1.- Un típico día


En el jardín de las sombras

"In the garden of shadows"

De Alexandra_Emerson

Alfa-Bet-eado


N/A: Clasificado +18 por violencia, temas oscuros y sexo. Esta es una historia de suspenso y misterio, si no es lo tuyo, no leas esto.

Gracias a The_Once_and_Future por darme la idea de esta historia, empujándome fuera de mi zona de confort, absteniéndose de reír demasiado mientras lucho fuera de dicha zona de confort, permitiéndome robar metáforas y soportando pacientemente todas mis quejas.


Era un típico día. Es decir, tan típico como puede ser un día en un mundo donde el desorden siempre existe, según la Segunda Ley de Energía Mágica de Sir Plunk, y donde todos los sistemas deterministas se convierten en caos, según la Ley de Caos de Oswald. Pero para todos los efectos, era un día normal para Draco Malfoy.

Acababa de terminar de arreglarse y estaba bajando las escaleras, con la misma túnica que había estado usando para trabajar durante los últimos siete años: negra impecable y forrada con un borde azul claro, con una variación del triskelión, el símbolo de Merlín, bordado en plata sobre el pecho. Eran las túnicas de los Inefables, que Draco se había ganado sólo después de dos años como asistente de investigación. Fue un récord en el departamento, aunque la mayoría evitaba hablar de ello.

Cuando Draco bajó el último escalón, una voz suave y angelical lo llevó hacia la parte trasera de la cabaña. Se detuvo en la entrada de la sala de estar, justo fuera de la vista de su hija, y observó cómo movía la mano a través de la franja de luz que se filtraba por la ventana, dando una serenata a las sombras danzantes que estaba creando.

Tenía una sombra,

Que se parecía mucho a mí.

Pensé que estaría siempre allí,

Pero decidió huir.

Mi mamá me vio y dijo:

¡Tu oscuridad se ha ido!

Eso debió haberme hecho feliz,

Pero la extraño sinfín.

Los labios de Draco se curvaron mientras escuchaba a Lyra, cuya brillante disposición y musical voz eran tan encantadoras como su tocaya: la famosa lira de Orfeo, que podía encantar incluso piedras, y fue llevada a los cielos por las Musas a la muerte de su amo para vivir como una constelación.

—¡Papá!

Ella le sonreía, los rizos rubios brillaban a la luz que entraba por la ventana. Ella apareció como una flor y giró en su camino hacia él, tropezando un poco al final, pero él la atrapó fácilmente, luego la sostuvo y los hizo girar a ambos un par de veces mientras su dulce risa llenaba la habitación.

—Esa fue una canción encantadora, ma petite lyre. ¿Dónde aprendiste eso?

—La Señora Rosewood. También me sé La Hora Oscura. Dijiste que es tu favorita. ¿Quieres escucharla? Ha llegado el momento de descansar. La oscuridad…

—Lo siento, pero tengo que ir a trabajar —dijo él, dejándola en el suelo—. Más tarde esta noche, ¿de acuerdo?

Lyra asintió, sus rizos se balancearon ansiosamente. Draco se agachó y le dio un suave beso en la mejilla.

—¿Te portaste bien con tu madre esta mañana?

—Sí —dijo obedientemente—. No me levanté tan temprano. Y comí toda mi comida y ayudé a alimentar a Macduff. Y también se comió toda su comida.

—Encantador —asintió.

Lyra se inclinó hacia adelante y le dio un beso en la mejilla, luego giró hacia la ventana.

—Que tengas un buen día, ma lyre.

—Que tengas un buen día, papá.

Con un amor de su vida en cuenta, Draco buscó al otro, a quien encontró en la mesa de la cocina. Ella se inclinó sobre un tomo grueso y un bloc de notas, garabateando furiosamente, como si ambos elementos fuesen a desaparecer si no llenaba las líneas de la página en un momento determinado. Draco se paró a su lado y esperó antes de tocarla, sabiendo que el tiempo marcaría una diferencia entre ser recibido con una cálida sonrisa o un ceño fruncido.

Llegó al final de la línea y antes de que pudiese comenzar una nueva, él le tocó la parte baja de la espalda. Ella se tensó un poco, pero luego giró la cabeza y le sonrió.

—Lo siento, no te había visto.

