; solo había venido a por un poco de comida basura con sus amigas. Miró a Tori y Daphne y las saludó con la mano. «¿Ves, Hawkins? Solo estoy cenando con mis amigas, no hay nada que ver aquí». Alguien le dio a Bella su pedido y ella le dio las gracias, sonriendo para las cámaras, para Hawkins.

Agarró las tres bolsas de papel con una mano y cogió la bandeja de plástico con las bebidas con la otra, caminando con cuidado hacia la mesa.

—Aquí tienen. —Bella le pasó las bebidas a Tori y dejó las bolsas sobre la mesa—. Esto es lo tuyo, Daph. —Le dio la primera bolsa.

—Gracias —dijo ella, dudando si abrirla o no—. Entonces… —continuó, buscando una respuesta en los ojos de Bella—, ¿comemos y hablamos?

—Exacto. —Bella se echó hacia atrás con una ligera risa, como si Daphne hubiera dicho algo divertido—. Comemos y hablamos, eso es todo. —Abrió su bolsa de papel y metió la mano para sacar la caja de seis nuggets y las patatas fritas. Algunas se quedaron en el fondo empapado—. Ah, tengo kétchup —informó, pasándole un sobre a cada una.

Tori lo cogió sin apartar la mirada del brazo estirado de Bella. Se le había subido la manga.

—¿Qué te ha pasado en la muñeca? —le pregunto con temor, mirando la piel raspada que la cinta adhesiva había dejado atrás—. ¿Y en la cara?

Bella carraspeó, tirando de la manga para cubrirse de nuevo la lesión.

—No podemos hablar de eso —zanjó, evitando la mirada de Tori—. Podemos hablar de cualquier cosa menos de eso.

—Pero si alguien te ha hecho daño podemos… —empezó a decir Tori, pero esta vez fue Daphne la que la interrumpió.

—¿Puedes traer unas pajitas? —preguntó, con tono de hermana mayor.

Tori las miró a las dos. Bella asintió.

—Vale —aceptó, levantándose del asiento y yendo hasta un mostrador a unas cuantas mesas de distancia, en el que había un dispensador de pajitas y servilletas. Volvió con unas cuantas de cada.

—Gracias —dijo Bella, clavando la pajita en la tapa de su Coca-Cola y dando un sorbo. Le quemó la garganta, irritada por los gritos.

Cogió un nugget. No quería comérselo, no podía, pero se lo metió en la boca y masticó de todos modos. Parecía de goma, y la lengua se le llenó de saliva. Hizo un esfuerzo para tragar y se dio cuenta de que Tori no había empezado a comer y la estaba mirando con demasiada intensidad.

—Es que —dijo esta, bajando la voz hasta un susurro— si alguien te ha hecho daño, lo mat…

Bella se atragantó y volvió a tragar la comida regurgitada.

—Oye, Tori —dijo cuando se recuperó—. ¿Steph y tú han decidido ya dónde van a ir de viaje? Me contaste que te apetecía mucho Tailandia, ¿no?

Esta miró a su hermana antes de responder.

—Sí —comentó, abriendo por fin la caja de los nuggets y mojando uno en kétchup—. Queremos ir a Tailandia y bucear allí, creo. Steph también tiene muchas ganas de ir a Australia, así que igual hacemos algún tour.

—Qué pasada —dijo Bella, cogiendo algunas patatas y metiéndoselas en la boca—. No te olvides de meter el protector solar en la maleta.

Tori resopló.

—Qué típico de Bella.

—Bueno. —Esta sonrió—. Sigo siendo yo. —Esperaba que eso fuera verdad.

—No vas a hacer paracaidismo ni puenting ni nada de eso, ¿verdad? —preguntó Daphne, dándole otro mordisco a su hamburguesa vegetariana y masticando con incomodidad—. A papá le daría un patatús si se enterara de que te tiras de un avión o de un puente.

—No lo sé, la verdad. —Tori negó con la cabeza mirándose las manos—. Lo siento, es que todo esto es muy extraño. No…

—Lo estás haciendo muy bien —la animó Bella, dando un sorbo a la Coca-Cola para bajar otro bocado—. De verdad.

—Pero quiero ayudarte.

—Me estás ayudando. —Bella clavó la mirada en Tori, intentando decírselo telepáticamente.

Le estaban salvando la vida. Estaban sentadas en el McDonald's de una estación de servicio, obligándose a comer patatas, manteniendo una conversación forzada y extraña, pero le estaban salvando la vida de verdad.

Escuchó un golpe detrás de ella. Giró la cabeza y vio que uno de los borrachos se había tropezado con una silla y se había caído al suelo. Sin embargo, no era eso lo que había llegado a sus oídos. Y se sorprendió, en cierto modo, de que el sonido no fuera el cráneo de Neil Prescott abriéndose.