Él la besó y dijo con una sonrisa:

—Nunca me ves, ¿cómo estuvo Lyra esta mañana? Dice que no dio problemas.

Hermione se colocó un rizo detrás de la oreja y se levantó de la silla.

—Estuvo bien, me desperté antes que ella, lo cual siempre es agradable. —Se detuvo para servir té en un termo para Draco—. Toma —le dijo, girándose para dárselo—. ¿Estás seguro de que no quieres desayunar?

—No, debería irme. —Hizo una pausa para tomar un sorbo de té, disfrutando de la amargura en su lengua y de cómo el líquido caliente le calentó las entrañas. Mientras tomaba otro sorbo, miró hacia arriba y vio a Hermione observándolo, había un surco evidente en su frente.

Draco dio un paso adelante y pasó su brazo libre a su alrededor, luego besó la arruga de su frente.

—Te preocupas demasiado —susurró contra su piel.

—Te conozco, Draco.

Él se alejó un poco y reclinó su barbilla.

—¿Te sentirías mejor si comiera contigo?

—Me sentiría mejor si te cambiaras a otro proyecto —espetó ella.

Él puso los ojos en blanco y tomó otro sorbo del termo.

—¿Cuántas veces seguiremos teniendo esta discusión?

—Depende, ¿cuánto tiempo seguirás ignorándome?

—No tengo tiempo para esto —se quejó, dando un paso atrás y girando hacia la salida. Abrió la puerta de un tirón y dejó que se cerrara detrás suyo, el «zaz» que hizo se sincronizó perfectamente con su pisotón contra el camino de piedra. Las sombras de la casa de su infancia se cernieron a la distancia, surgiendo de la niebla como un grupo de enormes monolitos erguidos.

Draco desvió la mirada, como siempre lo hacía. Deseaba que, como Hermione, no pudiera verla. Pero algo sobre la magia en la casa, y el cómo estaba ligada a su sangre, hizo que ninguna cantidad de protección hiciera que desapareciera de su vista. Sospechaba que Lyra también podía verla, pero nunca había preguntado.

—¡Draco!

Su voz fue silenciada por la espesa niebla y si quisiese, pudo haber fingido que no la escuchó. Tenía una mano en la puerta y estaba a punto de abrirla, pero tomó una gran exhalación y se dio la vuelta. Ella iba caminando descalza por el sendero, y cuando se acercó, abriéndose paso a través de la niebla que los separaba, vio la preocupación grabada en su rostro. Él suspiró y caminó hacia ella, cerrando rápidamente la distancia entre ellos.

—Draco —repitió una vez que se detuvo frente a él.

Él asintió bruscamente para que continuara.

Ella tomó su mano, su piel era cálida y suave contra la suya.

—Te amo. De eso se trata esta pelea para mí; te amo y estoy preocupada por ti.

Sus ojos eran brillantes, más brillantes de lo que deberían ser en tan poca luz, con los dorados reflejos destellando. Tenía la teoría de que ella usaba su magia más de lo que creía, como ahora, sólo con el simple objetivo de iluminar sus ojos para igualar el fuego que ardía dentro de ella. A veces, lo asombraba lo intrínsecamente mágica que era y lo idiota que él había sido al pensar que ella no pertenecía a su mundo.

Ella presionó su pulgar en su palma, instándolo a responder. Draco se aclaró la garganta. No podía articular de qué se trataba esta pelea para él, como ella lo había hecho. Él no era como ella, capaz de encajar todas las áreas de su vida en cajas con etiquetas ordenadas.

Sabía que no había nada que pudiera decir para mejorar las cosas, nunca lo hubo, así que la tomó del brazo y la besó. Sus labios eran fríos y suaves mientras deambulaban contra los de él, cálidos jadeos que sabían a jugo de naranja descongelaron la tensión de antes. Por primera vez en esa mañana, estaban a la par. Draco soltó una pequeña exhalación ante el pensamiento, que se mezcló con su suspiro de satisfacción.

—Yo también te amo —susurró contra sus labios.

—Lo sé. —Puso una mano sobre su corazón y lo observó durante varios segundos antes de dar un paso atrás—. Ten un buen día en el trabajo.

—Tú también. —Presionó un rápido beso en su frente antes de darse la vuelta, sus ojos se encontraron con la sombra de la mansión Malfoy por un breve momento antes de dirigir su mirada hacia abajo.


Nada importante le sucedió a Draco en su camino al trabajo. Se apareció en el vestíbulo del Ministerio, como siempre. Hizo una breve inclinación de cabeza al guardia, Brent, que, por cierto, era el mismo hombre que lo había escoltado a la silla donde fue juzgado, hace casi diez años. Caminó por los pasillos oscuros del Departamento de Misterios, construidos desde el techo hasta el suelo en mármol tan negro que hacía que su túnica pareciera gris.

Luego se sentó en su escritorio y se perdió de la mejor manera posible, en un laberinto de fórmulas aritmánticas y análisis elementales, flotando en esa línea entre lo solucionable y lo imposible, donde estaba el límite de su habilidad, pero sabía que la respuesta estaba a su alcance.

Mientras trabajaba, tomó un sorbo del termo de té, recordando a Hermione todo el tiempo, pero no de una manera consciente. En la forma en que uno recordaría el camino a casa mientras su mente vagaba sin rumbo, y luego se preguntaría cómo habían llegado a la puerta.

Luego, sin previo aviso, como solían ser estas cosas, Draco lo resolvió. Escribió el número final en la página con una floritura, luego se echó hacia atrás mientras revisaba su trabajo, moviendo los hombros y frotando varios nudos en su cuello mientras lo hacía. Una vez que estuvo satisfecho de que no se había perdido nada, dejó las fórmulas, luego tomó su varita y apuntó a un tintero, luego la agitó en un complicado remolino mientras murmuraba el encantamiento en voz baja.

No pasó nada.

Draco sabía lo que necesitaba probar a continuación, pero vaciló. Era un riesgo. Por otra parte, la naturaleza misma de su trabajo empujaba los límites de lo que todos creían saber sobre hechizos. Si eso no era un riesgo, no sabía qué sí lo era.

Cerró los ojos y buscó la oscuridad dentro de él, sabiendo exactamente dónde buscar ahora: esos espacios huecos en su pecho, los rincones sombríos de su mente. Segundos después, la magia crujió ansiosamente en la punta de sus dedos. Draco abrió los ojos y probó de nuevo el hechizo en el tintero, alterando instintivamente el tono del conjuro para dar cuenta de la adición de Magia Oscura.

El tintero dejó escapar un fuerte crujido y luego se hizo añicos. Pero en lugar de romperse en pedazos y derramar toda la tinta del interior, se separó en tres orbes flotantes. Draco se acercó para examinarlos y descubrió que uno estaba hecho de diminutos fragmentos de vidrio, uno de la tinta azul oscura que había en el bote y otro más pequeño de otra tinta, lo que Draco supuso que había sido el colorante que había hecho el frasco de vidrio negro.

Agitó su varita y repitió el hechizo, luego observó con asombro cómo se creaban más esferas. Había una colección de arena y fuego flotante: los elementos del vidrio. Luego los componentes de la tinta azul: pigmentos, aceite y algún otro líquido que no pudo identificar.

—Dulce Circe, funcionó —susurró. Y si continuaba, podría romper este tintero hasta sus niveles más elementales. Estaba a punto de intentarlo cuando escuchó pasos, luego, alguien lo llamó.

—¿Malfoy?

Draco desvaneció los obres con un movimiento de su varita justo cuando su jefe, Baldrick Westmoore, doblaba la esquina.

—Ahí estás —dijo Westmoore con el aire de alguien que esperaba que estuvieras donde se supone. Era el tipo de confianza que Draco sólo podía pretender—. Malfoy —lo saludó mientras se detenía frente a Draco.

—Señor.

—Te he estado buscando toda la mañana.

Draco hizo un gesto hacia sus notas.

—He estado aquí en mi escritorio, trabajando en un nuevo hechizo.

—Claro. —El hombre mayor desvió su mirada astuta hacia las notas de Draco, como si esperara ver una explicación detallada del nuevo hechizo escondido en las fórmulas. Pero Draco nunca reveló ningún detalle, no hasta que probó su trabajo y diseñó los hechizos para que estuvieran listos para ser usados por una población más amplia; una población que no tenía acceso inmediato a la Magia Oscura.

Una vez que su jefe pareció satisfecho de que no hubiera nada emocionante en sus papeles, volvió a mirar a Draco con sus ojos oscuros.