Seguía siendo un disparo abriendo un agujero sin arreglo en el pecho de Stanley Forbes. Tiñendo el sudor de sus manos de un rojo profundo y violento.

—¿Bella? —Tori la llamó—. ¿Estás bien?

—Sí. —Sorbió por la nariz y se limpió las manos en una servilleta—. Bien. Estoy bien. Oye. —Se inclinó hacia delante y señaló el teléfono de Tori, bocabajo sobre la mesa—. ¿Por qué no hacemos unas fotos? Y vídeos también.

—¿De qué?

—De nosotras —contestó Bella—. Pasándolo bien, actuando normal. Los metadatos registrarán las horas y la geolocalización. Venga.

Se levantó de la silla y se sentó en el sofá, junto a Tori. Cogió el teléfono y abrió la cámara.

—Sonrian—pidió, sosteniendo la cámara para hacer un selfi de las tres. Naomi levantó el vaso de McDonald's con una sonrisa falsa.

—Muy buena, Daph —la felicitó Bella, analizando la foto.

Era evidente que las sonrisas no eran reales, ninguna de las tres, pero Hawkins no se daría cuenta.

Tuvo otra idea y se le erizó el vello de los brazos al ser consciente de dónde la había sacado. Sí, iba colocando un pie delante del otro por cada fase del plan, pero quizá sus pasos no fueran en línea recta. Estaban volviendo sobre ellos, hasta donde había empezado todo.

—Daphne —dijo, sosteniendo de nuevo la cámara—. En la siguiente, ¿puedes estar mirando tu teléfono? Con la pantalla hacia aquí, para que se vea en la foto. En la pantalla de bloqueo, para que se vea la hora.

Las dos se quedaron mirándola un instante, reconociendo la situación. Y puede que ellas también se hubieran dado cuenta de ese círculo cerrado que tiraba de las tres. Sabían de dónde venía la idea de la cámara. Había sido exactamente, así como Bella había descubierto que los amigos de Billy Cullen le habían robado la coartada. Una foto que había tomado Billy, y, en el fondo, una Daphne de dieciocho años mirando la pantalla de bloqueo de su teléfono, en la que se reflejaba la hora que lo desveló todo. Lo que demostró que Billy había estado allí mucho después de la hora a la que sus amigos dijeron que se había ido. Lo que probó que no había tenido tiempo para matar a Sid.

—S-sí —respondió Daphne temblando—. Buena idea.

Bella vio los tres rostros en la pantalla del teléfono de Tori, esperando a que Daphne se colocara bien, preparando la foto. Y la sacó. Cambió de sonrisa y tomó otra. Tori estaba nerviosa a su lado.

—Vale —dijo, analizándola, mirando los pequeños números blancos en la pantalla de Daphne que les decían que la foto se había hecho a las 22.51 exactamente. Los números que la habían ayudado a resolver un caso y ahora la iban a ayudar a crear otro. Pruebas concretas. «A ver si eres capaz de no creerte esto, Hawkins».

Hicieron más fotos. Y vídeos. Daphne grabó a Tori mientras comprobaba cuántas patatas fritas podía meterse a la vez en la boca, y cómo las escupía en la papelera mientras la mesa de borrachos la vitoreaba. Tori amplió la cara de Bella mientras bebía Coca-Cola, y amplió y amplió, hasta que lo único que se veía eran sus fosas nasales mientras preguntaba inocente: «¿Me estás grabando?». Una frase que habían preparado.

Era todo una interpretación. Todo falso, orquestado. Un espectáculo para el inspector Hawkins dentro de unos días. O incluso semanas.

Bella se obligó a comer otro nugget de pollo. Su estómago se quejó, en ebullición. Y, entonces, lo sintió. Ese regusto metálico al final de la lengua.

—Ahora vengo. —Se levantó abruptamente mientras las otras la miraban—. Tengo que hacer pis.

Bella corrió por el restaurante. Las deportivas chirriaban contra el suelo recién pulido mientras se dirigía al cuarto de baño.

Empujó las puertas y casi le da un golpe a alguien que se estaba secando las manos.

—Lo siento —consiguió decir a duras penas.

Se acercaba, ya estaba allí. Subiendo por la garganta.

Se metió a toda prisa en un cubículo y cerró de un portazo, pero no le dio tiempo a echar el pestillo.

Se puso de rodillas y se inclinó sobre el retrete justo a tiempo.

Vomitó. Un escalofrío le recorrió hasta las partes más profundas de su ser mientras volvía a arrojar. Su cuerpo convulsionaba, intentando deshacerse de toda esa oscuridad. Pero ¿acaso no sabía que estaba todo en su cabeza? Devolvió otra vez, trozos de comida sin digerir, y otra, hasta que no quedaba más que bilis. Hasta que no quedó nada, arcadas vacías, pero la oscuridad permaneció inamovible.

Bella se sentó junto al retrete y se secó la boca con el dorso de la mano.