—El efecto mariposa —dijo, aparentemente de la nada. Pero Draco conocía al hombre lo suficientemente bien como para saber que no había explicaciones lógicas para sus saltos mentales, aunque rara vez los compartía—. ¿Has oído hablar de eso?

Tuvo que resistir el impulso de poner los ojos en blanco, luego terminó expresando el mismo sentimiento, en palabras.

—Hasta mi hija de cuatro años ha escuchado hablar de eso.

—Puedes fingir que el tema es aburrido, pero ambos sabemos que no lo es. Acabamos de recibir fondos para estudiar el efecto mariposa hoy y te quiero como líder. Esta es tu oportunidad de dirigir un equipo.

—Ya dirijo un equipo.

—No es un grupo de investigadores recién egresados de Hogwarts. Un verdadero equipo de algunos de nuestros mejores Inefables. Cualquiera aprovecharía esta oportunidad. La teoría del hechizo es el área más directa de nuestro departamento. Pero destrozar las fuerzas que controlan el universo… ahí es donde reside el prestigio.

Draco tuvo que morderse la lengua para no decir que había tenido suficiente prestigio para toda la vida, muchas gracias.

—Prestigio para un Inefable parece una paradoja, ¿no le parece, señor? Pensé que los detalles de lo que hicimos aquí no debían salir del Departamento de Misterios.

El costado de la delgada boca de Westmoore se curvó.

—Eres bueno, Malfoy, uno de los mejores. Tal vez incluso el mejor, teniendo en cuenta la experiencia. Es por ello que dejo que te salgas con la tuya con comentarios insolentes como ese. Pero necesitas esforzarte. Esto... —Señaló el escritorio—. Todo esto está definido. Pero estudiar sistemas grandes, intrínsecamente caóticos, donde una pequeña acción (un hechizo mal lanzado, un paso en falso en el bosque, la decisión de salir a pasar la noche, en lugar de quedarse adentro) puede causar una guerra total años más tarde o mejor aún, paz para todos. ¿Qué pasa si podemos descubrir cómo caracterizar eso? ¿Te imaginas la implicación? Cambiaría la forma en que experimentamos la vida. Alteraría el marco mismo de nuestra existencia.

—Sí —se obligó a decir Draco—. Lo sería.

—La forma en que diseccionas, caracterizas y manipulas hechizos; es inigualable. Me encantaría ver qué pasaría si aplicaras esa brillante mente tuya a problemas más complicados.

—Encuentro que los hechizos son bastante complicados, señor.

—¿Cómo pueden serlo? —contraatacó Westmoore—. Tienes todas las variables: fuego, agua, aire, tierra. Sí, tal vez, algo de amor u odio mezclado, pero todo eso se puede medir.

Draco apretó los dientes. Odiaba cuando la gente intentaba disminuir el trabajo de su vida de esta manera, como si sólo fuera así de fácil. Sus puños se apretaron a los costados mientras respiraba profundamente.

—Podrías refutar la Ley del caos de Oswald —presionó Westmoore—. Tal vez elabores una ley por tu propia cuenta: La ley del determinismo de Malfoy.

¿Se suponía que eso iba a convencerlo? Draco no pudo pensar en una peor palabra para asociar con su nombre que «determinismo». Aunque estaba seguro de que los Malfoy que lo habían precedido lo aprobarían, lo que hacía que lo deseara aún menos.

—Le agradezco su confianza en mí, señor, y como le he dicho las últimas doce veces que hablamos de esto, lo pensaré.

—Es una buena oportunidad, para ti y para tu familia.

Las uñas de Draco se clavaron en sus palmas. Ya había sospechado que Hermione sabía que le habían ofrecido un trabajo en otro departamento, e inmediatamente pensó en Westmoore como quien se lo habría dicho. Como Inefable Principal, él era el único con el valor suficiente para filtrar la información. Y también era el único que se ocupaba de otros Departamentos, principalmente el DALM, donde trabajaba Hermione. Aunque Draco pensó que Hermione habría mencionado si trabajara con su jefe.

Draco inhaló lentamente y se recordó a sí mismo que generalmente le agradaba su jefe. Era fácil agradar a alguien que siempre elogiaba su trabajo. Era precisamente este tema de la mudanza lo que había abierto una brecha entre ellos en los últimos meses. Pero a Draco le gustaba donde estaba. Entendía hechizos, sabía cómo alterarlos, y era malditamente bueno en eso.

Lo último que quería era pasar a un proyecto que no entendía, luchar durante meses y finalmente fracasar. Seguiría diciéndole que no a Westmoore hasta que finalmente encontrara a alguien más para ejecutar el proyecto. Entonces podría volver a aplaudir a Draco por su récord de creación de encantamientos.

—Sí —dijo Draco eventualmente, con voz áspera—. Debería volver a estas fórmulas.

Westmoore exhaló con fuerza, y con la decepción evidente en sus ojos oscuros. Otra figura de autoridad decepcionada, justo lo que le faltaba a la vida de Draco. Tuvo que esforzarse mucho para contener la rabia que lo atravesaba.

—Muy bien —dijo su jefe, colocando una mano firme sobre el hombro de Draco. La mano de Westmoore tembló y sus ojos se clavaron en los de Draco, escudriñándolos minuciosamente.

Ese espeluznante escalofrío lo sintió cuando tocó a Draco. Y ahora, estaba buscando los restos de sombra en sus ojos. Afortunadamente, los ojos de él eran grises y delataban poco. Se quedó erguido, mirando a su jefe y deseando que terminara su inspección y lo dejara en paz.

Los ojos de Westmoore regresaron a las notas de Draco.

—¿Te estás cuidando, Malfoy?

—Lo hago, señor.

Apretó con más fuerza el hombro de Draco y finalmente dejó caer la mano, sacudiendo la cabeza de esa manera que las personas hacen cuando intentan convencer a sus mentes de que olviden algo.

—Considera mi oferta. Creo que un cambio sería saludable para tu carrera.

Él asintió y se fue al momento siguiente, yéndose tan rápido como había aparecido.


Más tarde esa noche, Draco estaba leyendo en la cama cuando vio una sombra en el borde de su visión. Su corazón dio un vuelco y cerró los ojos con fuerza, luego se obligó a tomar tres respiraciones profundas antes de volver a abrirlos. La habitación estaba vacía, como él sabía que estaría, el único sonido era del agua corriendo en el baño mientras Hermione se preparaba para ir a la cama. Suspiró y puso el libro en la mesita de noche, luego se movió para quedar acostado boca arriba.

Cerró los ojos y se puso a trabajar en despejar los parches negros en su mente. Los arrancó de sus pensamientos como se haría con las plantas dañinas de un jardín, arrojándolos por encima del muro que había construido años atrás para separar su desafortunado pasado de su presente.

Siempre pensaba en Zephyr cuando hacía esto; el elfo que había sido responsable de los terrenos de la mansión cuando era niño. Draco estaba limpiando su mente, tal como lo había hecho Zephyr tantas veces. Pero a diferencia del elfo, que tenía la habilidad de clavar sus largos dedos en la tierra y arrancar los brotes ofensivos de raíz, Draco nunca fue capaz exterminar lasmalas y oscuras hierbas de su mente. Al contrario, continuaron creciendo, oscureciendo sus pensamientos más y más a menudo en estos días.

A veces, pensaba en las oscuras y retorcidas plantas del otro lado de la pared, que le enviaban repugnantes brotes para que los atendiera. ¿No hacían eso los árboles cuando se estaban muriendo? ¿Enviar más y más brotes en un intento desesperado por comenzar una nueva vida antes de que les quitaran la suya? Pero Draco dudaba que las oscuras plantas en su mente se estuvieran muriendo. Temía que, en algún lugar profundo del suelo de su mente, sus raíces se extendieran, fortaleciendo su control sobre él con cada día que pasaba.

—¿Draco?

Se sobresaltó cuando una mano suave aterrizó en su brazo. Las oscuras plantas retrocedieron, asustadas por el brillo de su voz.

—No fue mi intención asustarte —dijo Hermione—. ¿Estás haciendo Oclumancia?

Arrojó algunas malas hierbas más sobre la pared y luego abrió los ojos con cuidado. Eso tendría que servir por ahora. Él se encargaría del resto antes de quedarse dormido.

—Lo siento —murmuró, incorporándose hasta quedar sentado—. Debo haberme quedado dormido.

Su boca se formó en una línea dura, una expresión a la que se había acostumbrado demasiado este año. Ella solía sonreír todo el tiempo, sus labios carnosos se curvaban hacia arriba incluso mientras dormía. Pero ahora… sabía que él tenía la culpa. Aunque no sabía cómo resolver el problema, como la mayoría de los problemas que no podían explicarse mediante una serie de fórmulas.