Tiró de la cisterna y se quedó un rato allí sentada, respirando con dificultad y con la cabeza apoyada sobre los azulejos de la pared del baño. El sudor le corría por la sien y por el interior de los brazos. Alguien intentó entrar en su cubículo, pero Bella sujetó la puerta con un pie.

No podía quedarse allí demasiado tiempo. Tenía que mantener la compostura. Si se desmoronaba, también lo haría el plan, y no sobreviviría.

Solo le quedaban unas horas más, unos elementos más que tachar de la lista, y se acabaría todo. Estaría a salvo. «Levántate», se dijo, y el Edward que vivía en su cabeza también se lo ordenó, así que tuvo que hacerle caso.

Se levantó temblando y abrió la puerta del cubículo. Había dos mujeres aproximadamente de la edad de su madre mirándola caminar hasta el lavabo para lavarse las manos. También se lavó la cara, pero no demasiado para no limpiar el maquillaje que cubría las marcas de la cinta. Se roció agua fría alrededor de la boca y se secó. Dio un sorbo.

Las mujeres la miraban cada vez con más atención, con una expresión de asco en el rostro.

—Demasiados Jägerbombs —explicó Bella, encogiéndose de hombros—. Tienes pintalabios en un diente —le dijo a una de las mironas antes de salir del baño.

—¿Todo bien? —preguntó Daphne cuando se volvía a sentar.

—Sí. —Bella asintió, pero todavía tenía los ojos llorosos—. No puedo comer más. —Apartó la bandeja y cogió el teléfono de Tori para comprobar la hora. Eran las 23.21. Tendrían que irse en unos diez minutos —. ¿Les apetece un McFlurry? —dijo, pensando en un último cargo en su tarjeta, otra miga de pan en el rastro que estaba dejando para Hawkins.

—No puedo comer nada más. —Tori negó con la cabeza—. Voy a acabar vomitando.

—Pues marchando dos McFlurry. —Pip se levantó y cogió la cartera. Añadió, en voz baja—: Para llevar. O para tirar a la basura cuando las deje en casa.

Esperó de nuevo en la cola, avanzando a pequeños pasos. Pidió los helados, le dijo al cajero que le daba igual de qué sabor fueran. Pasó la tarjeta por el lector. El datáfono estaba de su parte, diciéndole a todo el mundo que había estado allí hasta las 23.30. Las máquinas no mentían, la gente sí.

—Ya estoy aquí —dijo Bella, dándoles el vaso demasiado frío de McFlurry, encantada de apartarse de su olor—. Vámonos.

Durante el camino de vuelta tampoco hablaron mucho, conduciendo esta vez en la otra dirección por las carreteras principales. Bella ya no estaba allí con ellas, se había adelantado, había vuelto a Green Scene y al río de sangre sobre el hormigón. Pensando en todo lo que a ella y a Edward les quedaba por hacer. Memorizando cada paso, para que no se le olvidara nada. No se le podía olvidar nada.

—Adiós —se despidió, casi riéndose de lo ridícula y pequeña que sonaba esa palabra, mientras Tori y Daphne salían de coche con los helados intactos en las manos—. Gracias. Nunca voy a… No les voy a poder agradecer lo suficiente que… Pero no podemos volver a hablar de ello. Ni mencionarlo. Y, recuerden, no hace falta que mientan. He venido aquí, he llamado por teléfono, hemos ido a McDonald's y las he dejado en casa después. —Bella miró la hora en el salpicadero—. A las 23.51. Eso es todo lo que saben, y todo lo que tienen que decir si alguna vez les preguntan.

Asintieron. Ya lo habían entendido.

—¿Vas a estar bien? —preguntó Tori, con la mano sobre la puerta del coche.

—Creo que sí. Espero que sí.

La verdad era que aún había muchas cosas que podían salir mal. Quizá todo esto hubiese sido en vano y Bella no volvería a estar bien jamás. Pero no podía decirles eso.

Tori dudaba, esperando una respuesta más contundente, pero Bella no podía dársela. Debió de darse cuenta, volvió a entrar y le apretó la mano a Bella antes de cerrar la puerta y marcharse.

Las dos hermanas se quedaron mirando cómo salía marcha atrás del camino, con una última despedida.

Muy bien. Asintió para sí misma mientras bajaba por la colina.

Coartada: hecho.

Siguió la luna y el plan, que, en ese momento, eran lo mismo y la llevaban primero a casa y luego con Edward.


NOTA:

Perdón por no actualizar, me enferme desde el jueves, me dio una infeccion en la garganta y no he estado bien para editar, lamento no haber podido avisarles, esa tambien es una de las razones por las que les recomiendo el grupo de ig para que yo pueda avisarles los dias que actualizo y darles adelantos de los capitulos, tambien para mostrarles imagenes sobre los personajes y para que ustedes decidan que fanfics y adaptaciones quieren después. Les dejo dos capitulos hoy.