Hermione, quien vestía un camisón dusty rose que combinaba perfectamente con sus labios serios, se sentó sobre sus talones y dejó escapar un fuerte suspiro. Una correa delgada cayó sobre su hombro y Draco se estiró y la puso de nuevo en su lugar.

—Estoy bien, Hermione —dijo suavemente.

—No lo estás; estás empeorando, Draco. Puedo verlo, aunque lo niegues.

—Estoy bien.

—¡No lo estás! ¡Jamás habías necesitado tanta Oclumancia! Es una solución temporal, como dijo tu Sanador. Simplemente seguirá empeorando hasta que abordes tus problemas. —Ella tomó una de sus manos entre las suyas—. Puedo ayudarte. Por favor, déjame ayudarte; odio verte luchar así.

—No estoy luchando —espetó él, luego apartó la mano y saltó de la cama. Sabía que había sido un error contarle lo que decía su Sanador durante sus sesiones. Se detuvo cuando ella llegó a la pared en el borde de la habitación y se pasó los dedos por el cabello—. Estoy bien —repitió hacia la pared.

—No lo estás. No sé qué es, Draco. Ya sea que hayas huido de tu pasado durante demasiado tiempo y finalmente te esté alcanzando, o si el costo por tu trabajo se ha vuelto demasiado grande, pero ya no puedes esconderlo. Necesitas enfrentarlo, porque no puede seguir así. Estás exhausto todo el tiempo, al límite, siempre Ocluyendo, cerrándote al mundo mientras desapareces en tu cabeza.

La mente de Draco dio vueltas en las palabras: «el costo por tu trabajo», y no pudo procesar el resto de su súplica.

—Mi trabajo está bien —replicó, girándose rápidamente y estudiando sus ojos. ¿Cuánto sabía ella? ¿Lo adivinó o alguien se lo dijo? ¿Westmoore? ¿Harry o Ron le habían dicho las señales que debía buscar? Se sentía atrapado, como un animal enjaulado. Necesitaba calmarse antes de perder el control y confirmar sus sospechas. Abrió los puños y se obligó a respirar más despacio.

—No hay nada de malo con mi trabajo —dijo, esforzándose por mantener su voz uniforme—. Y mi pasado… Está en el pasado. Te preocupas demasiado.

Sus ojos, más apagados que de costumbre, lo recorrieron varias veces.

—Tu investigación está teniendo un efecto en ti —dijo cuidadosamente—. Puedo verlo, Draco. Pero podrías cambiarte a otro proyecto, ver si ayuda… Ver si…

—No —dijo con firmeza.

Ella simplemente se quedó allí, sentada sobre sus rodillas, luego, de repente, se marchitó. La vista tiró del corazón de Draco y casi cruzó la habitación y la tomó en sus brazos, pero algo lo inmovilizó en su lugar de relativa seguridad cerca de la pared. Ella se metió debajo de las sábanas y tocó su varita en la mesita de noche para apagar la lámpara de su lado de la habitación.

El miedo se apoderó de él. Su mandíbula se apretó y sus extremidades comenzaron a temblar. Draco clavó los pies en el suelo y apretó los puños. Respiró hondo y contó, como le había enseñado su Sanador.

Inhala… Uno, dos, tres… Cuatro… Exhala… Uno, dos, tres… Cuatro.

La imaginó empacando sus cosas, arrojando su ropa y la de Lyra en una maleta mientras le decía que ya no podía seguir haciendo esto.

Inhala… Uno, dos, tres… Cuatro… Exhala… Uno, dos, tres… Cuatro.

Ellas eran la luz de su vida, su mayor logro, aunque a veces todavía se preguntaba cómo lo había logrado.

Cuando era un niño, trató de atrapar el sol. Alineó una canasta con pequeños espejos y elogió su audacia mientras observaba la luz bailar en la trampa que hizo. Entonces, el sol se puso y la noche robó su premio. Lo intentó una, y otra, y otra vez, pero jamás logró sostener la luz por más de un día.

A veces, él temía que fuera lo mismo con él y Hermione. Que sería cuestión de tiempo antes de que el sol se pusiera entre ellos, dejándolo en un mundo de sombras. Que estaría atrapado escarbando un campo de interminables y oscuros pensamientos hasta que finalmente lo alcanzaron.

Inhala… Uno, dos, tres… Cuatro… Exhala… Uno, dos, tres… Cuatro.

Draco caminó hacia su lado de la cama y se quitó los pantalones y la camisa antes de meterse debajo de las sábanas. Apagó la última lámpara y se giró hacia Hermione, observándola transformarse de una sombra a algo más sustancial mientras sus ojos se acostumbraban a la tenue luz plateada que se filtraba a través de las cortinas.

Ella estaba de espaldas a él, hacia la puerta, pero podía decir por el ritmo desigual de su respiración que todavía estaba despierta. Extendió la mano y acarició la tela de seda que cubría su columna, haciendo que su espalda se arqueara hacia él, como la del gato. Él tomó eso como un estímulo para moverse más cerca de ella, luego colocó un beso tentativo sobre su hombro desnudo.

Cuando ella no se apartó, levantó la correa, que se había vuelto a caer, y luego la apretó para que permaneciera en su lugar.

—Lo siento —susurró, besando su cálida piel de nuevo.

Ella tarareó. Un sonido irritado que decía, «Sí, Draco. Ya me lo has dicho; necesito más de ti esta vez».

Inhala… Uno, dos, tres… Cuatro… Exhala… Uno, dos, tres… Cuatro.

—Cuando voy a trabajar… — comenzó, las palabras luchaban por salir de sus labios.

Inhala… Uno, dos, tres… Cuatro… Exhala… Uno, dos, tres… Cuatro.

Draco pasó un brazo alrededor de la cintura de Hermione, la seda de su camisón fría y suave contra su brazo, en desacuerdo con el calor de su piel.

—Cuando voy a trabajar —comenzó de nuevo—, todo el mundo piensa que soy brillante. Soy bueno en mi trabajo, en… estudiando hechizos. Sé que no tienes permitido conocer los detalles, pero soy realmente bueno. Mejor que todos los demás. Y no tiene nada que ver con mi nombre o el dinero de mi familia, sino sólo conmigo: mi propia habilidad y mi arduo trabajo. Luego llego a casa y… estoy haciendo todo mal.

Ella se movió sobre su espalda, para poder mirarlo, sus ojos ardían con ese fuego que él amaba tanto.

—Déjame terminar, ¿de acuerdo? —susurró él.

Hermione asintió.

Draco tomó una bocanada de aire fortalecedor antes de continuar.

—No puedo lidiar con las partes malas de mi pasado como tú, por pura fuerza de voluntad. No puedo contemplar la oscuridad hasta que desaparezca. No soy bueno en eso; nunca lo seré. Y las cosas en las que soy bueno no te impresionan. Lo cual es justo. Si estuvieses en mi misma investigación, probablemente me superarías en menos de un año.

Ella tocó su rostro con la mano, sus ojos brillaban en señal de protesta, pero honró su pedido anterior y se quedó callada.

—Sé que es difícil ser la esposa de Draco Malfoy. Sé que la gente es grosera contigo a veces. Sé que te preocupas por Lyra y por cómo será tratada, y sé que mis cambios de humor no ayudan. Pero es… también es difícil ser el marido de Hermione Granger. —Giró la cabeza y besó el interior de su palma, observando cómo sus ojos continuaban ardiendo en él.

—¿Puedo hablar ahora?

Él asintió mientras ella pasaba un dedo por su mandíbula, observando la línea invisible que estaba haciendo durante unos segundos antes de hablar.

—Nunca quise menospreciar tus logros. Lamento que te sientas así, y puedo trabajar en eso, ¿de acuerdo? Centrándome en los aspectos positivos antes de señalar todos los negativos, sabes que lucho con eso. —Sus ojos se encontraron con los de él otra vez, la mirada brillaba con determinación—. Pero sólo te presiono porque sé que puedes manejarlo. Ya sea un nuevo proyecto, estar más presente conmigo y Lyra, enfrentar esa oscuridad, o cualquier cosa. Eres mucho más fuerte de lo que crees. Y sólo quiero lo mejor para ti; para nosotros; para nuestra familia.

Él se inclinó y hundió la cabeza en sus rizos, incapaz de seguir su mirada penetrante.

—Lo estoy intentando, Hermione.

—Lo sé —suspiró y las palabras que no habían sido pronunciadas repiquetearon aún más fuerte que las dichas.

«Necesito que te esfuerces más».

Cuando finalmente reunió el coraje para enfrentarla de nuevo, ella lo recibió con una sonrisa triste.

—Te amo —susurró, tomando su rostro entre sus manos.

—Te amo.

Él atrapó su boca, dejando escapar un suspiro cuando ella lo encontró ansiosamente, entrelazando sus dedos en su cabello y arqueándose hacia él mientras sus labios bailaban con práctica facilidad. «Te amo», repitió, presionando besos por la columna de su garganta. Sintió su asentimiento como una cálida vibración contra sus labios.

Draco rozó sus dientes a lo largo de su piel, provocando varios escalofríos en ella. Cuando llegó a la parte superior de su camisón, lo apartó y besó patrones en sus pechos, escuchando cómo sus suaves pantalones se aceleraban y finalmente crescendo en un ligero gemido, lo que tomó como un estímulo para alcanzar sus bragas.

—Sí —exhaló ella, la palabra apenas audible sobre los latidos de su corazón. Ella empujó sus bragas hacia abajo mientras él la acariciaba, luego él la puso de lado y tiró de ella para que su espalda quedara al ras contra su pecho mientras él continuaba dándole placer.

—Draco —murmuró ella, presionando su trasero contra la dureza de sus calzoncillos, su intención era clara. Esperó unos momentos más, hasta que ella prácticamente se retorcía en sus brazos, para empujar su ropa hacia abajo y hundirse en ella. Sus manos sujetaron la falda de seda de su camisón, observando su trasero perfecto mientras desaparecía dentro de ella.

Esta era su forma favorita de follarla, lentamente, con una acumulación de embestidas largas y duras, empujándola más y más cerca del borde, y luego tirando hacia atrás justo antes de que cayera. Él la inhaló mientras sus caderas se mecían al mismo tiempo: el aroma floral del agua de rosas que ella se acariciaba en la cara antes de acostarse, la miel de su champú. «Suya», pensó mientras ella dejaba escapar un gemido entrecortado. Cruzó un brazo alrededor de su pecho y la atrajo aún más hacia él. Suya, ella era suya.

Él besó su cuello, mordiéndolo ligeramente antes de decir:

—Eres mía.

—Lo soy —dijo, gimiendo levemente al final de un empuje particularmente fuerte—. Soy tuya. —Giró la cabeza y luego agarró su cuello y lo besó con todo lo que tenía.

Mientras sus lenguas se entrelazaban, él se maravilló de su capacidad para hacer esto: de entregarse completamente a él. Siempre había sido así, prácticamente desde el principio. Y Draco, siendo el oportunista que era, tomó cada gramo. Su amor, su calidez, su fuerza, esa bondad que nunca entendió del todo. La devoró, tratando de alargar el momento lo más posible, y que nunca sería suficiente.

Eventualmente, se separarían, y ella se llevaría la calidez, la fuerza y la bondad con ella, dejándolo solo, con nada más que su corazón frío y sus oscuros pensamientos.

Ahí fue donde estaba más tarde, recostado de lado y frente a Hermione, quien estaba de espaldas a él nuevamente, el constante subir y bajar de su costado era una señal de que finalmente se había quedado dormida. Pasó una mano por su brazo y, al encontrarla inconsciente, suspiró y se puso de espaldas. Cerró los ojos y volvió al jardín de su mente, donde siguió podando los brotes de oscuridad.

Este fue un día normal para Draco Malfoy: una agradable despedida de su hija, la sombra de la mansión acechando en la distancia, un estimulante problema en el trabajo y algo de presión por parte de su jefe.

La cena que preparó con su esposa mientras Lyra charlaba interminablemente sobre su día. Algunos regaños antes de acostarse se respondieron con susurros tranquilizadores y sexo gratificante. Puede haber terminado la noche sintiéndose más vacío de lo que hubiese querido, con solo sus oscuros pensamientos para la compañía, pero eso también era típico.

No necesitaba investigar el determinismo. Probablemente podría predecir el día siguiente y hasta la hora exacta.

Este fue su último pensamiento cuando se quedó dormido aquella noche, aunque no fue amargo. Estaba decidido a saborear cada momento que podía pasar con su esposa e hija, convencido de que estaban contados.

Al final resultó que, Draco tenía razón.